Las mejores firmas madridistas del planeta

Cayó la vigésima copa en la prolífica “era Laso”. En 9 años. A más de dos trofeos de media por año. Cifras colosales que colocan el palmarés a tiro de piedra del de Lolo Sainz (22) y ya nada lejos de los 25 títulos de Pedro Ferrándiz.

Nadie podía pensar estas estadísticas de locura en 2011, cuando Pablo Laso, antiguo jugador de la casa (como su padre Pepe), aterrizaba en una sección a la que medio madridismo daba por medio enterrada.

No ha habido ni una sola temporada sin alzar trofeo desde entonces. Y la 2020-21 no será una excepción ya que la Supercopa de este año vuela a estas horas desde Tenerife con rumbo a las pobladas vitrinas del Paseo de la Castellana.

No fue fácil. Ningún triunfo lo suele ser. Tras la intensidad que puso el equipo el sábado noche ante los anfitriones, tocaba vérselas con el nuevo proyecto del Barça, liderado por Saras Jasikevicius, y con la reciente incorporación del base Calathes para formar una plantilla temible, al menos en cuando a nombres y a ceros en las fichas.

Pese a las bajas de Higgins y de Kuric, los madridistas no conseguían despegarse en el marcador, y eso que Deck cargó de personales pronto a Mirotic y le aburrió con una defensa limpia pero aguerrida, anteponiendo siempre su dinamismo e intensidad a la envergadura del ex-madridista.

Los primeros dos cuartos nos ofrecieron la mejor versión del fichaje Alberto Abalde, que acompañó a los argentinos Deck y Campazzo en el liderazgo del equipo, junto a buenos momentos de Trey Thompkins. El gallego se ha revelado como un jugador versátil, capaz de hacer de todo: rebotear, defender, penetrar, asistir y tirar y siempre sin complicarse la vida. Si la marcha de Campazzo, al banquillo, conllevó a un descenso del ritmo del equipo, la ausencia de Deck supuso el momento estelar de Nikola Mirotic, que junto al buen hacer de Calathes y de Davis, lograron que su equipo se fuese al descanso con su primera ventaja en todo el partido, 31-32.

En un terrible duelo de defensas, los de Saras llegaron a ponerse 5 arriba en el tercer cuarto. Pero los nuestros no bajaron los brazos y tras un festival de triples fallidos por ambas partes, voltearon el marcador, de nuevo con un brillante Alberto Abalde al frente, acabando 50-49 a falta del último cuarto y con todo por decidir.

El 0-7 de parcial que nos infligieron los azulgranas , en el último cuarto, pudo haber resultado decisivo ya que costaba un mundo anotar. Pero Facundo Campazzo, otra vez él, sin descansar tan solo un momento en el segundo tiempo - Laprovittola no volvió a aparecer en cancha desde los minutos jugados en el segundo cuarto y Llull parece asentarse como escolta - se echó todo el equipo a su mochila y los 6 puntos de diferencia desaparecieron del marcador por obra y gracia del argentino. Los últimos minutos fueron agónicos, con multitud de tiros libres fallados por ambas partes - Mirotic falló de nuevo en un momento crucial uno de dichos lanzamientos - hasta que llegó la hora en la que deciden los más grandes y, cómo no, volvió a emerger la figura gigantesca de Rudy Fernández que, con un par de acciones defensivas extraordinarias, de nivel NBA, contrarrestó los últimos intentos ofensivos azulgranas culminados con un robo espectacular a Ádám Hanga.

72-67 finalmente, un tanteo exiguo para un partido inusualmente intenso para la altura de (pre)temporada en la que estamos, pero que refleja que el equipo que más apretó y que más creyó en la victoria se la pudo llevar finalmente.

Enhorabuena por los 20 títulos de Pablo, que también son los 20 de Rudy, sin duda el jugador más importante del siglo - junto con Llull - de nuestro club. Las llegadas de Laso y de Rudy cambiaron la tendencia de nuestra gloriosa sección, que sigue siendo tan abrumadoramente dominadora como aquellas de los años 60 y 70 del anterior siglo. Queda trabajo por hacer y adversidades futuras que resolver, sin duda, pero este equipo ha demostrado que un espíritu ganador no se basa solo en la calidad de los jugadores sino en una gestión y un trabajo que ha ido calando durante más de una década y que ya forma parte de ese vestuario, siempre, hasta las últimas consecuencias. Con esa certeza siempre creeremos en ellos.

Como introducción: siempre critiqué a los que tradujeron Saving private Ryan como Salvar al soldado Ryan y no como "Salvad al soldado Ryan”, haciendo un mal uso del infinitivo como imperativo, pero alguien una vez me sugirió que el nombre de la misión y su fin era el de salvar al soldado Ryan y que no debía entenderse como un mandato u orden. Bueno, no me convenció así que para que no queden dudas este artículo se titula Salvad al soldado Carroll como un imperativo categórico, que según Kant es un mandamiento autónomo y autosuficiente que ha de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones.

¿Exagerado? Para nada. Nuestro soldado Carroll, Jaycee, Don Carroll o Yeisi para los mortales, no milita en la compañía Charlie del segundo batallón Ranger, ni actúa bajo las órdenes del capitán John H. Miller. Nuestro Carroll actúa bajo el mandato divino de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,  bajo el mandato humano de Pablo Laso Biurrún, y camina por la tierra con el corazón partido entre Madrid y Utah.

En Madrid, desde que en el verano de 2011 fuera reclutado por el equipo blanco, ha ganado 2 Euroligas, 5 Ligas ACB, 5 Copas del Rey, 5 Súper Copas de España y una Copa Intercontinental FIBA. 18 títulos en 9 años, más lo que pueda surgir. Yeisi (vamos a tomarnos cierta confianza pese a lo trascendente del asunto) ha sido en estos años todo un referente en el ataque del Madrid, un francotirador que con un ágil movimiento apuntaba, tiraba y anotaba, haciendo sonar la red de esa manera que a los que hemos jugado al baloncesto nos encanta escuchar, ese leve susurro del balón entrando en la canasta sin rozar el aro: shhhhh, justo antes de que, sin darse cuenta, el rival está sacando de fondo y con tres puntos más en su contra.

Hay algo de mágico e inevitable cuando Yeisi coge el balón para lanzar a canasta. Da igual que el pase sea medido o que le llegue el balón a la altura de los pies; él lo recoge, ejecuta un movimiento lumbar, da un salto y, mientras todo eso sucede, su brazo y su antebrazo han formado un ángulo de cuarenta y cinco grados a la vez que su muñeca envía la pelota hacia el aro contrario. El resultado suele ser ese shhhhh del que ya les he escrito. Recuerden el final del segundo partido del playoff de la liga del año pasado y podrán visualizar toda la descripción de este proceso.

Carroll es mucho más que un tirador; ha modificado su físico para aplicarse tanto en defensa como para, en ataque, poder soportar el acoso de jugadores más grandes y fuertes que él. Ahora Yeisi entra en la zona como un ciclón, sin miedo al choque, consiguiendo muchas opciones de 2+1, y defiende al nivel que Laso exige, que no es poco decir. Pero desde noviembre Yeisi no es el mismo. Ha perdido parte de la magia que le rodeaba. Ha pasado de mostrar su eterna sonrisa a instalarse sobre él una sombra de melancolía. Sus porcentajes de acierto han bajado y el club le dio permiso para pasar las navidades en Utah pese a que ni liga ACB ni Euroliga pararon.

Se escucha en voz baja que se retira, que no soporta vivir separado de su familia con un océano de por medio. Se susurran nombres para sustituirle, el de Ryan Broekhoff, compañero hasta hace poco de Doncic en Dallas y al que Luka ya habrá adoctrinado en la fe madridista, o el de Axel Bouteille, que tras ver pasar al Madrid en esta Copa del Rey estará deseando cambiar el negro por el blanco. Pero nos negamos a creer que nuestro Yeisi se vaya. Y si hay que traer ladrillo a ladrillo su mansión de Utah hasta algún terreno baldío de Valdebebas para que su familia esté aquí, pues habrá que traerlo. Todo esfuerzo será poco para nuestro Yeisi.

Es más, agarrémonos a su fervor religioso para que su dios le haga ver que como aquí no se está en ningún sitio y que de Madrid al cielo. Que la lejana Utah puede esperar. “Yeisi quédate, Yeisi quédate”, se gritaba en el Martín Carpena de Málaga el pasado domingo tras ganar la Copa del Rey con 20 puntos y cuatro triples de su cuenta. A ello respondió diciendo sentirse "muy agradecido" por el cariño de los aficionados y terminó aseverando que "hay mucho baloncesto por delante". Esperemos que ese baloncesto siga dejándose ver por Madrid, de blanco y con el 20 a la espalda. Camino de los 37 años, al bueno de Yeisi todavía nadie le puede parar.

 

A riesgo de que el amable lector no siga leyendo, me atrevo a comenzar este escrito diciendo que no hay novedades significativas en la última victoria del Real Madrid de Pablo Laso. Es el mejor y ya está. Y nada más, como nos gusta cantar o escuchar a los madridistas. Es un hecho cierto que este equipo está acostumbrado a los grandes momentos y cuando se encuentra en ellos siempre cumple. Diríamos que son personas cumplidoras, obedientes con sus obligaciones que vienen impuestas por la pertenencia a un club cuya tradición lo exige.

En muchas ocasiones en las últimas temporadas se ha puesto en cuestión el rendimiento del equipo o de los jugadores; me imagino que, a consecuencia de la inveterada costumbre española de la charla aguda, o debido al aburrimiento de temporadas tan largas y anodinas como las del baloncesto actual. Hasta los propios entrenadores de la Liga Endesa dieron por vencedor al Barcelona, como si no hubiera sido vapuleado en fechas cercanas a la Copa por el propio Valencia Basket al que, en aquella ocasión, se le atragantan los últimos cinco minutos. No se le “hicieron bola” en los cuartos de final y el equipo azulgrana se fue para su casa, poniendo de manifiesto una vez más que tiene grandes jugadores, pero que le queda mucho por recorrer para tener un gran equipo.

Lo contrario del Madrid, que ha demostrado en numerosísimas ocasiones que es un equipo en el que confiar y que mejora su rendimiento conforme pasan las eliminatorias, como hacen los grandes atletas en los Juegos Olímpicos. Liquidó al Valencia -que en las últimas once jornadas de la Euroliga ha ganado tantos partidos como el Maccabi y uno más que el Panathinaikos-, con la misma facilidad con la que masacró al Unicaja. Así que, uno no termina de explicarse muy bien como los peritos del baloncesto, los directores de juego que pululan por estas canchas hispanas, no se decantaran en su mayoría por el equipo que en vez de escudo parece que llevaran en el pecho un sello de certificación: somos el Madrid de Laso y aseguramos títulos.

No siempre claro está, porque como dice el maestro Escohotado nadie es remotamente perfecto, si bien conforme pasan los años más cerca están de conseguirlo. Se han convertido en un organismo que controla sus estados de ánimo y sus descansos y puntas de rendimiento óptimo a su antojo. Ha adquirido un potencial enorme con la visión de Juan Carlos Sánchez y Pablo Laso, que manejan el día a día y el largo plazo como visionarios. Desde que algunos jugadores comenzaron a cumplir años y otros a marcharse a la NBA, maniobraron para fichar relevos que se han consolidado como piezas de extraordinario valor. Hoy, Campazzo, Tavares, Randolph, Thompkins, Causeur, Deck y demás, llevan la voz cantante con la partitura bien aprendida.

Todos los citados están en un momento álgido de sus carreras, pero en concreto Campazzo ha cuajado en uno de los mejores bases que uno recuerda. En defensa se mueve con rapidez y contacta con fuerza y en ataque cada vez controla más sus emociones. Nos ha regalado una actuación soberbia, dominante, inalcanzable para cualquier otro en su posición, aunque como a él le gusta decir, con otros compañeros no sería lo mismo. Por supuesto, hoy día y casi siempre, el Madrid es una Historia y el resto camina por otros senderos.

Y qué decir de Tavares, un jugador que vale por una muralla y que obliga a los rivales a dar rodeos o a rendirse. Lo bueno es que el Madrid demostró que también es capaz de jugar sin él, y cuando Laso lo sentó en la final nada más comenzar la final, salió Felipe Reyes y en un santiamén cosecharon veinte puntos de ventaja. Habían transcurrido ocho minutos de partido y el Real Madrid ya era el campeón, con mi mayor respeto por el Unicaja, un equipo clásico en España que acusó la baja de Jaime Fernández.

Así es este grupo que nos ha devuelto a un tiempo que pensamos ya extinguido, cuando Ferrándiz, Lolo Sáinz y sus pupilos sólo tenían uno o dos rivales a su altura en Europa y los títulos caían como churros. Además de inapelable, el Madrid de Laso es capaz de mostrarse brillante, de bordar el baloncesto y suscitar en la grada aplausos de admiración ante la belleza y la contundencia de su juego. Se dice de este equipo que te pone en suerte y luego te noquea con rachas arrolladoras. Esta vez, en esta ocasión, las rachas duraron mucho más que los minutos de adormecimiento.

El Real Madrid había cosechado críticas excesivas por las cuatro derrotas consecutivas de las pasadas semanas. Ayer, volvió a demostrar lo que nunca se debió poner en tela de juicio: la consistencia de un equipo que transita por Europa con la seguridad que otorgan muchos años de victorias incontestables. Con el regreso de Randolph y el acierto de Campazzo terminó por imponerse en la cancha del Maccabi, que había vencido todos sus partidos como local en la Euroliga presente.

El bajonazo de los blancos tuvo numerosas causas, aunque la principal fueron las lesiones. Es cierto que el Real Madrid tiene una plantilla poblada, con un gran número de jugadores capaces de estar a la altura de lo que exigen las aspiraciones del club más exigente, pero también lo es que unos jugadores tienen más peso que otros en la estructura del conjunto. Ya sea porque llevan más años con Laso, porque se acoplen más a lo que busque el entrenador o -no hay tampoco por qué engañarse-, porque tienen más calidad.

Rudy Fernández y Anthony Randolph tienen una trascendencia en el rendimiento global en los últimos tiempos que hay que remarcar. En realidad, Rudy, recientemente renovado, la tiene desde que se incorporó procedente de la NBA. Quizás estemos ante el jugador más completo de la historia del baloncesto español. Su capacidad en la defensa, cubriendo a su par y, al mismo tiempo, mucho espacio en el campo defensivo de su equipo es asombrosa. Tiene unos pies y manos muy rápidos, pero sobre todo una anticipación inusual, capaz de intuir lo que harán sus rivales antes de que comiencen a ejecutarlo. También en ataque conserva esta visión del partido, hasta el punto de que muchas veces se convierte en el intérprete de lo que quiere su entrenador, en el organizador necesario.

Randolph es un jugador muy emocional, al que las sensaciones le colocan entre los más brillantes del continente o le convierten en un jugador desaprovechado. Por fortuna, su asentamiento en el equipo es sólido, cimentado en la confianza que le regala su entrenador, y que él está devolviendo con puntos y rebotes. Hasta en ocasiones, se ha convertido en un defensor pegajoso, como en uno de los enfrentamientos contra Mirotic esta temporada.

También otros jugadores estuvieron en el dique seco, pero no me voy a extender en ellos para conservar las medidas racionales de un artículo. Es lógico que el Madrid se resintiera con las bajas, pues, además, la cuesta de enero siempre se atraganta por la acumulación de partidos y por marcar el ecuador de la temporada antes de que empiece la Copa del Rey, el goloso aperitivo de los premios que comenzarán a dilucidarse poco después.

Además de por estos motivos, las razones para confiar en el futuro madridista son muy numerosas. Primero, porque el devenir del Madrid de Laso muestra un sinnúmero de situaciones parecidas en las que terminó remontando. También, porque los jugadores que participaron en el Mundial se van tomando sus respiros, entre ellos Campazzo, que estuvo flojo la semana pasada y sensacional ayer. Y, por último, -a pesar de que guardo más argumentos en la mochila-, porque la plantilla blanca, incluyendo el cuerpo técnico, es la más completa de Europa si valoramos la cantidad y calidad de jugadores y la experiencia del plantel en todos los torneos importantes de clubs y de selecciones nacionales que existen.

Por si fuera poco, esta plantilla fuera de lo común goza de la ventaja del conocimiento mutuo, del sufrimiento compartido y del dominio de la situación para saber cuándo tienen que tomarse un respiro y cuándo apretar los dientes hasta que las mandíbulas digan basta.

 

El Real Madrid es un equipo abocado a la reconstrucción permanente. Al contrario que en el fútbol, hay una entidad externa más potente que recluta de cuando en cuando alguna estrella del equipo creando el consiguiente vacío. Por otra parte, la columna vertebral va cumpliendo temporadas; hasta Felipe Reyes está ya cerca de ser un joven cuarentón. Así que las idas y venidas se suceden con la particularidad del enorme acierto en el ojeo, siempre capaz de atinar con la ficha necesaria para completar el rompecabezas. Desde Carroll hasta Tavares, pasando por Thompkins y Nocioni, la destreza en este ámbito ha marcado la suerte del equipo.

En este estado de cosas, los dirigentes madridistas (Sánchez, Herreros y Laso) buscaron un base capaz de suplir a los que estaban con plenas garantías. Hay que recordar que la pasada temporada de Llull fue discreta -según sus propias palabras-, circunstancia que apuntalaba la idea de contratar un nuevo jugador en la posición, tal y como había ocurrido en el pasado, cuando Draper realizaba tal función y Doncic se alternaba con los bases actuales.

El elegido fue Nicolás Laprovittola, un jugador con mucha clase, uno de los más clarividentes en Europa y con amplia experiencia a todos los niveles. En mi humilde opinión, lo más destacable de su currículum previo es su gran rendimiento con la selección argentina, una de las mejores del mundo. Es cierto, a priori, que su estilo acaparador del balón es contrario al juego blanco. Pero también lo es que Campazzo empezó jugando de esta forma y fue el titular en la pasada campaña: la readaptación sólo está en las manos de alguien con mucha calidad, y Lapro la tiene.

Naturalmente, el tiempo es un ingrediente imprescindible para redondearla. Hasta ahora, el argentino nos ha dejado más borrones que destellos y la fragilidad defensiva que se le presuponía. La tarea no es sencilla. El Madrid de Laso es un ecosistema particular, compuesto por un patrón y muchos vicepatrones que influyen en el concepto y, sobre todo, en la ejecución imprevista. De ahí que sea tan difícil ejercer de tercer base en un equipo que juega valiéndose de un importante arsenal táctico, pero también de guiños perceptibles y de intuiciones con solera. Son muchos años compartiendo pista en el club o en la selección, de forma que, en ocasiones, no hace falta que ni que se miren, basta con esperar lo que sucederá de forma inevitable.

Hay otros factores positivos aparte de su talento. El base argentino cuenta con el abrigo de sus compatriotas y el apoyo del resto de sus compañeros para arroparle y ofrecerle confianza. Y la mejor noticia es su buena actuación en el último partido de la Euroliga frente al Estrella Roja, en el que circuló el balón con rapidez y estuvo mucho más concienciado en defensa. Parece que el alumno Nicolás está aprendiendo la lección.

El que da primero no siempre da dos veces y la Supercopa de baloncesto es uno de estos casos. Detrás del rimbombante nombre se entrevé un torneo de inauguración apenas más que uno amistoso, de cuyo destino nadie se acuerda al cabo del tiempo. Con pocos entrenamientos y, a menudo con fichajes que imbricar, es la ocasión de la excusa -Laso dixit- que nadie quiere perderse, no sea que te lleves el trofeo para casa y ya tengas algo que celebrar con la afición y añadir un mérito a tu currículum. No obstante, la curiosidad por ver el primer enfrentamiento entre las probablemente dos mejores plantillas del continente atrajo las miradas del baloncesto y de muchos aficionados al deporte.

El partido fue tenso e intenso porque ambos contendientes estaban ansiosos por medir sus fuerzas. En juego estaba la hegemonía que ostenta el Real Madrid desde hace años, de forma tiránica en España: el equipo más temible por su proverbial regularidad y su rendimiento óptimo en los momentos decisivos. Jugadores tiene para ello, alguno como Rudy Fernández, en un estado de insolente madurez que le convierte en el jugador español más completo de todos los tiempos, y no exagero. Ninguno ha defendido como él, muy pocos se acercan a la minuciosidad con la que lee el partido -en ocasiones muy superior a la de sus bases- y ha vuelto a recuperar su tino en tiro a canasta. A Llull le ha sentado muy bien el Mundial, en el que, ¡por fin! se ha desenvuelto como antaño, ya lo hemos visto en su retorno a Madrid. Y así podríamos seguir hombre por hombre hasta completar una plantilla extraordinaria que conoce al de dedillo el mapa de su destino y ejecuta los movimientos estratégicos en profundidad, con el sello de la excelencia avalada por unos resultados históricos. El Madrid de Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros tiene la habilidad de renovarse sin perder comba, aun y cuando las piezas que pierda sean de un valor incalculable. Por fortuna, esto es baloncesto y entre los veteranos y los noveles se reparten las tareas de los ausentes sin que la orquesta deje de sonar como la Filarmónica de Berlín. Porque lo fundamental en un deporte de equipo no son los nombres, sino el flujo de energía positiva que sean capaz de generar entre ellos y su canalización hasta el objetivo. Y el Madrid de Pablo Laso tiene la virtud de jugar como los ángeles. El entrenador de tantos años, tantas veces injustamente discutido, consigue que sus peones generen producción salival entre los espectadores. Fino, rápido y poderoso, este Madrid ha vuelto a demostrar que, de momento, el Barcelona está lejos. Un placer para paladares exquisitos.

Pero, ¡cuidado!, que en el desparrame de su poderío económico (no en el sentido de derrocharlo sino de esparcirlo por muchos lugares) ha fichado grandes jugadores. La final se jugó a todo gas y el Madrid se impuso por 10 puntos, que llegaron a ser 19, si bien el Barça se acercó en el último cuarto. Davis, Higgins y Delaney demostraron su enorme calidad, mientras que Mirotic estuvo algo más deslucido. El responsable de su primera derrota frente al Madrid fue Gabriel Deck, que le amargó la tarde. Muy rápido y enérgico, el argentino saltó a la pista determinado a mostrarle que sus partidos contra el rival más enconado serán una pesadilla. De momento, la diferencia entre cómo se mueve uno y otro es tan grande que, a pesar de su enorme calidad, o mejora mucho MIrotic o no alcanzará a justificar el gasto de su fichaje. También es cierto que Deck estaba recién llegado del Mundial y con un ritmo de competición extraordinario.
En cuanto a las nuevas contrataciones, Lapprovitola y Mickey se desenvolvieron con clarividencia, ajustados al papel que les corresponde y a despecho del poco tiempo que llevan con sus compañeros. El base incrementará el número de jugadores en la plantilla que pueden generar juego por sí mismos, una de las grandes bazas del Madrid de los últimos años y en la que todavía será superior al Barcelona de la temporada recién comenzada. En cuanto a Mickey responde al tipo de jugador interior-exterior que le gustan al entrenador, rápido, móvil y, en este caso, con un aceptable tiro exterior. En resumen, una nueva temporada con ¡más madera!

La participación de cinco jugadores del Real Madrid en la final de la Copa del Mundo de baloncesto no es una anécdota, sino una conclusión histórica. El legendario vicepresidente de la entidad, Raimundo Saporta, con el apoyo de Santiago Bernabéu, creó la Liga Nacional en España y fue el gran impulsor de la Copa de Europa de clubs en la FIBA (Federación Internacional de Baloncesto Amateur -lo que entonces significaba la A-). A imagen y semejanza de la de fútbol, en cuya creación también el Madrid y ambos personajes fueron decisivos, Saporta presentó en la máxima federación del baloncesto un proyecto del que el club madridista se convertiría en su máximo exponente. Sin duda, el Madrid ha sido el equipo más influyente en el baloncesto continental, lo que ha refrendado en esta década que está a punto de concluir. Que ya casi terminada, Sergio Llull, Rudy Fernández, Facundo Campazzo, Gabriel Deck y Nicolás Laprovittola se presenten como protagonistas de este partido decisivo es la consecuencia de un protagonismo esencial en la historia de este deporte.

El Real Madrid de baloncesto es ya el mejor conjunto del presente decenio. Con las ideas claras para construir un proyecto duradero, Juan Carlos Sánchez, Alberto Herreros y el recién fichado Pablo Laso se pusieron manos a la obra para contratar a los mejores jugadores nacionales disponibles y un estadounidense adaptado a nuestros lares. Los principios claros y el método aprendido, el Madrid de Laso puso en marcha una revolución en el estilo que los espectadores agradecimos llenando cada día las gradas de cada pabellón en el que compitieron. Tras el baloncesto control -baloncesto tostón para la mayoría- los madridistas comenzaron a jugar a velocidad supersónica y  pasándose el balón como si fuera un cohete. A continuación, como la consecuencia lógica de un trabajo brillante, comenzaron a caer los títulos de nuestro lado.

Los mandatarios blancos han ido bandeando las retiradas y las fugas hasta completar para la temporada venidera una magnífica plantilla. Con un bloque experto y sincronizado, el progreso de Deck y el excelente rendimiento de Laprovittola al más alto nivel auguran la continuación del mejor juego del continente, el principio sobre el que fundamentar los éxitos que vendrán. Para todos los madridistas, en especial los vinculado con el baloncesto, la de hoy es una ocasión en la que sentir el orgullo de una tradición que en un suspiro será ya centenaria, pero tan viva y próspera que reunirá en la final de una Copa del Mundo a cinco jugadores contratados para la próxima temporada y uno más que se formó en nuestra cantera, el mayor de los Hernangómez Geuer. Una ocasión única para disfrutar de un acontecimiento con el que emocionarse con el baloncesto y, por supuesto, con el madridismo.

 

 

 

 

 

 

 

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