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Historias de un número: el 11

Historias de un número: el 11

Escrito por: Antonio Valderrama19 agosto, 2025
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Empieza la liga y termina el verano. No exactamente, porque la liga, cada vez, empieza antes. Pero como si lo fuera. En mi pueblo, Chipiona, que está en la costa del Atlántico gaditano y que en verano multiplica por diez su población, el año acaba el 8 de septiembre, que es el día en que sale en procesión por sus calles la patrona, una antiquísima virgen negra, la Virgen de Regla, que Rocío Jurado hizo mediática allá por los 90. Mis paisanos anhelan el cambio de tercio porque la vida, entre semejante multitud, es insoportable, de un modo parecido al que los futboleros ansiamos el comienzo de las competiciones.

Yonkis en forzado estado de abstinencia, el verano representa también para nosotros el momento invivible de los rumores, los fichajes y las paparruchadas. Que en los últimos años, como todo en España, va francamente a menos, pues somos más pobres que las ratas y en el cortijo del florido Tebas, LFP Vice, no hay ni para pipas.

La historia empezó con Gento, claro, el 11 por antonomasia y el segundo jugador más importante de la Edad de Oro del Real

Así que para poner fin a esta pequeña serie en la que me he entretenido a lo largo del último mes, he elegido contar historias acerca de un número singular en la historia madridista: el 11. Decíamos ayer que en el Madrid el 4 es El Jefe, el 5, El Mago y el 10, El Genio, a lo que cabría añadir que el número 7 es La Estrella. El 7 tiene una cábala luminosa en Chamartín. Lo han llevado, como decía Fernando Hierro, los Ferraris: Raúl, Cristiano Ronaldo y Vinícius Júnior, por citar los tres más importantes, la proa de los grandes equipos campeones que desde 1998 devolvieron al Madrid a la cúspide del fútbol.

Todo primer espada tiene un buen subalterno, y ese papel de lugarteniente es el que ha correspondido, históricamente, al dorsal 11 del Madrid. El 11 suele ser un aristócrata algo tímido, técnicamente virtuoso, que por una razón u otra vive a la sombra de la gran diva. La historia empezó con Gento, claro, el 11 por antonomasia y el segundo jugador más importante de la Edad de Oro del Real. Gento unió al Madrid de las cinco copas de Europa con la generación Yé-Yé y, en fin, es una de las figuras más importantes de la historia del club, del fútbol español y del fútbol mundial.

Además, como todo el mundo sabe, era zurdo. Y aunque esa no es una característica obligatoria del 11 blanco, sí que ha sido un rasgo frecuente en los tiempos modernos.

El 11, generalmente, es un jugador de ataque. Se mueve por los carriles y merodea la bombilla del área. Es curioso pero en los últimos veinte años ha habido un tipo que llevó el 11 del Madrid y que no era delantero, sino lateral derecho: fue Cicinho, quien una vez confesó que vio a Cristo después de beberse hasta a los personajes de John Cheever. El 11 más famoso del Madrid, después de Gento, ha sido Gareth Bale, quien encarna mejor que nadie la figura del rey sin tierra o la del príncipe abúlico. Pero antes de Bale, el 11 tuvo dos dueños efímeros: Ronaldo Nazario, en 2003, y Karim Benzema, en 2009. Ambos lo lucieron sólo una temporada cada uno para, acto seguido, habitar el 9, con el que hicieron fortuna, sobre todo Benzema, que elevó el 9 a una categoría no sólo artística sino moral y que hizo de él un número omnisciente y rector como no había sido el 9 en el Madrid desde que lo portara Alfredo Di Stéfano.

El 11 más famoso del Madrid, después de Gento, ha sido Gareth Bale, quien encarna mejor que nadie la figura del rey sin tierra o la del príncipe abúlico

El primer 11 madridista que yo recuerdo es José Emilio Amavisca. Su asociación con Zamorano y aquella liga de 1995 emergen de limo de mi conciencia como un jazmín o un galán de noche que perfumara todavía, con su fragancia, aquel albor de mi memoria. Amavisca era, naturalmente, zurdo y extremo, o casi interior. Le metía unos melones colosales a Bam Bam desde cualquier parte del campo. El chileno los metía como si fuera Santillana o Hugo Sánchez, muchas veces al primer toque, y entonces las gradas del Bernabéu vomitaban gente hacia el césped como si fueran una presa soltando agua por las compuertas.

Bale llegó al Madrid para ser rey pero se conformó con ser un príncipe. Su velocidad supersónica y su zancada de plusmarquista hacían pensar de inmediato en Gento. Hubo un Bale hasta el otoño de 2016 y, luego, otro. El primero brilló como un cometa que surcara el cielo por la noche. El segundo fue un oficial de inteligencia británico ejerciendo de agregado cultural en Nápoles. Con el 11 a la espalda realizó algunos prodigios, el más asombroso de los cuales fue la chilena de la final de Kiev: una cumbre en sí misma para cualquier otro futbolista que, sin embargo, se antoja, a pesar de la grandiosidad del gol, del escenario y del rival, insuficiente para un jugador de su categoría. Bale fue el Aramis de la BBC, porque el mejor edecán que tuvo Cristiano Ronaldo no fue él sino Benzema. Cuando el Aquiles de Madeira pegó la espantá todos esperábamos que Bale se pusiera el armiño, pero él también había dimitido ya con el pitido final del partido frente al Liverpool.

Bale celebración gol Mestalla 2014

Antes de Bale y de Benzema, el 11 fue de Robben, otro cañón zurdo, más fino y elegante, un auténtico jerarca vendido en el verano del boom galáctico para amortizar el increíble gasto que llevó a cabo el presidente Pérez para resucitar al equipo. Con Robben siempre quedará la duda de lo que podría haber sido en el Madrid de haber permanecido junto a Ronaldo y Benzema. En el Bayern consiguió ser uno de los más grandes futbolistas de la edad moderna, probablemente el mejor de todos los que no jugaban ni en el Madrid ni en el Barcelona en aquella década. Aquí ganó una buena liga y luego sucumbió, como todos, al apocalipsis de aquella temporada infame en la que Guardiola y Messi ganaron el triplete. Los dorsales, ahora, quizá participan de la estupidez general que está destruyendo el fútbol. Como el amor de los neohinchas se está emancipando de los escudos para ir volando hacia los players, los números están escribiendo su propia tradición. Que quizá merezca, en el futuro, ser contada, pero por otro.

 

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

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