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Percances navideños

Percances navideños

Escrito por: Joan Llorens23 diciembre, 2021
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro II Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

Iba yo corriendo —padeciendo cierta angustia—  a trote cochinero por las inmediaciones de Collserola, el pulmón verde que oxigena la Ciudad Condal y otros municipios adyacentes, portando con orgullo y satisfacción la camiseta oficial de Casemiro e  imaginando ser corredor auténtico de  maratón; que no de esos que simulan serlo con toda la parafernalia al uso, cinta de pelo —aun sufriendo una severa alopecia—, gafas de runner, botellín de agua en mano y que van mirando continuamente el crono para tirarse el moco. En esas estaba, intentando combatir el cansancio, cuando cambié de estrategia y comencé a planear la Navidad que se nos echaba, una vez más, encima. Ya había intentado engañar a mi mente, sin esfuerzo —pero todo tiene un límite—, concentrándome en culos ajenos; porque lo cierto es que tal era mi “velocidad” que me pasaba todo quisqui. Ese interés en la anatomía de otras personas me hizo reflexionar fugazmente en si estaba enamorado de Montse o solo me gustaba de aquella manera. De ahí pasé a lo que se cernía en breve, que no era otra cosa que los fastos navideños condensados en un viaje a Andorra.  Un madridista iba a tener que convivir unos cuantos días con la familia de su pareja. Que Montse fuera del Barça me daba morbo y me excitaba pensar en la inquietud provocada al “sogre” culer que al final se había enterado de mi madridismo a ultranza.  Aunque como madridista catalán hubiera desarrollado ciertas habilidades para lidiar ante ciertas situaciones, me sobrevenía un contexto complejo y delicado. Jornadas navideñas conviviendo con familia culer. Peligro, peligro, mucho peligro…

Una vez acabada la hora de rigor correteando, desintoxicándome física y psíquicamente, me preparé para recibir a Montse en el aeropuerto a su regreso de una visita misteriosa a Sevilla.  Mientras la esperaba, asistí a un par de situaciones atractivas de observar y muy difíciles de olvidar. Ambas ocurridas en el interior de las instalaciones. Cercano a una cola de facturación escuché a un caballero decir “Yo, ante los aviones, siento una sensación similar como ante las señoras; impotencia“. Y otra situación interesante se produjo minutos más tarde mientras esperaba el vuelo con retraso. Dos tipos que deduje que estaban alterados por algunas circunstancias, interrelacionaron al grito de uno de ellos: “Largo de aquí, hijo de puta”, todo ello pronunciado con acento portugués o gallego. Poco espíritu navideño destilaba aquel intercambio de pareceres.

Llegado finalmente el momento de reencontrarme con la para mí —indudablemente y hasta ese instante— bella Montse, también me hallé con una sorpresa imprevista: Enriqueta. El primer atisbo de inquietud apareció al momento de la presentación. Nunca antes había visto a su tía, ni tampoco a una persona de porte tan adusto. “Enriqueta, aquí mi cuchi-cuchi; cuchi-cuchi aquí mi tieta Enriqueta. Al loro que es merengue”, reportó Montse a la hermana de su madre. ¡Qué manera de pronunciar “mi tieta Enriqueta”! Ahí tuve una sensación extraña que fui incapaz de traducir como de mal presagio. Si añadimos la pelusilla, hasta entonces imperceptible para mis ojos, que brotaba entre las fosas nasales y el labio superior de mi novieta, es comprensible cierta incomodidad por mi parte.

Al día siguiente efectuamos el viaje Barcelona-Andorra donde nos esperaba el resto de la familia Ulises. Fue relativamente plácido y solo perturbado por los ronquidos de la tieta Enriqueta. Pero lo llevé bien al acordarme del lema culer y aplicarlo al contexto: ”més que un ronquido”. Ciertamente, los sonidos que emanaban de la zona faringonasal eran más propios de un cerdo salvaje adulto y herido que de un ser humano. Llegados a Canillo nos reunimos con los padres y con Albert, perico y vegano, el hermano de Montserrateta; a quien en la intimidad, sin la presencia de sus anticuados progenitores, yo le llamaba de tal guisa. Fue al poco de estar allí que se descubrió el pastel, los padres y la tieta eran testigos de Jehová. Hubo, visita del senyor Eliséu al Andbank aparte, sobre todo y especialmente, tiempo para compras. Nochebuena y Navidad, salvo por la nieve y algún ornamento en las calles, brillaban por su ausencia.  El caso es que ese par de días de estancia andorrana, siendo aburridos, podían considerarse como llevaderos. Lo mejor estaba por llegar.

Resulta que el bólido con el que habíamos efectuado el viaje de ida Enriqueta, Montse y yo sufrió una avería y quedose en el país vecino junto al candidato a suegro Eliséu, quien se ofreció a regresar al día siguiente con el auto ya reparado. A él le venía de perlas para acabar de ultimar unos ingresos en bancos andorranos… Así que prestos y raudos nos dispusimos a partir hacia la Ciudad Condal en el vehículo del padre de familia. Al volante se puso su delegada, que no delgada, hija. Y a su vera se dispuso su madre, Paquita. Detrás iba uno flanqueado por Enriqueta a un lado y el hermano Albert al otro. Sucedió lo inesperado. Había conseguido durante esos días mantener el tipo sin encabronar en demasía al senyor Eliséu. Salvo un par de comentarios que se me escaparon sobre la estatura de Messi, me referí a aquel como “lo nan hormonat”, y respecto a la alopecia de Guardiola agravada por el efecto Mou. Nada grave e irreversible. Así que, en ese sentido, hallábame tan sorprendido como satisfecho por mi buen comportamiento. Sin embargo, al poco de salir, empezó a correr en abundancia y por el interior del coche, el chocolate vegano (con lecitina de soja), las mandarinas y el queso de bola holandés. Todo ello maridado con cantidades generosas de refrigerio gasificado. A la hora y media de trayecto, calefacción a tope y ventanas herméticamente cerradas, los efluvios empezaron a hacerse insufribles. ¡Joooder con los testigos de Jehová y con los que no lo eran! Era evidente que no se trataba de una cuestión de creencias religiosas o ideología. No, tenía que ver con la combustión e incompatibilidades de alimentos. Menudas “manchegas” soltaba la tieta Enriqueta, el perico vegano que en aquellos momentos ya no me pareció tan simpático e, ineluctablemente, Paquita en la parte delantera. El efecto aromatizante del “Poison” que había regalado a Montserrateta había sido fulminantemente anulado y ahogado.  Yo, ya de por sí caluroso, me encontraba fatal con ese microclima fruto de esa especie de efecto invernadero allí generado. Tenía la sensación de emboscada.

No sé ni como, ni exactamente cuándo. Todo fue visto y no visto. De repente se produjo un estruendo que provenía de un cuerpo; concretamente del cuerpo de Montse. Se acabó lo que se daba. Fue el detonante para romper una relación en la que chirriaba algún engranaje. Ya aquel bigotillo que había detectado en el aeropuerto era una señal que me había marcado…Entonces me encontré en el margen de la carretera haciendo dedo, ya con una sudadera blanca y su escudo correspondiente. Preparado para lo que viniera. Libre y con el vivo deseo de celebrar las Navidades como… ¿Dios manda?

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360 grados de campeón (It wasn't a fucking goal).

Recomendamos la lectura del fucking #Portanálisis de hoy y os deseamos que paséis un fucking great day.

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