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Un madridista ejemplar

Un madridista ejemplar

Escrito por: Alejandro Darias24 diciembre, 2020
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro I Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

Mi animadversión por la Navidad nació cuando arrancaba mi negocio y los parones de días festivos me hacían facturar una miseria. Suficiente para no llegar a tiempo para pagar los impuestos de Enero. Una vez el negocio empezó a ir bien, me permitía el lujo anual de viajar hacia un lugar aislado en donde lo único que se escuchaba es el silencio. El Real Madrid era lo único que me hacía tolerar la presencia de gente. Mis dos amores eran mi negocio y el Real Madrid. El primero me daba de comer generosamente. El segundo, una vida plena que se podía vivir completamente solo. ¿Quién necesitaba a los demás para celebrar Copas de Europa?

Desde hacía muchos años, en el Bernabéu, a aquel hombre mayor lo tuve sentado a dos asientos a la derecha. Su única labor era animar sin parar a los nuestros, al límite de sus cuerdas vocales. En derbies valía por una grada de animación entera. Gesticulaba y daba instrucciones a Mourinho, a Ancellotti, a Zidane y hasta a Chendo. Nunca cruzó palabra alguna conmigo ni con nadie. Por ello, no supe reaccionar cuando el día del Clásico contra el Barcelona a finales de Febrero, me habló:

—Le invito cenar en mi casa.

Sentí el barullo de la afición desvanecerse de golpe, como en un partido de entrenamiento. Mi vecino insistió:

—Tome mi tarjeta. Llámeme cuando se decida.

En esos momentos llegó el abonado del asiento del medio. Solamente venía a los derbies y eliminatorias de Champions. Di mil gracias porque no jugábamos un domingo tarde contra el Osasuna. Vencimos al Barcelona con goles de Vinicius y Mariano y rápidamente
olvidé el incidente. Pero al llegar a casa, no podía dejar de pensar en lo que había dicho mi vecino y en qué le diría cuando volviésemos a la grada dos semanas después.

Grada Santiago Bernabéu

No tuve la oportunidad. Como millones de personas, me vi encerrado en casa por un virus, sin poder desempeñar mi profesión y con la persiana de mi negocio bajada. Para cuando se pudo salir a la calle, mis cuentas estaban a cero y mis clientes habían huido a corporaciones que tiraban los precios. Pude subsistir una temporada a base de arroz hervido, pero la fecha en la que vencía el último alquiler que aún podía pagar estaba próxima, y como si fuese una broma del destino, era en la execrable Navidad. Mientras hacía limpieza en mi monedero con el fin de encontrar alguna moneda que me ayudase a comprar el pan, cayó la tarjeta del anciano, totalmente arrugada. El papelucho me hizo recordar aquel gol de Mariano trastabillándose que hizo enloquecer el estadio. La última vez que pude ver al Real Madrid en directo. El último partido antes de tener que solicitar mi baja como socio por no poder cumplir con las cuotas.

Caminé bastantes manzanas para encontrar una cabina telefónica y empleé el dinero para el pan en la llamada. Mi vecino de dos asientos a la derecha no pareció sorprenderse y me dijo que fuese a visitarlo en Nochevieja. El 1 de Enero sería el primer día que yo dormiría en la calle, así que por qué no prolongar al máximo mi anterior estado de prosperidad, aunque fuese de prestado.

Fui recibido a las ocho de la noche en un noble piso, al lado del mismo Retiro. Noté a mi vecino mucho más avejentado. La mesa estaba dispuesta y llena de exquisiteces. Mi estómago rugió.

—Esto lo ha preparado mi asistente para usted. Yo sólo puedo comer purés de verdura, sin sal —dijo el anciano. Me hizo señas para sentarme en uno de los sillones del estar.

—No voy a andarme con rodeos —dijo—. Le he visto ir al estadio de niño con su padre. Después, con amigos suyos. Luego, acompañado por una bella mujer, después se sumó un niño, después vino usted sólo con el niño, después el niño desapareció. Usted fue subiendo de peso a medida que se iba quedando sin acompañantes. Sé toda su vida porque he escuchado miles de conversaciones suyas en directo y por móvil. Por ello creo que es usted la persona más adecuada para juzgarme.

—¿Juzgarle?

—Sí. Pero antes, tengo que contarle mi historia.

Afuera se oían los primeros petardos. No pude evitar una mueca de desagrado.

—Sé que odia todo este ruido y que preferiría estar en Groenlandia. Y también intuyo que ahora no puede viajar allí... y estoy seguro de que ha venido porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Escúcheme y después, márchese si quiere.

Resolví aguantar la charla del tipo con tal de poder hartarme de comer para dos o tres días.

—Hace muchos años viví en Barcelona por razones de trabajo. Me costó horrores aclimatarme porque no tenía ni idea de catalán y pese a mis esfuerzos por entender lo que decían en el Gol a Gol, me entró pánico. Y para compensar mi nula adaptación al idioma, cometí una atrocidad.

El hombre permaneció segundos en silencio. Fijó la vista en la ventana.

—Decidí manifestarme públicamente como seguidor del Barcelona —dijo, sin mirarme a los ojos. Definitivamente, me las estaba viendo con un loco.

—Usted bromea.

—No bromeo. No conocía a nadie y mi única manera de integrarme era encontrar otro lenguaje común: el del fútbol. Así que empecé a convertirme en un impostor. Corría 1995 y no pude manifestar abiertamente mi alegría por el 5 a 0 que les propinamos. Fue terrible. Ese año el Zaragoza de Víctor Fernández ganó la Recopa y ese gol de Nayim fue una válvula de escape de toda la rabia que tenía dentro. No me sentía avergonzado de gritar un gol del Zaragoza, tal vez porque el Zaragoza no caía tan mal en Cataluña como el Real Madrid. Lo que comenzó siendo una pura impostura de supervivencia acabó nublando mi cerebro. Muchos culés empezaron a hablarme del fichaje frustrado de Di Stéfano o del dudoso origen de nuestras primeras Copas de Europa y, como yo apreciaba a esa gente porque fueron mis primeros amigos allá, sembraron la duda. De repente me vi actuando como un culé verdadero, sin tener que impostar. Al principio fueron tonterías como una porra en un derby que nos ganaron por 3 a 0. Acerté el resultado por apostar en contra del Real Madrid. Aquel gol de Kodro en el último minuto me dio 20.000 pesetas de premio, más dinero que en cientos de sorteos de Primitivas anteriores en los que había participado. Lo celebré como un loco. Me habían comprado. Acabé hablando mal del Real Madrid en cada ocasión que podía, confiando en más pelotazos de porra. Incluso asistí invitado a bastantes partidos en el Camp Nou, en los que ¡celebraba los goles blaugranas!

El hombre mayor parecía muy cansado, pero siguió.

—Cuando el Real Madrid había pasado a ser una neblina difusa entre un montón de trabajo, de súbito apareció la Séptima. No sabía describir lo que ocurrió esa noche. Pero semanas antes, cuando el Real Madrid consiguió clasificarse para la final de Ámsterdam después del incidente de la portería, sentí algo raro. Algo nuevo. Algo genuino. No estaba acostumbrado a aquello. Me había estrellado contra Eindhoven y Sacchi y las finales las ganaban siempre otros. La tarde antes del partido ultimaba una presentación con un grupo de trabajo y todos, absolutamente todos mis compañeros, no paraban de hablar de la final. “Espero que todos vayáis con la Juventus”, decían. Yo callaba. No recuerdo cómo vi el partido. Ni siquiera tengo recuerdos de estar sentado frente al televisor. Lo que sí puedo decir es que cuando acabó el partido me dirigí a la ventana, que daba a una manzana interior de edificios y me puse a vociferar un “Hala Madrid” como jamás había hecho. Esa misma noche me propuse reparar toda la inmundicia que había vertido en tres años de impostura y decidí volver a la capital.

El anciano fijó su vista en mí.

—¿Cree que soy un buen madridista? —preguntó.

No supe qué responder.

Parque de El Retiro Madrid

—Tengo que saberlo. El día anterior del último Clásico contra el Barcelona, me diagnosticaron una enfermedad incurable. Un año, quizás dos. Usted es el único que me conoce de verdad. En la salsa del estadio, sin tamices. No, no se compadezca. Me llevaré todas las alegrías de los títulos conmigo, a la otra vida.

Los petardos atronaban el ambiente fuera. También alguna algarabía a destiempo, repleta de risas tamizadas en alcohol. La casa estaba caliente y me acomodé en el sofá.

—¿He sido un buen madridista? —insistió el anciano.

Sonreí por primera vez en muchos meses. Al hombre mayor le brillaron los ojos. Permanecimos en silencio, mientras la fiesta se disparaba en la calle. Aunque durante las noches siguientes esa calle se convirtiese en mi habitación y el Retiro conformase mi jardín, yo también seguiría llevándome conmigo todas las alegrías de los títulos del Real Madrid.

3 comentarios en: Un madridista ejemplar

  1. El hombre es un animal social por naturaleza. Necesita encajar, sentirse rodeado. Ser uno más. Ese es uno de los motivos por el que acabamos aceptando una mentira, por grotesca que sea, si esta es repetida, constante y machaconamente, por la mayoría. Resistir esa presión no es fácil.
    A lo largo de la historia hemos visto triunfar una infinidad de discursos mentirosos. Falacias cuya única prueba o argumento a favor era el consabido "lo sabe todo el mundo" o el manido "todos lo dicen". Una estrategia tan vieja como el mundo. Utilizada hasta la saciedad para insultar y difamar al Real Madrid. Yo creo que, en los tiempos que corren, el buen madridista debe luchar contra esa mentira con educación, paciencia, buenos argumentos y pruebas irrefutables. Hemos llegado a un punto tal que callarse no es una opción. Hay que buscar y defender la verdad y no dejar que sigan acosando a nuestro equipo sin que nadie les destape sus mentiras.
    Gran artículo Alejandro. Enhorabuena.

  2. Me ha gustado mucho. La necesidad de ser aceptado es muy fuerte. Pobre hombre, lo mal que lo tuvo que pasar...eso si, nada comparable a cómo lo estaba pasando el otro.

  3. Las voces de Sky Sports alertan a Geraint, el cocinero, que sale de la cueva (ya poco le queda por hacer alli) para ver la repeticion. Los tres chocamos las palmas con la tonteria. Hay celebraciones intimas que dicen mucho mas que el aplauso de un estadio. Las camaras apuntan a Gareth que obviamente no sabe que el gol es para nosotros tres y que no sabe que nosotros lo sabemos aunque no lo digamos. La sensacion es tan rara, hay una sensacion de privacidad tan alarmante que es casi como si Gareth estuviera alli, con nosotros, celebrando el gol de otro. Ya casi, un poco, lo es. El gol de otro. Alla donde te lleve esa carretera, Gareth, lleva en tu frente el beso de mi gratitud. Esto tiene todo el aspecto de una despedida. Antes, intuyo un ultimo arrebato de pasion y una ultima copa (one more, one for yourself, one for the road) elevada al cielo. Despues, toma por favor del hombro al nino madridista que fuiste y caminad, Gareth, caminad.

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