El formato de la Euroliga convierte buena parte de la liga regular en un largo vals de partidos donde el resultado inmediato casi nunca es definitorio. Se puede tropezar en noviembre y acabar volando en abril. Sin embargo, Scariolo, viejo zorro conocedor del circo que rodea al club que entrena, llegaba con semblante serio al enfrentamiento contra el líder de la competición. No porque una derrota fuese definitiva, sino por la certeza de que a sus muchachos les está costando encontrar sensaciones. Ni siquiera en el desmedido entorno blanco se puede hablar de crisis, pero sí hay algo de desconcierto, lo que conlleva ese perenne ruido de fondo que tantas veces menoscaba la tranquilidad necesaria para la construcción de algo a medio plazo.
Los merengues aterrizaron en Bulgaria con una sombra interior: la sospecha de que su baloncesto está estrechado desde el inicio de temporada. Ante porcentajes muy grises desde el perímetro, el ataque del Madrid se ha convertido últimamente en un constante asalto al aro por dentro, insistente pero legible, casi confesional. Las defensas rivales ven facilitada su labor si no hay amenaza de tres, por lo que les basta con amontonar hombres en la zona. Vencer al Zalgiris encestando solo dos triples -nueve intentados- constituye una hazaña tan excéntrica que puede venderse simultáneamente como una proeza o como una debilidad: sí, se ganó, pero al mismo tiempo se exhibió una anemia exterior preocupante.
Ante el Hapoel, sin embargo, algo se movió. El balón, esta vez, encontró refugio también más allá del 6,75. Los triples, viejos amigos reaparecidos, abrieron la pista como quien descorre cortinas en un salón que parecía más pequeño. De pronto, el ataque no era un monólogo interior, sino un dueto entre dentro y fuera. Y en ese vaivén, el Madrid respiró mejor. El 36-39 al descanso no era un marcador imponente, pero sí reflejaba una declaración de intenciones: se puede ganar sumando amenazas, no solo insistiendo en una.
el ataque del Madrid se ha convertido últimamente en un constante asalto al aro por dentro, insistente pero legible, casi confesional. Ante el Hapoel, sin embargo, algo se movió
Por otro lado, donde el equipo blanco mostró su verdadera piel fue atrás. Hubo tramos en los que Micic, señor de la Euroliga, parecía atrapado en un laberinto de ayudas, manos y sombras, respirando por una rendija. El Madrid le complicó cada recepción, cada bote, cada lectura; cuando el talento no fluye, el control bascula. El equipo de Scariolo creció a partir de una dirección inteligente de Campazzo, acompañada de la habitual intimidación de Tavares -demasiado errático en los tiros libres- y de la versión más concentrada de Hezonja, la que parece levitar un segundo antes de saltar. El croata fue el armazón invisible, el aire alrededor de la acción, el tipo que no solo anota, sino que interpreta. Se le ha pedido que esté con mayor regularidad: no se puede negar que, en la cancha del líder de la Euroliga, estuvo.

Tras la reanudación, los israelíes aumentaron su intensidad, ajustaron el rebote y trataron de castigar las pérdidas del Real, auténtico agujero negro. Cerrado el grifo por dentro, el acierto desde la línea de tres les permitió ponerse por delante, aunque la brega de algunos secundarios, como Abalde o Feliz, mantuvieron a flote a los madridistas. El Hapoel puso a prueba los nervios blancos al devorar una ventaja en los últimos minutos: se volvió a sentir esa corriente fría que aparece lejos de casa cuando la grada ruge y el reloj se afila. No obstante, un par de contraataques de Deck y Mario dejaron el electrónico en un esperanzador 71-75. En ese instante decisivo, un gris Maledon se resbaló en la posesión que estaba llamada a sentenciar, la cual concluyó con un triple -muy posible que pisando la línea- de Motley.
Acaso este partido se convierta en un punto de inflexión, el viraje necesario en el ánimo de una plantilla sobresaliente. Hay triunfos que valen más que los puntos: valen silencio ante la crítica y memoria en el vestuario.
Los fantasmas se cernieron sobre el dubitativo espíritu merengue, por lo que Scariolo trató de refugiar a los suyos en la defensa. Deck, rocoso y preciso, secó la última acción del Hapoel, empujando el guion hacia un uno contra uno aislado de Maledon. El francés se jugó la bola —falló— y el rebote fue a parar a Hezonja. Y ahí, en ese segundo suspendido, el MVP del partido cometió una insensatez: en lugar de agotar los nueve segundos, lanzó un triple desde ocho metros, quizá convencido de que el balón no había besado el aro antes. Fue un latigazo de impulso, un soplo de caos. Hubiera sido una injusticia tremenda que su colosal actuación se hubiese visto empañada.
Por fortuna, el Hapoel también erró. Y en ese fallo ajeno se selló la victoria blanca. Decíamos que el formato de la Copa de Europa actual disminuye el valor de los encuentros de la liga regular. Pero ganar en la cancha del líder, en un final así de apretado, reencontrándose con la defensa y con el triple, puede ser algo más que una victoria aislada. Acaso se convierta en un punto de inflexión, el viraje necesario en el ánimo de una plantilla sobresaliente. Hay triunfos que valen más que los puntos: valen silencio ante la crítica y memoria en el vestuario. Y este huele a uno de esos.












La proeza, es dejar en 74 puntos al Hapoel
Por lo que ha dicho Scariolo el error de Hezonja fue provocado por la mesa. Al parecer, no resetearon el reloj de posesión y Mario pensó que apenas quedaba posesión, por lo cual realizó ese tiro forzado e innecesario
Faltaban menos de 14 segundos, no había que resetear reloj de posesión.
A ver si este comentario me lo publica el rosco de la suerte
Buen partido de los nuestros.
Soy catalán y homosexual
Por favor borren este último comentario homófobo y de mal gusto.