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El portero rebelde

El carácter de Agustín Rodríguez, portero del Real Madrid durante la mayor parte de la década de los ochenta, se resume en una anécdota vivida precisamente justo antes de dar el salto al primer equipo: en la final de Copa del Rey disputada el 4 de junio de 1980 en el estadio Santiago Bernabéu entre el Real Madrid y su equipo filial, el Castilla.

La ‘Final más Blanca’, como ha sido bautizada es uno de los hitos de la historia del fútbol español. Nunca antes había sucedido algo así y nunca más volverá a suceder porque la RFEF prohibió, poco tiempo después, que los equipos filiales disputasen la Copa del Rey.

Agustín era el portero de aquel prodigioso Castilla al que el tiempo ha dotado de honores pero que, durante muchas décadas, no ha sido tratado por historiadores y mitómanos del fútbol como se merecía.

El ‘B’ del Madrid llegó hasta la final tras eliminar a ‘primeras’ como el Hércules, la Real Sociedad que ganaría dos ligas consecutivas los dos años siguientes; el Athletic de Bilbao, el ‘Rey de Copas’ que ganaría otras dos con jugadores en sus filas como Dani, Goicoechea o Sarabia y el mejor Sporting de Gijón de la historia, el de Castro, Quini, Mesa o Joaquín. Lo del Castilla fue una proeza sin precedentes que le permitió plantarse en la final ante ‘papá’, el Real Madrid. El Castilla salió goleado de esa final y Agustín, junto al gran Jesús Paredes, mano de derecha del técnico del filial, Juanjo, fue el único que se negó a hacerse la foto de familia con los campeones. Es más, en una entrevista muchos años después y rememorando la efeméride llegó a reconocer que tiró la camiseta roja con la que jugó aquel partido que ‘no podíamos ganar’ en ningún caso.

Final Copa Castilla Real Madrid

Agustín, carácter indomable, no vio como aceptable el compadrear con el equipo que les acababa de arrebatar el título por mucho Real Madrid que fuera. Ese gesto de orgullo, pone en valor la historia de un portero que comenzó su trayectoria en el primer equipo como un trueno y que poco a poco fue apagándose ante la feroz competencia, de la que no siempre salió victorioso, con grandes arqueros como Miguel Ángel, Ochotorena o Buyo, que fue quien le cerró la puerta definitivamente y le obligó a salir de una Casa Blanca a la que había llegado en edad infantil, con 15 años y en la que permaneció hasta la temporada 89/90.

Agustín, carácter indomable, no vio como aceptable el compadrear con el equipo que les acababa de arrebatar el título por mucho Real Madrid que fuera.

Con el escudo blanco debutó en un partido en el viejo estadio Helmántico ante la desaparecida UD Salamanca. Fue el 4 de abril de 1981. No fue un debut fácil: Tuvo que sustituir al ‘Gato de Odessa’, Mariano García Remón, que se lesionó en ese partido. Entrar en frío, siendo portero y debutando con el primer equipo es una prueba de altos vuelos para cualquiera. Agustín la paso con nota.

Apenas una temporada después, en la 82/83, se hizo con el Trofeo Zamora. Es uno de los últimos porteros del Real Madrid en ganarlo. Después, de él, lo hicieron Courtois el año pasado además de Iker Casillas en la 07/08 y Paco Buyo en 1988 y 1992. Ganar el Zamora defendiendo la portería del Madrid, no es cuestión baladí.

Agustín Rodríguez Real Madrid

Fue su mejor momento en el Club. Poco a poco, empezó a desaparecer de las alineaciones. Aun así, tuvo un instante de gloria en la final de la Copa de la UEFA de 1986, que el Madrid ganó a doble partido ante el Colonia alemán y en la que Agustín fue titular, pero, en todo caso, su trayectoria ya no tuvo la regularidad que cualquier guardameta precisa para consolidarse en una posición tan complicada.

No obstante, su palmarés es más que brillante. Jugó 123 oficiales con el Real Madrid y en su carrera en Concha Espina tuvo tiempo de participar en la conquista de cinco Ligas, dos Copas de la UEFA; dos Copas del Rey, dos Supercopas y una Copa de la Liga y ser titular en partidos para el recuerdo como la final de Recopa de Europa perdida ante el Aberdeen en el famoso Madrid de los Cinco Subcampeonatos dirigido por Alfredo Di Stefano.

en su carrera en Concha Espina tuvo tiempo de participar en la conquista de cinco Ligas, dos Copas de la UEFA; dos Copas del Rey, dos Supercopas y una Copa de la Liga

Su carrera, terminó en el Tenerife, donde volvió a coger vuelo, con el mejor equipo chicharrero de la historia, pero Agustín Rodríguez Santiago, gallego de Marín, tiene un hueco en la historia del Madrid por méritos propios y un mensaje para el recuerdo: cuando un portero recibe una goleada, no esperes encima que se fotografíe con sus ‘verdugos’. Por muy influyentes que estos sean.

 

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"Guardarredes ilustres", todos los días en La Galerna.

 

Índice de "Guardarredes ilustres":

Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Capítulo 6. Iker Casillas

Capítulo 7. García Remón

Capítulo 8. Diego López

Capítulo 9. Bodo Illgner

Capítulo 10. Paco Buyo

 

Francisco Buyo Sánchez nació —después de los dolores— un 13 de enero de 1958 en Betanzos, provincia de La Coruña. Paco fue superlativo para todo. Su primer equipo fue el Ural, conjunto coruñés fundado por Lendoiro con el que jugó una temporada tanto de portero como de extremo derecho, aunque no a la vez, sino media parte en cada posición, porque si no, es imposible. De hecho, el Ural se proclamó campeón de Galicia y Buyo fue el guardameta menos goleado y el máximo goleador del equipo. Incluso cuentan que recorría a pie los 25 kilómetros que separaban, y siguen separando, Betanzos de La Coruña para ir a entrenar con el Ural. Después de Superman, jamás se vio nada similar. Paco Buyo guarda un gran recuerdo de sus inicios, hecho que es recíproco, pues en 2019 recibió la insignia del Ural C.F.

Cuando jugaba en el ural, una temporada fue el portero menos goleado y el máximo goleador

Después del Ural, Buyo jugó en el Betanzos, en el Mallorca y de ahí pasó al Deportivo de La Coruña, donde permaneció hasta 1980, salvo la temporada 78-79 que la disputó cedido en el Huesca mientras cumplía con el servicio militar. Tal vez en el ejército adquirió su célebre parecido con Arnold Schwarzenegger, el cual mantiene intacto a pesar de los años, incluso envejecen de manera similar. Quizá llegue a presidente de la Xunta de Galicia, al igual el célebre actor fue gobernador de California, quién sabe.

Buyo

El Cosmos de Nueva York, cementerio de elefantes como Pelé o Beckenbauer en aquella época, mostró interés por ficharlo en 1980, pero Buyo quería jugar en España y acordó su pase al Sevilla ya antes de participar en los Juegos Olímpicos de Moscú. Como anécdota, el primo de Buyo, Joe Fraga, fue representante de Pelé. En el Sevilla permaneció seis años y también dejó un grato recuerdo. Durante su etapa sevillista, debutó con la selección española en el célebre 12 a 1 endosado a Malta que supuso el pase a la Eurocopa de Francia de 1984, donde quedó subcampeón a la sombra de Arconada.

En 1986, Terry Venables, por entonces entrenador del Barcelona, insistía en su fichaje, pero Buyo se decantó por el Real Madrid. Un nuevo acierto. El de Betanzos quedó libre al terminar contrato, pero Ramón Mendoza, en un acto caballeroso, pagó al Sevilla ochenta millones de pesetas. Buyo, junto a jugadores como Maceda, Gordillo y Hugo Sánchez, aportó empaque al Madrid de la Quinta del Buitre que arrasó en la segunda mitad de los años ochenta. No olvidemos el mérito que tuvo Leo Beenhakker en todo esto, según atestiguó el propio guardameta o Míchel, en una reciente entrevista en La Galerna.

Buyo Maradona Suker

Buyo cuajó en el Real Madrid y se hizo pronto con el corazón de los aficionados, que veían en él —además de un auténtico porterazo— a un madridista valiente, luchador y con un carisma arrollador. Paco Buyo ponía en pie a la hinchada con sus actuaciones espectaculares, no dejaba frío a nadie, a pesar de no ser el portero más completo que existía. Es un caso similar al que ocurría en ciclismo con Perico Delgado e Induraín; Perico siempre tuvo más carisma que Miguelón y era más sencillo identificarse con él. Aunque esta personalidad vehemente, le granjeó la enemistad de aficiones rivales, como la de Osasuna, donde se vio acribillado literalmente a petardos. Paco Buyo fue un portero que destilaba épica, el prototipo de arquero que sirve para el Real Madrid. Porque no todos los buenos guardarredes son aptos para nuestro club. Algunos destacan en equipos donde son acribillados a disparos y tienen numerosas oportunidades de lucirse, pero en el equipo blanco es necesario un guardameta que sea capaz de estar 89 minutos sin trabajo y pueda salvar la única ocasión que le cree el rival. Con la particularidad de que es probable que esa oportunidad de gol sea clarísima, y el delantero rival, de gran nivel y con la motivación por las nubes.

Buyo cuajó en el Real Madrid y se hizo pronto con el corazón de los aficionados, que veían en él —además de un auténtico porterazo— a un madridista valiente, luchador y con un carisma arrollador

Buyo se especializó en milagros y acabaron apodándole el San Francisco de Betanzos, aunque desconocemos si se llegaron a fabricar estatuillas para colocar su imagen en el salpicadero del coche. Todo madridista con uso de razón en esos años recuerda aquel partido de Copa de Europa disputado 5 de noviembre de 1986 en el estadio Comunale de Turín contra la Juventus. El Madrid había ganado 1 a 0 en el Bernabéu y cayó derrotado por igual resultado en Italia. Buyo se beatificó durante el partido, donde fue decisivo, con intervenciones de mérito ante disparos de Platini o Serena, pero se canonizó en la tanda de penaltis, donde detuvo dos y un tercer lanzamiento se marchó fuera. Muchos seguimos el partido por la radio, escuchando en repetidas ocasiones aquello de San Francisco Buyo, y en aquel momento no nos quedó claro si había parado dos o tres penas máximas, lo que sí sentimos fue una alegría para nada mínima.

Buyo Juventus

Las cualidades de Buyo no se limitaban a una agilidad y reflejos descomunales, fue un adelantado a su tiempo y en numerosas ocasiones actuaba como jugador de campo; era habitual verle observar el desarrollo del juego varios metros fuera del área grande, atento a cualquier jugada o como apoyo de sus compañeros defensas. También fue un excelente lanzador de contraataques, tenía un magnífico y preciso saque con la mano y con el pie en largo.

Buyo se beatificó en Turín durante el partido de copa de europa contra la juventus, donde fue decisivo. Pero se canonizó en la tanda de penaltis, donde detuvo dos

El punto débil del protagonista de nuestro “Guardarredes ilustres” de hoy fueron algunos cortocircuitos extraños que padeció en momentos puntuales, como la croqueta con Paulo Futre, que quizá tuvieran que ver con que su carrera en la selección española no fuese más prolífica. Aunque en este aspecto, influyeron más las peculiares filias y fobias de seleccionadores como Javier Clemente. Buyo fue durante años el mejor portero de España y de los mejores del mundo, pero el titular del combinado nacional era Zubizarreta, un cancerbero que alcanzó su cénit joven, aunque con veintipocos años se convirtió en un cuarentón en declive que se vencía con pesadez artrítica hacia los lados de la portería y tenía el tremendo mérito de tirarse siempre al lado contrario en todos los penaltis. Con este estado de forma, Zubi desarrolló gran parte de su carrera y se mantuvo inamovible ocupando la portería de la selección. Se daba incluso el curioso caso de que Buyo no iba con España convocado, pero sí su suplente en el Real Madrid: Cañizares. Incomprensible.

Buyo

No obstante, la carrera de Buyo fue magnífica, permaneció once temporadas en el Real Madrid durante las cuales conquistó seis Ligas, dos Copas del Rey y cuatro Supercopas de España. En 1988 y 1992 obtuvo el trofeo Zamora al portero menos goleado del campeonato doméstico, ostentó durante años el récord de imbatibilidad de la portería blanca y fue el primer futbolista español en disputar quinientos partidos de Liga.

En su última temporada coincidió con Capello, un enamorado de los guardametas altos, de modo que, en una ocasión, Buyo se subió a un taburete y le espetó al italiano: “Míster, ¿le sirvo así?”. Paco Buyo ha sido sin duda uno de los porteros más importantes y queridos que ha defendido al Real Madrid y, sobre todo, el ídolo de los incipientes guardarredes de aquella época.

 

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Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Capítulo 6. Iker Casillas

Capítulo 7. García Remón

Capítulo 8. Diego López

Capítulo 9. Bodo Illgner

20 de mayo de 1998, Ámsterdam, ya saben. Han transcurrido pocos minutos desde que comenzara la final de la Champions entre Real Madrid y Juventus y los italianos, que encima tienen a Zidane, han salido fuertes, dispuestos a imponer desde el principio su teórica superioridad. Deschamps, aún enemigo más de dos décadas después, engancha un balón a 25 metros del área largando un zurriagazo imponente que busca con muy mala uva la base del poste derecho de la portería que defiende Bodo Illgner. El alemán, que viste una llamativa camiseta roja como la capa de un superhéroe, impulsa hacia ese lado sus 191 centímetros y no sólo evita el gol, sino que bloca el cuero. Del Piero, por si acaso, rondaba el área pequeña para cazar ese posible rechace que un portero más inexperto, más pequeñito o más nervioso, podría haber concedido. Imagínense que esa final comienza con un 1-0 para la ‘Vecchia Signora’ a las primeras de cambio. Qué distinta podría haber sido la historia con otro guardián en la portería. Pero Bodo no le dio a la Juve ni la opción de sacar un córner. Balón para el Madrid.

Nos vamos a los últimos minutos de partido. Ya ha marcado Mijatovic, bendito sea por siempre. El Madrid acaricia la Séptima, la primera después de 32 años. Pero Davids entra en el área como un zorro en un gallinero. Peligro, no. Pánico. El holandés se lleva una serie de milagrosos rechaces hasta quedarse totalmente solo en el punto de penalti, mano a mano con Illgner. El madridismo de todo el mundo contiene la respiración durante un segundo interminable. No puede ser. La final se va a ir a la prórroga. Pero el meta teutón ha visto venir esa serie de catastróficas desdichas defensivas y se ha adelantado tres metros para cerrar lo máximo posible el ángulo de disparo al carismático centrocampista. Éste chuta centrado y a media altura, como si el bigardo que tiene delante no le dejara otra opción. Bodo, de nuevo, se la queda. Si se hubiera vencido, apostando por un costado como hacen los porteros en un penalti, que es lo que era ese lance, el partido se habría ido al tiempo extra y quién sabe por dónde habría continuado la leyenda del Madrid. Pero Illgner aguanta en pie. Confía. En uno de los instantes más decisivos de la historia del Madrid, es un hombre tranquilo. Es alemán. Y para. Balón para el Madrid.

Últimos minutos del partido, el Madrid acaricia la Séptima, pero Davids entra en el área y chuta. Illgner aguanta en pie. Confía y se la queda. En uno de los instantes más decisivos de la historia del Madrid, es un hombre tranquilo

Bodo Illgner siempre será el portero de La Séptima. Esa final, al menos en mi retina, ha dejado dos imágenes grabadas, en parte por capricho de la realización televisiva y en parte porque en todo equipo ganador hay al menos una estrella en cada portería. Una imagen es la de Mijatovic, corriendo desbocado hacia el banquillo señalando a alguien (tras el choque supimos que era a Fernando Sanz). La otra imagen es la de Illgner y sus dos brazos en alto, gritando el gol. O el “tor”, en alemán. Probablemente dijo “gol”, pues Illgner se mimetizó tan rápido con la cultura española que se fue a vivir a Alicante nada más retirarse. Como buen alemán que es.

Bodo Illgner Redondo Fernando Sanz Séptima

Los años 90 estuvieron dominados por los Oliver Kahn (1,88 m), Peter Schmeichel (1,91 m) o Edwin Van der Sar (1,97 m). Porteros grandes. A fin de cuentas, una portería mide 7,32 x 2,44 metros. Eso son prácticamente 18 metros cuadrados, una superficie más amplia que una cocina muy grande. Aunque siempre ha habido porteros de gran estatura, fue en esa década cuando se terminó de imponer ese arquetipo (el de, por ejemplo, Thibaut Courtois, con sus 199 centímetros), de cancerberos sobrados de envergadura para llegar a rincones imposibles y también para salir a cortar centros laterales, que tanto daño tradicionalmente han hecho al Madrid. Illgner representaba ese perfil. Y también encarnaba la clásica definición de portero sobrio. De esos que nunca te cuestan partidos. No cometía un error. Lo parable lo paraba, apostando casi siempre por el blocaje, cuya mayor virtud es no conceder segundas oportunidades al rival. Pero también hacía paradas de muchísimo mérito, de las que dan victorias. Iba a buscar centros al área casi hasta la misma corona, no iba nada mal con los pies para tratarse de aquella época, no tenía lagunas de concentración y siempre estaba bien posicionado. Además, era extraordinariamente intuitivo en el uno contra uno, algo que se le suele dar mejor a los porteros pequeños. Un guardameta, en definitiva, muy completo. Añadiría que muy de mi gusto, pero, en realidad, ¿a alguien no le convence este tipo de portero?

La Séptima ha dejado dos imágenes grabadas: Una es la de Mijatovic corriendo desbocado hacia el banquillo señalando a Fernando Sanz. La otra imagen es la de Illgner y sus dos brazos en alto, gritando el gol

A Capello, desde luego, le encantaba. Illgner fue una exigencia suya. El italiano quería un arquero bueno y alto para apuntalar un ambicioso proyecto que incluía nada menos que a Mijatovic, Suker, Roberto Carlos, Seedorf o Panucci. Buyo estaba ya en la recta final de su carrera y al italiano no le llenaba la altura del histórico y bravo meta gallego una vez los años habían pasado factura a su potencia de salto, que era lo que compensaba, y de qué manera, su talla. Aunque Buyo no mereciera tras diez temporadas como titular indiscutible no disputar un solo minuto en la que sería su última campaña en activo, Capello no tenía en la diplomacia la mayor de sus virtudes. Tampoco confiaba Fabio en un jovencísimo Cañizares, que de haber tenido confianza y oportunidades en el Madrid habría sido su portero durante muchos años y tenido su espacio en esta fantástica serie que se está publicando en La Galerna.

Así que Illgner fue el portero del Madrid en esa temporada 96-97 desde nada más aterrizar. Anunciado su fichaje un 2 de septiembre, sin apenas entrenarse con sus compañeros ya estaba debutando contra el Hércules seis días después. Por supuesto, dejando la puerta a cero. En aquella campaña, el equipo blanco se alzó con el campeonato, siendo Bodo trofeo Zamora y nombrado mejor portero de la Liga, distinción que ya había ganado cuatro veces en la Bundesliga con el Colonia. Sin embargo, esta Liga fue su primer título con un club. Con la “Maanschaft” sí había ganado uno. Lo más grande que se puede ganar. La Copa del Mundo.

Bodo Illgner

Porque, con Illgner, el Madrid había fichado a un campeón del mundo. Palabras mayores. Especialmente en aquellos tiempos, cuando a los españoles ni se nos pasaba por la cabeza no ya conquistar un Mundial, sino ni siquiera estar en la pelea. Ni el Madrid podía presumir entonces de haber fichado o tenido en sus filas a muchos campeones del mundo, aunque la lista hoy sea interminable. De aquella, se reducía al uruguayo Britos (campeón en 1950 y jugador blanco entre el 53 y 55), el brasileño Didi (campeón en el 58 y del Madrid en la 59-60), Gunter Netzer (campeón con Alemania en el 74, el primero en conseguirlo mientras jugaba para el Madrid), su compañero Paul Breitner, que fichó por el club madridista justo ese verano, y los argentinos campeones en el 86 Valdano (como jugador madridista) y Ruggeri (que disputó en Chamartín la 89-90). Illgner traía consigo ese caché.

Llegó con 29 años, la edad perfecta para un portero, y estuvo cinco temporadas en el Madrid. En ellas consiguió la mencionada Liga y otra más, una Supercopa de España, dos Champions (fue suplente de Iker Casillas en la final de la Octava) y una Copa Intercontinental, aquella que decidió Raúl con su famoso aguanís ante la atenta mirada de Illgner desde la portería contraria. Nadie le cuestionó una sola actuación hasta que comenzó su rosario de lesiones, que se cebaron especialmente con su hombro derecho.

Llegó con 29 años, la edad perfecta para un portero, y estuvo cinco temporadas en el Madrid. En ellas consiguió una Liga y otra más, una Supercopa de España, dos Champions y una Copa Intercontinental

En su primer año lo jugó todo, con Cañizares de suplente y la dolorosa situación de Buyo, fuera de casi todas las convocatorias, logrando la primera y a su vez penúltima Liga de su carrera. En la segunda, arrancó el calvario en el hombro, que le hizo comenzar lesionado por detrás de Santi Cañizares (el de Puertollano fue el guardameta de la Supercopa conquistada ante el Barça). Pero Illgner se terminó ganando el puesto en el último tercio de la temporada para finalmente ser el elegido por Heynckes en aquella final de Champions. En la 98-99, la de la Copa Intercontinental, vuelve a ser indiscutible tanto para Hiddink como para Toshack. Pero en la 99-00, su cuarta campaña en el Madrid, explotan sus dolencias físicas y el hombro le dice “hasta aquí hemos llegado”, además de sumarse también una lesión en la rodilla. En esa temporada, dirigida primero por Toshack y después por Del Bosque, sólo disputaría cinco partidos, los últimos como madridista. Llegaba el momento de Iker Casillas. Se escribían las primeras páginas de una gloriosa carrera de sobra conocida por todos.

Bodo Illgner Baggio

En el libro sobre Iker Casillas “La humildad del campeón”, Bodo dice esto sobre el icónico guardameta  madridista: “Ves a muchos jóvenes que aparecen, pero poco después no sabes dónde están. Con Iker todo fue diferente. Tenía algo que era especial. Aprendía todo muy rápido, pero tenía algo. Tenía una confianza y una seguridad tremendas en todo lo que hacía. Tenía ángel. Era El Elegido”. Bodo se dio un año más para intentarlo, pero la edad, el hombro y la meteórica ascensión de Casillas eran una valla imposible de superar. Iker compartió portería con César en la 00-01, en la que Illgner estuvo inédito pero se anotó el último título liguero en su palmarés así como su segunda Liga de Campeones.  Llegó el momento para el germano no ya de buscar otro club, sino de, con 34 años, colgar los guantes. Porque ya se sabe que, después del Madrid, no hay nada.

Llegó el momento para el germano no ya de buscar otro club, sino de, con 34 años, colgar los guantes. Porque ya se sabe que, después del Madrid, no hay nada

En 2011, Illgner se sacó en España el título de Director Deportivo. Esa es la única puerta que abriría, como ha dicho alguna vez, para regresar al mundo del fútbol. Al menos a su vertiente competitiva, porque ha sido comentarista en varias cadenas de televisión. Hoy vive muy bien entre España, Alemania y Miami con sus tres hijos y su mujer, Bianca, que también fue su agente durante su etapa como profesional. Durísima negociadora, como dice la gente en el club que tuvo que tratar con ella. En “Alles “ (Todo), libro que escribieron los “Beckham alemanes”, como se les llegó a bautizar después, la pareja no dejaba títere con cabeza, revelando con seudónimos todo tipo de correrías nocturnas de muchos compañeros de la selección alemana y algunos episodios un tanto escandalosos. En el tiempo libre de Bodo, que dedica a practicar múltiples deportes, había mucho espacio para Twitter. Activo en esta red social hasta hace casi un año, la mayor parte de sus publicaciones han sido para animar al Madrid y dedicarle palabras cariñosas. Como casi todos los extranjeros que han vestido la camiseta blanca, no sólo pasó por el Madrid sino que el Madrid también lo hizo por él. Y es que siempre será el portero de La Séptima. ¿Se lo había dicho?

Illgner Roberto Carlos Séptima

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Índice de "Guardarredes ilustres":

Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Capítulo 6. Iker Casillas

Capítulo 7. García Remón

Capítulo 8. Diego López

Cuenta la leyenda que, en cierta ocasión, un profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela propuso una única pregunta en el examen final de la asignatura. La pregunta no podía ser más simple, pero tampoco más puñetera: "¿Por qué?".  Así, sin más. Al parecer, todo el mundo suspendió el examen, salvo un alumno que obtuvo matrícula de honor y que, en lugar de ensayar una larga y erudita disquisición sobre los fundamentos últimos del derecho y, con él, de la existencia humana, se limitó a consignar una respuesta casi tan breve, pero aún más desafiante e incontestable que la pregunta: "¿y por qué no?".

Viene esto a cuento porque le sospecho a usted, escéptico lector, haciéndose la misma pregunta: "¿Incluir a Diego López entre los porteros históricos del Real Madrid? ¿Por qué?" Pues bien, como a estas alturas ya habrá usted adivinado, mi respuesta es simple: ¿y por qué no?

Diego López

Ciertamente, podría dar por concluido el artículo en este punto, toda vez que nada de lo que pueda añadir a partir de aquí va a mejorar la argumentación. Sin embargo, habida cuenta de que ya estoy algo mayor para una  matrícula de honor en Filosofía del Derecho y que ni Bengoechea ni La Galerna me pagan por escribir artículos de cuatro palabras y nueve letras (bien es verdad que tampoco por lo contrario, sea eso lo que sea), voy a abundar un poco más en las razones de mi elección. Y es que sí, queridos lectores, de entre todos los porteros, guardametas y cancerberos que en el Madrid han sido (lo de guardarredes me suena a utillero), Diego López ocupa lugar de honor en el altarcillo de mi corazón.

Diego López representa el triunfo de la profesionalidad sobre el marketing

Diego López representa, como posiblemente ningún otro jugador hasta entonces y tal vez sólo Keylor Navas después (qué casualidad que ambos tuvieran que ganarse el puesto frente al mismo compañero), el triunfo de la profesionalidad sobre el marketing. Diego López es el rigor frente a la simpatía. El trabajo frente a las camarillas. La disciplina frente a la desidia. La nobleza frente a la deslealtad. El mérito frente al favoritismo. La rectitud frente a la traición. O si lo prefieren, el señorío frente a la fuerzas oscuras. Diego López regresó al Madrid para ser suplente de un portero legendario pero ya irremediablemente endiosado y con indisimulada falta de profesionalidad ("no piso el gimnasio, no lo necesito y no me gusta verme fuerte"). Y con trabajo duro, con esa honradez en la mirada y con su calidad, se hizo con la titularidad del Real Madrid, primero con Mourinho y después con Ancelotti.

Diego López

Pero no sólo era eso. Lo importante, lo mollar es que Diego López era, además y sobre todo, un excelente portero. Un portero serio, austero, casi herreriano, sólido come scoglio che immoto resta contra i venti e la tempesta, discreto como la elegancia verdadera, fiable como la melancolía en un romántico. Un portero que, no lo olvidemos, fue preferido por dos entrenadores consecutivos, tan competentes y tan diferentes entre sí como Mourinho y Ancelloti, frente al mito hasta entonces intocable. Mourinho, con su transparencia habitual, lo dijo claramente: "me gusta más Diego porque juega bien con los pies, sale, domina el juego aéreo; Iker es un portero fantástico entre palos, pero me gusta más otro tipo de portero". A mí también me gustaba más Diego López, qué le vamos a hacer, y disculpen ustedes que lo suelte así, sin anestesia ni nada.

Diego López fue preferido por dos entrenadores consecutivos, tan competentes y tan diferentes entre sí como Mourinho y Ancelloti

Hace ya unos cuantos años se representaba una ópera en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Cuando el tenor protagonista hubo concluido una de sus arias, su interpretación fue recibida con ese silencio gélido que es tan propio de Madrid en todas las ramas del espectáculo, desde el fútbol a la música pasando por el teatro o los toros. Silencio que fue sólo interrumpido por el aplauso entusiasmado de un único individuo. El omnipresente y siempre vigilante tendido del 7, que no sólo opera en Las Ventas del Espíritu Santo sino también en el Santiago Bernabéu, en el Auditorio Nacional y en los teatros de ópera, mandó callar al disidente con ese siseo tan maleducado como zafio con el que muchos aficionados puristas y acomplejados pretenden dar lustre a su esnobismo estirado, propio de eruditos a la violeta. Lejos de conseguir su objetivo de hacer cesar el aplauso, el siseo fue contestado de esta suerte por una potente voz femenina: "aplaudo porque me ha gustado, porque me da la gana y porque me llamo Teresa Berganza".

Diego López

Pues bien, este humilde escribidor, que ciertamente no se llama Teresa Berganza, aplaude a Diego López porque le gustaba como portero y porque le da la gana. Porque, si bien puede que haya habido porteros mejores en la larga historia del Real Madrid, a ninguno de ellos sintió tan próximo a su corazoncito madridista. Porque admiraba y seguía admirando esa hombría de bien que irradiaba Diego López en sus acciones, en sus declaraciones y en sus silencios. Porque le emocionaba y le sigue emocionando el ejemplo de su esfuerzo, de su abnegación, de su apretar los dientes frente a las dificultades. Porque le impresionaba y le sigue impresionando esa manera de afrontar la existencia, esa lucha no contra los demás sino contra las dificultades que siempre plantea la vida (empezando por ese nombre de oscuro oficinista), esa forma de conducirse con la lealtad como bandera pero con la voluntad irrenunciable de perseguir los sueños propios. Porque le conmovía y le sigue conmoviendo esa voluntad férrea de conquistar la portería del Real Madrid, y con ella la gloria, contra toda esperanza y sin más armas que su propia determinación y una fe insobornable en sus propias posibilidades. Porque en definitiva, me sobrecogían entonces como me sobrecogen ahora y me sobrecogerán mientras viva —más incluso que los protagonistas de las gestas sobresalientes de nuestra historia—, aquellos jugadores que encarnan los valores más elevados del madridismo, aquellos por los que me siento orgulloso de llamarme madridista. Y porque me resulta difícil pensar en un ejemplo más acabado de madridismo que el que discretamente, rotundamente, nos regaló Diego López.

Así que sí, de entre todos los grandísimos porteros que ha dado nuestra larga y fructífera historia, me quedo con Diego López. ¿Y por qué no?

 

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Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Capítulo 6. Iker Casillas

Capítulo 7. García Remón

En su Manual de fútbol, Juan Tallón escribe que “La portería es tu casa. No es muy grande, ni lujosa, y no aísla del frío y la lluvia como debiera, pero a ti te gusta”. En su juventud, Mariano García Remón era ese espécimen de niño prodigioso en deportes que todos hemos conocido alguna vez. Pudo ser jugador de baloncesto y hacia esa disciplina apuntaba su carrera. Pero cuando la decisión tornó definitiva, decidió emplear su poco más de metro ochenta en ser guardameta. ¿Por qué? Sencillamente porque a él lo que de verdad le gustaba era la portería.

Remón ingresó en las categorías inferiores del Real Madrid como juvenil a finales de la década de los sesenta, de donde pasó al equipo de aficionados. En la temporada 1970/71, fue cedido al Talavera en Tercera, al Oviedo en Segunda y acabó por jugar un torneo con el primer equipo del Real Madrid a final de curso. Tenía 20 años, pero esos meses iniciales de vaivén como profesional bastaron para que Miguel Muñoz apreciase sus cualidades: agilidad, reflejos, capacidad mental y de mando en alto grado. Capacidades notables a las que más adelante se sumaría la intuición, reflejada en su efectividad ante los lanzadores de penaltis. El técnico madridista le dio la titularidad las dos siguientes campañas, por delante de Junquera, el fichaje Corral o Miguel Ángel. “La competencia era brutal, pero yo aproveché la oportunidad”, recordaría el arquero para ABC. En la temporada de su estreno, ganó la Liga.

Tenía 20 años, pero bastaron para que Miguel Muñoz apreciase sus cualidades: agilidad, reflejos, capacidad mental y de mando en alto grado

No cabe duda de que su primer título liguero es un recuerdo capital para Remón, pero en la mente del aficionado, su abanico de virtudes quedaría grabado a fuego por un encuentro disputado poco después de aquel éxito, concretamente el 7 de marzo de 1973. “Era el partido número cien del Real Madrid en la Copa de Europa y, como el campo del Dinamo de Kiev estaba helado, jugamos en Odesa. Realicé un gran partido, pletórico de facultades. Desde entonces, se me recuerda como el Gato de Odesa”, rememoró. El Ajax los eliminó en la siguiente ronda, por lo que esa competición no pasó a la historia blanca, pero su exhibición en el empate sin goles de aquellos cuartos de final sobre la nieve soviética fue tal que el propio Santiago Bernabéu dijo que no cabía duda de que, en García Remón, se había encontrado un portero excepcional.

García Remón Odesa

Su figura crecía. Pero desde el momento en que se hizo parte importante del Real Madrid, indirectamente, Remón entró a formar parte de otra suerte de grupo figurado que tantas veces hemos visto; el de los futbolistas que pasan a la memoria colectiva ensombrecidos por alguna leyenda. Como su principal competidor y amigo Miguel Ángel, los barcelonistas Sadurní, Artola y Urruti o el atlético Reina, las grandes intervenciones de García Remón en su club no le servirían para ser importante en una selección española, donde primero Iribar y más tarde Arconada rindieron con garantías. A causa de ello, el madrileño solo fue dos veces internacional en el combinado que allá por los setenta dirigía Kubala. Una frente a los Países Bajos y otra ante Turquía. Y en consecuencia, el recuerdo de su nivel real más allá del Madrid es bastante menor a lo que debería ser.

Remón permaneció veinte años consecutivos en el club, quince de ellos como uno de los porteros en las plantillas de Muñoz, Miljanic, Molowny, Boskov y Di Stéfano. Colgó los guantes en el ecuador de los ochenta, diciendo que su “mayor éxito es haber estado quince años al pie del cañón. Siempre quise acabar mi carrera deportiva en el club que la empecé, y así fue. Pienso seguir dedicándome al mundo del fútbol, y en la cantera creo que puedo desarrollar una labor positiva”. Efectivamente, haría una buena labor como técnico madridista en el futuro.

“Mi mayor éxito es haber estado quince años al pie del cañón. Siempre quise acabar mi carrera deportiva en el club que la empecé, y así fue”

A lo largo de su dilatada trayectoria vestido de corto, Remón alternó titularidades y suplencias con Miguel Ángel, quien le adelantaría con la llegada del yugoslavo Miljan Miljanic a la dirección del equipo. Para aquellas fechas, el Madrid del triunfal Muñoz llegaba a su fin, dejando a un Barça campeón de Liga después de más de una década. Muñoz ni siquiera acabó el curso 73/74, y fue Luis Molowny quien tomó el mando del equipo, tanto en el difícil desenlace liguero como en una Copa del Generalísimo, que entonces se disputaba concluido el campeonato regular. El Madrid perdió muchos partidos del tramo final de Liga, entre ellos el famoso 0-5 contra los de Michels del que Remón formó parte. Poco después, se lesionó en la Romareda y Junquera se hizo con la titularidad, para perderla en la derrota 4-3 contra el Sporting en la última jornada.

García Remón

Como escribió Eduardo Galeano en su Fútbol a sol y sombra, “El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo”. Molowny acabó por confiar en Miguel Ángel para una Copa que se ganó, devolviéndole además la goleada al Barça. El 4-0 en la final inició la etapa de tres indiscutibles cursos de Miguel Ángel en el arco, quien de este modo había pasado de opción residual en las seis temporadas anteriores a jugador clave con Miljanic. Como más tarde sucedería con Remón, dos Ligas y una Copa certificaron parte de la valía de Miguel Ángel como guardameta para el Real Madrid. El de Ourense fue la alternativa de Arconada en los Mundiales de Argentina ´78 y España ´82, al haber finalizado sendas temporadas como titular madridista.

A lo largo de su dilatada trayectoria vestido de corto, Remón alternó titularidades y suplencias con Miguel Ángel

Pero entre ambas Copas del Mundo, García Remón no fue siempre secundario, sino que en un tramo volvió a ser fundamental. En la segunda mitad de la campaña 78/79, el Gato aprovechó una grave lesión de su compañero para retornar a las alineaciones de la mano de Molowny, situación que se prolongó los dos cursos siguientes, ya con Vujadin Boskov al mando. “A mi modesto modo de ver, el preparador ideal podría ser una mezcla de Boskov y Molowny”, son palabras de García Remón en claro agradecimiento por su confianza. De esas temporadas como arquero inamovible, Remón y el Madrid sacaron un saldo común de dos Ligas y una Copa del Rey. Pero como tantas veces en fútbol, la desgracia volvió a llegar en forma de lesión.

La final de Copa de Europa alcanzada por el Real Madrid en 1981 la jugó el joven canterano Agustín, ya que el mes anterior, en la jornada 31 disputada contra la UD Salamanca, un Remón de 30 años sufrió una fractura en la rodilla izquierda que acabaría por ser la estocada definitiva a su titularidad. Tras la operación, el Gato de Odesa reapareció en enero del 82 durante un partido de Copa, pero no volvería a ser el mismo.

“A mi modesto modo de ver, el preparador ideal podría ser una mezcla de Boskov y Molowny”

Una vez retirado, el guardameta aseguró que el Madrid siempre le trató con cariño. Y es tan cierto este aserto que, a petición del club, Remón fue recuperado en dos ocasiones de su retiro para ser integrante del cuadro de porteros durante las temporadas de 1984 y 1986, esta última dirigida de nuevo por su estimado Molowny. En esos períodos finales, su labor puede considerarse como didáctica, un ejemplo de experiencia y facultades del que pudiesen aprender tanto el naciente Ochotorena como el propio Agustín, quienes se jugaban el puesto en una alternancia bajo palos propia del período ocupado por sus antecesores. Lugar en la portería que, un año después, y ya con García Remón retirado definitivamente, tendría dueño único en la figura de Buyo, otro jugador legendario que pasaría a engrosar ese inmerecido grupo de porteros a la sombra de la escuela vasca en la selección.

 

"Guardarredes ilustres", todos los días en La Galerna.

 

Índice de "Guardarredes ilustres":

Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Capítulo 6. Iker Casillas

Casillas, durante tantos años de gloria, pudiera haber sido un pichichi, naturalmente, un pichichi silenciado, un pichichi al revés, porque paraba con mucho mérito, o sea, que marcaba muchos goles al evitarlos. Casillas ha sido Iker, o al contrario. Un humilde y una estrella. No un portero, sino el portero. Le elogiaba Buffon, le maldecía Messi, y le pedían los guantes los poetas de la grada. Está en la zona noble de la historia del Real Madrid, que es como decir en la copa de nuestra vida de felicidad madridista, ahí en lo alto de noches eternas.

Iker ha sido una época de oro, o varias más bien, en el fútbol y en todo, y era el chico bueno que sólo cogía cabreo cuando estaba en el campo, y a veces ni eso. Tenía algo de dandy del área, que es una cosa que sólo puede darse si el área es la propia. El portero debe tener en el alma un líder, aunque calle, o precisamente si calla. Es el caso. Consta Iker, como futbolista, de los trofeos más altos, y luego como persona resulta un tipo de largo agrado que nunca dio un susto, y que un día embelesó a la más deslumbradora de la tele, Sara Carbonero. No entra en la tribu de los tatuados, y ha hecho entrenamiento de sonajeros, mientras le tocó ser padre.

Casillas Champions

Cuando ganamos el Mundial, en Sudáfrica, besó a Sara ante las cámaras del mundo entero, y en ese beso la despeinó de sorpresa. La estampa es histórica. Luego, en Madrid, vimos una pancarta inolvidable: "Iker, bésanos. Sara somos todas”. Iker ha sido mucho Iker. En aquel Mundial quisieron señalarlo, por estar enamorado, y ganó el Mundial, con la novia a pie de campo, para contarlo. Un tal Mourinho vino un día al Madrid a firmar el acta de defunción del entrenador Guardiola. Y acabó sentando a Casillas, además. Mas o menos desde entonces, Casillas ha estado en su propia casa, pero a veces no tanto. Quiero decir que se fue a Oporto, aunque estuvo en Madrid como siempre, porque a Iker lo llevamos en el corazón. Y porque de algún modo Oporto fue una ciudad española mientras él estuvo ahí de turista con portería, de madridista pasajero. El rato en que de pronto estuvo enfermo, no hace tanto, estuvimos todos en vilo como si nos hubiera dado un susto de hospital alguien de la familia.

Casillas Mundial

De pronto, un día, dejó el fútbol profesional, y entraba así reventón de novedades en la liga del otro fútbol, el fútbol de la impredecible vida misma, donde ya lleva mucho rato sin darnos mayor sobresalto o regalo que el relevo de retrato con sus críos en las preceptivas redes sociales. Ha sido el chico del primer Mundial de La Roja, el capitán del Real Madrid, un cromo eterno. Para qué juntar aquí sus trofeos, si son incalculables. Con el retiro de Iker, a mí, en concreto, se me fue la juventud, la juventud última que me iba quedando. Cuando dio la despedida en Chamartín, lloró, y la emoción, la suya y la nuestra, nos llega hasta hoy. Habrá más, pero no habrá otro. No se trata solo de parar penaltis.

 

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Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Capítulo 5. Juanito Alonso

Vaya por delante que cuando Juanito Alonso se ponía debajo de los palos de las porterías mi padre era todavía un chavalín. Escribir sobre un futbolista al que no has visto jugar requiere consultar abundante documentación: libros de historia, viejos periódicos, revistas, recortes, entrevistas, fotografías, vídeos… Cualquier fuente de información es bienvenida. Pero no se trata de recopilar datos y exponerlos sin más. Se trata también de saber interpretar esos datos para comprender la dimensión real del personaje investigado.

Vamos con un ejemplo. De Juanito Alonso se puede contar que fue portada del álbum ‘Fútbol. Campeonato 1959-60’ de Ediciones FERCA. Eso es un dato. Pero de ese dato podemos extraer la conclusión de que Juanito Alonso era una personalidad importante que servía de reclamo. A ojos de los niños, principales consumidores de las colecciones de cromos, Juanito Alonso era un futbolista lo suficientemente relevante como para captar su atención pese a jugar de portero. O, quizás, precisamente por jugar de portero. Su imagen, brazo estirado a mano cambiada para desviar un balón frente al Barcelona, en el marco de un Santiago Bernabéu con las gradas repletas, supone una estampa espectacular de un futbolista que formó parte de un equipo espectacular, valga la redundancia. El portentoso Real Madrid de la gran época dorada, el de las 5 Copas de Europa consecutivas, contó en sus filas con futbolistas absolutamente legendarios, toda una constelación de estrellas de la época. Pero, como decía Don Alfredo, ningún jugador es tan bueno como todos juntos. Sobre los terrenos de juego de aquí y de allá Di Stéfano hacía gala de su fútbol total, Gento corría la banda como una galerna, Puskas destrozaba las redes a base de cañonazos, Kopa regateaba con clase y habilidad… Y atrás, en la portería, estaba Juanito Alonso.

Equipo Juanito Alonso

Juan Adelarpe Alonso nació el 13 de diciembre de 1927 en la localidad guipuzcoana de Fuenterrabía. Era cuatro años menor que su hermano Gabriel Alonso, también futbolista de élite, con el que llegaría a coincidir en el Real Madrid y que, como podemos deducir, supuso una clarísima influencia a la hora de encauzar su vida deportiva. Sus primeros pasos futbolísticos los dio en el colegio y en el Kerizpe Txiki. Con solo 10 años tuvo que dejar la escuela para ponerse a trabajar en una cordelería, pero sus quehaceres laborales no le impidieron seguir jugando en las filas del infantil del Kerizpe, donde ya ejercía de portero. Sentía admiración por el arquero donostiarra Ignacio Eizaguirre y seguro que soñó muchas veces con llegar a ser como él. Con quince años pasó a trabajar junto a su padre en el sector de la construcción, en Irún, pero sin desvincularse nunca del mundillo del balompié. Ya jugaba en categoría regional con el primer equipo del Kerizpe y sus actuaciones no pasaban desapercibidas para el público, por lo que paso a paso se fue haciendo un nombre e incluso recibió una primera propuesta para salir de Guipúzcoa. El Logroñés se interesó por sus servicios para jugar en Tercera División, aunque Alonso no lo tuvo fácil para llegar al conjunto riojano dado que, en un principio, no contó con el beneplácito de su madre. Tras superar las reticencias familiares y pese a su corta edad el portero terminó jugando en el Logroñés donde, poco a poco, logró convencer a los aficionados de su valía bajo el marco.

Dejó el fútbol con un palmarés impresionante, en el que figuran 5 Copas de Europa, 5 Ligas, 2 Copas Latinas y 1 Copa Intercontinental

Muy bien tenía que hacerlo para que toda una leyenda de las porterías, el gran Ricardo Zamora, a la sazón entrenador del Celta de Vigo, se fijase en él y tratara de ficharlo para el cuadro gallego. Alonso estuvo a prueba en Vigo pero diferencias a la hora de llegar a un acuerdo contractual echaron al traste el pase del jugador guipuzcoano. Alonso se desplazaría de nuevo a Galicia, pero por razones que poco tenían que ver con lo deportivo. Llamado a filas para cumplir con el servicio militar acabó destinado en El Ferrol. Allí sirvió en la Capitanía General del Departamento Marítimo llegando a jugar con el equipo de aquel centro militar y con el de la ciudad, el Ferrol, entonces en Segunda División. Dos campañas disputó el cancerbero con los ferrolanos, 1947-48 y 1948-49. En el verano de 1949, superadas sus obligaciones castrenses y con solo 21 años de edad, empiezan a llegar las ofertas de Primera División: la Real Sociedad, equipo de su tierra; el Celta de Vigo, en el que jugaba su hermano mayor Gabriel… Y el Real Madrid.

Un histórico de la portería blanca, el internacional José Bañón, causó baja retirándose prematuramente del fútbol a causa de un problema pulmonar y fue el propio Bañón quien propuso a los directivos madridistas el nombre de su posible sustituto: Juan Adelarpe Alonso. Tras una rápida y fructífera gestión del enviado Ángel Rodríguez hubo acuerdo y el joven Alonso pasó a ser guardameta del Real Madrid, equipo con el que debutaría en San Sebastián frente a la Real Sociedad el 25 de septiembre de 1949.

Juanito Alonso

A estas alturas del relato quizás alguien se esté haciendo las preguntas más importantes. Sí, sí, ¿pero qué tal era como portero? ¿Qué clase de guardameta era? En definitiva, ¿era bueno? Lo primero que hay que decir al respecto es que estamos hablando de la época de Don Santiago Bernabéu. Si un portero se tira diez años en el Real Madrid ganando títulos es que, por narices, era muy bueno. En cualquier caso, echando mano de referencias bibliográficas podemos describir a Juanito Alonso como un guardameta muy seguro y efectivo, cualidades indispensables para mantenerse tanto tiempo en la portería del equipo blanco. No era muy alto, medía entre 1,72 y 1,78 según las fuentes consultadas y, efectivamente, en las imágenes de las alineaciones no destaca respecto a las siluetas de sus compañeros. Sin embargo suplía esa carencia física con esfuerzo, entrega, buena colocación y muchísima concentración.

No era para menos. Jugando con quienes jugaba quizás podía darse el caso de que agarrasen el balón entre Rial, Gento y Don Alfredo y el rival no oliese la pelota durante diez minutos. Pero, claro, no había que dormirse en los laureles y cuando el contrincante se acercaba al marco madridista había que estar ahí preparado para intervenir con acierto. Hay muchas fotografías de nuestro protagonista en acción y de todas ellas se desprende la sensación de que Alonso blocaba la pelota con precisión y que realizaba valientes intervenciones en un fútbol muy físico que no estaba dotado de las comodidades actuales. Se paraba muchas veces sin guantes o con manoplas muy rudimentarias, con balones que pesaban lo suyo. Y recibir un puntapié del delantero rival con aquellas botas de hace más de sesenta años no debía de ser muy agradable.

Juanito Alonso sin guantes

Juanito Alonso tardó muy poco en hacerse con el puesto de guardameta titular del Real Madrid y casi no lo soltó pese a compartir demarcación con grandísimos profesionales como Adauto, García, Cosme, Pazos, Berasaluce, Bagur y, sobre todo, Rogelio Domínguez. Superó todo tipo de contratiempos, incluyendo una terrible tragedia personal. En 1953 falleció por enfermedad su joven esposa, con la que había contraído matrimonio solo un par de años antes en Ferrol. Fruto de aquella unión había nacido su hija, huérfana de madre con solo un año de edad, a la que el guardameta vasco sacó adelante con todo el cariño del mundo y el apoyo de los abuelos de la pequeña.

En lo profesional siguió a lo suyo, acumulando partidos y títulos defendiendo el escudo del Real Madrid. En la temporada 1954-55 hubiese ganado el Trofeo Zamora al cancerbero menos goleado de la Liga, pero el diario Marca no instauró este trofeo individual hasta la temporada 1958-59. En 1956 tuvo el honor de jugar la primera de sus tres finales de Copa de Europa, por lo que se puede decir que Juanito Alonso fue el primer portero de fútbol Campeón de Europa. Tras retirarse Miguel Muñoz, el guardameta pasó a ser el capitán del Real Madrid, distinción que le permitió recoger la Copa de Europa de 1958 , que se ganó en Bruselas frente al Milán. Su imagen bajando majestuosamente las escaleras del palco sosteniendo el trofeo continental entre las manos es una fotografía icónica de su álbum particular. Igual que esa otra en la que aparece recogiendo el balón encaramado a una montaña de nieve junto a los aficionados que pueblan la grada. Asiduo en las convocatorias de la Selección, llegó a jugar 2 partidos con el equipo español debutando frente a Irlanda del Norte el 15 de octubre de 1958 y volviendo a actuar con el combinado nacional frente a Italia el 28 de febrero de 1959.

Juanito Alonso Copa de Europa

Juanito Alonso consiguió ser protagonista. Solo las lesiones le privaron de agrandar aún más si cabe su leyenda. Una enfermedad pulmonar le impidió jugar el tramo final de la campaña 1958-59. Se recuperó y regresó a la portería para disputar su único partido de la temporada 1959-60, un derbi con el Atlético en el que se fracturó la clavícula y tuvo que ser retirado del campo, momento recogido por otra famosa fotografía, en este caso además histórica, que capta el preciso instante en el que Alonso ejerce por última vez como portero del Madrid en competición oficial. Fue el 21 de febrero de 1960. En el siguiente ejercicio, 1960-61, ya no jugaría y el 14 de junio de 1961 recibió su partido homenaje en un duelo con el River Plate. De ese encuentro hay una bonita fotografía en la que Alonso, en el césped del Bernabéu y cargado de obsequios, está acompañado por su hija. La pequeña tuvo que sentirse tremendamente orgullosa al comprobar el aprecio que suscitaba su progenitor entre el público merengue que tanto le quería.

Posteriormente trató de volver a ponerse en forma en el Plus Ultra, equipo de la órbita madridista, pero aquello no prosperó y terminó colgando los guantes. Dejó el fútbol con un palmarés impresionante, en el que figuran 5 Copas de Europa, 5 Ligas, 2 Copas Latinas y 1 Copa Intercontinental. En total, defendió la portería del Real Madrid en 296 partidos oficiales. Una vez retirado no ejerció de entrenador a nivel profesional, como suele ser habitual, y se desvinculó del mundo del fútbol. Se dedicó a sus negocios de hostelería y falleció el 8 de septiembre de 1994 a los 66 años. Para la historia quedará en el recuerdo como el magnífico guardameta del Real Madrid de la década de los cincuenta. Seguramente muchos de quienes fueron niños entonces quisieron ser porteros de fútbol como el gran Juanito Alonso, aquel que salía en la portada del álbum de cromos.

 

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Índice de "Guardarredes ilustres":

Capítulo 1. Ricardo Zamora

Capítulo 2. Keylor Navas

Capítulo 3. Antonio Betancort

Capítulo 4. Miguel Ángel

Por cuestiones de edad, no viví en directo la etapa de Miguel Ángel en el Real Madrid, ya que cuando yo llegué al mundo, el arquero orensano estaba en su última temporada como merengue. Por suerte, años después la hemeroteca y la posterior llegada de internet me permitieron ver al guardameta en todo su esplendor y conocer en profundidad toda su vida deportiva como madridista.

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi una parada extraordinaria del gallego. Cada domingo por la mañana cuando tenía 6 o 7 años iba directo al VHS y completaba una sesión de vídeo con imágenes y grandes momentos de los Mundiales narrados por Matías Prats Cañete o Joaquín Prat Carreras. En una colección de la revista Tiempo apareció Miguel Ángel volando en Argentina`78 para hacer un paradón impresionante al lateral diestro brasileño Nelinho en una falta. Desde ese momento, me llamó la atención su agilidad, sus grandes reflejos, su célebre bigote y (tras preguntar a mi padre) que además había sido portero del Real Madrid casi dos décadas. Muy pronto comprendí que su mote de ‘El Gato’ era fiel a la realidad.

Miguel Ángel Zanussi

En los últimos años, he podido ver al menos una treintena de encuentros del portero, tanto jugando en el club blanco como en la selección. Por ello, les recomiendo encarecidamente buscar la final de la Copa del Generalísimo de 1974 contra el Barça, la de 1975 ante el Atlético de Madrid (uno de sus mejores partidos), la eliminatoria contra el Borussia Mönchengladbach en la Copa de Europa en 1976, el choque de ida de cuartos en White Hart Lane de la Copa de la UEFA en 1985,  el partido ante Yugoslavia en Belgrado en 1977 que dio con la clasificación de España al Mundial o, en el propio Campeonato del Mundo de Argentina, su actuación frente a Brasil en la fase de grupos. No se arrepentirán de ver o descubrir a un guardameta en todo su esplendor y que desde el primer momento emociona e impacta.

Miguel Ángel era el prototipo de arquero que llama la atención por su plasticidad, valentía y espectacularidad en todas sus acciones. Pero a todo ello, además, había que añadir seguridad, algo no tan habitual combinado con esas características llamativas. Para ser portero no era muy alto (173 centímetros) y fue algo que no acabó de convencer a alguno de sus entrenadores. Miguel Muñoz, por ejemplo, llegó a decir de él que “es un portero saltimbanqui. A mí me gustan los porteros sobrios. Sin grandes ademanes ni excentricidades”. Incluso aconsejó al club su baja.

Miguel Ángel llamaBA la atención por su plasticidad, valentía y espectacularidad. Pero a todo ello había que añadir seguridad, algo no tan habitual combinado con esas características llamativas

Ser guardameta en el Real Madrid no es fácil, y menos cuando tienes a otro gigante compitiendo con el puesto como García Remón. Sin embargo, la competencia entre los dos siempre fue sana y durante más de diez campañas se fueron alternando sin tener una palabra más alta que otra pese a que para el orensano “era un problema cuando el entrenador daba la alineación y yo no estaba en ella. Mi única preocupación era que nadie se enterase de que yo estaba enfadado por no jugar. Porque, si demostraba en público que estaba enfadado, le estaba faltando el respeto a mi compañero. Así que jamás se me ocurrió descargar mi enfado con declaraciones altisonantes que difícilmente iban a beneficiar a nadie. Ni siquiera a mí”. Todo ello demostró la profesionalidad y competitividad de Miguel Ángel, que se mantuvo un total de 18 años como miembro de la primera plantilla, un récord madridista que posee junto a otros dos mitos como Francisco Gento y Manuel Sanchís Hontiyuelo. Tras una cesión al Castellón en Segunda división en el curso 1967-1968, Miguel Ángel, que había sido fichado del Ourense (en una operación relámpago donde el director de la cantera blanca Miguel Malbo se adelantó al Celta) volvió a la capital para estar ininterrumpidamente hasta 1986 en el Real Madrid.

Miguel Ángel parada

En sus primeros años, vivió a la sombra de los Betancort, Junquera o Borja y no fue hasta la marcha de Muñoz en 1974 cuando ascendió a la titularidad. El yugoslavo Miljan Miljanic le dio galones. Fue el portero merengue indiscutible a finales de los 70 y en 1976 consiguió su único Trofeo Zamora con 23 goles encajados. Su regularidad y buen hacer le permitió ser también el fijo para Ladislao Kubala en la selección española varios años. Fue además el nexo de unión de los dos grandes porteros vascos de la segunda mitad del siglo XX: Iribar y Arconada. Con ello, alcanzó las 18 internacionalidades y fue el guardameta titular en el primer Mundial en color para España, el de Argentina en 1978. Un Mundial que empezó mal con la funesta concentración en La Martona, con un grupo complicado en el que estaban Brasil y una Austria potentísima en aquella época y que terminó peor con aquel fallo de Cardeñosa ante la verde-amarela que nos dejó fuera con gran impotencia.

Miguel Ángel selección española

Al igual que con Muñoz a principios de los años 70, en la década posterior, Miguel Ángel tropezó con el balcánico Vujadin Boskov, que llegó al Real Madrid en 1979 y al que tampoco le fascinaban las cualidades del gallego. Entre técnico y portero hubo varias tensas y desagradables disputas que terminaron con Miguel Ángel apartado 45 días de la plantilla y con la retirada del brazalete de capitán, algo que dolió mucho al guardameta ya que todo fue con el consentimiento del club. Dos temporadas casi en el ostracismo y una lesión le impidió llegar en forma para jugar la final de la Copa de Europa de 1981 frente al Liverpool. Boskov prefirió a Agustín aunque Miguel Ángel no le guarda rencor por ello: “yo salía de una operación reciente. No podía pretender que el entrenador me pusiese a mí. Son decisiones que cuesta aceptar y que te enfadan. Pero hay que entender que los porteros no somos nadie para decidir quien juega y quien no".

“era un problema cuando NO JUGABA. Mi única preocupación era que nadie se enterase de que yo estaba enfadado por no jugar. Porque, si demostraba en público que estaba enfadado, le estaba faltando el respeto a mi compañero”

Tras la marcha de Boskov el gallego tuvo un final de etapa feliz y tranquila en la casa blanca. Di Stéfano, Molowny o Amancio contaron con él para salvaguardar el marco merengue y en 1985 realizó una gran Copa de la UEFA que finalizó con los blancos levantando el título contra el Videoton. Un año más tarde, colgaría los guantes, aunque otra importante lesión le impidió volver a la portería con asiduidad. Terminaban así 18 temporadas en las que disputó 346 partidos oficiales y consiguió, entre otros títulos, siete Ligas, tres Copas, una Copa de la UEFA y una Copa de la Liga.

Miguel Ángel Real Madrid

Un portero sensacional y extraordinario en el terreno de juego, un monstruo competitivo, un gran profesional, una persona con carácter y determinación y un madridista con ADN blanco desde la niñez (su padre era del Atlético de Madrid y su hermano del F.C. Barcelona).

 

"Guardarredes ilustres", todos los días en La Galerna.

 

ÍNDICE de Guardarredes Ilustres:

Capítulo 1: Ricardo Zamora

Capítulo 2: Keylor Navas

Capítulo 3: Antonio Betancort

Para Angelita García (viuda de Betancort) y para Yela Betancort: gracias por todo.

 

Eran los años finales de la década de los 60. Quien les escribe era un niño de cinco o seis años cuando empezaba a jugar a la pelota en el parque o en el cole. Jugaba de extremo derecho, aunque muchas veces me ponía de portero ya que tenía buenos reflejos, pese a ser de los pequeños de mi clase. Aún no se había apoderado de mí la pasión total por el fútbol, pese a que se hablaba sin parar del Real Madrid en nuestra casa familiar.

Todavía era muy pequeño para que me llevaran al estadio, con lo que me tenía que conformar con hacer colecciones de cromos y recortar fotografías de futbolistas de las páginas del ABC, del Ya y de La Hoja del Lunes.

Me fascinaba siempre el porte atlético, serio y altivo del que luego supe que era el portero titular de mi equipo favorito: Antonio Betancort Barrera

Me fascinaba siempre el porte atlético, serio y altivo del que luego supe que era el portero titular de mi equipo favorito: Antonio Betancort Barrera, siempre posando vestido enteramente de color negro, con sus medias blancas. Impresionaba muchísimo esa indumentaria tan sobria, a la que acompañaba una cara siempre de buena persona. De buena gente de verdad.

En su cromo estaba escrito lo siguiente: «Guardameta. Nació el 13-3-1937 en Las Palmas. Estatura: 1,83 m. Peso aprox.: 81,5 Kgs. Internacional.»

Antonio Betancort

Para mí, era el mejor, sin haberle visto jugar. Siendo de mi equipo e internacional, no había que preguntar mucho más. En el primer partido que pude acudir al estadio, Betancort fue el primero que anunciaba el locutor para dar el once inicial: Betancort; José Luis, De Felipe, Sanchis; Pirri, Zoco; Fleitas, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. No sé ni contra quién jugamos aquel día, ni si era un amistoso, un partido de liga o de copa. Pero ese XI se quedó grabado a fuego en mi cabeza, ya para siempre. Hacía sol —con lo cual sin duda no fue un partido de Copa de Europa, que se solían jugar de noche— y bastante calor. Me llamó la atención que el portero de los cromos, al verlo en carne y hueso, iba efectivamente vestido de negro, como el árbitro, y lucía una gorra también oscura cuando se puso a defender la portería del fondo norte. Por si faltaba poco para fascinarme, su pose marcial, impertérrita, con su gorra, mientras el equipo atacaba la portería contraria, acabó por conquistarme. Yo quería ser Betancort. Además, aquella tarde, lo paró absolutamente todo y fue ovacionado en varias ocasiones. Definitivamente, aquel guardameta se convirtió en ídolo y es por ello que, más de cincuenta años después, sigue siendo mi favorito entre todos los guardianes que ha tenido el Madrid desde entonces.

Antonio Betancort

 

Betancort llegó al club en 1961, procedente de su UD Las Palmas, al mismo tiempo que el guipuzcoano José Araquistain, y ambos se encontraron desde el primer momento con una competencia de primer nivel: Rogelio Domínguez, «el Magnífico», titular en la final que nos dio la 5ª Copa de Europa ante el Eintracht (7-3 en Glasgow) en 1960 y José Vicente Train, «el Grapas», que venía de ganar el Trofeo Zamora al meta menos goleado en la temporada 1960-61.

José María Zárraga, el gran capitán, le ayudó mucho desde llegó a la capital. Sus mejores amigos durante su estancia en el club fueron Ignacio Zoco, Vicente Miera y Ramón Moreno Grosso

El joven grancanario se integró muy rápidamente en el equipo al llegar a Madrid desde Las Palmas, y pudo contar desde el principio con un padrino de excepción, ya que el gran capitán, José María Zárraga, le ayudó mucho desde el primer momento en que llegó a la capital. Sus mejores amigos durante su estancia en el club fueron Ignacio Zoco, Vicente Miera y Ramón Moreno Grosso, con los que, años después, y ya de regreso a su Gran Canaria natal, seguía teniendo permanente contacto.

Betancort Gento De Felipe

Finalmente, el vasco Araquistáin se hizo con el puesto esa campaña (ganando también el Trofeo Zamora) y Betancort no tuvo prácticamente ninguna oportunidad, con lo que, en el verano de 1962, aceptó una cesión al Deportivo de la Coruña, operación que formó parte del pago del traspaso del gallego Amancio Amaro al club blanco.

En 1962, aceptó una cesión al Deportivo de la Coruña, operación que formó parte del pago del traspaso del gallego Amancio Amaro al club blanco

Antonio cuajó una temporada sensacional 1962-63, ayudando activamente a su equipo a mantenerse en Primera División. Y regresó al Real Madrid, donde Vicente había recuperado la titularidad, ganando otros dos «Zamora» más (único meta merengue ganador de tres trofeos en toda la historia), 62-63 y 63-64. Una vez terminado 1964, con la decepción final de la derrota ante el Inter (3-1) en la final de Viena y la explosiva salida del club de Di Stéfano, Vicente también salió (con destino al Mallorca) y quedaron como porteros Araquistáin y Betancort, que prácticamente seguía inédito en partidos oficiales.

Esta vez, la buena suerte le echó un capote a Betancort (o la mala suerte fue para Araquistáin, en forma de inoportuna lesión en la 7ª jornada de liga, en partido jugado en casa ante el Zaragoza, 1-1), que acabó la liga 64-65 como titular indiscutible y, además, consiguiendo su primer «Zamora», tras 24 partidos jugados y encajando únicamente 15 goles. Además, en esa temporada, el canario también pudo debutar en Copa de Europa y jugar la Copa. Esa liga supuso la 5ª consecutiva del Real Madrid (desde 1960-61), récord en el campeonato español, que pudo igualar la Quinta del Buitre entre 1986 y 1990.

Se me quedó grabada la facilidad que tenía Betancort para blocar los disparos de los rivales, una característica que hoy en día está casi en desuso

Las dos siguientes campañas siguió siendo titular indiscutible, haciendo gala de unos magníficos reflejos, y de sus sensacionales salidas de puños. Una imagen que siempre se me quedó grabada era la facilidad que tenía Betancort para blocar los disparos de los rivales, una característica que hoy en día, con tanto portero-delantero, mezcla de porteros de balonmano y de parar y abusar jugando con los pies, está casi en desuso, ya que se prefiere siempre despejar antes que blocar. Quizás es que los entrenadores de porteros ya no practican suficientemente lo de blocar el balón.

Antonio Betancort

En la 65-66, el Atlético puso fin al dominio merengue en liga, aunque fue el año de la 6ª Copa de Europa, con los 11 españolitos del equipo «yé-yé». Betancort pudo haber sido el titular de la final, como durante todo aquel año, pero en la ida de semifinales contra el Inter cayó lesionado, lo que le impidió jugar la vuelta en Milán y la finalísima contra el Partizán en Bruselas tuvo como protagonista a José Araquistáin. Si ustedes repasan las fotos oficiales de las primeras 5 copas de Europa, comprobarán que en ellas solo posan los 11 titulares. Pues bien, no es así en la foto oficial de la Sexta, en la que posan los 10 jugadores de campo más dos guardametas, el que jugó en Bruselas, Araquistáin, y el que no pudo jugar por lesión, Antonio Betancort. Fue una concesión a los méritos del grancanario, auspiciada por el propio presidente Don Santiago Bernabéu.

Gento Betancort De Felipe

1966 fue año de Mundial de fútbol (Inglaterra) y Betancort, ya recuperado, pudo formar parte de la selección española. José Villalonga, por entonces seleccionador (el triunfador de la Eurocopa de 1964), le llevó como uno de los tres porteros (Iríbar, Betancort y Miguel Reina), aunque finalmente no debutó como mundialista en ninguno de los tres partidos de la selección, ya que José Ángel Iribar, «el Chopo», acaparó la titularidad. En su carrera, Betancort fue dos veces internacional con España, ambas ante Irlanda y valederos precisamente para la clasificación del Mundial de Inglaterra.

mostramos un excepcional documento, la carta que envió Bernabéu a Betancort con motivo de la convocatoria para el Mundial de 1966

Como curiosidad, mostramos un excepcional documento, la carta que envió Bernabéu a Betancort con motivo de la convocatoria para dicho Campeonato del Mundo (cortesía de Yela Betancort, hija del gran guardameta, como el resto de fotografías que ilustran este texto). Llama mucho la atención su redacción, por lo sorprendente e impensable que resultaría hoy en día.

Bernabéu le trata de «Querido amigo» y se despide como «…un fuerte abrazo de tu amigo». Casi nada. De todo un presidente mítico del Real Madrid.

Carta Bernabéu Betancort

Ya para entonces, Betancort se había ganado el apodo de «Siete manos» por su gran habilidad e intuición para detener penaltis. También en algunas crónicas aparecía como la «Araña negra», por recordar al gran Lev Yashin en su indumentaria y en sus enormes dotes para atajar los disparos rivales.

Antonio ganó otro «Zamora» al meta menos goleado en la liga 1966-67, encajando solamente 15 goles en 30 partidos (récord absoluto), en un año en el que el Madrid volvió a conquistar la liga (recordemos que en la década de los 60 hubo nada más y nada menos que ocho conquistas ligueras por parte de los merengues). La competencia seguía siendo feroz, tanto en la selección (con Iríbar, Sadurní, Miguel Reina) como en el Madrid, con sus compañeros de equipo, el asturiano Andrés Junquera, Araquistáin, y el joven gallego de Orense, recién fichado, Miguel Ángel.

Betancort ganó otro «Zamora» al meta menos goleado en la liga 1966-67, encajando solamente 15 goles en 30 partidos (récord absoluto)

Aun así, Betancort, tras un año fabuloso de Junquera («Zamora» en 67-68, eran tiempos en los que el Madrid, además de ganar ligas, conquistaba habitualmente «Pichichis» y «Zamoras»), volvió a la titularidad prácticamente hasta 1970. En total, Don Antonio disputó 177 partidos oficiales, logrando 6 Ligas, 1 Copa de Europa y 2 Copas de España, y nuestros socios veteranos le recuerdan siempre con cariño especialmente por grandes actuaciones europeas ante Inter, Manchester United, Benfica, AC Milán… y con excepcionales intervenciones en los derbis ante el vecino Atlético o contra el FC Barcelona.

Betancort forma parte del libro oro del club por ser un profesional con mucho carácter y una fuerte personalidad, con reflejos felinos bajo la portería y en sus salidas por bajo. Con su fuerte complexión y su estatura de 1,83m, era muy difícil de batir por alto y su agilidad le permitía llegar a todos los ángulos de su portería, destacando su labor en los córners o en las faltas laterales por el perfecto dominio de sus puños. En cuanto a su actitud, siempre fue intachable, haciendo gala de mucha discreción y de un verdadero señorío en todo momento.

Antonio Betancort

En 1971, Betancort retornó a su amada Unión Deportiva Las Palmas, en donde fue titular por delante de Oregui. Aún recuerdo el partido en el Bernabéu, en la primavera de 1972, cuando Don Antonio regresó a su estadio favorito ya como integrante de los canarios, y la impresionante ovación que recibió aquella tarde, en un partido que acabó 2-0, con goles de Pirri y Santillana, frente a un equipazo insular en el que jugaban Martín Marrero, Castellano, Tonono, Gilberto; la mejor época de Las Palmas, dirigido por Pierre Sinibaldi. Aquella tarde todavía nos deleitó con unas cuantas paradas a tiros de Amancio, de Grosso y de Aguilar.

Aún recuerdo el regreso de Don Antonio Betancort con la UD Las Palmas al Bernabéu, en  de 1972, y la impresionante ovación que recibió aquella tarde

El gran “Siete manos” de mi infancia, mi gran ídolo de siempre bajo palos. Vaya este pequeño recuerdo para todos aquellos que no lo pudieron ver jugar y atajar como muy pocos.

Y miles de gracias a Yela y a su madre, Angelita, por proporcionarme estos magníficos documentos e instantáneas.

 

"Guardarredes ilustres", todos los días en La Galerna.

 

ÍNDICE de Guardarredes Ilustres:

Capítulo 1: Ricardo Zamora

Capítulo 2: Keylor Navas

Pocas veces llegan a manos de La Galerna documentos del valor y el significado que posee la carta de Santiago Bernabéu a Antonio Betancort que ahora publicamos. Constituye una revelación que agradecemos enormemente a Yela, hija del mítico portero que hoy (en nuestra serie Guardarredes Ilustres) glosará Athos Dumas. 

Recordamos que ya el hijo de Antonio Betancort, Salvador, nos honró escribiendo en estas páginas un precioso texto sobre la amistad entre su padre y Zoco. Ahora es su hermana Yela quien tiene el emocionante detalle de confiar en La Galerna para hacer público este documento sin igual. Nos honra enormemente esta amistad con los hijos del añorado guardameta canario. Gracias, Yela. 

En la epístola, firmada del puño y letra de D. Santiago, el gran patriarca felicita a Betancort por su convocatoria con la Selección Española de cara al Mundial del 66, le desea suerte y le muestra su más absoluta confianza en que podrá dar lo mejor de sí (“que es mucho”) en la defensa del escudo de “nuestra querida patria”. Apela D. Santiago a una discreción cuya necesidad se nos escapa (tal vez el amigo Alberto Cosín pueda arrojar algo de luz sobre el contexto) tanto como nos intriga, pero lo que nos cautiva es el tono de orgullo por el éxito de Betancort, así como esa pátina de patriotismo en la relación entre club y selección que tan inevitablemente nos suena a tiempos lejanos, sea de quien sea la culpa de esto. 

Sin más que añadir, y reiterando nuestro agradecimiento a la familia Betancort, disfrutad. 

Carta Bernabéu Betancort

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