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Epifanía en París

Epifanía en París

Escrito por: Antonio Valderrama21 octubre, 2015
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Escribía yo el otro día, precisamente aquí, en La Galerna, sobre la Recopa. Al terminar el artículo y entregarlo a nuestros bienamados editores, caí en la cuenta de lo que había olvidado: nada menos que uno de mis primeros recuerdos futbolísticos, ¡Un partido del Madrid en la Recopa! Contra el Paris Saint-Germain, justamente. Que mi madridismo ya venía predestinado al melodrama y el aspaviento, al sufrimiento gesticulante, en una palabra, a la tragedia, lo infiero de aquel hecho. Yo me hice madridista viendo al Madrid perder contra el PSG, lo cual no deja de tener cierta gracia. Décadas después, el Madrid vuelve al Parque de los Príncipes, y aquel recuerdo me va a servir para algo más que sacarlo en las conversaciones de Nochebuena.

En justicia, de lo primero que tengo memoria en la vida es de otro partido contra el PSG, anterior a ese de la Recopa. Fue en la temporada 92-93 y no fue en la Recopa, sino en la vieja Copa de la UEFA. Tengo grabado aquello, como una epifanía dramática. Si Atenea nació arrancada de la cabeza de Zeus, a mí me cortaron del gran demiurgo madridista como una loncha de jamón serrano. Sucedió en París, aunque yo estaba en la salita de mi casa, donde teníamos el televisor. No había cumplido cuatro años todavía, pero ese día terminó mi infancia, el estado amniótico de feliz inconsciencia que precede a la vida del hombre. Juro por mi honor, que no recuerdo nada anterior. Debía estar acostumbrado ya a ver al Madrid, porque de alguna manera yo identificaba a los que iban de azul, en la tele, como a los míos, puesto que el PSG lucía de blanco y yo sabía muy bien que los de blanco, aquel día, eran los malos. Los demonios.

Mi madre siempre dice que me había dejado frente al televisor, en el sofá, mientras hacía la cena, la merienda, o vete tú a saber qué ocupación la entretendría mientras su vástago sufría la más atroz mutilación de la zona límbica de su tierno cerebelo de infante madridista. Yo no sabía qué se jugaba el Madrid, ni en donde, ni contra quién. Con mis tres años largos rellenos -en aquella época yo era una lozana criatura bien criada, rubio y con los mofletes colorados, regordete- todo lo más que alcanzaba a comprender es que unos negros que vestían de blanco corrían mucho más que los que siempre iban de blanco pero aquella tarde, de azul; que los negros marcaban muchos goles, y que un blanquito alto y con melena torturaba a Paco Buyo -el nombre del portero me sonaba, por habérselo escuchado admirativamente a mi padre cada vez que me sentaba en su rodilla a ver el Madrid- con chuts potentísimos y regates inverosímiles.

También recuerdo el griterío. De la tele salía como un rugido del inframundo que a mí me embargaba de miedo. De terror. Empecé a llorar. Los de blanco fueron metiendo goles, y a cada gol yo aumentaba la potencia de mis berridos. Mi madre volvía a cada poco, temiendo alguna maldad. Y me preguntaba: ¿qué te pasa? Y yo señalaba la tele y seguía llorando, como en una pesadilla. Cuando fuerzo la memoria y visualizo aquellas imágenes, me veo a mí mismo como en una nebulosa: la habitación sin luz, la tele bramando la desgracia del Madrid, el Parque de los Príncipes mugiendo ensordecedor, como debe mugir el infierno, y los jugadores de azul pululando por la pradera parisina como si fueran muertos vivientes.

Yo tenía miedo. Gritaba y no comprendía nada del espectáculo que se desarrollaba en el televisor. ¿Por qué perdían los míos? ¿Acaso hay justicia en el mundo? ¿No todo es suave y de terciopelo? Ese día descubría la maldad y que el Madrid puede perder. O que el Madrid, ¡peor aún!, también es perder. Ese día quedé marcado como un toro de Jandilla por la divisa blanca.

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Aquel era el PSG de David Ginola y de Weah. El Madrid estaba en plena transición: de los despojos de la Quinta del Buitre, a la simiente del gran equipo que dominaría Europa al final de la década. Pero entre medias, aquel 92-93, habitaban Chamartín toda una hueste de gigantes y cabezudos del balón. Nando, Prosinecki, Luis Enrique, Alfonso, Milla, Lasa, Hierro, Sanchís, Ricardo Rocha, etc. ¡Hasta Isma Urzáiz! Aquel Madrid, no obstante, ganó la Copa al final del año, después de perder su segunda Liga en Tenerife, trauma irreversible que marcó a la generación inmediatamente anterior a la mía. Como Dios aprieta pero no ahoga, a mí me ahorraron las catarsis del 5-0 en Milán y los dos naufragios canarios, pero el alumbramiento en París con el PSG fue un parto con fórceps. El Madrid, en cuartos de final de la UEFA, llegaba con un sabroso botín de 3-1 a París, pero allí fue devastado por la fuerza de un equipo que acabaría, a pesar de todo, palmando la semifinal del torneo contra la Juventus de Turín. Ese 4-1 demoníaco que enterró al Madrid en el faubourg de París, fue, aunque yo no lo supiera en mi dulce niñez carente de dolores, el precedente del desastre en Mónaco de 2004: partido que, esta vez sí, me cogió bien crecido y no hube de llorarlo sino por dentro, como dicen los libros antiguos que han de llevar los hombres las procesiones.

De la eliminatoria, ya sí, en la Recopa de Europa, de la temporada 93-94, no recuerdo nada. Esa temporada la terminó Del Bosque, relevo de Benito Floro, después de aquella cosa de Lérida, el “con el pito nos los follamos, que somos el Madrid, hijos”. La égida del realizador del Plus se cobraba entonces su primera factura, el diezmo narrativo del imperio audiovisual prisaico. El Madrid perdió 0-1 en Chamartín y empató a 1 en París. Sucedió también en cuartos de final. El PSG volvería a quedar fuera de la final, esta vez eliminado por el Arsenal. Hoy el Madrid vuelve al Parque de los Príncipes. La última visita del Madrid a la capital de Francia fue en el año 2000. El Madrid sólo va a París para dos cosas: ganar Copas de Europa o recibir tundas del PSG. Quizá esta vez se halle el término medio, la pequeña burguesía de la holgada victoria a domicilio ante el rival más fuerte de la fase de grupos de cada temporada.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

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Se pasó ocho años @antoniohualde despotricando de Bale porque no hablaba español. Ahora le parece que Bellingham en cambio bien... aunque tampoco habla español.

Sin embargo, creo que le entiendo, aunque no comparta su texto.

Estamos ante un escenario -en fútbol y baloncesto- que puede hacer de 2024 el mejor año deportivo de nuestras vidas.
Concentración, humildad y ¡a por ello!
¡VAMOS REAL!

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