Las mejores firmas madridistas del planeta

El proyecto de Scariolo mostró su mejor cara frente a un notable e impotente Barcelona. Rara vez los clásicos son rutinarios y, en esta ocasión, se dirimía un puesto en la clasificación de la Euroliga junto a una medición de fuerzas que proyecta lo que puede ser la temporada.

El Madrid estuvo sublime por momentos, muy regular durante treinta y cinco minutos y con las piezas muy ajustadas salvo el comienzo del último cuarto. Por ello, a pesar de los embates culés, que mostraron la clase de alguno de sus jugadores, los blancos desplegaron un repertorio soberbio, un encuentro dominador, una avalancha anotadora.

Así que, frente al argumento que uno también sostiene, por su racionalidad, de que las plantillas con tantas novedades necesitan un tiempo de rodaje, este humilde cronista está por abdicar de esta posición y pedir a los responsables madridistas que el equipo se quede como está. Virgencita, virgencita…

Porque, a excepción de la laguna citada, pocos peros se pueden poner al asunto. Por rebuscar, la cifra de pérdidas de los directores de juego fue excesiva, nueve balones al limbo entre los tres, si bien es cierto que Campazzo y Maledon bordaron el resto de su juego. También el equipo tuvo algún problema defensivo en el bloqueo directo con las continuaciones de Veseley y en situaciones similares con la segunda ayuda a Tavares. Pero casi resulta como señalar una espinilla en la cara de Anya Taylor-Joy, la mujer más guapa del mundo según la ciencia.

La tropa madridista ajustó sus prestaciones conforme la demanda del rival y del partido, y, aunque algunos lucieron más, como los susodichos, quienes tienen encomendadas funciones de menos lucimiento, como Deck y Abalde, contribuyeron a la solidez del equipo. Mario no estuvo súper, aunque sí muy productivo, y el distinguido Lyles mostró la eficacia que ya venía anunciando. Además, lo hizo con la elegancia propia de quienes no aparentan esfuerzo mientras lo llevan a cabo, algo tan admirable para la parroquia como odioso por quienes alguna vez intentamos algo parecido torciendo el gesto y sudando la gota gorda.

 

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Buenos días, amigos. Hoy la cosa va de estadios, de dinero y de baloncesto. "Nada más lleno de ausencia que un estadio vacío”, proclamó Gómez de la Serna. En otra greguería, llamó al estadio “esqueleto de multitudes”. Ojalá D. Ramón hubiera estado entre nosotros para ser invitado ayer a la reinauguracion (¿o cómo habría que llamarlo?) del nuevo Spotify Camp Nou, que en terminología de nuestro amigo Paul Tenorio se llama más bien Pay To Win Camp Nou, en alusión a las tendencias negreiristas del club propietario del inmueble.

El caso es que el estado reabrió sus puertas después de más de dos años de obras caóticas, obreros en situación de semiesclavitud (casi nadie ha hablado de esto), casos de tuberculosis y otras lindezas. La prensa afín no cabe en sí de gozo, pese a que se trató de un mero ensayo y los negreiros, de momento, seguirán jugando en Montjuic, el Johan Cruyff o cualquier otro recinto que les venga bien, reúna o no reúna los requisitos indicados para acoger fútbol de Primera División.

Ya veis. “Espectacular”. “Vibrante entrenamiento”. Y lo mejor, las lágrimas de Laporta, quien confiesa haber dejado “escapar” algunas. No nos extraña. Jan es un hombre emotivo. También lloraban con harta frecuencia Joan Gaspart y sobre todo Josep Lluís Núñez. Varios presidentes blaugranas han tenido en común su propensión a llorar. Firmaríamos que ese hubiese sido la única coincidencia y no hubieran tenido en común también el pagar al colectivo arbitral desde 1990, según testimonios de sus propios directivos en diferentes épocas, Freixa y Perrín fundamentalmente.

El caso es que la prensa negreiresca coincide en ponderar hasta el arrobo la pseudorreinauguración. Mundo Deportivo tiene al menos el valor de hacerlo bajo un frontispicio que habla con honestidad de la dolorosa derrota culé frente a los nuestros ayer por la tarde, en los canastos. Qué partidazo, amigos. Qué bien estuvo el nuevo Madrid de Sergio Scariolo, y en particular un estelar Trey Lyles que ojalá la NBA nos permita disfrutar durante un tiempo. Ya casi nadie recuerda cuándo fue el último clásico que nos ganaron ellos.

Así que el Palau “se harta” y el Pay To Win Camp Nou (gracias, Paul) se reabre, o similar. Las crónicas menos afines al club más tramposo de la historia del deporte parecen en cambio discrepar de la supuesta grandeza de la jornada de reapertura de puertas, e incluso de la belleza y adecuación del resultado de las obras, por lo demás inconclusas.

Ved.

 

Asientos desvencijados, estética franquista (¡franquista!), cutrez generalizada, y, por lo demás, escasísimos cambios con respecto al estadio de hace 800 y pico días. ¿Y para esto tanto tiempo de espera?, se preguntaban los culés. Chicos, preguntad a los constructores turcos, que Laporta está llorando. Y no os comparéis con el nuevo Bernabéu, por una cuestión de simple salud mental. Ninguno de los dos estadios es mejor ni peor que el otro, niños, no hay que sufrir con eso. Simplemente son estadios distintos, nada más.

Marca abre hoy con una foto, precisamente, del nuevo Bernabéu. Cualquier parecido entre ambos recintos es mera coincidencia, pero de verdad que no queremos comparar, que no, que no. Estaría feo. Sería centralista, imperialista y desafortunado. Cada estadio es como es, y hay que respetar las diferencias. No sería inclusivo definir uno de los dos estadios como superior al otro, incluso aunque uno de ellos colabore de manera decisiva a la generación de ingresos récord.

Porque lo dice Marca también, como veis. 1.248 millones de ingresos presentará el Madrid en sus cuentas. La brutal cifra supone la superación de su propio récord, que es récord histórico en el fútbol europeo. Ningún otro club ha generado jamás tantos ingresos, y el nuevo Bernabéu, por mucho que duela, es clave en ese hito a pesar del considerable contratiempo de la anulación de conciertos. Otros eventos, sin embargo, están dejando un margen altísimo, acogidos entre las cuatro fachadas modernistas del ultraeficiente y futurista centro neurálgico madridista y madrileño.

Pero de verdad que no queremos comparar, no, no, no. Dios nos libre. Las comparaciones son odiosas. Nos enfurruñaremos muchísimo con quien ose afirmar que el Bernabéu es mejor estadio que el Camp Nou o que genera más ingresos. Palabras de esa índole supondrían una falta de respeto manifiesta al hecho diferencial catalán. Sí ellos quieren reabrir el estadio dos años después con todo igual que antes, salvo que más hortera y con los asientos jodidos, quiénes somos nosotros para inmiscuirnos en la autonomía de sus decisiones. Basta ya de sojuzgar al sometido pueblo catalán y su más preciado instrumento de propaganda.

Son sus costumbres (estadios cochambrosos, remuneraciones arbitrales, inscripciones truchas, compra de órganos, recontratación de constatados pederastas para sus filiales) y hay que respetarlas. Se nos han olvidado muchas cosas dentro del paréntesis, rogamos se nos disculpe, no damos abasto. El caso es que nos enojaremos una barbaridad, y apuntaremos severamente con el dedo, a quien se atreva a aventurar que el resultado de las obras del Bernabéu supera al resultado de las obras del Camp Nou. Son obras de naturaleza distinta, simplemente. Cada uno de nosotros debe aprender a quererse a sí mismo tal como es. Así, el culé debe amar al Barça (y su estadio) con todas sus peculiaridades dentro, porque son solo eso, peculiaridades que apenas deben mover a la ternura a sus fans, como ese gracioso arrugamiento de nariz cuando se produce la  risa de la persona amada.

Viva la diferencia, amigos. Os dejamos con la portada de As y con Jacobo Ramón, a quien deseamos que le sigan igual de bien las cosas a orillas del lago Como.

Pasad un feliz sábado.

En los 18 partidos de Champions que han jugado juntos, Vinícius y Mbappé han marcado 10 goles combinados (7+3) y repartido 6 asistencias (1+5). Números que, en cualquier otro club, serían para enmarcar. En el Madrid, son un aviso. Porque además, en los duelos directos contra Atlético (5) y Barça (5), la dupla apenas suma 7 goles (todos de Mbappé) y cero asistencias registradas. Cero. Ni un solo pase de gol entre ellos en derbis y clásicos.

En 2022, Vinícius y Benzema jugaron 19 partidos de Champions. Marcando 26 goles (15+11) y dando 14 asistencias (8+6). En los 4 duelos contra Atlético y Barça, sumaron 9 goles y 5 asistencias. El francés no solo definía: arrastraba, combinaba, liberaba. El brasileño no solo desbordaba: asistía, aparecía por dentro, decidía.

BBC

Y antes, el trío BBC (Bale, Benzema, Cristiano). En la temporada 2016/17, 22 partidos de Champions: 47 goles (20+12+15) y 25 asistencias. En los 6 duelos contra Atlético y Barça, 14 goles y 9 asistencias. Cristiano remataba, Benzema asistía, Bale aparecía cuando nadie lo esperaba. Tres monstruos que entendían su rol.

en los partidos clave de esta temporada 2025/26 —como los derbis contra Atlético y Barça, o las fases de grupos de Champions—, la sinergia mbappé-vini no termina de cuajar

En el esquema táctico de Xabi Alonso, que mantiene un 4-3-3 con énfasis en la presión alta y transiciones rápidas, Vinicius y Mbappé deberían complementarse a la perfección: el brasileño desbordando por banda izquierda con su velocidad y regates, y el francés explotando el espacio central como killer letal. Sin embargo, en los partidos clave de esta temporada 2025/26 —como los derbis contra Atlético y Barça, o las fases de grupos de Champions—, esta sinergia no termina de cuajar. En los cinco encuentros contra rivales directos, han compartido solo dos pases clave entre ellos, frente a los 12 que generaron Vinicius y Benzema en duelos similares de 2022. Vinicius promedia 4,2 regates exitosos por partido en LaLiga, pero solo 1,8 de esos terminan en un pase a Mbappé, lo que indica que prefiere finalizar él mismo (3,26 disparos por 90 minutos) en lugar de filtrar balones al área, donde el francés podría rematar con su 1,22 goles por 90.

Los adversarios

Ambos jugadores gravitan hacia la izquierda, colapsando el espacio y dejando al equipo predecible y sin referencia en el medio. Mbappé ha recibido apenas 0,18 pases clave de Vinicius por encuentro, según Opta. Esto contrasta con las 29 ocasiones creadas por Vinicius en liga —más del doble que las 13 de Mbappé—, pero sin un timing sincronizado: el brasileño retiene el balón 2,5 segundos más de media en el último tercio, lo que frena las carreras verticales del francés. En Champions, donde han jugado 18 partidos juntos, sus asistencias combinadas no superan las 6, y ninguna en fases eliminatorias, evidenciando una falta de lectura mutua que Xabi intenta corregir con rotaciones.

Vinicius recibe en banda izquierda con 2,8 defensas cerrando (el lateral + interior + central), lo que le obliga a regatear en espacios reducidos y retiene el balón 2,4 segundos más que en 2022 antes de soltar. Mbappé, mientras tanto, se desmarca al espacio central pero sin referencia en el segundo palo, lo que reduce sus recepciones en ventaja a 0,9 por 90 minutos. La presión rival en bloque medio fuerza al Madrid a atacar por fuera, donde solo el 14 % de los centros encuentran rematador (Opta), y la falta de rotación interior-exterior entre Vini y Mbappé hace que se estorben, ya que ambos gravitan al mismo pasillo izquierdo, colapsando el ataque y dejando al equipo mal parado.

Mbappé debe ser un 9 que fije, Vini un extremo que desmarque y Güler o Bellingham cumplir esa función de interior que rompa líneas. Así, la dupla más popular del mundo será decisiva en las grandes citas.

 

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En algunas ocasiones, cuando la soledad pasa de confortable blindaje a condición asfixiante e incómoda, servidor comete la imprudencia de dejarse caer por un bar para ver algún partido de Copa de Europa. A menudo recurro al mismo establecimiento, uno de esos con barra de chapa en los que la oficialidad de las sentencias, en su mayoría condenatorias, depende del palillo en la boca antes que del martillazo del juez. Hay algo de masoquista en esta costumbre, puesto que el local constituye el hábitat natural de una pareja de antimadridistas que gustan de compartir su inclinación con todos los parroquianos. El otro día, en la derrota frente al Liverpool, uno de ellos, que siempre porta la camiseta con los colores del equipo rival -sin importar la procedencia: ciertamente tiene su mérito-, alentaba a su club circunstancial -“¡tiraos al suelo! ¡Hasta el minuto 85 no saques!”- mientras el otro, gafas de pasta y pelo ensortijado, aullaba encadenando chupitos con cada ocasión de los reds.  

Los indocumentados suelen asumir, con esa ligereza ridícula del que nunca ha sentido vértigo real, que ser del Madrid es lo fácil. Como si uno se apuntase a un club de vacaciones. Según esta gente, la vida del hincha merengue consiste en cabalgar a lomos del caballo ganador, vivir en la abundancia sin esfuerzo, disfrutar sin riesgo… En fin, todos los clichés del sempiterno estribillo. Pensaba en ello tras el pitido final, al observar a los madridistas saliendo del bar en silencio, con las manos en los bolsillos, rumiando su amargura y perdiéndose en el frío de noviembre. De todas las mentiras que acompañan a nuestro club, creo sinceramente que la más persistente, la más perezosa y, en definitiva, la peor, es la que presenta el madridismo como una existencia plácida. Cuando la realidad se corresponde, por el contrario, con un perpetuo filo de la navaja.

Que las victorias del madrid funcionen como una especie de absolución privada, de reparación íntima. Que nos deje a salvo de los lunes, de las facturas, de las horas muertas, de la enfermedad

Lo hemos dicho mil veces, así que no vendrá de una más. Aquí no hay relato que amortigüe la caída, no hay épica del perdedor, no hay refugio literario en el “casi”, no hay belleza en el fracaso: solo hay ruido, furia, y un silencio, incómodo y paradójico, en mitad del griterío que forman los oportunistas. Los enteraos y los del marketing nos repiten -con ese paternalismo tan de tertulia- que el equipo del pueblo es otro. Por ejemplo, ese que ha hecho de la derrota un manifiesto y del infortunio una identidad. En absoluto. Los pobres -los de verdad- no pueden ser del Aleti. Ser del Aleti es un lujo sentimental, una excentricidad de quien puede convertir una goleada en poema, un capricho bohemio, una tournée du Grand Duc, una forma de diletantismo urbano: el arte de perder con encanto. Hace falta tener el alquiler pagado para convertir la impotencia en filosofía. El Madrid,  en cambio, es el equipo de quien, a menudo por las desdichas que le acosan en su rutina, en el fútbol no puede permitirse perder también. Sin margen para el error, sin red bajo el alambre. Proletario de la victoria, obrero del resultado. C.C. Baxter y su apartamento ( https://www.lagalerna.com/comedia-dramatica-en-tres-colores/ ).

Esta innegable circunstancia a veces tiene consecuencias indeseables: esas oleadas, mezcla de azufre, salfumán y vinagre, que se desbordan tras cada resultado decepcionante. Hay una desproporción innegable entre lo corrosivo de la crítica y la relevancia real de las derrotas puntuales. Resulta inconcebible que el madridista medio, atado a unas desmesuradas expectativas y a una exigencia fuera de control, se haya habituado a vivir de esa forma. Y, sin embargo, así es. Aunque haya quien se resista y quiera poner algo de cordura: dice mi estimado Jesús Bengoechea que no se le puede pedir al Madrid que solucione los fracasos de tu vida. Racionalmente, tiene toda la razón. Pero es que es justo eso lo que tantísimos madridistas le pedimos a la institución. Le pedimos que nos redima cada tres días, que nos mantenga a flote, que ponga orden donde todo es incertidumbre. Que sus victorias funcionen como una especie de absolución privada, de reparación íntima. Que nos deje a salvo de los lunes, de las facturas, de las horas muertas, de la enfermedad. Y, cuando no lo hace, algo dentro del mundo -y de uno- parece venirse un poco abajo.

Desde luego, convendría matizar todos esos anhelos con una pátina de madurez. Solo desde la templanza, y no desde el puro arrebato o la ensoñación, se pueden hacer planificaciones coherentes, enderezar rumbos, corregir errores. Al fin y al cabo, no podemos pretender huir del romanticismo indulgente de la derrota para acabar cayendo en otro romanticismo, el de un perfeccionismo impostado y autodestructivo. El Madrid es también, y ante todo, una voluntad de mejora y de reconstrucción a prueba de todo tipo de coartadas y de frustraciones. Cuando Baxter se quedaba solo recogiendo los vasos sucios, tratando de reparar su maltrecha dignidad, se obligaba a sonreír para no parecer roto.

Me temo que ser del Madrid no es nada fácil. Requiere establecer un complicado equilibrio entre el pudor, la fascinación y la resistencia, entre la ilusión contenida, la sensatez y el cansancio orgulloso. Y, pese a todos los antis, aquí seguimos: esperando, reclamando, creyendo. No, no se le debe pedir al Madrid que arregle tu vida. Pero al final uno se acaba encogiendo de hombros al salir del bar, levanta la vista hacia el próximo partido y piensa que, si no es al Madrid, entonces a quién coño se lo vas a pedir.

 

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Buenos días, queridos galernautas. Vuelve a ser viernes y nos aproximamos peligrosamente a otra jornada de la MLN (Mugrienta Liga Negreira). A fuer de sinceros, hemos de confesar que la derrota contra el Liverpool en nuestra competición favorita nos causó un bajón considerable. La mente humana, siempre prodigiosa, desarrolla mecanismos de defensa para situaciones complicadas, en este caso, buscar de manera casi automática un nuevo afán o ilusión tras un disgusto. Como diría mi abuelo, no deja de tener material colgante que, al menos en esta ocasión, nuestro bálsamo de Fierabrás sea la referida MLN.

El diario Marca nos muestra a nuestro titán de ébano, don Antonio Rüdiger, en un primerísimo plano, y se nos informa de que ya hay conversaciones para prorrogar su vínculo con el Real Madrid, pues el actual concluye a finales de esta temporada. Ha habido casos sobrados de jugadores legendarios a los que se ha echado de más, sobrando en sus trayectorias, por lo menos un par de temporadas en nuestro club. La política actual del club es no ofrecer la extensión de los contratos por periodos superiores a una temporada a los jugadores cuya edad rebase la treintena. Sentido común en extracto. No por coincidir con ese criterio de prudencia en la administración de nuestro club dejamos de querer un ápice a Rüdiger, cuyo rendimiento, carácter, acierto en los lanzamientos de penalti y capacidad de elevar las rodillas hasta los lóbulos inferiores de las orejas otorgan un lugar preponderante en el santoral madridista más reciente.

Hablando de santos, venerables y beatos, el Diario Anteriormente Dirigido por Relaño, y ahora por José Félix Díaz, pone en portada a San Teobaldo de Bree, es decir, nuestro Tibu Courtois con gesto victorioso y de rabia, como diciendo “aquí estoy yo en el lado bueno de la historia”. Enuncia el redactor “Courtois, apuesta feliz”. Si fichar a Courtois es una apuesta, tiene menos emoción que pescar en un barril o bailar con la hermana propia, pero allá cada uno con su nivel de autoexigencia al diseñar sus portadas.

No llevamos una semana como para ditirambos léxicos, así que, sin solución de continuidad, saltamos a la prensa cataculé. Salta la alarma en las oficinas del Mundo Deportivo, diario de Conde de Godó, Grande de España. No tenemos pruebas, aunque tampoco dudas, de que alguien muy madridista se ha infiltrado en la redacción y ha sido quien ha escogido, con simpar tino, la imagen de Lamine Yamal que ilustra la portada del día de hoy. Ese y no otro ha de ser el motivo para la elección de semejante fotografía, en la que, más que el fenomenal e inmaduro extremo culé, pareciera tratarse de un individuo disfrazado de flash de naranja y, a la vez,  cliente recurrente de Ortopedias Domínguez.

Sport nos muestra en su cabecera algo que debe estar generado por ordenador, pues nos consta que su estadio oficial no está en esas condiciones actualmente. Adicionalmente, se sobreimpresiona una letra de una canción que bien pudiera ser de Sau, Serrat o una creación de Cañita Brava en uno de los múltiples idiomas en que se desenvuelve en su incomparable carrera musical. Lo enternecedor está en la esquina superior derecha, en la que parece que hay conjura en el equipo barcelonista de baloncesto para “acabar con la dictadura blanca”, que en román paladino significa que hay un Negreira de canastos y lo han contratado. Que se tienten la ropa Scariolo y nuestros chicos.

Pasad un excelente día y, si vais a ver a los nuestros de baloncesto, cuidado con las carteras, cerrad los cajones y coged piedras.

El Real Madrid perdió en Anfield, y sólo fue por un gol gracias a que Courtois salvó los muebles con paradas prodigiosas. Nadie va a esconder esto: el partido fue decepcionante, y nos mostró que, hoy por hoy, aún no estamos al nivel necesario para poder competir en Europa. Queda mucho trabajo por hacer.

¿Quiere esto decir que el equipo no valga para nada? ¿Renunciamos ya a toda la temporada? ¿Xabi es muy mal entrenador? ¿Este equipo es exactamente el mismo desastre que vimos la temporada pasada? La verdad es que, viendo la reacción de la afición, incluidos comentarios en la propia Galerna, la respuesta a todo lo que pregunto parece ser afirmativa, el proyecto ya ha fracasado y hay muchísimos jugadores que hay que vender porque no tienen nivel para jugar en el Real Madrid.

Vayamos por partes. Para empezar, en Anfield la primera parte no fue un desastre completo, como ahora se quiere vender. Es cierto que ya apareció Courtois en ese periodo, pero sólo hubo una ocasión dentro del área, siendo el resto tiros desde fuera. En el descanso no teníamos una sensación de hecatombe. Vi al equipo plantado de forma correcta, ejecutando el plan colectivo, y mal a nivel individual.

Decir que al Liverpool le va mal en la Premier, y que por tanto somos una banda al no haberles ganado, no me parece serio. En este tipo de partidos, con dos equipos de élite a nivel europeo, de poco vale el momento en el que llegan

La segunda parte ya sí fue un desastre. Salvaría, aparte del citado Thibaut, a Carreras,Tchouameni y Militao. No me pareció que Vinicius Jr lo hiciera mal, sobretodo en los primeros 45 minutos, pero lo estuvo intentando sin parar, aunque no le saliera, y a nivel defensivo hasta se ganó una tarjeta. Horrores totales me parecieron Huijsen, Güler, Mbappé (aunque a partir del 74 empezó a aparecer) y Bellingham (aunque hizo la única jugada buena de la primera parte). Camavinga tampoco hizo un buen partido, pero hay que decir en su descargo que cambio hasta tres veces de
posición, y eso no ayuda. Valverde muy bien a nivel físico, pero sin aportar nada en ataque.

Decir que al Liverpool le va mal en la Premier, y que por tanto somos una banda al no haberles ganado, no me parece serio. En este tipo de partidos, con dos equipos de élite a nivel europeo, de poco vale el momento en el que llegan. El Liverpool ejecutó un partido con una presión asfixiante durante los noventa minutos, a un nivel físico brutal, como no lo habían hecho en toda la temporada. Por favor, que era el Liverpool y era Anfield.

No creo que Xabi Alonso fallara en el planteamiento. Tampoco estoy para nada de acuerdo
en la opinión casi generalizada de que el equipo muestra lo mismo que el año pasado. Yo veo un equipo que se
posiciona mucho mejor en la presión, en el que hay más ayudas de los de arriba. Una escuadra en la que se
defiende a todo el campo, y con una idea ajustada de cómo hacerlo. Son 13 victorias de 15 partidos, con 7 porterías a cero.

Militao y Vinícius con trajes y gafas de sol

Creo que la defensa a nivel colectivo no está siendo un problema, si bien el juego aéreo, sobretodo a balón parado, es una condena y hay que trabajarlo. Este año hemos cambiado la forma de defender esas jugadas: en lugar de ver emparejamientos hombre a hombre, parece que se defiende por zonas. De hecho vimos a Vini charlando con Van Dijk en el córner en el que casi nos marca, y mucha gente dio por hecho que estaba emparejado con él, lo que en sus cabezas  era inexplicable. No es así, Vini estaba allí para incordiar su inicio de carrera, y las defensas se están haciendo zonalmente. Creo que no está funcionando. Seguramente el cuerpo técnico está más preocupado que nosotros, y no tengo dudas de que se trabajará en ello.

Luego están las barbaridades que se han dicho de Mbappé: que no vale para los días grandes, que es el cáncer de este equipo, que ha estropeado todo, que antes el Madrid funcionaba como grupo y desde que llegó él ya no...  Por supuesto, que tampoco funcionaba el PSG con él y fue irse él y ganar la Champions los de Luis Enrique. Me parecen argumentos infantiles de gente que no analiza el fútbol.

El PSG jugó una final con Kylian, sobretodo gracias a él, y la perdió por la mínima contra un Bayern que era un portento físico, con Flick al mando. En su último año en París, con Luis Enrique de míster, perdieron las semifinales contra el Borussia sin que aún nadie sea capaz de explicarlo: hicieron seis postes y fueron un vendaval en ataque. Lo normal hubiera sido que se metieran en la final, y estoy seguro que habrían  sido un rival mucho más complicado para el Real Madrid de lo que lo fue el Dortmund.

Xabi está trabajando en la dirección correcta, y no puede hacerse a estas alturas una enmienda a la totalidad. Ni el día del Barcelona éramos campeones y el mejor equipo del mundo, ni ahora somos el peor

Respecto a los partidos grandes, el año pasado salió en la final de Copa contra el Barça y casi la gana él solito (recordemos que no fue titular porque venía de lesión y no estaba fino), al City le hizo 3 goles, y en liga contra el Barça le anulan en el Bernabeu dos goles por el famoso frame, y en Montjuic marcó otros dos que sí valieron. Este año contra el Atleti hizo gol y asistencia, y contra el Barça estuvo sublime. También hay que recordar que es el delantero y que, si no le llegan balones porque no hay juego, no podemos exigirle que baje a generar él todo, cuando el equipo contrario defiende en bloque bajo. Nuevamente, seamos serios. Ayer jugó muy mal y se dice. Creo que todos tienen derecho a hacer un partido nefasto. Aunque del 74 al 90 cogió el balón e hizo alguna diablura, no estuvo, ni de lejos, a su nivel, pero no es como para denostar lo conseguido hasta el momento por el francés, ni muchísimo menos.

Decíamos, y se vio en Anfield, que nos falta fútbol, y está por ver si los jóvenes que tenemos, como Güler, conseguirán darnos lo que necesitamos también en partidos de alta exigencia física y con presión asfixiante, o si tenemos que acudir al mercado. Tchouameni está a gran nivel y parece insustituible pero en el Parque de los Príncipes el Bayern, que está siendo el mejor equipo de estos momentos en la Champions junto al Arsenal, jugó con un 4-2-3-1, siendo la línea de 3 Luis Díaz, Gnabry y Olise, y Kane como punta, y por detrás en el centrocampo, en esa línea de 2, Pavlovic y
Kimmic. Ganaron por 1-2, pero en la primera parte iban 0-2 y barrieron del campo al PSG. ¿Puede alguien buscar al equivalente a Tchouameni en dicha alineación? No lo hay, porque hay muchos equipos que hoy en día no juegan con mediocentros defensivos. El PSG tampoco tiene un medio estrictamente defensivo. A lo mejor si jugamos con Nico Paz, Jude Bellingham y Vitinha no necesitamos ni a Tchouamenis, Camavingas, ni nadie defensivo. A lo mejor podríamos reconvertir para siempre a Aurélien en central. No lo sé, pero creo que el problema en Anfield ha sido a nivel individual, que hay un problema de mentalidad y que se vienen abajo ante presión muy alta y adversidades, sobretodo fuera de casa en campos que aprietan mucho. No sé si terminaremos resolviendo con los jugadores que tenemos o harán falta otros, pero creo que Xabi está trabajando en la dirección correcta, y no puede hacerse a estas alturas una enmienda a la totalidad. Ni el día del Barcelona éramos campeones y el mejor equipo del mundo, ni ahora somos el peor. No puede ser que un día Huijsen sea el mejor central del momento, y al día siguiente un piernas. Y claro que Xabi se equivoca, el martes por ejemplo no encontró soluciones, pero se merece la misma paciencia que sus futbolistas. A mí pueden chocarme algunas de sus decisiones, pero supongo que todo tiene un motivo.

Tengo claro que en este club lo peor de todo es la afición, que atiza al equipo haga lo que haga, y cuando sale mal un partido es la debacle del siglo. No hay paciencia. Miles de aficionados dicen saber más que el entrenador, al que ponen pegas a la primera de cambio y llaman de todo por no saber hacer lo que ellos tienen todos muy claro.

Terminaré dando algunos datos: el Madrid de Mourinho perdió el 29 de noviembre de 2010 (es decir, casi un mes más tarde que ahora) por 5-0 en el Nou Camp. Seguramente no os acordáis de todo lo que se dijo por parte de los aficionados respecto al portugués, pero nada bonito. La segunda parte de la temporada consiguió mejorar y ganamos la final de Copa, pero la temporada realmente buena fue la segunda, con el Madrid de los récords. Ese 29 de noviembre citado, nadie veía nada positivo en el equipo. El PSG, en la primera temporada de Luis Enrique, aunque mereció llegar a la final de la Champions no hizo un gran fútbol en muchos momentos, y se le criticó que volvía loco al equipo. Parecía que lo echaban. Veamos la segunda temporada, que fue la pasada: hasta el mes de enero, el PSG estaba bastante mal, coqueteando incluso con no clasificarse más allña de la fase de grupo de la Champions. A partir de enero, fue una máquina perfectamente engrasada. Kompany no parecía el entrenador adecuado para el Bayern el año pasado, y hasta este momento está siendo el mejor equipo de Europa junto al Arsenal, como dijimos antes.

A ver si aprendemos a tener calma y a no montar incendios al primer contratiempo. Es increíble la poca paciencia que tenemos, así como la cantidad de entrenadores tremendos que se ha perdido el mundo del fútbol, genios que se han quedado en el sillón con una cerveza en la mano haciendo el cuñado en lugar de ir al Bernabéu a hacer lo que mejor saben.

 

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Buenos días, amigos. Hasta hace poco, distinguíamos entre árbitros españoles y árbitros europeos. Los primeros eran (son) los herederos naturales de Negreira, hijos nefandos de un sistema corrupto tras décadas de pagos del FC Barcelona a su cúpula, pagos que quién sabe si no se seguirán produciendo de un modo u otro a pesar de que Negreira ya no anda por ahí.

Los segundos, los árbitros europeos, nos parecían esencialmente libres de sospecha, en cambio. Pocas cosas más corruptas que la UEFA, sin que Ceferin haya permitido al menos que esa putrefacción se filtre al estamento, nos decíamos. Los colegiados UEFA se equivocan, como todos, pero no se observa una tendencia, un patrón sospechoso.

A lo mejor hay que revisar esta percepción de las cosas a la luz de los últimos arbitrajes que viene gozando el club cliente de Negreira, y muy en particular del que ayer le brindó la victoria de la manera más descarada, escamoteándosela a un Brujas cuya afición, indignada, prorrumpió en gritos de “¡Mafia! ¡Mafia! ¡Mafia!” al término del partido. Puesto en el contexto de la nueva relación de amor Laporta-Ceferin, este nuevo escándalo dispara las sospechas hasta lo más alto del apestómetro.

Corría el tiempo de descuento del Brujas-Barcelona, con 3-3 en el marcador, cuando Szczęsny se hizo en un lío en un saque de puerta, posibilitando el que un delantero del equipo belga le robara impiamente el balón y marcara gol. No hay falta al portero polaco del club cliente de Negreira por ninguna parte, y sin embargo el VAR, de manera estupefaciente, llamó al colegiado inglés Taylor para que acudiese al monitor, cosa que hizo con presteza para anular el tanto.

Inconcebible. O quizá demasiado concebible conociendo los precedentes.

El atacante ni siquiera toca a Szczęsny, que se desparrama sobre el suelo en el más puro estilo Masía pese a ser natural de Varsovia, en el desesperado intento de lograr que el tanto se anule por falta. Le sale bien el ardid para bien de Ceferin, de quien se cuenta que tiene en Eslovenia ambiciones políticas que se ven en riesgo por ciertas informaciones que Laporta tiene sobre él. Los personajes del hampa es lo que tienen: a mucha gente cogida por los cataplines. O quizá es simplemente que hay un Euronegreira en la sombra, maniobrando en favor de los intereses blaugranas.

Para la prensa cataculé, como veis, nada de eso sucedió. Omiten la información al más puro estilo Pravda o televisión norcoreana. Todo es Lamine Yamal, que volvió de su sequía goleadora (que es una sequía eterna, por cuanto entre los indudables méritos técnicos del jugador no se cuenta el aspecto realizador) marcando el gol del empate. De la cosa arbitral, chitón. Por cierto, ya nos han llegado imágenes de estraperlo del geniecillo de los brakets burlándose del público belga, pero como no es brasileño ni viste de blanco se trata de imágenes que no verán la luz en medios de comunicación masivos. Vivimos en una omertà permanente. Ni siquiera en el caso (imposible, por supuesto) de que un club hubiese sobornado a la cúpula arbitral durante varias décadas, hablaría la prensa de este particular.

Marca, cada día más conocida como Marça por el pueblo soberano, que suele tener argumentos de peso para decir las cosas que dice e inventar los sobrenombres que inventa, se rinde también a los pies de Lamine, que para eso el diario dirigido por Gallardo es el máximo representante de la Central Lechera (?) en la piel de toro. “El brujo es Lamine”, titulan, en agudísimo juego de palabras con el nombre de la ciudad donde se obró el atraco. Marca sí menciona el gol anulado a los locales, pero tilda la jugada de “acción al límite” de Szczesny. Suponemos que se refieren al límite entre el teatro amateur y profesional sobre el que tanto escribieron Nicholson, Holdsworrh y Milling.

Y finalizamos con As, que por lo menos tiene la deferencia de indicar, bien es cierto que de manera harto descomprometida, que hubo una “polémica por un gol anulado a Vermant en el descuento”.

En realidad, amigos de As, polémica no hubo ninguna. Para que haya una polémica, ha de haber una discrepancia de pareceres, y todo el mundo sin excepción coincide en que la anulación de ese gol representa un espolio de primera magnitud. La diferencia estriba en cómo enfrentarse a esa verdad incontrovertible de cara a los propios lectores. Así, por ejemplo, Sport y Mundo Deportivo la ignoran, en el entendido de que aquello de lo que no se habla no existe; Marca lo tilda de “jugada al límite”, prodigioso eufemismo; As habla con algún cinismo de “polémica”; y luego está La Galerna, que te cuenta las cosas como son, se sienta en la grada vacía del estadio del Brujas y entona el eco retrospectivo de sus seguidores ayer.

Pasad un buen día.

En cierta ocasión tuve una idea. La apunté. Sería el comienzo de una historia. Quizá una novela. Escribí: “Un miércoles cualquiera, un hombre sufre un episodio de confusión extrema. Está en su oficina, en su mesa, frente a su ordenador. Sin embargo, no sabe quién es, no sabe dónde está ni el porqué. Durante un angustioso minuto, su vida se ha evaporado y tan sólo es un tipo sumergido en la confusión.” Lo que ocurría después era un misterio. No pensé ni planifiqué nada más. Ahí se quedó mi protagonista, sin saber qué le había ocurrido ni las implicaciones personales ni laborales que conllevaba su mínimo delirio en un día cualquiera de una semana y un mes cualesquiera.

Hoy me acordé de esa idea que escribí mientras pensaba en qué decir del Liverpool-Real Madrid. ¿Cómo hablar del partido sin caer en tópicos ni banalidades, ni transitar los conceptos ya explorados por otros, mejores que yo?, me preguntaba. Sin embargo, esa no era la gran cuestión. Me llegó después, como un latigazo, siendo a la vez pregunta y respuesta, como una frase punzante de Javier Marías en medio de un océano de subordinadas: ¿qué sentido tiene explicar la derrota de un club que no la concibe, que no la digiere, que no pertenece siquiera a su imaginario?

Es tan extraño el día después de que el Madrid pierda un partido, que hasta quienes intentamos aplicar raciocinio nos vemos abocados a ese pozo de confusión, como el personaje que esbocé en un folio en cierta ocasión: perdido frente a la pantalla, sin encontrarle sentido a su propia existencia. Mantequilla sobre demasiado pan. Todo es ajeno cuando el Madrid pierde. ¿Para qué decir que el rival fue mejor, que no entiendo de qué juega Camavinga, que ya no comprendo el fútbol moderno, que no sé qué decir? Hoy me vi frente al espejo retrovisor del coche como ese personaje mío: confundido en un día normal, ajeno a mí mismo, sumido en el desconcierto. Una nube pequeña y gris en un hermoso día de playa.

Perdió el Madrid, sí, en Anfield, ante un rival que jugó mejor, que obligó a Courtois a unir al mundo en una verdad hercúlea: es el mejor de la historia. Ya no sé qué más decir, ni qué más explicarte, la vida hoy es extraña. Albert Camus habría escrito un gran libro el día después de la tanda de penaltis ante el Bayern de Múnich. Sumidos en este pesimismo que todo lo embriaga, lo único que podemos hacer hoy es meternos en casa a leer, pues no hay explicación posible que satisfaga tantas preguntas. Una manta y una vela, el silencio, nos proporcionarán el único consuelo posible tras uno de estos extraños y ajenos sucesos que a veces nos ocurren, que no sabemos de dónde vienen ni si se repetirán, que no concebimos como reales pues no nos pertenecen, como el niño que no entiende qué significa que su abuelito le mire ahora desde el cielo.

 

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Hay derrotas que no duelen, sino que instruyen. La de Anfield pertenece a esa rara estirpe de tropiezos pedagógicos, de bofetadas útiles. Un Real Madrid que parecía haber domesticado la Copa de Europa tropezó con un Liverpool que ya no es el de Klopp pero que conserva el viejo perfume de las noches británicas: humedad, músculo y fe. La derrota por 1-0 —gol de Mac Allister en el 61’, que no parece apellido de futbolista sino de ministro colonial— no fue una catástrofe, pero sí un aviso.

Las notas del Liverpool - Real Madrid

Ayer dije que lo de Anfield era una piedra de toque sobre el verdadero potencial del equipo cuando se juega el pescado. Efectivamente, así fue. El Real Madrid no pudo hacer frente a la eficacia, el empuje y la competitividad de un Liverpool que salió con el cuchillo entre los dientes y conscientes de que el partido era más que una jornada de grupos de Copa de Europa. El partido era un test de idoneidad sobre el verdadero estado del Real Madrid y salió cruz. Ahora mismo, el equipo da muestras de que no está para competir en serio la competición. Es pronto, es noviembre y tiene arreglo, pero hay que arreglarlo.

Hay derrotas que no duelen, sino que instruyen. La de Anfield pertenece a esa rara estirpe de tropiezos pedagógicos, de bofetadas útiles

El Real Madrid no perdió por un penalti no pitado ni por una expulsión injusta, sino por algo mucho más grave y silencioso: la ausencia del propio Real Madrid. Esa entidad abstracta que aparece en los grandes días y se impone por costumbre no compareció. Hubo camisetas blancas, sí, pero no ese intangible que convierte un despeje en un milagro o un contraataque en destino. Fue un partido sin alma, como una misa sin fe.

Durante tres jornadas, el equipo había parecido un reloj suizo fabricado en Valdebebas: precisión, elegancia y hasta soberbia. Mbappé marcaba sin despeinarse, Bellingham distribuía con un aire de seminarista inglés que ha descubierto la música negra, y Courtois paraba por deporte. La sensación era que el Madrid había vuelto a instalarse en su hábitat natural: la eternidad competitiva.

Y sin embargo, en Anfield, ese espejismo se rompió. No por un desastre, sino por una concatenación de detalles. El Liverpool fue un equipo serio, enérgico y a ratos brillante, pero sobre todo fue un equipo coherente. Supo lo que quería hacer y lo hizo con la vehemencia de quien no tiene nada que perder. El Madrid, en cambio, se movió con la torpeza de quien duda entre cuidar el traje o ensuciarlo. Y en fútbol, ya se sabe: el que duda, corre detrás.

El Real Madrid no perdió por un penalti no pitado ni por una expulsión injusta, sino por algo mucho más grave y silencioso: la ausencia del propio Real Madrid

Se dirá que es solo un partido de la fase de grupos. Cierto. Pero hay síntomas que merecen atención. El primero: el equipo de Xabi Alonso parece empeñado en demostrar que la posesión no siempre es un signo de poder. Tuvo el balón, sí, pero no el control. Como si confundiera el medio con el fin, tocó más de lo que mordió. Y mientras Mbappé se aburría entre líneas y Vinicius parecía más pendiente del público que del balón, el Liverpool crecía a base de músculo y fe.

El gol llegó, como tantas veces en el fútbol, por una suma de pequeños descuidos. Falta lateral, centro medido de Szoboszlai y cabezazo imperial de Mac Allister entre los defensas, que observaron el vuelo del argentino como quien contempla un pájaro exótico. Courtois, el único que viajó a Anfield con la intención de trabajar, no pudo hacer más milagros de los que hizo.

Hay algo casi bello en la manera en que el Madrid pierde ciertos partidos importantes. No es humillado, no se derrumba, no naufraga. Simplemente deja de ser él mismo. Es un fenómeno metafísico, casi poético: de repente, el mismo equipo que parece capaz de alterar las leyes del espacio-tiempo decide coexistir con la gravedad. En vez de levitar sobre el césped, se arrastra un poco. Y el rival, que hasta entonces se sentía condenado, descubre que puede tocar el cielo con las manos.

En Anfield no hubo pánico, ni escándalo, ni drama. Solo una sensación de desconexión progresiva. Como si los jugadores hubiesen olvidado qué los había traído hasta allí. Es la estética del error elegante: perder sin hacer el ridículo, pero sin oponer resistencia suficiente para evitarlo.

Courtois fue, una vez más, el guardián del decoro. En otro tiempo se habría dicho que “evitó una goleada”, pero esa frase ya suena a pleonasmo. Courtois siempre evita goleadas. Lo suyo ya no es salvar partidos, sino rescatar la dignidad colectiva. Paró lo parable y lo imparable, y aún tuvo tiempo de ordenar a sus defensas con ese tono de funcionario flamenco que da instrucciones para que no se le caiga la administración encima.

A su alrededor, los centrales resistieron con más pundonor que acierto. Carreras cumplió su función de esfinge: nadie sabe exactamente qué hace, pero lo hace con convicción. Y en el centro del campo, Valverde y Camavinga alternaron carreras heroicas con pérdidas absurdas, como si el partido fuese un experimento de laboratorio sobre la bipolaridad táctica.

Bellingham intentó ser capitán, mediapunta, mediocentro y psicólogo de sus compañeros, todo a la vez. Es el único que parece recordar que el fútbol no siempre recompensa la estética, y que a veces hay que ensuciarse las manos —o las botas—. Su frustración fue visible: cada vez que el balón no volvía, su gesto de desaprobación evocaba a un profesor inglés que descubre que su alumno favorito no ha hecho los deberes.

Conviene reconocerlo: el Liverpool jugó bien. Muy bien, incluso. Sin necesidad de épica, sin correr como pollos sin cabeza, con la serenidad de quien conoce su oficio. Szoboszlai fue el metrónomo, Mac Allister el puñal, y Salah, el viejo emperador que aún no abdica. Su entrenador, Arne Slot, parece haber encontrado el equilibrio entre el rock de Klopp y la calma de Benítez: un Liverpool que presiona sin perder la compostura.

Anfield, por su parte, volvió a ser Anfield. Esa catedral del ruido que convierte cada despeje en un acontecimiento y cada córner en un motín. No hay estadio más teatral: allí el fútbol es Shakespeare con botas. El público no anima, actúa. Y el Madrid, acostumbrado a los silencios elegantes del Bernabéu, pareció incómodo en esa ópera del sudor.

El entrenador blanco asumió la derrota con serenidad. Dijo que había sido una cuestión de “detalles” y que el equipo debía “aprender a no conceder faltas innecesarias”. Tiene razón. Pero entre los detalles se cuela algo más profundo: el Madrid no solo concedió una falta, concedió su esencia. En su intento por controlar el caos, olvidó que el caos es precisamente su hábitat natural.

Xabi: buscando la clave del juego en equipo

Xabi quiere construir un Madrid metódico, tácticamente irreprochable, donde todo obedezca a un plan. Pero el Real Madrid no es un plan: es una epifanía. Su grandeza no se basa en la previsión, sino en la inspiración. En la capacidad de sobrevivir a su propio desorden. Cuando lo domesticas, pierde filo. El reto del entrenador vasco será encontrar el punto exacto donde la estructura no ahogue al instinto.

Lo peor de la derrota no es la derrota, sino la tentación de dramatizarla. Algunos medios hablarán de “crisis”, otros de “bache”. Los mismos que hace una semana anunciaban el advenimiento de una nueva era galáctica ahora exigen sacrificios en el altar del resultadismo. Pero la verdad es más simple: el Real Madrid perdió un partido en Anfield, y eso, históricamente, entra dentro de la normalidad universal.

Lo importante es lo que se haga con la enseñanza. Si el equipo aprende que no basta con tener talento, que hay que acompañarlo con intensidad y orgullo, la derrota será un punto de inflexión. Si, por el contrario, se confunde serenidad con complacencia, la lección se repetirá en un escenario más cruel.

Ser el Real Madrid implica vivir sin red. No se perdona el error, no se admite el titubeo. Es la maldición de la grandeza: cada partido es un examen y cada fallo, un titular. Pero también es su privilegio: el único club capaz de convertir una derrota anodina en un debate filosófico.

El madridismo lleva más de un siglo discutiendo qué significa “jugar bien”. Lo de Anfield reaviva la cuestión. ¿Jugar bien es dominar o ganar? El Madrid, por historia, ha optado siempre por la segunda opción. Su estética es la del resultado. Pero incluso para ganar hay que saber sufrir, y ese sufrimiento estuvo ausente en Liverpool.

Los ingleses tienen un verbo maravilloso: to regroup. Reagruparse. No se trata de rendirse ni de lamentarse, sino de juntar las piezas y seguir avanzando. Eso deberá hacer el Real Madrid. Porque si algo define a este club es su capacidad para recomponerse sin perder la arrogancia. Ya habrá tiempo para la revancha, para el golpe en el Bernabéu que devuelva las cosas a su sitio.

Mientras tanto, que la derrota sirva como recordatorio de una verdad incómoda: incluso los dioses del fútbol necesitan sudar. No basta con tener la camiseta más pesada, ni la historia más gloriosa. Hay que jugar. Hay que morder. Y hay que hacerlo incluso cuando el cuerpo pide calma.

Conviene reconocerlo: el Liverpool jugó bien. Muy bien, incluso. Sin necesidad de épica, sin correr como pollos sin cabeza, con la serenidad de quien conoce su oficio. Szoboszlai fue el metrónomo

El Real Madrid de los últimos años ha construido su mito sobre la épica de la remontada, pero también sobre la sabiduría de sus derrotas. De cada caída ha salido más fuerte, más soberbio, más consciente de su destino. Lo de Anfield, si se interpreta con inteligencia, puede ser eso: una derrota útil.

Porque perder sin excusas, sin árbitro al que culpar, sin tragedia que invocar, obliga a mirar hacia dentro. Y ahí, en ese espejo incómodo, el Real Madrid suele reencontrarse con su verdadera identidad.

No hay drama, solo tarea pendiente. No hay crisis, solo exigencia. Y no hay vergüenza en caer si uno cae con estilo. En eso, incluso anoche, el Real Madrid sigue siendo el campeón del mundo.

Me despido como siempre… Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!

 

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Tras la derrota en Anfield, observo que se cargan las tintas contra el mejor jugador del Real Madrid de la presente temporada. Hasta ahí todo normal. La falta de costumbre y el carácter ancestral que sustenta los cimientos del madridismo así lo consagran. Lo que me cuesta asumir es la injusticia de atizar a ese mejor jugador merced a la aplicación del axioma de Stan Lee de que un gran poder implica una gran responsabilidad, y salvar de la quema a otro que, por el motivo que sea, lleva cerca de un año sin dar una patada a un bote.

Vinícius y el negocio del escrache

No es de recibo que Vinicius lleve casi 365 días siendo más noticia por sus fallos, gestos, protestas y enfrentamientos que por sus regates y goles. Hay quien, en La Galerna, otorga un aprobado a su actuación contra el Liverpool por el tesón mostrado aun a pesar de que nada positivo se sacó de las innúmeras jugadas que malogró.

La gloria que monopoliza el Real Madrid no viene del empeño y empuje, no al menos de manera exclusiva. Esa gloria es tributaria de la excelencia en la mixtura de técnica y táctica con el carácter, constituyendo esa fórmula casi una alquimia tan connatural al club como indescifrable. Cada uno de esos elementos no sirve por sí solo, o, al menos, no para la élite en la que habita nuestro equipo. Si por amor a los colores y empeño fuera, jugaríamos muchos de los que asistimos al Santiago Bernabéu de forma regular, y nadie, yo el primero, quiere vernos a Toñín el Torero, al boss Jesús Bengoechea y al abajo firmante formando un trivote tan improbable como deplorable en su rendimiento, aun a pesar de la magia que brota de las botas de Jesús.

¿Ya tiene 25 años y lo mejor que podemos decir de él es que lo ha intentado mucho? Eso valía hace un lustro

De Vinicius Junior he leído que ya muestra brotes verdes. Que hay motivos para la esperanza. Que nunca se esconde. Un tipo que ha sido segundo en el Balón de Oro y que está a 13 meses de finalizar su contrato ya multimillonario, aspirando a prorrogarlo con uno que le granjee un estipendio aún más pingüe, no puede valorarse solamente por el empeño. Ha sufrido y sigue sufriendo faltas de respeto, provocaciones, insultos racistas, persecución por la prensa presuntamente deportiva, memes tan injustos como hirientes… Todo inaceptable. Quizá deberíamos darle una vuelta al hecho de que, habiendo hecho muchísimo por el club, Vinicius ha dado sobradas muestras de poder dar mucho más. Sus gestas ya forman parte del panteón para la eternidad del madridismo y nadie en su sano juicio puede escatimarle un elogio por ello. No es menos cierto que sus esfuerzos han sido generosamente compensados. La constante mejora que implica el nivel de exigencia del Real Madrid demanda una inminente mejora del rendimiento del jugador. ¿Cuándo hemos bajado el nivel de exigencia con Vinicius? Sin darnos cuenta, parece que seguimos ante el chico de 18 años de condiciones inmejorables pero atropellado y fallón, pecados de juventud que solo los años consiguen expiar. ¿Ya tiene 25 años y lo mejor que podemos decir de él es que lo ha intentado mucho? Eso valía hace un lustro. El listón ha subido con la constatación de que el jugador puede dar muchísimo más, y lo cierto es que en el último año todos hemos visto crecer la distancia entre el rendimiento de Vinicius y ese listón.

Igual da si el problema que tiene es técnico, táctico, psicológico o anímico; es su deber y el del club poner los medios personales y médicos necesarios para recuperar la excelencia que es estandarte de nuestro equipo. En caso de no ser así, alguien no está haciendo bien su trabajo, por lo que resulta perentorio que las partes implicadas separen, en buenos términos y con agradecimientos mutuos, sus caminos lo antes posible.

 

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