Buenos días, queridos.
Las portadas de hoy reparten su espacio entre el mal llamado clásico, del que ayer despotricaba nuestro editor, transmutado en el Grinch del clásico, y la entrega del premio Princesa de Asturias del Deporte a la fenomenal tenista estadounidense Serena Williams.
El clásico que no lo es, como bien recordaba ayer nuestro colaborador Javier Vázquez. El diario As es el único que no emplea la palabra “Clásico” en su portada, lo cual agradecemos, así que vamos a concederles el (dudoso) honor de comenzar con su portada.
El Kylian Mbappé de esta temporada parece distinto al que cayó ocho veces en fuera de juego en el partido del año pasado, como recuerda la portada. Más certero, más integrado en el funcionamiento de la MLN, como el crack que siempre fue, incluso en los peores momentos del curso pasado. Ojalá funcione ese antídoto que a equipos como el Rayo y el Sevilla les sirvió.
El “Plan Flick” siempre fue el mismo y contó con la confianza que da el colchón del ajuste semiautomático de las líneas del VAR. Recuerden lo que siempre hemos dicho: si se tarda más de treinta o cuarenta segundos en mostrar la imagen en pantalla, es porque se está “cocinando”. En su día por los pupilos de Clos Gómez y, ahora, por los de Prieto Iglesias. Nos hemos acostumbrado a que aparezca un plano dudoso seis o siete minutos más tarde del lance, con el balón distorsionado o el plano partido, sin que se puedan ver a la vez el toque de balón y la posición supuestamente adelantada del jugador que recibe, y no ha pasado nada. Nos hemos acostumbrado a jugar en la MLN, a que un equipo con más de una veintena de infracciones sin sanción campe a sus anchas por el terreno de juego y además, como castigo, nos toca enfrentarnos a ellos en nuestro estadio.
Pues convirtámoslo, empezando por los jugadores, en un infierno. En esa línea se mueve la portada del diario Marca:
Sabemos el nulo contacto que tienen los redactores de Marca con lo que llaman “el vestuario del Madrid”, aun así, ojalá sea cierto que los jugadores están hartos de las chorradas del rival de mañana. Hoy es de Lamine, como ayer lo era de Laporta, de Flick, de Gavi, Fermín, Piqué, Íñigo Martínez, Xavi y tantos otros. Ojalá salgan de verdad con el cuchillo entre los dientes y sangre en el ojo a por el partido. Ya que la justicia de los tribunales parece más lenta que un repliegue de Umtiti, que sean los nuestros los que realicen ese acto necesario sobre el césped. Que no salgamos, como otras veces, con una hora de retraso al encuentro, justo en el día en que se retrocede la hora. No parece mucho pedir.
Y por si no tuvieran suficientes motivaciones con lo que hay en juego, como el liderato o algo tan poco valorado por algunos como el triunfo del Bien sobre el Mal, el Mundo Deportivo nos entrega otra de esas portadas que conviene desterrar de nuestra memoria cuanto antes:
Ojalá los nuestros realicen una presión como la que sufre el botón de esa americana. El Cristo Redentor de Río de Janeiro, las celebraciones de Jude Bellingham y ahora, los brazos en cruz de Jan Laporta. Igualitos. Qué horror. Y anuncian una entrevista exclusiva con el President, ufff, la dejamos para estómagos a prueba de populismo.
Entre los premiados de los Princesa de Asturias de ayer, figuraba el escritor Eduardo Mendoza, gran tipo, fenomenal escritor y una de esas personas que no entendemos que se declare culé. Al menos conoce bien al club de sus amores, pues hace muchos años dejó dicho que “la corrupción y el Barça son los dos agujeros de Cataluña”. Anoche, este portanalista cruzó unas palabras, cerveza en mano, sobre el escritor premiado con Mario, un amigo sensato de antiguas filias culés. Me recomendó que rescatara el primer capítulo de El misterio de la cripta embrujada, ese fenomenal arranque con la narración en primera persona de un partido de fútbol en el manicomio.
—Es una locura, pero, aunque me duela decirlo, es nuestro Barça.
Así que lo busqué. Comienza con un tópico, “habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo”. Luego, con una mención a las tácticas de Flick: “el duro entrenamiento que había sometido a los muchachos, la ilusión que con amenazas les había inculcado eran otros elementos a nuestro favor”. Un poco de ese Real Madrid agazapado en sus últimos partidos: “estábamos a punto de marcar; el enemigo se derrumbaba”. Y a continuación, el fatalismo culé: “todo empezó a ir mal, el cielo se nubló sin previo aviso”, Gavi, “a quien había encomendado una defensa firme y, de proceder, contundente, se arrojó al suelo y se puso a gritar que su madre, desde el cielo, le estaba reprochando su agresividad, no por inculcada menos culposa”.
Por supuesto aparece Laporta, pagador de Negreira y habitual bocazas a la hora de reprochar al Madrid lo que él hizo durante años, con generosas subidas de sueldo: “Por fortuna doblaba yo mis funciones de delantero con las de árbitro y conseguí, no sin protestas, anular el gol que acababan de meternos”.
La siguiente frase habla de la situación del club: “Sabía que una vez iniciado el deterioro ya nadie lo pararía y que nuestra suerte deportiva, por así decir, pendía de un hilo”. Ese hilo no se rompió por la ayuda conjunta de LaLiga, el CSD, la Federación, los medios, la justicia ordinaria, la UEFA y el resto de clubes de Primera División, pero el deterioro es evidente y solo nos queda esperar el desenlace.
Los protagonistas de la novela de Mendoza (Eduardo, no Ramón) tenían la sesera algo tocada, el mismo lugar que se señala Ferran Torres, quien ojalá actúe como el Toñito de la obra, quien “se empeñaba en dar cabezazos al travesaño de la portería rival ciscándose en los pases largos y, para qué negarlo, precisos que yo le lanzaba desde medio campo”.
Mario apuró su cerveza y me remitió de nuevo a Mendoza: “comprendí que no había nada que hacer, que tampoco aquel año seríamos campeones”. En nuestras manos está que así sea y que determinados tarados se escondan una temporada.
Pasad un gran día.
Durante una batalla el mariscal Foch pidió a uno de sus ayudas de campo lumbre para encenderse el cigarro. Este se acercó con un mechero cuando de pronto: ¡bum!, una bala le reventó la cabeza. El mariscal, sin alterarse un ápice, miró a otro ayudante que estaba cerca:
— A ver si con usted tengo más suerte…
Esta historia ilustra a la perfección que hay trabajos muy poco gratos, como el de ayuda de campo del mariscal Foch, pero que alguien tiene que hacerlos. George Orwell dijo una vez que apostar en las carreras de caballos es un método fiable para ganarse la vida en comparación con el oficio de escritor. Yo soy escritor (más o menos), así que doy fe de que es verdad.
También soy editor, lo cual me convierte en una especie de esquizofrénico laboral, algo así como ser perro y veterinario al mismo tiempo. La malvada multinacional a la que facturo mis horas laborales es Penguin Random House. En España hay dos grandes grupos editoriales, uno es Penguin y el otro es Planeta. Un editor que conozco suele decir que son como el Madrid y el Barça del mundillo, pero nunca especifica cuál de los dos es el merengue y cuál es el culé. Si bien les recuerdo que uno de ellos entrega el Premio Planeta, lo cual puede servir de pista.
Hay trabajos peores que el de editor, pero tampoco se crean que es un chollo. A veces tengo que leer manuscritos espeluznantes. Cuando era más joven trabajé en un McDonald’s, pero todavía hoy de vez en cuando sigo comiendo sus hamburguesas; ahora trabajo como editor y todavía sigo leyendo libros por placer; lo cual indica que debo tener un estómago a prueba de bomba. Ser editor implica que en cualquier momento te puede llegar un manuscrito de, no sé, Pavel Fernández, por ejemplo, y que no solo te lo tienes que leer por narices sino que además debes intentar mejorarlo. Tengo pesadillas con esa posibilidad, porque seguro que Pavel Fernández es de esa clase de escritores que te mandan el manuscrito sin sangrías, con las páginas sin numerar y usando guiones cortos para los diálogos en vez de guiones largos (cosas las tres que me dan mucha grima). O igual te lo manda escrito a boli en un cuaderno de espiral, con tachones y dibujitos en los márgenes. Yo qué sé. Lo único que tengo claro es que no me veo con fuerzas para editar un texto lleno de digresiones sobre el fuera de juego psicológico.
Me gusta mi trabajo en cierta medida, pero también sueño con tener otro mejor. Vázquez Montalbán solía decir que le gustaría ser Secretario General del Partido Comunista para saber si el comunismo funciona de verdad, o bien papa de Roma para saber si Dios existe. A mí lo que me gustaría es ser entrenador del Real Madrid.
Mi aspiración no es nada original. Todo español lleva en su interior un presidente del gobierno y un entrenador de fútbol. Supongo que se debe a ese vicio tan nuestro que es el de pensar que podemos hacer las cosas mejor que cualquier otra persona. El gran pecado nacional no es la envidia, es el “quita, que tú no sabes de esto, ya te explico yo cómo se hace”. Es muy ibérico lo de creer que nuestras capacidades siempre son mejores que las del vecino.
Sin embargo, les aseguro que yo quiero ser entrenador del Real Madrid no porque piense que lo pueda hacer mejor que un Ancelotti, un Xabi Alonso o incluso un Rafa Benítez. No. Yo quiero entrenar al club de Concha Espina para darme el gustazo de salir en rueda de prensa y ponerme a rajar de todo el mundo: de Laporta, de Tebas, del CTA, de la prensa y de la subida de la cuota de autónomos; así, sin filtros ni tapujos: mandar a todos a tomar por saco y quedarme más a gusto que nadie.
Podría hacerlo sin que el club o yo tuviéramos temor alguno a que me sancionen o incluso me retiraran la licencia de por vida, ya que el Real Madrid no perdería demasiado si yo dejara de ser su entrenador, porque yo sería un entrenador espantoso. Pero rajaría muy bien. Y de eso se trata el asunto, a fin de cuentas.
les aseguro que yo quiero ser entrenador del Real Madrid no porque piense que lo pueda hacer mejor que un Ancelotti, un Xabi Alonso o incluso un Rafa Benítez. No. Yo quiero entrenar al club de Concha Espina para darme el gustazo de salir en rueda de prensa y ponerme a rajar de todo el mundo
El Real Madrid necesita un buen rajador en su plantilla, alguien que no sea Xabi Alonso, que bastante tiene con las obligaciones de su cargo como para encima hacer la labor de mamporrero. Dentro de unos días se juega un Madrid-Barça y mucho me temo que hará falta un rajador competente para ese partido. Cuando acabe el partido con el resultado que todos sospechamos, alguien de la plantilla debe salir ante los micrófonos para llamar blanco a lo blanco y negreira a lo negreira sin temor a represalias de la autoridad competente.
Recientemente Thibaut Courtois ha demostrado tener gran habilidad como rajador, denunciando sin ambages todas las trapacerías de nuestro fútbol. Eso está muy bien, pero no podemos quemar a nuestro mejor portero en esas tareas. Lo suyo debe ser parar, no rajar. Lo mejor es eximirle de esa tarea.
Andrey Lunin podría ser, a priori, un rajador de confianza. Imaginen la escena: acaba el partido, se le acerca el alcachofero de El Partidazo buscando titulares y le pregunta: “Lunin, ¿qué te ha parecido la actuación arbitral?”. Entonces el ucraniano le atraviesa con sus ojos de hielo, impasible el gesto, y masculla: “¿Qué te ha parecido a ti?”. El alcachofero se pone a sudar sangre, las piernas le tiemblan y de inmediato debe ser ingresado de urgencia por una crisis de ansiedad que desemboca en posterior profesión de votos como monje capuchino, acosado el resto de su vida por pesadillas recurrentes sobre la mirada de Andrey Lunin. A priori suena bien, pero la labor de un rajador de confianza debe ser la de decir las cosas con claridad, no la de aterrar periodistas. Lunin, por lo tanto, descartado.
El Real Madrid necesita un buen rajador en su plantilla, alguien que no sea Xabi Alonso. Dentro de unos días se juega un Madrid-Barça y mucho me temo que hará falta un rajador competente para ese partido
Arda Güler, que es probablemente el intelecto más afilado de la plantilla desde la marcha de Toni Kroos, podría, por ese motivo, ser un buen rajador. Lo malo es que el periodista de turno le preguntaría sobre (por ejemplo) el caso Negreira, y probablemente Güler le respondería con una larga disertación sobre la ética en los textos de Avicena y Máximo el Confesor, dejando al alcachofero con cara de idiota y sin enterarse de nada. Güler, por tanto, no sirve como rajador. Güler debe filosofar en el campo, estableciendo con los delanteros místicas conexiones que trasciendan la metafísica, como hace últimamente.
Tal vez alguno de ustedes piense que Carvajal sería un rajador fiable, pero ese es un error muy común. Aquí a Carvajal le queremos mucho, pero sufre de un vicio muy característico de los capitanes españoles del Real Madrid: cuando llevan la camiseta del club son rajadores más o menos competentes, pero rajan fatal cuando juegan con la selección española. En ese contexto, se ponen a decir cosas como que los árbitros a veces te dan y a veces te quitan, que su trabajo es muy complicado, que qué bonito es el amor más que nunca en primavera y ese tipo de cosas. Como rajadores, juegan bien en casa, pero muy mal como visitantes. Conviene descartarlos para ese puesto.
Lo mejor sería que en el próximo mercado de invierno Florentino Pérez emprenda el fichaje de un buen rajador. El perfil adecuado sería el de un tipo sin pelos en la lengua y, sobre todo, que no haga ningún roto al equipo cuando se pase la temporada sancionado por decir verdades. Alguien como Mariano, por ejemplo, cuya ausencia en el campo de juego nadie notaría. Lo malo de Mariano es que lo fichas para rajador y en vez de eso se pasa el día haciendo el vago y ensayando peinados raros.
Un rajador no solo debe ser prescindible en los partidos sino también carismático. En ese aspecto, Fabio Coentrao se me antoja muy adecuado. Al Coentrao de la época del primer Ancelotti yo lo fichaba como rajador sin dudarlo, al de hoy en día me lo pensaría un poco mejor. A este Coentrao le preguntas sobre el arbitraje y te responde citando textos de “El Viejo y el Mar” y diciendo no sé qué sobre la procelosa inmensidad de los océanos. Nada, dejémoslo donde está, con sus barcos y melancolías.
Se me ocurre una idea mucho más radical. Llevo dándole vueltas un tiempo y creo que sería el mejor fichaje que el Real Madrid podría hacer para cubrir el puesto de rajador de la plantilla. Tomen nota: Antoine Griezmann.
Creo que sería la mejor opción. Piénsenlo bien: por un lado, no me cabe duda de que Griezmann es en secreto madridista hasta las trancas y, por el otro, tiene el aspecto de alguien que se muere desde hace tiempo por que le den la oportunidad de rajar a base de bien.
Reflexionen sobre el maravilloso torpedo en plena línea de flotación de la Liga española que sería fichar a Griezmann como rajador del Real Madrid. Imaginen a Gonzalo Miró dando la noticia en directo, recreen en su mente la portada de Marca (ANTOINE GRIEZMANN, NUEVO RAJADOR DEL REAL MADRID). Visualicen el próximo post partido contra el Atleti y la escena de Griezmann, vestido de blanco impoluto porque no ha pisado el terreno de juego, rajando a placer ante el micrófono del programa de Manolo Lama sobre Alberola Rojas, los chanchullos del triángulo Tebas-Laporta-Cerezo y los injertos de Simeone. Gloria bendita.
El Real Madrid lleva más de un siglo haciendo avanzar el fútbol. Es hora de dar otro paso hacia el futuro y fichar al primer rajador de la historia, el jugador número 12, la voz del pueblo soberano. Hágase. Antes del domingo, a ser posible.
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Cada vez que escucho eso de “el Clásico”, me entran ganas de apagar el televisor, adoptar una cabra y perderme por los montes de León. “El Clásico”, dicen. Como si el fútbol español hubiera empezado el día que ese equipo del que usted me habla descubrió que vender camisetas era más rentable que fichar sin aval. Llaman clásico a lo que en realidad es un invento de marketing con la misma autenticidad que un billete del Monopoly.
Porque, amigos míos, el verdadero clásico del fútbol español no es el Real Madrid–cliente de Negreira, sino el Real Madrid–Athletic Club, se juegue en el Estadio Santiago Bernabéu, en San Mamés o en campo neutral. Ése fue el primero, el genuino, el que enfrentó a los dos equipos que más Copas de España se disputaron cuando el balón aún era de cuero y los árbitros no tenían tarjetas, sino criterio. Antes de que la prensa barcelonesa se adueñara del relato y lo envolviera en celofán con la palabra Clásico, el fútbol ya tenía su duelo fundacional: Madrid–Athletic, 1903, final de Copa, pasión pura, sin VAR ni “Negreiras” que valgan.
Llaman clásico a lo que en realidad es un invento de marketing con la misma autenticidad que un billete del Monopoly
Pero claro, el término “El Clásico” suena bien, vende mejor y da titulares fáciles. Es como llamar “gran reserva” a un vino de tetrabrik. Y ahí entramos en el delirio: comentaristas de tres al cuarto hablando de “la rivalidad eterna”, tertulianos con el entusiasmo de un vendedor de coches usados, y medios que repiten el eslogan como si cobraran por palabra. Que probablemente lo hagan.
Lo que se nos olvida —o se quiere olvidar— es que no puede llamarse clásico un duelo entre un club limpio y otro que compró durante décadas al vicepresidente de los árbitros. Eso, queridos amigos, no es clásico: es caso penal. Un club que pagó millones al número dos del estamento arbitral no puede acudir al Bernabéu con la cabeza alta ni al Camp Nou, o donde les dejen jugar, con el alma limpia. Llamar “clásico” a ese enfrentamiento es como llamar “amistoso” a una emboscada.
Porque clásico significa digno de imitar, arquetípico, perdurable. Y aquí, perdurable ha sido solo la trampa sistemática. Si el Real Madrid representa la excelencia deportiva, el trabajo, la meritocracia y la búsqueda constante de superación, el otro representa la queja institucionalizada, el victimismo militante y, últimamente, la corrupción organizada. Y eso no es rivalidad: eso es una vergüenza con departamento de comunicación.
Los clásicos de verdad no se compran con talonarios ni se venden en Amazon Prime. Se forjan en el barro, en la nobleza del juego, en la historia compartida. Por eso el Madrid-Athletic sí lo es: porque nació del respeto mutuo, de la tradición, de una rivalidad que nunca necesitó conspiraciones. Ni pagos. Ni VAR selectivo. Ni “¡Nos roban!” cada lunes.
Si nos ponemos rigurosos —y ya saben que a mí los datos me tiran más que el postureo—, el Real Madrid y el Athletic han disputado más de 200 partidos oficiales desde 1903. Son los dos clubes con más presencias históricas en Primera División y los únicos, junto con el equipo al que en 1934 salvó el gobierno, que nunca descendieron. Su relación está tejida con fútbol de verdad, no con gabinetes de propaganda ni con “influencers” del escudo.
Los clásicos de verdad no se compran con talonarios ni se venden en Amazon Prime. Se forjan en el barro, en la nobleza del juego, en la historia compartida. esto no es el Clásico: es el Caso
Sin embargo, la maquinaria mediática decidió que lo “internacionalmente vendible” era otra cosa. Y así se nos coló el mito de El Clásico: ese duelo sobreinflado que se ha convertido en una mezcla de circo romano y gala de los Goya, con árbitro de por medio, cámaras de 8K y una carga de hipocresía que ni en el Congreso.
Y lo peor es que, mientras nos venden la rivalidad como un símbolo de grandeza, uno de los protagonistas tiene pendiente una mancha de proporciones bíblicas: el caso Negreira. Décadas de pagos millonarios al vicepresidente de los árbitros, sin que nadie —ni prensa, ni federación, ni liga— haya tenido la decencia de llamar a las cosas por su nombre. ¿Y aún así le llaman “clásico”? Perdonen, pero no, esto no es el Clásico: es el Caso.
El verdadero Clásico, repito, es el del respeto y la tradición. Aquel que se jugaba en San Mamés con la honradez de quien sabía que al árbitro no se le compraba, sino que se le discutía a voces desde la grada. El duelo entre dos clubes que han sido columna vertebral del fútbol español. Eso es un clásico. Lo otro, un producto adulterado por la propaganda y blanqueado por una prensa que hace años dejó de ejercer de contrapoder para convertirse en correa de transmisión de la farsa.
Y luego están los modernillos del balón, esos que dicen: “Bueno, Javi, es que el Clásico mueve millones, tiene más audiencia que la final del Mundial…”. Sí, claro, y también hay millones de personas que ven La isla de las tentaciones, pero no por eso lo llamamos “El Clásico del amor verdadero”. La cantidad de espectadores no convierte una mentira en verdad. Un clásico no se mide en shares, sino en historia, en limpieza y en valores.
Así que este domingo, cuando la televisión abra con su musiquita épica y los comentaristas de siempre nos anuncien “El Clásico del fútbol español”, hagan el favor de sonreír, sonrían con esa ironía tranquila del que sabe más que el narrador, sonrían y digan: “No, hombre, no. El Clásico se jugó en abril en Chamartín. Esto es otra cosa, esto es un trámite entre el Real Madrid y el club que se creyó eterno y acabó en los juzgados”.
El miércoles tuvimos una noche europea de las de verdad: Real Madrid–Juventus, historia pura sin necesidad de maquillaje, dos clubes con más Copas de Europa que excusas, con rivales de verdad, sin victimismos ni sobres con membrete. Esto sí es un clásico, uno de esos que huele a fútbol antiguo, a respeto y a grandeza compartida.
Mientras algunos se aferran al “clásico” de los telediarios, Europa sigue recordándonos qué significa esa palabra cuando se pronuncia sin comillas. Lo demás —las ligas adulteradas, las pancartas lloronas y los himnos de autoayuda— son ruido de fondo. El clásico, amigos, como siempre, se juega en Europa. Y lo protagoniza el Real Madrid.
Porque los clásicos no se inventan: se merecen, y en eso, queridos, el Real Madrid sigue siendo el único club clásico de verdad.
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No tengo ni putas ganas de clásico. No sé si me explico. Llevo diciendo esto dos años y medio cada vez que se aproxima un duelo contra esa gente. Al especificar que hace dos años y medio que albergo este fuerte sentimiento anticlásico, dejo claro que el mismo nada tiene que ver con el hecho de que el año pasado nos mojaran repetidamente la oreja. Tenía idéntico sentimiento visceral en el año de la Decimoquinta, cuando les mojábamos la oreja nosotros a ellos pero ya se sabía, con prueba documental en forma de facturas, que estos tipos se habían comprado el sistema arbitral durante un mínimo de 17 años, si bien a decir de sus propios directivos José Luis Núñez ya pagaba a la cúpula colegial allá por los lejanos 90, de tal suerte que el soborno continuado al sistema arbitral por parte de ese club del que usted me habla (como dice Javier Vázquez) es el auténtico nexo de unión entre el pasado siglo y el que nos contempla. Se trata de una cadena que seguramente sigue hacia el futuro cuando ya se ha cumplido una cuarta parte del siglo siguiente.
¿Cómo no va a cambiar esto el modo en que uno vive el mal llamado clásico? Lo asombroso es que haya gente que lo siga viviendo como siempre, o sea, como cuando sospechábamos que algo raro pasaba, vale, pero al menos no teníamos constancia palpable del factor Negreira. Ahora lo tenemos, pero casi todo el mundo hace como si nada, y engalana el mal llamado clásico con los farolillos irritantes de su ilusión casi como uno coloca guirnaldas en el árbol como cuando se aproxima la Navidad.
Yo soy el Grinch de los putos clásicos. Me cago en el propio hecho de que tengamos que jugar contra una entidad que debería estar en Segunda División por lo que el juez de instrucción Aguirre llamó sin medias tintas corrupción continuada. El sistema apesta con luz y taquígrafos y la gente sigue entonando villancicos en torno al portal del Real Madrid-Barcelona. Que le den al Real Madrid-Barcelona, y ya de paso que dejen de llamarlo clásico. No es clásico de nada.
Soy el Mr. Scrooge que rezonga ante las lucecitas y el cotillón, y no hay fantasma de los clásicos pasados, presentes o futuros que pueda hacerme recapacitar. Soy, al parecer, el único o casi el único ser humano sobre la faz de la tierra a quien aún le importa una mierda la jodida decencia. Soy el viejo gruñón que se hace incómodo recordando a los jóvenes la cantidad de detritus que oculta la alfombra. No me hagáis caso. Tan solo soy un señor mayor con parámetros de otra época, por ejemplo que no está bien sobornar a los árbitros (ni a sus jefes, cojones, ni a sus jefes), por ejemplo que quien la hace la paga.
Ni clásico ni pollas en vinagre. Yo, por lo que sea, prefiero jugar contra gente que no haga trampas. En la eventualidad de verme forzado a jugar contra gente que haya hecho trampas, al menos que sea contra gente que ya haya pagado por sus crímenes. No es casualidad (porque el Dios justiciero del Antiguo Testamento no da puntada sin hilo) que este mal llamado clásico haya venido precedido por un partido europeo contra la Juventus. Así podemos comparar. La Juventus protagonizó el MoggiGate, cosa nimia en comparación con la era Negreira, y como resultado le fueron retirados los scudetti objeto de estudio y emprendió el humillante camino del descenso de categoría. Saldaron su deuda con la justicia, se produjo al menos un intento de reparación moral, y por eso el miércoles pasado les recibimos en el Bernabéu con todos los honores, como se recibe a un amigo otrora ilustre que sale de la cárcel y busca reintegrarse en la sociedad.
Yo, por lo que sea, prefiero jugar contra gente que no haga trampas. En la eventualidad de verme forzado a jugar contra gente que haya hecho trampas, al menos que sea contra gente que ya haya pagado por sus crímenes
El club cliente de Negreira, en cambio, no ha ido a la cárcel. No solo eso. Ni siquiera ha entonado un mea culpa o ha emitido un amago de reconocimiento de la gravedad de lo fehacientemente descubierto. Envalentonado por la complicidad de las instituciones, complicidad que se eleva a las más altas instancias, actúa al respecto con una mezcla vomitiva de hipocresía y jactancia, y con esto me refiero tanto al propio club azulgrana como a su entorno (valga la redundancia pues el mimetismo es total).
Sí, nos compramos durante décadas a los jefes de los árbitros para comprarnos indirectamente el favor de estos: os jodéis. Sí, nos compramos durante décadas a los jefes de los árbitros porque en nuestra mente enfebrecida vosotros os los habíais comprado antes, a pesar de que de esto último no haya prueba documental ni estadística alguna más allá del penalti de Guruceta que os contaron los abuelos: también ante este argumento de mierda se supone que tenemos que jodernos. Se compraron el sistema arbitral durante décadas, y aún tenemos que aguantar al niñato engreído del hype superlativo decir que el Madrid roba y llora. No solo eso: tenemos que aplaudir al niñato engreido del hype superlativo porque es el emblema de la selección de todos. A la selección de todos que la pongan también mirando a Cuenca. Soy el recontraputísimo Herodes de este belén cuyo caganer tiene la cara de Negreira (hola, Pepe Herrero), y desde la atalaya de mi castillo os maldigo a todos, sinvergüenzas y asimilados.
Maldigo a los que venís a mi puerta dando la brasa con la pandereta, en busca del aguinaldo de mi complicidad, para unir a la artificialidad de la causa mis puñitos apretados de emoción. Sí tengo que blandir mis puños, que no sea por el suspense amanerado de la expectativa del gol de Mbappé o Raphinha. Sí tengo que blandir los puños, que sea para usarlos contra el decorado de cartón piedra y contra el maldito Papá Noel. El mejor partido del mundo my arse. Podéis introducirlo por donde no brilla el sol, y si os apetece volver a mí cuando ese club infecto haya vuelto del purgatorio. Tal vez entonces tenga ganas de llamarlo clásico o algo parecido, si de verdad tanto os conviene. Estoy dispuesto a volver a empezar cuando la justicia resplandezca. Mientras tanto, cierro la ventana, tapo con tapones mis oídos para aislarme de los coros infantiles y espero a que la nieve del tiempo sepulte el trampantojo hasta la próxima navidad.
PD: Si ganamos lo celebraré, claro. A ver si encima no voy a poder celebrar que gane el Bien sobre el Mal.
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Buenos días, queridos galernautas. No hace demasiado, la perspectiva de enfrentarnos a nuestro máximo rival en España despertaba sensaciones totalmente contrarias a las que nos provoca ahora. Donde había expectación y nervio, ahora hay hastío. Lo que antes se llamaba un Real Madrid - Barcelona se ha reemplazado por la cursilísima denominación de clásico. Nos negamos a escribirlo con mayúscula porque es mentira, igual que nos resulta inaceptable que el hecho de que el mayor escándalo de la historia del fútbol, en el que un club pagó millones de euros durante dos décadas al vicepresidente de lo árbitros, a cambio de un trato arbitral beneficioso, tenga ni vaya a tener consecuencia alguna. Es asqueroso y nos hace tornar ilusión y expectación por repugnancia y cinismo.
Hacemos de tripas corazón y empezamos analizando el Marca, diario de Gallardo. Montaje poco inspirado, titular largo e insustancial y letras en amarillo remedando al Wordart de Windows 98 y los manidos acrónimos con los jugadores más destacados. BMV. Qué original. Oh. Ah.
El rotativo anteriormente dirigido por Relaño, es decir, el As, nos muestra a Ilia Topuria a punto de soltar uno de sus celebérrimos soplamocos a quien se arrime demasiado a su portada. Sin querer hacer apología de la violencia, no protestaríamos demasiado si Ilia, a la manera del Último Gran Héroe o a la Rosa Púrpura del Cairo, saliese de esa portada y le lanzase ese golpecito cariñoso a unos cuantos que se no vienen a la cabeza.
Saltando a la prensa cataculé, como era de esperar, lo fían todo a Lamine Yamal, jugadorazo cuyo talento solamente es comparable a su carencia de fotogenia. En Sport, café para muy cafeteros. Nos cuentan que calienta el clásico porque hace declaraciones presuntamente provocativas en una entrevista con Ibai Llanos mientras hunde su cuello en su camisa, adoptando lo que parece ser la posición llamada del galápago del Ampurdán. Mas allá de consideraciones zoológicas, nos preguntamos por los beneficios y conveniencia de fiar el presente y futuro de un club histórico a un chico de 18 años recién cumplidos sin realizar en paralelo una labor de acompañamiento y formación del mismo para evitar desviaciones de personalidad y conducta. Allá cada uno.
El diario del Conde de Godó, Grande de España, también nos muestra a Yamal en posición de pedir turno en la carnicería para comprar chopped de pavo, medio kilo de cinta de lomo y unos huesos para el caldo.
Pasad un excelente día y mantened siempre la educación y el respeto, aunque sea a costa de no consumir prensa presuntamente deportiva, que ya os lo contamos todo aquí.
Sobre la belleza se ha escrito tanto que ya puede referirse a cualquier cosa. Umbral, por ejemplo, decía que la belleza es reiteración y lo que se reitera es bello por repetitivo. Hay cierta inteligencia en esta boutade: uno puede enamorarse de un equipo que pierde cada domingo. Por su parte, Jabois, en la novela Mirafiori, pone en boca de uno de sus personajes lo siguiente, sobre los cirujanos estéticos: “Confunden la perfección con la belleza, que es la falta de armonía y de simetría. La belleza es el error en el momento exacto”.
El Real Madrid ganó a la Juventus de Tudor, anterior y posteriormente conocida como de Turín, por un escueto 1-0 gracias a un gol de Jude Bellingham tras una fastuosa jugada de un Vinícius empeñado en la reconversión: si no puede ser búfalo, si no hay pradera para correr, será antílope en huida de mordiscos y patadas.
Fue un Madrid eficaz y antiguo, como dicen en El País, sostenido por tres piezas que nos retrotraen a 2024. Acabó, como mandan ciertos cánones, pidiendo la hora, con Thibaut Courtois deteniendo varias acometidas de peligro cuando el rival, vivo de milagro, creyó que puntuar en el Bernabéu estaba al alcance de cualquiera.
Nos aburrimos en una primera parte burocrática en la que la Juventus, sin balón y sin ganas de tenerlo, se dedicó a cerrar espacios y a bregar, con la esperanza de que el local se impacientara y cometiera un error. No fue el caso. El Madrid paseaba el esférico por el campo esperando un haz de luz, como quien mira por la ventana cada mañana soñando con guardar el abrigo en el armario, con el retorno de los pájaros y la manga corta.
Por fin, tras el descanso se acrecentaron las urgencias: llegaron entonces los espacios, las praderas abiertas, florecieron las amapolas y el Madrid pudo correr. Mbappé, con cincuenta metros de césped por delante, es un estornudo. Las alergias aumentaron en el Bernabéu, y hubo quien se enamoró locamente de Güler, o del Valverde que podría ser un lateral antológico, de un Asencio mártir encaminado al perdón, de un Carreras que reconforta como unas sábanas limpias, de un Tchouameni reverdecido.
El Madrid fue una primavera momentánea, un error en la pizarra, una combustión, un estornudo, un cuerpo asimétrico y profundamente bello
El Madrid, con espacios y urgencias, es una primavera. Se abrió el Bernabéu y volvieron los pájaros y las ganas de vivir. Con espacios, los de Xabi Alonso ganaron en profundidad y en instinto asesino. Aparte del gol, de sobra merecido, merecieron dos o tres más, pero un Di Gregorio inspirado contuvo una estación desbocada que pretendía convertir el mundo en un niño que se sabe poemas de memoria, como escribió Rilke.
Acabó el partido y volvió el otoño, este octubre que anuncia otro cambio horario en España y que mira de reojo un nuevo Clásico, para muchos definitivo y determinante, que será otro Clásico viejo, como todos. Frente a nosotros, la puerta del invierno.
No obstante, ayer fue primavera por un rato, olimos la tierra húmeda y el polen y escuchamos a insectos hacer el amor y vimos la lluvia en una tarde soleada y el sol en una tarde lluviosa. El Madrid fue una primavera momentánea, un error en la pizarra, una combustión, un estornudo, un cuerpo asimétrico y profundamente bello que, precisamente por reiterado, nos sigue embelesando.
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Buenos días, galernautas. Como de sobra sabéis, el Real Madrid venció ayer a la Juventus (1-0) con gol de Jude Bellingham, lo que completa una trayectoria inmaculada hasta la fecha en esta edición de la Champions League. Tres partidos, tres victorias. Nueve puntos en juego, nueve puntos logrados.
A juzgar por parte de la prensa y (lo que es peor) de la afición madridista en las redes sociales, no obstante, todo es un desastre y este equipo no va a ninguna parte. De hecho, el denominador común de la prensa el día es, poco más o menos, que el partido lo ganó Courtois.
Os invitamos a leer la crónica galernauta de Paco Sánchez Palomares (y las calificaciones de Genaro Desailly) para que comprobéis que no estáis locos y que otras personas también vieron el partido que visteis vosotros. Es decir, uno en el que Courtois (que cumplió 300 partidos después de dar una lección en una rueda de prensa histórica) estuvo sensacional, pero no fue ni mucho menos la única clave de la victoria.
Como diría cierto expresidente del Congreso y exembajador en Londres, manda huevos. Es cierto que Courtois hizo varias intervenciones y que una de ellas, en un uno contra uno frente a Vlahovic, fue de absoluto valor gol, pero cualquiera diría, leyendo cosas así, que Di Gregorio, el portero juventino, estuvo de turismo en el Bernabéu.
Fue todo lo contrario. El Madrid, aunque acabó desinflado y pudo pagarlo caro, tuvo largos ratos de juego vibrante que se tradujo en claras ocasiones que obligaron a Di Gregorio (que no estuvo allí de paseo) a facturar una actuación antológica, atajando goles cantados de Mbappé por dos veces, Brahim otras dos, y varias otras intervenciones.
Pero ya conocemos a la prensa que padecemos (y a su triste reflejo en las redes sociales): el Madrid tiene que hacerlo siempre mal, y para que quede claro que el Madrid, pese a ganar, lo hizo todo mal ayer, hay que dar el mérito de la victoria a su portero, que “le salvó”.
Mundo Deportivo tiene la delicadeza de meter al menos a Bellingham en la ecuación también (“Courtois y Bellingham salvan a los blancos”), pero todo obviando el conjunto de buenas noticias que arrojó el partido, por ejemplo la consolidación de Arda Güler como centrocampista, con las funciones ofensivas y defensivas que ello comporta; la magnífica aportación de Mbappé aunque esta vez no marcara; el carácter una vez más decisivo de Vinicius, sensacional en la jugada del gol de Jude; la pujanza de Brahim, que presentó una clara candidatura de titularidad para el partido ante el club cliente de Negreira; la seguridad defensiva de Militao y Asencio; el gran partido de Valverde como lateral…
El CM de Mundo Deportivo, no obstante, insistía anoche en lo mismo: les “salvó” Courtois, con gol de Bellingham. Y punto.
Hubo muchas cosas buenas -aparte por supuesto de la victoria-, pero nadie parece dispuesto a resaltarlas. Mirad la portada de Marca, presunto epítome de la Central Lechera y a la hora de la verdad hoja parroquial de un Javier Tebas que aún se retuerce de dolor ante el varapalo de la no-celebración del partido de Miami.
De nuevo se nos ofrece una lectura reduccionista del encuentro, en virtud de la cual se vuelve a destacar a Courtois, además de un “un gol” de Bellingham (sin mencionar el excelente partido del inglés en el segundo tiempo).
La letra pequeña es peor todavía, resaltando que Mbappé “se quedó seco” solo porque esta vez no marcó (alguna vez tendrá que pasar) y sin mención alguna de todos los elementos positivos que hemos resaltado hace algunos párrafos. Y todo enfocado al puñetero mal llamado “clásico”, como si todo girara en torno a los enfrentamientos directos con el club cliente de Negreira y la Champions League fuera un torneo de verano de poca monta, diseñado para preparar ese otro partido.
Ese otro partido que por cierto ya está ahí, a la vuelta de la esquina, lo queramos o no. No apetece jugar contra un equipo que debería estar en Segunda División, o que al menos debió pasar por ella. Hace tanto tiempo que se descubrió el escándalo Negreira sin que haya habido justicia que a su beneficiario le habría dado tiempo a descender a Segunda, jugar allí y estar de vuelta. Le habríamos recibido con los brazos abiertos después de saldar sus cuentas con la justicia, tal como hicimos ayer con la Juventus, que también fue un club corrupto pero al menos pagó por ello.
La Juve, sí, protagonizó el nefando MoggiGate, que fue muy poca cosa en comparación con el escándalo Negreira, pero suficiente para dar con los huesos de la entidad en las divisiones inferiores del fútbol italiano. Fue castigado, y a a partir de ahí borrón y cuenta nueva, que es lo que ofrece la sociedad a los criminales que pasan por la cárcel.
A aquellos criminales que gozan de impunidad, en cambio, ni agua. Aquellas personas y entidades criminales que no pagaron por lo que hicieron no merecen el honor de jugar contra el Real Madrid.
Os dejamos con el resto de portadas de la jornada.
Pasad un buen día.
-Courtois: SOBRESALIENTE. Semana orgásmica del belga, frente a la prensa y frente a Vlahovic.
-Valverde: NOTABLE. Si de verdad no le gusta jugar de lateral, juega contra sí mismo.
-Carreras: APROBADO. Sufrió mucho ante Kalulu y luego ante Conceição. Parece en regresión.
-Asencio: NOTABLE. Bravísimo, y providencial en el penúltimo ataque juventino.
-Militao: SOBRESALIENTE. Como reza la jerga tuitera, y con los debidos perdones, va con ella fuera.
-Tchouaméni: NOTABLE. La boya. También va con ella fuera.
-Bellingham: NOTABLE. Primoroso segundo tiempo tras su gol de oportunista. Robó varios balones muy meritorios cerca del área rival. Jude is back.
-Güler: SOBRESALIENTE. De todos los jugados hasta la fecha, ha sido quizá el partido donde más claro ha dejado que puede ser el centrocampista completo que buscamos. Defiende, manda y filtra. Sus córners son sexo con amor.
-Brahim: NOTABLE. Denodado y hábil.
-Vinícius: APROBADO. Discreto, pero genial en la jugada del gol.
-Mbappé: NOTABLE. No marcó esta vez, pero volvió loca a la defensa italiana.
-Camavinga: APROBADO. Entró para poner orden y pausa. No se puede decir que lo consiguiera.
-Mastantuono, Fran García, Gonzalo: sin calificar.
-Xabi Alonso: NOTABLE. El equipo está creciendo y es arrebatador cuando entra en zafarrancho de ataque. Está sacando lo mejor de casi todos los jugadores. En el debe, cabe señalar que no todo es rock’n’roll en esta vida. La pausa es la asignatura pendiente. Con ella, no se concederán ocasiones como las del final.
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Arbitró el esloveno Slavko Vincic. En el VAR estuvo el alemán Bastian Dankert.
Un partido tranquilo, con un ritmo muy europeo y que gobernaba bien el trencilla esloveno hasta que se lo complicó en la última media hora. No pitó una falta de Conceiçao a Vinícius que conllevaba expulsión. El portugués sacó el cuero, pero anteriormente ya había trabado al brasileño. Era el último hombre y ocasión manifiesta de gol. También debió irse a la caseta Brahim. En el 61', el malagueño hizo una entrada durísima a Thuram con la planta por encima del tobillo. Solo se quedó en amarilla.
Lo último a reseñar es que en la segunda parte los blancos pidieron mano del propio Thuram en el área bianconeri, pero el balón, tras un rechace de Gatti, ni siquiera le dio en el brazo, sino en el pecho.
Vincic, DEFICIENTE.
Real Madrid-Juventus, partido con aroma de tradición europea. Los italianos llegaban en peor condición y con más urgencias que los blancos. En las gradas, un tifo con Lucas Vázquez de niño animando a su Real Madrid. Bonito homenaje. (Y sí, fue penalti en 2018).
El encuentro comenzó al principio, se disputó durante el mismo y concluyó al final —como mandan los cánones de la realidad— con victoria trabajada del Madrid por 1-0 merced al gol de un Bellingham que sigue recuperando la forma, la brillante dirección de Güler y el esplendoroso desempeño de Courtois.
Xabi puso en liza un once con Fede en el lateral derecho, Asencio en el eje de la defensa junto a Militao y Brahim en lugar de Mastantuono. El resto, los habituales, con Tchouaméni y Güler tratando de conseguir esa mezcla entre diésel y gasolina que propulsase al Madrid.
Los locales comenzaron sobones con la bola como amantes tras ayuno carnal, pero la primera acción de peligro cayó del lado juventino, un mal despeje de Valverde provocó una contra blanquinegra desbaratada por la zaga vikinga. La acción espoleó a los de Tudor y se sucedieron dos tiros lejanos de McKennie y Gatti, que salvó Courtois con la misma maestría que demuestra frente a los micrófonos, y un centro despejado por Asencio.
La respuesta madridista corrió a cargo de Tchouaméni, quien cabeceó a las manos del meta rival un córner botado por Arda. Le faltó fuerza y colocación al remate.
Durante este inicio, el Madrid manoseaba mucho sin arrimarse y la Juve tocaba poco pero creaba más peligro.
Como si hubiesen leído la anterior línea, en el 22', una llegada de Jude desembocó en un disparo de Mbappé desde la frontal que desgraciadamente despejó con la puntera el 4 bianconero. Y en el 24' fue Brahim quien puso a prueba a Di Gregorio. En el siguiente córner, a punto estuvo de marcar Aurelién, pero desvió un defensor. Los de Xabi se estaban mostrando menos aburridos y más incisivos, aunque no terminaban de molar.
En el minuto 33, un recorte de lujo de Güler derivó en un centro medido que Brahim podría haber rematado en caso de, precisamente, haber medido más. El turco había agarrado el encuentro por la pechera y lo estaba manejando a su antojo.
Cuando quedaban 5 minutos para el descanso, Di Gregorio evitó el gol de Kylian, que había sido asistido por Brahim mientras le hacían falta. La siguiente fue para Militao, que remató alto un pase atrás de Mbappé tras jugadón del francés.
Slavko Vinčić decretó el final del primer tiempo cuando los blancos habían recuperado el balón y se dirigían a la portería contraria. Gil Manzano ha creado escuela.
La Juve tuvo sus ocasiones al comienzo del partido, después el Madrid lo adormeció y en los últimos 20 minutos imprimió velocidad a su juego, pero marró las ocasiones que disfrutó.
victoria trabajada del Madrid por 1-0 merced al gol de un Bellingham que sigue recuperando la forma, la brillante dirección de Güler y el esplendoroso desempeño de Courtois
El encuentro se reanudó con susto: un error de Carreras en área propia fue subsanado in extremis por Militao, que estaba rayando a gran altura. Poco después, milagro. Vlahović ganó en velocidad a Militao y Courtois desvió lo que nadie desvía. Acción valor gol. El Madrid respondió con sendos disparos de Vini y de Fede. Jude también peinó otro centro nada regulero de Güler, pero muy forzado y apenas pudo conectar con el balón.
El partido entró en un toma y daca, se había desencorsetado y entonces apareció Vini, regateó a una cohorte turinesa, chutó, rebotó en el poste y remachó Bellingham a la red como solía hacer en su primera campaña. 1-0. Al fin el Madrid había desprecintado el partido.
En el 64', buena acción del inglés que no pudo culminar Kylian. Y, poco después, voleón de Valverde que no acabó el gol porque rechazó Gatti. Jude estaba mejor, el Madrid estaba mejor.
A comienzos de los setenta, aluvión blanco. Di Gregorio obró dos milagros a dos trallazos de Mbappé y Brahim consecutivos. Después, Gatti salvó bajo palos un balón de Brahim que entraba. Real Madrid, desencadenado.
Alonso movió el banquillo, y también hizo un cambio: retiró a un excelso Güler e introdujo a Camavinga.
Antes del minuto 80, Courtois blocó un saque de córner, se la puso con la mano a Vini que se marchaba solo. Fue objeto de falta cuando encaraba a Di Gregorio. El colegiado no solo no expulsó al defensor, sino que no señaló ni falta. En Movistar, Mateu, Benito y Martínez lo justificaron: fue falta, pero si la hubiese pitado, tendría que haber expulsado al zaguero, y claro...
A cinco minutos del final, Asencio salvó un gol de Openda al contragolpe y se lesionó en la acción. Lo sustituyó Gonzalo. Tchouaméni a la defensa y Jude un poco más atrás. Poco antes, Vinícius y Brahim habían dejado su lugar a Mastantuono y Fran García.
En los instantes finales, hubo tiempo para otra oportunidad de Kylian, para una nueva intervención de Courtois y para un contragolpe de Valverde.
Victoria lograda con esfuerzo. Tercera en tres partidos de Champions. Pleno.
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