Las mejores firmas madridistas del planeta

Salvo por algunos periodos que me harían rascarme una sien, puedo adscribir cada periodo histórico del Real Madrid en una de esas dos categorías. Según en qué momento del tiempo caigas, hay un Madrid de siembra o un Madrid de cosecha. Lo único que dificulta el análisis es que el Madrid es muy suyo y de pronto cosecha mucho más rápido de lo esperado, produciendo confusión al estudioso. Pero una cosecha inusualmente rápida no invalida necesariamente el que nos encontremos ante un Madrid de siembra.

El primer Madrid de Capello es la quintaesencia del Madrid de siembra. Por definición, entendiéndose que la cosecha es la Champions, no podía recolectar, dado que ni siquiera disputaba la competición ese año (hablamos de un Madrid que no había conquistado plaza para optar a ningún título europeo en la catastrófica temporada previa).

Lorenzo Sanz otorga a Capello los mejores aperos para recoger fruto rápido: Roberto Carlos, Seedorf, Mijatovic, Suker, Illgner… Sucede que Capello no puede cosechar al año siguiente, como le habría correspondido. Dimite por discrepancias con Sanz, o por ganas de volver al Milan, según a quién preguntes. Llega Heynckes, y lo que sucede después es el paradigma del tránsito siembra-cosecha. Rara vez, tal vez nunca, el entrenador que se ocupa en una de las dos cosas se beneficia de la otra. Uno (denodado, visceral, intervencionista, táctico) hincha el globo, y es el siguiente (tranquilo, conciliador, gran exfutbolista) el que lo hace explotar arrimando un alfiler.

Todo hace indicar que, con esa generación de jugadores, y a pesar de que Heynckes es despedido por falta de autoridad con ellos, el club blanco cosechará durante mucho tiempo, pero el fruto recogido les había llenado la barriga de manera tan refundadora (es la Séptima, 32 años después) que hubo que sustituirlos por una admirable clase media (Salgado, Helguera, McManaman, Morientes) y ponerlos a las órdenes de Del Bosque.

El salmantino es casi la excepción a la regla, porque tiene la oportunidad de gozar el fruto de su propio trabajo. Siembra tan atinadamente (sí, los míticos tres centrales) que cosecha rápido. Es casi el único cosechador de lo plantado por él mismo. (Insistimos en que en este texto, de manera quizá demasiado rigurosa, solo llamamos cosecha a la recogida de mieles europeas). Logra la Octava y después, ya con Florentino y varios galácticos (Figo, Zidane), la Novena también. El año siguiente de Del Bosque es año de solo liga, pues se cae en semifinales de Champions ante la Juve. Solo en un club de la exigencia del Real Madrid se puede interpretar un año así como una señal de alarma respecto a la necesidad de empezar a sembrar de nuevo. El técnico elegido para la tarea es, sorprendentemente, el segundo en el United de Ferguson, quien llevaba siglos sembrando y cosechando en Manchester con una discontinuidad impensable en Madrid, y gozando de un prestigio que con esos resultados habría sido inconcebible en la capital de España. Queiroz fracasa sembrando, pese a contar con los mejores jornaleros del orbe, y el resto es (deprimente) historia del tardoflorentinismo de la primera etapa. El propio presidente, cansado de dar palos de ciego con la azada, y tal vez afectado también por sus propios avatares vitales, lo deja.

Según en qué momento del tiempo caigas, hay un Madrid de siembra o un Madrid de cosecha. Lo único que dificulta el análisis es que el Madrid es muy suyo y de pronto cosecha mucho más rápido de lo esperado, produciendo confusión al estudioso. Pero una cosecha inusualmente rápida no invalida necesariamente el que nos encontremos ante un Madrid de siembra

Cuando llega al cargo, Ramón Calderón acude a los servicios del sembrador por excelencia, aquel con el cual empezábamos esta historia. Capello vuelve a ganar la liga (la del Clavo Ardiendo), pero es cesado cuando habría podido optar a cosechar al año siguiente. Calderón le priva de ello porque el equipo no juega bonito, en un eco mendocista con Radomir y Beenhakker. La torpeza es antológica a todos los niveles, pero sobre todo desde el prisma que nos ocupa: se carga al mejor sembrador del mundo, que además ya había cosechado en el Milan, para sustituirlo por alguien que no tenía experiencia ni en sembrar ni en cosechar. Schuster gana la liga, pero esta vez no era una liga de siembra. Es, de hecho, una liga de la que nadie se acuerda pese a que sería la última en unos cuantos años.

Florentino vuelve, y trae de la mano un arsenal inimitable: Cristiano, Benzema, Xabi Alonso y otras piezas valiosas. Toca sembrar. Pellegrini es otro que tampoco encaja en ninguno de los dos perfiles, y fracasa en ambas faenas agrícolas. Pero estaba en su camino y en el de la entidad que así fueran las cosas, porque sin su insuficiente papel no habríamos visto llegar al puesto, su figura desfilando pesadamente entre los cultivos como en una especie de western agropecuario, al cultivador más importante en la historia del Real Madrid.

La de Mou, por supuesto, es la madre de todas las siembras. Gana una Copa que supone el primer punto de inflexión, se hace al año siguiente con la deslumbrante liga de los récords y, si bien harta hasta a sí mismo en una tercera temporada de barbecho, al recortarse contra las cordilleras su silueta en el vano de la puerta ya ha sentado las bases de un futuro refulgente.

El simple hecho de que, en esta óptica histórica, a Ancelotti le corresponda el papel de cosechador deja claro que no utilizo el término con el menor matiz despectivo. Ser primordialmente un cosechador no te hace ajeno a méritos, y son numerosos los del transalpino. No es imposible arruinar la herencia del sembrador que te precedió (que le pregunten a Schuster), y hace falta arte para sublimarla para que tu contribución asiente una alquimia ganadora.

La de Mouinho, por supuesto, es la madre de todas las siembras

Hay incontables aciertos estrictamente carlettianos en el logro de la Décima, pero el espíritu, la determinación, la exigencia que por otra parte son consustanciales a la entidad, ya impregnan las paredes de ese vestuario el día en que Carlo atraviesa por primera vez su umbral, de igual forma que Heynckes, dieciséis años atrás, disfruta, desde el primer día de su ejercicio, un legado capellista anímico y táctico que se revelará esencial en la consecución de la Séptima. Para ayudarle a cosechar sobre la base de lo plantado por José se otorga a Ancelotti, por otra parte, un regalo de cuya relevancia en esta historia habrá que hablar otro día: Gareth Bale. Sin esa pieza extra que se le da a Carlo, quizá la herencia de Mou se habría revelado insuficiente. Pero esa es otra historia que nos desvía del tema.

Tras el doblete Copa-Champions de la 13/14, Ancelotti firma a continuación una campaña sin ningún título relevante, lo que lo deja en la cuneta. Al parecer, toca volver a sembrar. Florentino confía en Benítez, quien demuestra que es posible empeñarse más de la cuenta en labrar o remover la tierra. No hacía falta obcecarse tanto con sembrar, Rafa, ni tan profundo. Los surcos son demasiado hondos, y se interpretan como plagas de las plántulas bendiciones como el exterior de Modric.

En enero ya desembarca Zidane, de quien cabría preguntarse de quién fue la siembra que va a cosechar. No parece que sea de Benítez, desde luego. Respecto al éxito que logrará Zizou solo caben dos hipótesis: la primera es que se trata de un sembrador-cosechador, al estilo del Bosque. La segunda es que capitaliza lo sembrado por Ancelotti, teoría que encajaría bien con su papel como segundo técnico de Carlo el año de la Décima. No perdamos de vista que dar verosimilitud a esta última hipótesis nos obliga a cambiar radicalmente nuestra visión de la primera etapa del italiano: si Zizou cosechó a partir del trabajo de Carlo, será porque este último, amén de cosechar a su vez lo germinado en la era Mou, sembró también para el Divino Calvo. ¿Será posible que Carletto sea el único gran cosechador que a su vez haya sembrado también para el siguiente? Nos encontraríamos ante una dualidad no solo infrecuente en la historia blanca, sino directamente única.

A partir de ahí, Zizou se harta de sembrar y cosechar para sí mismo. Los más cínicos aducirán que, con la inmensa calidad de las plantillas que le tocan en suerte, poca siembra se precisa, pero no es posible cosechar tan gloriosamente durante tanto tiempo sin una labor de siembra propia. Nadie vive tanto tiempo, ni de manera tan excelsa, de las rentas de quien vino antes, ni hay legado del anterior cuyo efecto se extienda tanto en el tiempo. Lo que sucede es que Lopetegui no era el mejor cosechador de la obra zidanesca, o acaso sea solo que el club desconfió enseguida de lo que había fichado, contribuyendo a la profecía autocumplida del fracaso. La marcha de Cristiano, por supuesto, no ayuda. Cuando vuelan francés y portugués, ya hay tres Copas de Europa más engalanando la sala de trofeos.

Solari es el sembrador exprés. En el escasísimo tiempo que tiene, manda a la báscula a ciertos pesos pesados (nunca mejor dicho) de la plantilla, y cuando rehúsan atender ese requerimiento los manda a su casa. También da a Vinícius el permiso para comerse el mundo del que legendariamente habló Valdano: ¿cabe más transcendente labranza que forjar semejante huracán?

¿Será posible que Carletto sea el único gran cosechador que a su vez haya sembrado también para el siguiente?

Los malos resultados, concentrados en una semana de debacle, abortan lo que podría haber sido un periodo de prolongada siembra. Enseñanza: los periodos de siembra tranquila, en el Madrid, duran diez minutos y medio, y no se compulsan como tales si no traen al menos el alivio menor del título de liga. Vuelve Zidane, y resulta complicado adscribir esta segunda etapa a ninguno de los dos epígrafes anteriores. Desde luego, no se recoge fruto alguno (insistimos: fruto europeo), aunque no cabe minusvalorar lo positivo del logro de la “liga del COVID”, como la llamó Sergio Ramos.

Y de la segunda etapa de Zizou pasamos a la segunda de Carlo, tan exitosa que solo cabe interpretarla como etapa de cosecha, y cosecha inopinada hasta para las más optimistas almas blancas. Advertíamos al comienzo que estas paradojas suceden en el Madrid: una época destinada a ser eminentemente de siembra arroja de pronto la inesperada sorpresa de una cosecha suculenta. Se gana la Catorce, la Champions de nuestras vidas, y dos años después la Quince, que es la Champions de nuestras vicevidas, una sucursal tardía con elementos comunes a la matriz. Con Ceferin al mando y los petroclubes campando por sus respetos, esas dos Champions, sencillamente, no tocaban. Son un maná milagroso que nos sobrevino cuando estábamos arando.

Héroes de la 15: Carlo Ancelotti

El lector que haya tenido la paciencia de seguirme hasta aquí ya lo habrá adivinado: históricamente hablando, a Xabi le toca un papel de siembra. Ahora viene el hallazgo más propio de Pero Grullo de todo el artículo: lo que define si estás en periodo de siembra o, por el contrario, en periodo de cosecha, es la nómina de jugadores con los que cuentas. Se han despedido hace muy poco o relativamente poco Kroos, Modric, Cristiano, Benzema, Ramos, Marcelo, Bale, Casemiro, Varane, Pepe y otros jerarcas. Lo que venga después de eso ha de ser a la fuerza una temporada de siembra, por buenos que sean los herederos de todos esos nombres, que lo son. Lo son pero tienen que adquirir la magnitud de jerarcas, y para eso hay que sembrar.

históricamente hablando, a Xabi le toca un papel de siembra

¿Cuánta torpeza y/o ruindad hay en el demandar a un Madrid de siembra los resultados de un Madrid de cosecha? Respóndase el lector de manera autónoma. Otra cosa es que esta bendita locura en que consiste el madridismo permita albergar la esperanza de un nuevo prodigio de Champions cuando estamos con la azada. Pero la esperanza no se debe confundir con la exigencia, cuánto menos con el histerismo.

Si uno mira a la historia, que pretenciosamente hemos resumido aquí en pocos párrafos, lo que le toca a Xabi es hacer crecer al equipo. ganar una o dos ligas por el camino, llevar al equipo a semifinales de Champions varias veces y esperar a estar ya fuera para ver cómo llega otro, arrima el alfiler y hace explotar el globo que el tolosarra habrá inflado a pleno pulmón durante años. ¿Quién será el afortunado? Un Zidane cualquiera, quizá el propio Zidane. Si esto del globo pasa con el amor, ¿cómo no va a suceder con la Champions?

Por supuesto, espero que la historia vuelva a tropezar magníficamente y que Xabi gane la Dieciséis en mayo de 2026. ¿Lo deseo? Claro. ¿Lo veo factible, a despecho de complicado? Sí. ¿Se lo exijo?

La respuesta a esa última pregunta se desprende con facilidad del resto del texto. Y ahora me despido, que, como a Xabi y a cualquier otro madridista de corazón, me espera el rastrillo.

 

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Buenos días. El equipo de la RFEF, ese organismo tan limpio como una cloaca, dirigido habitualmente por personas procesadas, del cual depende el CTA, que también está ahora controlado por Tebas y ha tenido vicepresidentes tan ilustres como Gaspart ganó ayer a Georgia por 0-4 y se clasificó para un Mundial de fútbol. El Mundial es una competición deportiva que últimamente también ha sido salpicada por la corrupción, por sospechas de amaño y por la muerte, recordemos que en la construcción de las infraestructuras del Mundial que compró Catar fallecieron miles de personas en condiciones de semiesclavitud.

Esto de que los de Lluís de la Font vayan al Mundial les pone a muchos. Felicidades para ellos. Las portadas así lo reflejan. Destacamos primero las editadas en Cataluña. Ya sabéis que la selección española es el segundo equipo de los culés. Muchos de ellos odian todo lo que huela a España y sin embargo adoran a la Roja, como dicen ellos.

Perdonadnos, realmente la selección aún no se ha clasificado de manera matemática, pues si perdiese por siete goles contra Turquía terminarían en la repesca. Pero se trata de algo totalmente improbable para este equipazo.

Nos gustó especialmente la indumentaria, principalmente amarilla, con motivos rojos y unos parches en los costados, que se extendían hasta el paragolpes trasero, como de papel Albal que recordaban al traje de Astraco. Creemos que es un acierto este diseño, muy del gusto de una sociedad actual que tiene por ídolos a personas como Lamine Yamal, a quien ayer no pudieron loar por hacer algún regate porque no fue con su amadísima España, esa de la cual se burlaba con la camiseta de Marruecos.

En las portadas regadas por los mismos pero editadas en Madrid, también muestran su euforia con el equipo de la Federación que cambió su código ético para prescribir el delito cometido por el Barça por pagar millones de euros a Negreira, vicepresidente de los árbitros.

Dedican un pequeño espacio, eso sí, al acontecimiento que a nosotros sí nos pone: el partido de la NFL en un Bernabéu que luce así:

Será hoy a las 15:30 y lo emitirán en DAZN y en Cuatro. Los contendientes: Miami Dolphins y Washington Commanders.

Se trata de un acontecimiento histórico, el primer partido de la mayor liga del mundo que se celebra en España. Los norteamericanos están fascinados con el Bernabéu, y no es el primer estadio fuera de EEUU donde juegan.

Hacemos un inciso para recordar que estos encuentros fuera de su país son consensuados por todos los miembros de la NFL de manera transparente, no se imponen, y además van rotando las franquicias que juegan fuera.

Volvemos al tema del estadio blanco. Voces autorizadas en el tema que han visitado numerosos estadios de la NFL escriben declaraciones como: «El mejor estadio internacional de la historia hará que parezca el partido internacional más grande de todos los tiempos» o «Es, sin duda, el mejor estadio internacional que ha tenido la NFL».

Probably the first time I’ll ever watch an NFL game just to see the spectacle of the stadium.

Best international venue ever is going to make it feel like the biggest international game ever.

— Dylan Dittrich (@DylanDittrich) November 15, 2025

Estas verdades no las leeréis por aquí ni las escucharéis a los expertos del tema, algunos de los cuales afirman que el templo blanco es un estadio del montón. Seguro que llevan razón y saben más que Roger Goodell, comisionado de la NFL, nada un mindundi, que se ha atrevido a declarar: «Nos enorgullece asociarnos con el Real Madrid C.F., una marca global, junto con la Ciudad de Madrid y la Comunidad de Madrid, para traer un espectacular partido de temporada regular a España en el estadio de clase mundial Santiago Bernabéu». Qué sabrá él.

Otra persona que según ciertos expertos tampoco tiene mérito alguno en nada, Florentino Pérez, afirmó que «Será un gran acontecimiento en la historia del deporte porque llegará a Madrid una de las competiciones más prestigiosas del mundo».

Porque ¿qué ha hecho Florentino por el Madrid? ¿Modernizarlo, volverlo a colocar en la cima, ganar más trofeos que nadie, convertir el Santiago Bernabéu en una máquina de generar ingresos? Nada, tonterías sin importancia. Seguro que cualquiera desde su casa sentado en una silla lo habría hecho mejor.

Vamos a poner algún ejemplo más para ver desde qué ángulo se ve este acontecimiento fuera la maravillosa España que disfrutamos ahora:

«Es una instalación increíble, un estadio increíble… Creo que es una gran combinación, con el Real Madrid y la NFL, dos marcas que se conocen en todo el mundo».

«El estadio Santiago Bernabéu del Real Madrid ha sido galardonado con el título de Mejor Estadio del Mundo 2024… El premio reconoce las características innovadoras… y su ‘visión ambiciosa de redefinir no solo el paisaje de los recintos deportivos sino también el tejido cultural y económico de Madrid».

«El primer partido de temporada regular de la NFL en España se jugará en el icónico Santiago Bernabéu, la casa del Real Madrid».

«Que una franquicia histórica como los Dolphins juegue en un recinto tan extraordinario y tradicional como el estadio Santiago Bernabéu demuestra el atractivo global de la NFL».

«Si quieres hacer popular la NFL en España, no hay mejor socio que el Real Madrid».

Cada cual que elija a quién creer, a tipos como el comisionado de la NFL o a expertos que lo saben todo desde su casa.

Pasad un buen día.

El FC Barcelona derrotó (4-0) al Real Madrid femenino en el partido de la jornada 11 de Liga F disputado en Montjuic. A pesar de mantenerse cierta igualdad en el despliegue visto sobre el césped durante buena parte del choque, los goles tempraneros de Ewa Pajor (2) y los tardíos de Sydney Schertenleib y Aitana Bonmatí volvieron a dejar en el marcador un resultado doloroso para las blancas.

 

En el fútbol, como en cualquier deporte profesional, el marcador manda. Y el resultado del enésimo encuentro entre el FC Barcelona y el Real Madrid femenino volvió a ser inapelable. Cuatro a cero. En una crónica clásica nos limitaríamos a describir con monotonía lo sucedido sobre el césped entre pase y pase, pero en La Galerna nos podemos permitir ir más allá. En el fondo quizás sea lo único verdaderamente interesante para un lector, ya que al fin y al cabo una nueva victoria del equipo más potente del mundo no es noticia. El jugo, en todo caso, radica lejos de los tres puntos en juego de una Liga F con ganador predefinido ya en verano.

La sustancia está en ciertos detalles: el relato culé se esfuerza en insistir en que los duelos ante el Madrid son uno más, pues para algo la superioridad de su equipo femenino las sitúa por encima del bien y del mal. Sin embargo, estos partidos se juegan en Montjuic y no en su ciudad deportiva, en los días previos se activa la maquinaria azulgrana de comunicación para conceder entrevistas como si de una semifinal de Champions se tratara… y las propias futbolistas que acumulan varios campeonatos europeos admiten la importancia de conseguir la revancha tras la derrota en el mismo escenario de la temporada pasada en la que el Real venció por tres a uno. Por mucho que se disimule, enfrente está el Real.

Y este Real, todavía inferior para desesperación del aficionado madridista, es ya la principal pieza de caza para las jugadoras del Barça. Basta con leer las declaraciones previas o, más aún, escudriñar los gestos sobre el césped, para comprobar la motivación del rival: las azulgrana salieron a arrasar, claro, pero ya con el partido controlado tras el doblete inicial de Ewa Pajor pudo verse la importancia de la victoria para el equipo que ha convertido en irrelevante las victorias en liga. Se aprecia en las dos tarjetas amarillas mostradas a Alexia Putellas y a Claudia Pina por afanarse en frenar con agarrones contraataques rápidos, en el corrillo guardiolesco con el que ralentizar el lanzamiento de penalti concedido a Caroline Weir para alterar su tranquilidad, o en la entrada al campo de una renqueante Aitana Bonmatí que cualquier entrenador reservaría de cara a la próxima jornada de Champions.

A pesar de mantenerse cierta igualdad en el despliegue visto sobre el césped durante buena parte del choque, los goles tempraneros de Ewa Pajor y los tardíos de Sydney Schertenleib y Aitana Bonmatí volvieron a dejar en el marcador un resultado doloroso para las blancas

Por descontado, podrá afirmarse que la mayor muestra de respeto del Barça hacia el Madrid es precisamente esa: salir a arrasar a un rival no tan intrascendente como su afición se esfuerza en creer. La pelota está en el tejado del club de la capital y es él el llamado a alcanzar el listón de excelencia marcado por las catalanas. Hasta entonces, al Real el motor le da para forzar al Barcelona a jugar al límite. Así se vio durante la primera media hora, disputada a tumba abierta. Disparó al palo Alexia Putellas y a continuación Caroline Weir anotó en fuera de juego en la otra portería. Un instante después, fue Naomie del lado blanco quien chutó palo y Ewa Pajor la que vio anulado su gol también por posición antirreglamentaria.

En el juego sobre el alambre, eso sí, la contundencia marca la diferencia, y si meses atrás fue el Madrid quien se llevó la victoria, en esta ocasión el olfato goleador de Pajor distanció al Barça de forma definitiva. Primero en el 15, adelantándose a Maëlle Lakrar en el primer palo para conectar un centro de Claudia Pina, y luego en el 30, para hacer lo propio ganándole esta vez a María Méndez en un remate con el torso. La delantera polaca, quizás la mejor del mundo, no engaña a nadie. El verano pasado salió del Wolfsburgo y sabíamos que se hincharía a goles allá donde fuese: el Madrid podría haber cumplido el sueño de una adolescente que escribía «Hala Madrid» en redes sociales, para de paso dar el salto que le falta a la plantilla, pero en cambio fue un Barcelona ya armado hasta los dientes quien aceptó pagar su ficha de estrella. Los números no engañan. Y las consecuencias de esos números son palpables.

Las de Pau Quesada tuvieron en su mano recortar distancias, pues Linda Caicedo tuvo en sus botas un mano a mano claro que paró Cata Coll y Caroline Weir vio como Irene Paredes despejaba su vaselina cuando ya había superado a la portera culé. Lo rescatable del lado madridista, además de la sensación de aceptar sin miedo el tú a tú ante un equipo avasallador, estuvo en la conexión desenfadada entre Caicedo y Lotte Keukelaar. A la joven holandesa le dio igual el escenario y el rival: en cada acción con balón intentó avanzar, encarar o filtrar balones con veneno. El éxito del ataque madridista, eso sí, no fue más allá de convertir a la portera Cata en la mejor jugadora del partido por parte del Barça, y con su atajada al penalti de Carolina Weir en el 80 quedó claro para quién sería la victoria.

El Madrid, en parte con perfecta lógica racionalista, empezó a pensar en el viaje a Londres donde espera el campeón de la Champions. Mientras tanto, el equipo más fuerte del mundo siguió empujando en busca de los titulares grandilocuentes, hecho que consiguió gracias a los goles en el descuento de Sydney Schertenleib y Aitana Bonmatí. ¿Qué importa más? ¿La solidez del proceso constructivo o la imagen que se proyecta? Madrid y Barça entiende hoy el mundo desde concepciones antagónicas… y en el fútbol femenino también puede apreciarse con claridad.

 

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A pesar de los problemas que venimos arrastrando con el juego y con el ruido periférico, los fines de semana sin ver un partido del Real Madrid se hacen largos. El sucedáneo de fútbol que supone ver los partidos de la selección contrasta mucho con lo que fue. Y no, no es una reacción anafiláctica al porcentaje de jugadores de ese club del que usted me habla. Lo es por el hecho de que el Barcelona maneja la selección y las instituciones del fútbol español con la misma naturalidad que los insondables plazos de las obras del Camp Nou.

En algún momento la selección consiguió engancharnos, aún con más jugadores (y mejores) de ese club, mientras éramos todavía ignorantes del doping arbitral que les inflaba las velas con el viento de la corrupción soplando siempre en la dirección de los millones de Negreira.

El Negreirato: lo indebatible y lo debatible

El 26 de junio de 2008 nos medimos a Rusia en semifinales del europeo. Una selección temible, con Arshavin en su mejor año. Meses antes, imprudente de mí, le había regalado a mi mejor amiga dos entradas para un concierto de Juanes en Madrid. También él tuvo uno de sus mejores años, de gira con sus populares y pegadizos hits. Mientras iba acercándose la fecha empecé a temer lo peor. Y lo peor sucedió. En el mismo sitio, a la misma hora, como dice la canción (esta vez de Chiquetete, no de Juanes), tuve que elegir entre comportarme como un caballero o como un miserable. No tuve que pensar mucho, los madridistas de verdad siempre sabemos qué hacer en los momentos difíciles.

Desde ese día tengo afecto por el colombiano. Se presentó puntual sobre el escenario del entonces Palacio de los Deportes, vistiendo una camiseta de la selección española. Se quedó de pie, enfrente de más de 10.000 personas, con todo el recinto iluminado para poder vernos, y simplemente preguntó a la audiencia si queríamos ver el partido en los videomarcadores. Primero a las mujeres. Después a los hombres. Así se hace fácil lo difícil. El pueblo dictaminó y después del tercer gol de España, marcado por David Silva 100 minutos después, dio comienzo un espectáculo musical memorable.

Pero hoy no estoy aquí para hablar de música. Hoy les voy a hablar de goles cinematográficos, para matar el rato hasta el próximo partido del Real Madrid. He elegido tres, que tienen nombre propio y que deberían estar en las vitrinas del museo del fútbol y tal vez en el del cine. Son goles que he visto sin filtros, sin VAR y sin Mediapro, con la única ayuda tecnológica de mis gafas de miopía. Podría haber elegido el de Ramos en Lisboa, el de Zidane en Glasgow, pero no pude estar allí: soy un madridista de infantería al que la fortuna (y Florentino, para que no digan que no le critico) no le ha concedido el privilegio de acceder a un carnet de socio durante veinticinco años de tentativas infructuosas. Espero que mi suerte cambie algún día.

El gol de "The Matrix"

Tenía que ser Cristiano Ronaldo; es decir: Neo (el elegido) quien liberase al mundo, por momentos, de un sistema corrupto diseñado para convertir el fútbol español en una ficción. Tenía que ser él quien luchara contra el omnipresente agente Smith, encarnado en múltiples personalidades llamadas De Burgos Bengoetxea, Hernández Hernández, los Munuera, Sánchez Martínez. Neo tuvo noches prodigiosas sobre el césped del Bernabéu. Hablemos de uno de los mejores partidos disputados por el Real Madrid en este siglo.

Semifinales de Champions. 2 de mayo de 2017. 3-0. Hat trick de Ronaldo. Enfrente, “el equipo del pueblo” dirigido por el entrenador con el trabajo más fácil y mejor retribuido del planeta. El Madrid fue un rodillo. Tras un gol en remate académico de cabeza en el minuto 10, el campo se inclinó hacia el área colchonera. Oblak sufrió un bombardeo constante por tierra, mar y aire y evitó una goleada. Cuando la grada comenzaba a impacientarse esperando un segundo gol, volvió a aparecer Neo, leyendo el código de la Matrix en slow motion.

Benzema recibió de Marcelo en la frontal, atrajo a tres defensas y puso la pelota sobre la línea para Neo, con la oposición de Luis Filipe, que fue al suelo para interceptarla. El balón salió rebotado en una extraña parábola, sobre la cabeza del siete, en un ángulo impredecible. Neo tuvo que adivinar el bote de un objeto esférico en alta rotación que iba a caer a su espalda y acomodar el cuerpo en lo que luego supimos que se llamaba "bullet time", como cuando tuvo que esquivar a quemarropa las balas del agente Smith en aquella azotea.

Al ver que el delantero tenía el control del tiempo y del espacio y cómo preparaba la diestra para el golpeo, ya supimos cuál sería el desenlace. Oblak, adelantado, intuyó la trayectoria de la pelota y estiró el brazo con velocidad arácnida. No fue suficiente. Gol.

El gol de "Singin' in the Rain"

Benzema Atlético gol

Ni llovía, ni Benzema llevaba sombrero, ni gabardina, ni paraguas como Gene Kelly, pero sí nos cayeron chuzos de punta en la primera media hora del encuentro. El Atlético nos arrolló en el arranque del partido de vuelta. Lo vimos crudo con un 2-0 en el minuto 15.

Los que vaticinan una temporada catastrófica tras el partido en fase de grupos de Liverpool, o hace unos días en Vallecas, deberían tatuarse en la frente el 10 de mayo de 2017. Lo sabe toda Europa, lo sabe Tuchel, lo sabe Pep, lo sabe Klopp, lo supo Allegri semanas más tarde en Cardiff, pero lo ignoran los amnésicos militantes del vinagrismo: un Real Madrid indolente sigue siendo temible cuando llega la hora de la verdad.

Benzema inauguró las obras de demolición del Calderón con un baile inexplicable, previo al disparo de Toni Kroos que rechazó Oblak como pudo, y que Isco depositó en la red, culminando administrativamente la jugada en la que ya habíamos visto todo lo que había que ver:

Benzema recibe de Marcelo a la altura del área rival, en el carril del 11. El francés controla de espaldas a la portería. Le mide Savic por detrás con el brazo. Llega Godín a la ayuda tapando la salida por la izquierda. Dos contra uno. Pero Karim se gira hacia la derecha inesperadamente y se va sobre la línea de fondo. Giménez se incorpora a la presión sobre el espacio. Tres centrales para un único atacante. Mal pronóstico.

La pelota gira sobre la línea de fondo y Karim encuentra un hueco para su cuerpo fuera del campo. Sólo bailando se podía salir de ahí. Benzema hace rodar el balón sobre la línea escondiéndolo de los defensas con los dos pies y regresa al terreno de juego. Le persigue Giménez, Godín y Savic se saben muertos viendo el 9 en la camiseta negra de Karim a una distancia astronómica. Koke le aguarda en el lateral del área pequeña, pero Karim ya ha puesto el pase atrás, con la cabeza en alto. Kroos llega al área para ver el gol que los dioses del fútbol están por otorgarle y configura el cuerpo para el golpeo con el putt. Isco espera dentro del área pequeña delante del portero, por si acaso...

El gol del "Doctor Strange en el Multiverso de la locura"

Wolfsburgo Cristiano

No se me ocurren más que papeles protagonistas para Cristiano Ronaldo. De superhéroe. No me negarán que tiene mejor planta para un traje de Superman o de Batman que alguno de los actores que los interpretaron en el cine.

Me quedo con el Doctor Strange porque, a diferencia de los demás, no tiene que derrotar sólo a un villano por película y no es responsable sólo de Gotham o de Metrópolis. Es responsable del equilibrio del Multiverso. El bien absoluto contra el mal ilimitado; además, la profesión terrenal del arrogante (ejem...) Stephen Strange, es la de neurocirujano. Todo encaja. Y si no me creen, sólo recuerden la trayectoria del balón en la falta directa lanzada por el crack, que supuso el 3-0 y el pase a semis contra el Wolfsburgo en los cuartos de final de la Champions de 2016. En la ida habíamos palmado 2-0 con justicia. El tercer gol nos acercó a la undécima bajo la dirección de Charles Xavier Zidane, el telépata calvo que nos condujo con su sonrisa de ganador a tres finales consecutivas con sus tres victorias inolvidables.

Ronaldo metió dos goles antes del minuto 20. El 1-0 tras uno de esos centros aventureros de Carvajal que atraviesan el área botando entre defensas buscando la llegada de un nueve.  El segundo fue un remate cruzado de cabeza de los que se enseñan en las escuelas de fútbol. Kroos dio un recital de centros esa noche, Ramos mandó dos de ellos al palo.

El gol definitivo desmoronó al rival. Modric estaba a punto de entrar en el área en un slalom prometedor cuando fue derribado. Minuto 76. Ronaldo ejecutó el libre directo. La pelota subió, pasó entre la barrera por un espacio improbable, bajó y botó un metro y medio delante del portero con un spin furioso. El bote la proyectó hacia la red, junto al palo, lejos del alcance del meta. Imparable, inverosímil, casi imposible. Otra noche mágica en el Bernabéu, donde siempre es Navidad cuando llega la primavera.

 

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Buenos días, amigos. Hoy la prensa deportiva nacional nos presenta en sus portadas un batiburrillo de asuntos que nos provoca un interés rayano en la displicencia. Son portadas que nos comunican, como decía aquel, una emoción perfectamente descriptible. Estas sensaciones aciagas son consecuencia del parón de selecciones en que nuevamente nos hallamos sumidos. Nuestro amigo Jesús Alcaide los ha rebautizado como “bajón de selecciones”, y se ha quedado corto.

Este parón está resultando especialmente desagradable. Son paréntesis que los medios suelen aprovechar para tratar de dinamitar el Real Madrid, con el erróneo seguimiento en algunos casos de las redes sociales madridistas, que se prestan ingenuamente al vano y cansino intento de demolición. En este parón, está siendo al revés: son los propios madridistas de las redes, a veces parapetados tras nicks misteriosos, los que nos están instando a la duda entre cortarnos las venas y dejárnoslas largas, como decía ese mismo aquel, u otro.

En Sport, por ejemplo, aparece David Broncano retozando por el césped, en ademán juguetón, con quien parece ser un sobrino de este portanalista que responde al nombre de Iñaki (el sobrino, no el portanalista). Broncano ríe en el refocile y eleva el brazo como punteando una fanfarria de la banda que ameniza sus programas, mientras en segundo plano un sujeto no identificado se echa las manos a la zona genital. La escena es perturbadora.

“Primer match ball”, reza el titular. El match entre Broncano y el sobrino Iñaki parece en efecto todo un éxito, mientras el ball lo pone por partida doble el de atrás.

En espacios inferiores, Sport nos comunica que Harry Kane podría fichar por el club cliente de Negreira. The trouble with Harry, como nos diría Alfred Hitchcock, es que es demasiado buen jugador y una persona demasiado honesta como para enrolarse en semejantes filas. Sí, sí, ya sabemos de lo del libre albedrío y tal. Pero en este caso el contraste entre el hombre y la institución es tan fuerte que habría que hacer todo lo posible para hacer que no prevalezca. Si hay que detener a Harry y encerrarlo temporalmente en una mazmorra llena de comodidades, se hace y punto. Sería por su bien, y en el entendido de que solo una enajenación mental transitoria podría mover a un tipo tan ejemplar a querer formar parte de entidad tan desacreditada.

Parafraseando la película “Amanece que no es poco”, podríamos aseverar que en este portal es verdadera devoción lo que tenemos por Harry Kane. Queremos tanto a Harry, que diría Cortázar, y nos dolería de tal manera verlo en nómina de tan pestilente empresa que amenazaríamos con meternos a monjas de clausura para ahorramos el disgusto de verlo de azulgrana (por cierto, la mejor forma de sobrellevar este parón es ir al cine a ver la extraordinaria película “Los domingos”, que lidia con ese tipo de temática -lo de la clausura, no lo de Harry Kane-).

Ay. Mundo Deportivo insiste, pero al menos abre el abanico de posibles fichajes negreiros para diluir nuestro sinvivir. Con tal de que no fichen a Harry, lo que sea. Es una cuestión moral. Lo de Julián Álvarez lo vemos fácil: un trueque a pelo con Lewandowski, o con David Broncano, o con Joan Gaspart, o con quien sea. Aunque haya cambiado de manos accionariales, seguro que en el Atleti ven con buenos ojos un traspaso de su mejor jugador al único equipo que puede hacer daño al Madrid, incluso aunque el traspaso sea muy perjudicial para sus intereses.

Pero ¿qué decimos? ¿Acaso algo que potencialmente perjudique al Madrid puede ser filosóficamente perjudicial también para el Atleti?

El resto de jugadores (Osimhen y Guirassy) que aparecen en la primera plana de Mundo Deportivo son más neutros, por así decirlo. Dice el titular que “un 9 top es viable”. Todo el mundo sabe que el Barça no tiene dinero, pero todo el mundo sabe también que, de manera abracadabrante, el titular tiene razón. Cualquiera de esos nueves es viable para ellos. Incluso todos ellos juntos, a cholón. Preguntarse de dónde saca el dinero el club cliente de Negreira es como preguntarse por qué potan los niños. El Gran Wyoming ya ensayó una respuesta tiempo atrás, pero el tema sigue abierto a especulaciones.

El parón es así, no lo he inventado yo. Puedes topar sin comerlo ni beberlo, sin previo aviso, con esta cara de Luis de la Fuente, y encima tienes que asumir con naturalidad que As la defina como “cara de Mundial”. Luis de la Fuente es un señor que solo se hace visible durante los aciagos parones (o bajones), y puede, ahora que lo pensamos, que no nos cayera tan mal si no lo asociáramos inevitablemente con esos momentos tan anticlimáticos. Es un poco como otro calvo (con todo el respeto): el del anuncio de la Lotería de la Navidad. Quizá no tendríamos nada contra él si no apareciera de manera tan puntual y tan plasta en un momento muy concreto (y, no nos engañemos, un poco plasta también) del año.

La portada de Marca la ha elaborado alguna IA en momento de escasa inspiración. ¿Inspiración? ¿La IA? ¿Visitan las musas al algoritmo? De ser así, esta mañana han pasado de la IA marquista, como de Serrat en su maravillosa canción “No hago otra cosa que pensar en ti”.

Nosotros no hacemos otra cosa que pensar en el Real Madrid, que está allí, a la vuelta de la esquina. Los malajes podrán continuar con la vana tentativa de reducirlo a escombros, pero pasado el parón, para compensar su matraca, podremos al menos verlo jugar al mismo tiempo.

Pasad un buen día.

Buenos días, nunca bien ponderados galernautas. Viernes de bajón de selecciones. Da lo mismo que se trate de encuentros clasificatorios para un Mundial que de partidos relevantes de un torneo recién inventado para que FIFA, UEFA o quien toque siga tirando con pólvora del Rey y haciendo dinero con recursos ajenos. Verdaderas gemas futbolísticas como un Armenia–Hungría o un Azerbaiyán–Islandia compensan, sin duda alguna, cualquier desvelo de los clubes propietarios de los derechos federativos de los jugadores y de cualquier aficionado de corazón puro.

Comencemos a desgranar portadas, que a eso hemos venido. Marca nos muestra a Huijsen cuán largo es, aproximadamente como la esperanza de un pobre. Según el titular, sostiene que a Vinicius se le critica demasiado. Fuentes cuasi fidedignas nos dicen que la frase está cortada, pues nuestro Dino espetaba a su marcaico interlocutor: “vosotros los primeros, mangurrianes”. Intentaremos confirmar este extremo a lo largo de la jornada de hoy.

El diario As, en tiempos dirigido por Relaño, nos muestra a Unai Simón glosando la figura de Courtois. El fenomenal portero aprovecha, además, para recordar la diferencia exacta en número Copas de Europa entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona.

Precisamente en el ámbito de acción de la prensa cataculé, la comidilla es la presunta construcción de una estatua en honor de Leo Messi, que representará al fantástico jugador argentino en alguna de sus poses más características. Desde La Galerna nos permitimos sugerir la arcada recurrente o los paseos sin rumbo por Anfield o el Olímpico de Roma.

Sport dedica su portada a tan magno evento escultórico. A este respecto ha llegado a nuestras orejas un rumor —antesala de la noticia— según el cual la empresa encargada de levantar la referida estatua será Limak Constructions, por lo que no podemos sino manifestar nuestra impaciencia ante su futura inauguración por parte de Thiago Messi dos semanas después de su jubilación. Parece que la junta directiva culé sufrió un cisma sobre si la efigie que debía ser inmortalizada debía ser la de Messi o la de Enríquez Negreira, cuyos méritos en pos de la gloria barcelonista son perfectamente comparables.

En Mundo Deportivo, diario del Conde de Godó, Grande de España, se nos muestra a Olmo exhibiendo dotes telequinéticas mientras mantiene un balón entre sus manos sin tocarlo. Ese y no otro debe de ser el secreto para que los árbitros no señalen penaltis en contra del club catalán. Lo paranormal siempre ha gozado de buena salud en Barcelona.

Pasad un excelente día, erigid una estatua a quien consideréis oportuno —ya sea en posición ecuestre, sedente, yacente o de arenga, con o sin contraposto—, pero que la terminen a tiempo, por favor.

Y sí, son diez de diferencia.

Ayer por la tarde, en la capital de España, se produjo un suceso estupefaciente. Un hombre llamado Luis Rubiales lanzó huevos contra otro hombre llamado asimismo Luis Rubiales, y todo ello en el contexto de una charla o conferencia.

El Luis Rubiales agredido se hallaba en lo alto de un escenario o tarima, en compañía de otro sujeto, cabe colegir que un maestro de ceremonias o introductor del ponente, mientras que el Luis Rubiales agresor perpetró su atentado desde el patio de butacas. El Luis Rubiales agresor fue detenido por la policía, lo que le salvó de convertirse por el mismo precio en Luis Rubiales a su vez agredido, ya que la víctima había descendido ya, como un resorte, a la altura de su homónimo con el objetivo de responder traduciendo huevos por obleas, tarea en que ni la más avanzada IA que pueda concebirse tiene las de ganar.

Los especialistas freudianos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado elaboraron enseguida una explicación psicoanalítica del suceso. Un hombre con serios problemas de autoestima habría encontrado una alternativa a la autolesión en el acto de agredir a otro llamado como él, y si le lanzó huevos y no cualquier otra cosa fue por una manifestación subliminal de ciertas dudas sobre la propia virilidad.

En otras palabras, Luis Rubiales habría lanzado huevos a Luis Rubiales como forma de autoexigirse un nivel de testosterona apto para una coyunda que últimamente se le resistiría, acaso por un problema de insuficiencia eréctil. En la mente febril de Luis Rubiales Agresor, por tanto, y siempre según estos componentes de la Policía Freudiana, un ficticio agente externo (en realidad el mismo sujeto) reclamaría al propio Luis Rubiales Agresor, vía lanzamiento de huevos a Luis Rubiales Agredido, la solidez eréctil que se le resiste. “El subconsciente es asín”, concluye nuestra fuente en la Policía Freudiana.

Sin embargo, no tardó en entrar en juego una variable que cambió el rumbo de la investigación en la frenética tarde de ayer. Llegó al conocimiento de los agentes implicados que el acto donde tuvo lugar el incidente no era en realidad una simple conferencia, sino la presentación de un libro, escrito por Luis Rubiales Agredido. El caso pasó inmediatamente a manos de la Policía de Propiedad Intelectual, donde se comenzó a manejar la hipótesis de una venganza como respuesta a una usurpación de copyright o similar.

La mayor parte de delitos de plagio literario que se conocen atañen al contenido de los libros. En este caso, sin embargo, y de manera harto fascinante, el fraude no se referiría al contenido del libro, sino a su autor. Queremos que se nos entienda: Luis Rubiales Agredido se habría apropiado fraudulentamente no del texto, sino del nombre del autor, a la sazón Luis Rubiales Agresor, a la hora de firmar la obra. De ahí el desquite del agraviado a través del lanzamiento de huevos.

En medio de todo esto, una nueva revelación sacudió de pronto los cimientos de este intrincado castillo de pesquisas. Sí, amigos, algunos tal vez ya lo sepáis. Agredido y agresor no solo compartían nombre, sino que eran además tío y sobrino.   “Ambos de Motril”, apostilló un joven oficial, con aires de gravedad.

Tío y sobrino. Motril. ¿Cómo encajar en el puzzle tan tremendos nuevos datos? De momento, el expediente cambió otra vez de manos en la sede de la Policía Nacional. Eran las 20:34, y el mismo bedel que los había trasladado del Departamento Freudiano al de Delitos contra la Propiedad Intelectual tomó el ascensor para llevar los papeles a la Unidad de Violencia Doméstica No de Género.

A altas horas de la madrugada, la policía seguía inmersa en la tarea de desentrañar todos los desconcertantes detalles. A las 2:17 AM, se conocieron extremos sorprendentes de la vida del agredido. Aparte de cosas como haber organizado fraudulentamente una competición de fútbol en un país del Golfo, o robar besos furtivos a la capitana de un equipo de balompié femenino, la víctima parecía compartir con el agresor cierta experiencia en el campo de los huevos, por cuanto en cierta ocasión se palpó los suyos propios en presencia de la Reina Letizia y de una de las infantas del Reino de España. Aun ignorándose aún la posible relevancia del dato, por precaución  se cambió de inmediato el nombre al expediente, que internamente pasó a denominarse “Luis Rubiales Lanzahuevos vs. Luis Rubiales Tocahuevos”. Solo el segundo apellido parecía marcar diferencias entre los protagonistas de la historia.

Estaban a punto de dar las cinco de la mañana en todos los relojes del Ministerio del Interior cuando se hizo del dominio de la policía el dato más perturbador e inquietante. La enésima revisión del video del incidente había confirmado la sospecha más lúgubre. El individuo de color que salta del público para intervenir en el lance, no se sabe bien en favor de cuál de los dos contendientes, era en efecto Bertrand Ndongo, popularmente conocido como “el negro de VOX”.

¿Qué hacía ahí Bertrand Ndongo? ¿Confirmaría también su presencia en la sala lo que tanto la Nacional como la Benemérita llevan tiempo barruntando, es decir, que es completamente gilipollas? Conociendo la adscripción socialista de Luis Rubiales Tocahuevos, acaso la aparición de Ndongo sugiera la forja de una maniobra política inopinada: un pacto de estado entre PSOE y VOX para borrar al PP del espectro de partidos nacionales al alcance del elector. Acaso el lanzamiento de huevos contra Rubiales Tocahuevos por parte de Rubiales Lanzahuevos no haya sido sino un ensayo de cara a un atentado similar contra la integridad física de Alberto Núñez Feijoo.

De momento, el bedel anda ya, expediente en mano, camino de la sede de la UCO.

Seguiremos informando.

 

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Corría el año 1981. Tras un año perdido estudiando Ciencias Económicas en la facultad de Somosaguas, y todavía sin tener claro mi camino hacia el mundo laboral, decidí hacer el servicio militar, obligatorio por entonces, y, de paso, tomarme unos meses de reflexión para emprender el enfoque de mis años venideros.

Pude elegir entre hacer mi "mili" o bien en España o bien en Francia, ya que ambos países me reclamaban para rendir servicios a la patria. Siendo práctico, preferí servir bajo la bandera tricolor, ya que podía ventilar esta tarea en 11 meses en lugar de los 14 que me exigían en España. Elegí pragmatismo por delante de patriotismo.

El 1 de agosto de 1981 mis padres me llevaron en coche hasta la ciudad mediterránea de Sète, al norte de Béziers y muy cercana a Montpellier, a unos 200 kilómetros de la frontera española de La Junquera. En el 81º regimiento de infantería, en el cuartel Vauban, iban a transcurrir mis siguientes once meses de vida.

Mi preocupación máxima no era estar a mil kilómetros de mi hogar madrileño, de mis padres, de mis hermanos y de mis amigos. Ya para entonces había pasado largas temporadas viviendo en París o en el sur de Francia, en el País Vasco francés.

No. Mi máxima angustia era el alejarme durante tantos meses de mi lugar favorito, el estadio Santiago Bernabéu, y del club de mis amores. Repito que era el año 1981: para ponernos en contexto no había teléfonos móviles, ni tampoco televisión por cable, ni siquiera de pago, al menos en España, y, va de suyo, tampoco existía Internet. Claro que había radio y tenía un pequeño transistor, pero nunca hubo manera de sintonizar el Carrusel Deportivo de turno.

Ver por tanto los partidos era tarea imposible, jamás se retransmitía un partido de la liga española en las televisiones francesas. Quizás en las competiciones europeas, siempre y cuando el rival del Real Madrid fuese un equipo francés. Si se daba ese improbable caso, tenía además que coincidir que dicho día no hubiese que hacer guardias o instrucción fuera del cuartel.

Las soluciones para seguir las andanzas del equipo eran o bien llamar a casa por teléfono por medio de una conferencia internacional —cada llamada era carísima para un recluta que ganaba 200 francos al mes, al cambio unas 3200 pesetas—, o bien consultar L'Equipe de los lunes para poder apenas conocer el resultado de la jornada del domingo. Es decir, con mucha suerte, te podías enterar del resultado y de la clasificación ya el lunes por la tarde, si te dejaban salir del cuartel tras las tareas diarias y si encontrabas un ejemplar del cotidiano deportivo a esas horas —tampoco había un exceso de kioskos por la bella ciudad de Sète, cuna de poetas como Paul Valéry o como Georges Brassens—.

Porque lo de encontrar un periódico español, como mucho El País o el Marca, era tarea de Hércules. Alguna vez me hice con un ejemplar de dichos rotativos, ya manoseado, a mediados de la semana y a un precio tres o cuatro veces superior al de su precio en España.

De vez en cuando podía llamar a mi casa de Madrid a cobro revertido, y en muy breves minutos mi querido padre me narraba de forma casi telegráfica el partido anterior, con los goleadores blancos y una breve crónica.

Mi máxima angustia era el alejarme durante tantos meses de mi lugar favorito, el estadio Santiago Bernabéu, y del club de mis amores. Repito que era el año 1981: para ponernos en contexto no había teléfonos móviles, ni tampoco televisión por cable

Coincidió mi estancia como militar con la temporada 1981-1982, época post Pirri y Amancio, ya retirados. Un equipo liderado por Santillana y por Juanito, el cual unos pocos meses antes había caído en el Parque de los Príncipes ante el Liverpool, en la final de la Copa de Europa. Estaban los García, y bastantes jóvenes del glorioso Castilla de 1980, finalista de la Copa del Rey ante su equipo matriz. La quinta del Buitre se estaba gestando por entonces en las categorías inferiores del club.

Castilla final Copa del Rey

También estaba el correo postal, obviamente, y cada semana mi padre metía en aparatosos sobres los recortes más importantes y destacados del Marca y de La Hoja del Lunes, con las correspondientes crónicas, las alineaciones puntuadas entre el 0 y el 3 —la nota máxima—, y algunas fotografías con los lances de los goles o con las paradas espectaculares de Miguel Ángel o del joven Agustín.

El inconveniente es que dichos envíos llegaban a mi destino como mínimo con quince días de retraso, pero cada vez que el suboficial de turno me repartía el correo, ese era sin duda el mejor momento de toda la semana. En la intimidad podía revivir el pundonor de Camacho, las diabluras de Cunningham, la sociedad perfecta entre Juanito y Santillana, los primeros pasos de Ricardo Gallego o de García Hernández o el motor incansable de Uli Stielike, entrenados por Vujadin Boskov.

Aquella no fue una temporada sencilla, tras la decepción de la Copa de Europa. Era un equipo en transición y una temporada en la que ya faltaban valladares defensivos como Pirri. Fueron los últimos partidos de Goyo Benito, y hubo una plaga de lesiones, sobre todo en la delantera. El club sufría también en la parte económica, y la directiva de D. Luis de Carlos tenía que hacer malabarismos para ajustarse a un estricto y sobrio presupuesto, pese a los esfuerzos titánicos de directivos como el tesorero D. Luis Miguel Beneyto.

En los permisos que tenía, resultaba muy complicado, además de caro, ir a Madrid a pasar unos días. Apenas un par de veces en todo el año, teniendo que ir desde Sète a Barcelona en tren (casi cuatro horas) y luego desde El Prat hasta Barajas.

Más fácil era pasar de tanto en cuanto un fin de semana en Barcelona, ya que junto a mí había otros dos reclutas que, siendo también de nacionalidad francesa, residían en la Ciudad Condal y me invitaban a pasar algunos días en sus domicilios. Por supuesto que aprovechaba para asaltar los kioskos de las Ramblas y llevarme en la maleta los Marca, As, Mundo Deportivo y hasta el diario Dicen, desaparecido pocos años después.

También adquiría Don Balón, lo mismo que en Sète compraba semanalmente France Football. Recuerdo que en aquellos años no había tanta rivalidad como hoy en día entre Barça y Real Madrid,  y hasta se percibía bastante respeto por el club merengue: eran los años en los que el FC Barcelona salvaba su temporada venciendo al Madrid, como así fue poco antes de Navidad cuando los nuestros fueron derrotados por 3-1.

Paralelamente a la liga, el Madrid jugó aquella temporada la Copa de la UEFA, en la que fue pasando de rondas sin pena ni gloria y ante rivales de segundo nivel: el Tatabanya húngaro, el Carl Zeiss Jena de la RDA, el Rapid de Viena, con resultados cortos resueltos casi siempre en el Bernabéu. Uno de los pocos partidos que pude ver aquel año en Madrid precisamente fue el de la vuelta de los octavos de final ante los vieneses, en una fría noche de diciembre,  que terminó con un aburrido empate a cero que dio el pase a cuartos a los nuestros tras haber ganado en el Práter de Viena por 0-1, con gol del gran Carlos Santillana.

El gran rival en la liga fue la Real Sociedad de Ormaechea, que quería revalidar su título obtenido en 1981. Como así fue. La clave estuvo en el doble duelo ante los donostiarras, que dominaron 3-1 en el antiguo estadio de Atocha y que resistieron 1-1 en el Bernabéu, con una actuación prodigiosa de Arconada. De todo aquello yo, como siempre, me enteraba días o semanas después, lamentando no poder ayudar a los míos desde la grada de pie del fondo norte de Chamartín.

Sí que tuve la oportunidad de seguir más la liga francesa, muy menor en aquel tiempo, con una interesante batalla entre el Saint Étienne, el Sochaux (equipo de la Peugeot, hoy en día en divisiones inferiores) y el Mónaco, que se acabó imponiendo en las jornadas finales. La final de la copa de Francia la ganó el PSG, liderado por Rocheteau, tras imponerse por penaltis al Saint Etienne de Platini.

Ya se estaba configurando una gran selección gala que pocos meses después, en el Mundial 82 de Naranjito, maravilló a todos y fue claramente atracada en la semifinal de Sevilla ante los alemanes de Harald Schumacher.

La vida en el cuartel era monótona pero muy cómoda: tuve la suerte, por saber escribir a máquina, de pasar los últimos meses como secretario del coronel del regimiento, un trabajo más que plácido que me permitió devorar como nunca decenas de novelas clásicas, y que me permitía escribir cartas a mis queridos amigos de Madrid, a los que tanto echaba de menos: a Eduardo, a Antonio, a Carlos, a Pierre.

Anecdóticamente, el coronel y algunos otros oficiales me prolongaban a menudo mis permisos de fin de semana, pudiendo regresar los lunes a mediodía al cuartel en lugar de los domingos por la noche, y cada vez que viajaba a Barcelona me pedían que les trajese de España alguna botella de pastís Ricard, que costaba mucho más barato en España que en Francia. Todavía no sé, más de cuarenta años después, qué hubiese pasado si en la frontera de Le Perthus los de las aduanas me hubieran abierto el equipaje con tres o cuatro botellas de pastís (en 1982 aún no formaba parte España de la Comunidad Económica Europea). Yo creo que se me habría caído el pelo (ya bien rapado en el cuartel cada tres semanas) de forma definitiva.

Pese a que la trayectoria en la liga fue de muchos altibajos merengues, en la Copa del Rey el Real Madrid pisó firme desde los octavos de final. Fueron cayendo el Málaga, el Atlético de Madrid en cuartos y la Real Sociedad en semifinales, resuelta la eliminatoria por penaltis en el Bernabéu. El Madrid pudo curar en parte las heridas producidas quince días en la Copa de la UEFA, cuando fue vapuleado 5-0 por el Kaiserslautern tras haber ganado en la ida por 3-1. Quien les escribe tardó varios días en conocer dicha debacle, aunque algo sospechaba al no poder hablar durante bastante tiempo con mi padre. No había noticias, por lo tanto, debían de ser malas noticias. Aquellos años 80 fueron terribles cada vez que los nuestros pisaban territorio teutón, las goleadas en contra fueron hasta tristemente rutinarias.

Obviamente, no pude ver la final de la Copa del Rey de aquel año. Se jugó en 13 de abril, posiblemente para no coincidir con el inicio del Mundial que se iba a celebrar en España. Fue en el estadio de Zorrilla, en Valladolid, conocido por ser el de la pulmonía, pese a haber sido enteramente remozado para la cita mundialista. Un martes y trece, nada menos, día extrañísimo para una final de copa. Por mi padre supe que él, junto a varios de mis hermanos mayores, fueron en coche hasta la capital pucelana, con lo que al día siguiente  tiré de mis ahorrillos, y pude pagar una conferencia internacional de unos diez minutos —tuve que hacer trueque con mis paquetes de Gauloises y de Gitanes para conseguir liquidez— para que mi padre me contase con todo detalle la victoria 2-1 contra el Sporting de Gijón de Maceda, de Mesa, de Joaquín y de Enzo Ferrero. Nunca llegué a ver ese partido, aunque conozco los detalles, los goleadores (Jiménez, en propia puerta y Ángel de los Santos), en un partido gris y muy igualado, ya dirigido por don Luis Molowny, que había sustituido al cesado Vujadin Boskov poco después del estrépito de Kaiserslautern y tras una nueva derrota en el Estadio Insular ante Las Palmas.

Quien les escribe tardó varios días en conocer dicha debacle, aunque algo sospechaba al no poder hablar durante bastante tiempo con mi padre. No había noticias, por lo tanto, debían de ser malas noticias

Por mi parte, ya había ganas de regresar a Madrid, y eso que mi servicio militar había sido muy placentero; mi coronel acabó ascendiéndome a cabo primero y me dejaba libertad para salir todas las tardes, además de exonerarme de marchas y de acampadas nocturnas. Sé que estaba haciendo la “mili” porque vestía cada día de uniforme y porque cada quince días iba a practicar tiro con mi fusil de asalto Famas F1. Incluso tenía el privilegio de almorzar en el comedor de suboficiales, por autorización expresa del coronel del regimiento.

Ya a finales de abril se consumó lo que parecía claro desde el mes de febrero: el Real Madrid no iba a ganar la liga, que cayó por segundo año consecutivo en las manos del equipo donostiarra, ya saben, el de los Arconada, Zamora, Perico Alonso, Idígoras, Satrústegui y López Ufarte. Un tercer puesto, a 3 puntos del campeón, y por detrás del Barcelona. Y el consuelo de haber logrado el título de Copa.

Camacho y López Urfarte en Atocha. 1982

Quedaban aún dos meses para acabar mi estancia cuartelera y, por lo tanto, el estrés de saber cuál iba a ser cada semana el resultado del equipo, ya que la temporada futbolera había llegado a su final.

Además, ya era todo un veterano en el cuartel, tras 9 meses allí, y con un puesto de trabajo privilegiado. Así que las semanas siguientes pude aprovecharme del buen tiempo que hacía al borde del Mediterráneo e ir quitando hojas en el calendario para poder regresar a Madrid, así como a esperar ya el comienzo del Mundial de fútbol que se iba a disputar en España, a mediados del mes de junio. Y me decía a mí mismo: el 1 de julio ya estaré en Madrid, y ya empezarán los rumores y los fichajes para la temporada siguiente. El martirio de estar tan desconectado de mi club iba por fin a llegar a su final.

 

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Buenos días. Tomás Roncero se ha apuntado un tanto extraordinario entrevistando para As a Carlo Ancelotti. La entrevista habría sido bienvenida en cualquier otro momento, por cuanto Carlo es y será siempre venerado por el madridismo.

Sin embargo, en este preciso instante, cuando las polémicas artificialmente hinchadas amenazan con horadar el buen clima y la necesaria estabilidad en el Real Madrid, las declaraciones que Roncero ha logrado extraer de Carlo suponen un verdadero bálsamo. Hay que agradecérselo al nuevo As de José Félix Díaz y al propio Tomás porque, aparte de la idoneidad que siempre comporta entrevistar a una figura capital del fútbol mundial, lo publicación de lo dicho por Ancelotti es en última instancia un servicio al madridismo.

Sí, Ancelotti defiende a Xabi. Dice sobre él lo que refleja la portada (o sea, qué más le vamos a pedir a un técnico que tiene al equipo clasificado primero en liga y en el Top8 de Champions) y también, en otro momento de la entrevista, apuesta por el triunfo del tolosarra en el Real Madrid.

Este apoyo de Carlo a Xabi es el apoyo de tres personas en una.

Primero, Xabi está siendo apoyado por uno de los personajes más eminentes que quedan vivos en el mundo del balompié.

Segundo, es el respaldo del técnico más laureado (y, por tanto, el mejor) de cuantos han ocupado el banquillo del Real Madrid, que es el que Xabi ocupa ahora. Es la historia más reciente de gloria del club apostando por la gloria que el vasco puede traer si se tiene la necesaria paciencia.

Tercero, y quizá este es el Ancelotti más importante en este caso, la faceta más notable. El italiano, además de ser una leyenda para el fútbol mundial y para el Real Madrid en particular, es ahora mismo el seleccionador nacional de Brasil y por tanto de Vinícius. Sabemos que su relación con Vini es extraordinaria. El hecho de que el técnico de Vini en el equipo de su país, que además tiene una relación paterno-filial con el astro brasileño, apoye explícitamente a Xabi es fundamental por cuanto se supone, precisamente, que Vini y Xabi no pueden ni verse. De hecho, no hace muchos días, en otra entrevista, el viejo y querido Carlo manifestó públicamente haber afeado a Vini su gesto al ser sustituido en el mal llamado clásico.

Ancelotti ya no está en nómina en el Real Madrid, pero a través de declaraciones como estas sigue rindiendo un servicio impagable al club blanco. Sembrando paz en medio de la discordia (una discordia convenientemente exagerada por medios y youtubers, claro). Aportando sentido común y la mesura que preconizaba el propio Xabi en su rueda de prensa de Vallecas. Y no dudando en ayudar al nuevo entrenador blanco a pesar de que lo más fácil para él, sin duda alguna, sería abstenerse de entrar en el debate o hasta decantarse por Vini en la presencia de un eventual pulso.

Lo dicho: un bálsamo. Gracias a Carlo. Y gracias también a Roncero y As por aplicárnoslo en esta mañana de parón que ahora parece más sobrellevable. Enhorabuena.

Las portadas de los restantes rotativos de la jornada se nos antojan sosas e indigestas como un polvorón con edulcorante. Solo nos llama la atención el puño al aire de Laporta, como si quisiera cantarnos La Internacional. En un parón, uno puede esperarse cualquier cosa.

Pasad un buen día.

 

 

 

La eterna disyuntiva entre la “mano izquierda” y el “puño de hierro” acompaña a la humanidad desde siempre. Gobiernos, empresas, familias, clubes deportivos… todos han debatido, generación tras generación, sobre cuál es el camino más eficaz para dirigir y cohesionar a un grupo.

A mí, desde muy joven, este dilema me resultó fascinante. Siempre me ha atraído la habilidad de ciertos líderes para influir en la conducta de sus equipos sin recurrir al castigo ni a la imposición, sino apoyándose en herramientas tan complejas como sutiles: la persuasión, la escucha, la empatía y el convencimiento genuino.

Hoy, observando la dinámica del Real Madrid y lo que significa gestionar el vestuario más complejo del mundo, no puedo evitar pensar en el desafío al que se enfrenta Xabi Alonso. Como consultor corporativo y coach ejecutivo, he trabajado con equipos profundamente heterogéneos, donde conviven culturas, prioridades, personalidades, edades, egos y expectativas profesionales radicalmente distintas. Y esa labor, la de “amalgamar” seres humanos para que remen con convicción hacia la misma orilla, es un reto tan apasionante como decisivo.

Por eso no me sorprenden las versiones difundidas recientemente por periodistas e influencers, según las cuales Xabi habría cedido parcial o temporalmente a presiones internas del vestuario. No afirmo que sea cierto; tampoco lo descarto. Lo que sí sostengo es que es absolutamente posible y altamente probable, porque este tipo de tensiones es inherente a cualquier grupo humano de alta exigencia, desde empresas multinacionales hasta equipos de élite.

he trabajado con equipos heterogéneos donde convivían culturas, prioridades, personalidades, edades, egos y expectativas profesionales distintas. Y esa labor, la de “amalgamar” seres humanos para que remen con convicción hacia la misma orilla, es un reto tan apasionante como decisivo

Mi intención aquí no es confirmar lo que ocurre puertas adentro del Real Madrid, sino aportar una lectura profesional sobre un fenómeno universal: cuando la gestión humana falla, ningún talento técnico, ni del entrenador ni de los jugadores,  es suficiente.

Y es ahí donde Xabi debe decidir, consciente o inconscientemente, si su estilo se acercará más a un Mourinho o a un Ancelotti. No por imitar personalidades, sino porque ambos representan dos arquetipos de liderazgo que, bien gestionados, pueden marcar la diferencia entre potenciar un vestuario… o permitir que las fricciones invisibles lo mermen.

Porque, nos guste o no, la variable “gestión del grupo” es capaz de elevar o hundir el rendimiento de cualquier colectivo, incluso de uno tan excepcional como el del Real Madrid. En un entorno donde los egos, los objetivos individuales, las diferencias económicas, las edades, las nacionalidades y los intereses personales convergen en un mismo espacio, un entrenador queda inevitablemente expuesto. Si no gestiona esas diferencias, corre el riesgo de que el ruido relacional opaque la calidad futbolística.

Por eso defiendo (desde hace años) la figura del “amalgamador”, un rol especializado cuya función exclusiva es armonizar las relaciones internas, anticipar conflictos, gestionar sensibilidades y garantizar que lo emocional, lo relacional y lo cultural no interfieran con lo deportivo. Un rol que en el mundo corporativo ya es habitual, pero que en la élite deportiva se sigue ignorando, pese a que cada vez se valora más la especialización y se incrementa la inversión en otras áreas: nutrición, psicología, biomecánica, análisis de datos, fisiología, porteros, preparación física, etc.

Y, sin embargo, pocas cosas afectan más al rendimiento que la calidad de la convivencia interna.

¿Qué podemos esperar del Madrid en el Mundial?

Lo ideal, por supuesto, es que el entrenador sea un técnico excepcional y un gestor humano extraordinario. Pero pedirle que encarne ambas figuras al 100% es tan irreal como injusto. Quienes rodean al entrenador deberían complementar, no cargar, su rol. A un director técnico hay que facilitarle un entorno fértil para que sus ideas puedan florecer con naturalidad.

El riesgo para Xabi Alonso (y para cualquier líder en cualquier sector) es que su extraordinario potencial profesional quede condicionado por tensiones y fricciones que nada tienen que ver con el fútbol, pero que son capaces de alterar entrenamientos, dinámicas internas, alianzas, esfuerzos colectivos y, finalmente, resultados.

Lo ideal, por supuesto, es que el entrenador sea un técnico excepcional y un gestor humano extraordinario. Pero pedirle que encarne ambas figuras al 100% es tan irreal como injusto

Ojalá que, aun sin esa figura experta en armonizar el entorno humano, Xabi logre dar con la tecla que permita al Real Madrid maximizar su enorme capacidad competitiva. De lo contrario, veremos (más veces de las que la lógica deportiva justificaría) cómo equipos con recursos muy inferiores logran competirle, e incluso superarlo, simplemente porque han sabido gestionar mejor aquello que no se ve: la armonía, la cohesión y la disposición de trabajar por el equipo.

Porque en el fútbol, como en la empresa y como en la vida, no ganan siempre los más talentosos. Ganan quienes saben relacionarse mejor.

 

Getty Images

 

 

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