Dorados melones

Escrito por: José María Faerna11 enero, 2017

Andaba yo los últimos años algo preocupado porque los madridistas hablaban mucho de los árbitros. No me malinterpreten, no es que me parezca que un madridista no deba por aquello del señorío y tal, que un madridista tiene sus cosas pero si le pinchas sangra y si le robas se mosquea. Lo que pasa es que hablar de los árbitros, aunque sea con razón, suele suceder a las derrotas y normalmente no es un caso de falacia post hoc ergo propter hoc. Veía con aprensión la posibilidad de que el madridismo estuviera incubando un íncubo victimista. Victimismo, madridismo, ¡oxímoron!, ¡apocalipsis! Entiéndanme, ya les tengo dicho que soy del Madrid para ser feliz, así que nunca he sabido bien quién sea Obrevo e ignoro por completo quién pueda ser un Cristóbal Soria al que se mienta por aquí como a la bicha. Creo que el primero es un árbitro, aunque en mis tiempos para eso hacían falta dos apellidos, y el segundo tiene nombre como de protomártir de Falange, Cristóbal Soria, ¡presente! (no me saquen de dudas, se vive mejor con ciertas incertidumbres).

Y en eso llegó Zidane, porque lo que no puede ser no puede ser, y el agua volvió al río, el Madrid a ganar la Copa de Europa, la Liga a vestir de blanco y el Barça a quejarse de los árbitros. Es con el arrullo cálido de un mundo por fin en orden, limpio y recién duchado cuando resulta adecuado proclamar algunas cosas, por ejemplo, mi olímpico desinterés por balones de oro y demás rebabas de la competición verdadera, tan molestas como un villancico en bucle en un centro comercial un tres de enero. Hay luisenriques que hacen estos desmarques con mucha displicencia cuando no les va bien en la feria, y compis en comandita que se escaquean del convite en un ataque de fair play y de valors marca de la casa cuando parece que la medalla se la van a dar a un rival; pero yo escribo esto cuando a Cristiano le acaban de dar el The Best de la FIFA en estrambote de su cuarto Balón de Oro, así que nadie pensará que el fallo no me gusta.

A mí con estos premios me pasa como con el Nobel, me alegro de que se lo den a escritores que me gustan porque me caen bien, pero eso no les hace mejores que los que no lo tienen si no lo eran ya. A favor del Nobel hay que decir que a veces te descubre a escritores que no conocías. Yo no había leído a Elias Canetti hasta que le dieron el premio, por ejemplo, y nunca se lo agradeceré lo suficiente a la Academia Sueca. Del Balón de Oro y alrededores ni siquiera se puede decir eso. Por lo demás, ya sabemos que Borges se murió sin él y Nabokov también, por señalar solo a dos que tuvieron larga vida y dejaron muchas ocasiones de equivocarse a los sabios de Estocolmo.

Yo creo que nadie inteligente se toma los premios demasiado en serio. Las lagunas generalizadas prueban que no son un buen medio de establecer jerarquías bien fundadas. En el Balón de Oro no solo faltan todos los grandes  jugadores americanos desde Maradona (incluido) hacia atrás porque hasta este siglo fue estatutariamente un premio europeo (por cierto, se dice a menudo que Luis Suárez es el único galardonado español, pero a Di Stéfano le dieron dos porque era ciudadano español y jugaba en un club europeo, de otro modo no habría sido normativamente posible).

Nunca lo obtuvieron tampoco Puskas, Kocsis, Kubala, Bernd Schuster, Michael Laudrup, Franco Baresi, Paolo Maldini ni Andrea Pirlo, y en cambio cuentan con él futbolistas como Pavel Nedvĕd, Jean Pierre Papin, Michael Owen o Allan Simonsen, que malos no eran pero han dejado huella más bien leve. En realidad, el Balón de Oro no premia una trayectoria ni, en teoría, pretende establecer quién es el mejor. Si nos lo tomáramos de manera un poco más adulta y aceptáramos que se trata de distinguir a un jugador que ha rematado una temporada particularmente destacada todo sería más sencillo y las piezas que más nos chirrían ahora encajarían mejor, pero seguiría siendo difícil explicar las ausencias.

Sin embargo, mis mayores objeciones al Balón de Oro no son estas, más o menos extensibles a cualquier otro galardón semejante en otras actividades. Creo que hay en él algo específico, constitutivamente contradictorio con la naturaleza misma del fútbol. Deriva de la relevancia chocante de un premio individual en un deporte radicalmente colectivo, pero la trasciende. El baloncesto o el balonmano también son deportes de equipo, pero en ellos encajaría mucho mejor una distinción individual porque el reparto de papeles en el grupo es muy parejo: salvo el portero en balonmano, todos atacan y todos defienden; todos tienen la opción de anotar y todos los puestos tienen bazas de lucimiento muy vistosas. La nómina de un hipotético Balón de Oro de basket estaría poblada de manera muy equilibrada por pívots avasalladores, aleros de tiro largo y preciso y bases con cerebro de ajedrecista loco. En el fútbol, en cambio, la especialización tiene víctimas y el Balón de Oro se alimenta casi solo de atacantes y algún que otro arquitecto de juego, pero de medio campo para atrás ni siquiera cabe el gran Baresi, el mejor defensa que hayan visto los tiempos, aunque sí un mucho menos trascendente Cannavaro.

Esa injusticia repele a las entrañas de un juego cuyo canon moral se atiene escrupulosamente a la ética solidaria de las clases trabajadoras entre las que vio la luz, por más que sus protagonistas sean hoy millonarios mareantes. Paradójicamente, el mercado lo ha asumido con cierta naturalidad y ya no es raro que haya defensas en el primer rango salarial de los equipos grandes. En todo caso, para el juego mismo, esa idea de férrea dependencia mutua, ese poner la propia suerte en manos del compañero como piden los códigos del western, es irrenunciable. Por eso los trofeos que de verdad importan los ganan todos, y no es más campeón de Europa Cristiano Ronaldo que el último de los suplentes.

Llevamos unos pocos años en que esto empieza a tomar ribetes ridículos pero también, de nuevo, paradójicos. En realidad, la pugna superimpostada de Cristiano y Messi no es más que una reducción un tanto pueril de la rivalidad planetaria del Madrid y el Barça. No añade nada, y lo que nada aporta sobra.

Así que, por mi parte, mis felicitaciones a Cristiano, a quien tanto echaremos de menos el día que no esté. Y el melón dorado que se lo den a Piqué, cráneo privilegiado que sabe de qué va esto.

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

4 comentarios en: Dorados melones

  1. No entiendo muy bien esa falta de respeto a "los caídos de la Falange".Fueron personas , generalmente muy jóvenes que murieron por una idea. Creo que es una salida de tono sin sentido.

  2. Lo de Cristobal Soria como protomartir de Falange es un hallazgo. Es una imagen de las que queda marcada, para portada de "Flechas y Pelayos"

Responder a Zarraga Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

homelistpencilcommentstwitterangle-right linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram