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Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Ricardo Zamora

 

A principios de la década de los 30 en España se acababa de proclamar la II República. Niceto Alcalá Zamora juró el cargo como Presidente en diciembre de 1931, puesto que ostentaría hasta 1936. En ese tiempo desfilaron como Presidentes del Gobierno, entre otros, Azaña, Lerroux o Samper Ibáñez. Además, Federico García Lorca publicó ‘Bodas de Sangre’ (1933) y Azorín estrenó la obra teatral ‘La Guerrilla’ (1936). En Europa, Adolf Hitler alcanzó la cancillería alemana en 1933 y Agatha Christie sacó a la luz uno de sus mayores best seller: ‘Asesinato en el Orient Express’ (1934). Al otro lado del Atlántico, John Ford ganaba el Oscar como mejor director por ‘El delator’ y Katharine Hepburn la estatuilla como mejor actriz por el film ‘Gloria de un día’ (1933). Además, en 1934, los archiconocidos atracadores Bonnie & Clyde fueron abatidos a tiros por la policía en una muerte trágica que les convirtió en leyenda.

En el plano deportivo destacó la celebración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1932 con Babe Didrikson y Eddie Tolan como grandes figuras o los Juegos de invierno del mismo año en Lake Placid. En boxeo Max Schmeling, Primo Carnera o Max Baer se proclamaron campeones de los pesados, el Tour de Francia tenía como patrones a los locales André Leducq y Antonin Magne y en el tenis el británico Fred Perry comenzó a aglutinar torneos de Grand Slam.

Mientras, en el fútbol se consolidaba el profesionalismo dejando atrás el amateurismo y el Mundial llegaba a suelo europeo con la disputa del torneo en 1934 en Italia. La ‘azzurra’ con un gran plantel y técnico se llevó el título siempre con la sospecha de las presiones de Benito Mussolini en todos los ámbitos de la competición. También por entonces se jugaba la Copa Mitropa un antecedente de la Copa de Europa en la que concurrían equipos austriacos, húngaros, checoslovacos, italianos o yugoslavos.

Y en España surgió el primer gran Madrid de la historia dos décadas antes del aterrizaje de don Alfredo Di Stéfano en la capital de España. El cuadro blanco a principios de los 30 formó un equipo glorioso, extraordinario y mítico. El origen de todo fue el fichaje por los merengues de Ricardo Zamora, el primer gran emblema del fútbol español que además fue una estrella mediática.

El cuadro blanco a principios de los 30 formó un equipo glorioso, extraordinario y mítico.

La Liga española llevaba dos años en marcha y el F.C. Barcelona y el Athletic Club de Mister Pentland eran los rivales a batir. El club merengue vivía una época complicada en lo deportivo puesto que su último título de importancia había sido la Copa allá por 1917. Luis Usera accedió a la presidencia en 1930 e inició un proyecto muy ambicioso en el que figuraba Santiago Bernabéu como delegado de fútbol. Un plan en el que el Madrid debía dominar el fútbol español, en el que se harían grandes fichajes y enormes desembolsos por jugadores de talla nacional y mundial. Para ello le confió la labor a Pablo Hernández Coronado, uno de los primeros secretarios técnicos del fútbol español, un sabio innovador en términos futbolísticos y una persona muy importante e influyente en el balompié nacional.

Hernández Coronado

El primer boom llegó con la contratación de ‘El Divino’ Ricardo Zamora en agosto de 1930 tras un pago astronómico de alrededor de 150.000 pesetas. A partir del año siguiente Hernández Coronado se fijó en el mercado vasco para traer la prestigiosa zaga del Alavés formada por Ciriaco y Quincoces (en un pack por 65.000 pesetas que también incluyó al delantero Olivares) y al extraordinario interior Luis Regueiro del Real Unión. Los cuatro formarían la principal columna vertebral del equipo en aquel lustro tan exitoso de 1931 a 1936.

Otros futbolistas importantes que se incorporaron con el paso de las temporadas fueron el guipuzcoano Pedro Regueiro, hermano de Luis, los vizcaínos Emilín y Lecue o el catalán y exblaugrana Samitier. Todos ellos junto a algunos ya presentes en el plantel caso de Hilario, Leoncito, Lazcano o Eugenio completaron un equipo completísimo que acumuló en poco tiempo dos títulos de Liga y dos de Copa.

El primer boom llegó con la contratación de ‘El Divino’ Ricardo Zamora en agosto de 1930 tras un pago astronómico de alrededor de 150.000 pesetas.

En cuanto a la figura del técnico hay que destacar que los triunfos llegaron con diferentes inquilinos en el banquillo madrileño. El primero fue el húngaro Lippo Hertzka que llegó a principios de 1930 sustituyendo a José Quirante. Fue en su segunda temporada completa cuando sacó lo mejor del equipo para llevar al Madrid al primer título de Liga de su historia. Sin embargo la directiva le achacaba falta de trabajo y no continuó en el cargo. En el verano de 1932 para sustituirle se contrató al inglés Mr. Firth que logró el objetivo de revalidar el entorchado liguero. Un irregular inicio de curso 1933-1934 provocó su cese en la séptima jornada y en su lugar aterrizó Paco Bru, un antiguo jugador del Barcelona y exseleccionador español y de ‘La Blanquirroja’ peruana. Con el madrileño se levantarían las Copas de 1934 y 1936.

La etapa dominante del aquel Madrid en el balompié patrio se inició con la Liga del curso 1931-1932, momento que coincidió con la llegada de la II República en la que el club perdió la denominación de Real y la corona del escudo. El equipo se dibujaba con un sistema de 1-2-3-5 clásico en la época en el que Hertzka primó la solidez defensiva gracias al eje Zamora-Quincoces-Ciriaco. Sin embargo la media y el ataque no se consiguieron conjuntar con el éxito esperado pese a contar con Luis Regueiro, Hilario o Lazcano.

El equipo se dibujaba con un sistema de 1-2-3-5 clásico en la época en el que Hertzka primó la solidez defensiva gracias al eje Zamora-Quincoces-Ciriaco

El contrincante más fuerte fue el bicampeón liguero, el Athletic de Mister Pentland y de los Gorostiza, Iraragorri, Bata, Blasco o Muguerza. El debut liguero fue ante ellos y aunque se empató a uno se vio a los dos equipos más fuertes de la competición. En toda la primera vuelta se mantuvo la igualdad y en la jornada 10 los blancos visitaron San Mamés obteniendo un resultado de 3-3 pese a jugar buena parte del choque con nueve hombres. La pugna continuó hasta la jornada 15 en la que se escapó el equipo merengue que acabó cantando el alirón en Les Corts. Un 2-2 frente al Barça confirmó el título madridista y una gesta ya que se logró el Campeonato sin perder un encuentro.

En el proyecto de Mr. Firth de la campaña 1932-1933 si se vislumbró un cambio de estilo ya que se practicó un juego más vistoso sin perder la robustez defensiva. El centro del campo tenía más calidad y se asoció a la perfección con Samitier y sobre todo con Luis Regueiro, el verdadero motor ofensivo del equipo. De nuevo el Athletic se mostró como el adversario a batir pero en la novena jornada los blancos dieron un puñetazo encima de la mesa con una formidable victoria en San Mamés por 0-2. El Español y el Barcelona también sucumbieron en Chamartín que cada día de partido era una fiesta y el segundo entorchado liguero llegó tras la goleada al Arenas por 8-2 en una clase maestra de Regueiro.

El fichaje como técnico de Bru en diciembre de 1933 se debió sobre todo para conseguir más regularidad y dar un nuevo aire ya que según la directiva el equipo estaba en parte oxidado y mal preparado físicamente. Las lesiones en momentos clave fueron una losa demasiado grande y el nuevo entrenador no pudo encauzar la situación en la Liga. Sin embargo si dio una alegría a los aficionados en forma de Copa. Una Copa que no se ganaba desde hacía 17 años y que se celebró con enorme júbilo. La eliminatoria estrella fue en cuartos al quedar emparejados Madrid y Athletic Club. Un duelo épico que necesitó de dos desempates en Sarriá al no existir tanda de penaltis. En el primero, los blancos contra las cuerdas igualaron un 2-0 y en el segundo días después si dominaron con claridad para imponerse por 3-0 con Hilario y Samitier de figuras. En semis se eliminó al Betis y en la final se tuvo que remontar ante el Valencia en Montjuic. El recibimiento a los campeones en Atocha fue apoteósico.

La temporada 1934-1935 fue la única de aquel periodo que concluyó sin títulos de importancia tras verse sorprendido los blancos por el Betis en la Liga y por el Sevilla en la Copa, en un curso donde en la competición del KO cayeron todos los ilustres.

Bru encaró el curso 1935-1936 con el deseo de pelear la Liga con el gran rival de aquellos años: el Athletic Club. El duelo volvió a ser apasionante pero se lo llevó el equipo bilbaíno por dos puntos. Aún restaba la Copa para salvar la campaña y el equipo pese a que acusaba el paso de los años demostró su enorme categoría en los meses de mayo y junio. El torneo copero sería el último antes del estallido de una cruel Guerra Civil y el Madrid y concretamente Zamora dejaron momentos para la historia del fútbol español. En octavos se eliminó no sin dificultades al Arenas y en cuartos llegó el bombazo con el duelo ante el Athletic. Una victoria sufrida en Chamartín auguraba una vuelta tremenda en San Mamés pero contra pronóstico una diana de Sañudo dio el pase a las semifinales en las que se apeó al Hércules. En la final esperaba el Barça en Mestalla. El partido parecía controlado con 2-0 pero marcó Escolá y el propio ariete casi hace la igualada en el descuento. En ese instante apareció Zamora para realizar una de sus paradas más antológicas y recordadas (foto de portada). ‘El Divino’ alzó la Copa y de este modo cerró el ciclo glorioso del Madrid que se inició con su fichaje años antes.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Cuando en el verano del año 2000 Florentino Pérez ganó las elecciones a la presidencia del Madrid y presentó, cumpliendo su promesa, a la estrella del Barcelona, Figo, muchos recordaron a Santiago Bernabéu. La campaña de fichajes de impacto global que el presidente inició entonces, culminada los veranos posteriores con las llegadas de Zidane, Ronaldo, Beckham y Owen, recordó los fichajes de Kopa, Puskas o Didí que a finales de los 50 apuntalaron al equipo que deslumbraba en la Copa de Europa. Sin embargo la política de fichajes de altura con la que Florentino parecía conectar con el pasado mítico del madridismo tiene otro precedente veinte años anterior, del mismo modo que la construcción ambiciosa de un club de proyección internacional por parte de Bernabéu también estaba ligada a una manera concreta de hacer las cosas que comenzó en el Madrid diez años antes del estallido de la Guerra Civil.

En efecto, el primer galáctico madridista fue Ricardo Zamora, quien en 1930 firmaría un contrato espectacular con el Real, que pagó por su traspaso al Español de Barcelona la increíble cantidad para la época de 150 mil pesetas. Además, el Madrid le fijó a Zamora una ficha mensual de 3 mil pesetas, una cifra inaudita que reventaba lo previsto entonces en el reglamento federativo de los jugadores profesionales. En la prensa catalana aparecieron viñetas no muy diferentes a las que hoy, de manera general, demonizan a quienes cambian de equipo aumentando su salario: lo de tachar de mercenario a los profesionales del fútbol no es nuevo; se pudo ver en Mundo Deportivo a Zamora caricaturizado con dos alas al estilo de los anuncios actuales de RedBull, abandonando Barcelona rumbo a Madrid con un maletín rebosando de billetes en una mano.

Para entender el pasmo que esta transacción provocó en la España de 1930 es preciso comprender las circunstancias que atravesaba el fútbol español. La Liga acababa de nacer tan sólo un año antes y el profesionalismo se estaba apenas asentando tanto en la psique colectiva como en la manera de trabajar de los clubes y en su relación contractual con los jugadores. Zamora, en esa fecha, ya era un mito. En 1923, todavía en la época amateur -a pesar de lo que se dio en conocer como “profesionalismo marrón”, jugadores que cobraban por jugar en concepto de dietas lo que en la práctica era casi un sueldo- Zamora llegó a facturar mil pesetas por partido y el Español lo alquilaba a otros equipos por a su inmenso poder de atracción (jugó dos amistosos con el Madrid, por ejemplo); los dueños del Español, los adinerados filántropos hermanos De la Riba, incluso le regalaron un descapotable con el que presumía junto a Samitier por las calles de Barcelona, al estilo de los toreros.

Los futbolistas, dice el profesor Bahamonde, empezaban a ser ídolos desde 1926, año de la profesionalización formal. “El público se interesó por aspectos de la vida privada de los futbolistas más populares”, cosa que no nació, como se ve, ni con Beckham ni con Cristiano Ronaldo. Zamora era “valorado como el hombre que había alcanzado el éxito y la consideración pública a base del esfuerzo y del coraje”, por lo que su venida al Madrid constituyó un fenómeno editorial e informativo que anunciaba lo que ochenta años después ocurriría con las adquisiciones florentinistas.

En la construcción de su mito fue determinante su participación como portero de la primera selección nacional de la Historia, la que obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920. Zamora, además, había protagonizado alguna de las polémicas más espectaculares del joven fútbol nacional: dejó el Español para jugar con el archirrival de la ciudad, el Barcelona, para luego volver a Sarriá y ser suspendido por la Federación Catalana tras haberse inscrito en la competición regional con los dos equipos. En 1930 Zamora ya era campeón de Copa tres veces: dos con el Barça y una con el Español, en 1929, quizá la más significativa desde el punto de vista madridista. En Valencia, en la Final del Agua, Zamora, ya bautizado como El Divino, frenó con sus paradas al pujante nuevo equipo madridista en un campo completamente embarrado. Hacía doce años que el Madrid no ganaba un título. De inmediato se convirtió en el objeto de deseo del Real.

se pudo ver en Mundo Deportivo a Zamora caricaturizado con dos alas al estilo de los anuncios actuales de RedBull, abandonando Barcelona rumbo a Madrid con un maletín rebosando de billetes en una mano.

En un tiempo en el que estaba permitido cargar sobre el portero dentro del área pequeña, Zamora patentó un despeje con el codo que lo hizo célebre: la zamorana. Destacaba por su completísimo conocimiento del juego, por su altura, un metro ochenta, y sobre todo, por su carisma. Su peculiar forma de vestir, siempre con la gorra, las medias, las rodilleras y el jersey de cuello alto, y su carácter, nimbado con un divismo muy llamativo para la época (como Cristiano Ronaldo, saltaba el último al campo, haciendo notar siempre su presencia, a menudo llevando en brazos su mascota, un muñeco vestido a su imagen y semejanza al que consideraba su talismán) lo convirtieron en el primer y genuino ídolo de masas del fútbol nacional al punto de medirse en fama nada menos que con Juan Belmonte. El Español, de hecho, pudo hacerse medio Sarriá con la recaudación de las giras que entre 1924 y 1929 realizó por Europa y Sudamérica con Zamora como reclamo. En Montevideo el Español de Zamora jugó contra el Nacional y el Peñarol. Tal era la magnitud de Zamora incluso en el extranjero que al partido contra Peñarol, jugado curiosamente un 18 de julio, fue hasta Carlos Gardel; el único gol que el Divino recibió en Uruguay se lo metió ese día Piendibene, al que, dicen, le regalaron un chalet a las afueras de Montevideo por dicha hazaña.

Era, sin ningún género de dudas, un “jugador mediático”, como se conocería a Beckham en 2004.

Informaba La Vanguardia, en agosto de 1930, que el Español había “rebajado bastante las condiciones económicas que pedía” al Madrid por su Zamora aunque en concepto de traspaso (en donde se incluían varios partidos que el Madrid debía jugar contra el Español en Barcelona) “no iba a percibir en conjunto una cifra inferior a 125 mil pesetas”. La noticia “ha causado gran sensación” decía la nota recogida por el periódico. Días después, en el mismo diario, se recogían las impresiones del secretario de la Federación Centro (hoy Federación Madrileña), que calificaba el traspaso como “la fichería más excepcional, de más ruido, de más importancia” debido a que Zamora “es el jugador más excepcional de España: el único que en su puesto nadie discute. ¿Conviene al Madrid? Que sea o no negocio para el Real Madrid, eso es cosa que sólo el tiempo puede decir. Pero el beneficio directo, inmediato, es para la organización regional y para los demás equipos que jueguen contra el Real Madrid. Eso sí que es innegable”.

Era, sin ningún género de dudas, un “jugador mediático”, como se conocería a Beckham en 2004.

“La respuesta inmediata” del madridismo, dice el profesor Bahamonde en su ensayo histórico sobre el club, “fue la inscripción de mil nuevos socios y el reacomodo del campo de Chamartín para acoger un mayor número de espectadores”. Fue la primera apuesta de Hernández Coronado como secretario general del Madrid, una decidida inversión estratégica que pretendía consolidar la división especializada que él mismo estaba imponiendo en la estructura del club: administrativa, económica y deportiva, parcelas coordinadas entre sí pero autónomas, a través de las cuales se gestionaría el Madrid como una empresa en previsión del inminente auge del fútbol como fenómeno de masas. “En esta política de fichajes el Madrid rompió el mercado y no le importó asumir el elevado coste de sus apuestas. Hernández Coronado partió de un principio arriesgado, pero que funcionó en la práctica porque los resultados finales acompañaron en lo deportivo y, por ende, las hipótesis económicas pudieron cumplirse”. El Madrid, que había estrenado Chamartín en 1924, llevaba desde entonces aumentando de manera sostenida tanto el número de socios como el de los espectadores que acudían a ver sus partidos oficiales y amistosos, lo que le permitió acceder a un préstamo bancario “en buenas condiciones” según Bahamonde (merced a la influencia de Luis de Urquijo entre 1926 y 1930). Estaban puestos los pilares de la expansión.

Con Zamora se abrió la primera edad de oro del Madrid a nivel deportivo, sin duda la fase más resplandeciente en los primeros 50 años del club hasta la llegada de Alfredo Di Stéfano. Entre 1930 y 1936 el Madrid ganó dos Ligas, las primeras de un número que ya marcha por 33, y dos Copas, título que no alzaba desde 1917. Pero con Zamora arribó la primera tanda de galácticos: Samitier, el icono barcelonista y amigo íntimo del portero, hizo en 1932 el mismo viaje que Figo en el 2000; en 1931 ficharon Ciriaco, Quincoces, Luis Regueiro, Olivares e Hilario, los niños bonitos de la pujante cantera vasca. El montante superó las 120 mil pesetas, el 10% del presupuesto del Madrid aquel año, una cifra amortizada gracias al interés que generaban los fichajes y los éxitos del equipo durante los años republicanos: entre 1933 y 1935 llegaron Emilín, Lecue, Sañudo y el otro Regueiro, Pedro: casi todos conformarían, durante la guerra, el fabuloso equipo vasco del Euskadi que llegaría a coronarse en el campeonato nacional mexicano.

Con el Atlético en la ruina, el Barcelona acusando una profunda división interna de orden política (amén de una crisis económica generada por el sostenimiento de dos equipos durante los primeros años del profesionalismo) y el Español de capa caída por la falta de liquidez de sus mecenas, los De la Riba, sólo el Athletic de Bilbao compitió con el Madrid por la hegemonía del fútbol en España.

Con Zamora el Madrid ganó la Liga del 31 sin perder ningún partido, repitiendo la proeza del Athletic de Bilbao el año anterior. Desde entonces nadie lo consigue y el tridente defensivo madridista formado por el portero, Ciriaco y Quincoces asumió en el imaginario popular la virtud de la invulnerabilidad. A Zamora le hicieron coplas y un chascarrillo lo comparaba con San Pedro, el portero del cielo. En 1930 había publicado sus primeras memorias y en 1935, aún en activo, empezó a escribir para ABC una crónica de los partidos que él mismo jugaba. Con el advenimiento de la II República circuló el rumor de que Stalin, al ser informado de que el presidente español se apellidaba Zamora, contestó “ah, el futbolista”. Su actuación en el Mundial de 1934 en la Italia fascista lo ungió internacionalmente como el mejor portero del mundo: España se enfrentó a la anfitriona (posterior campeona) en cuartos de final, contándose en las crónicas situaciones inverosímiles en las que sujetaban los brazos a Zamora o agredían a los españoles. Sin embargo sus paradas ayudaron a sobrevivir a dos prórrogas en un ambiente hostil que se repitió días más tarde, en un desempate que ni él ni Lángara, los mejores jugadores de España, pudieron jugar por sanción. Su última acción como madridista fue la parada decisiva en la final de la Copa de la República de 1936, fijada por una fotografía memorable que desde entonces constituye el mejor testimonio gráfico de la primera juventud del fútbol español.

En pocas semanas se disputará el Mundial de Rusia de 2018 y el Real Madrid volverá a estar muy bien representado en varias selecciones de todo el planeta. Salvo lesión, serán 15 los futbolistas blancos que acudan al torneo en un dato que significa un récord hasta la fecha.

La primera vez que algún jugador merengue representó al Real Madrid en la Copa del Mundo fue en Italia 1934 tras no ir ninguno a Uruguay en 1930. El seleccionador español Amadeo García convocó a cinco jugadores para la cita en el país transalpino: Ricardo Zamora, Ciriaco Errasti, Jacinto Quincoces, Luis Regueiro e Hilario Marrero.

El Madrid ganó semanas antes la Copa y entre 1932 y 1933 reinó en el panorama nacional con la Liga. Por ello cuatro jugadores fueron básicos en sus esquemas y el único que no tuvo minutos fue Hilario. ‘El Divino’ jugó ante Brasil y el primer partido contra Italia en la llamada Batalla de Florencia. Sin embargo, una lesión le impidió actuar en el desempate. Lo mismo le ocurrió al zaguero eibarrés Ciriaco. Luis Regueiro por su parte se perdió el debut ante los sudamericanos pero jugó y a gran nivel contra la ‘azzurra’, marcando además un gol en el primer choque. Por último Quincoces, que fue elegido tras el Mundial como el mejor defensa del mundo, es el único que participó en los tres partidos del equipo nacional español en el Mundial.

La ausencia de merengues en el Mundial de Francia 1938 hizo que hasta el periodo posterior a la II Guerra Mundial no se viera de nuevo a un madridista en el torneo más prestigioso del fútbol. Y el único que viajó a Brasil 1950 fue Luis Molowny, pese a que Miguel Muñoz fue reclamado por parte de la afición en el país. Guillermo Eizaguirre confió en el joven interior canario pero, debido a la gran competencia en su puesto, sólo disputó 90 minutos. Indiscutible en la clasificación ante Portugal, ‘El Mangas’ vio cumplido su sueño de jugar un Mundial en el primer partido de la segunda fase ante Uruguay. El duelo se celebró en Pacaembú y España rayó a gran nivel contra las charrúas que días más tarde darían la sorpresa en el mítico ‘Maracanazo’ frente a la anfitriona Brasil.

Hasta 1958 hubo que esperar para que un extranjero blanco vistiese la camiseta de su país en una edición mundialista. Y era uno de los mejores jugadores del mundo: Raymond Kopa.

El francés, que se alzaría ese año con el Balón de Oro, completó un Mundial de Suecia extraordinario. La estrella gala del equipo que dirigía Albert Batteux comandó a su selección a un tercer puesto histórico hasta ese momento. ‘El pequeño Napoleón’ participó en los seis partidos de los ‘bleus’, marcó tres dianas (ante Paraguay y Escocia en la liguilla y Alemania Occidental en la lucha por la tercera plaza) y asistió en varias ocasiones a su compañero Fontaine, al que ayudó a lograr el trofeo de mejor realizador del Mundial.

Cuatro años después, España regresó a un Mundial tras doce años de ausencia. En la lista confeccionada por Pablo Hernández Coronado y el entrenador Helenio Herrera, figuraron siete madridistas, de los cuales la mayoría habían formado parte del glorioso cuadro blanco que gobernó la Europa futbolística desde 1956 a 1960. Ese curso el Real Madrid también se presentó en la final de la Copa de Europa pero por primera vez perdió ante un Benfica guiado por Eusebio. El arquero Araquistáin, los defensas Santamaría y Pachín y los atacantes Del Sol, Puskas, Di Stéfano y Gento fueron los elegidos para un Mundial en el que la selección tenía puestas muchas esperanzas.

Sin embargo, rápido se torcieron las cosas para ‘La Saeta Rubia’ que se lesionó días antes y no pudo dejar su huella jamás en un Mundial. Además Araquistáin llegó como suplente de Carmelo, pero tuvo su oportunidad ante Brasil en el tercer partido de la fase inicial. En cuanto a los defensas, Santamaría fue fijo para Herrera y Pachín entró en escena tras caer en el debut la selección contra Checoslovaquia. ‘Siete Pulmones’ Del Sol disputó los dos primeros encuentros y fue suplente contra la verde-amarela en el duelo decisivo, y tanto Puskas como Gento formaron parte del ataque en los 270 minutos disponibles en el torneo. El magiar no tuvo un papel muy destacado al contrario que ‘La Galerna del Cantábrico’, que deslumbró sobre todo contra México con una jugada extraordinaria a poco del final para servir a Peiró el gol con el que se derrotó a los aztecas.

En 1966, de nuevo la selección española fue la única en la que figuraron jugadores del Real Madrid para el Mundial de Inglaterra. José Villalonga, extécnico madridista y campeón dos veces de la Copa de Europa, contó con Antonio Betancort, Manuel Sanchís Martínez, Zoco, Pirri, Luis del Sol, Amancio y Gento. El arquero canario no tuvo ninguna opción con Iríbar en el marco, pero el resto fueron parte de la columna vertebral del equipo nacional. Sanchís (logró un gol célebre y magnífico ante Suiza) y Zoco jugaron los tres partidos de España y, en el último contra la RFA, el navarro lo hizo como capitán. Los otros cuatro merengues actuaron en dos partidos, Pirri y Luis del Sol en la derrota ante Argentina (el ceutí consiguió un tanto) y la victoria contra Suiza. Amancio, por su parte, salió ante los suizos (a los que anotó una diana) y ante los teutones, mientras que el capitán de la selección Gento participó en el estreno contra la albiceleste y también ante los centroeuropeos, para ser relegado al banquillo frente a Alemania Occidental.

Uno de los Mundiales más notables de la historia, el de México en 1970, se completó sin presencia madridista, y cuatro años más tarde únicamente Netzer se enfundaba la zamarra blanca. El cerebro rubio, un gran mediocampista que en 1972 deslumbró a todo el viejo continente en la Eurocopa, apenas tuvo participación en la Copa del Mundo con sede en su país. La base del equipo era la del Bayern y el seleccionador Schon le dio un papel testimonial con sólo 22 minutos en el duelo ante la RDA. Días más tarde, Netzer sería el primer campeón del mundo que pertenecía al Real Madrid, pero lo vio todo sentado en la banqueta.

Tras dos Mundiales ausente, España volvió en Argentina 1978, y Ladislao Kubala incluyó en su lista a cinco madridistas: Miguel Ángel, San José, Pirri, Santillana y Juanito. ‘El Gato’ tenía toda la confianza del seleccionador en la portería, y completó un Mundial fantástico con paradas fenomenales, aunque no pudo impedir la caída a las primeras de cambio. San José, especialista defensivo, también jugó los tres partidos, y a Santillana y Juanito les tuvo en cuenta Kubala después de perder en el estreno contra Austria. Mientras que Pirri, el capitán, empezó a buen nivel contra los austriacos pero luego dejó de contar en el choque contra Brasil del famoso fallo de Cardeñosa, y únicamente salió a jugar la segunda parte ante Suecia donde se confirmó la eliminación de España.

La gran esperanza de organizar un Mundial en casa, en 1982, se tornó en fracaso tras apenas unos días de competición. España dio una imagen muy pobre pese a que Santamaría llamó a Camacho, Juanito, Santillana, Gallego y Miguel Ángel y fue apeada en la segunda ronda. Arconada llevaba ya un tiempo como titularísimo en la portería, y eso dejó sin oportunidades a Miguel Ángel, que contaba con 34 años. Gallego, uno de los jóvenes, aprendió lo que era un Mundial y debutó en una gran cita internacional con 12 minutos en la inesperada derrota ante Irlanda del Norte. Por su parte, Santillana mantenía una gran pugna por el puesto de delantero con Quini o Satrústegui, y su bagaje fueron los dos partidos de la segunda fase en el Santiago Bernabéu ante Alemania Occidental, donde se perdió, y contra Inglaterra con la que se firmaron tablas. Los otros dos miembros blancos, Juanito y Camacho, sí eran fijos para el seleccionador, y el de Cieza actuó en los cuatro partidos del campeonato, mientras que el malagueño marcó de penalti en la repetición contra Yugoslavia y jugó en todos los partidos menos en la despedida contra los ‘pross’.

La participación madridista no se quedó esta vez en los hispanos sino que también otro alemán, al igual que en 1974, militaba en el cuadro de Chamartín en la época: Uli Stielike. El versátil futbolista era pieza clave de una selección de Alemania Occidental que sólo fue detenida por Italia en la gran final. ‘El Pánzer’ jugó en la derrota ante Argelia del debut y también en los dos siguientes partidos de su selección en la primera fase, en los que se alzaron con la victoria (Chile y Austria, este último en el famoso ‘que se besen’ de El Molinón). Luego los germanos, con el jugador con bigote en sus filas, igualaron con Inglaterra y se impusieron a España para plantarse en semifinales ante Francia en un partido antológico. El choque concluyó empate a tres tras una prórroga y Stielike falló su penalti (lo detuvo Ettori), aunque posteriormente su compañero Schumacher le sacó del apuro tras los errores de Six y Bossis. En su casa, en el Santiago Bernabéu, Stielike -al igual que con la Copa de Europa de un año antes- no pudo sacarse la espina y tampoco se proclamó campeón del mundo.

En México 1986, la nómina de jugadores del Real Madrid que aparecieron en el Mundial ascendió a nueve. Siete de ellos por parte de la selección española que dirigía Miguel Muñoz (Camacho, Maceda, Gordillo, Chendo, Gallego, Michel y Butragueño), el mexicano Hugo Sánchez y el argentino Jorge Valdano.

El rendimiento de España fue muy bueno, y únicamente los penaltis ante Bélgica cortaron las alas a un equipo que podría haber llegado más lejos en el torneo. Todos los madridistas tuvieron su oportunidad y mientras para unos -como Butragueño o Michel- su recuerdo es sensacional, para otros como Maceda es triste ya que una lesión en el primer encuentro ante Brasil le retiró prácticamente del fútbol. Butragueño se encumbró como un futbolista de talla mundial con cinco goles, uno ante Irlanda del Norte y un póker frente a Dinamarca en Querétaro.

Míchel también deslumbró pese a que su precioso gol fantasma ante Brasil fue ignorado por el trencilla australiano Bambridge. Camacho, el capitán de la selección, disputó todos los minutos posibles y Gallego se hizo con una posición del once en octavos y cuartos tras el tercer partido de la liguilla ante Argelia. Gordillo tuvo sus minutos en el duelo ante los norirlandeses, y Chendo (debido a las bajas) cumplió jugando contra los ‘Diablos Rojos’ en Puebla.

Los otros dos merengues del Mundial también alcanzaron la parte importante del campeonato. Hugo Sánchez, con la anfitriona, entró con fuerza en competición y marcó en su debut en la victoria ante Bélgica. Luego el nueve no marcaría más tantos, pero disputó la contienda ante los paraguayos y el choque de octavos con triunfo contra Bulgaria, y la dolorosa derrota en cuartos por penaltis ante la RFA. Por su parte Valdano jamás olvidará esa Copa del Mundo en la que se coronó campeón gracias al talento que tenía a su lado, un diez llamado Maradona. Valdano fue uno de los escuderos de ‘El Pelusa’, y con cuatro dianas descolló en suelo azteca. Anotó dos goles fundamentales en el estreno ante Corea del Sur, y también abrió la senda de la victoria en el tercer partido de la liguilla contra Bulgaria. Continuó siendo fijo en las rondas finales hasta que llegó la final contra Alemania Occidental, donde marcó el 2-0. Minutos después los germanos empatarían, pero una diana de Burruchaga otorgó el título a la albiceleste. Valdano entraba así en el club de los campeones del mundo merengues hasta la fecha junto a Netzer, con la salvedad de ser el primero en obtenerlo sobre el césped, ya que el alemán no llegó a jugar como ha sido dicho.

(Continuará).

A los porteros siempre se les ha puesto la etiqueta de locos por ejercer ese puesto. Además también se ha comentado de la enorme soledad que viven bajo palos. En el Real Madrid a todo ello hay que sumar la presión que tienen a sus espaldas y lo grande que se hace la portería en un club tan majestuoso. Algunos han logrado aguantar esa gran responsabilidad y demostraron ser de los mejores arqueros del mundo, otros sin embargo hincaron la rodilla y no exhibieron su potencial.

El primer guardameta importante que tuvo el equipo merengue fue Manuel Alcalde. Pionero en la época fue parte fundamental en las Copas que ganaron los capitalinos entre 1905 y 1907, lo que supuso el trofeo en propiedad. Fue de los primeros porteros en ponerse unos guantes para poder despejar de puños y atrapar el esférico con mayor seguridad. Además también innovó al ponerse unas rodilleras que le permitían lanzarse al suelo a por los balones rasos sin temor a destrozarse las rodillas. Por último inventó un despeje conocido como la “alcaldina” que se basaba en despejar el cuero con los codos. Portero alto y con bigote poseía también buenos reflejos y una gran sobriedad defendiendo su marco.

En la década siguiente hay que hablar de Eduardo Teus, nacido en Filipinas pero de ascendencia española que tras colgar las botas fue periodista deportivo y seleccionador nacional entre 1941 y 1942. Llegó al primer equipo merengue en 1916 y se mantuvo tres campañas. También se desempeñó como medio o delantero pero se acabó situando en la portería donde demostraría su valentía en las salidas por alto, su osadía al interceptar los ataques rivales fuera del área, su fuerza y su vigorosidad. Su excesivo coraje le costó algunas lesiones pero cuando estaba sano fue el titular de un plantel en el que logró tres Campeonatos Regionales y la Copa de 1917 ante el Arenas de Getxo, choque en el que tuvo una brillante actuación según testimonios de la época.

Después de varios años sin un huésped de categoría en el marco, el Real Madrid se hizo con los servicios de Ricardo Zamora en 1930 tras pagar 150.000 pesetas, una fortuna en aquel momento. Procedente del Español, también había jugado en el F.C. Barcelona y era conocido en todo el planeta futbolístico gracias a su papel con la selección española con la que llevaba siendo internacional desde 1920. Por entonces ya se utilizaba el latiguillo cada vez más en desuso de “uno a cero y Zamora de portero”. Conocido como el “Divino” o ‘Il Miracoloso’ por sus paradas en el Mundial de Italia de 1934, ha sido uno de los más destacados cancerberos de la historia del deporte rey.

Espectacular, seguro, ágil, sobrio, con una excelente colocación, una personalidad arrolladora y un gen ganador, mandaba en el césped desde la portería. Para el recuerdo dejó además sus “zamoranas”, una versión mejorada y perfeccionada de la “alcaldina” de principios de siglo. Debutó el 5 de octubre de 1930 ante el Racing de Madrid y una semana después casi se despide del balompié tras una grave lesión en el omoplato y la clavícula. Por fortuna se recuperó y en sus seis años de blanco brilló en todos los aspectos.

Ayudó al Madrid de la República a conquistar sus dos primeras Ligas en 1932 y 1933 siendo el arquero menos goleado, dos Copas en 1934 y 1936, un Campeonato Regional y cinco Mancomunados. Tras estallar la Guerra Civil se marchó pero su último instante con la zamarra blanca fue inolvidable: una felina parada a disparo del culé Escolá en la final de Copa de 1936 en Mestalla cuando el resultado era de 2-1 a favor de los hombres de Paco Bru.

El sucesor de Zamora en los 40 fue José Bañón, un arquero al que no le acompañó la suerte en su trayectoria deportiva. Su gran virtud fue la agilidad, rapidísimo para ir al suelo y para volar de lado a lado, lo que hacían sus intervenciones preciosas y muy plásticas. Firmó tras jugar en el Elche en 1943 y estuvo hasta 1949, cuando un problema en el pulmón izquierdo le obligó a retirarse con 27 años en el cénit de su carrera. Moncho Encinas le dio la titularidad y la grada conectó con el alicantino desde el principio. En unos años duros de posguerra en el cuadro blanco fue el portero que saltó al césped en las dos Copas consecutivas ganadas en 1946 y 1947. En la primera derrotaron al Valencia y Bañón hizo su mejor partido con el equipo madridista deteniendo las acometidas de los Epi, Asensi, Mundo o Igoa. Al año siguiente volvió a levantar el trofeo del KO al vencer el Madrid al RCD Español en Riazor. Pese a no obtener ningún título liguero Bañón si destacó en la campaña 1945-1946 cuando fue el cancerbero menos goleado del Campeonato Nacional con 29 tantos en 25 partidos.

El gran ciclo dorado de la institución de Chamartín en los años 50 con la consecución de cuatro Ligas, cinco Copas de Europa consecutivas y dos Copas Latinas tuvo a un par de magníficos guardametas que se turnaron en la titularidad: Juanito Alonso y el argentino Rogelio Domínguez. El guipuzcoano Alonso aterrizó en la capital en 1949, donde coincidieron unas campañas con su hermano Gabriel. Arquero de enorme sobriedad, nada dado a lujos innecesarios y muy valiente, tuvo una etapa gloriosa en el Madrid. En sus casi 300 partidos oficiales pudo obtener cuatro Ligas, cuatro Copas de Europa, dos Copas Latinas y un ‘Zamora’ en la temporada 1954-1955 como bagaje. De esos títulos fue el dueño del arco en las Ligas de 1955-1956, 1956-1957 y 1958-1959 y también fue el hombre elegido por los técnicos merengues en las finales de la Copa de Europa entre 1956 y 1958.

Por su parte Rogelio Domínguez era argentino y fichó por el conjunto merengue para disputarle el puesto a Alonso. Proveniente de Racing de Avellaneda debutó en 1957 y se mantuvo un total de cinco temporadas. Guardavallas con una estatura de 1,87cm, era un seguro de vida en el juego aéreo. Además demostró gran agilidad y flexibilidad y unos fantásticos reflejos en todas sus acciones. Disputó 85 partidos con la casaca blanca y adornó su palmarés con tres trofeos ligueros, tres Copas de Europa y la Copa Intercontinental de 1960 frente a Peñarol, en cuyo partido de ida se salió manteniendo firme a fabulosos atacantes como Spencer, Cubilla o Borges. Titular en las finales del máximo entorchado continental de 1959 contra el Stade de Reims y de 1960 ante el Eintracht, contó con la confianza de su compatriota Luis Carniglia en la Liga del curso 1957-1958.

La década de los 60 también fue un periodo de alternancia en el marco merengue con la presencia de tres sensacionales porteros internacionales con la selección española: Vicente Traín, José Araquistáin y Antonio Betancort. El primero en recalar en la plantilla madrileña fue el barcelonés Vicente. Desechado por el F.C. Barcelona, el otro gran equipo de la ciudad el RCD Español se hizo con sus servicios y de allí lo fichó el Real Madrid en 1960. Apodado el “Grapas” por su excepcional blocaje de balón, también tenía como virtudes la seguridad bajo palos, su rapidez de movimientos y su capacidad de reacción en espacios cortos. Además solía medir muy bien sus salidas. En sus cuatro temporadas ganó los mismos títulos de Liga y una Copa del Generalísimo. A nivel individual se hizo con el Trofeo ‘Zamora’ de las campañas 1960-1961, 1962-1963 y 1963-1964, años en los que Muñoz le dio el puesto de indiscutible en el marco.

A continuación fue el vasco Araquistáin el que se enroló en las filas madridistas a partir de 1961 tras jugar en la Real Sociedad. Ni siquiera actuó en 100 partidos pero completó unas estadísticas memorables con siete títulos en su haber: cinco Ligas, una Copa y una Copa de Europa. Eléctrico en sus paradas, el área pequeña la dominaba como nadie y buena muestra de ello es que fue un arquero sobresaliente en el despeje con los puños. En el curso de su debut en 1961-1962 lo jugó prácticamente todo en la Liga de la que fue ‘Zamora’ y donde los merengues consiguieron el trofeo. Además también salió de inicio en la final de Copa del mes de junio en la que el Madrid venció al Sevilla. Tras esa temporada no contó con mucha regularidad aunque en otra Liga conquistada por los blancos en 1964 alcanzó los 14 partidos después de turnarse con Vicente. Para la historia queda en la formación inicial de la final de la sexta Copa de Europa cosechada contra el Partizan de Belgrado en 1966 por la generación ‘yé-yé’.

Por último el canario Betancort inició su sueño de niño de jugar en el Real Madrid en 1963 (aunque firmó en 1961), tras pasar un año en blanco y marcharse una campaña cedido al Deportivo de la Coruña para seguir fogueándose en la máxima categoría. Cancerbero corpulento y potente que daba una gran seguridad, resolvía con una facilidad innata las complicaciones que le surgían y descollaba también por sus reflejos. Mantuvo una dura pugna por el puesto con Araquistáin aunque solo las lesiones le apartaron del once. Ganador de dos ‘Zamora’ en 1965 y 1967, para Muñoz fue su portero en las Ligas conquistadas en los cursos 1964-1965, 1966-1967 y 1968-1969. También formaría parte del primer equipo en los títulos de 1964 y 1968, en la Copa del Generalísimo de 1970 y en la Copa de Europa de 1966 donde tuvo una espina que le marcó para siempre. Era el propietario de la portería hasta que un tirón muscular en la ida de semis contra el Inter le dejó KO. Aún así aguantó el resto del partido con el marco imbatido ante el júbilo y la admiración de todos los presentes en el estadio Santiago Bernabéu. No pudo jugar la vuelta y también se perdió la final contra el Partizan. Sin embargo aquel no fue su mejor partido puesto que las crónicas hablan de un derbi contra el Atleti en 1965 en el que se ganó el apodo de ‘Siete Manos’ después de triunfar en el Metropolitano y repeler un penalti de Collar. Mientras que en competición europea su escenario predilecto fue Old Trafford en una noche de 1968 en la que los ‘red devils’ se toparon ante un muro que únicamente pudo derribar con una genialidad George Best.

 

En febrero de 1936 se celebraron las últimas elecciones de la II República española, las que enseñaron en carne viva el estado de fragmentación del país. La tensión política dejaba de estar latente, florecía y se manifestaba cada vez más y con mayor intensidad, infectando todos los estadios de la vida pública y privada de los españoles. El Madrid, como todas las demás sociedades e instituciones de la nación, no era ajeno a ello. Las elecciones de 1935 en las que Rafael Sánchez-Guerra obtuvo la presidencia del club se desarrollaron a la sombra de esta crispación; la polarización general tomó forma, en el Madrid, de pugna entre socios “conservadores” y “de izquierdas” cuyo caballo de batalla era la ampliación social del club. Sin embargo, este choque de hombres y estrategias divergentes quedaría en un duelo entre caballeros. Siempre lo presidió la cordialidad y el intercambio: tanto es así que dos de los cuatro vocales de la Junta Directiva de Sánchez Guerra, Valero Ribera (reconocido cedista) y Gonzalo Aguirre, fueron fusilados, al parecer, en el Túnel de Usera, en octubre de 1937, por las Milicias de Retaguardia que defendían Madrid; y tal vez Santiago Bernabéu, firme opositor de Sánchez-Guerra durante su mandato, tuviera en cuenta su política de expansión popular cuando en los 50 vislumbró el nacimiento del fútbol de masas.

La última parte de la década de los 30 está marcada por varios hitos, todos ellos devenidos de la guerra: la colectivización del Madrid en el verano del 36, el intento frustrado de jugar el Campeonato de Cataluña, en octubre; la fundación del Batallón Deportivo y, al final, con la paz, la Junta de Salvación. En todos estos acontecimientos estuvo un hombre, verdadero sostén del club en sus horas más oscuras y sarmiento madridista que mantuvo las constantes vitales de la entidad: Pablo Hernández Coronado. También hubo otros: Juan José Vallejo, el presidente del comité de incautación, Antonio Ortega, el noveno y olvidado presidente que asumió la dignidad en 1937, Paco Brú, Carlos Alonso y Adolfo Meléndez Cadalso, el primer presidente de la reconstrucción. A pesar de la división ideológica propia de la coyuntura histórica, el Madrid destacó por su espíritu ecuménico: nunca hubo ánimo revanchista ni antes, ni durante, ni después de la guerra. En esto influyó notablemente el carácter de Hernández Coronado, que se movió en la frontera ambigua de las relaciones personales en la ciudad asediada por Franco y dominada por la suspicacia y el miedo al quintacolumnismo, y también en la naturaleza de Bernabéu, Meléndez, el marqués de Bolarque o Pedro Parages: todos estos hombres supieron mantener la independencia del Madrid tras la victoria del ejército nacional y ahuyentar todos los fantasmas burocráticos que pudieron haberse cernido sobre el club por su marcada vinculación emblemática con "la resistencia" madrileña desde noviembre de 1936 hasta abril de 1939.

Antonio Ortega

El 18 de julio de 1936 la plantilla del Madrid, como la del resto de equipos de España, estaba de vacaciones. Diseminados por todos los puntos del país, a los futbolistas les cogió la sublevación del Ejército de África con sus familias, en el terruño, o de paso por otros territorios. Esto determinó en gran medida la filiación de cada uno en el conflicto posterior, y su destino. En Madrid, según parece, sólo estaban Sauto, Bonet, Lecue, los Regueiro y Zamora. Pero El Divino casi perece en Paracuellos, durante las sacas: lo salvó un miliciano que reconoció en él al ídolo más grande del fútbol antiguo en España. De la cárcel Modelo huyó a la embajada de Argentina, desde donde pudo llegar en un convoy escoltado por el Gobierno hasta el Mediterráneo, y de Alicante, a Niza.

En ese convoy de 800 “derechistas" que pudieron huir del Terror Rojo de Madrid también iba Esteban Sauto. El pequeño hispano-mexicano tuvo suerte: el día del alzamiento le tocaba servir en el Cuartel de la Montaña, pero no fue. Se libró de la carnicería que allí tuvo lugar, pero unos milicianos lo encontraron escondido en su casa, y se lo llevaron a la checa de la plaza de Santa Bárbara, que dependía, nada menos, que de la Spartacus. De la célebre mazmorra anarquista pudo fugarse porque uno de los anarquistas era madridista y se compadeció: a la segunda noche le abrió una portezuela y Sauto pudo acogerse en la embajada de México, merced a su pasaporte. Luego de llegar a Valencia, pasó a Francia y regresó a España, donde terminó la guerra sirviendo de enlace motorizado en el ejército de Franco.

Ricardo Zamora (Foto 20 minutos)

Zamora

Bonet y Lecue se alistaron en el Batallón Deportivo, fundado por el secretario general de la Federación Regional del Centro, Luis Álvarez Tamanillo. Este Batallón, nacido al calor de las numerosas iniciativas espontáneas y populares con que se pretendió organizar una resistencia ciudadana ante la convergencia prevista en Madrid de las tropas sublevadas, ocupó de facto el hogar madridista desde el 18 de agosto de 1936. Antes, entre el 2 y el 4 del mismo mes, una nota del periódico Informaciones anunciaba que a petición de una mayoría de socios madridistas, la junta Directiva presidida por Rafael Sánchez-Guerra pasaba a mejor vida. En adelante, el Madrid, al igual que numerosos cines, fábricas, hoteles, teatros o negocios particulares, sería gestionado por un comité. Dicho comité estaba compuesto por individuos procedentes de la Federación Deportiva Cultural Obrera, institución que resultó de la fusión en 1933 de la Federación Deportiva Obrera del Centro de España con la Federación Cultural Obrera de Castilla la Nueva. Era socialista, naturalmente, y según la prensa tenía un "gran concepto de los principios deportivos”. Presidía el comité Juan José Vallejo, hombre del que se sabe poco. Vallejo transmitió los poderes del club en 1937 al teniente Antonio Ortega, Director General de Seguridad de la República; más allá de esto, ordenó la cesión del Estadio de Chamartín (así como las oficinas del club en el Paseo de Recoletos) al Batallón Deportivo y parece que no interfirió en los intentos de Pablo Hernández Coronado de trasladar el Madrid a Barcelona para jugar el Campeonato catalán.

El último de los futbolistas que quedó en Madrid al estallar la guerra fue Sañudo, quien, sin embargo, serviría en Artillería e Intendencia en el bando nacional durante los tremendos combates de la Ciudad Universitaria. A Ciriaco le cogió la guerra en Éibar: jugó con la selección de Guipúzcoa en los amistosos que luego darían lugar al famoso equipo Euskadi, pero se negó a viajar a Rusia con ellos y una vez cayó Guipúzcoa en las manos de los sublevados, participó en la guerra como soldado nacional. Luego jugó junto a Quincoces los dos amistosos perdidos contra Portugal en la selección española organizada al efecto de arrogarse la oficialidad federativa del equipo nacional, en medio de la batalla propagandística por la legitimidad entre nacionales y republicanos.

Jacinto Quincoces (Foto Defensa Central)

Quincoces

Emilín Alonso sí que jugó con Euskadi, viajando con ellos hasta Argentina. Allí se quedó, entrando a formar parte del San Lorenzo de Almagro. En aquella selección destacaron sobre todo los hermanos Regueiro, que ya no volverían a vestir de blanco: Luis fue el capitán de aquel equipo memorable que ganó la liga mexicana, y Pedro regresó a Europa, al Racing de París, y después, con la paz, al Betis. El suplente de Zamora, el húngaro Alberty, había marchado a Francia; Diz e Hilario se pasaron la guerra en la España nacional.

Casi un mes después de terminar la guerra, en ABC se describían así los efectos materiales de la batalla sobre las instalaciones del Madrid: “su negra huella en el campo de Chamartín, tanto por lo que al terreno de juego se refiere, cubierto de malas hierbas e inservible para que ruede el balón, como por lo que respecta a las gradas, inexistentes al haber sido utilizados sus materiales para fogatas (…) Gracias a las habilísimas maniobras de algún entusiasta madridista se respetó el campo, y como pretexto se ofreció el uso de la piscina, primero a no sé qué grupo de tropa roja y luego a la masa popular. Triste y macilento quedó el Club; fueron escasos los socios que siguieron abonando sus cuotas. Mal iba la cosa, hacia la catástrofe”. El entusiasta madridista fue Hernández Coronado, el “antiguo y acreditado secretario técnico” que supo hacerse útil asegurando así la supervivencia de la sociedad: con el padrinazgo de Antonio Ortega, organizó “Olimpiadas militares”, que consistían en partidos de exhibición entre cuerpos del Ejército Popular en el Estadio de Chamartín y ejercicios gimnásticos de toda índole; arregló amistosos entre lo que quedaba del Madrid y unidades militares, cuya recaudación servía para nutrir de provisiones y armas las líneas de defensa en el Guadarrama y el Jarama; estableció tres tipos de cuotas para que los socios pudieran seguir contribuyendo a las famélicas arcas del Madrid, manteniendo con ello la piscina, las pistas deportivas y el propio campo en un precario estado de mínima conservación.

En junio de 1936 era común en el debate público en torno al Madrid la cuestión de ampliar Chamartín o, incluso, mudarse a otro campo más grande; en abril de 1939 la Junta de Salvación hizo cuentas y dictaminó que el club necesitaba con urgencia 300 mil pesetas para no desaparecer. Lo que apremiaba era reconstruir el Estadio, hacerlo utilizable. El césped daba pena verlo, y el graderío había quedado medio derruido: alrededor del rectángulo de juego incluso “se cultivaban tomates y pepinos”. Reunidos por Pedro Parages en el 1º izquierda del número 8 de la calle Fernanflor, Santiago Bernabéu, Luis Urquijo, Luis Coppel, López de Quesada, Hernández Coronado, deciden elegir como presidente a Adolfo Meléndez Jiménez, quien ya había sido presidente del Madrid hacía casi 20 años. Hernández Coronado lo describió pragmático y castizo: “se reunieron los que han quedao de la Junta anterior”. Meléndez era general del Ejército vencedor. En palabras de su propio hijo, esa condición “agilizará muchas de las acciones que hay que realizar para dejar completamente despejado Chamartín para iniciar su puesta en servicio y reunir a los antiguos jugadores, ya que algunos estaban movilizados”.

El Madrid se enfrentó a la tesitura de pagar jugadores o tener campo, y Pedro Parages lo resolvió convenciendo a los demás de que no habría fútbol sin estadio. El hijo de Adolfo Meléndez situó la cuestión en el término justo: “la restauración el campo de Chamartín es prioritaria; hacer un buen conjunto vendrá luego. El dinero no es de goma. La seguridad e independencia que se tiene al ser dueño del terreno de juego, sin necesidad de tutelas ni favores, permitirá al Madrid F.C. seguir siendo el de siempre, un club señor”. En efecto, el Madrid iba a competir en la ciudad con un nuevo adversario bien arropado por las nuevas élites que habían advenido con la victoria de Franco: el viejo Athletic de Madrid, sucursal del Athletic de Bilbao en la capital, fue rebautizado y españolizado como Atlético Aviación, apadrinado además por el Ejército del Aire. Acababan de fichar a Ricardo Zamora como entrenador. La noticia tal vez les llegó a los miembros de la Junta de Salvación el mismo día en que se reunían. El caso es que el Madrid suscribió un préstamo por valor de 300 mil pesetas, avalado por Urquijo, marqués de Bolarque, y López de Quesada, así como por los industriales Parages o Coppel.

 

Rafael Sánchez Guerra

Sánchez-Guerra había salvado Chamartín cuando en 1933 intercedió ante Indalecio Prieto, entonces Ministro de Obras Públicas, que quería reurbanizar La Castellana. El antiguo presidente madridista fue juzgado en 1939 y condenado a muerte, aunque su pena fue conmutada luego por cárcel, y lograría huir hasta Francia metido en el capó de un coche, con un revólver en la mano. La década de los 40 se presentaba sombría para el Madrid, pero la acción de Sánchez-Guerra en 1933 ayudó a que en 1939, el Madrid conservase Chamartín: desde ese trozo de tierra resurgiría. Pero le costó elevarse. La Liga nacional se reanudó en diciembre de 1939, y el Madrid presentó un equipo de circunstancias. Hernández Coronado y Santiago Bernabéu trabajaron mano a mano buscando jugadores hasta debajo de las piedras: se le rogó a Sauto, quien aceptó jugar gratis mientras terminaba sus estudios de medicina, y se armó una escuadra en torno a la figura de Jacinto Quincoces. Junto a él formaron Bonet y Lecue, rescatados del ostracismo bélico, y se incorporaron Ipiña, Chus Alonso, Barinaga, Mardones y un goleador, Alday, que iba a meter 80 goles durante los 5 años que vistiera de blanco.

Los entrenó Paco Brú, que había vuelto de Barcelona al terminar la guerra. Brú llevaba en Cataluña desde noviembre de 1936. Sus gestiones para incorporar al Madrid al Campeonato de Cataluña quedaron frustradas por la negativa de la directiva del Barcelona. La cuestión provocó una disputa encendida entre sindicatos y directivos, pero no se llegó a un acuerdo. Brú regresó y llevó al Madrid a una nueva final, como en 1936. Esta vez, el nuevo Madrid, antaño plantilla más potente del país, perdió contra el otro equipo barcelonés, el Español. El viejo campeón tuvo que esperar hasta 1946 para levantar otra Copa de España, la octava. Ahora se llamaba “del Generalísimo”. Hasta 1954, ya con Alfredo Di Stéfano, no ganó el Madrid su tercer título de Liga. En ese tiempo, el Barcelona ganó 5 Ligas y una Copa; el Atlético Aviación, 4 Ligas, y el Athletic de Bilbao, una Liga y 3 Copas.

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Al empezar la temporada de 1933-1934, el Madrid era el mejor equipo de España. Su doblete liguero y la potencia de su plantilla lo convirtieron en el rival a batir por todos, especialmente para el Athletic de Bilbao y el Barcelona. Vascos y catalanes habían dominado la Liga desde su creación, en 1928. El doblete del Madrid lo igualó al Atletic como los campeones con más títulos, superando al Barcelona; el equipo bilbaíno era en aquel momento el club más ganador del fútbol español, pues acumulaba desde principios de siglo 12 Copas de España y 2 Ligas. Aquellos dos campeonatos consecutivos pusieron al Madrid en el mapa, pues hasta entonces era el único club que había ganado títulos nacionales (5 Copas) que no era catalán o vasco. Aquella temporada, la 33-34, iba a terminar quebrando el dominio madridista en la Liga, pero a cambio traería otra Copa más, la primera en 17 años, y a Paco Bru, otra de esas figuras fundamentales en la Historia del club.

Lippo Hertza había ganado la primera Liga para el Madrid, en 1932. Un once memorable, compuesto por Zamora, Quincoces, Ciriaco, León, Prats, Ateca, Eugenio, Luis Regueiro, Olivares, Hilario y Olaso, derrotó al Barcelona de Samitier por 2-0 y cantó el alirón: con sólo 15 goles encajados en 18 partidos, el cinturón de hierro vasco formado por Zamora, Ciriaco y Quincoces igualó el récord liguero del Athletic campeón en 1931. Pero ese verano fue, al parecer, tan intenso como los de ahora. A pesar de no haber perdido ni un partido, a Lippo Hertza no lo podía ver nadie en la caseta. La cama debió ser tal, que incluso la prensa de la época lo refleja: “estando los jugadores merengues de excursión veraniega, vínoles un individuo del club a darles la buena nueva; Lippo Herzta ya no les daría más instrucciones desde el banquillo. Tras la noticia, el alborozo y las albricias invadieron al grupo que presa de una enajenación desaforada se puso a emular los aspavientos del oso, a brincar y a retozar, repiqueteando la pandereta”.

Tras esta reveladora descripción del periodista Javier Caballero en El Mundo Deportivo, se cuenta que Bernabéu tomó las riendas del banquillo, compaginándolo con su actividad en la Junta Directiva. Fue el mismo verano en que don Santiago se trajo a Madrid al icono barcelonista Samitier. En octubre llegó Robert Fith, el entrenador que había conseguido ser subcampeón de Liga con el Racing de Santander en 1931. “Chapurreando castellano, con flema británica y métodos revolucionarios, el entrenador Míster Fith se ha hecho cargo del banquillo merengue. Elogia a ´Samora`y pretende remozar la línea media y la colocación del equipo. A su juicio, en España se juega con desorden y no se para el balón.” Con Samitier, apodado el Mago por los periodistas, Fith afianzó la naturaleza competitiva de un equipo construido para ser hegemónico, y el Madrid superó al final por dos puntos al Athletic.

Desmintiendo el inmemorial axioma de que el Madrid nunca juega a nada, Joaquín Soriano, del Heraldo de Madrid, se recreaba alabando el juego de los bicampeones tras asegurar matemáticamente el título con un 8-2 al Arenas de Guecho, describiéndolo como “un placer egoísta”: “Cómo jugó ayer el Madrid, cómo funcionaron sus líneas, qué energía; qué movilidad, qué arrogancia de juego, qué bonito es el fútbol cuando se llega a jugar como ayer lo jugó el Madrid. Yo bien quisiera no ser madrileño; yo bien quisiera que este equipo fuese de Algeciras o de Santurce, de cualquier otro sitio que no fuese Madrid. Entonces podría gozar ensalzando al equipo que así sabe jugar sin ese vago temor de incurrir en ese pasionismo tan gracioso de los cronistas provincianos, y de los que, aun viviendo en Madrid, no saben sustraerse a esa pequeñez de miras, a esa pasión por lo local”. A la cena de homenaje a los campeones en el Círculo de Bellas Artes, “acudió todo Madrid”, como contaban en ABC; incluidos el alcalde, Pedro Rico, y el Secretario General de la República, el futuro presidente del Madrid, don Rafael Sánchez-Guerra. Se compusieron hasta poemas.

No obstante, la temporada terminó con derrota. Ante 60 mil espectadores congregados en el Estadio de Montjuich, el Athletic de Bilbao se desquitó ganando la Copa, rebautizada como del Presidente de la República por 1-2 al Madrid. Un mes después el Madrid reforzó la delantera con otro vasco, Emilín Alonso, y el Madrid se fue de gira por Europa al tiempo que Pablo Hernández Coronado se hacía cargo de la secretaría deportiva del club, a medias con Bernabéu. Pero 1933 terminó con una de esas famosas crisis de resultados que todos los años parecen poner al Madrid al borde del cataclismo: una plaga de lesiones mermó el rendimiento de los campeones, Zamora se rompió una costilla, los periodistas decían que los jugadores ni corrían, ni entrenaban, y en diciembre, la opinión pública clamaba por un cambio en el banquillo. ABC adelantaba el penúltimo día del año la noticia: “Ya está en la capital el nuevo entrenador del Madrid. Llegó ayer Francisco Brú, e inmediatamente se puso al habla con los directivos del que será su Club.” Brú llegó fuerte: “Encontré el Madrid francamente mal; no se puede cambiar radicalmente en pocos días; pero sí puedo decirles que ellos, los muchachos, están bien decididos a poner todo lo posible de su parte. Se han dado cuenta de que iban por mal camino y existe en todos un propósito de enmienda”.

Pero la temporada 1933-1934 inauguraría una racha frustrante: el Madrid terminaría siendo subcampeón de Liga tres veces seguidas. Sin embargo, se impondría en la Copa, casi dos décadas después. En la última Copa blanca, España tenía un rey y el Madrid, corona; tras vencer al Valencia, otra vez en Montjuich, el Madrid Club de Fútbol se adjudicaba su sexta Copa, primera del formato republicano, y azuzaba el palmarés del Athletic, todavía el club con más títulos de España.

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Paco Bru

Paco Brú era, en 1934, una leyenda. Como jugador hizo Historia en el Barcelona y en el Español: en las semifinales de la Copa del Rey de 1916, tuvo que ponerse de portero y le paró 2 penaltis a Santiago Bernabéu, en una gloriosa eliminatoria con el Barcelona que ganó el Madrid tras alargarse hasta los cuatro replays, el tercero de los cuales acabó 6-6 después de jugar la prórroga. Fue el primer seleccionador nacional de España, debutando en los Juegos Olímpicos de Amberes: salió por la puerta grande consiguiendo la plata y el apelativo mítico de “Furia Roja” para su equipo. Luego entrenó en Cuba y después, a la selección de Perú en el primer Mundial de la Historia, el de Uruguay de 1930. Brú entrenaría al Madrid hasta 1936, y seguiría ligado al club hasta el final de la Guerra Civil, siendo uno de los encargados de reconstruir deportiva y socialmente al Madrid tras la devastación del conflicto y la famosa Junta de Salvación.

Con el Madrid rozó el éxito en las Ligas de 1934, 1935 y 1936. En todas terminaría segundo, por detrás del Athletic, dos veces, y del Real Betis Balompié. A pesar de ello, fue el artífice del gran triunfo en la Copa de 1936, cuya final fue el último partido oficial disputado en España, en competiciones nacionales, hasta 1939. En esos tres años, además, el Madrid se asentó estructuralmente como la sociedad deportiva más próspera de España, para lo cual fue decisivo el Estadio de Chamartín, complejo de instalaciones únicas en aquel momento. En junio de 1935, tras terminar una apretadísima campaña liguera en la que el Madrid de Brú fue derrotado finalmente por el Betis de los vascos, Rafael Sánchez-Guerra fue elegido presidente por 444 votos a favor. Hernández Coronado asumió completamente las funciones de secretario deportivo, a Zamora se le bajó el suelto a la mitad (de 3 mil pesetas mensuales, a 1500 “con primas”; “Hace falta disponer de una masa de numerarios para mejorar el equipo de fútbol, que es la madre del cordero”, declaró Sánchez Guerra) y ya se empezaba a plantear la cuestión de abandonar Chamartín por una nueva casa, lo que indicaba la boyante previsión de futuro de la directiva madridista.

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Rafael Sánchez Guerra

En verano de 1935, además, el Madrid fichaba a Simón Lecue, "el mejor medio izquierda de España", estrella del flamante campeón de Liga, el Betis. Llegaba como agente libre, y Pablo Hernández Coronado se impuso al Oviedo y al Barcelona ofreciéndole “12 mil duros al contado de prima de traspaso, y mil pesetillas mensuales. Y como complemento, las primas acostumbradas de partido ganado y empatado”. Lecue reforzó una plantilla prodigiosa que volvió a quedarse a dos puntos del campeón: los Regueiro, Kelleman, Hilario, Emilín Alonso, Sañudo, Bonet, Sauto, nombres cincelados en mármol que llevaron al Madrid a su séptima Copa de España, ganada el 21 de junio de 1936 en Mestalla al Barcelona “por la mínima diferencia, con la emoción flotando en el ambiente hasta el último minuto”, según las crónicas. Zamora salvó el empate al final, parada cuya fotografía, jersey oscuro, gorra, polvareda blanca de cal y balón en las manos del portero, es una de las imágenes del fútbol español; durante la cena posterior al partido se contrapusieron en un ambiente tenso vivas a España y vivas a la República, el Madrid fue agasajado en el Bar Chicote de la Gran Vía, y Zamora se retiró el 27 de junio. “Hubo algún incidente desagradable, como el botellazo arrojado contra Zamora, del que, naturalmente, no puede tener culpa el público valenciano, siempre correcto”, dijo Sánchez Guerra. Un mes después, España se declaró la guerra a sí misma, y aquel gran Madrid se diluyó en sangre, junto a tantas otras cosas.

zamora

Es fama que el momento estelar de la Historia del Madrid empieza, más o menos, en 1955, y dura hasta 1962, año en que el Benfica consumó el traspaso de poderes en el fútbol europeo derrotando al Madrid pentacampeón en la final de la séptima edición de la Copa de Europa. Pero lo cierto es que el gran Madrid de Bernabéu, protagonista de la epifanía mundial del club, no surgió de la nada. A pesar de que la Guerra Civil arruinó al Madrid, económica y deportivamente, y estuvo cerca de hacer tabla rasa con los cimientos de la entidad, ésta estaba edificada sobre pilares sólidos. Estos pilares, que comenzaron a ponerse en los años 20, cuajaron en la siguiente década, la primera etapa de brillantez institucional y deportiva del Madrid. Una época cuyo final, tan convulso, arrojó una larga sombra posterior sobre su legado: la guerra aniquiló un equipo con trazas de dominador, y las pérdidas humanas y materiales demoraron veinte años la eclosión madridista. Pero durante la II República española, se prefiguró la naturaleza ambiciosa y noble que desarrollaría el Madrid una vez cicatrizada la enorme herida de la guerra.

En la década de los 20 se produjeron algunos acontecimientos fundamentales para la Historia del Madrid. En junio de 1920, Alfonso XIII coronaba al club, concediéndole el título de Real, apelativo por el que más tarde sería conocido en todo el mundo. Cuatro años después, el Madrid estrenaría campo: el Estadio Chamartín, un prodigio de la arquitectura deportiva de la época que acentuaría el carácter pionero de la institución. Es una década de gestación, en la que ocurre también algunas otras cosas importantes: en 1925, el Madrid inscribe a sus primeros futbolistas profesionales; en 1927, Santiago Bernabéu , un famoso ex-jugador recién retirado, asume la dirección deportiva y otras funciones administrativas en la secretaría del club, y en 1928 nace, por fin, el Campeonato Nacional de Liga.

La progresiva profesionalización del fútbol español, proceso que culminó con la creación de la Liga, y el crecimiento estructural y económico del Madrid, coincidió con el salto a la palestra de una serie de hombres cuya coincidencia en el tiempo configuró el futuro a medio plazo de la institución. También ocurrió algo de relevancia simbólica: uno de los primeros decretos del Gobierno Provisional del nuevo régimen político, el republicano, le quitó el Real del nombre al Madrid. Fue en 1931. Con la desaparición de la corona, el escudo sufre otra modificación suplementaria, y se le añade una banda morada. El Madrid continuaría siendo, también, el club favorito de esa clase burguesa y urbana, ilustrada, heredera del cosmopolitismo de la Institución Libre de Enseñanza, que había traído la República a España y deseaba parecerse a sus iguales de Londres y París, también en la promoción del foot-ball y los deportes al aire libre.

En los años de transición entre la década de los 20 y la de los 30, además, dos figuras determinantes entraron en escena: Luis Usera, un talaverano de origen gallego que fue presidente por casualidad, y Lippo Hertza. Hertza era un entrenador húngaro que ya había dirigido a la Real Sociedad, al Athletic de Bilbao y al Sevilla, y que pasó a la Historia, a la postre, por ser el primer entrenador campeón de Liga con el Real Madrid. Fue contratado en 1931. Luis Usera, sin embargo, fue elegido presidente dos años antes. En 1929, la candidatura liderada por el hermano mayor de Santiago Bernabéu, Antonio, ganó las elecciones a la presidencia del Madrid. No obstante, Antonio Bernabéu renunció. Se dijo que no se había dado de alta de socio tras darse de baja tres años antes, aunque al parecer, según las fuentes, Antonio Bernabéu cedió su lugar al segundo de su candidatura para hacerse cargo de la Federación Española.

El caso es que Luis Usera fue nombrado presidente, cargo que ocuparía hasta 1935. Con él llegarían los primeros fichajes audaces: Zamora, Ciriaco y Quincoces, el tridente defensivo más famoso del momento en España, así como los Regueiro o Samitier. El Madrid tenía dinero, y Luis Usera se preocupó porque lo siguiera teniendo. Se cuidó la recaudación, que gracias a la capacidad del Estadio Chamartín, era notable, y también la masa social, que fue ampliándose gracias a las modernas instalaciones con que contaba el club desde 1924: Chamartín, con sus pistas de tenis, con su gimnasio, con su sala de esgrima y su piscina, con sus 14 mil asientos y otras 5 mil localidades de pie, fue el eje sobre el que pivotó el crecimiento del Madrid hasta 1936. Antes de Chamartín, el Madrid ya había dispuesto del primer campo de hierba de España, el Velódromo de la Ciudad Lineal; con Chamartín, se pudo dar el gran salto adelante, y Luis Usera, bien asesorado y con Bernabéu a cargo de los fichajes, pudo gastarse la gallarda cifra de 150 mil pesetas en El Divino, que llegó al Madrid desde el Español en 1930.

A pesar del considerable refuerzo, Lippo Hertza no logró el título de Liga con una plantilla que ya contaba con nombres cuyo eco resuena todavía en el pasado mítico del balompié nacional: Leoncito, Lazcano o Monchín Triana, el centrocampista vasco que en noviembre de 1936, ya retirado, moriría asesinado en Paracuellos del Jarama. En 1931, Usera y Bernabéu subieron la apuesta: llegaron Quincoces, Ciriaco, Luis Regueiro y Olivares, y el Madrid ganó, por fin, el primero de sus 32 títulos de Liga. El Madrid no perdió ningún partido. Al año siguiente, Bernabéu se sacó un conejo de la chistera: Samitier, el tótem barcelonista, dado de baja por el club de toda su vida tras una larguísima carrera como azulgrana, fichó por el Madrid en 1932. Con el Madrid, Samitier ganó la Liga de 1933, segunda consecutiva para el equipo, y una Copa, la de 1934. Pero de eso hablaremos más adelante.

En la actualidad el club blanco está inmerso en su gira de pretemporada, donde inicia la preparación del curso 2016-2017. Este año el equipo se concentra en Canadá y además disputará varios encuentros de la International Champions Cup en los Estados Unidos. Son giras llenas de glamour, expectación y difusión, muy diferentes a las que vivieron los jugadores merengues en la década de los 20 y comienzos de los 30. Las primeras giras del cuadro madridista se produjeron en esas fechas, cuatro de ellas por el viejo continente y una por toda América en 1927.

La primera expedición tuvo lugar en las Navidades de 1920. El club acababa de recibir el título de Real por parte del rey Alfonso XIII y realizó una gira por el reino de Italia para promocionar dicho honor. Comandando la expedición estaban el directivo Juanito López y los ya veteranos Pepe Castell y Natalio Rivas. Además, de la plantilla viajaron entre otros el arquero Hernández Coronado, los defensas Manzanedo y Peris, un histórico del club, el medio Sicilia, el extremo diestro Antonio De Miguel, el extremo zurdo Del Campo o el gran delantero Juan Monjardín junto al colchonero Escalera.

La ruta no fue muy bien en lo deportivo puesto que de cinco partidos únicamente ganaron uno. En el debut un combinado turinés les vapuleó por 4-1 y el día después de Navidad y en año nuevo Bolonia y Livorno respectivamente también les derrotaron con claridad. El triunfo llegó el día 3 de enero de 1921 contra el Nazionale Emilia F.C. Dos tantos de Torrado, uno de González y otro de Del Campo hicieron inútil la diana de Sorazzo y los blancos vencieron por 1-4.

La gira se cerró ante el potente Genoa, que antes de la I Guerra Mundial había obtenido siete Scudettos. Del último equipo campeón en 1915 aún quedaban los defensores Ferrari y De Vecchi, el medio Leale o los atacantes Bergamino, Dellacasa y Mariani, que se mostraron muy superiores a los merengues en el estadio Marasi y les endosaron un 5-0.

La segunda excursión fuera de la península se hizo esperar durante un lustro y tuvo como destino Europa Occidental. Una de las personas claves fue Enrique Alcaraz, un empresario y gran aficionado al balompié residente en Londres que fue quien propuso al presidente blanco, Pedro Parages, la gira por aquellas tierras. Los rivales iban a ser de aúpa y se decidió reforzar la escuadra con otros jugadores de distintos equipos españoles. Se llamó por ejemplo a los leones Laca y Larraza, a Vázquez del Irún o a los deportivistas Otero y Ramón. Ellos, junto a los Cándido Martínez, Escobal, Quesada, Muñagorri, Félix Pérez, Del Campo y el técnico Cárcer, partieron en tren desde la Estación del Norte el 27 de agosto de 1925.

El primer rival fue el Newcastle, al que se había ganado un año antes en la inauguración de Chamartín. En esta ocasión las cosas fueron muy distintas y los ingleses se vengaron con un 6-1. Pese a ello, el juego madridista fue muy elogiado por la prensa británica, al tratarse aún el conjunto blanco de un equipo de carácter amateur frente a la profesionalidad inglesa. A continuación se viajó a Birmingham, donde el resultado fue de 3-0 y el tercer duelo fue contra el Tottenham. En la capital londinense, Del Campo y Félix Pérez cuajaron una gran actuación pero no pudieron evitar la derrota por 4-2.

Al día siguiente y aún cansados por el partido la expedición cruzó el Canal de la Mancha en barco y tras tomar un tren llegaron a Lille. En la ciudad francesa consiguieron el único triunfo de la gira ante el League Nord Lillois (2-3) en un encuentro celebrado bajo una tormenta de granizo y que según las crónicas de entonces fue duro y bronco.

La siguiente parada fue Copenhague, capital danesa a la que se tardó dos días en arribar en tren. Su rival allí fue el Boldklubben 1893, con el que se vieron las caras dos veces en apenas 72 horas. En el primer duelo el mejor equipo del fútbol danés se impuso por 4-1, pero en el segundo el Madrid completó un gran papel para empatar a tres con goles de Moraleda, Félix Pérez y González. Desde Dinamarca regresaron a París con otro viaje muy largo y ante el Red Star del célebre Paul Nicolas firmaron tablas a dos tantos para cerrar el viaje.

La primera vez que el Madrid cruzó el Atlántico para visitar el continente americano fue en el año 1927. Tomó el ejemplo del Guipúzcoa o RCD Español que lo habían hecho con anterioridad y bajo el impulso del secretario del club, José García Echániz, hizo las maletas para tres meses y medio. Viajaron a Barcelona y allí tomaron el transatlántico Giulio Cesare con Bernabéu y Peris como técnicos y Quesada, Peña, Muñagorri, Cándido Martínez, Travieso del Athletic, Triana del Athletic de Madrid o Prats del Murcia como jugadores más destacados.

Gira Real Madrid 1927

La primera parada fue Argentina, donde se jugaron cuatro partidos. Los dos primeros contra un combinado porteño, que acabaron 0-0 con un marcaje para la historia de Prats al gran Raimundo Orsi, y 3-2 para los bonaerenses gracias a un gol en los últimos minutos. En el tercero se enfrentaron a Boca Juniors con una victoria para la posteridad por 1-2 con dianas de Gurrucharri y Navarro al legendario Américo Tesoriere. Por último, y tras diez horas en ferrocarril, llegaron a Rosario, donde el sueño y la fatiga hicieron mella en el resultado final de 4-0 para Newells. A continuación se trasladaron a la vecina Uruguay para disputar un aburrido choque ante Peñarol, que acabó sin goles, y luego regresaron a tierras argentinas en barco desde Montevideo para caer contra Racing Club.

Les esperaba un larguísimo trayecto hacia Perú que duró una semana en tren para calzarse las botas en dos partidos más, uno ante una selección chalaca a la que se impusieron por 1-4 y más tarde frente al Alianza de Lima, que forzó el empate a uno tras un dudoso penalti pitado por el colegiado. La gira seguía su curso, pero se tomó la decisión de descansar unos días por la zona antes de ir a Cuba. En el puerto de El Callao subieron en el Ebro y a través del Canal de Panamá llegaron a La Habana a finales de agosto. Un único partido en la capital ante el Juventud Asturiana entrenado por Paco Bru (seleccionador español en Amberes) y que terminó con victoria blanca fue el bagaje merengue en la isla. Ese impás lo utilizaron algunos futbolistas para regresar a casa, como Vidal o Triana, al mismo tiempo que llegaban desde España Félix Pérez o Escobal.

La parada posterior era México donde estaban concertados seis encuentros. Debían arribar al puerto de Progreso, pero el barco tuvo problemas y quedó encallado a unos kilómetros de la costa. Fue en ese momento cuando se produjo una de las anécdotas de la gira. Peña y Urquizu bajaron a un bote para pasar un rato divertido pero remaron en una dirección llena tiburones. Al regresar Urquizu subió sin problemas por las escaleras pero Peña lo hizo por una cuerda y resbaló, cayendo al mar. Rápidamente consiguieron que volviera a la cubierta sano y salvo.

En cuanto a lo deportivo contaron sus seis partidos por victorias, aunque uno de ellos contra el América estuvo lleno de polémica. Los blancos acabaron con dos expulsados, Muñagorri dio una bofetada a una espectador y Félix Pérez se negó a recoger el trofeo en juego pese a ganar 3-5. El motivo fue la excesiva dureza de los azulcrema, que indignó y mucho a los madridistas. La excursión finalizó en Nueva York, adonde llegaron en trenes de lujo. Antes del partido la expedición hizo compras por la Gran Manzana y tras empatar con el Galicia Sporting fueron a un banquete obsequio del equipo rival en el Hotel Pensilvania. Allí el cónsul español, Casares Gil, pronunció un discurso de despedida a los blancos que tomaron el vapor Alfonso XIII el 28 de septiembre para presentarse en Vigo el 4 de octubre.

Las dos últimas giras blancas se produjeron ya en los años 30 con centroeuropa y el norte del viejo continente como lugares escogidos. En plena República y siendo Madrid F.C. en agosto de 1931 el club quiso ver a los nuevos fichajes en una ruta con partidos de gran nivel. Se había contratado a Ciriaco, Quincoces, Olivares, Hilario, Ateca o Luis Regueiro, y Hernández Coronado y el técnico magiar Hertzka querían evaluarles en primera persona tanto a nivel deportivo como personal.

Gira Real Madrid 1931

En el debut pierden en Budapest ante un combinado de la ciudad con futbolistas mezclados del Ferencvaros, el Ujpest y el Hungaria. Tres días más tarde es en Praga donde se enfrentan a un equipo con jugadores del Sparta y el Slavia. Regueiro adelanta a los visitantes pero los checoslovacos empatan con un claro gol en fuera de juego dado por válido por el parcial trencilla. El tercer país que visitan es Alemania, donde suman su primer triunfo. Contra el Tennis Borussia Berlín en el Mommsenstadion doblegan a los teutones dirigidos por Sepp Herberger (posteriormente seleccionador germano) por 2-4. Tal era ya la fama de Zamora por Europa que el mítico técnico quiso tener el honor de haberse enfrentado al Divino y se puso de nuevo los borceguíes durante media parte del choque.

Dos días más tarde, el 31 de agosto, disputaron otro choque en Alemania aunque con signo negativo al caer en Leipzig por 3-2. Ya en septiembre sus dos siguientes partidos concertados eran de un nivel altísimo. En Zagreb jugaron contra un combinado yugoslavo de noche para inaugurar la luz artificial del estadio Concordije. Se perdió por la mínima pero se dio un gran nivel que avecinaba un triunfo histórico en Italia. En Milán aterrizaron el día 5 con el objetivo de derrotar a la Ambrosiana (actual Inter) que tenía en sus filas a Meazza, Scarone, Serantoni o Demaría. El lozano San Siro está a reventar y los aficionados presencian un choque extraordinario. Los blancos se adelantan en dos ocasiones pero los locales igualan la contienda. Sin embargo Regueiro marca su segundo tanto de la tarde en el 65 y el Madrid culmina el mejor partido de la gira frente a una escuadra de alta escuela.

La última excursión de esa época tiene lugar en 1934 con escalas en el Imperio Alemán y en Suecia. La conquista de dos Ligas de forma consecutiva y una Copa hizo que el poder de atracción de los blancos arriba de los Pirineos fuera cada vez mayor y en esta gira quedó demostrado. En el plantel continuaban hombres vitales del cuadro campeón como Zamora, Quincoces, Olivares, Emilín, Regueiro, Lazcano u Olivares aunque no evitaron las críticas tras caer en el estreno contra el Chemnitzer.

Las cosas se enderezaron y enrabietados los jugadores merengues acumularon dos victorias seguidas ante el Dresdner y el Hamburgo por 0-3 con Lazcano y Olivares muy eficientes de cara a puerta. Tras unos días de tranquilidad se encaminaron a Nuremberg, donde de nuevo hincaron la rodilla ante el equipo de la ciudad. Sin embargo, para concluir su estancia en territorio alemán, dos victorias contra el Fortuna Dusseldorf y el Saarbrucken dejaron un gran sabor de boca. La noticia de estos triunfos llegó a la capital de España y fue recogida por júbilo y alegría por los aficionados que vieron como el Madrid dejaba el pabellón muy alto por tierras germanas.

La siguiente parada en Suecia también dejó un fenomenal recuerdo tanto para la expedición como para el pueblo escandinavo. El primer día esperaba el campeón nacional el Allmänna Idrottsklubben, reforzado por varios internacionales suecos. Se empató a uno, pero los aficionados y la prensa local quedaron impresionados por el trío Zamora, Ciriaco y Quincoces. A continuación hubo dos clarísimas victorias frente al IFK Norrkoping y el Soderham para empatar a tres en Gotemburgo contra el IFK Goteborg el 20 de julio. La despedida y el cierre de la ruta de aquel verano fue contra un combinado sueco en Estocolmo, al que se ganó por 1-5 con doblete de Olivares e Hilario y una diana de Luis Regueiro. Hasta después de la Guerra Civil los blancos no saldrían de nuevo de España, pero el resumen de esta gira fue magnífico al haber cosechado los mejores resultados hasta la fecha con siete triunfos en once duelos.

Declarado el mejor zaguero del mundo tras el Mundial de Italia 1934, donde cuajó una gran actuación con la selección española. En el Real Madrid formó un trío histórico con su compañero en la retaguardia, Ciriaco, y Ricardo Zamora bajo palos.

De Baracaldo, localidad en la que nació el 17 de julio de 1905, solía jugar con un pañuelo en la cabeza y una rodillera. Lo primero era para evitar hacerse daño al golpear aquellos esféricos tan duros, y lo segundo fue porque jugó con el menisco roto durante más de tres lustros. Destacaba por ser muy ágil, vistoso, fuerte físicamente, con una gran colocación y un magnífico juego aéreo. Todo ello aderezado por una gran nobleza y señorío sobre el césped, algo siempre alabado por sus rivales.

Los inicios de Quincoces tienen lugar en varios equipos humildes hasta que dio el salto al Alavés al trasladarse su familia a Vitoria. Allí coincide con varios jugadores de enorme categoría como Ciriaco, Fede, Lecue y Olivares, que ayudan al equipo blanquiazul a ascender a la máxima categoría del fútbol español. Tras permanecer una campaña más, en el verano de 1931 ficharía por el Madrid. Hernández Coronado y Bernabéu le hacen una propuesta difícil de rechazar, 2.500 pesetas por prima de fichaje y un sueldo de 1.000. El club blanco además también contrata a sus compañeros Ciriaco y Olivares por una cantidad total de 65.000 pesetas.

Jacinto Quincoces

En la capital sigue formando una excepcional pareja defensiva con Ciriaco a la que se une en portería Ricardo Zamora. Los tres entran en la historia del fútbol español por su eficacia y guían a los merengues a lograr su primera Liga. El Madrid no pierde ningún duelo, supera al Athletic de Bilbao y canta el alirón en la jornada 18 ante el Barça en Les Corts. Al año siguiente, con las incorporaciones de Pedro Regueiro o Samitier, el Madrid revalida el título siendo otra vez el conjunto menos goleado con 17 tantos encajados en 18 partidos.

En la temporada 1933-1934 no se conquista la Liga pero el Madrid consigue levantar 17 años después la Copa, después de derrotar en la final al Valencia. Tras un curso en blanco se obtiene otra Copa en el año 1936. Un título histórico por el rival y la forma en que se consigue. El país estaba a punto de entrar en una Guerra Civil y en el último encuentro oficial antes del conflicto el Madrid vence por 2-1 al Barcelona en Valencia con una actuación prodigiosa de Zamora, bien acompañado de nuevo por Quincoces y Ciriaco, su muro defensivo.

El estallido de la guerra obligó a Quincoces a regresar a casa y mientras conducía ambulancias en el frente del norte con el ejército nacional se vistió de corto para jugar algunos amistosos con la camiseta del Alavés. Tras el conflicto retornó a Madrid y jugó tres campañas más pese a ser un jugador de 34 años. Continuó como titular teniendo como socios en la zaga a Mardones y Vicente Olivares. En su última campaña de 1941-1942 apenas disputó cinco encuentros ligueros y en su despedida el Sevilla venció en Chamartín por 0-2.

Real Madrid 31-32

El club quiso premiar todos sus años defendiendo la zamarra blanca con un merecido homenaje ante el Atlético Aviación en el que hubo un gran lleno. Aquel 8 de diciembre de 1942 el público pudo disfrutar por última vez de Quincoces y del gran trío que formó junto a sus amigos Ciriaco y Zamora.

Con la Selección Española fue 25 veces internacional entre 1928 y 1936. Su debut se produjo en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, al incluirle el seleccionador José Ángel Berraondo en su lista para formar parte de la defensa junto al mítico Vallana. En la segunda ronda España apabulló a México y a continuación se vio las caras con Italia. El choque terminó en empate y tres días después en el replay los hispanos quedaron eliminados tras sufrir una de las derrotas más duras de su historia al caer por 7-1.

A partir de entonces el de Baracaldo fue un fijo para todos los técnicos del combinado nacional. Mateos le llamó para tres partidos amistosos celebrados entre 1929 y 1930, uno de ellos histórico, el que les enfrentó a Inglaterra en Madrid. Los ingleses no habían caído aún fuera de las islas contra un conjunto no británico pero en el estadio Metropolitano doblaron la rodilla. Los españoles, en una actuación extraordinaria, les derrotaron por 4-3 en una tarde mágica de Gaspar Rubio, otra figura merengue legendaria.

En 1933 el defensor vasco también estuvo presente en la que es hasta la fecha la mayor goleada de la Selección Española de fútbol. Tuvo lugar el 21 de mayo cuando aplastaron a Bulgaria por 13-0. Su siguiente encuentro con el combinado nacional fue un año después y correspondió a la clasificación para el Mundial de Italia. En el viejo Chamartín se impusieron por 9-0 a Portugal y en territorio luso confirmaron la presencia española en su primera Copa del Mundo.

El sorteo mundialista les emparejó con Brasil, uno de los favoritos. Pero España sorprendió a los aficionados presentes en Génova con una victoria fantástica por 3-1. El siguiente adversario fueron los anfitriones, que contaban con un plantel de enormes estrellas. En un partido duro y muy polémico que es conocido como 'La Batalla de Florencia' ambos países firmaron tablas. Al día siguiente y con un cuadro español con numerosas bajas en el que únicamente repitieron Quincoces, Luis Regueiro, Muguerza y Cilaurren, los locales lograron la victoria por la mínima con un gol donde se hizo falta al arquero Nogués. La despedida internacional oficial del defensa blanco llegaría en 1936 en un choque contra Austria en Madrid.

entrenador quincoces

Tras retirarse, el zaguero vizcaíno se convirtió en entrenador. Su primer banquillo fue el del Real Zaragoza y luego la Federación Española le contrató para dos partidos del año 1945 contra Portugal, consiguiendo un empate a dos en territorio luso y un triunfo por 4-2 en Riazor. Finalizado su periplo en el equipo nacional el Real Madrid vuelve a llamar a sus puertas y le ficha como entrenador. Su primera temporada se salda con un título de Copa después de derrotar al Valencia en la final pero no se le renueva el contrato. Sin embargo en 1947 el club blanco le rescata para el curso 1947-1948 en sustitución de Baltasar Albéniz. Apenas aguanta 17 jornadas hasta que es destituido tras ocupar el undécimo lugar en la tabla.

En el verano de 1948 el Valencia que preside Luis Casanova confía en el vasco para tomar las riendas del banquillo che y allí consigue sus mayores éxitos como técnico. En la campaña 1948-1949 alza la Copa al vencer en la final por la mínima al Athletic de Bilbao y meses más tarde también levanta la Copa Eva Duarte ante el Barcelona. La despedida de Quincoces del Valencia se produce en 1954 no sin antes conseguir una nueva Copa bajo el brazo, en esta ocasión tras doblegar en la gran final al Barcelona por 3-0. El curso posterior lo pasa en el Atlético de Madrid, que finaliza en mitad de la clasificación de Primera División, y en 1956 retorna al Zaragoza por dos temporadas. El fin de su carrera como entrenador tiene lugar de nuevo en Valencia, donde llega para suplir a Luís Miró en 1959.

También ejerció como secretario técnico del Real Madrid logrando el fichaje de Luis Molowny al adelantarse a un emisario culé que viajó en barco y años más tarde fue presidente del Mestalla y directivo del Valencia.

Quincoces participó a lo largo de su vida en seis películas, entre ellas ¡Campeones!, de Ramón Torrado o La saeta rubia, de Javier Setó, y en 1992, a los 86 años, fue uno de los relevos que portó la llama Olímpica en los Juegos de Barcelona.

Falleció a los 92 años el 10 de mayo de 1997 en Valencia.

Cada verano uno de los momentos álgidos del balompié es el periodo de fichajes. A lo largo de su historia el Real Madrid ha tenido varias etapas estivales para el recuerdo, como en 2009 cuando llegaron Cristiano Ronaldo, Benzema, Kaká o Xabi Alonso entre otros, en 1996 con las incorporaciones de Seedorf, Roberto Carlos, Mijatovic y Suker, o en el año 1985 cuando Ramón Mendoza fichó de una tacada a la ‘Quinta de los Machos’, compuesta por Maceda, Hugo Sánchez y Gordillo.

Sin embargo, una de los veranos más importantes de la historia blanca queda ya muy lejos en el tiempo. Se produjo en 1931 y fue la base del idilio del club merengue con la Liga española. Por entonces el Madrid Football Club -llamado así tras la proclamación de la II República el 14 de abril del mismo año- acumulaba tres cursos sin conquistar la competición doméstica creada en 1928, y su último trofeo copero databa de 1917.

El presidente Luis Usera dio orden al secretario técnico Hernández Coronado de formar un equipo campeón, y el exportero blanco en la década de los 10 se puso manos a la obra. Firmó a tres jugadores del Alavés: Ciriaco, Quincoces y Olivares, por 60.000 pesetas (25.000 los dos primeros y 10.000 el tercero); al canario Hilario; al medio Ateca procedente del Racing de Madrid; a Tomás Bestit, del Europa, cuyo hermano Carlos militaba en el Barcelona; y al joven Mandáluniz, del Arenas de Getxo. La guinda llegó ya en septiembre cuando aterrizó en Madrid el guipuzcoano Luis Regueiro, que jugaba en el Real Unión.

Madrid temporada 31-32

Real Madrid temporada 31-32

Seis de estos ocho fichajes se hicieron con una plaza en el once base del técnico húngaro Lippo Hertzka. La pareja Ciriaco y Quincoces, que se complementaba a la perfección, formó un trío defensivo legendario junto al arquero Zamora, fichado la campaña anterior. Ciriaco era contundente, potente físicamente y no se complicaba con el esférico, mientras que Quincoces tenía fuerza, velocidad, un gran juego aéreo y mucha inteligencia. En el centro del campo, Ateca, que destacaba por su lucha y entrega, tuvo una bonita pugna en la búsqueda de minutos con Esparza y Bonet. La línea de interiores la integraron asiduamente Hilario -jugador ágil, imaginativo y de gran destreza en el regate- y Luis Regueiro, un futbolista genial que organizaba el juego con maestría, driblaba con enorme habilidad y poseía una técnica primorosa. Y arriba, en la punta de lanza, se situó Olivares, conocido como “El Negro” y que sobresalía por su oportunismo, su eficacia de cara a puerta y su excelente remate con ambas piernas y también con la cabeza.

Después de una pretemporada complicada en la que se enfrentaron a conjuntos de enorme nivel, como la selección de Budapest y Praga, el Borussia Berlín o la Ambrosiana (actual Inter de Milán) en una gira por Europa Central, iniciaron la Liga empatando en Chamartín con el vigente campeón, el Athletic Club. Poco a poco Hertzka fue ensamblando las piezas, pese a que en el club dudaban de su capacidad de trabajo, y el cuadro blanco se aupó al primer puesto de la clasificación empatado a puntos con el Athletic.

Jugador años 30 Hilario

Hilario Marrero

Invictos en la primera vuelta, el punto de inflexión llegó en la jornada 10. Debían visitar San Mamés, un campo en el que los años anteriores había ganado una vez y perdido dos. El partido, catalogado como uno de los mejores del campeonato, encandiló a los aficionados presentes en La Catedral. El Madrid se puso por delante en dos ocasiones con doblete de Olivares, pero una diana de Bata en el minuto 75 dejó las cosas como al principio del duelo.

La pugna entre bilbaínos y madrileños continuó hasta la jornada 15 cuando la Real Sociedad venció en el derbi vasco y los capitalinos derrotaron al Español. La ventaja se mantuvo hasta la última jornada, cuando los pupilos de Hertzka cerraban su campaña en Les Corts. Un empate bastaba para cantar el alirón y ese fue el resultado con el que concluyó el choque. Lazcano y Luis Regueiro perforaron la red blaugrana y el primer título de Liga de la historia merengue fue en Barcelona tras empatar a dos. Además fue un curso histórico, puesto que terminó sin ninguna derrota y siendo el equipo menos goleado con 15 goles.

Los fichajes mantuvieron su nivel las temporadas venideras, en especial Quincoces, Ciriaco, Regueiro, Hilario y Olivares y, hasta el estallido de la Guerra Civil, el Madrid logró otra Liga en el curso 32-33 y dos Copas en 1934 y 1936, ante Valencia y Barcelona respectivamente.

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