Las mejores firmas madridistas del planeta

Fred Gwynne celebra hoy el quinto aniversario de su primer texto en La Galerna y sus amigos hemos querido sumarnos a la fiesta con una pequeña sorpresa.

 

Jesús Bengoechea

Conocí a Fred Gwynne a través de Twitter. No recuerdo cómo ni por qué empezó a ponderar las bondades de la polka. Me hizo gracia. Me hizo gracia hasta la decimoquinta polka que enlazó. Ahí empecé a pensar que era un pesado. Cuán equivocado estaba. No es ningún pesado. Es solo un obsesivo compulsivo que eleva sus neuras a la categoría de arte.

Sus obsesiones son las siguientes, no necesariamente en este orden: el oficialismo rampante y orgulloso, tomar el aperitivo, su sobrina, sus supersticiones inveteradas, mis inexistentes náuticos y una serie de sesudos criterios para dictaminar si un jugador es o no válido para el Madrid, léase largura de brazos y grado de apertura de boca cuando juega. Y la polka.

Con este disparatado arsenal lleva Fred Gwynne cinco años (exactamente cinco, eso celebramos hoy) escribiendo textos tan rigurosamente científicos que le han valido su ascenso al puesto de CM del mismísimo Florentino Pérez, cuyos tuits escribe el muy cabrón, invariablemente, mientras disfruta de un vino blanco y unas angulas desde lo alto de un acantilado, mirando al Cantábrico o al Índico, nunca se sabe. Hay encendidas discusiones en el seno de La Galerna sobre si es nuestro Wenceslao Fernández Flores o nuestro Eduardo Mendoza, aunque yo una vez me empeñé en que era nuestro Chesterton para luego descubrir con estupor que no había leído El Hombre que fue Jueves. Inconcebible, porque toda la obra de este monstruo indecente está transida del sentido del humor blanco (no podía ser de otro color) y rigurosamente luminoso del creador del Padre Brown. Late en los textos de Fred un humorismo tan encantadoramente ingenuo y desopilante que hasta un espíritu tan artero como el del fenicio Juan Mercado ha terminado por reconocer su excelencia.

Gracias, Fred, por estos primeros cinco años de despelote insoslayable. Deja de vivir tan bien y escribe más, miserable.

 

Rafa Moreno

Fred Gwynne es un personaje de ficción. No es posible que alguien real sea tan locuaz, tan despreocupado, tan ajeno al desaliento, tan anárquico y luminoso. Here comes the sun cuando escribe Fred Gwynne, cuyos textos lucen como merecen si seguimos las recomendaciones del Dr. Hackenbush (Groucho Marx en Un día en las carreras) de leerlos en la playa, daiquiri en mano y carcajada en ristre. Fred Gwynne no existe, porque si existiera sería una fiesta a la que todos estaríamos invitados, si es que somos ya tan sabios como para jugar como niños, ya sin tiempo para eso que los tristes llaman realidad.

 

Alberto Cosín

Mi amigo Fred que durante un tiempo primigenio era mi amigo Die.

Un personaje en toda la extensión de la palabra. Un hombre 'Quechua' con filias y fobias que examina a los jugadores del mismo modo que don Santiago Bernabéu, a través de la jeta. No hay ningún AIC que tenga ese poder para 'hypear', ni descubrir prometedores ases del fútbol o el futuro que les aguarda a algunos de ellos en el Mónaco de turno.

A Fred le apasiona pasear por monte, comer con vistas al mar, las películas de Alfredo Landa, escribir locuras desternillantes o que le reciten la alineación de Madagascar y la del Real Unión en 1924. Yo solo podré ayudarle en esto último pero siempre disfrutaré de sus fotos paisajísticas en la montaña, tomaré nota de sus recomendaciones culinarias y filmográficas y reiré hasta llorar con sus charlas ten con ten con Florentino Pérez.

Nos vemos pronto en el Club Social de La Galerna.

 

Manuel Matamoros

Amar la vida.

Me tomé tan en serio el proyecto de Jesús de facilitar al Madridismo un instrumento de expresión de calidad exigente y horizontes abiertos, en tiempos de pandemia de la grosería sobreactuada y el sectarismo ultraexpresado, y sobre todo, me afligía tanto eso de la sintaxis (el madridismo lo traíamos ambos impreso en la placa base del hemisferio en que se atesoran los sentimientos) que dediqué mi primera colaboración en La Galerna a una añeja polémica poética entre, nada menos, Rafael Alberti y Gabriel Celaya, en la que el donostiarra se quejaba del árbitro —qué raro— de una final contra el Barcelona. Poco después, empezó a publicar en La Galerna otro donostiarra, demostrativo de que el humor, como manifestación elevada de inteligencia, era capaz de aportar a la calidad tanto o más que la indignación expresiva de su paisano. Y a La Galerna, que usaba con frecuencia el humor más mordaz en su expresión editorial del Portanálisis, le vino bien ese soplo de aire fresco del Norte.

En su versión corpórea le conozco como Juan Mercado, un tipo que me vaciló media hora en la barra de un bar de Santa Engracia, haciéndose pasar por un empresario dispuesto a invertir en La Galerna, a partir de un ideario futbolístico que le hacía más sospechoso de ser el dueño de Pipas Facundo. Es probable que el lector le conozca por Fred Gwynne, ese colaborador tan prolífico como poliédrico que nos cuenta con total desfachatez disparates como las llamadas de Florentino Pérez para consultarle la alineación, que, no paradójicamente, le sitúan dentro del círculo de un cierto periodismo deportivo pretendidamente serio en su concepción de cómo suele actuar el Presidente del Madrid.

Hoy se cumplen cinco años de su primera colaboración en La Galerna. La oscura pandemia flatulenta quedó tan atrás que nos separan de ella cuatro copas de Europa, ni más ni menos. Y Fred ha contribuido seriamente a apartarnos de ella. Con humor. Hablo casi a diario con él —en nuestros “foros secretos”— y puedo aseguraros que ese humor le nace natural, porque, como guipuzcoano de bien, es el más sabio de nosotros en su forma de amar la vida, y sobre todo, de saber disfrutarla.

 

Andrés Torres

Tolosako babarrunak

Aún recuerdo a mi padre, con su tamaño hobbit, abriéndose paso a codazos como Fernando Carlos Redondo Neri para alcanzar la barra de un atestado bar de Fuenterrabía y así hacerse con un espécimen del pintxo más premiado de Euskadi. No recuerdo exactamente qué era, parecía un huevo con pinchos, con "ch" de chimenea, que resultó ser tan bizarro y sorprendente como delicioso. Sabor, emplate y textura me recordaron a Fred.

No en vano estamos ante un madridista que creció en Hondarribi, un corazón blanco de noble cuna, la guipuzcoana, como Mikel Lasa o un servidor.

Y ser madridista en aquellos lares, hoy menos todo hay que decirlo, durante un tiempo fue como ser un sioux fumando peyote junto a Wyatt Earp y la Policía Montada del Canadá.

No creo que conocer a Manitú por la vía del delirio psicotrópico sea comparable a la degustación de una buena alubiada, las de Tolosa, patria chica de otro ilustre madridista guipuzcoano como Xabi Alonso y hogar de Fred. Esa textura de sublime y oscuro magma leguminoso, donde las piparras, la morcilla de Beasain, el chorizo y la costilla de cerdo se funden en un voraz orgasmo culinario incandescente admite pocas comparaciones.

Si acaso lo que más se le parece a unas buenas babarrunas son los textos de Fred Gwyne, ricos y con fundamento que diría otro guipuzcoano, irreverentes y contundentes frente a la nouvelle cuisine que deconstruye tortillas, directos al paladar y al insoslayable despelote que diría el jefe de todo esto.

Hoy hace un lustro que estamos de alubiada constante en La Galerna.

Eskerrik asko Fred

Menudo txapeldun estás hecho.

 

Lucía Corregel

Fred no estaba en aquella primera cena en la que conocí a casi todos los miembros de La Galerna, pero me recibió al día siguiente en el grupo con un “bienvenida a tu Galerna” que lo decía todo de él.

A Fred le gusta ir despacio. Primero hubo dos años de whatsappeo, de reírme con sus artículos y ocurrencias, de ver chiringuitos nocturnos y comentarlos a carcajadas. Hasta fui su vice.

Yo creo que por eso un día me sorprendió con una llamada. En realidad me hizo una videollamada y me acojoné, pero luego hablamos por teléfono y tuvimos la conversación surrealista que era previsible tener con Fred.

Por fin le conocimos hace unos meses. Se hizo de rogar, pero vaya si mereció la pena. Qué alegría. A estas alturas es como si llevara toda la vida tomándome el aperitivo con él.

Pon un Fred en tu vida.

 

Jorge Martín (jorgeneo)

Alguien dijo una vez que la felicidad era el preámbulo de la felicidad. Que el concepto "felicidad plena" como tal no existe porque siempre deseamos más. Y que es esa búsqueda interna de la felicidad plena lo que nos permite ir conquistando pequeñas alegrías . Efímeras, eso sí, porque al rato desaparecen. De hecho, científicamente hablando, hay solo una persona en el mundo que sí parece haber alcanzado ese “estado de bienestar y felicidad constante”: Matthieu Ricard. Un monje budista que lleva 40 años viviendo en Nepal desprovisto de bienes materiales y sentimentales para poder conseguirlo. “Un aficionado” que diría Fred. Fred, y ya pueden decir los científicos misa, es el tipo más feliz de la tierra sin discusión ninguna. Cuando aún no sabíamos quién era (físicamente hablando) tuvimos serias sospechas de su existencia como persona real varias veces. Porque Fred era la única persona en el mundo capaz de mandarte un lunes cualquiera a las 12:00 de la mañana una foto en la que se le ve sentado en una maravillosa playa del norte escribiendo uno de sus descacharrantes artículos de La Galerna. De hecho, y que el boss me perdone por nombrarle en vano, era la única persona en el mundo capaz de enviar siempre esa foto que recuerda a un paisaje de una película de Medem.

Pero en las fotos, salían sus apuntes o algo que sólo podría ser de él, pero nunca conseguías verle. Y así se tiró varios años. No meses. Años. Años en los que todos aprendimos una bonita lección: que también puede llegar a quererse algo que no ves. De hecho, aún dudo si realmente conocemos al auténtico Fred. No descarto que haya aparecido en nuestra vidas simplemente para acercarnos la felicidad a todos nosotros. ¿Quién no ha leído un artículo de Fred sin dejar de sonreir desde la primera palabra hasta la última? A veces me gusta pensar que incluso la persona que conozco en realidad no es él. Que forma parte de otro truco de los suyos. No descartemos que el auténtico Fred sea ese budista de Nepal.

 

Nacho Faerna

Fred llegó hace cinco años a La Galerna con una txapela en la cabeza y una mochila en la espalda. Llevaba adherida en la suela de su chirucas arena de todas las playas del litoral ibérico. Traía en el bolsillo de los bombachos una colección de amuletos. Yo al principio no le hice mucho caso, la verdad. No decía más que tonterías. Pero con mucha gracia, así que le cogimos cariño, como a esos perros vagabundos que se arriman a las casas de los veraneantes y empiezas por darle algo de comida y terminas llevándotelos a casa al final de las vacaciones. Luego se empeñó en que lo aceptáramos en la familia Faerna como a un hermano más. Se puso tan pesado que le dimos el Número Cuatrocientos Quince. Una cosa simbólica. Y él tan feliz. Desde entonces me llama por teléfono todos los días. Yo, por descontado, nunca lo cojo. Es mi hermano adoptivo, vale, con el tiempo ha ido escalando en la clasificación y hay días que, como algo excepcional, lo dejamos ser Número Seis, pero eso es una cosa y otra muy distinta descolgar y hablar con él. Porque es muy capaz de cualquier día de estos reclamar su parte de la herencia. Y eso sí que no. Lo que tenga que decirnos, que lo escriba en La Galerna. Así disfrutan de sus tontunas todos sus lectores, que son legión. Todos salimos ganando.

Feliz cumpleaños galernauta, hermano del alma. Llámame cuando tengas un rato.

 

Ramón Álvarez de Mon

Fred es una de esas personas que te alegran la vida. La energía es más contagiosa que la gripe, por tanto uno debe cuidar mucho su energía cuando interacciona con otras. Con Fred el contagio siempre es positivo. Es algo que se nota. Fred aprovecha el humor para decir cosas muy serias de forma muy alegre y traviesa. Es un provocador nato. Nunca rehúye el debate. Sus argumentos son asombrosos y a veces parecen escapar a toda lógica, pero asusta el grado de acierto que tiene cuando juzga el porvenir de un jugador. Dentro de unos años el Mónaco tendrá muchos jugadores en la plantilla que le habrá enviado Fred. Jugadores en los que muchos, desde nuestra lógica, confiábamos. Una boca abierta, unos brazos caídos, cualquier pista puede ser decisiva para que todo un Analista Internacional Calvo tome la decisión definitiva.
Fred ya era mi amigo antes de verle en persona por primera vez. De hecho ya era mi amigo antes de hablar por teléfono en unas navidades en las que buscaba contrarreloj el último regalo para mi mujer. Porque como comentaba al principio, Fred le alegra a uno la vida y el grupo de La Galerna no sería lo mismo sin él. Es fundamental. Cumple hoy 5 años desde la publicación de su primer texto descacharrante. Un periodo en el que nos hemos muerto de la risa con sus textos, pero en los que si uno leía entrelineas comprendía la profundidad de muchos de ellos. Muchas felicidades, amigo.

Falstaff

Fred Gwynne no existe, pero eso ya lo saben ustedes. Lo que tal vez no sepan es que la persona detrás de Fred Gwynne tampoco existe. Tómense esta última afirmación como una aseveración pendiente de comprobación empírica, puesto que no hay prueba de lo que sostengo, sino más bien de lo contrario: yo he visto a la persona que está detrás de Fred Gwynne y sin embargo tengo el convencimiento de que esa persona no existe. Juan Mercado es Juan Mercado haciéndose pasar por Fred Gwynne haciéndose pasar por Juan Mercado. Nadie en la redacción de La Galerna está de acuerdo conmigo en esto. Y sin embargo estoy en lo cierto.

Y es que Fred Gwynne es un trampantojo, un juego de espejos cóncavos y convexos donde la realidad se confunde con la ilusión y se deforma a capricho, sin atenerse a más regla que la del ingenio desbordante. Un ingenio bienhumorado, fresco, festivo, descarado, gozosamente infantil y engañosamente inocente. Fred Gwynne es imaginación en estado puro, sabiduría desenfadada (¿de qué otra forma podría ser la sabiduría?), fantasía a borbotones y una habilidad sin igual para encontrar el giro inesperado y descacharrante. Cuando Fred Gwynne escribe, los puntos seguidos estiran el cuello hacia adelante, incapaces de refrenar la curiosidad por saber a qué nueva ocurrencia han dado paso sin sospecharlo. Las historias de Fred Gwynne son, en fin, como una caja de bombones: uno nunca sabe lo que se va a encontrar (pero sabe que le va a gustar). Y en las distancias cortas, la persona que está detrás de Fred Gwynne es cálida, próxima, acogedora, generosa, igualmente divertida... e inexistente. Pero qué importa que no exista si nos quedan su ingenio, sus historias, sus textos, su bonhomía y su amistad... que sí existe. Porque Fred Gwynne, digámoslo ya, es la persona inexistente más brillante y jocosamente humana de este mundo. Y además giputxi. Yo la quiero mucho.

 

Athos Dumas

No puedo dejar de felicitar a Fred por sus 5 años ya de prolífica y, sobre todo, desternillante producción literaria que nos ha regalado en La Galerna. Ha entrevistado a vacas, nos ha hecho viajar al futuro sin necesidad de DeLorean, y gracias a él, Florentino estuvo a puntito de ficharnos a Messi. Hace unos meses le conocí en persona, bajo su otro yo, Juan Mercado, y me estuvo tomando el pelo con sus comentarios absurdamente piperos, hasta que Manuel Matamoros me desveló que era el mismísimo Fred Gwynne que me estaba sacando de quicio, mientras el resto de la redacción de La Galerna se partía de la risa. Enhorabuena Fred, Juan o como te llames de verdad, por estos 132 artículos - por ahora - con los que nos has hecho disfrutar y reír a carcajadas. Por mi parte, tan sólo falta que cumplas tu promesa de venir a visitarme al Sur y que me enseñes alguna de tus playas favoritas de la Costa del Sol. ¡¡¡Felicidades y Gracias!!!

 

José María Faerna

Fred Gwynne aka N9

No sé si se acuerdan de Gurb, el extraterrestre de Mendoza que andaba de incógnito por Barcelona a ratos bajo la apariencia de Marta Sánchez, a ratos bajo la del conde-duque de Olivares. Los que escribíamos en La Galerna al principio y los que la leíamos por entonces (ya hace tiempo que hemos desbordado felizmente esa época en que ambos conjuntos casi coincidían) nos encontramos con un fenómeno paranormal equivalente. Un tipo que decía haberse hecho a sí mismo, pero de retales. En realidad, un tipo que recomponía esos retales en cada artículo. Un día era un periodista lampante de complemento que asistía a la intimidad de Jesé y su fisioterapeuta y otro usurpaba la personalidad del Padre Suances, azote pastoral y benigno de relapsos antimadridistas y apóstol de la fe verdadera en esta casa algo carbonaria. A ratos era Stan Laurel y a ratos Oliver Hardy, a veces sin solución de continuidad en el mismo texto, según hubiera dispuesto los trozos esa mañana al levantarse. En los canales internos de La Galerna, Fred Gwynne se nos aparecía en estado de aperitivo permanente. Nos hurtaba celosamente su imagen, de modo que no conseguíamos imaginarlo más que bajo la máscara de Herman Munster, que a su vez era una máscara de Fred Gwynne. Él insistía, sin embargo, en que venía a ser como Alfredo Landa y de vez en cuando nos llamaba por teléfono porque yo creo que le sentó mal que cundiera la leyenda de que era un heterónimo de Jesús Bengoechea. Algo diabólico, ni Mortadelo en celo. Sí nos daba cuenta minuciosa de lo que veía: verdes prados guipuzcoanos, playas indómitas por doquier. Fred se convirtió enseguida en nuestro gurú, disciplinó debidamente nuestras supersticiones; le costó meterle en la mollera al enciclopédico Cosín que era suicida celebrar las derrotas del Barça en el minuto 85, pero por fortuna lo puso en vereda antes del córner mítico de Anfield. Con el tiempo devino Analista Internacional Calvo (AIC), cronista de partidos reales que nunca vio y de partidos imaginarios que vieron por él las vacas de Setién, asesor áulico de Florentino (que ya está tardando en meterlo en nómina). Un día se apareció, como la Virgen de Fátima; pero nos engañó como a niños y pastores y, como Gurb, adoptó para la ocasión las hechuras de Juan Mercado, magnate de provincias y pipero que a poco llega a las manos con Manuel Matamoros antes de matarlo de risa. Número Tres, que es un borde, no le cogía el teléfono, y cuando solicitó plaza de correspondiente entre los hermanos Faerna le asignó el N9 o algo así (Fred es hijo único, como para replicarlo). No te preocupes, hermano, que el primogénito soy yo y tengo el control de los certificados de familia. Al fin y al cabo, tú te criaste en Hondarribia y yo en la calle Fuenterrabía de Madrid. Hoy hace exactamente cinco años que no paramos de reír. Ni ustedes ni nosotros.

 

Mario de las Heras

“Fredo, eres mi hermano mayor y te quiero...”

No le vi la cara a Fred Gwynne hasta hace unos meses, a pesar de conocerle desde hace cinco años. Fred (yo le llamo Fredo) era como Charlie y los demás éramos como sus ángeles. A Charlie nunca se le veía la cara, la mano en todo caso al lado del altavoz, mientras a su alrededor parecían revolotear esas bellezas que éramos nosotros, claro. Al principio era así. Teníamos una especie de feliz resignación de saber que no lo podíamos ver, pero que siempre estaría ahí. A Fred le llamo Fredo porque no hace mucho (ya no sé si cinco años es mucho) éramos los Galerni, una suerte de autoparodia de los Corleone, y me gustaba imaginármelo (ya que tenía que imaginármelo) como el mediano de los tres hijos varones de don Vito, así con su chaqueta rosa pidiendo en cualquier lugar con playa un Banana Daiquiri. Porque Fredo, ya saben, busca playas, que es como buscar vivir y luego enseñárnoslo, la playa y la vida, que en él están tan unidas como dos familias de veraneantes a la una de la tarde en la playa de Conil. De estos temas tan profundos hemos conversado largamente Fredo y yo. De algo tiene que haber servido mancharnos las manos con la sangre de colorines de los unicornios. Ya les estoy contando intimidades que quizá no debería porque las intimidades a veces no se entienden cuando salen a tomar el sol. Pero da igual. Los de La Galerna éramos los Galerni, tan graciosos como los Fratelli de Los Goonies, y yo me desternillaba y me desternillo con estas y otras chorradas que nos iban (y nos van) surgiendo en las reuniones dadaístas de La Galerna, de la que Fred Gwynne es su Marcel Duchamp. Tan artista y tan inteligente como el autor de Una novia desnudada por sus solteros, la frase que podría servir para titular todas las obras galernáuticas de mi galermano Fredo. Todas esas cosas tan divertidas que nos muestran las playas de la vida o la vida de las playas, o incluso (esto lo tenemos muy pendiente de disfrutarlo juntos), un rodaballo en Orio.

 

Que sean muchos años más, amigo.

Hoy hace cinco años, un 16 de junio de 2015, publiqué mi primer artículo en La Galerna. He pensado celebrarlo, si el tiempo lo permite, en alguna terraza al lado del mar, tomando un aperitivo y escribiendo este texto mitad agradecimiento mitad superstición.

El artículo del que estoy más orgulloso nunca se publicó, o, para ser más exactos, se publicó solo unos minutos, el tiempo que tarde en avisar a Jesús Bengoechea de que aquello no lo había escrito yo. Hoy me arrepiento de haberlo hecho, me hubiese encantado que siguiese ahí, con aquel surrealista final que era una declaración de confianza ciega, como la palmada de un gran entrenador a un jugador mediocre después de un partido desastroso.

Al leerlo en La Galerna me di cuenta de que el párrafo final había desaparecido y su lugar lo ocupaban un par de líneas escritas en japonés o uno de esos crípticos tuits de D’Alessandro lleno de símbolos ininteligibles. Háganse una idea, un artículo normal, como este, como otro cualquiera de los que amablemente leen en La Galerna y de repente, el último párrafo, el que cierra el texto y le da sentido, se convierte en algo parecido a esto:

ホルヘDAlessandroがそれを書いたと確信しています

En cuanto lo vi publicado escribí rápidamente un whatsapp a Jesús para corregirlo.

—Jesús, hay un error en el texto, ha desaparecido un párrafo y hay un par líneas en japonés.

—Sí, está tal cual me lo has mandado.

No me pregunten cómo aquel artículo, con aquel disparatado final, llegó a manos de mi editor.

—¡Pero si está en japonés, Jesús!

—Ya, a mí también me extrañó, pero pensé que era una de tus cosas.

No dijo exactamente “una de tus cosas”, dijo algo mucho más bonito que me da vergüenza repetir. Pónganse en mi lugar, aquello era una declaración de amor, un contigo pan y cebolla literario. No solo me dejaba escribir en La Galerna, me dejaba hacerlo hasta en japonés. No creo que nadie haya recibido nunca un premio a la confianza mayor que este.

Y hoy, cuando cumplo un lustro en La Galerna, le quiero dar las gracias. Primero porque como lector siempre quise poder leer una revista como La Galerna y segundo, porque, además de permitirme colaborar en ella y aprender del enorme talento que rezuman mis compañeros, he ganado un montón de amigos. No puedo pedir más, bueno, sí, que esta temporada el Real Madrid gane Liga y Champions y que Florentino me llame por teléfono, que me tiene muy olvidado.

Si lo piensan, el que hoy pueda estar escribiendo este artículo tan especial no es más que otra muestra de confianza. Contigo pan y japonés.

Estábamos todos, o casi todos, algunos, por superstición o tal vez por la cercanía del mar, habían declinado mi invitación y ya se habían ido al agua. Les había convocado al aperitivo en Hondarribi, en un restaurante del puerto, muy cerca de los “afamados Supermercados Mercado”. El primero en aparecer fue, como no podía ser de otra manera, Florentino. Nos dimos un abrazo y me felicitó, sabía que era un momento muy especial para mí. Unos minutos más tarde, en grupo, charlando animadamente, se presentaron Sugrañes, con sus náuticos recién lustrados, el periodista de mantenimiento y los del Chumino Democràtic.

Las vacas de Setién, Timoteo y el Gallo Claudio (Digo hijo, digo hijo digo) se habían puesto sus mejores galas y acicalado como estrellas de cine, las vacas lucían unos vestidos ajustados, rojos, con lentejuelas que brillaban como una de aquellas bolas de discoteca de los 70 y unos escotes en forma de agujero negro que engullían planetas y miradas.

Juan Mercado llegó abrazado a mi madre y con mi sobrina a los hombros. Al verlos juntos de nuevo me emocioné.

Poco a poco la terraza del restaurante se fue llenando: Bale y su túnica romana, las vascas de la boda, Richi, Paulo Coelho, el presidente de El Salvador con su twitter,  la “Pirenaica”…

Estaba feliz, saludé a todos, comí unos cuantos calamares, me serví un vino y levante la copa para brindar. Era un día muy especial:

—Señoras y señores, vacas, perros, gallos, extraterrestres, calcetines, calzoncillos y amuletos varios, levanten sus copas, vamos a brindar por la 人生、健康、そして世界最高のチーム:レアルマドリード。

 

 

No sólo de fútbol ni de baloncesto vive el madridista. Hay muchas otras actividades, centrándonos tan solo en el deporte, que nos proporcionan momentos muy placenteros para practicarlos o para contemplarlos en directo o a través de retransmisiones televisivas.
Resulta curioso, o quizás no tanto – seguro que nada curioso, pensándolo mejor – que una serie de deportes prácticamente desconocidos en España se dieran a conocer gracias a pioneros, precursores, iniciadores – elijan su término predilecto – cuya característica común era el ser unos ardientes seguidores del escudo del Real Madrid.

En 1961, por ejemplo, cuando comenzaba el famoso periodo del “desarrollo” económico en España, cuando el Madrid había arrasado a todos sus rivales logrando ganar la Copa de Europa durante 5 años consecutivos, además del sexto – en el que se produjo el doble atraco de Mr. Ellis y de Mr. Leafe ante el Barcelona en octavos de final - , ya me dirán ustedes qué españolito de a pie sabía de la existencia de un deporte llamado tenis, jugado tan solo por miembros de las élites más exclusivas de Madrid y Barcelona. En aquel año, un chaval madrileño de 23 años, antiguo recogepelotas del Club de Tenis Chamartín, Manolo Santana, ocupó un pequeño espacio en la portada de Marca cuando se proclamó campeón del célebre torneo de Roland-Garros en París ante el italiano Pietrangeli. Es bien conocida la anécdota de cuando Santana, madridista acérrimo, jugó y ganó la final del torneo de Wimbledon en 1966 con un polo que lucía orgullosamente el escudo madridista. Cincuenta y tantos años después, el tenis es quizás el tercer o cuarto deporte más popular de nuestro país y han seguido apareciendo tenistas de súper élite muy merengones (Sánchez Vicario, Ferrero, Feliciano, Verdasco) incluyendo al mejor deportista español de todos los tiempos, Rafael Nadal, que además fue el primer español en conseguir vencer en los 4 Gran Slam (París, Londres, Nueva York y Melbourne) del mundo, amén de innumerables Masters 1000, 500, 250, Copa Davis, medallas de oro olímpicas, etc…

 

Un fenómeno similar ocurrió con el motociclismo. En la España de los años 60, las motos se conocían apenas por las que salían en las películas de Tony Leblanc (un inciso: era un enorme madridista también) y poco más. Tuvo que llegar a los circuitos un chaval de Zamora, Ángel Nieto, para que los niños de aquella época nos fijáramos en aquellas imágenes del No-Do o del blanco y negro de TVE en aquellas míticas y minúsculas motos de 50 cc en las que Nieto volaba siempre por delante de otros pilotos italianos y alemanes. Ángel, creador de una estirpe de grandes pilotos, hijos y sobrino, siempre presumió de madridismo allá donde fue. El palmarés de los pilotos españoles en motociclismo, todos ellos sucesores y herederos del gran Nieto, en donde arrasan en todas las categorías desde hace años, se debe en buena parte al sueño cumplido y realizado por el ilustre querido y malogrado héroe zamorano. Huelga decir que el motociclismo levanta hoy en día pasiones especialmente en España, donde se celebran anualmente hasta 4 GP (Montmeló, Valencia, Jerez y Aragón) del correspondiente campeonato mundial. Sin duda, con Ángel Nieto empezó absolutamente todo.

El esquí era otra de las asignaturas pendientes de los españoles. En un país tan montañoso como el nuestro, resulta que no había prácticamente ninguna estación de esquí. Las élites esquiaban en las elegantes estaciones alpinas de Chamonix, de Innsbruck o de Gstaad. Un joven madrileño criado en las laderas del puerto de Navacerrada, en la población serrana de Cercedilla, nos mostró el camino y a muchos críos de aquel momento nos dejó ojopláticos con su gesta madrugadora en el slálom especial de Sapporo, en 1972, cuando logró colgarse una medalla de oro olímpica y nos demostró a los españolitos que no sólo existían los Jean-Claude Killy, Toni Sailer y Gustavo Thoeni, ni las hermanas Goitschel o Marie-Therese Nadig. Paquito Fernández-Ochoa nos puso en el mapa de los deportes de invierno, y también abrió el camino a su hermana Blanca. A ambos era bastante habitual verlos por el estadio Santiago Bernabéu, presumiendo siempre de sus colores futbolísticos favoritos.

El pionero en nuestro país de otro deporte minoritario y súper exclusivo como era el golf en los años 70 no podemos decir que fuese un seguidor madridista, ni mucho menos – habló algunas veces de sus preferencias culés -, pero Severiano Ballesteros tenía sin duda un elevado porcentaje de ADN merengue por todo su cuerpo. Además, no olvidemos que la mayor exhibición popular de golf urbano la protagonizó el mítico Sevvy en 1983 cuando logró superar los 45 metros de altura del estadio para colocar su bola muy cerca del círculo central del terreno de juego madridista ante los atónitos ojos de los espectadores y de la prensa convocada. El golf alcanzó unas cuotas de popularidad increíbles en España gracias al de Santoña, y sin duda que marcó los pasos para que un madridista de pro como el castellonense Sergio García fuera picado por los gusanillos de los greens y se convirtiera en 2017 en el vencedor de la chaqueta verde logrando alzar el Masters de Augusta.

Un deporte minoritario que alcanzó bastante repercusión mediática en los años 70 – por desgracia, lleva varios años en horas bajísimas hoy en día en España – fue el llamado turf, las carreras de caballos, sobre todo las del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid. Con mi padre o con mis hermanas mayores solíamos ir los domingos en los que no jugaba el Madrid en casa. Las tribunas y la pelouse se abarrotaban tanto en la temporada de primavera como en la de otoño, y había una sanísima rivalidad entre los partidarios de los dos mejores jockeys de la historia del turf español: el francés españolizado Claude Carudel, y el toledano Román Martín. Prácticamente, entre los dos se repartían todas las victorias cada domingo (corrían 4 o 5 de las 6 carreras de cada día) y el resto de jockeys (José Antonio Borrego, Cristóbal Medina, Ceferino Carrasco, Florentino González, Hernanz) apenas ganaban 2 o 3 en cada temporada. Pese a su rivalidad, un amor les unía a ambos: su pasión por el Real Madrid. Carudel logró más de 1.500 victorias en su carrera, Román más de 1.100. Además, Román Martín fue durante años el jockey titular de la cuadra Mendoza (propiedad de Ramón Mendoza) y también montaría años después los de la cuadra Madrileña, propiedad de Lorenzo Sanz, mientras que Carudel fue muchos años fiel a la mítica cuadra Rosales.

Otro deporte de motor desconocido que empezó a tomar consistencia en España fue el de las carreras de rallyes. Apenas habíamos visto algún documental del célebre Rallye de Montecarlo pero nos sonaba a algo de otro planeta. Tuvo que llegar Carlos Sainz, otro madrileño y madridista ilustre – estuvo en la candidatura de Villar Mir en las elecciones de 2006 como posible vicepresidente – para que aquellos dominios insultantes de los pilotos escandinavos, especialmente finlandeses pero también suecos, acabaran en parte con la irrupción de Sainz y su inefable copiloto Luis Moya, a los mandos del Toyota Celica en 1990. Dos campeonatos del mundo, segundo piloto de toda la historia con mayor número de victorias (26, tras Sébastien Loeb). Para poner la guinda, a sus cincuenta y tantos años nos ha dado una lección a todos ganando 3 veces el complicadísimo y peligroso Dakar. Un auténtico fenómeno en todos los sentidos.

Siguiendo con el motor, la F1 era tan solo un espectáculo que tenía repercusión en España una vez al año, con el GP de España que se corría alternativamente en el Jarama de Madrid o en el circuito urbano de Montjuic en Barcelona. Además, se seguían por televisión las hazañas de Fittipaldi, Jackie Stewart o Niki Lauda, pero a excepción del gran Emilio de Villota (madridista entrevistado en este blog), no acababan de llegar pilotos españoles a la élite. Hasta que, una vez más, la sangre madridista logró lo que nunca se había conseguido: que un piloto español puntuara, primero, ganara una carrera después y finalmente se alzara con el campeonato mundial de pilotos de F1 por dos ocasiones, nuestro Fernando Alonso, orgulloso Socio de Honor y quien verdaderamente creó una afición inaudita y multitudinaria al deporte de la Fórmula 1 en España. Pasamos de no saber ni lo que era una chicane a que cada lunes, en las tertulias de las oficinas, muchas veces se hablase más de los cambios de los neumáticos o de la Q1-Q2-Q3 que de los partidos de fútbol de la víspera. Tras unos años de cierta monotonía, nos despertamos esta semana con la sensacional noticia del fichaje de Carlos Sainz Jr. por el Madrid de la F1, la scuderia Ferrari, y como no podía ser de otro modo, nuestro Carlitos es un fan incondicional de los merengues e incluso hace poco debatió por twitter contra el culerismo de Lewis Hamilton, al que estamos seguros acabará desbancando de su trono y podrá convertirse, como su padre y como Alonso, en un futuro campeón del mundo a los mandos del bólido rojo más emblemático y con más seguidores del mundo entero.

Otro ejemplo más lo encontramos con el ajedrez. Deporte minoritario completamente en España (si descontamos la sección diaria que había en periódicos como ABC, en el que se proponía cómo acabar una partida de José Raúl Capablanca, por ejemplo), hasta que surgió la figura del niño prodigio balear Arturito Pomar que, como no podía ser de otra manera, era seguidor de nuestro club, y acabó jugando con nuestro escudo en la sección de ajedrez que ganó 4 campeonatos de España por equipos. El ajedrez requiere de una gran inteligencia y de una fortaleza mental excepcional, y, como muestra, habrá que decir alto y claro que los dos últimos campeones del mundo de este deporte, Viswanathan Anand y el actual, Magnus Carlsen – éste último ha efectuado saques de honor en el Bernabéu y hasta en ocasiones juega con su camiseta del Madrid - han proclamado a los cuatro vientos su fervor madridista por todo el mundo.

Podríamos hablar de más casos de deportes minoritarios que salieron de los rincones de los diarios deportivos hasta alcanzar notoriedad, como por ejemplo el patinaje artístico gracias a las notables hazañas de Javier Fernández, seguidor de nuestro equipo allá por donde va patinando por las pistas rusas, alemanas o asiáticas. De los gimnastas Gervasio Deferr, barcelonés campeón olímpico y Jesús Carballo, campeón del mundo madrileño, ambos orgullosamente incondicionales del Real Madrid. Y de muchos otros...

No puede ser casualidad que tantos y tantos triunfadores y números uno de deportes totalmente ajenos al fútbol o al baloncesto profesen un irreductible amor por el mismo bendito club.

A quien le puede extrañar por tanto que, en una de sus visitas a Madrid, el mejor ciclista de todos los tiempos, el belga Eddy Merckx , se acercase hasta el estadio Bernabéu, visitase la sala de trofeos junto con Paco Gento, que le impuso la insignia de oro y brillantes del Club y posase ufano con una enorme bandera merengue. Con este fabuloso precedente, dos excepcionales ciclistas como Alberto Contador (7 grandes vueltas ganadas: 2 Tours, 2 Giros, 3 Vueltas) y Alejandro Valverde (Campeón del Mundo, 1 Vuelta, número uno mundial en 2018) también fueron llamados a ser fervientes seguidores del Real Madrid.

Y es que el madridismo no es para todo el mundo, sin duda, pero suelen elegirlo siempre los mejores de cada casa.

Es por todos sabido que La Galerna, nuestra querida Galerna, se dedica a difundir las bondades del madridismo por el mundo. Diría que por el universo, pero seguro que algún malintencionado nos tilda de pretenciosos, que para eso el lema que preside este medio es “las mejores firmas madridistas del planeta”, y algunos a veces creemos que lo somos. Qué les voy a contar… hoy no voy a analizarles ningún matiz relacionado con el juego, la táctica o aspectos similares, aunque sí con el Real Madrid. Les imagino a ustedes escuchando de vez en cuando las noticias para estar al tanto de la actualidad, en casa, cada unos con sus circunstancias personales y familiares y buscando algún entretenimiento más allá del televisivo. Porque en los días que se nos presentan por delante al parecer vamos a tener tiempo, mucho tiempo. La mayoría de nosotros solemos quejarnos de la falta de este, y lo usamos como excusa para evitar compromisos sociales, familiares y hasta laborales, lo cual a menudo nos deja bastante mal y nos hace perdernos alguna que otra buena oportunidad. Me estoy refiriendo a cuando, por cualquier circunstancia, añoramos algo diciéndonos “tenía que haber quedado, tenía que haber llamado, teníamos que habernos visto” o prometemos alegremente hacer todo eso a sabiendas de que no son más que frases hechas sin más. Ahora que es probable que ustedes estén echando de menos el tomarse el café con alguien, salir a tomarse una caña o sencillamente charlar en persona con este o aquel, prométanse esta vez de verdad que cuando todo esto termine pasarán más ratos con aquel amigo al que no ven desde hace mucho, o que disfrutarán de los ratos que creen monótonos porque puede ser que nunca más se repitan. Expresen sus sentimientos, charlen con los demás, sean amables, y si saben que alguien cercano no lo está pasando bien por alguna circunstancia, sean solidarios y altruistas, aunque sólo sea por el temor a verse malparados y que nadie les eche una mano. Y ya ven, al final sí les estoy hablando del Real Madrid, que posee una fundación para ayudar a los más desfavorecidos y que se caracteriza por ofrecerse allí donde hay una catástrofe con los medios que más a mano tiene, por lo general algún partido benéfico o donando material deportivo o e scolar. En estos días todos podemos ser un poco el Real Madrid, ayudando a gente que no puede hacer la compra, que no pueden valerse por sí mismos, o sencillamente que se sienten solos. Comuníquense con ellos y no para enviar noticias alarmistas o bulos, interésense por los próximos y por los no tanto, ábranse e integren a los demás. “No nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo nos queda decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado” es una conocida cita de El Señor de los Anillos y a eso me estoy refiriendo hoy, a sembrar, a convertir una necesidad en una superación gracias a la dedicación, ganas y actitudes adecuadas. Cierto es que no siempre el resultado de nuestro esfuerzo es recompensado en el tiempo y la forma que queremos, o de la manera que más necesitamos, pero debemos actuar porque el recorrido realizado nos enriquece y da más oportunidades tanto a los demás como a nosotros mismos. La vida no siempre es un dar para recibir, a veces consiste sólo en dar porque es lo correcto. Aprovechen estos días de confinamiento para darle más sentido al tiempo que se les ha dado; ya que no podemos decidir en cual vivir, tomen la rienda del que tenemos y no lo dejen pasar sin más. Seguro que alguien está agradecido por ello.

Los galernautas veteranos ya saben que en La Galerna acostumbramos con frecuencia a relacionar al Real Madrid con personas, figuras históricas, grupos y ámbitos en general, que escapan a nuestro querido club. Lo hacemos en el convencimiento de que en realidad no existe esta desconexión, en tanto que concebimos al Real Madrid no solo como un club deportivo sino también como una serie de valores que nos determinan. Sirva este homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente como un ejemplo de esta pretensión.

 

Era la mañana del 15 de marzo de 1980, hace hoy justo 40 años. Por aquél entonces yo estaba haciendo mi último año de Terminale – curso equivalente al COU de la época – en el Liceo Francés de Madrid, preparando el examen final, el Baccalauréat, para ya poder afrontar mis estudios universitarios al año siguiente.

La noticia corrió como la pólvora por todo el inmenso recinto del colegio, en el Parque Conde de Orgaz, en el que estudiábamos más de 3.500 alumnos: Félix Rodríguez de la Fuente, el Amigo de los animales, había fallecido unas horas antes en Alaska – 14 de marzo en América – en un terrible accidente de avioneta junto a otros dos compañeros de Televisión Española.

El impacto mediático fue gigantesco en España. Todos los informativos se hicieron eco de inmediato y todo el país se vistió de luto al instante. Posiblemente, tras la figura de Adolfo Suárez, Rodríguez de la Fuente era el español más conocido en nuestro país. Y sin duda el español más querido por todos. La nefasta nueva impactó doblemente, si cabe, en el Liceo Francés de Madrid, ya que sus tres hijas, Mercedes, Leticia y Odile, eran compañeras nuestras de colegio, aunque de edad bastante menor que la mía. Alguna vez, a eso de las 5 de la tarde, cuando ya era hora de coger la ruta para volver a casa tras las clases, había visto de lejos la figura archi popular del “Amigo Félix”, yendo a recoger a sus hijas, en compañía de su esposa francesa, Marcelle Parmentier, con la que se había casado en 1966.

Todos, absolutamente todos los alumnos del Liceo admirábamos profundamente a Don Félix, en especial porque para cada uno de nosotros era una figura más que familiar: penetraba en las pantallas de nuestras televisiones con sus documentales de “El hombre y la tierra”, y también nos había acompañado años antes, cada sábado por las tardes, después de ver “Los payasos de la Tele”, con su programa “Planeta Azul”.

Además de su inmensa popularidad, en nuestro colegio le considerábamos muy nuestro, y, aparte de admirar su labor por la que conocimos gracias a él mucho mejor la fauna ibérica – el lobo, el buitre leonado, el lince, el oso pardo – y también la fauna de otras latitudes, nos sentíamos bien ufanos de que hubiera elegido para sus hijas la misma formación, laica y liberal, que nuestros padres para nosotros.

Los lunes por la mañana, en el colegio, junto a los compañeros de clase, no sólo comentábamos los resultados de los partidos de fútbol del domingo anterior, sino también los episodios de “Kung Fu” con las andanzas del “Pequeño Saltamontes” y por supuesto los de “El hombre y la tierra”, unos reportajes increíblemente bien filmados sobre la Fauna Ibérica, la “Serie Americana” rodada en Canadá y en Alaska, y la “Serie Venezolana”, esta última con imágenes tan impactantes como en las que unas anacondas, se sumergían bajo unas plantas acuáticas  en algún afluente del río Amazonas para sobrevivir a un gran periodo de sequía, puede que una de las grandes obras maestras del Doctor Rodríguez de la Fuente, que junto a los miembros de su equipo, trataba de salvar a los reptiles de unas consecuencias funestas.

Pongámonos en el contexto de la España de hace 40 años, en la que apenas habíamos oído hablar seriamente de los animales salvajes en películas como Hatari y poco más. En los que los zoológicos eran una serie de jaulas mal acondicionadas en las que se hacinaban numerosas especies animales. El Doctor Rodríguez de la Fuente para mí fue de los primeros ecologistas “Avant la lettre” y gracias a él empezaron a proliferar asociaciones protectoras de animales como Adena y comenzaron a acondicionarse adecuadamente los parques zoológicos de toda España. También empezaron a surgir por toda nuestra geografía los “Safari Park” con felinos, rumiantes y simios en semi libertad.

Estuve charlando hace unos días con la hija menor de Félix, Odile, una bióloga prestigiosa y brillante, además de encantadora persona, alma máter durante muchos años de la Fundación que lleva el nombre de su padre – hoy en día, desgraciadamente, la Fundación lleva 3 años con sus actividades congeladas -. Me contaba que su padre era un hombre que rendía culto a preparar su cuerpo a través del deporte, y en particular del atletismo. De niño había practicado el fútbol en su pueblo de Burgos, Poza de la Sal. Ya de adulto, corría casi a diario y siempre se mantuvo muy en forma física. Para él, su cuerpo era una herramienta imprescindible en su vida y como tal consideraba que tenía que tenerla siempre a tono.

Cuando paraba en casa, ya que pasaba más de la mitad de su vida viajando, sus aficiones, además de estar con su familia, eran leer sin parar y ver los telediarios.

No he podido contrastar si Félix era un aficionado al fútbol – parece ser que no demasiado - de lo que estoy seguro es que su figura es de las más importantes, incluyendo todos los ámbitos, de todo el siglo XX español. El “amigo Félix” es quien hizo transmitir a millones de niños – y a sus padres – una serie de valores que son bien conocidos en este querida Galerna : el coraje y la valentía, la búsqueda constante por mejorar y por innovar, la absoluta dedicación por su trabajo, la pasión que le ponía a todas sus actividades, la importancia de la labor bien concebida y acabada, la obsesión por el trabajo en equipo – scripts, cámaras, redactores, científicos – que culminaban en conseguir unos reportajes espectaculares. La solidaridad, el equilibrio ecológico, en definitiva, poder llevar el conocimiento y la felicidad a muchos hogares, además de concienciar a todos de la importancia real de cuidar nuestro “Planeta Azul”. La lucha por la vida, la inextinguible esperanza por lograr un mundo mejor le acompañaban en cada paso que recorría.

Sirvan estas modestas líneas como un modesto, aunque merecidísimo homenaje para un pionero que hizo de su profesión una verdadera forma de vivir, disfrutando hasta el límite de cada instante.

Dedicado a la memoria del comandante Eduardo Fermin Garvalena Crespo, fallecido en acto de servicio el pasado 27 de febrero. 

 

Portar sobre el hombro el sábado pasado a Ayo, y sacarlo de la Plaza de Armas de la Academia General del Aire, es sin duda lo más duro que he hecho en mi corta vida militar. Por otro lado, y sin querer sonar frívolo, no encuentro mayor honor.

A Ayo le debo infinidad de cosas. Para empezar, le debo una cena a cuenta de una apuesta sobre nuestro Madrid. También le debo infinidad de enseñanzas, y esta deuda nunca habría podido pagársela en vida, ni aunque hubiera vivido cien años.

Ayo me cuidó cuando era pequeño, a mí y a mis hermanos, era nuestro vecino y canguro en Alcalá de Henares. Aunque yo ya lo vivía en casa, contribuyó a inocularme el virus de la aviación militar. Años más tarde, con siete de retraso con respecto a Ayo, ingresaría yo en la Academia General del Aire.

Recuerdo perfectamente la alegría que supuso en nuestra familia su ingreso, que suponía el cumplimiento de un sueño de la infancia. El diez de diciembre de 2002, Ayo juró defender España hasta las últimas consecuencias.

Durante mi estancia en la Academia, siempre recabé su consejo respecto a qué decisiones tomar en lo tocante a diferentes destinos. También en cada una de las vicisitudes que me encontré en el Ala 14, destino en el que coincidiría con él alrededor de 3 años. Se cerraba el círculo.

Compartir destino con él, con nuestro vecino y amigo, con nuestro canguro de la infancia, supuso para mí el cumplimento de otro sueño. Siempre le admiré, desde muy pequeño, y ya con su ingreso en la Academia albergué la ilusión de poder seguir sus pasos hasta llegar a ser su compañero de destino. Nunca me cansaré de seguir su ejemplo.

A partir de 2015 nuestra relación fue más directa, más constante. Ayo me vio crecer, madurar, celebrar e incluso llorar. Me recibió en el Ala 14 como un hermano mayor recibe a su hermano pequeño (sinceramente pienso que así era como me veía y me trataba). Yo fui testigo cercano de sus tres paternidades, de su modo de querer a Paula y a sus hijas, a sus padres y hermanos, su manera de festejar, también de llorar y de luchar, pero sobretodo de reír. Ayo era de esas personas que van por la vida brillando, que iluminan una sala, una casa o un escuadrón de vuelo. Era la persona que todos queremos tener al lado como un ángel de la guarda. Estoy convencido de que ahora, tanto yo como su familia, amigos y compañeros tenemos esa suerte. Ayo ha sido y será siempre nuestro ángel de la guarda.


Si por algo más destacaba era por su inmenso madridismo. Era el ejemplo del madridista siempre crítico, al que solo le vale ganar y para el cual levantar una Champions League año tras año tiene lo mismo de rutinario que de obligación. De niño me regaló una caja sorpresa, de esas que contienen dentro un muñeco que salta cuando la abres. Como no podía ser de otra manera, en la parte frontal de la caja estaba el escudo de nuestro Real Madrid. En su interior se apretaba contra la tapa un pequeño monigote cuyo cuerpo era un muelle, un muñeco vestido de blanco con el pelo morado y un letrero en su pecho que decía “somos los mejores”. Recuerdo cómo me decía “Porque...” para a continuación abrir la caja esperando a que el muñeco saliera disparado hacia arriba y rematara la frase. Lo que nunca le llegué a confesar es que aún conservo esa caja, y que a pesar de los innumerables intentos de mi madre porque me deshiciera de ella nunca me lo llegué a plantear. Siempre me generó un sentimiento difícilmente explicable y que hoy, más que nunca, cobra un sentido único.

Finalmente, si me lo permitís, me gustaría dirigirme breve y directamente a él porque sé que me lee, que me escucha cada vez que le hablo y que está aquí a mi lado mientras escribo estas palabras.

Desde el pasado jueves 27 de febrero solo pienso en rentabilizar todo lo que me has enseñado y todo lo que he vivido contigo, Ayo. Solo pienso en mejorar como persona, como militar y como piloto de combate porque estoy seguro de que es lo que querrías de mí. Muchas gracias por todo, estaré en eterna deuda contigo. En todo menos en lo de la cena que te debo a cuenta de esa apuesta sobre el Madrid. Esa te la pagaré. Ya lo creo que te la pagaré.

Te quiero mucho.

No quisiste andar otro camino, no supiste vivir de otra manera.

Tu compañero, tu amigo, tu hermano pequeño,

Juan.

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