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Benzema: el héroe que devino patriarca

Benzema: el héroe que devino patriarca

Escrito por: Antonio Valderrama18 octubre, 2022
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Al fichar Benzema por el Madrid, en julio del año 2009, se dijo que al Bernabéu llegaba un híbrido de Ronaldo Nazario y Zinedine Zidane. Cuando Florentino lo sacó de la mano al medio del escenario más grande del mundo, el Bernabéu, que ya se había llenado para saludar las llegadas dionisíacas de Kaká y de Cristiano Ronaldo, tuvo delante a un niño tímido con el pelo cortado como un recluta que lucía un arañazo de gato en el flequillo. Había algo distinto en él. Tenía el 11 en el dorsal y eso hacía pensar inevitablemente en Gento, en un carrilero, un jugador de banda. Pero venía para jugar arriba, en punta. Había algo de confusión en torno a él y también algo de apolíneo, de mesurado, estético. Aquel chaval francés no hablaba ni papa de español y balbució serio un Hala Madrid que sin embargo retumbó en cada piedra del estadio, dejando un eco que han amplificado los años hasta elevar su nota hacia el infinito. Alto y con un punto desgarbado, Benzema se inclinaba sobre el atril al hablar, las manos a la espalda igual que un chico bien criado. Florentino lo miraba orgulloso, como un padre. Di Stéfano, como un abuelo. Después se besó el escudo y abrió las manos con un gesto de amplitud universal, un gesto cristiano, eucarístico, de acción de gracias y de promesa de redención. Yo estaba en segundo de carrera y lo recuerdo como si aquella memoria perteneciera a otra persona, no a mí. Desde aquel lugar tan lejano, una marquesina del metro en la parada de otra vida, Benzema nos ha acompañado a todos y todos lo hemos acompañado a él a lo largo de este camino extraordinario. Todos nos hemos hecho hombres al mismo tiempo, él dentro del escaparate, nosotros caminando por la acera, desde fuera.

Presentación Benzema Florentino

Como suele pasar, que su manera de moverse en el campo y de jugar evocar a Ronaldo y a Zidane comenzó a pesarle. Perjudicó su crecimiento, al principio. El madridismo es una imaginería, todo lo nuevo debe acoplarse a una referencia, y las referencias de Benzema eran poderosísimas. Su timidez fue confundida con la frialdad, y la frialdad es uno de los pecados que en el Madrid no se perdonan. Pero Benzema no era frío, sino un poeta al que habían tirado en paracaídas en medio de una guerra.

Benzema nos ha acompañado a todos y todos lo hemos acompañado a él a lo largo de este camino extraordinario. Todos nos hemos hecho hombres al mismo tiempo, él dentro del escaparate, nosotros caminando por la acera, desde fuera

En él había una sensibilidad lorquiana que estaba por romper. Los dolores del parto duraron mucho, pero el futbolista que nació después fue majestuoso, una leyenda, no sólo del Madrid, sino del juego. Ya lo es, eso no se lo va a quitar nadie, nunca, el Balón de Oro no lo cambia, no es siquiera importante. Pero el Balón de Oro nos regala a todos un cromo que guardar con cariño para siempre, una fotografía con la que fijar la sonrisa de un momento particular y que enseñar a las visitas cuando seamos muy viejos y regresemos al pasado cada vez con más asiduidad, a medida que el presente se ennegrezca. Karim Mustafá, de Bron, un arrabal violento de Lyon, sexto de los nueve hijos de un matrimonio de beurer argelinos, tenía dentro una fuente inagotable de “fútbol estrecho” callejero, cuya sintaxis es orfebrería aprendida de memoria en esas tardes interminables de la infancia gastando la suela de las zapatillas en las pistas largas y angostas de adoquines rojos. Eran aquellas las pistas donde los hijos de la inmigración norteafricana jugaban al futbito entre torres de viviendas baratas, blancas y desconchadas. Desde esas ventanas el mundo se mira con miedo y curiosidad, la vida está altísima, da vértigo, y al mismo tiempo se queda dentro un libro con el que descifrarla, un mapa escrito en un idioma que luego con los años sólo lo puede entender uno.

Benzema tuvo que aprender, darse cuenta del sitio al que había llegado. En el Madrid no se podía “sólo” jugar al fútbol porque si el fútbol es el mundo concentrado, el Madrid es el tuétano de la existencia, de la vida misma. De repente, ese futuro con el que soñaba cuando perseguía balones duros y remendados a través de un bosque de piernas ávidas, en el barrio, apareció de verdad. Un foco enorme lo estaba enfocando. Le costó entrar. El resplandor de la camiseta blanca lo atrapó de niño, cuando conoció por la tele la posibilidad de un mundo mejor, de una vida mejor. Entendió qué era el Madrid y recordó qué era, para él, el fútbol: “una emoción”. Benzema llevaba dentro lo que Pasolini definió como el “fútbol de la poesía”. Aquí, el gol, que es el momento de la ineluctabilidad donde se trastocan las normas de lo cotidiano, viene precedido de la emoción del “dribling”, que para Pasolini era una cosa propia de los brasileños, los “mejores dribladores y goleadores del mundo”. Aquí están ya Brasil, es decir Ronaldo, y Francia, o sea, Zidane. La Francia mestiza y musulmana, sufí, norteafricana y coránica, mediterránea. Benzema es una vasija en la que cinco mil años de civilización han vertido un líquido lustral refinado, un óleo santo, asoleado con siglos de mezcla, oración y cambio. Su carrera en el Madrid ha sido un proceso, con idas y vueltas, con algunos tropiezos, pero en general progresivo, ascendente, del dribble al goal, una lucha por conjugar la causa con la consecuencia. Una transformación desde el mediapunta o trescuartista espiritual al matador, al finalizador, al concluyente. Sin marcar, sin meter goles, el proceso orgánico, colectivo, que es el trabajo de un equipo, se queda inacabado, incompleto, carece de sentido. Por el camino, Benzema, además, se ha convertido en un líder, en un caudillo.

Benzema, como todos los poetas, descubre la sensualidad femenina del Madrid. Lo que otrora era pundonor, casta, sudor, coraje, todos esos nombres viriles, machos, Benzema los suaviza, los pule, los encanta con una seducción pura de hembra alfa. El nombre de Madrid viene de la arabización de matriz, que en latín era matrix, como la película. Tiene que ver directamente con mater, madre, porque matrix era para los romanos la cavidad femenina donde se engendra la vida. La etimología de Benzema es tan antigua como el nombre de una ciudad en cuyo origen está la fuente, el agua, el arroyo, que es la savia de la que se nutre la existencia. La tradición islámica venera el agua porque es el murmullo que acoge el ser. Quizá por eso driblar viene del drip nórdico, que es gotear. La gota de agua concentra todo el universo, algo que ya sabía el poeta mucho antes de que lo confirmara el microbiólogo. Todo el universo estaba en el tobillo de seda y en la visión lateral de Benzema incluso cuando por delante de él se prefería a, por otra parte, estupendos delanteros centros, goleadores como Higuaín o Adebayor. Como Benzema es la síntesis de un fútbol nuevo, de un fútbol moderno que hace diez años sólo era un pensamiento, algo que nacía, la opinión pública seguía quedándose con los moldes tradicionales. A la sombra monstruosa de Cristiano Ronaldo y de Leo Messi, que son las bombas atómicas que destruyeron lo viejo y lo fumigaron todo, creció en un silencio conventual la imaginación desbordante y la música profunda de Benzema, al que es posible rastrear también en Henry, en Bergkamp, en Batistuta o en Vieri, todos antecedentes, precursores de un acercamiento nuevo al fenómeno del gol que en Benzema cuajó definitivamente con la plenitud de los grandes acontecimientos. Lo beduino imbricado con lo tropical, con lo caribeño, que ha dado lugar a una zarza ardiente que no tiene una geometría fija, sino cambiante, como los noventa y nueve nombres de Alá. Para los millennial, Benzema es ver que lo que jugábamos en la Play podía ser verdad, mejor aún, que la realidad seguía superando a la ficción: la jugada del Calderón, aquella fantasía, ningún algoritmo, ninguna máquina, ni la supercomputadora Deep Blue que derrotó a Kasparov, podía haberla previsto, podía siquiera contemplarla.

A la sombra monstruosa de Cristiano Ronaldo y de Leo Messi, que son las bombas atómicas que destruyeron lo viejo y lo fumigaron todo, creció en un silencio conventual la imaginación desbordante y la música profunda de Benzema, al que es posible rastrear también en Henry, en Bergkamp

Benzema se transfiguró en patriarca cuando el Madrid de los Jerarcas se desmoronó abruptamente en el verano de 2018. Sin Zidane y sin Cristiano Ronaldo, que fueron sus dos mentores en Chamartín, los dos hombres más influyentes en su crecimiento como futbolista y como individuo, Benzema ocupó el lugar del padre. Asumió la responsabilidad, en sentido amplio. Su combate a muerte contra la mediocridad y contra el abatimiento tomó una dimensión moral, ética. Benzema no sólo se negó a rendirse, sino que se negó a negarse, a ser negado. Adelgazó, su rostro adquirió el relieve de piedra de la Kaaba, mutó en un derviche, empezó a girar y a danzar en torno a la muerte, esquivándola, embrujándola, postergando su efecto demoledor, dando hálito y esperanza a los que venían detrás. Se convirtió en un jerarca, en el más grande de entre los jerarcas. Empezó a definir por sí mismo un momento, un Real Madrid. Cuando eso pasa es cuando se puede decir que alguien alcanza la verdadera grandeza: el Real Madrid de Benzema, que es el que ha ganado la última Copa de Europa, quedará para siempre como un alegato insuperable contra la vulgaridad, como un himno a la emoción y al sentimiento que tiene que movernos cada día fuera de la cama.

La estética de Benzema es inconfundible desde el principio de su carrera. Ahora es una categoría moral, el manto bordado de una virgen sevillana: un ejemplo de la belleza inasible a la que es capaz de elevarse el ser humano en la Tierra. Es la estética del duende, que es ese genio inconfundible y espontáneo que sale de la intuición y no del pensamiento, como sabía Lorca. La intuición es un reflejo genético, obra de la forja incansable de las generaciones y de los siglos. Se tiene o no se tiene y además, hay que trabajarla. La ética profesional de Benzema, estimulada por el ejemplo de Cristiano, le ha puesto en el brazo, corriendo el tiempo, el brazalete de capitán. Es la ética vieja de Chamartín, en la que el esfuerzo no se negocia. Como es una verdad suprema eso que dijo una vez de que él “juega para los que saben de fútbol”, Benzema ha ejercido de misión pedagógica en el madridismo y en toda España, enseñando que este juego puede ser como la tauromaquia, en el mismo grado, un arte efímero, y por ello de un valor incalculable, pues sus obras son esculturas de hielo, pinceladas en el aire que ocurren y se van para siempre, dejando el poso en la memoria del que tiene la suerte de contemplarlas. Lidia, pundonor y arte, devolviendo al fútbol a su lugar entre las disciplinas olímpicas que inventaron los griegos al principio de los tiempos, inseparables del ritual, pues estaban todas consagradas a los dioses.

La ética profesional de Benzema, estimulada por el ejemplo de Cristiano, le ha puesto en el brazo, corriendo el tiempo, el brazalete de capitán. Es la ética vieja de Chamartín, en la que el esfuerzo no se negocia. Como es una verdad suprema eso que dijo una vez de que él “juega para los que saben de fútbol”, Benzema ha ejercido de misión pedagógica en el madridismo y en toda España, enseñando que este juego puede ser como la tauromaquia, en el mismo grado, un arte efímero, y por ello de un valor incalculable

Benzema juega con los “sonidos negros” que con “el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte”, que es como lo describía Lorca en su Teoría y juego del duende. Benzema juega con un poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo es capaz de explicar. La cinética del fútbol de Benzema siempre está orientada a la utilidad, a la búsqueda del objetivo. No es barroca, no se repite a sí misma, por eso siempre es nueva: cada movimiento se dirige al gol, es un camino para buscar a Dios que empieza en “las últimas habitaciones de la sangre”. Guía, regala, defiende, evita y conduce. La plástica de su fútbol no está vacía y concibe el balón y el espacio como un todo que sirve al jugador, del que el jugador ha de servirse además, en cualquier parte del terreno de juego. Es una forma de defenderse cuando el rival es superior y es una forma de contener, de respirar y de descansar. El Madrid está acosado por el contrario, como un búfalo herido en mitad de la llanura africana al que muerden los tobillos un enjambre de leonas hambrientas: pues Benzema la pisa, la para, se paran todos a su alrededor, gira sobre sí mismo, baila en un metro cuadrado, se desliza sobre el suelo como la aguja de una costurera por la tela rasa y de repente se abren espacios que antes no estaban allí. Inventa, crea, desdobla la realidad visible. Para los griegos antiguos la plástica era el arte de modelar, de darle forma a la materia dúctil, y con Benzema el Madrid ha modelado en todo este tiempo un fútbol ético y estético con el que se ha traído de Barcelona (adonde se había llevado el cruyffismo al númen del balompié universal) la belleza de los campos de fútbol. El Balón de Oro, como digo, no viene a decir nada nuevo, pero sí que lo ensalza de manera definitiva, de manera mundial, global. Lo reconoce, por fin, para todo el mundo.

 

Fotos: Getty

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

7 comentarios en: Benzema: el héroe que devino patriarca

  1. Gran artículo que corrobora la frase de "madridismo y sintaxis" de la galerna.
    Benzema es una leyenda del Madrid que Cristiano no podrá ser por mucho que le supere en goles con el conjunto blanco.

  2. Precioso. Siempre aprendo algo leyendo artículos de la Galerna. Y me queda la duda en relación a una palabra de la frase :"hijos de un matrimonio de 'beurer' argelinos".
    Conozco "bereber" en alusión a una etnia del Magreb, pero no "beurer". Desconozco si hay relación o es un error de transcripción.

  3. Como cada artículo de Antonio es muy bueno e interesante.Gran conocedor del mundo madridista y su interacción con el taurino/ poético.

  4. Cuando Benzema llegó al Madrid ya era máximo goleador de la temporada en Francia, pero se adaptó a Cristiano y cuando marchó recuperó su vena goleadora, que nunca dejó ya que es el tercer goleador de la Champions y con 20 goles por temporada

  5. Excelente artículo, as usual. Pero echo de menos unas palabras del Sr. Valderrama sobre la extraordinaria estética, pose o imagen de Benzema. Me cautivó.

  6. No es por hacer la pelota, pero creo que el Sr. Valderrama es el mejor "escribidor" de La Galerna (que ya es decir)
    En cuanto a la explosión de Karim, discrepo que fuese a raíz de la marcha de Cristiano. Podríamos ubicar ese salto de calidad desde "Gran Jugador" a "Leyenda", la tarde que clausuró el Estadio Vicente Calderón, hoy convertido en una pasarela de la M-30, con aquel maravilloso regate en una baldosa a 3 hiperventilados cholistas.

    Abrazos madridistas

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