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Un episodio de ultratumba

Un episodio de ultratumba

Escrito por: Van Cleef1 febrero, 2018
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Como pertenezco a una distinguida familia aristocrática (aunque económicamente venida a menos y las deudas a más), recientemente heredé de mi abuela una enorme mansión enclavada en una finca de varias hectáreas.

En su lecho de muerte, mi abuela me confesó que su padre, mi bisabuelo, había escondido en alguna parte de aquellas posesiones un gran tesoro consistente en varios cientos de piedras preciosas. Le había dicho que, cuando ella llegara a la mayoría de edad, le indicaría el lugar exacto en que se hallaban. Por desgracia, el hombre murió repentinamente sin habérselo revelado.

Mi abuela dedicó gran parte de su vida a intentar localizar ese tesoro, aunque sin éxito. Lo cual no es de extrañar, habida cuenta de las dimensiones de la mansión y de sus terrenos y del relativo pequeño tamaño de las joyas.

De modo que ahora era yo quien me encontraba en la misma tesitura que ella. Podría agotar varias vidas intentando localizar ese tesoro sin conseguirlo. Y solo disponía de una, aunque estaba completamente decidido a transmutar esa vida en vidorra; y para ello era necesario saber dónde se ocultaban aquellos brillantes.

Determiné que la manera más práctica de averiguarlo era preguntárselo directamente a mi bisabuelo, por lo que procedí a informarme acerca de los mejores médiums y espiritistas del mercado.

Elegí a una pequeña mujer de avanzada edad; más que nada porque se parecía un poco a la médium de Poltergeist. Parece que no, pero esas cosas influyen...

Me informó que para que una buena sesión de espiritismo tuviese éxito, era importante que asistieran a la misma personas serias y con cierta experiencia en esos menesteres. Yo no conocía a ninguna (serias sí, pero no con experiencia), aunque afortunadamente un amigo mío dijo conocer a un par de expertos en la materia y dispuestos a acudir a la sesión. Y no eran poca cosa, pues se trataba de gente ilustrada. Nada menos que periodistas profesionales. Trabajaban en un periódico tan importante como el Ask, lo cual les acreditaba como profundos conocedores en materia esotérica.

Llegado el día, me reuní con los periodistas en la puerta de la casa de la médium y nos presentamos.

-Yo soy Tomás y este es Fredo-,  dijo uno de ellos, y nos estrechamos la mano.

-Fredo... Ese nombre me suena mucho- le comenté intentando recordar de qué.

-Me lo dicen a menudo- respondió él mirando hacia el suelo.- Fredo era el hijo inútil y descarriado de Don Corleone... Llevo tiempo intentando quitarme ese sambenito de encima...

-Y lo estás consiguiendo, Fredo- le animó Tomás, que me explicó lo siguiente:- Además de extraordinarios artículos cargados de rigor y objetividad, también escribe guiones para algunos documentales, que están teniendo éxito en diversos países, ¿verdad?...

-Cierto. En Gran Bretaña los emiten incluso en la bbC...

Hechas las presentaciones, llamamos a la puerta y nos abrió directamente la médium. Nos hizo pasar a una amplia sala interior barrocamente decorada en la que ya tenía todo dispuesto. Nos sentamos alrededor de una mesa redonda débilmente iluminada por un candelabro situado en el centro.

-¿Ha traído lo que le pedí?

La médium me había dicho por teléfono que era muy importante llevar algún objeto personal del difunto, para que ella pudiera tocarlo, olerlo, sentirlo, y así facilitar la comunicación extrasensorial con el espíritu. Lo coloqué encima de la mesa ante ella y lo observó detenidamente, con concentración.

-¿Unos calzoncillos?

-Le aseguro que busqué por toda la casa y esto fue lo único que encontré con lo que él hubiera tenido un contacto directo...

Con evidente gesto de disgusto, la médium procedió a hacer con el objeto todo lo antes mencionado mientras mis compañeros y yo, unidas las manos, la observábamos con gran respeto.

Aparte del candelabro, en la mesa no había nada más. Esa no era la idea que yo tenía sobre este tipo de sesiones.

-¿No es necesario algún tipo de tablero? ¿Algún vaso o algo así..?

La médium abrió un solo ojo para no descentrarse y me miró.

-Eso está totalmente anticuado y no es para nada efectivo.

Tomás carraspeó sonoramente y se dedicó a mirar las paredes. Sin quitarme el ojo de encima, la médium me preguntó el nombre de mi antepasado.

-Wenceslao- respondí.

Cerró el ojo y volvió a concentrarse. Al cabo de un rato, comenzó a respirar muy rápida y profundamente. Su espalda se arqueaba con violencia y la mesa comenzó a estremecerse y a levitar. Según me susurró Fredo, ella estaba entrando en trance y no debía preocuparme.

-¡Llamamos a Wenceslao! - exclamó la médium en voz alta - ¿Hay alguien ahí?

-¿Hay alguien ahí? - corearon a dúo Tomás y Fredo.

La mesa dejó de levitar; pero asombrosamente quienes comenzaron a hacerlo ahora fueron mis dos compañeros. Se fueron elevando en el aire hasta tocar con la cabeza en el techo. La escena era espeluznante. Vistos a la tenue luz de las velas mientras flotaban, aparentaban ser dos inauditos fantasmas.

-No tengas miedo - trató de tranquilizarme Tomás.- Esto es perfectamente normal. Tengo experiencia, recuerda.

-Desde aquí arriba dominamos la situación- añadió Fredo.

-¡Llamamos a Wenceslao!- insistió la médium.- ¡Wenceslao!

-¡Wenceslao! - coreó Fredo.

- ¡Wences, amigo!- chilló Tomás.

-¡Bisabuelo!- me animé yo.

-¡¿Qué es todo este alboroto?! -rugió una voz de ultratumba.- ¿Quién me llama?

Cualquiera que haya escuchado una voz de ultratumba sabe exactamente cómo suena ese tipo de voz. Y ésta procedía de una semitransparente figura que surgió también flotando, entre Tomás y Fredo. Su rostro se parecía mucho al del retrato de mi bisabuelo colgado en el salón de la mansión. Tomás y Fredo intentaron estrecharle la mano a modo de presentación, pero la inconsistente materia de aquel espectro impidió que lo hicieran con éxito.

-Ese de ahí abajo es su bisnieto- informó Tomás al espíritu.- Y ha venido a hablar con usted porque tiene una pregunta importante que hacerle.

-¿Qué quiere saber? ¿El misterio de la vida y de la muerte? ¿De dónde venimos y a dónde vamos?

-Algo más importante- le aclaró Fredo.

El fantasma de mi antepasado me miró por primera vez, escudriñándome de arriba a abajo.

-¿Y tú no sabes flotar? Ven aquí que te vea de cerca.

Miré a la médium. Ella asintió con la cabeza y, extendiendo los brazos hacia mí, debió de usar algún tipo de poder telequinético, pues comencé a levitar hacia el concurrido techo de la estancia.

-Vaya, vaya. Así que tú eres mi bisnieto. ¡Estás hecho todo un mocetón!

- Gracias, bisa. Tú también tienes buen aspecto. Bueno, semiaspecto...

- Sí, ya... ¿Y qué es eso tan importante que quieres saber?

- Mi abuela, tu hija, me comentó que habías ocultado un tesoro en alguna parte de la propiedad...

- Sí... Los cristales preciosos. Prometí decirle dónde estaban, pero fallecí antes de tiempo. ¡Nunca debí participar en aquella apuesta de aguantar la respiración..!

-Claro... Pero si no te importa, me gustaría saber exactamente dónde localizarlos.

Me contempló fijamente un instante. Luego miró alternativamente a Tomás y a Fredo y acercó su translúcida cabeza a mi oído.

-¿Estos dos son de fiar?

-Yo diría que son unos perfectos caballeros. Se han ofrecido a ayudarme.

-¿Sin pedir nada a cambio?

-Bueno; les he prometido un puñadito de esas joyas a cada uno...

-Humm... Tú verás lo que haces... Pero no me dan buena espina. Te lo digo yo, que he visto mucho mundo y mucho más allá...

Me reveló el lugar secreto. Luego charlamos un rato de diversos temas familiares y nos despedimos con efusividad. Desapareció de la misma forma en que había aparecido y nosotros descendimos lentamente hasta el suelo. Súbitamente me acordé de algo.

-¿Puede hacerle volver? - consulté a la médium - Se me olvidó preguntarle acerca de la vida y de la muerte...

- Ahora ya es tarde. La energía necesaria se ha agotado por varios siglos...

Fastidiado por esto último, pagué lo acordado a la médium y nos fuimos los tres a mi mansión. Nos dirigimos a la sala de la biblioteca. En el centro había una gran mesa-escritorio de caoba. Debajo de ella, en el lugar exacto que me había dicho mi bisabuelo, encontré una minúscula palanquita que abrió un cajón secreto. Dentro de él había una bolsa de terciopelo negro. La sopesé. Andaría cerca de los dos kilos. La puse encima de la mesa y ante la espectación general la abrí.

Estaba repleta de canicas de cristal.

Eran muy bonitas, eso sí. De ahí que mi bisabuelo las definiera como preciosas...

Fue una gran decepción para todos. Pero, como aristócrata que siempre cumple su palabra, insistí en que Tomás y Fredo se llevasen los puñaditos prometidos. Me habían caido muy bien y siempre les estaré agradecido por la ayuda que me prestaron.

Fue la última vez que les vi, aunque aquella breve amistad sirvió para que me aficionase a leer a menudo el periódico para el que trabajaban. Tanto es así, que antes no sabía ni lo que era el fútbol y ahora me he convertido en un experto que sabe diferenciar perfectamente los buenos equipos de los que no merecen la pena...

Y ahora les tengo ya que dejar, ¡que está a punto de comenzar el partido del Barça..!

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Madridista perdido y sin deseos de ser encontrado. Le gusta usar todos los sentidos, aunque carece por completo del común y el del humor.

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