Las mejores firmas madridistas del planeta

En la actualidad, los clubes de fútbol dan una gran importancia al merchandising y a las equipaciones oficiales que anuncian a bombo y platillo al inicio de cada curso. Hoy en día en la búsqueda de fuertes ingresos suele haber tres uniformes diferentes y también se venden las camisetas o sudaderas de entrenamiento que son distintas a las elásticas con las que se salta a jugar al césped en cada partido.

En los estatutos fundacionales del Real Madrid ya figuraba que el equipo vestiría totalmente de blanco, y en 1913, cuando esos estatutos fueron aprobados, se ratificó la medida. Pero el cambio más dramático se produjo en la temporada 1925-1926.

En verano el cuadro madrileño realizó una gira por Europa que incluyó Inglaterra, donde se enfrentó al Newcastle, el Birmingham o el Tottenham Hotspur. En el vestuario, los dos auténticos capos eran los defensas Félix Quesada y Perico Escobal, que tenían mucha voz y mando, llegando a ser conocidos como los fakires por parte de la directiva y algunos de sus compañeros. Ambos quedaron prendados por el uniforme de camiseta de seda blanca y pantalón y medias negras que vestía el Corinthians londinense, un cuadro amateur que desplegaba un juego preciosista y rechazaba el profesionalismo.

En una de sus tardes libres los dos zagueros compraron una serie de equipaciones del club inglés y se las llevaron de vuelta a Madrid. Esa campaña, sin consultarlo con nadie de la entidad, impusieron un cambio de uniforme en la plantilla para enorme disgusto del presidente Pedro Parages, que no pudo impedir la decisión.

El inicio de la temporada fue bien y en el Campeonato Regional el equipo cumplió liderando la tabla por delante de su gran rival, el Athletic de Madrid, pese a un último partido muy polémico con la Gimnástica y los dos defensas siendo acusados de tongo por los espectadores presentes en el terreno de juego. Con ese triunfo accedieron a la Copa de S.M. el Rey Alfonso XIII, en la que debutaron en la liguilla de octavos de final. En esa ronda se midieron al Real Murcia y al Sevilla, a los que vencieron en La Condomina y el campo de Reina Victoria, mientras que en Chamartín cayeron con los hispalenses y golearon a los pimentoneros.

En cuartos el sorteo les emparejó como contrincante con el potente F.C. Barcelona de la época, que contaba en sus filas con el arquero Platko, el defensa Walter, Pepe Samitier, futuro jugador merengue en los 30, o el cañonero Alcántara.

El Barcelona de la época contaba con Platko, Walter, Samitier y Alcántara

La ida se disputó en Chamartín el día 18 de abril. El Real Madrid salió con camiseta blanca, pantalón y medias negras y con Escobal y Quesada al frente. El dúo decidió esa tarde probar algo que también descubrieron en Inglaterra, la táctica del one back para dejar en fuera de juego a los delanteros contrarios. Fue un desastre. Sin coordinación y con poco entrenamiento, Samitier les ganó la partida y marcó un hat-trick en la primera parte. En el descanso cuentan las crónicas que los gritos y las voces entre los jugadores blancos tuvieron altos decibelios. En la segunda mitad Monjardín recortó distancias al poco de iniciarse el juego, pero otros dos goles culés a continuación destrozaron a los blancos. La vuelta en Les Corts tampoco tuvo color y los locales se impusieron por 3-0.

Al concluir el choque en Barcelona el mandatario merengue Pedro Parages bajó a la caseta y echó la culpa y el mal fario de la cruel derrota de la eliminatoria al uniforme. Posteriormente se dirigió sin miramientos al utillero del equipo y le ordenó que se deshiciera de esa equipación para siempre.

Desde aquella temporada el Real Madrid retomó sus orígenes y siempre ha vestido con pantalón blanco en su uniforme principal.

Cuarta entrega: Donde se buscan los orígenes de la cultura del Madrid

VII. Bernabéu, máximo exponente de la cultura del Madrid

Las medidas deportivas que concretaron ese envidiado palmarés fueron siempre detrás de las decisiones estratégicas. No son su consecuencia, sin embargo. Más bien, en forma de «visión», con un alto grado de abstracción todavía, son su causa. Explican que en determinado escenario se adoptaran determinadas respuestas estratégicas. Pero solo se pudieron concretar cuando el éxito de la dirección estratégica adoptada había permitido acumular los recursos necesarios para afrontarlas, a veces muchos años después.

Que no siempre el camino elegido por esa minoría lúcida fuera coronado por el éxito a corto plazo, o que se demostrara inviable en determinadas circunstancias, no merma un ápice el valor de mi tesis. Mucho menos le resta valor que, en el ámbito deportivo, o en otros aspectos societarios, se adoptaran a veces decisiones que se demostraron erróneas. Así lo aseveran las enormes ventajas obtenidas en los casos de éxito que acredita la historia del club.

En el fútbol sólo sobrevivieron las entidades que supieron adaptarse a las cambiantes circunstancias socio-económicas; consiguiendo neutralizar las ventajas que, apoyadas en ese cambio, construyeron los rivales. Y solo están en condiciones de triunfar los clubes que consiguen adaptarse más rápidamente o mejor; los que utilizan ese cambio de circunstancias para conseguir ventajas competitivas.

El Madrid creció a escalones. No subió ninguno cuando buscó las soluciones concretas a los problemas del presente en la imitación mimética de las adoptadas en el pasado, que en circunstancias socio-económicas diferentes habían caducado. Escaló cada peldaño cuando miró a su pasado para identificar en la memoria de su propia historia dos de las líneas básicas de su cultura: la independencia del club y la anticipación del futuro. Esos son, en los despachos, los postulados esenciales de la auténtica cultura del Madrid. Eso es, singularmente, lo que no hay que traicionar.

Santiago Bernabéu fue presidente del Madrid durante más de un tercio de los 113 años de existencia del club. Es, por lo tanto, y de forma indiscutible, el máximo exponente de la cultura del Madrid. El ejercicio de su presidencia se caracterizó por llevarla a sus últimas consecuencias desde el mismo discurso de toma de posesión.

Bernabéu había sido jugador del primer equipo desde 1912 a 1927, capitán, entrenador ocasional, delegado, secretario de la junta directiva entre 1929 y 1935 y miembro de varias directivas. Se había nutrido, por lo tanto, de los postulados de la cultura del Madrid directamente de los hombres que la conformaron, y en el preciso momento histórico en que se afirmó la actitud del club frente a los concretos desafíos de los tiempos.

VIII. Una cultura societaria alumbrada en la noche de los tiempos

Se puede decir que hoy jugaríamos con jugadores amateurs y madrileños si las proclamas de los conservadores en favor de la pureza del sport, del honor frente al dinero y de respeto a la tradición se hubieran impuesto en la década de los veinte. Se puede decir, pero no lo diré. Seguramente no sería cierto. Lo más probable es que hoy no jugaríamos con nadie, ni contra nadie.

La notoriedad social de los éxitos deportivos convirtió en un fin en sí mismo el triunfo en los campeonatos. La adaptación a este nuevo paradigma —opuesto al paradigma olímpico— originó el primer cambio de orientación, muy temprano, del Madrid. Un cambio que alterará para siempre la relación de los socios con el club. Pasaron de asociarse con la finalidad de practicar el nuevo deporte a hacerlo con la de ser espectador o incluso gestor del club. La mayoría social, pues, perdió el derecho a la práctica recreativa del deporte en beneficio de los socios mejor dotados técnicamente. En seguida, los jugadores serán «buscados» en la cantera local, que se encuentra en los colegios privados, como el Pilar y los Agustinos, con arreglo a la extracción social de los futbolistas, pertenecientes a la exigua clase media de la época.

Al nuevo modelo pronto le sucedería otro cambio estructural asociado a la incipiente conversión del fútbol en espectáculo deportivo. El Madrid la había anticipado vallando el campo de O’Donnell en 1912. Una inversión con la que dobló en dos años los poco más de cuatrocientos socios que había reunido en los diez anteriores. Con el fin de incrementar sus ingresos por taquilla, hacia 1916 instaló la tribuna preferente. Aun así, sus recursos económicos no eran ni de lejos suficientes para afrontar con éxito el cambio que se gestaba.

A medida que el proceso de socialización del fútbol avanzaba, más elementos procedentes de las clases populares se incorporaban a una práctica deportiva hasta entonces exclusiva de las clases alta y sobre todo media. Entre los nuevos practicantes había jugadores de calidad notoriamente mejor. De la oportunidad de incorporar a estos últimos, para reforzar la competitividad de los equipos frente a los rivales, acabaría surgiendo en España el jugador profesional de fútbol.

El Real Madrid en el campo de O'Donnell

Partido del Real Madrid en el campo de O'Donnell

Quinta entrega: Donde se comenta la primera ocasión de matar al Madrid desde dentro y la pertinaz vocación de seguir intentándolo

IX. La consolidación de la cultura del Madrid. El profesionalismo

La respuesta al nuevo desafío, en tres ejes de actuación sucesivos y relacionados entre sí, consolidaría la cultura del Madrid.

El debate sobre la profesionalización no fue ni breve ni pacífico. El primer reglamento de jugadores profesionales culminó en 1926 un proceso de once años. Al diferimiento de la regulación no fue ajeno el Madrid. La difusa y progresiva profesionalización del fútbol le había sorprendido en inferioridad de condiciones. La directiva del Madrid no enfocó como un fin la resistencia en los órganos federativos a la regulación del profesionalismo. Fue el medio para evitar ser desplazado a la marginalidad, mientras en paralelo creaba las condiciones para explotar con éxito el cambio de modelo que preveía ineludible.

En 1915 se habían producido las primeras denuncias de «amateurismo marrón» contra el FC Barcelona. A despecho del reglamento vigente, el club catalán explotaba la ventaja de sus casi 4.000 socios, que le convertían, con diferencia, en la sociedad económicamente más potente de España. Con mayor o menor intensidad, en la medida de sus posibilidades, los clubes importantes fueron imitando a los catalanes. El Madrid, esencialmente, había utilizado sus influencias para encontrar empleos o mejoras en la proyección social de los jugadores que «pescaba» en la cantera madrileña y en su inmediata periferia. Pero a la altura de 1920 tanto el Barcelona como el Español —que contaba con el mecenazgo de la burguesía industrial— ejercían un profesionalismo encubierto inasumible para los recursos económicos del Madrid.

En el seno del Madrid, mientras tanto, la profundidad ideológica de la controversia sobre el profesionalismo causó estragos. Conservadores y regeneracionistas —ahora sí hablo de posiciones políticas— confluyeron en la oposición al cambio para el que se preparaba la directiva. Los enfrentamientos, que llegaron a calar en la escasamente desarrollada opinión pública deportiva, afectaron a la propia plantilla de jugadores. Entre algunos de ellos se produjeron disputas personales irreconciliables. Hubo, incluso, jugadores emblemáticos que amenazaron con abandonar el club de admitirse el jugador profesional.

El Español, la Gimnástica y el Rácing le ganaron al Madrid ocho campeonatos regionales entre 1903 y 1919. En ese mismo periodo el Athletic de Madrid no fue capaz de ganarle ninguno. Para 1936 los otros tres campeones regionales madrileños, aquellos viejos grandes rivales del Madrid, se habían extinguido o agonizaban tristemente en categorías inferiores. Al contrario que el Madrid, se adaptaron mal y tarde al profesionalismo.

De haber triunfado en el club las posiciones conservadoras —de distintas orientaciones ideológicas, como he dicho—, se puede inferir que durante la década de los treinta el Madrid habría desaparecido y la sucursal del Athletic vasco, con su equipo cuajado de jugadores profesionales, se habría convertido en el emblema de la ciudad. ¡Qué desgracia, vaya por Dios, para aficionados y madrileños!

De tan cruel paradoja no se hará cargo ninguno de los que, por el sesgo de sus posiciones de hoy, habrían defendido ardorosamente entonces que el Madrid no era digno de los profesionales. Pero no cuesta imaginarles protestando en nombre de la pureza del sport a las puertas del viejo Chamartín.

X. La contracultura del Madrid. Los falsos mitos

El tópico del español y canterano, que se abandera hoy frecuentemente como solución a los males del fútbol moderno, podría ser el equivalente contemporáneo al referente madrileño y amateur de hace noventa años. Se diferencia cualitativamente de él en que mientras la reivindicación del siglo XX se refería a una realidad existente aunque agónica, la del siglo XXI reclama una tradición fantasiosa que se atribuye al Real Madrid con absoluto desprecio de los datos de la realidad.

Lo que denomino contracultura del Madrid revela, de todas formas, una cierta continuidad de método. La resistencia al cambio busca legitimarse en la apelación romántica a un pasado mítico, a una Arcadia idílica. Pero si se analizan los datos con cierto rigor histórico, es decir, sin aislarlos del contexto socioeconómico, del marco normativo y del entorno competitivo en que se produjeron, no tarda en revelarse que se nos presenta como virtud lo que solo fue necesidad.

La aplicación de las imaginarias tradiciones no resolvería, por lo tanto, las necesidades actuales. Es más, agravaría los problemas del presente. En definitiva, si atendemos a los hechos realmente sucedidos, el pasado sacralizado por los abanderados de la contracultura carece del prodigioso efecto sanador que sus defensores le atribuyen.

Este recurso al elemento emocional es sin embargo una fortaleza a la hora de popularizar sus posiciones. Por el contrario, excluye el enfoque racional del análisis de las alternativas, de las soluciones a los problemas y de las estrategias de crecimiento del club. No hace diferencia si lo persigue de propósito, o por simple incapacidad para el pensamiento abstracto. Las cualidades del estratega, es cierto, parecen lejos de las competencias intelectuales que evidencia el discurso de sus portavoces mediáticos. Desgraciadamente para ellos, pudiera ser que quienes utilizan este recurso sean sinceros.

Sexta entrega: Donde se explica cómo los sensatos aprenden del pasado

XI. El recurso a la memoria no es disparate

Este de la contracultura es un modo disparatado de recurrir al pasado —incluso inventado o falsificado— por simple vocación de resistencia al cambio. El cambio es, sin embargo, la condición necesaria de la supervivencia. No es más que la respuesta —que puede ser tardía o anticipada, ya he dicho— a otro cambio inexorable, el de las condiciones socio-económicas, que no puede gobernar el club.

He aludido a algunos ejemplos derivados de la propia evolución del fútbol —en un contexto socio-económico de modificación de los patrones de ocio y del mercado asociado al mismo—. Recientemente la crisis económica ha destruido un tercio de la riqueza nacional y su gestión ha condicionado la distribución de la riqueza remanente, empobreciendo aún más a grandes capas de la población consumidoras de ocio-fútbol. Alguna trascendencia habrá tenido esta disminución general de la capacidad de consumo sobre un gasto que no entra en el capítulo de los imprescindibles. Inmersos en una burbuja, quizá la notemos en unos años.

Pero el ejemplo más radical de la influencia de los cambios socio-económicos en el statu quo del fútbol —el que mejor permite comprenderla— es el de la Guerra Civil. Pese a los panegíricos «fabricados» en Cataluña —en los años previos a la Transición y durante la misma—, el Madrid fue el club más castigado por la Guerra Civil y por la política deportiva del franquismo de posguerra. Pasó de dominador del escenario futbolístico español a segundo club de Madrid. Esta seguía siendo la situación que afrontaba la presidencia de Santiago Bernabéu en 1943.

Antes lo habían hecho la de Santos Peralba —depuesto por el general Moscardó, pero al que Bernabéu incorporó a su junta directiva— y la junta gestora, formada en 1939 para salvar el club de la desaparición. Esta última se negó a que el Madrid diera soporte a la operación Aviación Nacional. Los militares quería utilizar la licencia de un club en escombros para llevar a primera división al equipo formado, esencialmente con futbolistas canarios, en 1937 en Salamanca.

La defensa de la independencia del club frente a los planes del poder no era nueva en la cultura del Madrid, como más adelante veremos. Ya en la primera ocasión había estado en juego la pérdida de la hegemonía en Madrid. En esta segunda, en un contexto muy poco propicio, efectivamente la perdió frente al Atlético de Aviación. El Atlético pasó —directamente— del descenso a segunda en 1936 a ganar las dos primeras ligas de la posguerra. Y lo hizo jugando en el viejo Chamartín, mientras sobre el antiguo Metropolitano construía un campo nuevo con el doble de capacidad que el campo del Madrid.

Como apuntaba, hay una forma tergiversadora de apelación al pasado, orientada al más absurdo mantenimiento mimético de las situaciones. Sin embargo esas situaciones que se pretende neciamente congelar se habían originado por las transformaciones anteriores. No se puede aparentar ignorarlas, como si el pasado glorioso al que se apela fuera la consecuencia de un estado natural de las cosas que siempre estuvieron ahí y así. Contrasta radicalmente con ella el recurso a la memoria del club que, bajo la presidencia de Santiago Bernabéu, subyace en el enfoque racional de las soluciones a los desafíos que afronta ese Madrid derrotado, pero no postrado, de los años cuarenta. Su orientación —en favor del cambio— es precisamente la contraria.

Inauguración Chamartín 1947

Inauguración Chamartín 1947

Me entretengo ahora en una fotografía del partido contra Os Belenenses del 14 de diciembre de 1947. El Madrid inaugura el nuevo «Estadio de Chamartín». El proyecto nuclear de Santiago Bernabéu del que sus detractores —externos e internos— dicen, con sorna, «un estadio de primera, para un equipo de segunda». Sobre el círculo central del nuevo campo de juego están, como mandan los usos, los capitanes de ambos equipos. No están los árbitros. En su lugar, una mesita sobre la que descansan los banderines y obsequios intercambiados por los equipos, junto a un libro de firmas de los primeros doscientos socios del Madrid.

La luz brillante entra desde la Castellana. Debe de ser un sol tibio, dada la estación. Ipiña, el capitán del «equipo de segunda», dirige su mirada hacia la mesa, como protegiendo la vista, quizá inconscientemente, de ese último sol del otoño. Un grupo de directivos posa tras la mesa. Al fondo, la torre del marcador señala ya el empate a cero con el que comenzará el partido. Bajo la torre un ejército de voluntarios. No sólo no ha desertado en estos tiempos ingratos, sino que ha respondido, con su dinero escaso, a la llamada de su club. Por primera vez abarrotan las gradas edificadas para ser testigos de hazañas mucho mayores que las más grandes que atesora en su memoria cada uno de esos soldados para calentar el ánimo que ahora muerde el frío de las derrotas. Contra la «ilustrada» opinión de los agoreros, el anfiteatro, volado y sin columnas, no se ha derrumbado.

Santiago Bernabéu, al que la instantánea fija en un gesto reflexivo, tiene a su izquierda a un hombre mayor. Permanece erguido, no envarado. Su mirada, de frente hacia la grada de preferencia, transmite orgullo. Hace veintitrés años presidió la inauguración del nuevo «Campo del Real Madrid F.C.», al que la afición terminaría conociendo como «Chamartín». Se llama Pedro Parages. Es, ahora, el socio nº 1 del Madrid, y lo seguirá siendo hasta su muerte que ocurrirá en Saint-Loubès, donde reside, apenas dos años después.

Santiago Bernabéu ha querido tenerle a su lado en este momento solemne para la historia del Madrid. A la hora en que el club está declarando al mundo su determinación y su capacidad de conquistar el futuro. Escenifica el recurso a la memoria histórica del club. Bernabéu no precisa de él para legitimarse personalmente, porque a estas alturas, transcurridos poco más de cuatro años de su presidencia, ya ha comenzado la mitificación de su figura como la del hombre capaz de hacer renacer al Madrid de las cenizas en que lo dejó la Guerra Civil. Le quiere a su lado para reconocer que el futuro, que hoy comienza, se ha edificado usando los materiales que le ha prestado la memoria de cómo se edificó el futuro en el pasado.

Basta evocar la presidencia de Pedro Parages para comprender en qué consiste esa forma de encontrar en el pasado, en las experiencias que atesora la propia historia del club, los recursos para afrontar las transformaciones que exige la solución de los problemas del presente. La senda que Parages abrió a lo largo de los diez años en que presidió el club, fue continuada y completada bajo las presidencias de Luis Urquijo —respaldo financiero de la expansión patrimonial del Madrid— y Luis Usera, quien —bajo la dirección del secretario técnico Hernández Coronado— apuró el cambio del modelo deportivo concebido e iniciado en tiempos de Parages. Santiago Bernabéu era el secretario de esta última junta directiva.

Pedro Parages

Pedro Parages

XII. La década de Parages

Pedro Parages, jugador del Madrid de 1902 a 1908, ganador de cuatro campeonatos de España consecutivos y otros cuatro campeonatos regionales, y de cuyo bolsillo salieron los dineros necesarios para vallar el Campo de O’Donnell, fue elegido presidente del Madrid en 1916. Ocurrió en medio de un manifiesto ocaso competitivo frente a la pujanza de clubes vascos y catalanes, que parcialmente disimulan el campeonato de 1917 y los subcampeonatos de 1916 y 1918, al inicio de su gestión.

Durante su presidencia (1916-1926), Parages —a quien Santiago Bernabéu caracterizó como «la gran figura fundacional del Madrid»— defendió el cambio a la profesionalización al tiempo que preparó al club para afrontarla con éxito. Sentó las bases del desarrollo económico del club, que no sólo permitirían sostener el coste de una plantilla de profesionales, sino utilizar las ventajas que la ciudad de Madrid podría crear en la situación que se avecinaba. Los frutos deportivos de esa respuesta no se recogerían, sin embargo, hasta dos presidencias después, con la conformación del gran equipo del quinquenio republicano.

Para aumentar radicalmente los ingresos, afrontó la construcción de un campo en propiedad con capacidad para 20.000 localidades y promovió la creación del campeonato de liga regular. El Madrid asumió el desafío de trasladar los partidos de fútbol más allá del término municipal de Madrid. Si perseguía aumentar el aforo para aprovechar el crecimiento de la demanda de fútbol; el coste de los terrenos no permitía otra opción. La actuación era arriesgada, pues la lejanía del centro podría retraer la demanda. Tuvo la previsión de elegir los terrenos dentro del ámbito de expansión futura de la ciudad, en la zona de ulterior ampliación de la Castellana, lo que se traduciría con los años en un incremento considerable del valor patrimonial del club. Diseñó, además, una acertada política de precios populares, duplicando el precio medio de las entradas de preferente y reduciendo un 15% las de general. Su resultado fue que el Madrid había multiplicado por cuatro su taquilla en el momento de afrontar la formación de su primera plantilla profesional. Mientras tanto, el Madrid seguía perdiendo. El año de la inauguración de Chamartín, hasta en el campeonato regional.

En defensa de la independencia del Madrid, la construcción de Chamartín implicó, además de contraer riesgos financieros límite para sus recursos, enfrentar notables presiones del poder. El Rey Alfonso XIII era uno de los inversores en el Stadium Metropolitano, en el que sus promotores pretendían que jugaran alquilados los cinco equipos principales de Madrid. La directiva de Parages dedujo que los dueños del Stadium —la Compañía Metropolitano Alfonso XIII y su filial, pero beneficiaria especulativa de la actividad de la matriz, la Compañía Urbanizadora Metropolitana— en poco tiempo controlarían el fútbol de la capital, y sospechaba que tenían el propósito de fusionar a medio plazo los cinco clubes. Se negó a participar en la operación y eligió su propio y espinoso camino. El Metropolitano se inauguró en 1923. En él jugaban los cuatro equipos restantes.

En la creación de un campeonato cerrado de liga regular, enfrentó las renuencias del F.C. Barcelona, al que perjudicaba la disposición radial de los ferrocarriles, pues la mayoría de los participantes serían vascos, y que consideraba la consolidación del nuevo campeonato una amenaza a medio plazo para la supervivencia de su propio campeonato regional. Posteriormente hubo de vencer la oposición de los clubes inicialmente excluidos del proyecto, liderados por el Atlético de Madrid y apoyados por la Federación.

Aunque el intento dio lugar al primer antecedente histórico de Liga profesional de fútbol, el Madrid fracasó en el empeño de sustraer la nueva competición al control federativo. Una manifestación, recurrente a lo largo de su historia, de su cultura de independencia. Se repetirá, a escala europea, treinta años después con motivo de la creación de la Copa de Europa, o en la fundación y liderazgo del G-14 a principios del siglo actual.

Entre la inauguración de Chamartín (1924) y el inicio del primer campeonato de Liga (1928), el Madrid formó su primera plantilla profesional. La cantera madrileña, dominante en 1926 —diez de los once jugadores se habían formado en ella—, fue enseguida sustituida por la vasca, las más importante y fecunda de España, que constituirá la base del equipo que conquistará la hegemonía del fútbol español durante los años treinta.

Desde 1917, los equipos vascos y catalanes detentaban en exclusiva el campeonato de España. El Madrid ganará el campeonato de Liga de 1932. Le siguen la Liga de 1933, la Copa de 1934 –primer campeonato de España en 17 años— y la Copa de 1936. Descendido y en quiebra, el Athletic de Madrid se enfrenta entonces a la desaparición, a la que ya se habían visto abocados los otros tres equipos que se sometieron a las presiones de la Casa Real y el Duque de Alba en la operación Metropolitano. Como ya hemos visto, la Guerra Civil trastocaría todo.

 

Reivindicación de Santiago Bernabéu 1

Reivindicación de Santiago Bernabéu 2

Reivindicación de Santiago Bernabéu 3

Hoy dará comienzo una nueva edición de la Copa del Rey para el Real Madrid con una eliminatoria ante el Cádiz. En la actualidad el equipo blanco es con 19 títulos el tercer club con más entorchados por detrás del F.C. Barcelona y el Athletic Club. Sin embargo hubo una época en que fue la entidad más laureada. Ha pasado más de un siglo desde aquello.

En 1903 comenzó a celebrarse el Campeonato de España o Copa del Rey con un torneo anual que instauró Carlos Padrós (uno de los fundadores del club merengue). El rey Alfonso XIII donó un trofeo y el Madrid F.C. se encargó de la organización en las primeras ediciones junto a la Federación Madrileña, al no existir aún la Federación Española. La sede de todos los encuentros se estableció en la capital hasta que en 1909 se acordó que fuese el equipo campeón el que acogiese la competición.

El Athletic Club se hizo con el triunfo en los dos primeros torneos (en el segundo sin jugar un partido) pero fue el Madrid el que encadenó un periodo hegemónico en el balompié español con cuatro títulos consecutivos, de 1905 a 1908. Fueron años de gran rivalidad con los bilbaínos, que contaban con jugadores de gran prestigio como el extremo izquierdo inglés Evans, Manuel Ansoleaga, su capitán Astorquia o el portero Alejandro Acha.

El cuadro capitalino conquistó el Campeonato Regional Centro ante el Moncloa y eso le permitió participar en la Copa del año 1905. Ya formaban parte de la plantilla pioneros de la casa blanca como Manuel Alcalde, primer gran arquero de la entidad, el contundente defensa José Ángel Berraondo, el medio galo Henri Normand, el fabuloso extremo diestro Pedro Parages o el hábil “Quincho” Yarza. En el torneo del KO se disputó un triangular entre los madrileños, el Athletic y el San Sebastián Recreation Club. En el primer choque los merengues se impusieron con claridad a los donostiarras en una gran tarde de Antonio Alonso y en el segundo duelo frente a los vizcainos se coronó al campeón. La contienda fue dura y emocionante y la decidió Prast con un tanto a veinte minutos del final. El Athletic apretó mucho en los instantes finales pero la defensa blanca formada por Berraondo y Álvarez se mantuvo firme.

Primera Copa del Madrid (1905)

Primera Copa del Madrid (1905)

Un año más tarde volvieron a verse las caras madrileños y bilbaínos con la incorporación del Huelva Recreation Club, el equipo decano del país. Los onubenses, que tenían en sus filas a jugadores ingleses, causaban terror en sus dos contrincantes antes del torneo, pero finalmente cayeron derrotados en ambos partidos. El Madrid les derrotó por 3-0 y los vascos por la mínima. Por tanto de nuevo se jugaron el título los dos conjuntos que tenían el trofeo copero en sus vitrinas. En el estadio del Hipódromo, con 5.000 asistentes soportando la lluvia, los merengues cuajaron uno de los mejores partidos de su corta historia y barrieron a su rival por 4-1. Prast y Parages -futuros presidente y entrenador del club- firmaron un doblete, mientras que por el Athletic el medio Uribe hizo el del honor.

Real Madrid 1907

Real Madrid 1907

En 1907 la Copa celebró la mejor edición hasta la fecha con la participación del Madrid, el Vizcaya Club (un combinado con jugadores del Athletic vasco y madrileño y también del Unión), el Hamilton F.C. salmantino repleto de irlandeses, el Vigo FC y el Huelva Recreation. En forma de liguilla jugaron todos contra todos para dilucidar al vencedor de la competición. El torneo no empezó bien para los blancos al caer en un igualado choque con el Vizcaya, en una tarde de fútbol duro y agresivo por ambos bandos. Este resultado hacía favoritos a los vascos, pero un tropiezo inesperado ante los vigueses cambió las circunstancias. El Madrid venció en todos los demás duelos y, tras empatar los dos equipos a puntos, se disputó un partido de desempate. El encuentro no tuvo nada que ver con el de la primera jornada y en este primó el espectáculo. Los 6.000 aficionados presentes en las gradas disfrutaron de un enorme choque que desniveló Manuel Prast (gran héroe en la época al marcar en tres finales consecutivas) al igual que dos años antes con una diana en el minuto 80. Este triunfo además permitió a los merengues recibir el trofeo en propiedad y ser la primera institución en lograrlo (posteriormente lo consiguieron el Athletic Club, el F.C. Barcelona, el Sevilla y el Atlético de Madrid).

1907 Copa en propiedad

Trofeo de Copa logrado en propiedad por el Madrid (1907)

El ciclo dorado continuaría una campaña más, hasta el año 1908. En esta ocasión el Athletic declinó participar por lo acaecido el año anterior en las gradas del Hipódromo de la Castellana y otros clubes del país siguieron el mismo camino al no poder costear el caro viaje a Madrid. Únicamente se inscribió el Vigo F.C. (uno de los antecedentes del actual Celta de Vigo) y la final enfrentó a los dos conjuntos en el estadio de O'Donell. Las crónicas hablan de un choque parejo en un campo embarrado que se llevó el Madrid por 2-1 gracias a los tantos del magnífico delantero Neyra y del guatemalteco Revuelto, un atacante talentoso y eficaz.

A partir de entonces se abrió una gran sequía blanca en esta competición. En los siguientes 25 años sólo obtuvieron un trofeo en 1917 ante el Arenas de Getxo y eso permitió que el Athletic le arrebatase el trono de la competición copera al alcanzar los 13 triunfos en ese periodo.

I.

Para difundir en Twitter el reciente artículo de Antonio Valderrama (@fantantonio) que, con el pretexto de la evolución del escudo del Madrid, nos adentra en el más importante ámbito de sus raíces culturales y su identidad, se me ocurrió acudir a una afirmación de Ángel Bahamonde que hace referencia a la clave de bóveda de un club sin parangón en el mundo: “En este aspecto el Real Madrid es un club de fútbol que se nutre de su propia memoria histórica”. (1)

Bahamonde es el historiador que mejor ha interpretado al Real Madrid. Se mueve en una galaxia distinta a la de los cronistas de las glorias deportivas, ámbito en el que la referencia absoluta es Bernardo Salazar, porque “no es cierto –dice- que un club de fútbol se alimente sólo de resultados”.

Esa calidad, esa importancia interpretativa, no ha merecido, por cierto, el apoyo de la Fundación de la que soy miembro –cuya línea se centra en las lujosas ediciones de las vidas de los santos- sin ni siquiera facilitarle el acceso a las fuentes documentales del club para elaborar su obra.

Cuando dice “en este aspecto” Bahamonde se refiere a la capacidad de crear ventajas comparativas con otros clubes similares que en años posteriores le permitieron apostar por otras cotas mayores de expansión. Capacidad que se fundamenta, a su vez, en la de crear organización y relaciones: “un tupido y complejo tejido a partir del cual buscar la expansión de la entidad incluso más allá de sus fronteras naturales, sin que con ello se perdieran su capacidad de autonomía ni su independencia.”

II.

En “Después del invierno” (2) Fantantonio imagina una conversación peripatética entre Pablo Hernández Coronado, a la sazón secretario técnico del Madrid, y José Ramón Sauto, centrocampista mejicano que formaba en el equipo que se proclamó Campeón de España en Mestalla al ganar 2-1 al Barcelona la final de Copa.

¿Cómo puede ser que Sauto, todavía campeón de España, ensimismado en el panorama que contempla, deje escapar un quejío doliente? “¡Lo que habíamos sido, Don Pablo!”

José Ramón Sauto

José Ramón Sauto

Ocurre, como habrá imaginado el lector advertido, que la conversación sucede en la primavera de 1939, tres años después del partido de Mestalla. Antes de que se hubiera cumplido un mes de aquella final memorable una parte del ejército se había sublevado contra el gobierno y a la sublevación le había seguido una guerra civil. Don Pablo y José Ramón pasean entre las ruinas del viejo Chamartín.

Muchas veces el azar ha golpeado trágicamente la vida de un club de fútbol. Nunca con la violencia con que golpeó al Madrid. Son paradigmáticos los accidentes de aviación sufridos por el joven y prometedor equipo del Manchester United al despegar del aeropuerto de Munich, así como el del Torino, cuyo avión se estrella contra la colina de Superga en las proximidades del aeropuerto de su ciudad. Pero poco se habla del destrozo que la Guerra Civil causa al mejor equipo de España de su década.

No es solo la disolución de una excelente plantilla que ha costado años de esfuerzo e inversión decidida reunir y queda definitivamente dispersa, sino también la persecución de los unos por los otros y de los otros por los unos; los muertos, los presos, los exiliados, los más veteranos acabados para el fútbol. Y también la directiva, y la estructura administrativa elemental pero modélica para aquellos tiempos, el tupido tejido de relaciones, la masa social… Es, en definitiva, el club entero el que en su integridad sufre la violencia de los hados.

El propio estadio, orgullosa propiedad base de la estructura económica del club -que gracias a que está en cadiós, lejos del centro de la ciudad que soporta el sitio y de los frentes de defensa- se libra en principio de los bombardeos de aviación y artillería pesada, es visitado a última hora por la mano negra de ese destino fatal: Los vencedores, cuando por fin entran en Madrid, lo utilizan de campo de concentración de los vencidos y lo devolverán convertido en una ruina.

En el relato de Fantantonio, Santiago Bernabéu se acaba uniendo a la imaginada pero verosímil conversación. Y ante Don Santiago, Sauto se compromete a jugar gratis en el equipo a cambio de no entrenar. Las trescientas mil pesetas, que la Junta de Salvación reunida en torno a los expresidentes Pedro Paragés (3) y Adolfo Meléndez (4) piensa reunir solicitando préstamos a los bancos, tienen un único y esencial destino: la reconstrucción del estadio.

Chamartín en ruinas

Ruinas del viejo Chamartín

III.

Son sobradas las conclusiones para el inteligente lector de La Galerna, cuyos afectos le hacen parte de un club único que, volviendo a Bahamonde, se nutre de su propia memoria histórica.

Expresaré, en cambio, una mínima disensión con el relato de Fantantonio que he traído aquí. Antes de su publicación, formando parte del jurado del concurso de relatos convocado por Primavera Blanca, tuve la ocasión de emocionarme con él, y ya entonces sentí ese hormigueo disidente. Al recuperar el relato, recupero también la oportunidad de expresárselo a su autor y a los lectores que lo han disfrutado como yo.

“Después del invierno” no es después. Después de ese invierno de tres años, vino más invierno. Un invierno largo y aflictivo. Un invierno de diez o doce años, como esos que marcan el espíritu, la cultura y el ser de los norteños en Juego de Tronos. Tan duro que, cuando despuntaba por fin la primavera, a punto estuvo de dar con el Real Madrid en segunda división. Un invierno que se pudo evitar, pero que, afortunadamente, no se quiso evitar.

Muchos episodios históricos jalonan ese tránsito gélido. Hay éxitos notables, que se harán esperar, y fracasos parciales, que se repiten más frecuentemente. Ambos nos proporcionan la misma ocasión de aprender. No los referiré ahora. Me comprometo, a cambio, ante el lector interesado, a ir relatando algunos en La Galerna.

IV.

En una amena y larguísima conversación reciente con Ramón Álvarez de Mon, destacado colaborador de esta casa, sentí que los que conservamos nuestra propia memoria amplia del Madrid, y además nos hemos preocupado por entender sus porqués buceando su historia, tenemos el deber de hacer frente a la ola de ignorancia que identifica pureza con disidencia. Disidencia retórica y oportunista, por cierto, basada en la última alineación, en la última táctica, en el último fichaje fallido.

La falsificación de la verdadera historia del Madrid que nos proponen, enladrillada con falsos mitos establecidos por ellos mismos, nos resultará más dañina a largo plazo que la reinvención de su propia historia por nuestros enemigos, y para ello la de las relaciones entre el fútbol y el poder en España, que con tanto éxito llevaron a cabo en la Transición.

La pretensión de conceder rango de categoría a anécdotas cuya entidad no alcanza la de una portada de la prensa deportiva, o sea, irrelevantes del todo para la sustancia del Real Madrid, debe combatirse con las enseñanzas que su auténtica historia facilita a quien tenga la perseverancia de conocerla y la inteligencia de comprenderla.

El Madrid no ha sido “ganar, ganar, sólo ganar”. Decía Richard Dees en una entrevista publicada también en La Galerna que lo normal es perder. Diré más: Ganar, y ganar más que nadie, que sí es parte sustancial de la historia del Madrid, ha sido siempre la consecuencia de que una minoría ilustrada se erija por sobre las apetencias inmediatas y cortoplacistas de la masa social, sobre el natural reaccionario de la mayoría de la afición, e imponga líneas progresivas de comprensión y anticipación del futuro que, paradójicamente, se alimenten de la propia tradición de la entidad.

Los elementos menos conscientes habrían comprado la falsa primavera que ofrecieron al Madrid los militares de Moscardó, gestores del deporte oficial en tiempos de fusilamientos en las tapias de los cementerios, en lugar de enfrentarse al poder -¡y qué poder!- al elegir, una vez más, el orgulloso camino de la identidad y la independencia.

Y sin duda habrían ganado la Liga del 40 y la del 41, como los que las compraron. Y sin duda, no habrían llegado a conocer la verdadera primavera. Nunca habrían sido el Mejor Club del Siglo, como -repito- nunca lo serán los que las compraron. Pero esa es otra historia y, como decía, la contaré otro día.

Notas

(1) El Real Madrid en la Historia de España, Ángel Bahamonde Magro, Ed. Taurus, Madrid, 2002

(2) “Después del invierno”, Antonio Valderrama Vidal, en el libro colectivo El Madrid contado por madridistas, editado por Primavera Blanca, PrimeBooks, Lisboa, 2014

(3) Pedro Paragés fue la gran figura fundacional del Madrid, en la apreciación de Santiago Bernabéu. Jugador del primer equipo hasta 1908, directivo desde 1904 y presidente entre 1916 y 1926. Fue el mecenas del vallado del Campo de O’Donnell que aseguró las primeras taquillas del Madrid, es decir, el nacimiento del fútbol espectáculo en Madrid. Durante su mandato se compró y construyó el viejo Chamartín, a costa de un enfrentamiento con la Casa Real, que tenía intereses mercantiles en el Stadium Metropolitano, en el que pretendía que jugaran los dos equipos principales de Madrid. Después de la Guerra Civil fue el alma de la junta que afrontó la reconstrucción del Madrid.

(4) Adolfo Meléndez fue uno de los fundadores del Club, secretario de la junta y jugador del equipo de 1902. Presidente entre 1908 y 1916. Después de la Guerra Civil su condición de general de Intendencia le hacía la persona ideal para lidiar con el poder político entre aquellos hombres que echaron sobre sus hombros la tarea de refundar el Madrid. Quizá por ello de 1939 a 1940 fue designado presidente de la junta directiva que afrontó la reconstrucción de Chamartín y la recomposición de la plantilla.

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