Las mejores firmas madridistas del planeta

Los dos jóvenes brasileños comparten precocidad, no aún la madurez

Hay una cosa de Rodrygo que es muy modriciana. Últimamente todo lo veo modriciano, cualquier gesto, cualquier movimiento bello. Los amaneceres son modricianos. El ocaso del otoño y sus colores es modriciano. Las cosas de Rodrygo me gustan porque son modricianas y también jamesianas y nazarianas y cristianesas. Y quizá alguna más. Decía que hay una cosa muy modriciana en Rodrygo que es observar el campo de batalla desde la colina. Y luego decidir. Cuando Rodrygo recibe la pelota observa, como Modric, y si no ve nada tira la pelota hacia un lado o hacia delante o hacia atrás, y se va con ella, buscando la soledad, para ver si desde otra perspectiva se ve todo mejor. Y lo consigue. No de un modo estrictamente modriciano, o al menos distefanescamente modriciano.

Rodrygo Goes Real Madrid

Eso es algo fascinante de Modric. Y de Rodrygo, que lo hace suyo. La contemplación de las huestes y de la disposición del rival. Rodrygo se va a dar una vueltecita, y no es una vueltecita de flaneur. Es una vueltecita que descoloca el esquema del contrario. Es como el milagro de las aguas. Es una vueltecita despejadora, buscadora. La vueltecita abre claros en el bosque y en los ejércitos enemigos, que es por donde mueren. Por donde se adentra Rodrygo o por donde hace que se adentren Rodrygo. Hay veces que no necesita vueltecita porque ya sabe qué hacer antes de tener el balón. Y entonces corre hacia delante, muy recto, muy nazariano, en ocasiones desviándose lo justo, tan justo que casi parece que no se ha desviado y sin embargo lo has visto y te ha encantado. Te ha hecho levantarte un poco del asiento dando un respingo.

Rodrygo tiene una mirilla que no usa, como James hasta que se evapora, como si desenfundara esa pierna metida en un cartuchera

Y luego sigue, y sigue. Y al final centra o chuta. De centros ya vimos contra el Mönchengladbach, y ya habíamos visto antes, que tiene una mirilla que no usa, como James hasta que se evapora, como si desenfundara esa pierna metida en un cartuchera, y dispara con el cuerpo muy recto, endurecido, como transmitiendo toda la fuerza y el impulso de ese cuerpo trabajado en la pandemia a ese pie derecho, pero como si sólo fuera ese pie derecho el que se mueve. Es un poco como ver cantar a Pavarotti. Él estaba quieto, completamente quieto y sólo se movía su boca, o sólo eso parecía, pero ahí dentro había un enorme mecanismo virtuoso que se movía sin cesar como las entrañas de un trasatlántico.

Rodrygo puede arrancar de cero o continuar la escapada hasta el final como Belmondo, incluso pasándose el pulgar por los labios

Rodrygo también puede ser trasatlántico porque en su interior viajan muchos pasajeros. Modric y James, y también Nazario y Cristiano. De Cristiano tiene el gatillo rápido. Rodrygo desenfunda sin pensarlo. Es el automatismo que le diferencia sustantivamente de su amigo Vinícius. Mientras éste se debate en un caos de ruido y de deseos, atropellado por su propio talento sin montar, con todas las piezas por el suelo (con las que se tropieza), Rodrygo simplemente dispara. Rodrygo es un pistolero, Rodrygo the Kid, a quien se le ha puesto un cuerpo de gigante que es como si a Butragueño le pones el cuerpo de Haaland. Y juega en carrera y parado, también. Porque también es butragueñiano y haalandiense.

Vinicius Jr Real madrid

Hay en Rodrygo (hoy estará, creemos, contra el Athletic) una tendencia que es querencia natural. Puede arrancar de cero o continuar la escapada hasta el final como Belmondo, incluso pasándose el pulgar por los labios. Es nouvelle vague, todo lo hace sencillo como si llevara el cerebro en las botas, al contrario que Vinícius, con el estirón parado, a quien parece pesarle el cerebro que lleva en la cabeza dando vueltas y que un día de estos, lo veremos, se detendrá.

 

Fotografías Getty Images.

 

Me había sorprendido la imagen de Ramos tras la pandemia. La barba, el pelo largo, la coleta. Es como si fuera pariente de McGregor. El pariente futbolista de McGregor. Luego vi fotografías en las que aparecía mostrando musculitos. Y menudos musculitos. Musculitos, exactamente, de finos, de apropiados. No como los del ex del Atleti y del Milan, José Mari. ¿Han visto ustedes últimamente a José Mari? Ya no es ese jovencito de pelo negro y largo, muy sureño, como napolitano. Ahora es culturista, o lo parece. De los que se les notan las venas en las sienes.

A Sergio Ramos también se le notan las venas en las sienes, pero son venitas de superfutbolista. ¿Le vieron ayer arramblar con todos los balones en el área? ¿Le vieron ayer marcando un gol de pronto en la playa después de haber cruzado un bosque? Esto es un poco como cuando al joven Clark Kent no le llevaban con ellos los del equipo de fútbol y las animadoras, y él se ponía a correr a la misma velocidad que el tren para llegar antes que todos.

Ayer Sergio llegó antes que todos a todo, hasta al gol, porque se ha convertido en un Supermán con pinta de McGregor. Si usted a un superdotado físico y futbolístico como Ramos le suma una preparación pandémica como la que debe de haber hecho, lo que le queda es Supermán. O poco menos. Y se agradece. Sergio Ramos no quiere retirarse nunca y está haciendo todo lo posible para que eso suceda dentro de mucho tiempo. Recuerdo cuando yo mismo, puede que haga unos tres o cuatro años ya, abogaba indisimuladamente por su venta (claro, que ahí hubo sus cosillas extradeportivas, renovaciones y otros cuentos fantásticos) con una clarividencia muy pipera que ha sido muy oportunamente respondida con, posiblemente, el mejor Ramos de siempre.

Una superación de Ramos muy Cristiana, aunque no es el único. Toni Kroos parecía ayer el duende de ese mismo bosque que Sergio atravesó para marcar. Uno que aparece de repente por detrás de los árboles y no lo puedes ver. Se oculta tras ellos y mira de reojo y es rápido, saltarín. Sabe todo lo que pasa en el bosque. Es como el duende Puck de las noches de verano. Es el mismo Kroos, pero acelerado. Y no sólo no ha perdido precisión ni serenidad, sino que parece haberlas mejorado. Ayer no parecía haber centro del campo, pero no importó porque Toni acudía al rescate a cada momento de dificultad desde detrás de los árboles. Y luego se volvía a marchar con una rapidez y agilidad inusitadas. Era un Kroos fibroso, que aparecía de puntillas con sus botas y sus manos puntiagudas.

Esta fibrosidad superpoderosa, como el despliegue de Ramos, paliaban el extraño efecto de este fútbol trastocado. Yo voy a estar de acuerdo con Gaspart en que esto no es la Liga. Esto es sólo una forma de acabarla, y algunos parecen haberse dado cuenta de que la forma física podía marcar la diferencia. Ayer, desde luego, la marcó en un partido irregular, raro, nuevo. Yo vi a Rodrygo en dos lances que hace dos meses hubieran acabado con él por los aires, casi ni levantársele los dos pies del suelo. Tuve que fijarme bien para descubrir que ese fortachón pesado que avanzaba por la banda era el ligero Rodrygo de la prepandemia.

Rodrygo se ha hecho mayor, ha dado el estirón a lo ancho, el expandión, del mismo modo que Benzema se ha equilibrado casi hasta el delirio. Benzema tiene el físico que le permite seguir escondiendo y aguantando el balón, al mismo tiempo que le permite elevarse como las hadas, moviendo a una velocidad mareante unas alas invisibles que le sostienen, casi ingrávido, el tiempo suficiente para esperar siempre a Hazard, otro que ha vuelto entrenado, afilado (como si llevaran todos puesto el traje de superhéroe, el de Los Increíbles), igual que si fuera el hermano mayor que espera siempre al pequeño para ir y volver juntos del colegio.

 

Fotografías Getty Images.

Debido al enorme precio pagado por los jovencísimos Rodrygo y Vinicius, la crítica futbolística y los aficionados han puesto desde el principio una lupa sobre sus carreras. Entre ambos jugadores hay sólo un año de diferencia y los paralelismos, amén de su extraordinaria relación, invitan a que las odiosas comparaciones sean continuas.

Vinicius aterrizó en un equipo a la deriva donde tardó en entrar. Prácticamente no comenzó a participar hasta enero, cuando el brasileño fue casi el único bote salvavidas a nivel futbolístico y emocional. Muchos madridistas materializamos nuestra ilusión en aquel niño de 18 años, al que una lesión truncó su gran momento y dictó la sentencia para el Real Madrid.

Rodrygo ha tenido una integración mucho más sencilla y rápida. La mejor dinámica del equipo ha exigido menos de él. Apenas ha disputado minutos con el Castilla porque desde el principio Zidane contó con su presencia en el primer equipo. Su facilidad goleadora le ha permitido aportar desde su estreno y, si bien no ha generado el hype de su compatriota, sí que ha producido la emocionante sensación de ser jugador para el Real Madrid.

Durante la presente temporada ambos futbolistas han parecido intercambiarse en la jerarquía de preferencias de Zidane. Rodrygo comenzó de forma mucho más acertada que Vinicius, pero últimamente el ex del Flamengo parece estar contando con más minutos que su amigo. Resulta curioso observar que las principales virtudes de uno suponen las principales carencias del otro y viceversa.

De Vinicius nos enamora su desparpajo y capacidad de desborde. Vini cuenta con un físico imponente, impropio de un niño de 19 años, que hace valer en cada duelo. Cada actuación suya muestra el fuego interior propio de un jugador tan profundamente emocional y optimista que ni siquiera parece poder detenerse para tomar nota de sus errores.

Quizá eso es lo que más se echa en falta de Rodrygo, un jugador con un enorme conocimiento del juego, que a veces parece demasiado preocupado por no equivocarse. Cuando uno ve a Rodrygo le imagina una capacidad de desborde que pocas veces está sacando a relucir. En esto deben de estar influyendo su edad, el físico propio de su juventud y que se trate de un jugador muy cerebral.

Rodrygo es un jugador con cuerpo de niño y cabeza de veterano. Ese fuego que apreciamos en Vinicius sumaría a su fútbol una cualidad preciosa que le haría más imprevisible, aunque perdiese precisión. Porque la precisión es el principal problema de Vinicius. Su juego alocado a veces menoscaba en exceso el gesto técnico.

Vinicius está teniendo grandes problemas para definir las jugadas que él mismo genera. Normalmente siempre falla el toque final, el que separa el éxito del fracaso en cada jugada. Conocer qué es lo que precisa cada situación es otra de sus asignaturas pendientes. La pausa, algo que Rodrygo atesora desde la cuna, sería la guinda para un Vinicius de por sí difícil de defender.

Rodryvicius sería el jugador total: juventud, desborde, capacidad goleadora, visión de juego, fortaleza, velocidad y sacrificio. Lógicamente hablamos de un imposible, pero ambos jugadores cuentan con la ventaja de que pueden ver en el espejo que tienen al lado lo que más necesitan mejorar.

En Vinicius es fácil apreciar una evolución en los últimos partidos. Se le ve más maduro y tranquilo sin haber sacrificado su poder de intimidación. Casualmente los resultados comienzan a llegar y sus acciones empiezan a tener finales felices. Con ellos va a crecer su confianza, virtud que el joven carioca puede capitalizar como ninguno gracias a su entusiasmo innato.

Está casi escrito que Rodrygo acabará introduciendo el vértigo en su fútbol sin perder la esencia. Su físico evolucionará y será un jugador más difícil de desplazar. Rodryvicius sería un crac, pero nos va a gustar tener a los dos por separado. Los vamos a disfrutar.

 

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