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Se ha ido Piqué

Se ha ido Piqué

Escrito por: Antonio Valderrama8 noviembre, 2022
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Se va Piqué de manera precipitada y todos nos quedamos un poco así. Se sospecha que se fuga huyendo de la nueva Ley del Deporte, que sus trapicheos como businessman han precipitado este adiós anticlimático. Hace tiempo que Piqué ya no era un jugador de fútbol, sino un mercader. Cuanto más evidente se hacía su decadencia física y técnica en los terrenos de juego, más hechuras tomaba de Tom Cruise en Jerry McGuire. Al final ha dado un portazo a principios de noviembre y a casi nadie le ha resultado extraño. No hay peor derrumbe que el que no causa ningún ruido.

Hace tiempo que Piqué ya no era un jugador de fútbol, sino un mercader. Cuanto más evidente se hacía su decadencia física y técnica en los terrenos de juego, más hechuras tomaba de Tom Cruise en Jerry McGuire

Piqué pertenecía a ese linaje nuevo de barcelonistas que prefiguraban, o eso creímos, un adversario nuevo. Creció a los pechos de Guardiola, cuyas ubres estaban colmadas de rencor. Piqué fue de los que creció soñando con volcar la faz del mundo, como los godos de Ataúlfo, de los que soñaban con borrar el imperio del Madrid para levantar en su lugar el suyo propio. Nadie nunca estuvo tan cerca de lograrlo como ellos, por eso su despedida resulta tan fría ahora, tan vulgar, tan alejada de aquellos días furiosos en los que la tierra temblaba.

Piqué y Guardiola

Piqué fue un rival formidable porque fue un futbolista formidable. Era un tipo de barcelonista ex novo. Juntaba en su ser la arrogancia congénita del pijo burgués catalán y la chulería desacomplejada, nueva en aquella orilla mediterránea, una percepción de sí mismo impropia del natural victimismo catalanista y por tanto, culé, que tenía más que ver, curiosamente, con lo castizo castellano, con la imagen cliché del madridista y madrileño echao palante. Piqué, al principio, parecía a salvo del estigma loser que perseguía al barcelonismo pre-Cruyff. Fue quizá el molde del nuevo producto estrella de la factoría norcoreana de La Masía, el reflejo humano y futbolístico del decorado cinematográfico en que Pujol y el PSOE y el año de nuestro señor de 1992 transformaron Cataluña. Un nuevo chico catalán, guapo, joven, que se fue de Erasmus a Inglaterra, que sabía idiomas, un nuevo tipo humano diseñado para destruir al Gran Postor, al rostro del Leviatán: al Real Madrid.

Sacaba la pelota jugada con exquisita elegancia, era sucio sin parecerlo, al contrario que Ramos, que lo parecía sin serlo. Esa presunción de inocencia, que tan generosamente reparte la prensa española con lo catalán y con lo vasco, tapaba excesos grotescos que en un madridista habrían supuesto la condena

Piqué era tan bueno como Xavi y tan camorrista como Stoichkov. Su talento tenía el don de ser transversal: igual que Iniesta, caía bien en toda España. Esto, más o menos, se debía a que Piqué era uno de esos ángeles redentores con los que sueña siempre el amargado, el infeliz y el paria de la Tierra. Su segundo apellido remitía directamente a la vieja aristocracia del barcelonismo nuñista, Bernabéu, pero el primero evocaba la pureza de sangre del país. Piqué era el upgrade definitivo del querubín diabólico que poblaría la república independiente de Cataluña y su desenvoltura, en aquel Barcelona ganador y apabullante de Guardiola, se correspondía con los ademanes del nuevo hombre catalán. Era “europeo” jugando y hablando. Sacaba la pelota jugada con exquisita elegancia, era sucio sin parecerlo, al contrario que Ramos, que lo parecía sin serlo. Esa presunción de inocencia, que tan generosamente reparte la prensa española, sobre todo la deportiva, con lo catalán y con lo vasco, tapaba excesos grotescos que en un madridista habrían supuesto la condena: escupitajos por la espalda, humillaciones públicas a compañeros (Arbeloa) y otras barrabasadas que ya anunciaban al niñato dentro de la superestrella.

Piqué escupitajo Espanyol

Con Ramos se estableció desde muy pronto una dualidad forzada porque Ramos es mejor en todos los órdenes y la prueba última (por si hiciera falta) es que siendo más viejo y estando más cascado se ha ido del Madrid a un aspirante a la corona europea y ahora mismo es titular. Pero Ramos era un purasangre sevillano capitán del Madrid en carne y en alma que representaba una verdad antigua y poderosa absolutamente opuesta, antitética, a la impostura de la que Piqué era estandarte. Una impostura triunfante en una España deplorable donde la fantasía soez ya se enseñoreaba sobre la verdad.

Detrás del gesto desafiante y de la apariencia de enfant terrible lo único que había era un adolescente caprichoso

Pero Piqué, que lo tenía todo para suceder y prolongar ese maquiavelismo guardiolista, carecía, como Iniesta y como Xavi, como Messi y como Busquets, de esa inteligencia superior y de ese talento para la alevosía que siempre adornaron al Pep. A todos les ha faltado altura. Xavi es demasiado tonto, Iniesta es una criatura sensible que habita dentro de sí mismo, Busquets sólo quiere, genuinamente, jugar al fútbol (probablemente sea el más listo de todos ellos) y Messi es un niño que ha vivido toda su vida sentado encima de una cabeza nuclear. Cuando arreció la tormenta y llovió sobre el escenario se descubrió que el palacio estaba hecho de cartón y que al otro lado de la bruma asomaba el monstruo blanco de siempre reforzado por una década de tragar sangre, sudor y lágrimas.

Piqué

De modo gradual y en paralelo al eclipse de la estrella del Barcelona de Messi Piqué empezó a postularse como una figura que trascendía el césped, como una especie de presidente en potencia. Porfiaba en el tercer tiempo mediático pero ni era Guardiola ni tampoco Mourinho. Incapaz de asumir la jefatura dentro del vestuario en el tardomessismo, con la espantada del dios el apagón fue general y se reveló que Piqué alumbraba tanto como una farola estropeada. El problema, para él, es que su carácter resulta tan fatuo y vacío como casi todo lo demás en aquella región otrora llena de energía y potencia creativa. Piqué fue durante años un jerarca en el verde. Su botín de títulos habla por sí solo, pero no ha sido suficiente. A la descomposición financiera y social del Barcelona asistió como de lejos, sin implicarse emocionalmente y, como se sospecha, incluso sacando tajada del desbarajuste y el caos general.

Levantó la manita una vez, hace ya más de diez años, y al final aquella foto fue una profecía: cinco lobitos, cinco Copas de Europa que ha visto levantar al Madrid

Que de uno de los referentes de la edad de oro de la Historia del Barcelona y del fútbol español, al final, lo más obvio que se pueda decir es que le aplica aquello de Dalí, avida dollars, causa incluso tristeza. Detrás del gesto desafiante y de la apariencia de enfant terrible lo único que había era un adolescente caprichoso. Su vis folclórica se queda en pataleta de tonadillera menor: divorcios televisados, declaraciones inanes acerca de la independencia, el Procés, Madrid o las elecciones de turno para ir de moderno y conversaciones de wasap aireadas en público donde emerge el fenicio más auténtico, el chalán que tira de contactos por un millón más en la cuenta, al más viejo estilo español, caciquista, de casino, puro y tratos en la trastienda del boticario. Ésta es una época dura para la grandeza, pero desde luego Cataluña parece la tierra más yerma de todas en ese y en muchos otros aspectos. Levantó la manita una vez, hace ya más de diez años, y al final aquella foto fue una profecía: cinco lobitos, cinco Copas de Europa que ha visto levantar al Madrid al final de una carrera a la que, da la sensación, llegó demasiado pronto, que es justo lo contrario de lo que pasa con los verdaderos titanes, cuyo esplendor se alarga como un crepúsculo del verano: con rayos de luz que atraviesan las entrañas de la noche.

 

Getty Images.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio
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