Las mejores firmas madridistas del planeta

La vida del gran futbolista brasileño alcanza tintes delibesianos

No parecía haber en el Ronaldo Nazario de los inicios asomo de carnavalismo. Como espectador, yo lo recuerdo en Eindhoven casi como si fuera un oriundo. Luego fue al Barsa, donde puso a punto la locomotora y pudimos ver cosas como aquel gol al Compostela, que fue como ver al Eugene Gant de Thomas Wolfe llegar a la Universidad en treinta segundos. Él no estaba bien allí porque era madridista, aunque puede que entonces no lo supiera. Algo así como ser un artista contenido. Con un runrún interno, un no sé qué como de estar dentro de un armario.

Ronaldo salió de allí para Milán y en el ínterin se perdió. La gran e incierta aventura de la maduración. El tendón rotuliano lo bajó de su propio tren, por dos veces (en realidad descarriló violentamente), y pareció que allí, por aquellos suelos, se quedaría la antigua y poderosa locomotora que podría haber parado en los bosques de Varykino para llevarse al Doctor Zhivago lejos de su esposa y de Lara. No se fue Ronaldo precisamente a penar por toda Rusia (aunque penaría, ¡y cómo! con esos dos raíles por soldar) hasta que llegó el Madrid para hacerse inesperadamente con la máquina usada.

Ronaldo fue jugador del Madrid de madrugada, como si hubiera sido un parto sobrevenido y difícil

Fue aquel un ejercicio de audacia del que Jorge Valdano, por entonces el hombre fuerte del Real Madrid, presumió (probablemente con razón) tras horas de intensas negociaciones. Ronaldo fue jugador del Madrid de madrugada, como si hubiera sido un parto sobrevenido y difícil y Valdano el henchido y agotado doctor feliz que ha conseguido llevarlo a cabo y anunciarlo. Era la época del nacimiento de la galaxia, que parecía no tener fin por unos y otros medios. Aquel Ronaldo renqueante, aunque sano, era la esperanza y el miedo en todas sus acepciones.

Y aquel Ronaldo, además, ya venía de vivir la vida, el sufrimiento y también el carnavalismo, lejos ya de Eindhoven y Barcelona. Tenía ya instalada la sonrisa en el rostro anchuroso como una llanura castellana donde caben los páramos y los bosques y los cerros. Era Ronaldo hecho y derecho. Era el Ronaldo que prometía ser, aunque no lo parecía. Vestido de blanco, de pesadilla azulgrana, Ronaldo llevaba orgulloso su nueva complexión que siempre fue más mental que física.

A Ronaldo le llamaban “el gordo” cuando tuvieron que llamarle “el completo”. La completitud de Ronaldo ya era definitiva, y aquellos años madridistas fueron lo mejor de su vida deportiva. Lo que necesitaba. Lo que buscaba. Esa combinación de ciudad y equipo perfectos a la que se refería en la entrevista que precisamente le hizo Valdano, fue la culminación de sus deseos esenciales y la confirmación de su destino y el del Real Madrid como el Equipo Prometido.

Ronaldo Nazario, quién lo diría, es una gran novela castellana en construcción

La sabiduría del gran Nazario así lo dice. El talento inconmensurable llevado a las llanuras holandesas, casi como King Kong a Nueva York. Un King Kong bueno, aplicado. El joven e inexperto prodigio que tenía que ver y vivir fuera de la aldea y descubrir el mundo por sí mismo para llegar a Madrid y luego vivir ya para siempre con Madrid y con el Madrid metido en el cuerpo y en el espíritu. Un espíritu que iba a hacerse como el de Delibes, quién lo diría, dirigiendo el Valladolid como dirigió el escritor El Norte de Castilla, esa antesala de la gran ciudad que fue para tantos, como para Umbral.

Ronaldo Nazario se ha ido a los orígenes de Madrid, se ha ido a Castilla para seguir siendo, para acabar siendo el Ronaldo Nazario que le falta con toda esa sonrisa imborrable y con todo el carnavalismo y la alegría y la historia y el madridismo bulléndole por dentro. Una gran novela castellana en construcción (un Work in Progress Joyceano), El Camino (de Ronaldo), cuyo penúltimo capítulo, quién sabe, pudiera ser la inesperada presidencia del club de su vida, tan inesperado y rutilante como fue su fichaje estelar y después su gloria.

 

Fotografías Getty Images.

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Valdano

 

Yo no sé bien qué fue el Madrid de Valdano, porque el Madrid de Valdano no duró lo suficiente como para saber bien qué fue. Lo que sí sé es que fue en el verano del 94 cuando yo me enamoraba por primera vez y el Madrid de Valdano, en un Trofeo Teresa Herrera, comenzaba a mostrar febriles maneras en plena coherencia con mi estado emocional. Porque una fiebre fue aquel verano y aquel Madrid, una fiebre lúcida, vertiginosa y exultante. Una chispa, una pompa de jabón al aire, los fuegos artificiales de los veranos de la adolescencia, cuando el Danny Zuko que nunca fui le pasaba el brazo por encima de los hombros a la Sandy Olsson que casi fuiste.

Los recuerdos, ya se sabe, no son recuerdos si no están mezclados con la ficción. La memoria, también se sabe, no es tal si no fabula, si no genera peculiares vueltas y bucles y asociaciones y relaciones entre hechos, ideas y sentires que siguen teniendo lugar precisamente porque son lugares queridos, porque siempre cabe la posibilidad de volver a casa. Y eso, volver a casa, es lo que hizo Jorge Valdano con la expresada intención de devolverle al Real Madrid lo que le había quitado durante sus fulgurantes días de entrenador del Tenerife. Mientras tanto, a la vez que le quitaba al Real Madrid, le daba al mundo del fútbol mucho de qué hablar en forma de 4-4-2, de defensa en zona, de reivindicación del juego frente al deporte, de liberación del protagonismo del futbolista, de más Platón y menos prozac, de más práctica virtuosa desde la pasión y el deleite que desde la táctica y el mero esfuerzo. Nada nuevo. El eterno (y maniqueo, y falaz) debate entre jugar bien y ganar que tanto gusta a los muchachos de la prensa para condenar a unos y santificar a otros según convenga al show business. Si antes fueron Menotti y Bilardo los enconados rivales, ahora lo eran Valdano y Clemente, y más tarde Guardiola y Mourinho, aunque sólo sea por aquello que decía Marx de que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda (y la tercera y la cuarta y...) como farsa.

Pero antes del eterno retorno de lo mismo en forma de hartazgo, en el punto exacto de inteligencia y fulgor, cuando sabíamos que queríamos no tener que elegir entre ganar y jugar bien, cuando simplemente (nada menos) sabíamos que podíamos aspirar a ganar bien y a jugar ganando, allí cuando éramos tan jóvenes en el mejor verano de nuestras vidas, llegó Valdano al Real Madrid para hablar bien y jugar mejor, para jugar bien y ganar mejor. Permitan que, aunque una golondrina no haga verano, valga un ejemplo para ir directos al estribillo de la mejor canción. Permitan que, contra toda lógica, un 7 de enero de 1995 sonara el Here comes the sun en el Bernabéu, pese a ser de noche y ser enero y ser invierno y lo que ustedes no quieran ver. Porque el día después de Reyes es verano y punto. Porque a veces basta centrar la atención en un solo punto para que todo lo demás se revele por sí solo.

Laudrup para Raúl, que entra en el área por el centro, la pelota sale tocada hacia la izquierda por un defensa azulgrana y allí la recoge Zamorano para lanzarla con violencia a los altos de la portería de Busquets. 1-0 y gol número 15 en Liga de Iván Zamorano, a la postre máximo goleador del campeonato con 28 goles y jugador que, a fuerza de no parar de querer, se ganó un puesto de privilegio en aquel equipo pese a la reticencias iniciales de su nuevo entrenador. Todo es posible en verano. Lo que pasa en verano se queda en verano. Y se queda para siempre. Bam bam.

Minuto 21 de la primera parte. A Amavisca le llega de regalo un mal saque de puerta de Busquets. Sobrepasando a la defensa en pase alto, le deja el balón a Zamorano, que acomoda el cuerpo de cara a la portería mientras se protege del acoso de un defensa y la toca suave y rasa a la izquierda del portero: 2-0. De sociedades hablaba a menudo Valdano durante aquel verano tan largo que aún (me) dura. Y la más férrea y virtuosa -y  también la más inicialmente insospechada- fue la consolidada entre el delantero chileno y el interior cántabro, plena de pundonor y eficacia, en estado de ebullición constante, como si fueran ambos conscientes de que la fiesta podía acabarse en cualquier momento, de que casi ni siquiera habían sido invitados y de que, mientras tanto, era la mejor fiesta de sus vidas y ellos estaban allí para no perdérsela, para propiciarla y brindar, para que los que por allí rondábamos jamás olvidarámos que hubo una fiesta cuando éramos tan jóvenes y el champán era rosado y al día siguiente no había resacas.

Laudrup le pelea el balón a Bakero dentro del área como si le fuera la vida en ello, como si hace apenas unos meses hubiera tenido que salir del Barcelona para fichar por el Real Madrid, como si en esa pelea de balón hubiera mucho más que una pelea de balón, tal vez orgullo, despecho y reivindicación. El "aquí estoy yo" del danés se convierte en pase de la muerte para Zamorano y este, otra vez bam bam, vuelve a matar: hat-trick, 17 goles en Liga y 3-0 en el marcador del Bernabéu. Little darling, the smiles returning to the faces. Laudrup sale corriendo hacia su campo, brazo en alto. Laudrup sabe reconocer lo que es un verano porque es danés. Sabe bien cuándo salir a tomar el sol, cuándo ponerse la Ray-Ban, sonreír y pedir una copa, cuándo mirar a la grada mientras da un pase que sólo él, porque lleva gafas, pudo ver.

Pero la prueba definitiva de que era verano, de que el sol brillaba y éramos jóvenes, de que quedábamos en la playa todos los días después de comer, de que había guitarras y cervezas frías para todos, de que por aquellos años convivía el grunge de Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden con el brit-pop de Oasis, Blur y Pulp, y también Ed Wood y Forrest Gump y Pulp Fiction, es que Luis Enrique estaba invitado a nuestra fiesta. Corría el minuto 23 de la segunda parte y Luis Enrique marcaba a puerta vacía tras recoger el rechace del palo a un tiro de Zamorano. Culminaba en delirio una larga jugada con Martín Vázquez como hacedor decisivo (porque los veteranos ya conocían de sobra lo que era el sol del Bernabéu) y Luis Enrique se estiraba la camiseta blanca en gesto celebratorio como si jamás fuéramos a ser más viejos, como si nunca fuéramos a separarnos, oh, Sandy.

Y llegó el quinto, porque la justicia o es poética o no es justicia. Y quién mejor que Amavisca para lograr que la rima del verso se complete, quién mejor para cuadrar el círculo, para cerrar la herida de la cadera de Alkorta infligida por Romario la temporada anterior, quién mejor para que el incuestionable estilo Cruyff encontrara la horma de su zapato, para que la fiebre fuera borrachera y la fiesta a la que Amavisca fue invitado a desgana y a última hora se convirtiera súbitamente en el verano del amor. If you're going to San Francisco be sure to wear some flowers in your hair.

Raúl estaba allí, en aquel partido, en aquel Madrid, en aquella fiesta. Al principio, agazapado bajo la mesa de las bebidas hasta que Valdano le dijo que ya podía probar un poco, que sus maneras, su templanza y sus virtudes pedían chaqué y copa alta. Con Valdano llegó Raúl, y Raúl nos llegó casi hasta ayer, de tan pronto que empezó a llegarnos y de tan dentro que acabó llegándonos. Ya se sabe que en verano la playa no hace distinciones de edad. Ya se sabe que en Verano azul (la Biblia de los veranos) Piraña convive con Pancho, porque en verano, en este verano que fuimos como promesa de siempre volver a poder serlo, todo es posible, amigos. El verano es el Hollywood de los que nunca hemos estado en Hollywood. El Madrid de Valdano es lo que Hollywood pudo haber filmado de fútbol si a Hollywood le importara un carajo el fútbol...

...Y el verano se acaba, que es la manera que tienen los veranos de durar para siempre. Y aquella Liga 94/95 del Madrid de Jorge Alberto Francisco Valdano Castellano, aquella Liga de Buyo y Cañizares, de Milla y (o) Redondo, de Quique Sánchez Flores y Nando, de Lasa y Sanchís, de Hierro y Míchel, de Alfonso y Dubovsky, de Butragueño y Dani... Aquella Liga gloriosa y espídica en la que fueron tan jóvenes incluso aquellos que, como los miembros de la Quinta, ya no lo eran, quedó atrás. Aquella cresta de la ola fue poco a poco apagándose al llegar a la playa de nuestro verano, progresivamente vacía su arena tras la impresionante y cautivadora y al fin triste puesta de sol. El Ajax en Champions vino en el curso siguiente a cerrar definitivamente el chiringuito por fin de temporada, como si el estilo Cruyff se vengara de la afrenta desde sus orígenes holandeses, ahora revitalizados por la libreta de Van Gaal y una generación plena de un talento y un vigor -los De Boer, Overmars, Van der Sar, Davids, Litmanen, etc.- que recorrería Europa en los años siguientes. Llegó septiembre, Maggie May, y volvimos al colegio.

El final del verano llegó y tú partirás. Yo no sé hasta cuándo este amor recordarás, cantaba el Dúo Dinámico. When the music's over, turn out the lights, decían los Doors. Cada cual ya en su casa, con la puerta cerrada, solo, con el cuerpo ensalitrado y recuerdos del mar. Valdano ya sólo volvió para recordarnos la única forma en la que queríamos que volviera, y al Madrid llegó primero Del Bosque en otra de sus interinidades, luego Arsenio Iglesias en particular sueño fuera de lugar, y finalmente Capello para que el Madrid fuera otro, tal vez no peor, puede que incluso mejor, pero otro. A lo lejos, el rumor para aquel que quiera dejarse mecer, para aquel que, ojalá, haya leído este artículo como quien se acicala para la mejor fiesta de su vida, siempre por-venir. En Madrid no hay playa, ni falta que le hace.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

El juego

El escritor argentino Dante Panzieri, leído y admirado por Valdano, escribió en su Dinámica de lo impensado que la evolución táctica hacia un “fútbol sujeto” eliminaría el talento y la intuición que el jugador había aprendido en la calle. Cuando Valdano hablaba de un fútbol de intuición o de improvisación trataba de respetar esencias como el regate, el amague o el pase imprevisible, las que reflejaba Panzieri en sus teorías. “El regateador, ese jugador de póquer que hace bluff con todo el cuerpo y apuesta el balón a su rival: el que gana se lo lleva”, le diría Jorge al escritor Carmelo Martín, hablando de sus pasiones.

Pero para entender a Valdano no convendría pensar en anarquía, sino en responsabilidad. En contra de los que tachan al fútbol de deporte solo físico, Jorge siempre destacó la inteligencia de los jugadores de élite, ejemplificando con distintas experiencias de su tiempo junto a Maradona. Sobre su Tenerife, dijo lo siguiente en Sueños de fútbol: “Mi equipo está formado por once jugadores que piensan”. Para el Valdano entrenador, la manera de gestionar la libertad ofensiva dependía de unos futbolistas que, gracias a su agilidad mental y capacidad para examinar situaciones, acabarían formando pequeñas sociedad en favor del conjunto. "Algunas sociedades son obligatorias, por cercanía. Con el tiempo aparecen otras por simpatía: jugadores que se entienden y acaban por alcanzar un acoplamiento brillante. En el Madrid siempre ha habido de estas, como entre Míchel y Butragueño".

Desde el principio Valdano dibujó un sistema 4-4-2, que en la práctica pasaba por ser un móvil y más ofensivo 4-1-3-2. Para conocer su punta de vista sobre la rigidez de las posiciones y los dibujos, leemos lo siguiente en su Cuaderno europeo: En el fútbol todo, incluida la creatividad, necesita apoyarse en un orden. Pero es que el orden tiene la vocación de prohibir y poco a poco irá borrando a lo subversivos que se atrevan a imaginarse cosas que no estaban previamente dibujadas.

 

Entrevistado para El País tras la pretemporada, el entrenador precisó más sobre los distintos aspectos de su juego. En relación al mecanismo defensivo, destacó lo siguiente: "El achique de espacios va bien, porque fue aceptado por los jugadores. Creen en él como solución a los problemas defensivos de un equipo atacante". "El equipo necesita colectividad en la presión". Valdano proponía empezar a presionar con intensidad a mitad de campo, ya con los delanteros. Atrás, la idea era defender con una línea adelantada de cuatro zagueros marcando en zona, aplicando la voz de mando del líder defensivo para activar la trampa del fuera de juego. Él se definía como “un amante de la zona presionante”. Defender hacia delante, achicar espacios en la presión y adelantar la zaga cuando el rival pretendiese dar el pase definitivo. El mecanismo de fuera de juego, que comenzase a usarse con regularidad en los setenta por entrenadores punteros como el belga Goethals o el propio Menotti, hoy está muy avanzado, y parece sencillo. Pero a inicios de los noventa todavía no se había extendido lo suficiente, primando aún las marcas individuales, por lo que el trabajo para perfeccionar la coordinación llevaba su tiempo, y encerraba riesgo. “Este estilo requiere un alto grado de compromiso”, declaró el técnico.

La defensa era importante para el míster, pero su principal obsesión estaba en la manera de dañar al rival, y ahí decidían las estrellas. "Necesitamos que los medios empiecen a jugar más sin el balón. Están acostumbrados a jugar al pie. Estamos trabajando para convencerlos de que con un movimiento pueden ganar un metro, y que un metro es vital para que un jugador como Laudrup pueda meter un pase definitivo". Calma en la elaboración y movimientos adecuados para facilitar que el balón llegase a Laudrup y, una vez en él, confiar que sus botas activasen el vértigo y ofreciesen la precisión. Los delanteros harían el resto, buscando los espacios con hambre, intención y confianza. Hacia el único objetivo, el gol.

 

La temporada

Para el Madrid, la competición doméstica se abriría el 3 de septiembre en el Sánchez Pizjuan, frente al Sevilla de Luis Aragonés. Antes de la fecha del estreno los de Valdano habían realizado una pretemporada en Suiza, jugado los trofeos Teresa Herrera, Euskadi o Carranza y el partido de presentación contra el Palmeiras de Luxemburgo, Roberto Carlos y Rivaldo, todo con el mismo resultado: buenas sensaciones y victorias. "Tenemos un equipo diseñado para atacar", aseveró Valdano para los medios.

El duelo contra el Athletic dejó el primero contratiempo grave, la lesión de rodilla que Mendiguren le produjo a Redondo, quien estaría dos meses en el dique seco. Por el contrario, en el Carranza, el partido contra el Napoli sirvió para que Dubovsky hiciese dos tantos y ganase crédito. En el mismo trofeo también se pudo ver la que sería nueva posición de Luis Enrique en ese inicio de campaña, el lateral izquierdo. El asturiano había actuado principalmente como lateral derecho, extremo o delantero con Floro, pero su polivalencia hizo que, en ausencia de Lasa y con la lesión del canterano Marcos en el partido contra el Cádiz, tuviese que ocupar esa posición.

Tras el 3-2 del trofeo Bernabeu, el técnico destacó nombres propios que, a la postre, serían importantes en la temporada. "Martín Vázquez, Sanchís y Míchel han estado modélicos. Jugaron al mismo nivel de la quinta que yo dejé hace siete años". Zamorano, por cierto, hizo dos nuevos goles, que lo certificaban como el artillero destacado de la pretemporada. "Ideas, rapidez, capacidad ofensiva y espectáculo", definió el narrador de Antena 3 lo mostrado por el Real Madrid aquella noche del 31 de agosto.

Para el estreno liguero, el argentino declaró que se había confeccionado “un equipo competitivo, con carácter y riqueza técnica”, y mostró una alineación y una propuesta que, con cambios puntuales de futbolistas, se alargaría prácticamente hasta el regreso de Redondo.

 

 

Grosso modo, la filosofía ofensiva de juego era clara: salir con el balón jugado desde la base, liberar a Laudrup en el centro y trazar constantes rupturas de los delanteros arriba. Para que todo empezase a rodar, contar con dos centrales con dominio de balón se hacía innegociable. Alkorta, que había sido importante para Benito Floro, estuvo lesionado, y un Hierro que venía asentado como mediocentro retrasó ahora su posición para convertirse en el jerarca de la zaga. Con este nuevo papel, los envíos largos y las transiciones que el juego de Floro permitía explotar al malagueño se redujeron, pero la importancia que Valdano le dio como último hombre defensivo y primero ofensivo hizo que Hierro creciese ostensiblemente. Su acompañante era el capitán Manolo Sanchís, quizá el mejor líbero español de los ochenta. Sanchís tenía 29 años, y Valdano dijo que llegaba el momento de que decidiese si quería o no convertirse en el mejor central del mundo. Sobre la pareja que acabaron formando Hierro y Sanchís, escúchese a Cappa: “Nunca vi una pareja de centrales mejor. Los dos se compenetraban. Hierro se anticipaba al espacio, porque, como no era rápido, buscaba cortar el juego porque sí era rápido mentalmente. Sanchís era rápido en tramos cortos y en el mano a mano, infranqueable”.

A diferencia de muchos sistemas de la época, que formaban con un líbero, dos centrales y dos carrileros, la línea de cuatro que estableció Valdano no permitía tanta libertad para las subidas a los laterales. En la izquierda, primero un Luis Enrique a pierna cambiada y luego Lasa solían participar de la creación hasta mitad de campo, pero en adelante, los centrocampistas continuaban el ataque.

Tanto en el Madrid como en la España de Luis Suárez, Martín Vázquez se había desarrollado jugando por dentro, como epicentro de los ataques, encargándose de batir líneas en pase o conducción, pero ahora coincidiría con Laudrup. Por ello, el español partiría en una posición interior izquierda bastante retrasada, dando continuidad a la elaboración bien tratando de moverse o conectar en favor de Laudrup o bien usando su imaginación para activar a la pareja de delanteros. Aunque para Cappa el alma de generador de peligro de Martín Vázquez le hacía buscar muchas veces “el pase más complicado, por su exuberante calidad”, lo cierto es que, a la larga, con Martín se verían claramente esas pequeñas sociedades por afinidad que pedía Valdano.

En el otro costado, la posición centrada de Míchel y la menor caída a banda de Zamorano como puntero diestro, dejaban más posibilidad de subida a Quique Flores, pero, como en el caso de los zurdos, su labor como lateral seguía siendo principalmente defensiva. A sus 31 años, Míchel empezó siendo imprescindible. En un rol ofensivo parecido al que le hiciese vivir sus mejores momentos con el Madrid y la Selección a finales de la década pasada, partía desde posiciones centradas, tras los delanteros, cayendo al costado cuando Laudrup demandaba espacio o él decidía que la mejor opción era buscar el centro a los desmarques de la dupla de ataque. Dada su edad y la solidaridad defensiva que Valdano pedía a los atacantes, el entrenador trató de concienciarlo. “Míchel ha visto aumentada sus obligaciones. Le vamos a pedir que llegue a línea de fondo, que trace diagonales, pero también que cuando se pierda la pelota ocupe lugares defensivos”.

En la zona de elaboración, la ausencia de Redondo permitió que Milla tomase la manija. Como primer apoyo a los defensas en continuación y escudero de Laudrup, el antiguo “4” azulgrana cuajó dos meses sobresalientes. Jugando en escasos metros, Milla mantenía siempre la posición, daba los pases y ofrecía los apoyos adecuados en la salida, iba al corte requerido en los ataques rivales. Luis nunca se complicaba, siendo su objetivo hacer llegar lo más rápido y claro posible el balón a un Laudrup que, más adelantado, verticalizaría los ataques. Para Valdano tener a un Milla maduro de 28 años era una bendición. El pivote alcanzó tal nivel que la vuelta al once de Redondo a finales de octubre fue cuestionada. Sobre aquel relevo, Cappa trató de analizarlo con naturalidad: “La diferencia entre Milla y Redondo es que Milla era excelente y Redondo, un crack. Pero cuando Redondo no estuvo, Milla jugó de forma notable”.

Quizá el único futbolista de la alineación totalmente liberado de labores de recuperación de balón fuese Michael Laudrup. Dijo Valdano en una ocasión que, en su etapa en el Valencia, le fue imposible explicar a los futbolistas por qué Romario tenía que jugar sin entrenar, o por qué, cuando jugaba, no se le podía exigir la misma intensidad defensiva que al resto. Todo ello, decía, era porque existen determinados egos a los que conviene dar el beneficio de la particularidad, ya que, como dijo el propio Jorge de Messi, “cumplen su parte del contrato, ganándote los partidos”. Pero además del aspecto psicológico, existe uno puramente práctico, y es que conviene economizar las energías de esas piezas determinantes, centrándolas todas en crear ataques. Así que con Laudrup el Madrid había fichado un talento diferencial, que llegaba con 30 años y tras haberlo ganado todo en el máximo rival. “Laudrup tiene el privilegio de la libertad y debe asimilarlo según su criterio”. Valdano entendía que el danés sería capaz de encontrar su mejor juego por sí mismo, y se limitó a darle el hábitat y el puesto que consideraba óptimo para ello. “El futbolista talentoso necesita una posición en donde sus virtudes se sientan cómodas”, escribió en su Cuaderno europeo.

Cuando Laudrup faltó o cuando el marcador era favorable y pretendía reforzarse el centro del campo, Valdano apostó por sumar algo de perfil similar. Las ausencias del danés fueron cubiertas principalmente por Martín Vázquez en su posición originaria. Para el técnico, la principal diferencia entre ambos era esta: “Martín tiene un campo de acción más grande que Laudrup. Participa más en el juego. Pero es inimitable la capacidad de Laudrup para convertir en ocasiones de gol sus tres o cuatro intervenciones”.

Sobre todo para asegurar resultados, el entrenador también confió en otro canterano, como había confiado al inicio en Marcos y luego haría con Raúl o Dani. Sandro tenía 20 años y ese curso jugó 13 fechas de Liga. En palabras del míster, un “jugador proclive a crear sociedades”. Volviendo a su admiración por Maturana y dado el particular símil, no estaría de más recordar en este punto sus palabras hacia el colombiano, a quien definió como “un promotor de talento”.

Delante del 10, dos puntas móviles. Dadas sus cifras goleadoras y su intensidad como primer hombre defensivo, Zamorano se convirtió en fijo, partiendo desde la zona centro-derecha del área rival. Junto a él empezó Alfonso, de quien Valdano dijese que era “un futbolista muy técnico, capaz de hacer de todo”. Pero Alfonso arrastraba problemas físicos que le habían privado del Mundial y seguirían impidiéndole explotar como madridista. Dubovsky tuvo sus oportunidades, pero no las aprovechó y para final de año ya pedía su salida. Valdano justificaba su decisión diciendo lo siguiente: “En el verano él ocupaba la pole position de la carrera por la titularidad, pero luego el trabajo de cada uno alteró esa clasificación”.

 

A quien más perjudicó la exigencia física del sistema fue a Butrageño. Valdano lo había admirado cuando compartieron vestuario, pero en la propuesta actual la pareja de atacantes no podía esperar el balón al pie, sino que, además del carácter en la recuperación, se exigía constante movilidad, rupturas al espacio, cruces, caídas a los costados… El Buitre nunca había sido un delantero centro “luchador”, sino que era un fino estilista que se movía como nadie tanto en los espacios reducidos dentro del área como siendo parte ocasional de la elaboración, cuando retrasaba su lugar para poder servir juego a delanteros que percutían desde los costados, como Hugo Sánchez o el propio Valdano. Ya con 31 años y la nueva idea de juego, Butragueño no gozó de la titularidad en ningún momento. Escuchando a Valdano a su llegada, se podía intuir que no sería un buen año para el 7 blanco: “Tiene que recuperar poder físico y certeza. En los últimos años se le ha metido en la cabeza una duda”. A medida que avanzaba la temporada y seguía sin contar, Butragueño se mostró resignado, aceptó la realidad y dijo que estaba para lo que el técnico le necesitase. Valdano trató el tema con toda la sensibilidad que pudo. “Un jugador puede tener un lugar en la historia y no en la alineación”. “Lo de Butragueño lo llevo afectivamente mal, en el tema personal y profesional”. Pero trató de dejar claro que su único compromiso era con el equipo y que las ausencias del mito madridista se debían exclusivamente a cuestiones futbolísticas.

Ni Alfonso, ni Dubovsky ni Butragueño, por tanto. Antes de la llegada de Raúl, e incluso con su irrupción, el amo de la segunda vacante en la delantera pasó a ser el a priori secundario José Emilio Amavisca. “Jugador muy polivalente, con la izquierda como punto de partida. Rápido, incisivo y profundo”, en palabras del entrenador. Desde que se exhibiese en el estreno liguero cuando sustituyó a Alfonso, Amavisca solo fue creciendo. Tenía 23 años y su inagotable poso físico le permitía acabar bien todos los partidos, a menudo retrasando su posición para ocupar el lugar de un Martín Vázquez a quien le sucedía lo opuesto, que el físico se le quedaba corto. Precisamente el rendimiento de Raúl desde su debut hizo que las cosas variasen a medida que entraba la temporada. Amavisca comenzó los partidos desde el interior, en lugar de un damnificado Martín Vázquez, aunque actuando algo más adelantado y con labores más verticales y profundas que las asignadas a este. Lo cierto es que para abril, el rubio que empezó siendo indiscutible solo había jugado 9 partidos completos, siendo 5 veces sustituido, habiendo saltado al campo en otras 9 ocasiones y estado ausente en 3 citas. La nueva situación propició que Rafael se dejase querer por Johan Cruyff primero, y acabase fichando por el Dépor. Sobre lo recurrente de usar a Amavisca en esta posición interior, habló Cappa recientemente: “Pensamos que tal vez con un poco de pausa Amavisca habría jugado un poco mejor, pero ahora con el paso del tiempo creo que tal vez no era un jugador de pausa. Si se paraba, jugaba peor. Era mejor en carrera”. Definitivamente, el enjuto zurdo tenía genes de delantero.

 

 

Haber usado como titulares a Míchel y Milla en la primera mitad de curso conllevó unas particularidades al juego que, con el ingreso de un Lasa que permitió adelantar a Luis Enrique y con la recuperación de Redondo, cambiaron. Míchel no rompía al área para marcar, sino que apoyaba en horizontal para tratar de asistir a los delanteros. Por su parte, Lucho hacía lo opuesto, transitar en defensa y percutir en ataques, ofreciéndose como una opción más de asistencia para un Laudrup encantado de ello. “No concentremos el gol en Zamorano, sino también en la llegada de los centrocampistas”, avisó el técnico.

A finales de septiembre se jugó la vuelta de la eliminatoria UEFA contra el Sporting de Lisboa, y Míchel fue al banquillo por primera vez en una década como madridista. Valdano acometió el tema de la siguiente manera: “Se debe a una cuestión táctica. Quiero más agilidad en las bandas. Con Luis Enrique quiero provocar opciones en los últimos metros, gente que llegue sin balón al área”. Hasta el partido en que se dio esa variante, que acabó en derrota, el equipo llevaba 18 sin perder y había marcado en todos. Parecía un cambio puntual, pero acabó mostrando lo que el Madrid propondría para la segunda mitad de temporada. A inicios de diciembre, Míchel se lesionó gravemente los cruzados de la rodilla izquierda en Anoeta, lo que le dejó fuera el resto de curso. Su ausencia facilitó la transición, pero a juzgar por sus declaraciones en Lisboa, Valdano ya había decidido cambiar en la victoria, como dice su admirado Bielsa que en realidad hay que hacer los exámenes.

Por su parte, el cambio Redondo por Milla dio otro plus de riesgo en ataque. El argentino había sido definido por su entrenador como una bestia defensiva, pero con ello quiso referirse más bien a sus condiciones atléticas y a su capacidad para el robo que a la pura posicionalidad. El ancla de Milla dejó de estar ahí, firme tras Laudrup, y Redondo se aventuraba más en paredes ofensivas con Michael o Martín Vázquez (¿nuevas pequeñas sociedades?) tras recuperación de balón. Precisamente así llegó el gol de Amavisca en el partido contra del Deportivo que decidió el título, en la fecha 36. Sea como fuere, Redondo se animaba, pero tácticamente también era un jugador superior, por lo que el mediocentro, aun con matices, seguía bien protegido. El argentino volvería a estar ausente para los meses de enero y febrero, y Milla tendría la oportunidad de volver al once, siendo así parte clave, entre otras victorias, del 5-0 encajado al FC Barcelona.

 

Recuperación del título de Liga y revancha de manita al Barça aparte, la mejor noticia que Valdano dejó para la historia blanca fue su confianza en Raúl. A los 17 años, el que fuese canterano rojiblanco había empezado el curso goleando en la tercera categoría y subido a Segunda con el Madrid B un único partido para, acto seguido, estrenarse en Primera como titular, arrebatando así a Martín Vázquez el orgullo de ser el futbolista más joven en debutar con el Real Madrid. El estreno se produjo el 29 de octubre del 94, en la novena jornada liguera, contra el Zaragoza. Con Martín ausente, Amavisca ocupó su lugar, mientras que Butragueño esperaba en el banquillo y Alfonso junto a Dubovsky en la grada. Pese a que el duelo acabó en derrota y Raúl sumó una asistencia pero tres fallos claros, Valdano no dudó: “El que quiera comerse el mundo, tiene permiso. Soy de los que el futbolista lo es a los 17 años”. “Raúl fue el mejor jugador de mitad de campo hacia delante”, comentó en rueda de prensa.

El tiempo no tardaría en darle la razón al míster, ya que, nuevamente titular, el siguiente partido Raúl provocaría el penalti del 1-0, asistiría el segundo y abriría su cuenta goleadora con el tercero del 4-2 definitivo frente al equipo que lo había visto crecer, el Atlético de Madrid. Bien como titular o bien como alternativa a Amavisca, la duda inicial de quién sería el acompañante de Zamorano estaba resulta: Raúl había llegado para quedarse.

Ya con Raúl en liza, para aquel mes de octubre la UEFA seguía su curso. Tras eliminar al Sporting de Queiroz y Figo, Valdano decidió aprovechar la competición europea para dar minutos a los suplentes. Así pasó la ronda contra el Dinamo Moscú y así fue eliminado en octavos contra el Odense. Tras ganar 2-3 en la ida jugada a finales de noviembre, el entrenador confió en Cañizares, Alkorta, Butragueño y Alfonso para la vuelta en el Bernabéu. Aquel 6 de diciembre el Madrid volvió a ser mucho mejor que su oponente, pero el balón no le entró y acabó encajando dos goles en los minutos 70 y 90. “Nos costó la circulación. Siempre había una pierna, un cuerpo… El último gol llega en el último instante, cuando no nos da tiempo a la reacción heroica. Y sin merecerlo”, declaró un Valdano que parecía haber soñado con una de sus gloriosas noches europeas como jugador blanco. Ciertamente fue una de esas eliminaciones extrañas, que afectó a la imagen del equipo pero sobre todo a un Butragueño que, habiendo sido por primera vez titular ese año contra el Dinamo y teniendo la posibilidad de resarcirse de su floja actuación aquel día, acabó sustituido por Dubovsky, sin gol y sin aplausos de su grada.

Analizando el estado del equipo a esas alturas de curso, Cappa apuntó lo siguiente: “Hay que creer en el toque, en la distracción y en la larga elaboración de las jugadas. No confundir la paciencia con la lentitud. Hay que acelerar en los últimos metros, es nuestra asignatura pendiente”. Y ciertamente aceleraron.

Pese al drama UEFA, el conjunto siguió en línea ascendente, sumando 5 victorias y 2 empates hasta febrero, cuando cayese contra el Valencia en su primera ronda de Copa. Entre esas victorias estuvo la mítica revancha contra el Barça del 7 de enero del 95, que Zamorano aprovechó para certificar su nivel con un hat-trick, Milla para volver a mostrarse tan válido como Redondo o Raúl para disipar dudas de que a los 17 años él sí era un jugador hecho.

Con el cambio en el once de Amavisca por Raúl, el Madrid ganaba movilidad e intensidad en toda la franja de ataque. El joven se mostraba incansable presionando y corriendo horizontalmente a la espalda de Zamorano. En un sistema que ahora buscaba más profundidad por las alas con Amavisca y Luis Enrique en lugar del mayor control de los Martín Vázquez y Míchel, la compensación por dentro con Raúl fue imprescindible.

Así las cosas, para inicios de junio el Madrid llegaba líder a la antepenúltima fecha doméstica, con la posibilidad de cantar el alirón en el Bernabéu, precisamente contra el segundo clasificado, un Deportivo de la Coruña dirigido por Arsenio Iglesias y liderado por Fran y Bebeto que había perdido la última Liga a lo Madrid de Floro, en un suspiro y en favor del Barça de Cruyff.

Una fecha antes los del Valdano habían sido derrotados en el Camp Nou, lo que parecía dar vida al Dépor. Formando el 4-4-2 más clásico de aquel curso, con Martín Vázquez dentro y Amavisca de segundo delantero, Valdano encaró la cita ante un rival que se pertrechaba atrás con cinco defensas con la misma valentía que le caracterizó todo el año. Y el fútbol le respondió tanto como la honestidad. El título de Liga llegó con una asociación en corto de Redondo y Laudrup que acabó con pase al espacio del argentino, tras ruptura a la espalda del central marcador de Amavisca. Y llegó con Zamorano fulminando la red de Liaño, otra simple víctima más de su diestra. El título de Valdano llegó como él había pensado que llegaría, jugando con personalidad, arrojo, ingenio y contundencia. Tras cinco años de sequía, el 3 de marzo de 1995 el Real Madrid volvía a ser campeón de Liga, acabando de paso con la hegemonía del máximo rival.

 

La dura despedida

La temporada siguiente persistieron los problemas económicos. Mendoza permitió la salida de Alfonso al Betis y a cambió concedió el fichaje de un Freddy Rincón de 29 años que Valdano había pedido tras verlo en la Copa América. Por el contrario, para paliar las marchas de Dubovsky, Butragueño o el propio Alfonso en ataque, se acabó repescando a un Esnáider que no mejoraría las carencias de los anteriores. Ya con Raúl como indiscutible estrella, el equipo mantuvo una estructura cuya media de edad estaba en 30 años. Demasiada veteranía para tanta exigencia. Y hablando de exigencia física, el Madrid de Valdano acabó siendo apisonado en Europa por un joven, imponente y mecánico equipo, el Ajax de Louis van Gaal reciente campeón. Un conjunto que daba un paso más a la robótica de Sacchi a la que se refirió Jorge en su libro, ya que dentro de su fútbol de libreta, los holandeses priorizaban el buen trato de balón y el ataque. La crisis institucional que acabaría con Mendoza fuera del club se llevó antes por delante a Valdano y Cappa, que superarían la fase de grupos de la Champions League pero no una nueva caída en Copa del Rey. En esa vorágine destructiva, un entrenador de conceptos clásicos como Arsenio Iglesias empeoró lo ofrecido por el argentino, y el equipo acabó sexto. Un año después, precisamente Capello, continuador de Arrigo Sacchi en el AC Milan que fulminase al Barça de Cruyff en la final de la Liga de Campeones del 94, tomaría el mando para formar un Real Madrid grupal, sólido y ganador. Definitivamente, llegaban tiempos modernos.

Anterior entrega: El Real Madrid de Jorge Valdano (1ª parte)

“¿Entonces, quién puede ser un entrenador ideal para el Real Madrid?”, preguntó Mendoza.

“Indiscutiblemente, yo”, contestó un Valdano que para finales de los ochenta hacía pinitos en el filial madridista.

“Pues vete, consigue experiencia y, si me la demuestras, esta casa te estará abierta”, concluyó el presidente.

Un lustro después, es probable que cuando el entrenador argentino dijo aquello de "espero devolverle algún día al Madrid todo lo que le he quitado" oliese que llegaba su momento. La declaración se dio tras la sonrojante derrota de los blancos contra su Tenerife en cuartos de Copa. "Un 0-3 es suficiente. Esto es el Bernabéu y era una ocasión para hacer historia", zanjó para la prensa.

Al reciente mérito cosechado por Valdano se sumaba la mala situación que Benito Floro vivía en el club capitalino para febrero del 94. Para aquellas, Jorge ya había rechazado dirigir a los merengues en 1992 cuando, tras arrebatarle la primera de las dos Ligas, un Ramón Mendoza a quien en esta ocasión le bastaron ocho partidos de experiencia, quiso que rescindiese su contrato con los isleños para tomar el puesto que dejaría Radomir Antic. “Me hizo una oferta en la que me brindaba amplísimos poderes. Pero la rechacé”, confesó Jorge en el libro Sueños de fútbol. El entonces novel técnico, dejándose llevar por la ilusión de la propuesta de uno de los clubes de su vida, pudo haberse reunido con Javier Pérez para negociar una salida, injusta pero en cierto modo lógica, hacia la capital. Pero no lo hizo. “Me quedo en Tenerife y, además, me quedo a gusto; aplazo la posibilidad de llegar al Real Madrid”.

El tiempo premió su decisión, otorgándole victorias tan prestigiosas e históricas como difíciles de digerir sentimentalmente para alguien como él. Ahora, a un tiempo iban finalizando la temporada 93/94 y el contrato que vinculaba a Jorge Valdano con el CD Tenerife. El aplazamiento llegaba a su fin, esperaba la casa blanca.

 

La llegada

Con cuatro victorias consecutivas en Liga a partir de la citada caída en Copa del Rey, Floro parecía recuperado. Pero el juicio en torno a los resultados es peligroso, e igual sirve para justificar que para condenar. Un empate nuevamente contra el Tenerife, un 0-1 como local en la ida de cuartos de la Recopa contra el PSG y la trágicamente recordada derrota contra el Lleida en la que el entrenador perdió los estribos en el vestuario, precipitaron su rescisión contractual. Del Bosque tomaría las riendas del equipo lo que restaba de temporada, pero aquella misma noche del 6 de febrero ya sonaron los posibles relevos a medio plazo.

El primero de la lista pareció ser precisamente Artur Jorge, entrenador en alza que dirigía al PSG de Ginola y Weah y había ganado a los blancos dos años seguidos, pero las negociaciones no llegaron a buen puerto. Y ahí entraron en juego las dos alternativas asequibles, de similar propuesta futbolística y parecida relación anterior con el Real Madrid. Y es que, como Valdano, su admirado Pacho Maturana había estado cerca de ser nombrado entrenador madridista poco tiempo atrás, llegando incluso a firmar en 1991 tras la salida de Di Stéfano. En este caso, solo el buen hacer del relevo supuestamente circunstancial, Antic, impidió que el contrato del colombiano se hiciese efectivo.

Tras las negociaciones, la balanza se volcó hacia el lado del argentino. Para abril de 1994, Jorge Valdano sería anunciado como nuevo entrenador madridista por los dos siguientes cursos. Del Bosque volvía a las inferiores habiendo posicionado al equipo en UEFA, dejando su opinión para la revista Don balón sobre su sucesor inmediato: “Valdano encaja con mi idea del entrenador ideal del Madrid, ya que da buena imagen, es un gran chaval y tiene condiciones”. Y es que al de Las Parejas le llegaba la alternativa con solo 38 años.

 

La propuesta

Tras prometer "trabajo y esfuerzo" y asegurar que no se permitiría aburrirse, Valdano dejó claro que con su confianza en la dupla que formaba con Cappa, el Madrid apostaba por el balón. "Mi estilo está claro. Mi idea puede fracasar, pero seguro que no cambiará". Con palabras como "estilo" o "idea" el técnico trataba de englobar un fútbol ordenado atrás, solidario e intenso en la presión, valiente y calmado en la elaboración, ingenioso y libre en la creación, vertiginoso e incisivo en el ataque.

Para mediados de los noventa, Benito Floro era considerado "el pequeño Sacchi" por ser, en cierto modo, un seguidor de varias de las ideas del revolucionario italiano. Y a medio camino entre la admiración y la crítica, Valdano escribió en sus Cuadernos cosas así del juego de Sacchi: Si al fútbol se jugara con robots, Sacchi nos ganaría a todos. La dictadura del movimiento de Arrigo Sacchi hace de la Selección italiana un equipo simétrico que juega a un alto voltaje. Parece más ambicioso cuando no tiene el balón que cuando lo recupera; en cualquier parte del campo te aplastan con una presión insoportable que requiere de una fuerte inversión de energía física y mental (…) Si Baggio formara parte de ese equipo seguramente no sería feliz, como no lo sería Del Piero, que ayer aguantó en el campo medio tiempo haciendo tareas que no siente y tampoco sabe cumplir (…) Si no es fácil jugar (disfrutando) en un equipo de Sacchi, menos fácil aún es jugar en un equipo rival.

Con Arrigo como bandera, en la última década del siglo XX el fútbol europeo entraba en un tacticismo cada vez más radical. Con este nuevo paradigma, los entrenadores y las tácticas pasaban a ser lo más importante, limitándose el talento de los futbolistas creativos por las rígidas consignas grupales. Para los técnicos modernos, los equipos habrían de funcionar mecánicamente, como máquinas bien engrasada. La alta competitividad que fueron adquiriendo clubes europeos como el propio AC Milan hicieron que el fútbol sudamericano se contagiase de ello, llegando a Brasil entrenadores como Lazaroni o Parreira, o luego Passarella a Argentina. Pero un purista de la esencia nacional de La nuestra como Jorge Valdano, insistió en su negativa a pasar por ese aro: "No hay que olvidar que el fútbol es de los futbolistas". El buen fútbol existe, y la materia prima son los buenos jugadores, anotó en su Cuaderno europeo.

En el equipo de Floro el técnico argentino había detectado varios de los problemas que, según su manera de pensar, ningún equipo que aspirase a la gloria podía permitirse. Exceso de táctica y balón largo, cierta cobardía en la propuesta, precipitación, descontrol de los partidos o falta de relación creativa entre los futbolistas. "Al fútbol se juega bien o se juega mal", había dicho Menotti y repetido su discípulo en muchas ocasiones. Y para Jorge, jugar de ese modo no era hacer buen fútbol, ni por tanto un fútbol efectivo. Y es que lejos de lo que pudiese parecer al escuchar su verbo o leer su pluma, Jorge no era solo un romántico defensor de la estética, sino que creía en su filosofía como la más práctica. Sabía que los tiempos cambiaban y que los equipos se tenían que ir adaptando para competir, pero su única premisa era dar prioridad al talento natural. La suya era una fe inquebrantable en el genio como camino adecuado hacia la victoria. El sistema y la presión sofocan la creatividad: solo queda confiar en la capacidad de supervivencia del instinto para escapar a esa trampa. Escribió. Por fortuna, la ausencia de títulos importantes los años previos a su llegada a Madrid estaba de parte de su teoría.

 

La planificación

El Real Madrid acabó cuarto en Liga y varios de los jugadores supuestamente determinantes rindieron muy por debajo de lo esperado. A su llegada, Valdano declaró que la renovación de la plantilla era absolutamente necesaria. "Mi objetivo es apuntalar de mitad de campo hacia delante, y apostar por la creatividad".

La importancia de los fichajes extranjeros antes de la Ley Bosman era capital, por lo que estos no tardaron en ser señalados. Reuniéndose con ellos personalmente, el entrenador descartó a un mermado e individualista Prosinecki, que aceptó la decisión y partió para Oviedo, confió en el infrautilizado Dubovsky y comunicó que no contaba con él a un Zamorano que había bajado alarmantemente a 11 goles las cifras ligueras que lo trajeron al Madrid para hacer olvidar a Hugo Sánchez.

"Yo estaba empeñado en traer a Cantona, lo que dejaba fuera a Zamorano, quien no quiso irse. Dijo que se iba a quedar a ganarse el puesto", recordó el segundo entrenador Ángel Cappa recientemente para la revista Jot Down. Y así fue, la reunión con el por aquel entonces mejor jugador de la Premier, Eric Cantona, llevada a cabo el 14 de mayo, no fructificó. El plan B era Rubén Sosa, que a mediados de junio pareció prácticamente hecho pero que finalmente tampoco aterrizó en España. En un club que llevaba cuatro años sin ganar, la ruptura de las distintas negociaciones tenía denominador común: incapacidad económica. Así que, dadas las circunstancias, el descartado Zamorano acabó teniendo su oportunidad.

En un reportaje para Real Madrid TV, Iván relató su situación: "Valdano fue de frente y me dijo que no me iba a necesitar. Al final me subí el último al avión de la pretemporada. En el primer entreno en Nyon, Valdano se puso de jugador con el equipo rival, yo lo tiré de una entrada para sacarle el balón con garra. "Ché, boludo, ¿siempre entrenás así o solo cuando odias a un entrenador?", me dijo. “Yo siempre entreno así, y más cuando tengo un sentimiento importante dentro”, le contesté. Ahí se dio cuenta de que conmigo se había equivocado".

En relación a las salidas, quizá el caso de Amavisca fuese el más curioso. El extremo izquierdo había cuajado tres años a gran nivel, primero en el Lleida y los dos recientes en el Valladolid. Tenía aún 23 años y el Real Madrid ejerció su opción comprar con vistas a cederlo, supuestamente al Celta. Cappa dijo más tarde que su caso no fue similar al del delantero chileno, sino que lo de que estuviese descartado había sido más invención de la prensa que realidad. Pero el propio Amavisca declaró lo siguiente: "Como Iván y yo teníamos la misma situación, nos unimos. Dijimos que teníamos que revertir la situación en pretemporada. Yo no tenía ni casa para quedarme, y estuve viviendo alrededor de dos meses con él". A diferencia de Zamorano, Amavisca empezó la Liga suplente, pero igual que aquel, poco necesitó para ganarse el puesto. "En el estreno contra el Sevilla se lesionó Alfonso, entré e hice un gran partido".

En adelante, los descartados se convertirían en los principales activos en ataque del equipo. Zamorano definió su relación así: "Nos transformamos en dos amigos, y eso se notaba en el campo. Prácticamente el 90% de mis goles venían de un pase de Emilio".

Sobre los futbolistas con instinto, Valdano escribió: "Son egoístas, calculadores, obsesivos. ¿Defectos? Al contrario: virtudes de goleador".

Al final de año, 31 goles para Zamorano y 11 para Amavisca. El entrenador estaría encantado de haber rectificado.

En la retaguardia, Ramis fue parte de la operación por Redondo y tomó un vuelo sin retorno al Tenerife. Antes que Iván, el descartado central Nando había sido la petición principal de los tinerfeños, pero rechazó salir y se mantuvo en la plantilla, sin tener minutos. Por su parte, los porteros Jaro y Cano marcharon a Betis y Celta respectivamente.

En el capitulo de altas, Valdano dio luz verde al cierre de las negociaciones que Mendoza tenía adelantadas con un Laudrup que había quedado libre. Pese a que cumplía 30 años, la llegada del danés acabaría siendo todo lo importante que, a juzgar por el gusto del entrenador, se podía prever. También rozando la treintena, Quique Flores había cuajado un buen curso con el Valencia e, igual que Michael, finalizaba contrato. El nuevo técnico lo vio óptimo para un lateral derecho que, con el hándicap de la veteranía de Chendo, venía siendo ocupado por unos Nando o Luis Enrique fuera de sitio. Y tampoco se equivocó. Para Cappa, así como Chendo era “extraordinario en la marca”, Quique fue “un lateral muy intuitivo, de los más completos que había”.

En la portería, tras pasar por las inferiores madridista años atrás, Cañizares había estado a tal nivel en el Celta finalista de Copa que se ganó tanto un puesto en el Mundial de USA ´94 como una nueva oportunidad en el Madrid. Fue repescado para sustituir a Buyo, que ya sumaba 35 años. Por desgracia para él, el veterano guardameta firmó mejor pretemporada, por lo que el relevo generacional en el arco no se produjo. Buyo siguió siendo indiscutible, cuajando una campaña soberbia.

Pero la principal exigencia de Valdano y Cappa fue Fernando Redondo, eje de su exitoso Tenerife. Se trataba de una operación económica complicada para unas arcas sin demasiado caudal, pero ellos hicieron ver a Mendoza que su fichaje era imprescindible, hasta que consiguieron contar con él. Los halagos de ambos técnicos hacia el "5" argentino han sido constantes. "Redondo era extraordinario. De los mejores que yo he visto en ese puesto. Tenía una convicción futbolística a prueba de balas. Le gustaba la pelota. Se cuidaba", destacó Cappa. "Redondo es ideal para transmitir los conceptos que queremos introducir en el equipo. Está capacitado para la distribución, tiene personalidad para dar un grito y reclamar el balón o facultad para recuperar", lo definió Valdano.

Salvo que tengas más de 70 años y acudieras asiduamente al campo de Chamartín, no tendrás un recuerdo nítido del primer 5-0 liguero que el Madrid le endosó al F.C. Barcelona. Fue el 25 de octubre de 1953, Di Stéfano acababa de aterrizar en el fútbol español y desde apenas unos días antes ya era a todos los efectos jugador blanco después del affaire por su traspaso entre las dos entidades. Era el quinto partido de Liga de la ‘Saeta Rubia’ y el día en el que demostró a la parroquia blanca de lo que era capaz sobre un terreno de juego. Enfrente estaba el cuadro culé de las ‘Cinco Copas’, un equipo magnífico que venía de lograr dos dobletes nacionales en las dos temporadas anteriores.

Sin embargo con el fichaje de Don Alfredo las tornas cambiarían y el Madrid, que no conquistaba una Liga desde antes de la Guerra Civil, volvería a la senda de los títulos. Fundamental fue aquel Clásico, puesto que el conjunto capitalino ya no soltaría el liderato en todo el Campeonato Nacional. En la primera parte los merengues fueron un vendaval de fútbol y ocasiones, y consiguieron cuatro tantos, uno de Di Stéfano tras asistencia de Atienza, dos de Roque Olsen y otro de Luis Molowny. En la segunda mitad y a cinco minutos de la conclusión la ‘Saeta’ firmaría la manita. Por fortuna el NO-DO pudo dejar huella de lo acaecido y aún hoy en día disfrutamos de las imágenes del partido. De aquel choque y de ambas formaciones titulares únicamente queda con vida el arquero Pazos, aunque en la plantilla madridista ya estaba Gento y además Pérez Payá fue muy utilizado por el técnico charrúa Enrique Fernández.

Por otro lado, los nacidos a partir de 1950 y hasta finales de los años 80 recordarán siempre la manita obtenida ante los culés una fría noche del 7 de enero de 1995. El duelo fue retransmitido por Telemadrid, que entonces tenía los derechos de la competición liguera, y el encargado de poner voz a los cinco tantos era el mítico narrador de la cadena madrileña José María del Toro.

El ‘Dream Team’ de Cruyff penaba por los campos y el Madrid, dirigido por el dúo argentino formado por Valdano y Cappa (hoy en día comentaristas deportivos), llevaba una temporada fabulosa. Habían llegado Redondo del Tenerife, Quique Sánchez Flores del Valencia, Amavisca del Real Valladolid y Michael Laudrup, precisamente del Barça, del que salió mal y enfrentado con el entrenador neerlandés.

Cinco puntos sacaban de ventaja los blancos a unos blaugranas que ocupaban el cuarto lugar con unas sensaciones horribles. Además y como casi siempre que visitaba el Bernabéu a Cruyff le daba un ataque de entrenador y cambiaba la táctica o sus decisiones técnicas eran indescifrables. Esta vez le tocó a Romario, que fue suplente tras unas declaraciones en las que señalaba el deseo de volver a su país. También puso a Bakero en lugar de Nadal para marcar a Laudrup y fue titular el joven Eskurza.

Por su parte Valdano confió en su once tipo con el joven prodigio Raúl, haciéndose ya un hueco en las alineaciones, y Milla formando en el mediocampo al estar Redondo lesionado. Desde el inicio se vio a un Real Madrid con un ritmo y una presión altísima. Con sangre en los ojos querían devolver el 5-0 sufrido meses atrás en el Camp Nou y Zamorano cimentó las esperanzas con un sensacional hat-trick en 40 minutos. Justo antes del descanso Stoichkov decidió que él no quería sufrir más sobre el césped y se borró de la contienda al realizar una entrada cobarde sobre Quique Sánchez Flores que le costó la roja.

En el descanso, en el vestuario local solo se hablaba de una cosa: “Hay que meterles cinco”. A los 68 minutos Martín Vázquez que había entrado por Raúl desborda por la banda derecha y mete un centro milimétrico que Zamorano envía al palo, sin embargo el rechace le cae a Luis Enrique que fusila a puerta vacía. El asturiano celebra con una rabia inusitada el gol sin saber que pocos meses después sus colores y su camiseta cambiarían de signo para siempre. Restaban veinte minutos todavía y un gol por anotar. Pero los blancos no permitieron respirar a un Barcelona ‘groggy’ y sobrepasado por el extraordinario ambiente que se respiraba en el Bernabéu con 110.000 personas en las gradas. Apenas pasaron unos segundos del saque de centro cuando los merengues robaron el balón en las cercanías del área culé, Zamorano cogió el esférico y asistió a Amavisca para que empujase el balón a las mallas y entrase de esta forma en la historia de los Clásicos.

El sueño se había cumplido y el resto del encuentro fue dominado con suma facilidad por los madridistas hasta el pitido del trencilla Santamaría Uzqueda. La campaña electoral que se empezaba a calentar con Ramón Mendoza, Florentino Pérez, Santiago Gómez Pintado o Juanito Navarro como candidaturas más importantes fue aparcada varios días para gozar de una victoria majestuosa e histórica. Cinco meses más tarde se cantó el alirón contra el Deportivo de la Coruña y el equipo merengue recuperó el cetro de la competición doméstica después de cuatro años de sinsabores.

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