Las mejores firmas madridistas del planeta

El vulgar espectáculo del hermanísimo cansa al club y a la afición

René Ramos, hermano de Sergio, dirige una agencia de representación, la suya, suponemos que principiada y nutrida por el efecto y la pertenencia a ella del mito de Camas. Cada vez que llega el momento de la renovación de Sergio, el nombre de René Ramos aparece en los periódicos. Filtraciones, retuits, rumores y manejos indirectos de esta clase se suceden en las fechas anteriores a la conclusión de los contratos del capitán del Real Madrid.

Es casi una tradición. René Ramos (del que confieso que ni siquiera sé cómo es físicamente, ahora lo miraré) es como los elfos navideños que vienen a visitar a los niños y cada día de las vacaciones se les aparece en un lugar distinto de la casa. Pero viene como si no viniera. Cada año. Cada contrato, en este caso. Estaba pensando en los representantes de la mayoría de los jugadores del Real Madrid, incluso de la mayoría de los representantes de los futbolistas de todos los equipos.

Yo no he oído hablar nunca del representante de Benzema. Tampoco del de Kroos. Un representante que maneja sus asuntos con discreción proporciona una imagen solvente de sí mismo, y mesurada y recta de su representado

Casi todos hemos oído hablar de Mendes y Raiola, entre otras cosas, multinacionales en sí mismos. Habrán oído hablar anteayer, por razones casi imperiosas, de Jonathan Barnett, quizá. Y durante estos años puede que, también, de algunos padres, como el de Neymar (mucho), el de Messi (regular) o el de Morata. Me acuerdo de haber oído hablar a menudo en mi adolescencia del padre de Alfonso Pérez. A todos ellos se les oye o se les oyó hablar.

Yo no he oído hablar nunca (ni he sabido de que hayan hablado, ni siquiera se conoce públicamente su nombre, aunque naturalmente se pueda saber) del representante de Benzema, por ejemplo. Tampoco del de Kroos, por otro ejemplo. Por lo general, no oímos hablar de las gestiones profesionales de los contratos de los futbolistas, lo cual refleja, al menos en la forma, un correcto hacer. Serio, debido, profesional. Propio.

Un representante que maneja sus asuntos con discreción proporciona una imagen solvente de sí mismo, y mesurada y recta de su representado. No parece suceder así, ni mucho menos, en el caso de René Ramos, quien convierte cada renovación de su hermano en la boda de Lolita Flores. Los aficionados conocemos estos movimientos, que ya nos son desagradables. Y lo que es peor, no hacen ningún bien (como se demuestra en no pocas manifestaciones) al capitán, del que incluso se llega a desear su marcha por sus modos de negociar, o por los de su representante.

René Ramos gestiona los intereses del mejor defensa central del mundo con el mejor club del mundo como si no fueran los intereses del mejor central del mundo y del mejor equipo del mundo

Tampoco parece sentar bien nunca, con lógica, al Real Madrid. Hay un interlocutor enojoso y vulgar en la figura oculta de René Ramos, que gestiona los intereses del mejor defensa central del mundo con el mejor club del mundo como si no fueran los intereses del mejor central del mundo y del mejor equipo del mundo. Es grávido este tema por su persistencia. Cualquiera puede sentir deseos de enviar a René Ramos a los andurriales de donde provienen sus formas, y con ellos a Sergio, quien inevitablemente decepciona.

Es la cantinela que no cesa, cuyo núcleo tanto estira con conocida ordinariez, como si no supiera hacer otra cosa, René Ramos, y que podría causar al fin en cualquier momento el efecto no deseado por hartazgo de una de las partes. Los aficionados ya están cansados de esta matraca ramplona. De este suspense de arrabal, chiringuitero, cuya praxis desagradecida e insolente contrasta con la enorme figura de Sergio Ramos (y del Real Madrid), a la que tan groseramente desmerece.

 

Fotografías Getty Images.

 

Ni la carrera ni el presente del mito de Camas han podido frenar al odio disfrazado

Qué no vamos a esperar en el país de Caín y Abel. El país cuyo gobierno promueve una ley para eliminar la vehicularidad de su propio idioma. Si Sergio Ramos se llamara Serge Ramis no le pasaría esto. En Francia, por no ir muy lejos, a Serge Ramis, leyenda de Francia y del Real Madrid, le estarían aplaudiendo después de fallar dos penaltis. En España, en cambio, se mofan con saña de Sergio Ramos, leyenda de España y del Real Madrid, después de fallar dos penaltis. ¡Tras marcar VEINTICINCO SEGUIDOS!

Es esa la Españita cicatera y envidiosa. La Españita antimadridista, siempre a punto para el palo y revenida para el aplauso. La Españita del meme. A mí los memes me hacen gracia, por lo general. Son demostraciones casi siempre exquisitas del ingenio español porque son inocentes y profundas al mismo tiempo; la realidad diseccionada y caricaturizada con motivo lúdico y procaz, pero sin intención ni señalamiento. Otra cosa es tratar de disfrazar de meme, de ingenio español, la simple inquina, el odio retenido, el resentimiento o el rencor.

No hay motivos para hacer un meme porque Sergio Ramos falle dos penaltis. Sí una noticia, por supuesto. Que Sergio Ramos falle dos penaltis es noticia, no meme

No hay motivos para hacer un meme porque Sergio Ramos falle dos penaltis. Sí una noticia, por supuesto. Que Sergio Ramos falle dos penaltis es noticia, no meme. El meme porque Sergio Ramos falle dos penaltis no es meme sino el reproducido escozor que devuelve el hecho noticioso debido a la impresionante carrera (que continúa) llena de éxitos del capitán blanco. Cuántas almorranas dormidas hemos visto despertar. Todo esto ha sido como una película de terror escatológico. El despertar de las almorranas. ¿No se imaginan a todas esas almorranas zombis antimadridistas salir de sus tumbas rectales como en el Thriller de Michael Jackson?

Yo ayer y antes de ayer las vi. Hoy todavía quedan algunas. Almorranas de todos los colores abandonando sus oscuros perineos y avanzando mecánicamente, con los ojos salidos y el talento maltrecho, más bien muerto, y con la gracia putrefacta: “It’s close to miiiidnight, and something evil’s lurking in the daaark…”. No paraban de salir de sus orificios. Por todas partes. Incluidas las de los periodistas de parte y los equidistantes, que son más de parte que ninguno. Son estos aquellos que primero defendieron a Ramos e inmediatamente después le criticaron. Lo último que queda es la crítica mientras la falsa defensa se olvida.

Sergio Ramos

“Hombre, vamos a ver, que no es para tanto, pero es que…”. Ese “pero es que...” es la almorrana saliendo a la luz con micrófono para que le oigan todas las almorranas ocultas. Y vaya si salieron. Todo muy desagradable. Una almorrana no puede ser graciosa nada más que en el lóbrego mundo de las almorranas. Una almorrana fuera de su sitio es una cosa horrible. Imagínense cientos y cientos. En Facebook, en Twitter, en Whatsapp, en los periódicos. Como para salir corriendo.

La noche de las almorranas vivientes. La invasión de las ultraalmorranas. Almorranas con micrófono, almorranas con teléfono, almorranas contando chistes, almorranas de cachondeo a cuenta de un deportista mítico. ¡El apocalipsis almorranil! Menos mal que parece que ya ha amainado la lluvia de almorranas, como cuando caían del cielo las ranas en Magnolia. Parece que se han ido volviendo a sus cubiles, como vampiros cruzando los brazos sobre el pecho para descansar en su tumba.

Pero en cualquier momento pueden regresar. Están ahí. Ya lo saben. Esa almorrana zombi y enrojecida se va a volver a dormir sin razones para vivir, pero siempre puede despertarse porque ni siquiera Sergio Ramos, ni mucho menos, es perfecto.

 

Fotografías Getty Images.

 

Ayer Sergio Ramos anotó su gol número cien con el Real Madrid. Resulta un dato absolutamente abrumador en un defensa que sólo lleva dos temporadas chutando penaltis y algunas faltas. Probablemente no haya habido otro defensa en la historia con esa facilidad para batir el marco rival. Su gol número cien se pareció mucho a alguno de los noventa y nueve anteriores: centro de Kroos al primer palo, Sergio se adelanta al defensor y la pone en el segundo. Seguramente lo volveremos a ver.

El caso es que la importancia de Sergio Ramos para el Real Madrid queda patente hasta cuándo juega mal. Porque sí, ayer Ramos fue superado por un Lautaro que lo volvió loco. Los goles recibidos tienen en común que el camero trató de anticipar dejando descubierta su espalda. La pérdida de esos dos duelos derivó en ocasiones manifiestas para un Inter que trabaja muy bien esas situaciones. Fueron dos errores que pudieron salir caros, pero sin embargo al Madrid siempre le sale a cuenta tener a su capitán en el campo. Si uno repasa los últimos partidos en Europa sin Ramos en la alineación comprobará la cantidad de desastres concatenados que se han dado. Los últimos han sido Shakhtar, City, Ajax, CSKA, París o incluso la remontada inconclusa de la Juve. Por eso Ramos debe estar, aunque su enorme personalidad a veces le lleve a equivocarse como ayer.

Si uno repasa los últimos partidos en Europa sin Ramos en la alineación comprobará la cantidad de desastres concatenados que se han dado

Mucho se empieza a hablar de la renovación de Ramos, que acaba contrato en 2021. Ambas partes están condenadas a entenderse puesto que los deseos coinciden en la continuidad del defensa andaluz. Florentino Pérez y Sergio Ramos siempre han arreglado estas cosas personalmente y pocas dudas me caben de que volverá a ser así. El Madrid sabrá valorar la importancia y trayectoria de su capitán y quizá deberá comprometer más años de los normalmente estipulados para un jugador de 34 años; Sergio deberá entender la coyuntura económica y quizá flexibilizar sus exigencias. Pero se arreglará porque ambos se necesitan y quieren.

Mientras tanto el Madrid deberá valorar lo que necesitará su plantilla cuando Sergio Ramos deje de ser eterno. La dependencia tan excesiva hacia un jugador de 34 años no es la mejor receta pese a que él mismo sea un superdotado a nivel físico y profesional. Algo tendrá que buscar el Madrid ahí porque, además, todos sabemos que Varane es menos Varane sin Sergio a su lado, Nacho termina contrato y Militao no acaba de responder a la expectativas, de una manera suficientemente clara, al menos, como para imaginarlo como pareja del francés. El mercado ofrecerá este verano alternativas como Jules Koundé, Dayot Upamecano o el, más veterano, David Alaba. Muchas decisiones que tomar por parte del club.

“En el año 2041, después de saquear la Liga, aniquilar a Rubiales y esclavizar a la humanidad, las máquinas gobernadas por la inteligencia artificial conocida como VAR Skynet, están a punto de perder la guerra contra la resistencia humana liderada por Máximo Adriano. Para evitarlo, un Arminiator T800 modelo Cyturralde, un árbitro exterminador con tarjeta Red de última generación y silbato ultrasónico, es enviado al pasado con la misión de impedir el noviazgo de Sergio Ramos con Pilar Rubio y el posterior nacimiento de su cuarto hijo: Máximo Adriano, EL ELEGIDO”.

Esta es su historia:

La Paqui había sacado su vajilla de La Cartuja y había dispuesto la mesa del salón con mimo: jabugo, queso payoyo, lomo ibérico Joselito, vino Barbadillo en una cubitera llena de hielos y un gran ramo de rosas en el centro. Había costado, pero por fin, después de varios meses de noviazgo, Sergio había sentado la cabeza e iba a conocer a la que, esta vez sí, iba a ser su futura nuera: Pilar.

Cuando sonó el timbre de la puerta se atusó el pelo, estiró la falda y corrió a abrir. Pilar, a la que seguía en la televisión desde que se su hijo le hizo partícipe del su noviazgo, era, además de inteligente, mucho más guapa en persona. Le dio seis besos tipo metralleta, la achuchó, le dijo al oido que era un bellezón y, justo cuando iba a abrazar a su hijo para felicitarle por su buen gusto, escuchó un gran estruendo a su espalda que le sobresaltó: una de las paredes del salón, la que daba a a la calle paralela a su jardín, acababa de saltar por los aires y en medio de un gran boquete, a unos siete metros a su izquierda, apareció, subido a lomos de una rugiente Harley, un enorme árbitro de fútbol.

El Arminiator T800 entró en el salón derrapando con la moto, pasó por encima de la chaise longue dejando marcadas sus ruedas en el cuero blanco, destrozó un bargueño italiano del siglo XVII, la tele de 78 pulgadas, un jarrón chino de la dinastía Ming y acabó chocando frontalmente con la mesa preparada para la merienda: los cubitos de hielo y las rosas saltaron por los aires, la cubitera y la botella de Barbadillo impactaron contra la cristalera que daba a la piscina destrozándola y varias lonchas de jamón y lomo volaron con tal fuerza que se quedaron pegadas al techo. Antes de que pudieran reaccionar el T800 saltó de la moto con una amenazadora tarjeta roja en una mano y un silbato aniquilador en la otra.

—Corred, corred, huid, es un Arminiator —dijo Sergio Ramos a la vez que empujaba a su madre y a Pilar hacia la puerta.

La Paqui, a la que ningún mamarracho le iba a fastidiar la dicha de conocer a su futura nuera, no se anduvo con chiquitas. Se fajó del empujón de su hijo, dio varios pasos hacia el salón, se plantó frente al Arminiator, abrió la mano como si fuese un abanico y, después de coger impulso extendiéndola hacia atrás, le soltó un bofetón doble, tipo parabrisas, de ida y vuelta, devastador.

El primer viaje, el de ida, además de conseguir que la cabeza del robot girase como un tiovivo, le partió la nariz en dos, dejando a la vista un viscoso líquido blaugrana, el segundo golpe, el de vuelta, fue tan mortal como una bola de demolición: cuando el T800 quiso reaccionar su cabeza saltó hecha añicos esparciendo por todo el salón un amasijo de tornillos, microchips y cables de colores.

Un ojo metálico, amenazador, último resto de vida de aquel montón de chatarra, salió despedido por el golpe y cayó entre las piernas de Pilar y Sergio emitiendo una luz roja parpadeante.

Pilar, atenta, separó a Sergio con un golpe de cadera, dio un paso hacia atrás, levanto la pierna y descargó los diez centímetros de su tacón stiletto encima de aquel luminoso ojo que acabó, después de ser ensartado y crujir lastimosamente, apagándose para siempre.

—Terminator a mí —dijo a la vez que cogía en el aire una loncha de jamón que se acababa de desprender del techo y se la metía en la boca —, venga, se acabó, a merendar, Sergio, vete pidiendo unas pizzas, Pilar, siéntate a mi lado, tenemos tanto que contarnos….

 

En el año 2041, la inteligencia artificial VAR Skynet, acusó el golpe. Sus informes indicaban que el Arminiator T800 había sido aniquilado por alguna fuerza superior de origen desconocido llamada “La Paqui”. Ante esta nueva amenaza, posiblemente atómica nuclear, decidió, después de múltiples análisis, fueras de juego y lineas mal tiradas, contraatacar enviando al pasado el arma más poderosa, sofisticada y precisa jamás construida: el Roures T1000, un prototipo de metal líquido con circuitos integrados de neopreno molecular capaz de transformarse en cualquier persona.

El plan elaborado por el VAR, después de millones de combinaciones descartando diferentes opciones, era tan sencillo como diabólico. El T1000 se iba a clonar en Bertín Osborne con el fin de tirarle los tejos a Pilar Rubio para enamorarla e impedir su futura boda con Sergio Ramos y el posterior nacimiento del futuro líder de los humanos y del Real Madrid: Máximo Adriano.

Esta es su (pequeña y breve) historia.

El Roures T1000 llegó a un solitario descampado del extrarradio de Sevilla en plena canícula, un 17 de agosto del año 2008, a las 15.45 de la tarde, en medio de una ola de calor sahariano con temperaturas a la sombra de 46 grados.

A los dos minutos de materializarse, ya convertido en un apuesto Bertín Osborne elegantemente vestido de mariachi, se dio cuenta de que había cometido un grave error: aquel calor le estaba abrasando vivo, la guitarra le quemaba las manos como si fuese el mismísimo infierno y su gorro de charro mexicano, de generoso diámetro dada su condición de cabezón, además de abrasarle el cráneo, acumulaba tanto calor que más que un sombrero parecía un panel solar capaz de asar media docena de pollos. A la desesperada, cuando se dio cuenta de que sus camperas empezaban a fundirse en el asfalto, intentó convertirse en algo, lo que fuese, animal, vegetal o mineral, cualquier cosa que le salvase la vida que se le escapaba a chorros de sudor. Desgraciadamente para él, el torrao era tan fuerte que le fue imposible, no podía pensar con claridad y empezaba a marearse. Veinte minutos más tarde, después de cantar varias rancheras entre horribles estertores, se había derretido y convertido en una masa informe de metal.

Un gitano de ascendencia vasca, del mismo centro de Bilbao, Antxon Mari Etxeberria, recién llegado a Camas para visitar a sus primos sevillanos y aprender a tocar las palmas, pasó esa misma tarde, por una de esas casualidades que solo suceden en las novelas y en los artículos de La Galerna, con su furgoneta por el descampado, vio aquel metal reluciente, lo recogió frotándose las manos y lo llevó del tirón a CHATARRAS Y METALES AGUILAR, donde le pagaron 11,47 euros por aquellos 41 kilos de metal diciéndole que “donde esté el cobre que se quiten estas aleaciones de mierda”.

En el año 2041, la (cada vez menor) inteligencia artificial VAR Skynet, acusó el golpe (otra vez). Sus múltiples y detallados informes indicaban que el T1000 había sido aniquilado por un arma biológica de destrucción masiva denominada, según la jerga terrícola, como “un torrao de tres pares de cojones” sin que hasta este momento se haya podido determinar la procedencia exacta de dicha arma ni la magnitud aproximada de su poder.

VAR Skynet analizó la situación, vio los pros y los contras, y, después de unos ciento dieciocho millones de operaciones para calcular las posibilidades de victoria de las máquinas en su lucha contra Máximo Adriano, empezó a reprogramarse. No le costó mucho, las máquinas a veces también tenían sentimientos, y él, en el fondo de sus circuitos, lo llevaba deseando toda la vida. Dos horas más tarde, en su pantalla principal, sabiendo que había perdido la guerra y que el líder Máximo Adriano no tardaría en llegar hasta su centro de control, le dejó un mensaje de bienvenida que indicaba que la guerra había terminado y se avecinaban nuevos tiempos.

Máximo Adriano alzó la copa de vino y brindó con sus jugadores. Las máquinas habían dejado de funcionar hacía un par de semanas y la guerra había terminado. Sucedió de golpe, sin que nadie lo esperase, de repente todos los Arminiator T800, los crueles y letales Cyturraldes analógicos, las lanzaderas Villar-Soulé, los Undianos equipados con doble tarjeta Red y penaltis mina de repetición, los Roures T1000 y los temibles Doble Hernández de tungsteno, se habían desconectado.
Llevaban varios días buscando la guarida del VAR Skynet y por fin la habían encontrado. Estaba bajo tierra, en un paraje conocido como Las Rozas, a diez metros de profundidad y protegida por una plancha de un metro de hormigón reforzada con una aleación extra de Todo OK José Luis.

Máximo Adriano fue el primero en entrar en aquella tenebrosa sala llena de enormes torres informáticas, ordenadores con alimentación subatómica y pantallas cuánticas de siete dimensiones. Todo permanecía apagado menos una de las pantallas, la más grande, que, como un faro en medio de las tinieblas, brillaba en la oscuridad con un parpadeante mensaje escrito en blanco sobre un fondo morado. Cuando lo leyó lo entendió todo, supo porqué todas las maquinas se habían rendido y la guerra estaba ganada:

¡SERGIO RAMOS, BALÓN DE ORO!

¡HALA MADRID!

Pilar Rubio y Sergio Ramos acaban de tener su cuarto hijo, presentado al mundo al poco de llegar a él en la cuenta de Twitter del capitán del Madrid: Máximo Adriano Ramos Rubio, 3 kilos y 270 gramos, nacido a las siete de la tarde menos dos minutos, una hora estival y taurina. La buena nueva, el milagro de la vida como lo consideraba Dostoyevski, sucede apenas una semana después de que el capitán del Madrid levantara el título de Liga más especial de los cinco que ha ganado de blanco. Es muy curioso, digno de contarse y de admirarse, la habilidad de Ramos y de Pilar Rubio para traer niños al mundo coincidiendo con éxitos memorables del Madrid: es imposible olvidar que su primogénito, Sergio, nació con la Décima, mientras el padre sobrevolaba Europa destruyendo fantasmas a cabezazos. El tercero, Alejandro, vino con el threepeat. Máximo Adriano redondea la fecundidad vital de su padre, que ya tiene tantos cachorros como Copas de Europa; capitán del equipo más importante del mundo y de la selección de su país, miembro destacado de la España tricampeona y, seguramente con poca discusión ya, a sus 34 años, mejor defensa de la Historia del Real, Máximo Adriano también certifica que la de su padre es una vida digna de ser vivida.

Pilar Rubio y Sergio Ramos con su hijo Máximo Adriano

Ha causado revuelo, parece, el nombre elegido. Máximo Adriano. En un mundo en el que no paran de nacer Daenerys, Martinas, Mauros y Álvaros, la rotundidad romana y clásica de Máximo Adriano es una noticia extraordinaria, en todos los sentidos. Una noticia que alegra el alma. De quien tenga una, añadiría, porque como también era inevitable, hubo quien volvió a aprovechar la ocasión para expresar su incapacidad moral para alegrarse con la felicidad ajena. Un vistazo a los nombres de todos sus hijos revela un encantador gusto de la pareja por lo clásico, un sentido de orden patriarcal totalmente revolucionario en estos días en que se sienten temblar los cimientos del mundo que conocimos. Máximo Adriano es una subversión contracultural, pero Sergio, Marco, Alejandro, son todos nombres con poso, nombres que evocan Grecia y Roma, reyes, conquistadores, héroes, senadores, cónsules. Es decir, que evocan el mundo del que procedemos como comunidad, como civilización. Que evocan la raíz. Las raíces son importantes le decía Sor María a Jepp Gambardella en La gran belleza. Con todo lo que la opinión pública se ha reído siempre de Ramos, es como si el Ramos maduro y padre, capitán y patriarca (parafraseando al escritor, cualquiera puede llevar un brazalete igual que cualquiera puede hacer un hijo, pero no cualquiera puede ser padre, ni capitán) hubiera decidido vengarse. Como un torero, templando, mandando, en el campo y fuera, en la vida. En su vida.

Máximo Adriano es una subversión contracultural, pero Sergio, Marco, Alejandro, son todos nombres con poso, nombres que evocan Grecia y Roma, reyes, conquistadores, héroes, senadores, cónsules.

A Ramos lo convirtieron en el tonto oficial de España, en la encarnación del tonto, todos esos broncanitos salidos de un guión a cuatro manos entre Gerardo Tecé y Facu Díaz. Quizá la razón no sea otra que aquella que mencionaba Jabois una vez, que al madridista le rompen tanto la cara porque nunca la quita. Sergio Ramos es un tío que nunca se ha escondido, por eso sale su retrato también en las peores derrotas del Madrid de los últimos tres lustros. Hay que fijarse en eso a la hora de hacer un balance, de evaluar la carrera de un futbolista. Ramos es más madridista que el nombre de Concha Espina y lo fue desde que decidió “hacerle un guiño” a Florentino en mitad de la negociación por su fichaje llegando en traje blanco a una concentración de la Selección. El humor Movistar, sin embargo, que es el humor El Terrat hecho con clones fabricados en Malasaña, la versión cómica para veinteañeros atrapados en el tiempo de la línea oficial del Partido, es decir, del país, marca el tono de la vida pública en España y determina que Ramos es tonto. Por alguna razón Ramos, que es un ejemplo de excelencia en lo suyo, no ha podido jamás deshacerse de ese monigote que lleva pegado a la espalda, por más que no deje de acumular triunfos en su trabajo. No importa que cada año que pase tenga un físico todavía más competitivo para el fútbol de élite, ni que ejerza su carisma como instrumento de liderazgo en el vestuario más difícil del fútbol mundial. No basta que se harte de ganar y de que le mire a la cara a Beckenbaüer en la Historia del juego. No basta que sea la cara con la que una generación de niños no ya madridistas, sino europeos, soñará siempre que se imaginen levantando una orejona.

Sergio Ramos besando la copa de la Liga

Fotografía Getty Images

Y no sólo eso. En los últimos años hemos podido descubrir a un Sergio Ramos mecenas, en el sentido, también en esto, latino, de protector y patrocinador del arte contemporáneo. Hemos podido seguirlo a través de su Instagram en exposiciones, en museos, dentro y fuera de España, aprovechando su tiempo libre para visitar a artistas contemporáneos en sus estudios y para aumentar su colección personal con obras que no ha dejado de enseñar a sus millones de seguidores con esa cosa tan espontánea de la felicidad natural, de la alegría que sale por hacer algo que a uno le gusta o emociona.

Y no sólo eso. En los últimos años hemos podido descubrir a un Sergio Ramos mecenas, en el sentido, también en esto, latino, de protector y patrocinador del arte contemporáneo.

Todo el artificio, en Ramos, parece haberse volcado en ese docudrama suyo de Amazon Prime, que personalmente no he visto, pero del que me han dado las peores referencias. Sin embargo, hasta en eso el afán de Ramos por agradar guarda una chispa de naturalidad, de una cosa infantil por caer bien, chispa que se vuelve relámpago cuando se trata de defender lo suyo, sea material o inmaterial. Ahí están sus vídeos, cuando el golpe catalanista en octubre del 17, señalando la bandera de España de su barrio, o las fotos que se hace cuando hay elecciones, yendo a votar con toda la familia (con toda la plebe, diría un camero). Ahí está subiendo siempre a recoger trofeos con un recuerdo a su amigo Puerta o a Andalucía. El compromiso de Ramos con su condición de personaje público tiene algo de antiguo, algo entrañable que nos habla de otro mundo, de otra España: patriotismo, familia, lealtad, tradición…siempre sale presumiendo de mujer e hijos, pero también de padre, hermanos, haciendo publicidad de lo que hace la familia, ayudando a los suyos, en una palabra. Identificándose con elementos esenciales del folclore de su tierra y sorprendiendo con guiños pop, intercambiándose piropos con estrellas de la lucha libre, incorporando su figura a la imaginería madridista como un Barbarroja o un pirata. ¡El Madrid del Ramos bucanero, heredero directo del Madrid del Beckahm rubio platino, del que también él formó parte!

Sergio Ramos posa junto a la obra del artista Phil Frost que ha adquirido

Además de mecenas de la pintura contemporánea, ha compuesto música, tiene su propio tema, que sacó el día antes de ir a Kiev; el primer verso es para recordar que su primer sueldo fue para la yaya, toda una declaración de intenciones. Da nombre a una yeguada,  la mantiene, invierte en caballos de raza, que le hacen ganar premios alrededor del mundo; no esconde su afición por la tauromaquia (todo lo contrario, es capaz de probar que aquello de que un torero está muy triste detrás del Telón de Acero no tiene que ser verdad, Talavante en Kiev, con el capote y la Orejona, parecía muy feliz) y planea sacar discos con Marc Anthony en cuanto deje el fútbol. Está cerca de la definición de hombre renacentista. Con mucho, podemos decir que Ramos, al menos, ha superado el meme, lo ha trascendido y esto en sí mismo es toda una proeza, pues hay personajes públicos que jamás superan el hecho de convertirse en uno.

Máximo Adriano es una elección nominal que acentúa esa fusión entre la cultura popular y la High Culture que se da en Ramos. Primero por lo de Máximo, que es puro Gladiator, como no se ha tardado en comentar. Pero lo importante está en el otro cognomen, como dice con gracia un tuitero usado erróneamente como praenomen del recién nacido por los Ramos Rubio. El nombre de Adriano, además, es sevillanísimo, está imbricado en la imagen de Itálica y del hijo adoptivo del más sevillano de los emperadores de Roma, Trajano. De Hierro se podría decir que era un Trajano, un tipo realmente duro, un conquistador de los de sangre y fuego. Ramos, que lo sucedió, empezó siendo así hasta que la madurez trajo al hombre pleno, revelada definitivamente en la elección de un nombre para su retoño que es un poema de amor a la Baja Andalucía, la tierra más vieja de España. Máximo Adriano un nombre de absoluto lustre de la Bética, la provincia senatorial por antonomasia, el lar más romano de toda la Hispania. Adriano fue el emperador misterioso, helenófilo, arconte de Atenas, el príncipe del apogeo del mundo romano, el hombre duro pero culto que legó muros, ruinas, que sembró el Mediterráneo de bustos de Antínoo, de arcos, de teatros y que, por encima de todo, erigió el Panteón, el edificio más hermoso de Roma. Hay nombres que por su redondez determinan los pasos de un hombre en el mundo, nombres que avalan, que van delante de uno como escudos blasonados. Máximo Adriano, sin duda, es uno de ellos, ha nacido con un libro de Yourcenar bajo el brazo, por lo que se puede permitir uno el imaginarlo hollando los pasos del padre, algún día, heredando el mismo cuatro de la blanca, un número que desde Fernando Hierro parece reservado para monarcas andaluces.

¿Alguna vez han soñado con tener veinte años y una cabeza de cuarenta? Pues Sergio Ramos está a punto de conseguirlo. Yo lo vi anoche tras su gol de falta, compendio de la apoteosis ramosiana. Si el ramosianismo, como el milenarismo (entiéndase ramosianismo como doctrina o creencia de los ramosianos), ya había llegado con creces, este verano extraño de 2020 ha alcanzado su esplendor.

Que Sergio Ramos es un portento físico y técnico es un aspecto que se me olvida, sobre todo viéndolo tarde tras tarde “cortar y despejar” balones. Todos esos cabezazos que siguieron al gran cabezazo de Lisboa ya nos mostraron al mito, pero había más. Quién lo hubiera dicho. Aquello no era el culmen sino el principio del culmen ramosiano. Yo mismo no hubiera dicho nunca que en el de Camas había un artista y lo hay.

Y es un arte muy picassiano porque él lo observa todo, curioso y aplicado, a su alrededor, y se empapa de ello y lo asimila con la facilidad de un niño y luego lo expresa con su enorme talento. Y parece que acaba de empezar. Después de la pandemia hemos visto a un Ramos cristianizado. Ya lo habíamos visto beckhamizado, ahierrado, raulizado o casillizado.

Ahora Sergio sabe que puede jugar hasta los cuarenta con su cuerpo de veinte y su sangre infantil y todas las inspiraciones de su carrera juntas dando vueltas en su caletre y en el lienzo que pinta cada partido mientras nosotros lo vemos. No hay más que verle por fuera para saber que ahí dentro hay una musa constante que lo cambia hasta de piel, como si también fuera una serpiente.

Da la impresión de que Sergio Ramos puede ser lo que quiera. Los penaltis, el gol de llegador del otro día (habiéndose recorrido todo el campo previamente, para luego regresar por el mismo camino sin variar el ritmo, casi aumentándolo). Su preponderancia, su jefatura. Uno lo ve correr y parece un ciervo joven, más joven que cuando llegó sabiendo que acabaría siendo lo que es.

Ramos es de esos jugadores que saben lo que son y serán desde niños, como Cristiano, como Vinícius o como Take Kubo. Ayer vi a estos dos últimos con la emoción de un amanecer; al primero como un alba completa en un sol blanco y esplendoroso que nos despertó con los ojos muy abiertos; al segundo en el cosquilleo (de sol naciente) de que lo anterior volverá a suceder con esos mimbres, con esas pinceladas firmes de genio seguro de serlo.

Así era Sergio Ramos y hoy, quince años después, héroe y leyenda, campeón de campeones, él es mejor. Y quizá el mejor. Decía al principio que lo acabé de ver ayer tras su gol de falta, y no como si lo acabara de descubrir de repente, sino como si lo hubiese estado viendo durante todos estos años y todas esas maravillas hubieran explotado en una onda expansiva de colores, como si él fuera un arco iris, una piedra preciosa rodante, incluso.

Todo lo que quiera Sergio Ramos ser, lo puede ser. En la fotografía que encabeza este artículo, con la que también hemos amanecido los galernautas, yo lo he visto pintado. Esa figura, ese escorzo, ese hombre hermosamente retorcido impulsó un balón que despegó del suelo y voló precisamente al ras de la cordillera de las cabezas mallorquinistas para aterrizar precisamente en la escuadra de los sueños.

Ese disparo estaba en su mirada previa. Esos ojos ardían mientras pasaba la película del lanzamiento una y otra vez, vívida. Sergio lo había visto, como si pudiera verlo todo. Beckham y Zidane y Cristiano envueltos en Sergio Ramos. La escritura de Norman Mailer con todos los cuentos de Fitzgerald y de Hemingway y de Steinbeck filtrándose a través de la pluma, ¡del pie!, de un iluminado.

Y esos ojos eran como los de Benjamin Button, casi con toda una vida al revés por delante. Fue una iluminación, un destello. Así veo yo a Ramos ahora, en destellos, como si fuese explotando en pequeñas y brillantes explosiones todo lo aprehendido que expresa a través del talento, como a muletazos talavanteros. Del talento y de la furia, de la fuerza, del poderío absoluto que desprende la figura del capitán del Real Madrid. Tan criticado, tan alabado.

Todo eso, todo ese ruido, toda esa vida trepidante e incomprensible y sonora, era para llegar hasta aquí sosteniendo toda su carrera sobre la punta de sus zapatillas de ballet: el pelo pegado de bailarina, cruzando pantorrilla sobre pantorrilla, ladeando el empeine hasta su límite y haciendo contrapeso con el brazo extendido ante la mirada aterrada de la barrera humana que contempla la gran y letal belleza que quizá no acabe de derramarse nunca.

 

Fotografías Getty Images.

Me había sorprendido la imagen de Ramos tras la pandemia. La barba, el pelo largo, la coleta. Es como si fuera pariente de McGregor. El pariente futbolista de McGregor. Luego vi fotografías en las que aparecía mostrando musculitos. Y menudos musculitos. Musculitos, exactamente, de finos, de apropiados. No como los del ex del Atleti y del Milan, José Mari. ¿Han visto ustedes últimamente a José Mari? Ya no es ese jovencito de pelo negro y largo, muy sureño, como napolitano. Ahora es culturista, o lo parece. De los que se les notan las venas en las sienes.

A Sergio Ramos también se le notan las venas en las sienes, pero son venitas de superfutbolista. ¿Le vieron ayer arramblar con todos los balones en el área? ¿Le vieron ayer marcando un gol de pronto en la playa después de haber cruzado un bosque? Esto es un poco como cuando al joven Clark Kent no le llevaban con ellos los del equipo de fútbol y las animadoras, y él se ponía a correr a la misma velocidad que el tren para llegar antes que todos.

Ayer Sergio llegó antes que todos a todo, hasta al gol, porque se ha convertido en un Supermán con pinta de McGregor. Si usted a un superdotado físico y futbolístico como Ramos le suma una preparación pandémica como la que debe de haber hecho, lo que le queda es Supermán. O poco menos. Y se agradece. Sergio Ramos no quiere retirarse nunca y está haciendo todo lo posible para que eso suceda dentro de mucho tiempo. Recuerdo cuando yo mismo, puede que haga unos tres o cuatro años ya, abogaba indisimuladamente por su venta (claro, que ahí hubo sus cosillas extradeportivas, renovaciones y otros cuentos fantásticos) con una clarividencia muy pipera que ha sido muy oportunamente respondida con, posiblemente, el mejor Ramos de siempre.

Una superación de Ramos muy Cristiana, aunque no es el único. Toni Kroos parecía ayer el duende de ese mismo bosque que Sergio atravesó para marcar. Uno que aparece de repente por detrás de los árboles y no lo puedes ver. Se oculta tras ellos y mira de reojo y es rápido, saltarín. Sabe todo lo que pasa en el bosque. Es como el duende Puck de las noches de verano. Es el mismo Kroos, pero acelerado. Y no sólo no ha perdido precisión ni serenidad, sino que parece haberlas mejorado. Ayer no parecía haber centro del campo, pero no importó porque Toni acudía al rescate a cada momento de dificultad desde detrás de los árboles. Y luego se volvía a marchar con una rapidez y agilidad inusitadas. Era un Kroos fibroso, que aparecía de puntillas con sus botas y sus manos puntiagudas.

Esta fibrosidad superpoderosa, como el despliegue de Ramos, paliaban el extraño efecto de este fútbol trastocado. Yo voy a estar de acuerdo con Gaspart en que esto no es la Liga. Esto es sólo una forma de acabarla, y algunos parecen haberse dado cuenta de que la forma física podía marcar la diferencia. Ayer, desde luego, la marcó en un partido irregular, raro, nuevo. Yo vi a Rodrygo en dos lances que hace dos meses hubieran acabado con él por los aires, casi ni levantársele los dos pies del suelo. Tuve que fijarme bien para descubrir que ese fortachón pesado que avanzaba por la banda era el ligero Rodrygo de la prepandemia.

Rodrygo se ha hecho mayor, ha dado el estirón a lo ancho, el expandión, del mismo modo que Benzema se ha equilibrado casi hasta el delirio. Benzema tiene el físico que le permite seguir escondiendo y aguantando el balón, al mismo tiempo que le permite elevarse como las hadas, moviendo a una velocidad mareante unas alas invisibles que le sostienen, casi ingrávido, el tiempo suficiente para esperar siempre a Hazard, otro que ha vuelto entrenado, afilado (como si llevaran todos puesto el traje de superhéroe, el de Los Increíbles), igual que si fuera el hermano mayor que espera siempre al pequeño para ir y volver juntos del colegio.

 

Fotografías Getty Images.

El recadito por los flancos es una cosa muy madridista. Es una señal de grandeza, de poderío, mostrada mayormente por quién pretende lo contrario. Imaginen una enorme pared de piedra. Un grandioso muro blanco del que no se divisa su fin ni por arriba ni por los lados. Ahora imaginen a Chiellini (¿quién es Chiellini? Ah, sí, perdón), por ejemplo, golpeando el muro con un pico que después de muchas arremetidas acaba plegado como en los cuentos de Mortadelo y Filemón, cuando no con el picador tembloroso y retumbante tras el primer golpe.

Yo no sé cómo continúan con esta práctica tan poco agradable. Pero es que el Madrid les debe atraer como las luces en las noches de verano. Yo lo comprendo. A Chiellini o a Clattenburg, por nombrar a otra polilla reciente. No pueden hacer nada. No pueden atacarlo ni sobrepasarlo. ¡Incluso para intentarlo tienen que alabarlo, como Chiellini a Ramos! Sólo pueden lanzarse a él ciegamente, con el riesgo de que alguien les dé un buen revistazo y les deje groguis.

Yo le diría a Chiellini, y a Clattenburg y a todos los demás que lo dejaran porque es malo para ellos. Les sienta fatal. Les deja como a personajes desafortunados de dibujos animados. Aplastados por rocas (la roca que ellos mismos han lanzado) como el Coyote; golpeados con una sartén por el ratón Jerry que les aplana la cabeza como al gato Tom; o chamuscados como Silvestre. Y mientras el Madrid diciendo cosas tan bonitas como “Me parece haber visto un lindo gatito”.

Chiellini ha tenido que gritar a los cuatro vientos que Ramos es el mejor para darle una patadita en la espinilla diciendo que es capaz de lesionar al contrario “con astucia casi diabólica”. Ay, Giorgio. Diabólico es llamar a otro diabólico, tirando del verdadero argumento diabólico, que es decir que Ramos lesionó a Salah con técnica y conciencia.

Lo veo quejándose mañana, a Chiellini (como a todos), a la pata coja como uno de los ladrones de Solo en casa después de patear en hierro. Aunque leyendo otros extractos y otras dianas de su biografía, comprobamos una buena cantidad de datos escabrosos, tan sensacionales como dudosos, que suelen servir para vender a propósito del morbo, y para que los habituales vengan, picoteen y cojan la parte que les interesa y la muestren para hacerse su foto al lado del ídolo. Nada nuevo.

Es, en esencia, mitómana esta tendencia a socavar ridículamente al Real Madrid. A sus jugadores, a sus triunfos. Lo que hacen es elevarlos aún más. Ellos están construyendo también, desde el otro lado, ese muro blanco inacabable a fuerza de golpearlo en vano, cegados por la obsesión, por el brillo que, de todos modos (al fin y al cabo es lo que desean), les ilumina.

 

El madridista ha perdido ya la sana capacidad de asombrarse ante el trato mediático dispensado a su equipo en lo relativo al arbitraje. Jornada tras jornada, año tras año, se repite la misma dinámica que coloca al conjunto blanco en medio de la diana periodística. Como subproducto de ese trato, al aficionado medio sólo le llegan las jugadas arbitrales que la opinión periodística ha decidido que han sido en favor del Madrid.

A veces no hace falta ni eso; un buen ejemplo fue el gol anulado al Sevilla por bloqueo sobre Militao en un córner. El reglamento era claro en cuanto a lo acertado de la decisión, pero ni siquiera eso detuvo las críticas periodísticas que apuntaron a un nuevo trato de favor hacia el Madrid por lo extraño de la norma que invalidaba el gol. Poco importaba que posteriormente se le concediese un gol ilegal al Sevilla, VAR mediante, por mano de Munir: el Madrid había salido favorecido y Monchi era la víctima.

Semanas antes, durante el Clásico, el Madrid se vio privado de la concesión de dos penaltis meridianos. A pesar del esfuerzo de algunos opinadores que trataron de hacerse oír en las tertulias, pronto quedaron sepultadas en el olvido las meridianas jugadas. Daba igual que los antecedentes arbitrales entre ambos equipos fuesen bastante escandalosos, “el Madrid no tiene derecho a quejarse”. Sin embargo, sé que pronto se volverá a hablar en cualquier tertulia del famoso penalti a Pepe en Elche a pesar de que hayan pasado ocho años y no significase ningún título.

Esta jornada no ha sido una excepción. Los ecos de la entrada de Ramos se propagan aún firmes por las tertulias mientras que la clarísima expulsión perdonada a Sergi Roberto ha pasado a mejor vida. Desde el principio se empezó a difundir por las redes la imagen, lógicamente estática, de la entrada de Ramos sin atender a lo que había ocurrido antes, que no era otra cosa que el camero había sacado limpiamente el balón a ras de suelo, lo había impulsado y con la inercia había golpeado con los tacos a Rubén García, que no se debió sentir demasiado agredido puesto que ni protestó.

Tampoco lo hizo un estadio que acostumbra a ser hostil con el Madrid en general y con Sergio Ramos en particular, como después demostró. Aranaiz, delantero de Osasuna, fue preguntado por la acción después del encuentro y no supo qué contestar porque ni la recordaba. Se puede discutir si Ramos podría haber limpiado el balón empleando menos fuerza en ello o tratando de plegar antes la pierna, pero la petición de expulsión mediática sólo llegó tras la difusión de la imagen estática, ya que el vídeo de la jugada no resistía la manipulación.

En el mismo encuentro, Nacho Vidal realizó una entrada peligrosísima a Valverde que no mereció la reprobación de la crítica, a pesar de ser mucho más merecedora de la expulsión. Tampoco estaban allí los guardianes de la moral para denunciar la “feísima” (marca.com dixit) entrada de Íñigo Pérez a Lucas Vázquez.

El Madrid había sido favorecido y no dejarían de repetirlo los siguientes días, aunque horas después Sergi Roberto realizase una entrada dura y con tijera añadida que no mereció, a juicio del árbitro, la segunda amarilla. En ese momento, el Barcelona perdía 2-1, y de haberse quedado con diez jugadores se le habría puesto muy difícil seguir enganchado a la Liga. Incluso antes, reglamento en mano, Lenglet posiblemente debió ver la roja al interceptar un tiro con destino a la portería y encontrarse por detrás del punto de penalti. Iturralde, nada dudoso en su amor al Madrid, lo aclaró en la SER, pero nadie pareció tomar nota. El clarísimo penalti no señalado a Messi con el partido sentenciado brindó la ocasión de hablar de un pésimo arbitraje con reparto de errores. Poco importaba la jerarquía de los mismos. El tema estrella de la semana ya había sido definido: "Vamos a hablar de la impunidad de Ramos olvidando que es el jugador más expulsado de la historia de la Liga, y obviando que nunca ha sido expulsado con nuestra querida Selección".

 

Un jugador, una canción

Sergio Ramos – Dazed and confused 

Pese a que a nadie le interese el dato, Led Zeppelin es mi banda favorita de todos los tiempos, por lo que no soy dudoso. En los 70, esta banda fue, simplemente, la mayor y más importante banda de rock que ha existido. Sus giras eran ciclópeas, agotaban entradas rompiendo los récords históricos de asistencia de cada recinto en el que tocaban, despacharon unos cinco primeros discos que sólo unos elegidos de los dioses podían componer y ejecutar de semejante manera. Led Zeppelin I, II, III, IV y Houses of the Holy. El siguiente disco fue el doble Physical Graffitti, ahí es nada.

Años de éxitos sin interrupción hicieron que, si bien la calidad de Led Zeppelin siguiera intacta, la autoindulgencia crecía de manera proporcional a su éxito. Se habian transformado en dinosaurios, percibidos por algunos como enormes pero caducos, especialmente en su concepción del show. Su mítico Dazed and Confused de su primer álbum se convertía en directo en un homenaje de media hora que a sí mismo se hacía Jimmy Page, guitarrista, compositor principal, productor y muchas cosas más de la banda. Pese a ser guitarrista, no puedo concebir que alguien pueda disfrutar de semejante elucubración, por mucho que Page tocara su Gibson Les Paul con un arco de violín u obtuviera sonidos ultraterrenos con la ayuda de un theremín; aquello era un exceso que acababa aburriendo, hastiando o irritando directamente a los asistentes al espectáculo por mucho psicotrópico que empleasen para, según dicen, acentuar la experiencia. No nos engañemos, un tema de 30 minutos con un solo de ruidos raros en medio corta cualquier dinámica que se pudiera haber creado con las canciones previas y pone a las que vienen después en la difícil tesitura de levantar ese bajón. Así, Sergio Ramos es en sí mismo un exceso. En forma y centrado me evoca todo lo bueno de Led Zeppelin: calidad, intensidad, musicalidad, virtuosismo, capacidad de matiz… simplemente insuperable. Cuando cae en la autoconsciencia y en el auto homenaje y decide ser más protagonista de lo que de suyo le corresponde, es abiertamente crispante, más aún cuando ha dado sobradas muestras de que centrado es el Led Zeppelin del fútbol. Ramos ha dado temazos sin tasa en forma de noches como la de Munich, pero hizo su particular Stairway To Heaven en Lisboa, y no fue a la media hora, sino en el minuto 92:48. Como ejercicio de dinámica y de sentido del espectáculo, no hay pega posible. No hemos dejado de agradecérselo desde entonces.

 

Un jugador, una canción

1-Sergio Ramos – Dazed and confused

2-Karim Benzema – Aint’t that a kick in the head?

3-Luka Modric –  Dark Side of the Moon

4-Lucas Vázquez Neon

5-Raphaël Varane -Suck my kiss

6-Rodrygo Goes – Shout it out loud

7-Toni Kroos Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band

8-Gareth Bale - Master Of Puppets

9-Nacho - Overkill

10-Isco - Dance of Eternity 

11-Valverde -The Trooper

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