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Historia de los madridistas heterodoxos: Mesut Özil

Historia de los madridistas heterodoxos: Mesut Özil

Escrito por: Antonio Valderrama16 junio, 2021
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Para definir qué es un heterodoxo en el Real Madrid conviene primero decir que la única ortodoxia blanca posible es ganar. Y como corolario de esto se deduce que la sublimación de la ortodoxia madridista es triunfar en el Madrid, lo que consiste generalmente en ganar mucho. Por eso un heterodoxo en el Madrid es alguien que, o bien no ha ganado, o ha ganado poco; alguien con poco peso en las grandes victorias, alguien que se marchó a destiempo, un subversivo, un paria, un desheredado, un Caín arrojado del Edén por pensar que había manzanas fuera del jardín de Concha Espina. En una institución grande como un imperio y que se cuenta a sí misma como las religiones, es fácil rastrear el rastro herético de este tipo de malditos. He decidido no mantener ningún orden cronológico durante esta serie, sino ir saltando de época en época, al buen tuntún. Por ello quiero empezar con el heterodoxo de mi corazón, uno de los futbolistas más emocionantes que he visto nunca, cuya marcha fue muy dolorosa. Dolor, naturalmente, alargado sin remedio hasta la eternidad como el recuerdo de un amor imposible por la serie de éxitos históricos que el Madrid encadenó a continuación de su fuga londinense. Sí, quiero empezar esto hablando de Mesut Özil.

De Özil escribí esto cuando se fue:

Non fuyas, cobarde, le debimos gritar, pero de la garganta nos salió un muy poco viril “¡ay!” Özil no quiso ser cola de león en el Madrid, y prefirió la cabeza de un ratón que, con algo de suerte, podrá luchar desde marzo por el tercer puesto de la Premier League. Es la anti-épica, que tan bien conocemos nosotros, pues desde 2004 hasta la venida de Mourinho, nos movimos en ella como por terreno conocido, casi propio. Özil es el último fantasista vivo en una Europa decadente donde la fuerza le ha ganado la partida a la pausa. Aunque Mesuto no es un futbolista antiguo, del todo: vivía de su innata conducción arrabalera, haciendo de la banda del Bernabéu un descampado gris de Gerserkirchen por donde culebreaba entre adversarios como si fuesen los nietos de la Sublime Puerta que lo vieron crecer en aquel suburbio industrial de la cuenca del Ruhr.

La fuerza de Mesuto está en los tobillos, cuya elasticidad sólo puede ganarse en las calles, jugando a matar las tardes transmutando mohosas pistas de futsal en glamurosos estadios de fútbol llenos a rebosar de fans coreando su nombre. El Key Player que frenaba la posesión eterna del Barcelona de Guardiola acaparando el balón, aun sin espacio, como uno de esos espadachines que entretenía a seis enemigos a la vez con su acero -la mano desocupada siempre en la espalda, en grácil escorzo cinematográfico- mientras que los otros tres mosqueteros se abrían a sus costados esperando el pase con el que herir a la bestia.

Era en esos asaltos a vida o muerte donde Özil suspendía el tiempo en un giro interminable, tras el que se colgaba el Madrid de Mourinho con la convicción del que se adentra en territorio enemigo sabiendo que su pellejo vale lo que tarde Busquets en rebañarle la pelota. Mesuto miraba a la cara a Iniesta y Xavi, y logró empequeñecerlos flotando sobre el Camp Nou como una balandra en mitad de la tormenta, hallando siempre el momento preciso para cerrar la lazada en torno al cuello del gran ogro con un envío quirúrgico al hueco libre. En aquellos pasos de claqué residían todas nuestras esperanzas de derrotar al Golem que nos aterró tanto que tenemos su recuerdo por cosa remota, cuando apenas anteayer seguía estando ahí.

Desaparece del Madrid la firma de autor, el arabesco imposible, la conexión con la Playstation. Benzema se queda ahora como último fantasista puro en este Madrid cuyo centro de gravedad ha bajado hasta el culo de Alarcón, cuyo genio es parecido pero, ay, su verbo es otro. Menos florido, más canchero. Argentino. La orfandad de Karino puede ser terrible, tanto que escribirá poemas de amor desconsolado llorando la nostalgia de los artistas inefables, como Dalí a Lorca. Ay, Mesuto, quién nos comprenderá ahora.

Retumbarán por Valdebebas los ecos de este amor prohibido, del pudo ser, y no fue. Como nunca se nos irá de la cabeza la Utopía rota en una prórroga y en un penalty absurdo, donde todo lo que soñamos se hizo material y visible, y hasta lo pudimos tocar, tan sólo durante un segundo. La sombra de esa Arcadia feliz que murió con el balón que Ramos mandó al limbo de las hegemonías perdidas nos perseguirá hasta el manicomio donde todos acabaremos nuestros días. Locos, olvidados y atados a una camisa de fuerza. Miraremos una vez más a la pared y seguiremos viendo a Mesuto en formación tortuga sobre el balón, rodeado de orcos vestidos de azulgrana, buscando con el rabillo de sus ojos seléucidas el desmarque hacia la luz de Cristiano Ronaldo. El rey ha muerto, larga vida al rey.

Özil tiene ahora 32 años y juega en el Fenerbahçe, que es el equipo nacional turco. Su carrera ha acabado en eso, como la del escritor que pega un pelotazo con el primer libro y diluye el resto de su fama en bestsellers anuales de gasolinera. Con lo que pudimos haber sido. No obstante sigue habiendo un romanticismo en su final, como un retorno melancólico al origen de su estirpe. A Özil le regalaron de chiquitito la camiseta del Fenerbahçe. El Fenerbahçe nació en el corazón de la Constantinopla europea, entre Fanar y el Gálata, los barrios europeos, griegos, occidentales y ortodoxos de la Segunda Roma. En esos barrios, los antiguos asentamientos de los ricos mercaderes del occidente europeo en la capital de los emperadores bizantinos, vivió la minoría cristiana que asesoró a los sultanes durante siglos, ocupando los puestos de relevancia en la administración imperial. En la plaza Taksim, que se hizo famosa hace diez años por el conato de revolución primaveral que hubo en ella, un equipo de patriotas de la recién creada Turquía defendió el orgullo humillado del descuartizado imperio otomano frente a una cuadrilla de peloteros aliados, seleccionada de entre la tropa que ocupaba Estambul tras la Primera Guerra Mundial. Allí se consagró el Fenerbahçe, un club fundado poco antes al otro lado del Cuerno de Oro, en el distrito más antiguo de la ciudad, en lo que los romanos, con atinado sentido comercial, llamaron la Calcedonia. El Fenerbahçe recogió el sentimiento de una nación vieja y herida que renacía de la mano de un adelantado a su tiempo, Atatürk, que ya configuraba el sentido de eterno retorno melancólico de los turcos de la diáspora que vendrían en el futuro.

Özil es uno de ellos, nacido en la ciudad del Schalke 04, Gelserkirchen, en una familia oriunda del reino del Ponto de Mitrídates, luego la rebelde Trebisonda que sobrevivió a la caída de Constantinopla. Con el tiempo se ha convertido, más que en un futbolista, en un icono de la propaganda neotomana de Erdogan, en la estrella de la Turquía exterior, el turco más brillante que ha dado el fútbol a pesar de que todo lo que ha ganado lo ha hecho como alemán. Cuando el Madrid lo fichó del Werder Bremen, la ciudad de los trotamúsicos, Özil apuntaba mucho más alto. Era el intérprete del misterio, el hombre que descifraba los secretos del hormigón armado, la llave del tesoro. Si se hubiera quedado en el Madrid, a lo mejor tendría hoy un balón de oro.

Pero Özil se fue. Sus tres años de blanco fueron extraordinarios. Su padre quería más dinero. Los padres siempre quieren más dinero para sus hijos, que se hagan funcionarios, que tengan la vida resuelta, el futuro asegurado. Özil se hizo de oro en el Arsenal, se sacó la oposición en el ministerio del fútbol de medio pelo, pero abandonó para siempre la posibilidad de la gloria. Su lirismo coránico, su aleteo de golondrina, cayó aplastado bajo el mecanicismo británico y la industriosidad del tackle, tan ajeno a la cultura del susurro en el serrallo de la que surgió Mesuto. En el tiempo en que el Madrid que él había contribuido a forjar ganó cuatro Copas de Europa en cinco años, él ganó cuatro copas inglesas y eso ya es un epitafio. Su carrera terminó en un coitus interruptus por el avida dollar de siempre, cuando pudo haber sido un poeta de la cornucopia. Su destino ha sido el de la poesía costumbrista, encerrado en el corral de la Premier, viendo pasar las locomotoras británicas a su alrededor como las vacas escocesas contemplan el pasar de los trenes, en eso que pasó a la historia gracias al cine como Trainspotting.

özil se hizo de oro en el arsenal, se sacó la oposición en el ministerio del fútbol de medio pelo, pero abandonó para siempre la posibilidad de la gloria

Özil, como Ewan MacGregor en aquella película, eligió no elegir. Su padre, Mustafá, ha quedado en el imaginario colectivo como el arquetipo del avaro, del gañán negociador. Florentino lo despachó con viento fresco a Londres porque de Londres iba a venir Bale, y el cambio, la verdad, marcó una era. Özil se la perdió. Su poesía se fue difuminando en el Arsenal, ejemplo de cultura loser, perdedor por antonomasia. Mientras el fútbol inglés se volvía anémico con la marcha de Cristiano, la decadencia de Lampard y Gerrard y la jubilación de Ferguson, el eje balompédico se trasladaba a España justo cuando Özil la dejaba por más dinero. Se transbsustanció en la nada cuando lo pudo ser todo, víctima del estertor del wengerismo, el fútbol-champán que sin Henry ni el músculo de Vieira acabó siendo el compás lánguido de Fábregas, Nasri o Arshavin. Nadacampistas. Özil somatizó su condición espiritual de sultán desterrado, de sultán sin trono: en el Madrid su estrella parpadeó un momento vibrante y pareció ser ese último gran mediapunta, último de su linaje, capaz de traducir el lenguaje de los dioses en materia accesible para el pueblo.

Pero se fue del Madrid y en Londres fue empequeñeciéndose, autoparodiándose. Su final es el final de una raza. ¿Para qué sirve un mediapunta en el fútbol de los Mounts, de los De Bruyne, de las locomotoras sin corazón? Para nada, naturalmente, porque si al mediapunta no lo mueve dentro una fuerza universal como el amor, o en su defecto el odio (miren a Xavi Hernández), acaba reduciéndose al Pedro Ximénez en un fútbol de velociraptores que sólo piensan y escriben en prosa: un barco a la deriva, lento, pesado, sin timón, al pairo de los vientos y de las tempestades, despreciado por un mundo que ni lo entiende ni le interesa entenderlo. Su salida coincidió con un momento tembloroso de la Historia del Madrid contemporáneo: con el adiós de Mourinho parecía que se acababa la promesa de la Décima. De esa promesa Özil había sido una especie de símbolo: jugador modernísimo, aparición extraordinaria en el Mundial de Sudáfrica, antídoto contra el «pasivo» del Barcelona de Guardiola, en su toreo fino y arrimado, en la pausa telepática de sus tobillos, parecía radicar la solución al enigma que separaba al Madrid de la gloria.

Entonces se fue Mourinho y él detrás y llegó Carletto y como que se pinchó aquella pompa maravillosa, dejándonos en una melancolía de la que nos sacó pronto el joven Bale afeitado y bien peinado que corría como un potro y metía goles desde Cardiff. Özil perdió el halo de sebastianismo y se quedó postrado en ese bulevar de los sueños rotos a donde han ido a parar todos los ángeles caídos. Con cada uno de sus tuits nostálgicos el madridismo ha desgranado un poco ese peor de todos los amores posibles, que es el que nunca fue, pero pudo haber sido.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

5 comentarios en: Historia de los madridistas heterodoxos: Mesut Özil

  1. Fantástico artículo - sólo precisar que el Fenerbahçe es un club de la parte asiática de Estambul. Quizá el autor se confunde con el Galatasaray, ya que el instituto que da nombre al club está a apenas cinco minutos de la plaza Taksim, o con el Besiktas, cuyo estadio también está cercano a la dichosa plaza.

    1. Si, exacto, es Galatasaray el club de los ricos de Estambul. Fenerbache es de la parte asiática, pero no por ello más humilde. Besiktas procede de la zona de Ortakoy y es más del pueblo llano. Es una delicia ver un partido en el antiguo Inonu al lado del Bósforo. La rivalidad entre los tres clubs es total. Ozil ha sido un gran jugador al que le faltó confianza Iara continuar, la llegada de Isco le hizo dudar y se equivocó. Una pena.

  2. Lástima de papá, podía haber sido lo que luego ha sido Lukita. Ya sé que el estilo de ambos no es comparable, pero sí su posición y hasta sus rasgos físicos.

    No obstante, tachar a Mesut de perdedor no es del todo cierto: Integrante importante de la etapa Mou. Fundamental participación en la jugada del gol de CR7 en el Nou Tramp (el de la celebración de tranquilos, tranquilos, calma...) Los hay peores. Creo que el autor se deja llevar por el "síndrome Morata" que ha vuelto a la actualidad.

    Lo mejor del artículo: La referencia así como el que no quiere la cosa, a un Bale "afeitado y bien peinado". Jajaja, con una frase queda todo dicho.

    Abrazos madridistas.

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