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Tarde de Reyes

Tarde de Reyes

Escrito por: Rafael Gómez de Parada23 diciembre, 2021
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro II Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

Un ambiente festivo flotaba en el aire de la Castellana. Un par de horas más tarde arrancaría la cabalgata de Reyes, pero nuestro relato se traslada a unos pocos centenares de metros más al Norte, concretamente al Santiago Bernabéu, donde comenzaría el que los medios anunciaron como “el partido más corto de la historia de La Liga”. O “el más largo”, según se mire. Aquel 5 de enero de 2005 se iban a disputar los seis minutos de juego del Real Madrid-Real Sociedad que quedó suspendido tras la amenaza de bomba de la banda terrorista ETA. Un partido de seis minutos, o un partido que comenzó el 12 de diciembre de un año y concluía casi un mes más tarde. Otro día, otro mes, otro año. Mismos contendientes, distintas sensaciones.

—Normalmente tardáis entre diez y quince segundos en devolver un balón para que se ponga en juego, hoy, me cago en mi vida, tenéis que hacerlo en menos de cinco.

Aquellas palabras fueron pronunciadas con firmeza por el encargado de los recogepelotas del estadio, unos jóvenes ataviados con un chándal azul marino, chavales imberbes que en algunos casos no alcanzaban la mayoría de edad.

—¡Quién nos iba a decir que nos llamarían de nuevo!, ¿eh? Doble sueldo —el que hablaba era Martín, un chaval largo que lucía una melena que recordaba a Michel Salgado.

—Y lo bien que nos viene la pasta para estos días —contestó Gastón—. Todavía tengo que ir luego a por un par de regalos, salvo que pille algo por aquí.

El mundo de los recogepelotas era particular. Algunos de estos recogepelotas eran chavales de la cantera del club, otros eran jóvenes de origen humilde que aprovechaban los días de partido para sacarse “unas pelillas”, porque en aquellos primeros años del euro seguían hablando de unas pelillas. Casi todos ellos eran “cazadores de trofeos”, de recuerdos que pudieran llevarse de algún jugador profesional. Gastón se había preparado un hueco tras uno de los carteles publicitarios para tratar de llevarse un balón en algún despiste y obtener su propio regalo de Reyes.

Los jugadores de ambos equipos calentaban sobre el terreno de juego, algunos trotando, otros practicando el disparo a puerta para probar a los porteros. El ruso de la Real Karpin lanzó con potencia y el balón se marchó fuera, desviado, con tan mala suerte que dio en la espalda a Brahim, otro de los recogepelotas, que cayó desplomado al suelo.

—Si no le hubiera visto hacerlo mil veces, creería que lo ha matado —dijo Martín sobre su amigo.

Brahim era un experto en esas simulaciones, el Jordi Alba de los recogepelotas. Sabía que el balón venía y se hacía el despistado, miraba hacia otro lado, esperaba el impacto y se dejaba caer, porque eran pocos los jugadores que no se acercaban a ver cómo estaba. Fingía un poco y la mayoría le regalaba algo, lo que tuvieran más a mano. Brahim tenía una extraña colección en casa con una muñequera de Finidi, un llavero del Valencia que le dio el Piojo López, un banderín del Sporting y la joya de su colección: unas espinilleras ¡de Ballesteros! Los más generosos le regalaban incluso una sudadera del equipo, pero aquella tarde los jugadores realistas estaban tan concentrados que ni se dieron cuenta del balonazo.

—Capullo —masculló Brahim. Llevaba toda la vida en España, pero no era capaz de quitarse el acento.

El Real Madrid tenía dudas acerca de cuánta gente se acercaría al estadio a presenciar un partido de siete minutos en el día de previo a los Reyes, así que permitió la entrada libre hasta completar el aforo, lo que no ocurrió por poco. Miles de niños acudieron al estadio, familias enteras con padres, madres, primos y vecinos, muchas de las cuales tenían la oportunidad de acceder al estadio por primera vez. El ambiente festivo, de ilusión por la llegada de los Reyes Magos de Oriente esa misma noche, se tornaba mágico a medida que se acercaba el inicio del partido.

—¿Lo notáis? —gritó Martín —. Es el runrún ese de las noches europeas, el de las remontadas.

Cierto, aquellos días flotaba en la atmósfera una especie de neblina que lo envolvía todo, que era casi visible, como un manto de euforia y convencimiento de la proeza que se iba a presenciar en unos minutos.

Aunque lo tenían prohibido, Martín se había acercado al túnel de vestuarios unos minutos antes del inicio del partido y le había dicho a Zidane:

—¡Zidane, Zidane! Hoy marcas tú el gol de la victoria.

El francés, que estaba concentrado y parecía no escuchar a nadie, se giró y le contestó:

—Si marco, te regalo la camiseta.

A medida que se acercaba el pitido inicial, el griterío aumentaba en las gradas. Las voces de miles de niños expectantes se unían en un coro poco habitual en un partido de Liga. Comenzaron los siete minutos y la locura se desató. A los veinte segundos, Ronaldo no llegó a un balón en el área de la Real por poco. Al minuto, Morientes chutó flojo a las manos de Riesgo, el portero donostiarra. La locura se desató como en las mejores noches, sabíamos que algo grande iba a ocurrir.

Los recogepelotas no paraban de moverse, trataban de intuir hacia dónde irían los balones para recogerlos velozmente y no perder ni un segundo. No hizo falta. No habían transcurrido ni tres minutos cuando Ronaldo recogió un enorme pase de Guti, entró en el área rival, amagó con sus características bicicletas y fue zancadilleado por Labaka. Penalti claro. Pocas veces se escuchó una explosión de júbilo en el Bernabéu como aquel día. Al unísono. Aquel penalti se celebró como un gol en el último minuto de un partido de Champions.

Zidane marcó el penalti, como no podía ser de otro modo, y en el camino hacia la esquina para celebrar el gol con sus compañeros cruzó la mirada con Martín. Paró una décima de segundo y sonrió. Martín no se lo podía creer.

Real Madrid

El partido acabó con la gesta de los blancos, una victoria en la que nadie confiaba, pero que todos sabían que se iba a lograr. Ese tipo de hazañas que solo se ven en el Bernabéu en las noches mágicas. Y como era una noche mágica de Reyes, me gustaría contar que Zidane le regaló su camiseta a Martín, como así hizo, pero que este se la regaló a su vez a aquel niño en silla de ruedas que estaba cerca del córner de la banda derecha de la Real Sociedad, porque desde el primer minuto se había fijado en la ilusión que tenía en la cara por estar allí, cerca de sus ídolos.

Gastón se había hecho con un balón reglamentario ocultándolo tras los carteles publicitarios, lo había mangado con todas las letras, pero ahora tenía que sacarlo del estadio sin llamar la atención, así que, ante la imposibilidad, se lo dio a ese fotógrafo de campo con el que se llevaba bien después de tantos partidos en los que coincidían tras las porterías. Le había escuchado discutir por teléfono con su mujer acerca de un regalo que les faltaba por comprar para su hijo esa misma tarde, así que le dijo: “disimula, guárdatelo en la mochila y llévatelo para tu chaval”.

Ma gustaría contar que Brahim se marchó con las botas de Karpin o de Nihat, que se desprendieron de ellas por la frustración de la derrota, y que se las regaló a su hermano pequeño en la mañana de Reyes del día siguiente. Pero nada de esto ni de lo anterior ocurrió. Martín, Gastón y Brahim no fueron los Reyes Magos que corresponderían a un cuento de Navidad tradicional.

Martín se llevó la camiseta de Zizou a casa, menudo era él para estas cosas, y Gastón se las ingenió para llevarse el balón del estadio. En cuanto a Brahim… Muchas cosas habían cambiado desde el inicio del partido un mes atrás. El Madrid había cesado al entrenador y Vanderlei Luxemburgo finalizó un partido que había arrancado con García Remón en el banquillo. No solo había cambiado el equipo. Brahim tenía una novia en diciembre y en enero tenía otra, esa joven del abrigo rojo que aparece dando saltos tras la portería. Aquella joven era yo, y esa noche mágica de Reyes nos fundimos “las pelillas” del partido en una borrachera de época.

Rafael Gómez de Parada
AFKAB. Artist Formerly Known As Barney. Dice que corre maratones, juega al fútbol y al baloncesto, pero todo con nivel medio, como en el inglés. Nivel alto solo para escribir y portanalizar en La Galerna. Autor de "Volver al asfalto".

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Se pasó ocho años @antoniohualde despotricando de Bale porque no hablaba español. Ahora le parece que Bellingham en cambio bien... aunque tampoco habla español.

Sin embargo, creo que le entiendo, aunque no comparta su texto.

Estamos ante un escenario -en fútbol y baloncesto- que puede hacer de 2024 el mejor año deportivo de nuestras vidas.
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