Vaya por delante que nadie ha estado, está o estará por encima del Real Madrid. La reacción de Vinícius al ser sustituido frente al Barça me pareció una falta de respeto tremenda hacia la institución, el presidente, el entrenador, los propios jugadores, los trabajadores y, sobre todo, el aficionado. El Club no puede permitir estas situaciones.
Podemos entrar a debatir si el cambio fue acertado o no por parte de Xabi Alonso. En mi opinión, desde luego que no. Lo que no podemos discutir es que el brasileño tuvo una reacción desmedida y totalmente fuera de lugar. Agachas la cabeza, haces un gesto mínimo de rechazo y punto. No puedes caminar cuarenta metros en el Bernabéu haciendo aspavientos, hablando en un tono poco amigable e irte directo al vestuario.
Me tiene descolocado saber si este tipo de comportamientos son buenos o malos tanto para Vini como para el Real Madrid. Es un aspecto positivo que quiera jugar siempre, esté bien o esté mal, pero muy negativo el hecho de mostrar en un partido tan popular como un 'Clásico' esa imagen hacia tu propio entrenador. Espero que Xabi sepa reconducirlo para evitar problemas internos.
El madridismo está dividido, es un hecho. Por una parte, están los que defienden a Vinícius y, por otra, los que lo hacen con Xabi Alonso o ponen por delante al Club. Me parece peligroso culpar a tu propio entrenador de una decisión técnica, sea cual sea el fondo. Porque Vini no se equivocó en el fondo, sino que le perdieron las formas.
Tengan cuidado con la prensa en general. Ellos solo buscan la noticia, el alboroto, sacar de quicio a unos y a otros. Una tarde que debió ser feliz para cualquier aficionado del Real Madrid tras ganar al Barça no puede emborronarse de esta manera, porque es palpable el mal sabor de boca que todos tenemos respecto a este tema.
Ya me gustaría a mí que Vini tuviese la misma prensa que un Lamine Yamal que pasa desapercibido y está superando límites que no debería superar. Su vida extradeportiva va de exclusiva en exclusiva y jugadores como Courtois, Carvajal o Vinícius se encargaron de recordarle que todavía no es nadie en esto del fútbol. Acusar al Real Madrid de "robar" no puede salirle barato y menos jugando en el equipo de los ocho millones a Negreira.
Hala Madrid.
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Con ElClásico (marca registrada) regresó, sin embargo, el rock´n´roll. Algo nos había prometido Xabi Alonso cuando fichó este verano, de entrenador: fuera la abulia, corriente eléctrica sobre cuerpo esclerotizado por la rutina y la panza llena, un nuevo renacer del espíritu guerrero del equipo. Contra el Barcelona, los jugadores salieron encendidos, llenos de eneryía y con ganas de ganar, cosa que se agradece pues se contaban ya cuatro palizas seguidas frente al equipo de la corrupción y el fraude: entonando los sones de la antigua canción del degüello, el Madrid fue a por todas y sólo el infecto tinglado federativo-arbitral, que ha naturalizado con impunidad el videofraude, además de la bisoñez de Güler, mantuvieron vivo al rival hasta casi el minuto cien.
Fue una lección de mourinhismo. La verdad es que Lamine Yamal ayudó bastante. Mourinho fue quien recuperó el orgullo de la camiseta blanca y la boca de chancla de la estrella actual del fútbol español renovó el viejo son de guerra. Carvajal, que es la Historia con piernas, le recordó a Yamal, desde lo alto de sus seis Copas de Europa, que el Madrid es capaz de sobrevivir a un holocausto nuclear, pues la fuerza que lo anima no es humana.
Lamal se pensaba que, por haber vapuleado unas cuantas veces al Madrid, ya estaba todo hecho. Ese es el error de todos sus enemigos. El Madrid está más allá de la muerte porque ama vencer más que a la propia vida. A ganar lo sacrifica todo, menos el honor, por eso para atléticos o barcelonistas resulta tan difícil comprender lo que significa el madridismo.
Hacía tiempo que el estadio no vibraba así. Xabi se amamantó de la loba mourinhista, fue uno de los jugadores que mejor expresó aquel estilo, que trascendía lo meramente deportivo, de ser y de estar en el mundo: sin Mourinho no habría existido el ciclo dorado de la última década y Alonso demostró el domingo que, al hacerse entrenador, su brújula apuntaba a Setúbal.
Yamal se pensaba que, por haber vapuleado unas cuantas veces al Madrid, ya estaba todo hecho. Ese es el error de todos sus enemigos. El Madrid está más allá de la muerte porque ama vencer más que a la propia vida
Bellingham, que amenazaba con ser un problema, resultó capital en la transición relámpago que planteó para desarmar el delicado mecano de Flick en el centro del campo. Alonso requería su aura en un partido así y el inglés volvió en sí certificando su condición de llegador puro, lo más parecido a un back-to-back que hay en el mundo. Bellingham no es ni un creador de juego, ni un carrilero ni, exactamente, un mediapunta; sino un producto puramente británico, un paracaidista de inverosímil mezcla en el juego del equipo y, sin embargo, imprescindible cuando el fútbol exige grandeza.
El Madrid simplificó el asunto maximizando sus virtudes ofensivas y llenando de hormigón el espacio entre su defensa y Güler, que Tchouaméni y Camavinga convirtieron en una Zona de Bajas Emisiones: por allí rondaron Pedri, De Jong y Fermín sin crear, salvo alguna vez, verdadero peligro, lo que también hay que agradecer a la presencia de Huijsen y Carreras, quienes, entre los dos, maniataron al divo de Mataró y confirmaron su bautismo de fuego en las grandes ocasiones.
Si rescató Xabi el mourinhismo que hasta el enfado de Vinícius al ser cambiado recordó a aquellas escandaleras que le montaban a Mourinho Ramos o Cristiano a cuenta del ostracismo de Özil o de las novelerías del Aquiles de Madeira cuando estaba triste. Cuando Vínicius volvió relatando al banquillo, terminó peleándose con medio Barcelona y después Alonso zanjó el asunto ante los micrófonos con absoluta normalidad, entendí que todo forma parte de lo mismo: una estrategia de electrificación del equipo, una manera de que su Madrid se vuelva incandescente.
El Madrid nunca fue explicable desde lo rigurosamente futbolístico. Eso es para los demás y, por qué no decirlo, algo muy vulgar. El Madrid es un organismo vivo, complejo y sentimental: un universo dando vueltas sin parar sobre sí mismo donde el único sistema admitido es la victoria. Todo debe tender hacia ella o, de lo contrario, se vuelve absurdo, prescindible y molesto. Xabi Alonso, que llegó con fama de meticuloso, de táctico, de «pizarrista», jugó aquí y parece que lo sabe.
El Madrid nunca fue explicable desde lo rigurosamente futbolístico. Eso es para los demás y, por qué no decirlo, algo muy vulgar. Xabi Alonso, que llegó con fama de meticuloso, de táctico, de «pizarrista», jugó aquí y parece que lo sabe
Para alcanzar la meta, Alonso sabe que su equipo debe hacerse, de presa, cazador. Había que ventilar la casa tras una temporada de peligroso pancismo. ElClásico del domingo fundamenta un nuevo mourinhismo incluso en lo ambiental: como Yamal es la estrella de la selección española y el Barcelona, su supuesta espina dorsal, la sitcom que es España, producida por El Terrat, ya ha encendido la mecha del odio contra el Madrid, como en aquellos viejos tiempos. El panenkismo, que es el antimadridismo con gafas de pasta, un disfraz contemporáneo y un catalanismo pesecero refinado, apunta incluso a VOX, del que al parecer Carvajal, «el hijo de policía», sería el portavoz y el símbolo. ¡A Carvajal, que es el verdadero tipo duro del cuento del Bronx, el hijo del pueblo! No es nuevo: Diego Torres, hace ya quince años, en El País, que es la nodriza de todo este lumpen con ínfulas, ya asoció a Mourinho con Mussolini y el fascismo. El mourinhismo también era una manera de que el Madrid le hablara directamente al corazón del aficionado, saltándose a todos esos engreídos intermediarios que controlan el relato del fútbol.
Ladran y, la verdad, es que cabalgamos.
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Buenos días, lectores. De niño se cree que los ídolos futbolistas piensan como uno mismo. Según se va creciendo, se pone más en duda y, a partir de la adultez, hay ocasiones en las que incluso se duda que vivan en el mismo planeta por ciertas actitudes —o falta de ellas— que uno aprecia y que parecen no ir acompasadas con el sentimiento de la afición. No fue el caso del Madrid del domingo contra el Barça. Algo que nos reconforta en lo más íntimo, incluso si en los más íntimo uno no quiere Chilly.
Hubo numerosos ejemplos de conductas de los jugadores blancos que nos enorgullecieron. En especial, una que tuvo a Bellingham, Pedri y Soto Grado como protagonistas principales, con Mbappé como actor de reparto.
La cosa fue más o menos así: Jude y el 8 blaugrana pugnaban por un balón cuerpo con cuerpo cuando el canario se desplomó como si hubiese sido abatido en pleno vuelo. En su camino al suelo, fue dejándose caer busquetianamente con la mano izquierda tratando de tapar un imaginario boquete en la carótida derecha, como intentando contener una vida que se le escapaba a chorros (música de copla dramática, arrebatada).
Jude no daba crédito. Nos hemos acostumbrado, pero lo cierto es que contemplar a un adulto actuar así produce mucho alipori. Se acercó a recriminarle el fingimiento y, cuando le tocó la cabeza, Pedri redobló la función, un simple roce en la testa y ¡aaaaaaaayyyyy! El, por otro lado fantástico futbolista, yacía con la cabeza gacha a lo McFly padre.
En ese momento solo queda el humor, y así se lo tomó el inglés, que empezó a parodiar —con una sonrisa en el rostro— al actor del Método, del Método Culé. Los blaugrana pedían roja. Mbappé, también sonriente, se acercó para decir que no era roja. Sería osado incluso afirmar que fuese falta.
Ante la solicitud de expulsión, llegó el clímax: Bellingham se acercó a Soto Grado y le espetó socarrón: «Ni con Negreira». Bravo. La cara del colegiado era un poema. ¿Qué podía recriminarle a Jude, si este se había limitado a decir la verdad? Una verdad punzante, lacerante, en tanto en cuanto el daño barça-negreiril está hecho y sin embargo no reparado ni castigado.
'' ...''.#ElDíaDespués pic.twitter.com/nqZ9YbzgRW
— El Día Después en Movistar Plus+ (@ElDiaDespues) October 27, 2025
«Ni con Negreira», escuchó Soto, «Ni con Negreira», oyó, no de buen grado. Mas ¿qué podía hacer? ¿Cómo recriminar lo irrecriminable? «Ni con Negreira», retumbaba en la cavidad craneal del trencilla como rebota una bola de acero en los bumpers, slingshots y targets de un pinball.
«¿Y qué voy a hacer?», pensaría Soto, «si lleva razón en grado sumo». Rebatir o castigar a Jude sería como ponerle un pero al siguiente tuit de Tamiroff.
Cuando Benaiges se iba a por los alevines no decíais nada. https://t.co/wk8BtWmhin
— Tamiroff (@tamiroff_) October 26, 2025
La frase de Jude nos restaura el espíritu, nos renueva las fuerzas, sirve de prueba fehaciente de que nuestros futbolistas están en el mismo barco que nosotros, no en un yate sin cobertura al que no llega la señal de nuestra ira por la ignominia de la adulteración continuada de la competición por parte del Barça durante décadas de manera impune.
Tienen sangre en las venas y responden a las afrentas, como las de un Lamine arrabalero en la previa que después se diluyó en el partido de la misma manera que se diluye un delito en el inabarcable historial del FC Barcelona: sin que se note.
Después, los medios y el sistema en general se encargan de cortar, trocear, cambiar de sitio, ocultar, pegar las imágenes para mostrar siempre al Real Madrid como el malo de la película y quien recibe el castigo. Sirva como muestra la primera tangana, bien analizada por el galernauta Álvaro Martín Gallego.
Por fin el video de la primera tangana:
- Vinicius celebra la expulsión de Pedri.
- Le increpan desde el banquillo de BCN
- Vinicius se encara
- El subnormal del encargado del BCN le hace lo del balón de playa
- Ferran Torres y Balde van a por él, empujón y tirón de camiseta… pic.twitter.com/VGi0d2eji4— Álvaro M-G (@AlvaroNCG) October 27, 2025
En una acción en la cual Carles Naval —lleva en el Barça todo el Negreirato— se burla de Vinícius mientras Ferran y Balde lo empujan y agarran por la pechera, el expulsado es Lunin por acudir a poner paz. Es una metáfora de lo que sucede en la parte enferma de la sociedad que padecemos, donde ha calado que el Madrid es el culpable de que el Barça se hubiese comprado la cúpula arbitral y debe pagar por ello.
La prensa no cumple su papel ni informa y saca del error a la gente porque está pringada hasta el cuello.
En Mundo Deportivo dicen que en el Madrid están hartos de Vini. La verdad es que llevan diciéndolo desde hace dos Champions, exactamente las que ha ganado el club de Chamartín con Vinícius decisivo en ambas. A Lamine, sin embargo, lo califican solo de difuso. Buen eufemismo. Si bien es cierto que le dan un pellizco de monja: «El Barça espera que reaccione y hable en el campo».
Para Sport directamente «Explota el ‘caso Vinícius’». El Madrid está ya a cinco puntos y hay que desestabilizar fuera y dentro del campo. Soldados tienen en ambos frentes.
La prensa madrileña está regada con la misma agua que la catalana, por lo tanto no es de extrañar el titular de As.
De Marca, sin embargo, esperábamos más carnaza, pensábamos que pondrían de nuevo a Vini en el foco. Quizá Tebas anoche libró.
Pasad un buen día en compañía de seres queridos, no os juntéis con arrabaleros, mentirosos, delincuentes ni con Negreira.
Dijo, en cierta ocasión, Javier Aznar: “Perder el vértigo puede ser peligroso”. Me pareció inteligente. Lo apunté. Asomarse al precipicio sin sentir un vuelco en el estómago, como mínimo, te invita a acercarte un poco más. En algún momento, haber perdido el miedo será la causa de unos sesos esparcidos unos cuantos metros más abajo.
Quizá sea el caso de Lamine Yamal. Quién, con dieciocho años recién cumplidos, multimillonario, encumbrado casi a la altura de un Dios, sería capaz de mantener las suelas de los zapatos lejos del precipicio. En algún momento de la semana pasada, rendido al aplauso y al cachondeo, confundió una manifestación pública con una quedada de colegas. Fue lo que dijo y también cómo. Llamó a la ira y al fuego.
Ganó el Madrid con un 2-1 que mereció ser 3-0. Le perdonó la vida. Sin embargo, pudo ser 1-1 e incluso 2-2 porque no hubo forma de sentenciar el Clásico: sorprende que esta manada de búfalos en estampida no sea capaz alimentarse con grandes bocados. Hizo méritos para ello, pues en apenas un cuarto de hora ya se le había pitado y anulado un penalti a Vinícius, que en el área contraria habría sido un clamor en análisis y tertulias, y un gol a Mbappé por un fuera de juego imposible por milimétrico. Por qué será que me viene a la mente una cita de David Gistau: “Fue peor que un crimen, fue un error”.
Poco después, con la funesta sombra arbitral sobrevolando el Bernabéu, y con el estadio cantando algo sobre corrupción en algún sitio porque alguien pagó a no sé quién durante muchos años a cambio de quién sabe qué, apareció Jude Bellingham. A pesar de que fue señalado como el elefante en la habitación, sobre todo después de perder en el Metropolitano, el inglés sirvió, ahora sí, el 1-0 a Mbappé. De repente, la primavera de nuevo. Los blancos volaban y alguien masticaba la idea de la goleada, de la noche histórica, de anuncios de Uber Eats en los que un futuro exjugador del Madrid le habla de manitas a otro del Barça, y no al revés. Pudieron ampliar la ventaja Huijsen, Vinícius y Bellingham, pero fue Fermín el que empató el partido. Pensamos que la vida nos va a deparar algo asombroso, pero en el momento menos esperado sobreviene la desgracia.
Ganó el Madrid con un 2-1 que mereció ser 3-0. Le perdonó la vida. Sin embargo, pudo ser 1-1 e incluso 2-2 porque no hubo forma de sentenciar el Clásico: sorprende que esta manada de búfalos en estampida no sea capaz alimentarse con grandes bocados
Con el Madrid herido, los de Flick pudieron remontar y tuvieron opciones para ello. Apareció Courtois, otro al que habrá que colocar de forma juiciosa en el santoral blanco en algún momento. Sus paradas dieron opción a que, al borde del descanso, Bellingham marcase el 2-1 después de que Vinícius pusiera a bailar a Koundé. Dio tiempo incluso, antes del descanso, a que se le anulara otro gol a Mbappé, esta vez demasiado claro como para ponerse a recordar. Son montañas nuestra memoria.
También evidente fue la mano de Eric García con la que se inauguró la segunda parte. Mbappé, desde el punto de penalti, eligió susto en vez de muerte y su disparo tuvo más potencia que puntería: Szczęsny metió la mano e hizo un paradón. El fracaso no es optativo, como dice Diego Garrocho, ni siquiera para el mejor delantero del mundo.
Así el partido fue embarrándose. Las ocasiones comenzaron a espaciarse: sólo Fermín parecía capaz de empatar y sólo el límite del reglamento de evitar la tranquilidad local. Pasada la hora de partido, otro fuera de juego anuló un gol de Bellingham. Llegaron los cambios y con ellos la polémica: a Vinícius no le gusta irse al banquillo, menos cuando quedan veinte minutos por jugarse, menos si el Barça está enfrente, menos si se ve con opciones de marcar un gol. Tampoco le gusta al brasileño defender mucho, por lo que cuando Xabi Alonso vio que el equipo flaqueaba por su lado, tomó decisiones a costa de complicarse la vida.
Vinícius se fue despotricando contra el banquillo con una cámara y un foco bien grande en la cara. Los lectores de labios contratados por las televisiones se frotaron las manos: hoy se cena, dijo alguno. El brasileño está sosteniendo una industria entera. Dijera lo que dijera, habrá que solucionar su indisciplina: no se puede consentir, por el acto en sí, pero sobre todo por los precedentes que crea.
No se jugó mucho más porque el Madrid cedió el terreno, el balón y las ganas. Así las cosas, para terminar de condimentar el primer Clásico de la temporada hacía falta un tumulto sabroso. Los ingredientes ya estaban, se había encargado de ellos Lamine Yamal, así que cuando el 2-1 fue definitivo, recibió la receta de viva voz de unos cuantos madridistas que creyeron ver justicia en la venganza. Alguno quiso, e incluso quizá debió, dársela también por escrito pero para eso habría que, como pedía el catalán, haberse visto en el túnel de vestuarios, donde luego, por fortuna, o no, nunca pasa nada. Lamine Yamal, dieciocho años, graduándose pronto en gesticular demasiado.
El Madrid ganó sólo 2-1. La tangana final y el cambio de Vinícius atrajeron la atención de todos, también de la grada. Nadie pareció reparar en que sobró compasión. El Barça ofreció el cuello pero no fue ajusticiado. La última franja del partido fue un sinsentido teniendo en cuenta las posibilidades de cada uno. La herida del año pasado aún supura como para ser clemente. Un equipo sin vértigo se asomó al precipicio, demasiado, por fin, pero no hubo nadie para cobrar venganza. El día del Clásico coincidió con el de la misericordia.
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Lo de ayer no fue un partido de fútbol, fue una sesión de espiritismo. Cada gol del Real Madrid parecía una aparición mariana: se veía, se celebraba y acto seguido se desvanecía en el éter digital del VAR. Tres veces el balón entró en la portería del Barcelona y tres veces el oráculo tecnológico dictó penitencia. El fútbol se ha convertido en una religión sin fe: los hinchas ya no gritan “¡gol!”, murmuran “espera, a ver si vale”.
Soto Grado pitaba y el estadio contenía la respiración. Iglesias Villanueva, desde la cabina del VAR, aparecía en las pantallas como un dios menor que necesita cámaras lentas para decidir lo que todos habíamos visto a simple vista. El penalti sobre Vinícius fue una escena digna de Fellini: primero sí, luego no, después depende. La justicia arbitral se ha vuelto líquida; se adapta a la camiseta del infractor. Iglesias Villanueva se cuidó mucho en entregar a Soto Grado la imagen gris, la de la duda, la del desconcierto. No le mostró la de la entrada de Lamine Yamal sobre Vinicius, la del penalti como un castillo, por lo que, en la más estricta negreitud, el trencilla respiró y pudo anular el penalti pitado, no sea que en el CTA le manden a la nevera por tamaña insidia al club que durante tantos años les ha pagado bien los servicios prestados.
Y, sin embargo, el Real Madrid ganó. Ganó porque tiene algo que no cabe en las pantallas ni en los reglamentos: carácter y bemoles. Con el marcador empatado y después de un penalti tangado y un gol anulado injustamente, el equipo se rebeló como si la adversidad fuera un viejo amigo que siempre viene a cenar. Bellingham impuso su jerarquía inglesa, Vinicius agitó el avispero y Mbappé convirtió cada carrera en una tesis sobre la inevitabilidad del talento. El Bernabéu, incluso a través de la televisión, olía a remontada.
Lamine Yamal, que había pasado la semana hablando más que jugando, se encontró con la realidad: en el fútbol los micrófonos no sirven de escudo. Los jugadores del Real Madrid lo buscaron al final del partido, no para agredirlo, sino para recordarle que los clásicos no se ganan en Twitch. A Vinicius, a su edad, lo llamaban provocador por sonreír; a Lamine lo excusan porque “es un chaval”. El doble rasero mediático es tan español como la tortilla de patatas. Personalmente, eché de menos a Camacho en el campo, nostálgico que me he vuelto…
los jugadores del madrid buscaron a Lamine Yamal al final del partido, no para agredirlo, sino para recordarle que los clásicos no se ganan en Twitch
El VAR es la gran metáfora de nuestra época: cuanto más mira, menos ve. Y cuando el Real Madrid está de por medio, el ojo tecnológico se convierte en lupa inquisidora. Hay fueras de juego por pestañeos, penaltis que se evaporan, faltas que solo existen en el Photoshop del reglamento, pero el equipo se sobrepone con la naturalidad de quien ya ha leído el guion. El gol anulado a Mbappé es el paradigma de la caradura y el cinismo. Balón que le cae al francés, que lo impulsa el defensa de ese club del que usted me habla, pepinazo y a la jaula, que diría mi amigo Morales. Pues nada, el 1-0 se convirtió en nada porque el señor Iglesia de Villanueva decidió (qué sorpresa, ¿verdad?) que el galo estaba media bota y media media adelantado pero…. La imagen muñequil que nos mostraron ¿se dio en el mismo momento del pase/rechace? Nunca lo sabremos. Hay que creérselo, hay que hacer un acto de fe para creer que lo que nos has mostrado es la realidad, porque no hay una prueba, ni física, ni química ni cuántica de que el momento que nos ponen con los muñecos del VAR es el momento en el que, supuestamente, se produce la posición ilegal. Lo de siempre, los negreiros de turno campando por sus respetos en Chamartín. Para que luego digan que si nos quejamos. Esto es un atraco continuado domingo si, domingo también… y ¿hay que callar? No, hay que denunciar todos los días la manipulación del VAR y la predisposición arbitral a pitar en contra del Real Madrid. Todos los días.
El relato mediático, mientras tanto, sigue repartiendo indulgencias. El equipo cliente de Negreira, dicen, “compitió bien”. El Real Madrid “sobrevivió”. Es la misma cantinela de siempre: cuando gana el Madrid, pierde el fútbol; cuando pierde el Madrid, gana la justicia. Y así llevamos un siglo. El antimadridismo es una religión que se practica incluso los días de fiesta nacional.
El Bernabéu se ha convertido en una catedral de resistencia. Cada revisión del VAR se vive como una procesión: la grada aguanta, espera y, cuando llega la injusticia, responde con una carcajada colectiva. Esa risa, mitad ironía y mitad desafío, es la mejor definición del madridismo: un pueblo que ha aprendido a convertir la sospecha en combustible.
A pesar de todo, este Madrid me gusta. Tiene mezcla de músculo y poesía, de obreros y artistas. Camavinga corta y crea; Valverde corre como si tuviera tres pulmones; Mbappé es una máquina de hacer goles y Vinicius un cuchillo afilado. Y en el banquillo, Xabi Alonso está construyendo un grupo que debe tener la ambición del joven y la grandeza del veterano. Poco a poco se va consiguiendo, poco a poco. La sensación es que el equipo está construido para durar, que esta temporada huele a grandeza.
Cada revisión del VAR se vive como una procesión: la grada aguanta, espera y, cuando llega la injusticia, responde con una carcajada colectiva
Ese club del que usted me habla sigue hablando de “valors” mientras colecciona expedientes, y deja el “seny”para otra ocasión, porque cuando gana se enaltece, pero cuando pierde… pierde los nervios, como ayer y el Real Madrid sigue ganando mientras colecciona excusas ajenas. Es la diferencia entre predicar y practicar. Los unos pagan al vicepresidente de los árbitros; los otros escriben historia. La temporada se augura brillante: hay equipo, hay fútbol y hay algo más importante que todo eso, hay fe. La fe blanca, esa convicción íntima de que, por muchas cámaras que nos apunten, el balón terminará entrando.
Al final del partido apagué la televisión con una sonrisa cansada. Habíamos ganado. Otra vez. A pesar del VAR, de los milímetros, de las tertulias y de las moralejas de los lunes, ganó el Real Madrid y perdió la excusa. El fútbol, de vez en cuando, recuerda que todavía le queda algo de justicia.
Y pensé: si esto es el principio de temporada, que vayan preparando los titulares. Porque este Madrid no solo gana; este Madrid educa. Enseña cómo se responde al ruido: jugando mejor. Y eso, querido lector, ni el VAR puede anularlo.
Y ahora que todo ha terminado, llega el lunes y con él los exégetas del reglamento. Los mismos que el domingo por la tarde juraban que el Madrid era un equipo “sin alma” se convierten el lunes por la mañana en forenses del milímetro. Hay doctores en líneas y licenciados en fotogramas. Todos coinciden en lo esencial: el VAR tiene razón, y si no la tiene, la tuvo en espíritu. Porque el VAR, como las viejas supersticiones, nunca se equivoca; simplemente interpreta.
Uno empieza a sospechar que dentro de la cabina hay un grupo de monjes cartujos meditando sobre el concepto de “posición adelantada”. Mientras el fútbol se detiene, ellos deciden si un gol es moralmente aceptable. El Real Madrid debería empezar a celebrar los goles en diferido, quizá el miércoles, cuando llegue la confirmación por fax.
El Bernabéu se ha vuelto una academia de humor negro. Cada vez que el árbitro se lleva la mano al auricular, medio estadio se levanta a aplaudir. No al árbitro, claro, sino al destino: “ahí viene otra”. Esa risa coral es el nuevo himno; suena entre el rugido del cemento y el brillo de los focos. Hay quien va a misa los domingos; nosotros vamos al VAR.
El equipo, mientras tanto, juega con la serenidad del que conoce la historia. Los chavales nuevos ya han aprendido la primera lección: en el Real Madrid los goles se celebran dos veces, una cuando entran y otra cuando sobreviven al VAR. Lo importante es que entren, aunque sea de milagro. Lo demás, como dijo aquel, es literatura.
Uno empieza a sospechar que dentro de la cabina hay un grupo de monjes cartujos meditando sobre el concepto de “posición adelantada”. Mientras el fútbol se detiene, ellos deciden si un gol es moralmente aceptable
Y así, entre ironías y milagros tecnológicos, el Real Madrid sigue ganando. A veces con épica, a veces con oficio, pero siempre con estilo. No hay algoritmo que pueda medir eso. La temporada pinta bien; se huele en el ambiente como se huele el café recién hecho. El equipo tiene fondo, tiene hambre y tiene algo que no sale en las estadísticas: una fe casi cómica en su destino.
Porque, seamos sinceros, el Madrid vive en una sitcom permanente. Cada jornada hay un nuevo gag: un gol anulado, un penalti “rectificado”, un comentarista que descubre que las reglas cambian cuando viste de blanco. Y, aun así, capítulo tras capítulo, la serie termina igual: el Real Madrid ganando y el resto buscando explicaciones metafísicas.
Este año no será distinto. Los rivales hablarán de presupuestos, de arbitrajes, de karma y de milímetros. Nosotros hablaremos de victorias. Porque el Madrid no discute, colecciona trofeos, polémicas, insultos y portadas. Todo suma a la narrativa.
Al final, eso es lo que más desespera a los demás: que da igual lo que hagan, el Real Madrid siempre encuentra la manera de ganar. Es una especie de fuerza natural, una ley no escrita. Puedes anularle tres goles, revisar cinco penaltis y dibujarle líneas de colores en la pantalla; el resultado será el mismo.
Cuando todo termine, los de siempre dirán que fue suerte, que fue el árbitro, que fue el VAR, que fue el universo conspirando. Y el madridismo, con la flema de los viejos sabios, responderá: “Sí, claro. Como siempre”. Y se servirá otra copa.
Porque ser del Real Madrid es eso: vivir en la paradoja,ganar sabiendo que nadie te lo va a reconocer, disfrutar del escándalo ajeno, domar la injusticia a base de goles, convertir la sospecha en arte.
La temporada apenas empieza, y ya se respira esa sensación de que algo grande se está cociendo. No hará falta suerte ni disculpas; bastará con seguir siendo el Real Madrid. Los demás que sigan midiendo milímetros, nosotros mediremos títulos.
Me despido como siempre, ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!
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Nos ha dejado a los 64 años José Manuel Ochotorena, antiguo portero del Real Madrid, Valencia y la selección española entre otros equipos. Un guardameta formado en La Fábrica que estuvo cuatro temporadas en el primer equipo teniendo lidiar con una enorme competencia en la portería con nombres como Miguel Ángel, Agustín y Buyo.
Nacido en Hernani, Guipúzcoa, el 16 de enero de 1961, Ochotorena tenía como principales cualidades la seguridad y la sobriedad. No era un guardameta espectacular, ni tampoco en su estilo figuraban las florituras, las excentricidades y las acciones de cara a la galería. Destacaba por su eficacia, su colocación bajo palos y su dominio de las salidas por alto.
Ochotorena comenzó jugando en el Hernani, pero pronto se fijó en él Araquistain, ojeador del Real Madrid, que envió unos informes muy positivos del arquero vasco. El club blanco se decidió a incorporarlo y con 15 años ingresó en la cantera madridista. En las categorías inferiores tuvo como compañeros a Michel, Butragueño, Chendo, Pineda, Gallego y también a Agustín, con el que hizo una carrera paralela en el marco merengue. En una entrevista a la revista oficial del club en su última etapa como juvenil declaró que “espero seguirle interesando al Real Madrid. Al año que viene me gustaría jugar con el equipo aficionado o en el Castilla. La ilusión de todos es poder llegar algún día al primer equipo del Real Madrid". Además, confirmó que estaba estudiando banca y anteriormente también comenzó los de delineante. Como ídolos explicó que Gento era uno de ellos y como portero admiraba a Betancort. Su mejor recuerdo en el Castilla fue cuando el filial madridista conquistó la Liga de Segunda división en la temporada 1983-84. Agustín ya formaba parte del primer equipo y Ochotorena fue el titular indiscutible por delante de Elola y Serna.
El debut con el primer equipo blanco se había producido dos años antes en la huelga parcial de jugadores profesionales que obligó a algunos equipos a jugar con futbolistas del filial y juveniles. Se disputaba la jornada 32 de la Liga 1981-82 cuando el Real Madrid se midió al Castellón en Castalia con Ochotorena en la portería en un once también con Francis, Fraile, Casimiro, Salguero, Espinosa, Juanito, Míchel, López Miró, Juliá y Serrano. La crónica de AS de Manuel Manferrer desde Castellón elogió la fantástica actuación del arquero vasco con varias paradas de mérito en la victoria merengue por 1-2.
El ascenso como portero de pleno derecho del primer equipo madridista le llegó de cara al curso 1984-85. El entrenador era Amancio, que le conocía del filial blanco, y fue importante en la decisión de dar una oportunidad al easonense tras la retirada de García Remón. “Casi no me lo creía. Ten en cuenta que, aunque lo esperes, hasta el momento de producirse no te haces a la idea. Significa que todo el trabajo que has hecho hasta ahora ha servido para algo. Es la mayor alegría de mi carrera deportiva". Así se mostraba el vasco en la revista oficial del club respecto a su paso con los mayores. Fue una campaña en la que se apostó por gente joven y, además del vasco, también subió Michel. Solo se fichó de fuera a Jorge Valdano. El cancerbero titular era Miguel Ángel y como segundo estuvo Agustín, por lo que Ochotorena comenzó a vivir la dura competencia que le esperaba. Respecto a la lucha por un hueco reconoció que era “muy difícil" y alabó a sus dos compañeros: "Tanto Miguel Ángel como Agustín son dos grandes porteros, muy completos, y de los cuales me gustaría poseer sus cualidades, parecerme a ellos. Yo por mi parte intentaré seguir trabajando como hasta ahora y nivelarme con ambos, para que de esta manera no haya muchas diferencias y para que exista así una sana competición entre los tres. Espero con el tiempo llegar a lo que han sido ellos". Con los pies en el suelo manifestó que “voy a trabajar y a luchar por el puesto. Estar al lado de personas tan competentes siempre hace que saques provecho de todo, que aprendas. Y ¿qué mejor sitio para hacerlo que en el Real Madrid?”
Acabó disputando siete encuentros por varios problemas físicos del orensano y el pontevedrés y pudo debutar en el Santiago Bernabéu en Liga contra el Elche el 20 de febrero de 1985. Tras el partido declaró ante los medios que “no me lo esperaba, la verdad. Y no lo supe hasta dos horas antes, cuando hablamos sobre el partido. Estoy muy contento y creo que he cumplido, aunque, la verdad, no he tenido mucho trabajo. Además, el resultado ha ayudado. La defensa me dio una gran seguridad”. La revista del Real Madrid lo volvió a entrevistar unos días después en los que se seguía mostrando feliz de ayudar al equipo blanco: “He conseguido algo muy difícil, llegar a jugar en el Real Madrid, soy consciente de ello, pero más es aún mantenerse”. Luego, a final de curso, ya con Molowny en el banquillo, fue el portero titular en la Copa de Liga que conquistaron los blancos. Disputó los dos encuentros de semifinales ante el Sporting y la final contra el Atlético de Madrid. En la ida, los colchoneros vencieron por 3-2 y en la vuelta los madridistas dieron la vuelta a la final venciendo por 2-0. Belarmo en Marca juzgó la labor de Ochotorena como “acreditada y responsable”. Esa temporada fue la primera en la que se logró la Copa de la UEFA, y aunque el vasco no tuvo minutos a lo largo de la competición, se emocionó al levantar el trofeo: “Es una alegría tremenda, ya que al ser mi primer año con el equipo era difícil suponer que iba a quedar campeón de una competición europea. Al tener la copa en mis manos he pensado en todos los que hemos estado juntos cuando las cosas han ido mal; por ellos y por mi familia me he alegrado enormemente. Me siento muy satisfecho".
Los buenos mimbres que dejó al final del curso le valieron para comenzar la temporada 1985-86 como titular del cuadro dirigido por Molowny. Llegó a la pretemporada con “gran ilusión y esperanzas a nivel de equipo y personal” y con Miguel Ángel lesionado fue el portero en 23 jornadas de Liga en una competición doméstica que se llevaron los blancos con gran superioridad por delante del Barça. Ochotorena cumplió con nota hasta que se cebó con él la mala fortuna. En la visita a Valencia, la noche de Reyes de 1986, tuvo un fuerte choque con Cabrera al salir para despejar de puños y tras recibir un cabezazo del uruguayo sufrió una fractura del tabique nasal. Ochotorena se lamentó de su suerte manifestando que “da mucha más rabia dejar de jugar que el percance en sí. Había jugado hasta entonces todos los encuentros y la lesión vino a romper un poco todos los planteamientos que tenía”. Más de dos meses tardó en recuperarse y cuando volvió Agustín había cumplido bien y perdió el puesto. Disputó algún encuentro liguero más y los cuartos de final de la Copa de la UEFA ante el Neuchatel y la ida de semifinales contra el Inter. En Milán los blancos cayeron por 3-1 y el vasco se vio “demasiado influenciado por el ambiente pareciendo nervioso e inseguro”, en palabras de la crónica de Ángel Retamar para Marca. No jugó la vuelta ni la final, pero además de esos tres duelos jugó las eliminatorias completas de 1/32 ante el AEK, de 1/16 frente al Chornomorets y la histórica de 1/8 contra el Gladbach en la remontada por 4-0 en el Bernabéu tras caer 5-1 en Alemania. Aquel curso los madridistas culminaron una temporada sobresaliente con el doblete de Liga y Copa de la UEFA.
La llegada de Buyo como uno de los fichajes importantes del club blanco de cara a la temporada 1986-87 le relegó a un segundo plano. Leo Beenhakker confió plenamente en el de Betanzos y Ochotorena se pasó inédito todo el curso en partido oficial. Solo pudo colocarse bajo palos en algún duelo amistoso como ante la Cultural Leonesa y el Atlético Marbella. Al principio del curso habló en una entrevista declarando que “personalmente, voy a salir como todos mis compañeros a luchar al máximo”, pero sabía que la entidad era complicada con el de Betanzos en liza. Aquel año el Real Madrid ganó la primera Liga de las cinco seguidas. Su última temporada en la casa blanca fue en 1987-88 y el panorama para el donostiarra no cambió demasiado. Buyo era el dueño del marco y Ochotorena y Agustín los porteros en caso de alguna emergencia o lesión del gallego. En este caso, el guipuzcoano sí tuvo presencia en dos partidos oficiales de Liga en las últimas jornadas de la campaña. Primero jugó en Vigo contra el Celta y posteriormente contra la Real en Atocha en la jornada 37. Terminaba contrato el 30 de junio y no renovó. Su periplo madridista concluía así marchándose con buen sabor de boca con otro título de Liga para su palmarés. En una de sus últimas entrevistas explicó que aunque “han sido pocos los encuentros que he disputado, en concreto dos, estoy muy satisfecho de mi actuación”. En total jugó 46 partidos y ganó tres Ligas, dos Copas de la UEFA y una Copa de la Liga.
Su carrera continuó en Valencia en el que tuvo mucha rivalidad deportiva en el marco con Sempere. En el equipo che tuvo momentos excelentes y logró un trofeo Zamora al portero menos goleador en la temporada 1988-89. Con los valencianistas también permaneció cuatro temporadas hasta que fichó por el Tenerife en el que se encontró a su antiguo compañero Agustín. En sus últimos años de carrera también defendería los marcos del Logroñés y el Racing de Santander. Con la selección española fue internacional en una ocasión. Su debut se produjo en un amistoso contra Polonia en 1989 en Riazor disputando los últimos diez minutos del encuentro. Unos meses después acudió al Mundial de Italia’90 en la convocatoria de Luis Suárez como uno de los suplentes de Zubizarreta.
Tras colgar los guantes comenzó su etapa como preparador de porteros. Primero en el Valencia y luego en el Liverpool hasta que llamó a su puerta la Federación Española de Fútbol. En la selección española hizo un excelente papel durante más de tres lustros y sus pupilos hablaban bien de sus métodos y enseñanzas no solo en el apartado técnico. Por sus manos pasaron porteros como Cañizares, Casillas, Reina, Valdés o De Gea y estuvo en el staff técnico de la época de oro de la selección que conquistó las Eurocopas de 2008 y 2012 y el Mundial de 2010. Luis Aragonés, Vicente del Bosque, Lopetegui o Luis Enrique confiaron en su sapiencia en la preparación de los guardametas hasta que en 2021 y de manera amistosa con la Federación cerró su ciclo en el equipo nacional. Al mismo tiempo lo hizo también en el equipo valencianista en el compatibilizaba funciones con la selección.
El 27 de octubre falleció en Valencia debido a una enfermedad que le fue diagnosticada el año anterior.
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“Espera, espera. Nada de 290, yo he metido 352 goles. Esto es una cosa que no acabo de entender. Para mí, todos los goles con el Real Madrid cuentan igual, sea en la Copa de Europa o en el Teresa Herrera. Siempre que uno luce ese escudo vale lo mismo, no hay oficiales y amistosos. En el trofeo Bernabéu jugabas delante de tu afición contra el Milán, el Ajax o el Bayern. Ese partido era tan serio como cualquiera. Mi resumen es que he jugado 778 partidos y he metido 352 goles. Punto. Ponerse la camiseta del Madrid es sagrado, ¡qué coño va a haber amistosos!”. El que corta al periodista nada más iniciar la entrevista —publicada en El Mundo hace tres años— es Carlos Alonso Santillana, mito, ejemplo y cabeza de Chamartín durante 17 temporadas.
Una actitud que ¡por fin! se le vio al equipo de Xabi Alonso en la temporada. Tuvieron que pasar muchas cosas para que el compromiso, el orgullo y, si quieren, la rabia inyectaran a los jugadores ese plus que hace superar disputas, ganar partidos, pero, sobre todo, ser fiel al ADN madridista. El desbarre en el Metropolitano, ver el peligro de igualar la mala racha de cinco partidos contra el Barça en la lona, las bravatas de Lamine. Cojan lo que quieran, seguramente todo, agítenlo y ahí tienen a un Madrid que de sostener el espíritu del partido contra los azulgranas será muy, pero que muy difícil de batir.
“Solíamos hacer la pretemporada en Orense” continúa el socio inmortal de Juanito “y, para el primer partido, bajábamos del monte a jugar en León con la Cultural. Ese era el partido más difícil y más importante del año, porque eres el Madrid y no puedes permitirte el desprestigio de perder con la Leonesa. Para ellos era el día de su vida y nosotros estábamos aún lentos, así que las pasábamos canutas todas las veces. Pero ganábamos. Eso es para mí el Real Madrid”.
Y es que la primera enseñanza de la victoria del domingo no es la genialidad táctica de colocar a Camavinga en la derecha para dar pista a Bellingham y Güler, sino el evitar el déficit de los que ganan: no bajar la guardia. Es innegable que el Madrid necesita ajustarse y cumplir con la presión prometida, pero mientras debe saber que el escudo se honra con sudor y no con perfume de vedette, como alguno ha confundido y necesita que el club, los capitanes y el entrenador le recuerden. Y ya saben por dónde voy.
Leo que Valverde, de nuevo inmenso en el lateral, jugó con fiebre el partido hasta que, agotado, su cuerpo dijo basta. Cuando Santillana descubrió que sólo tenía un riñón (cosa que por cierto leyó en el diario Pueblo) decidió seguir el consejo del doctor Puigvert —“Tienes sólo una cabeza y si te cae una maceta, te mata. Tienes sólo un hígado, un mal golpe, te lo revientan y al otro barrio. Y no por ello dejas de hacer cosas. Pues con el riñón, lo mismo. Juega sin miedo”—, apretar los dientes y seguir.
Así que ese el camino. Olvidar los egos y las posiciones preferidas y recordar, como apunta el cántabro en la charla que “esta camiseta la han vestido Di Stéfano, Gento y Puskas”, lo que obliga a luchar por lo imposible. Sólo así gana el Madrid.
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Huele que tumba a euforia blanca. Craso error, muy natural. Victoria sin discusión sobre el mejor equipo del mundo al que le salió barata la excursión. Pudo irse multi goleado y no. Me pareció el clásico partido de un Madrid dominador ante un rival menor que acaba celebrando una derrota mínima y abrazando a su portero. Esto no pasó porque al final ciertos protagonistas decidieron probar de mantear a Yamal. Pero sí, no es lo mismo palmar 2-1 que 5-1. Para el Barça y para el Oviedo. Y la cosa estuvo para la manita. En fin...
Un abrazo para el portero polaco-marbellí, el llamado Tec, alegre fumador que fue el mejor de su equipo. Vamos, como si el visitante del Bernabéu fuera el Kairat de Almati. Por cierto Kylian y me vas a perdonar: a un portero mayorcito se le chuta fuerte y abajo. Un tirito de medio cuerpo para arriba es darle ventaja a no ser que lo ajustes mucho al palo. A los 35 tacos a nadie le va bien irse al suelo. Arda, otro que tal: no se puede dar esa ventaja, por favor. Lo del Madrid y los penaltis, lo del Madrid y los despistes. Un día será terrible.
Pues nada, que jugaron los muchachos un magnífico primer tiempo y así, en global, un partido para la ilusión, máxime si son capaces por fin de no dar ventajas al adversario defendiendo y atacando. Admitíamos que en la puntería influye la suerte, esa chispa que te permite meter la pelota dentro, pero hubo otros detalles que confirman lo sabido: esto no está del todo cerrado.
Hay momentos en que el Madrid no debe perdonar y lo hizo. Pudo golear en un Clásico y no supo. Un buen Madrid en muchas cosas y un Madrid desesperante en otras. Quedan cosillas por mejorar, una el colmillo. Ah, valiente Alonso cuando quitó a M'Bappé y Bellingham faltando diez minutos por Gonzalo y Ceballos. Valiente y temerario.
Lo del Madrid y los penaltis, lo del Madrid y los despistes. Un día será terrible
Al final pasó lo que pasó, que fue poco para lo que pudo pasar, y cambió el discurso: el que no le gana este año a un rival serio es el Barça: recuerden PSG.
Pero, pero, pero. Ojito con los tres próximos partidos, ¡mucho ojito! Guarden trompetas y fanfarrias y síganme: el año pasado la cosa por arriba estuvo más o menos así. El Madrid tomó diría que seis puntos de ventaja, no me voy a poner a mirarlo. Que se escapaba, vamos. Pero en tres partidos el entonces equipo de Ancelotti sufrió tres errores humanos del primer árbitro, el cuarto, los línieres, el VAR y el VOR y la distancia se redujo. Bueno, tres partidos sí, tres errores humanos, es un decir: interviene tanta gente que como poco fueron 33.
Fue un inolvidable y maravilloso ejercicio de perfecto trilerismo: sabes que te lo van a hacer... y te lo hacen. Solemnemente digo que si yo fuera el Madrid firmaría acabar esta primera vuelta empatado a puntos con el rival de ayer. Con uno de ventaja iría a Cibeles.
La cosa es recibir al Valencia y viajar a Vallecas y Elche. Un calendario extraño, Dos partidos de local y dos de visitante así, consecutivamente. Alerta máxima, mucho cuidado. En Elche, por cierto, recibió Kroos la amonestación más delirante de su vida. La tienen en Youtube. Un rival se desmayó a su vera y al rubio le enseñaron la amarilla. A punto estuvo Alemania de retirarnos su embajador. Tres partidos, mala espina.
sabes que te lo van a hacer... y te lo hacen. Solemnemente digo que si yo fuera el Madrid firmaría acabar esta primera vuelta empatado a puntos con el rival de ayer. Con uno de ventaja iría a Cibeles
De Lamine, ni mú. Bastante tuvo el muchacho. Tiene un problema, varios tiene, me cansa insistir sobre ello. Lleva contando Sostres en ABC sobre sus noches en hoteles de lujo en Barcelona. Además. Pues todos ellos sabrán. Son la tira y por lo visto les hace gracia. OK. Y termino con otro asunto. No me gusta repetirme cual cebolla, pero insisto en lo que escribí ayer en mi colaboración en El Debate: el Madrid roba muy raro.
Las dos primeras jugadas susceptibles de barrerlas a su favor acabaron... a favor del Barça. Las de Vinicius y Mbappé. Lo de Vini y Lamine fue una acción dulce para pasaportarla como penalti. El señor 'Frame' tiene algo contra Kylian: siempre elige el que es posición adelantada por el pelo de una gamba o menos, diría Luis Aragonés. Ese señor es el del año pasado, el de costumbre.
Las dos acciones son que ni pintadas para favorecer a tu favorito. Es como si el banco se deja abierta la puerta de la calle y la de la caja fuerte: el robo es sencillísimo, hágase. No habría juez que te condenara por ello. Es más: multaría al banco por tolili.
Por eso digo que el Madrid roba muy raro, ¿verdad? Y bueno, lo dicho: ojito con lo que viene. Ah. Y en baloncesto, el equipo consiguió su 34 victoria seguida en casa y batió la marca del Barça, 33. Hay días que ya, ya... El día que ese Madrid gane fuera será la monda. Otro que está por rematar, sí señor.
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Buenos días, amigos. El título del portanálisis de hoy lo vamos a tomar prestado de la primera plana de L’Equipe, mítico diario deportivo francés que curiosamente respeta al Real Madrid infinitamente más que cualquier rotativo de ese rubro en España, tierra propia donde el Madrid es demasiado grande para ser profeta por mor de la envidia nacional.
“La furia madrileña”, titulan los franceses, aunque a nosotros nos sabría mucho mejor “La furia madridista”, que es como hemos adaptado su idea para nuestro análisis de hoy. Ya sabéis que el Madrid ganó 2-1 el mal llamado clásico, y lo hizo en efecto a lomos de una furia casi inusitada en los últimos tiempos, un furor vengativo propio del Dios del Antiguo Testamento que es consustancial al Madrid de todos los tiempos y que fue rescatado merced a unas torpes declaraciones de Lamine Yamal en las vísperas.
Podéis leer la crónica de Gutiérrez de Panga y las calificaciones de Genaro Desailly, pero este portanalista está aún salivando ante el vendaval del Madrid en el primer tiempo, con un Bellingham excelso, un Camavinga imponente, un Tchouaméni implacable, un Valverde superlativo y un Militao imperial, todo ello aderezado por una mala leche especial y especialmente notoria. Ayer no jugó, pero el encuentro nos recordó aquellas palabras de Mastantuono en su presentación: “Seré un hincha dentro de la cancha”.
Todos nuestros jugadores, ayer, fueron hinchas dentro de la cancha. Se hicieron cargo (y este mimetismo hacía siglos que no tenía lugar) de la cólera de la afición contra el club que se ha comprado impunemente el sistema arbitral durante décadas, hicieron suya esa cólera y la capitalizaron. Hicieron fútbol de la ira. Bravo.
En los andurriales cataculés la derrota ha sentado fatal, e irrisoriamente hablan del arbitraje como si presuntamente les hubiera perjudicado. Hablan de un ilusorio penalti de Carvajal, se quejan de un dolor de muelas hilarante de Cubarsí en el tanto de Bellingham y omiten cómo el VAR “despitó” una pena máxima de libro del propio Lamine Yamal sobre Vini y anuló un gol de Mbappé por supuesto y milimétrico fuera de juego cuando el balón viene de Fermín, lo que invalida la posibilidad de offside.
¿Cómo se puede ir por la vida con semejante cara dura?, os preguntaréis. Nos formulamos la misma cuestión, para la cual no tenemos respuesta, pero gracias al gran partido de los nuestros lo hacemos con una sonrisa malévola en los labios. El negreirismo, en cambio, llora por las esquinas, y ello nos satisface hasta extremos notables.
La prensa supuestamente afín al Real Madrid cree hallarse ante una buena oportunidad de congraciarse con la afición blanca, pero la afición blanca ya no olvida las afrentas. Incluso en una ocasión dichosa como la de hoy la vuelve a cagar la llamada Central Lechera (rían con nosotros) dando al enfado de Vini en su sustitución categoría de portada. ¿A alguien en su sano juicio le puede parecer que el cabreo (indefendible) de Vini cuando Xabi Alonso lo mandó al banquillo merece estar codo con codo junto a la información del partido? Pues lo cuelan, a la par con el salseo de la tangana final acerca de la cual, por cierto, el culerío está mostrando su proverbial hipocresía teñida de ribetes psicosociales de lucha contra el abuso.
Ya especificarán los amables amigos de Mundo Deportivo por debajo de qué edad exacta es lícito indicar a Lamine Yamal que se abstenga de proferir gilipolleces faltonas que ponen en duda la historia del Real Madrid, máxime cuando llevas la camiseta del club que se compró durante un mínimo de 17 años al estamento arbitral. Esta es una verdad que se puede decir a los chavales de 18 años sin caer en el bullying, creednos, y a los niños de teta, si se nos apura. Es una verdad universal que resplandecerá hasta el fin de los tiempos, como lo hará la derrota del Mal a manos del Bien, combate eterno del cual vivimos ayer un nuevo episodio triunfante. La ira divina se desató sobre las cabezas de los tramposos, los simuladores, los niñatos, los sepulcros blanqueados, y tiene visos de señalar el camino de su derrota deportiva definitiva.
Pero cuidado. La auténtica derrota, la que de verdad merecen, está en manos de la jueza del caso Negreira y de la FIFA. Ojalá ellos, algún día, culminen la modesta aplicación de justicia que atestiguamos ayer.
En lo relativo a la polémica por la sustitución de Vini, con la cual os darán el coñazo inveteradamente en los próximos días, como buena cortina de humo que puede ser, nos remitimos a lo señalado en Twitter por nuestro editor.
Pasad un buen día.
De entre todas las buenas noticias que deja la victoria sobre el club cliente de Negreira, quizá la mejor sea el excelente marcaje de Carreras a Lamine Yamal, que se recordará durante mucho tiempo. Lamine acabó el encuentro con las estadísticas que comenta Albert Ortega, y que despertarán en el seguidor culé un entusiasmo perfectamente descriptible, como diría aquel.
Conviene razonar estas cifras con arreglo a tres factores. El primero: puede que, aun siendo muy bueno, tanto el entorno como el propio Lamine se hayan precipitado ligeramente al coronarlo/se como el mejor jugador del mundo. El segundo: aun en el generoso supuesto de que por talento fuese el mejor del mundo, debería cuidarse (en genérico) y cuidarse de (en particular) el engreimiento epicúreo que le rodea. Y por último: Álvaro Carreras estuvo absolutamente espectacular en la tarea de atarlo en corto. Se lo merendó, y aún se guardó unos fideos de yatekomo para la cena.
Esta mañana, Álvaro Carreras se ha levantado y, hastiado de fideos asiáticos, ha desayunado huevos revueltos en tostada mientras leía todo lo que la prensa ha ido publicando sobre el mal llamado clásico. Ha ido haciendo scroll (en los desayunos ociosos de la era analógica tenía más encanto pasar lánguidamente las páginas del diario) para encontrase con atribulados culés que lloran su infortunio: Toni Freixa poco menos que retando a una pelea a Carvajal (no sabemos si el directivo que cuadruplicó el sueldo de Negreira ha visto alguna foto del torso desnudo del capitán del Madrid), o David Sánchez quejándose de que se recrimine a Lamine sus insultos al Madrid en la previa, de donde se deduce que Lamine puede decir lo que le dé la gana, pero a Lamine nadie puede rechistarle. Están acostumbrados a que no les pase nada ni comprándose el sistema arbitral durante 17 años, de manera que piensan que los excesos verbales de su gente quedarán también impunes. Esta vez no. Donde las dan las toman y hablar es barato, como recordaba Bellingham en Instagram al final del partido.
Álvaro Carreras sonríe ante el post de su compañero y se ventila media tostada de un mordisco. El yatekomo puede llegar a ser indigesto. “Cómo estuvo Jude”, piensa, y qué razón tiene. El inglés vuelve a ser el que era, mandando, templando, presionando, asintiendo y marcando. La fotografía que deja el gol del de Birmingham tiene más clase que George Sanders en la película que me ha recomendado Athos Dumas y que no logro terminar. La empuja a gol, tras la asistencia de cabeza de Militao, y sale andando de allí como quien acaba de ejecutar un trámite en cuya mediación no se considera importante, pues estaba escrito en las estrellas. El estadio estalla en un vocerío extasiado y él camina a lo largo de la línea de fondo como un dominguero resacoso a la orilla del Serpentine.
Álvaro sonríe también ante el recuerdo, cuyo repaso fugaz remata con un trago de zumo. Es uno de los mejores desayunos de su vida. Suelta una carcajada ante el tuit de Camavinga, en el que celebra haber jugado algunos minutos como carrilero derecho, cubriendo así una nueva posición. Jugará donde le pongan, piensa Álvaro, y si sigue en esta forma será el jugador clave de la temporada, o uno de ellos. “Yo también espero serlo”, musita con sencillez, y con la confianza que le brinda su partidazo.
Lee ahora sobre la tangana. Sobre el partidazo de Tchoaméni, a quien Genaro Desailly pone un SOBRESALIENTE en La Galerna (“A mí también me lo pone”, se ufana). Sobre el extraordinario primer tiempo de los de Xabi, que mientras aprenden a jugar casi a otra cosa encandilan a ratos a la afición. Y sobre la sustitución de Vini, claro, que la prensa se ocupa y ocupará en resaltar para que se hable menos de la victoria blanca. “Vini se pasó, ya le conocemos, pero Xabi lleva el tema con gran mano izquierda. Hoy será uno más, que es lo que él se siente, ni más ni menos. Es un grande Vini”.
Se siente como un niño que avanza dentro de otro estrato de un sueño, como hacían los protagonistas de Inception. Es el mejor desayuno de su vida. Con otro imponente mordisco liquida la tostada, deja la servilleta sobre la mesa, recoge el plato, lo deja en la pila junto a los cubiertos y el vaso, agarra las llaves del coche, se pone la cazadora y sale a la mañana fresca de Madrid con una sonrisa imbatible. La puerta se cierra a sus espaldas. Es un chico demasiado normal como para que su silueta se recorte en el horizonte con el marco de la puerta abierta.
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