Buenas tardes. Hoy llegamos tarde a nuestra diaria cita con esta sección porque estábamos esculpiendo un monumento a Sergi Roberto por haber debutado con gol ante la omnipotente Liechnestein. Esculpir es lo que tiene. Se tarda mucho, se cansa uno una barbaridad y se tiene uno que dar una ducha antes de enfrentarse al teclado para glosar, precisamente, la proeza del prometedor lateral barcelonista. Nos recuerda mucho este chico a Isidro, aquel jugador madridista que jugó de absolutamente todo menos de portero para demostrar que podía ser tan limitado en cada uno de esos puestos como el más limitado de los especialistas en cada una de esas posiciones.
También estábamos esculpiendo (de ahí la demora, por la que nos disculpamos encarecidamente) otra efigie en honor a Piqué, que según diario As fue ovacionado por la misma ingratísima afición leonesa que una vez tuvo a bien (o a mal) abuchearle como si él hubiera hecho o dicho alguna vez algo medianamente inconveniente, y que encima lo hizo cuando Gerard jugaba con el equipo de todos -de todos a los que Piqué dedicó una peineta, se entiende-, o sea, la selección española por la que vive los vientos la Ouija como si no hubiera un mañana. Igual es que no lo hay, cuidado.
Querer a Costa como es. Eso sí que es esculpir. Ya dijo Miguel Ángel que para dar a luz un Moisés basta con quitar a la piedra todo lo que le sobra. Quitemos pues a Costa todo lo que le sobra y admirémoslo hasta que nos duelan los ojos. El trabajo, eso sí, va a ser ímprobo hasta que la escultura resulte de verdad amable en el sentido etimológico del término, es decir, que se le pueda amar. Parece que Lopetegui ya lo ha logrado por la vía rápida y sin recurrir al martillo ni el cincel. Lopetegui, cuyos primeros compases como seleccionador merecen un sincero tiempo de gracia, parece sin embargo pecar de lo mismo que la malograda Amy Winehouse u otros juguetes rotos femeninos como Janis Joplin: demasiado corazón, como Willy DeVille o su homónimo Toledo. Cantaba Amy, versionando maravillosamente a los Teddy Bears, que conocerle es amarle. A Julen le sucede lo mismo que a Amy y tiene su mérito o su imprudencia. Nadie podría culparnos de no amar a primera vista, a las tres de la madrugada, ciertas presencias sombrías del mundo del hampa, aunque las leyes del amor son inescrutables.
Vuelve, sí. Y a este sí que basta con conocerle para amarle.