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Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid primigenio (1902-1924)

 

En abril de 1902, en una mercería regentada por catalanes de la calle Alcalá de Madrid, se pusieron por escrito los estatutos de la “Sociedad civil particular denominada Madrid Football-Club”, cuyo objeto era “fomentar progresivamente la afición al juego llamado Football Asociation”. La mercería pertenecía a la familia Padrós. Los vástagos varones, Juan y Carlos, eran dos muchachos nacidos en Barcelona, en el barrio de Sarriá; ellos se habían hecho hombres, se habían educado y formado como dos magníficos ejemplares de la pujante burguesía urbana madrileña que empezaba a salir al mundo, a conocerlo y a traerlo a la España empequeñecida y derrotada de 1898. Esta “sociedad civil” formada por los Padrós cuya visión (se diría ahora) era la promoción de una extraña actividad al aire libre, un “sport” importado de Inglaterra que jugaban muchachos en calzones en parques y descampados, había nacido más o menos un mes antes, en marzo. Lo asombroso es que tardó solamente veintidós años en tener un estadio capaz de competir en capacidad y animación con los centros de entretenimiento más populares de la España de principios del siglo XX: las plazas de toros, los hipódromos y los frontones de pelota vasca. Todo sucedió muy rápido, tan rápido como cambió el mundo en esas dos décadas. Si hay que establecer un marco temporal para la primera fase histórica del Real Madrid, 1902, cuando se funda, y 1924, cuando estrena Chamartín, son las fechas adecuadas, porque a partir de ellas comienza algo nuevo. Entre su fundación y la inauguración de su primera casa en propiedad, el Real Madrid Club de Fútbol tuvo tiempo de hacer muchas cosas. La más importante de todas ellas fue adquirir, de una vez y para siempre, el carácter libre y universal que iba a determinar su comportamiento colectivo y su naturaleza como institución en los siguientes cien años de existencia. Esta naturaleza, evidentemente, no dimanó de la tierra ni apareció por generación espontánea bajo el suelo de Madrid: es entre 1902 y 1924 cuando al Madrid se adhieren hombres con personalidades fuertes que lo dotan de ese sentido de independencia, resistencia y ambición. Había surgido algo nuevo en España que el Madrid iba a encarnar, la espuma de una modernidad nacional que nunca iba a abandonar al club ni aun en los peores años de la postguerra civil.

El 9 de marzo de 1902, el club de fútbol Real Madrid celebra su primer partido en una explanada entre las calles de Alcalá y Goya, junto a la antigua Plaza de Toros

Y había surgido mientras el mundo, como decía, cambiaba radicalmente. Son los años del Art Nouveau, del expresionismo alemán, del vértigo: es la Belle Époque, el tiempo de las felices afecciones nerviosas, de la teosofía y del espiritismo, los años de la neurastenia y del psicoanálisis, de los automóviles y de los tanques. Entre 1902 y 1924, los años que el profesor Ángel Bahamonde llama “formativos” del Madrid, el club se constituye, crece y se prepara para la expansión global de aquel deporte minoritario y desconocido que había llegado a España como una moda traída por los muchachos de buena familia a los que sus familias mandaban a pasar los veranos en Londres. Entre esas dos fechas Galdós escribe y publica las dos últimas series de sus Episodios Nacionales, es elegido diputado en Cortes y muere; el Madrid sin embargo tiene cinco presidentes y curiosamente en esos años de amateurismo, sólo dos entrenadores. Es divertido compararlo con lo que pasa ahora, con la trituradora de coaches en que se ha convertido el banquillo del Madrid. El club conoce, en cambio, en ese tiempo, cinco terrenos de juego. De ellos, sólo a tres se les puede llamar, en puridad, estadios. Al tiempo, sus dirigentes se implican en la constitución de la primera federación nacional, de la primera competición oficial y de la primera liga, a la vez que están en la vorágine del debate que marcó el rumbo del fútbol a nivel mundial, su profesionalización. Pero en esas dos décadas en las que se va gestando el fútbol en España como industria masiva, el mapa de Europa, por ejemplo, se pone patas arriba: tiene lugar la guerra más devastadora conocida por los hombres, a consecuencia de la cual se desintegran tres imperios, dos de ellos milenarios; nace entre terribles estertores el primer Estado socialista de la Historia y el comunismo amenaza con hacer estallar Europa occidental; emergen el fascismo y el nazismo como reacción a él y a la reordenación del continente tras el tratado de paz que impusieron los vencedores de la guerra. Y por encima de las cabezas de los hombres, nunca mejor dicho, vuelan los aviones: la tecnología y la ciencia modifican el rostro del planeta y transforman las relaciones entre los individuos de una forma, y a una velocidad, inconcebibles tan sólo veinte años antes.

Carlos y Juan Padrós

Un año antes de que el Madrid se constituyera oficialmente a través de los primeros estatutos de esa naturaleza que se redactaron en España, moría la reina Victoria de Inglaterra. Se puede decir que también moría una época. Se moría el siglo XIX. El Madrid había nacido antes de que se muriera, en el 1900, como una escisión de la Sociedad de Foot-Ball, club pionero fundado el año que España perdía sus últimas plazas ultramarinas. Estaba naciendo también, por ejemplo, el cine, que Garci llama “el arte del siglo XX”. Pero antes de que los Lumière se dieran una vuelta por aquí grabando corridas de toros y procesiones en Sevilla, el año de 1898 sumergió a España en un estado de desconcierto y desaliento a todos los niveles. El país empezaba el nuevo siglo atormentado por la conciencia repentina de su irrelevante posición en el mundo industrializado: Europa iba lanzada hacia el futuro, proyectada sobre un progreso material y espiritual del que los españoles se sentían muy lejanos. Las derrotas militares en Cuba y Filipinas ante Estados Unidos hicieron temblar los propios cimientos de la identidad nacional, vacilantes a lo largo de la segunda mitad del siglo que acababa de morir, ya minados por la carcoma de los nacionalismos secesionistas. La conciencia de una revolución social y económica empezaba a forjarse entre las capas más bajas de la sociedad gracias al incipiente anarcosindicalismo, que tomaba fuerza en el campo andaluz y en las fábricas catalanas. Las élites urbanas querían subirse al tren de lo moderno y de lo progresista, querían reformar España y para empezar con tan vasto plan, lo primero era sacar a sus hijos a correr por el monte “aprovechando las condiciones naturales del clima” como escribió Carlos Padrós en aquellos días. Julián Palacios, que era un muchacho que estudiaba para ingeniero de minas, arrastró consigo en su escisión a los hermanos Juan (el mayor) y Carlos (que no podía jugar al fútbol debido a una minusvalía que, las cosas de la vida, seguramente azuzó su innata aptitud para la organización) Padrós y a algunos otros antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza y del Liceo Francés que conformaban la base social de los primeros clubes deportivos de Madrid. Se separaron de la antigua Sociedad y fundaron la Nueva Sociedad de Foot-Ball, rebautizada luego como Madrid Football-Club, que hasta 1902 no se hizo oficial, de la cual Palacios fue elegido primer presidente. Para entonces los promotores ya habían decidido honrar al mítico Corinthian de Londres, los globertrotters amateurs que iban de blanco. Este color, símbolo de pureza, sustituyó a los colores históricos relacionados con la ciudad de Madrid, el azul y el rojo, que pasaron a identificar desde entonces al otro equipo surgido de las cenizas de la primitiva Sociedad de Foot-Ball, el Sky. He aquí pues y desde el principio la pretensión de universalidad del Madrid, expresada en la elección misma de sus colores. Ese homenaje al blanco que ya era famoso entre los reducidos círculos de entusiastas del fútbol de la época en Europa regresó a Inglaterra, como una extraordinaria muestra de lo cíclica que es la vida, después de 1960, cuando el Leeds United honró al Real Madrid adoptando su color blanco tras la quinta Copa de Europa consecutiva de los españoles y su fantástica victoria sobre el Eintracht de Frankfurt en Glasgow.

Estatutos de 1902

Dos meses después de ese 6 de marzo de 1902 que quedó para siempre como fecha de fundación del Madrid, en Viena, capital cultural de Europa en aquel momento, Sigmund Freud era nombrado “profesor extraordinarius” de la Universidad de Viena por Su Apostólica Majestad Imperial y Real Francisco José. Aunque el inmenso imperio de los Habsburgo vivía en tensión interna permanente a causa de las fuerzas centrífugas de los nacionalismos etnolingüísticos y por culpa de las miradas ávidas de sus vecinos alemanes, la Ringstrasse de Viena seguía siendo el gran bulevar donde se desarrollaba el esplendor de la Europa ilustrada. Sus cafés y sus teatros se retroalimentaban y la conversación intelectual y política se desparramaba sobre cientos de publicaciones impresas, que alcanzaban todos los rincones de un imperio que iba desde el Adriático hasta la frontera con Rusia y desde los Alpes hasta Ucrania. Karl Kraus sacudía la opinión pública desde su tribuna en La Antorcha, Arthur Schnitzler escribía dramas y novelas que exponían a la vista de todo el mundo la bilocación de la moral predominante en la sociedad vienesa y Sigmund Freud desarrollaba su impactante teoría de la personalidad y la moral individual, apoyada por las obras de gigantes de la literatura austríaca del momento como Robert Musil. Viena bullía de actividad en aquellos años, era una constelación de astros que agitaban todas las disciplinas artísticas: entre 1901 y 1906 Gustav Mahler compuso su Quinta, Sexta, Séptima y Octava sinfonías, situándose según el historiador Philip Blom “en la primera línea de la investigación cultural de la percepción, de la falta de fiabilidad del lenguaje y sus reglas subyacentes, recreando el mundo exterior como un interior impresionista con la sencillez infantil de los textos de canciones populares”. Viena era un rompeolas donde se batían las filosofías del modernismo, el simbolismo, el expresionismo o el escepticismo; donde Adolph Loos desafiaba ya la concepción historicista neoclásica del paisaje urbano con su nuevo estilo y sus nuevos materiales importados de Estados Unidos, sobre todo con su audacia: cristal, aluminio, pureza arrolladora de líneas frente a imponentes vestigios del mundo de ayer como el Palacio Imperial del Hofburg. El arte se pone al servicio de una nueva concepción del mundo que pretende negar absolutamente todo lo anterior, inventar un mundo nuevo.

Carlos Padrós

Al final de ese mes de mayo en el que Freud es distinguido con el honor universitario en Viena y en Madrid, los Padrós organizan la primera Copa de España como homenaje a la mayoría de edad de Alfonso XIII (esa primera edición de un torneo oficial de carácter nacional llevó por nombre Copa de la Coronación y se jugó cerca de la ubicación del Bernabéu, en donde hoy se levantan los Nuevos Ministerios), en el sur de África está terminando la Segunda Guerra de los Bóers, conflicto en el que estuvo a punto de morir Winston Churchill, que por entonces era una especie de Tintín que correteaba por las heridas abiertas del mundo en busca de aventuras. Europa se ha arrojado sobre África y el Lejano Oriente con furia colonial y el capitalismo imperialista de las grandes potencias está esbozando un combate de dimensiones desconocidas que apenas diez años después se librará también debajo de los mares, en artefactos submarinos como los imaginados por Julio Verne, y del que no se escapará ningún rincón del mundo, por alejado que se encontrará del epicentro.

Precisamente seis meses después de la constitución legal del Madrid, Méliès estrena en Francia su increíble Viaje a la Luna, el primer hito de la Historia del cine. Las ensoñaciones quiméricas de Verne o Wells tomaban forma por fin, se convertían en imágenes, salían de las cabezas de los lectores e irrumpían en la realidad tangible. El cinematógrafo de los Lumière ya creaba un nuevo lenguaje.

Campeones Copa 1905

En España, mientras, Pío Baroja escribe su trilogía La lucha por la vida, en cuyo último volumen, Aurora roja, se anticipa el brutal atentado anarquista de 1906: en la calle Mayor de Madrid, al paso de la carroza nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, Mateo Morral lanza una bomba disimulada en un ramo de flores y mata a casi treinta personas. Entre 1902 y 1910 el Madrid gana su primer título nacional, la Copa de 1905, con un equipo en el que había nombres como Lizárraga, Álvarez, Alcalde, Bisbal, Berraondo, Normand, Prast, Alonso o el de Pedro Paragés, el primer gran presidente de la Historia del Madrid. Paragés es un preBernabéu pues además de liderar al equipo metiendo goles (un hat-trick suyo al Athletic de Bilbao en la final de 1906 dio al Madrid su segunda Copa) fue luego el responsable directo de que el Madrid se construyera el Estadio de Chamartín y no entrase en el ruinoso consorcio del Stadium Metropolitano. Fue el hombre que heredó de Carlos Padrós la dirección espiritual del Madrid. Además, Paragés también participó de la reconstrucción social y económica tras la Guerra Civil, por lo que estamos sin duda ante la primera gran figura, el primer gran patriarca madridista. En ese año de 1907 Picasso está reinterpretando los rostros infinitos del Greco, batiéndolos en un cuenco con las geometrías tribales prerromanas y africanas para luego derramar la mezcla en Las señoritas de Aviñón: nace el cubismo y el Madrid gana otra Copa, la tercera. En 1908, Klimt refleja su fascinación por la Rávena bizantina en El beso, su cuadro icónico, a la vez que el Madrid levanta su cuarta Copa de España seguida. Es la primera dinastía, el núcleo mitocondrial de todo. No obstante, tanto el formato como la duración de ese primer torneo nacional iba variando en función de la disponibilidad y de la voluntad de los principales clubes del momento, que eran catalanes, vascos y madrileños principalmente. Por supuesto, todos ellos estaban compuestos por jóvenes estudiantes y entusiastas amateurs “a los que había que ir convenciendo para jugar” como recuerda Paragés en un testimonio citado por Bahamonde en su libro El Real Madrid en la Historia de España. En 1910 se muere Tolstoi en una estación de tren tras haberse escapado de Yasnaia Poliana sin decirle nada a nadie y el Madrid está cerca de morir también, como el Barcelona, retados por socios hostiles que querían escindirse: la naciente Federación española está naufragando en un cisma que se abate sobre la credibilidad de los jóvenes clubes. El Madrid sobrevive y en 1912 por fin se establece en su primer campo con todas las letras: el de la calle O´Donnell, abandonando de esta manera los aledaños de la plaza de toros (donde hoy está el pabellón de baloncesto donde Llull mete las mandarinas) y la peña La Taurina, primerísima sede social: el dueño, a cambio de consumiciones, les dejaba cambiarse allí y alternar en las primeras juntas de socios

Pedro Paragés, jugador

1912 es un año fundamental en la Historia del Madrid. No sólo se traslada al primer campo vallado de España, que los socios (ya había 400) acondicionan con trece mil pesetas y en el que se puede cobrar regularmente la entrada al público. Es, en una palabra, el año en el que Santiago Bernabéu llega al Madrid. Ya hay un entrenador, Míster Johnson, que aconsejaba a los delanteros no pararse a fumar junto a los porteros rivales y que ofreció a aquellos muchachos las primeras orientaciones tácticas de la Historia del fútbol moderno en España. Como se ha visto ya existe también la Federación Española, Real por mediación de Carlos Padrós. Los Padrós, desvinculados de la dirigencia del Madrid, han intercedido también ante el rey para sofocar esa primera disidencia federativa, que amenazó seriamente con desintegrar la primera organización más o menos formal que tuvo el fútbol en España. Al Madrid también se le empieza a llamar “equipo merengue” por esta época; el equipo ya había estilizado su escudo introduciendo el redondel, dentro del que se enmarcaba su acrónimo. Todo esto ocurre mientras el mundo todavía se recupera de la conmoción por el hundimiento del Titanic y España traga saliva tras producirse en la Puerta del Sol el segundo magnicidio de factura anarquista en 15 años: Manuel Pardiñas, un desertor de la Guerra del Rif, le había pegado dos tiros al presidente del Gobierno, José Canalejas, a plena luz del día y mientras éste miraba el escaparate de una librería, al lado del Palacio de Gobernación.

Santiago Bernabéu

Entre 1912 y 1923 se produce el verdadero auge del Madrid, que sabe interpretar la naturaleza del fútbol como pegamento cívico en la naciente sociedad de masas. En 1914 Juan Belmonte cuaja algunas de sus más extraordinarias faenas, el país se divide después de cada corrida de toros entre gallistas y belmontistas, estalla por fin la guerra mundial y el Madrid incorpora a su primera figura extranjera: René Petit, otro alumno de la Escuela de Ingenieros, hispanofrancés, que terminó siendo un mito en el Real Unión de Irún y al que Alberto Cosín llama “el Di Stéfano de su época”. En estos once años el Madrid amplía su base social y se convierte, genuinamente, en un club popular, porque la misma ciudad se amplía, mejoran las comunicaciones, Madrid se extiende extramuros y ocupa nuevos espacios; hay más gente que trabaja y gana dinero, hay más gente cada vez que prospera y sobre todo, esa clase trabajadora va ganando tiempo libre. Surge el ocio como industria y el fútbol encarna una concepción diferente de ciudadanía, más moderna y cosmopolita que vincula su entretenimiento a actividades distintas de los toros o el teatro. El fútbol, como el cine, se convierte en un agente de mestizaje social puesto que tanto en el campo, vestidos de corto, como en las gradas, se encuentran, de igual a igual, obreros, profesionales liberales e incluso aristócratas. Ir al fútbol no es algo exclusivo y además otorga un tipo de distinción puramente urbana. Los dirigentes del Madrid olisquean el aire y pretenden incorporar a ese obrero que se va haciendo clase media, quieren atraerlo al club y lo consiguen. Todos pueden ser socios del Madrid y todos pueden jugar en el Madrid, aunque en este tiempo la cantera que surte de futbolistas al club sigue estando en los colegios. Bernabéu llega desde los agustinos de El Escorial, por ejemplo.”Las fotos muestran un once de tipos morenos, raya en el medio, bigote, pantalón justo por encima de la rodilla y camisa de manga larga remangada. Un equipo de dandis con su cinturón oscuro y los faldones de su camisa blanca bien remetidos. De dandis que juegan, aparentemente sin despeinarse, entre mujeres con corsés, pamelas desmesuradas y faldas hasta los pies. Pero dandis que, en realidad, dan patadas, empujan y se arremolinan en torno a balones de cuero ardiente que intentan colar en la meta a empujones, a dentelladas si es preciso”, escriben Marta y Ángel Del Riego en La Biblia blanca. El Madrid se hace de Madrid y sus socios se disparan hasta dejar pequeño el campo de O´Donnell y sus 3500 localidades, aunque hasta la creación de la Liga en 1929 el presupuesto del club dependía en gran medida de su capacidad para organizar partidos amistosos antes y después del campeonato regional (que daba acceso a la Copa de España) y de la Copa del Rey. Por eso, hasta los años 30 el Madrid, como el fenómeno del fútbol, crece de forma discontinua y su alza queda vinculada a la situación económica general. Esto cambia por completo a raíz del profesionalismo y de la Liga, que emancipan al fútbol de la coyuntura económica nacional e internacional hasta un punto evidente en la postguerra y toda la década de 1940.

Segundo partido en el campo de O´Donnell, contra el Irún

Tras las cuatro Copas seguidas en la primera década del siglo XX, el Madrid tuvo que esperar a 1917 para volver a levantarla. El título, ganado en Barcelona al Arenas de Guecho en un partido de desempate, se debió en gran medida a Petit, que poco después abandonaría el equipo rumbo a Irún. 1917 fue un año capital para la Historia del mundo. Para empezar, Pedro Paragés es elegido presidente del Madrid. En Rusia, un motín a gran escala en Petrogrado obliga a abdicar al zar. Medio año después, los bolcheviques toman el poder y meses más tarde, pactan una paz con Alemania. Estados Unidos entra en la guerra mundial. En España se produce una huelga revolucionaria en la que un imberbe Buenaventura Durruti se bautiza en fuego contra la Guardia Civil. Bernabéu ya era capitán en 1916 de un equipo en el que además de Petit se juntaron Alberto Machimbarrena y Sotero Aranguren. Al madridista de hoy probablemente no le suenen de nada estos nombres. Uno era vasco y el otro, aunque de apellido inconfundiblemente vascón, era argentino. Murieron muy jóvenes en un lapso de tiempo muy corto, uno de tuberculosis y el otro de una pulmonía. Eso y su fundamental participación en la victoria en la Copa de 1917 ayudaron a convertirlos en los símbolos del primer Madrid: tanto que todavía siguen vivos hoy en la memoria del madridismo puesto que la estatua de ambos, fundida en bronce, saluda a quien accede al vestuario local del Santiago Bernabéu. Como cuenta Ángel Bahamonde, “en los años diez empezaron a perfilarse los mitos del fútbol como mecanismo de identificación del espectador con su equipo”.

Equipo campeón en 1917

Y para el Madrid, ningún otro mito identificativo como el que terminó por darle nombre, acortándolo con aire místico sobre todo cuando se narraron sus hazañas europeas en los 50 en la prensa extranjera: el 24 de junio de 1920 el Madrid recibe de Alfonso XIII el privilegio de poder anteponer el Real a su nombre. Fue el año en el que España estuvo representada por una selección de sus mejores jugadores, de manera oficial por primera vez, en los Juegos Olímpicos de la ciudad belga de Amberes. Un mes antes, el 16 de mayo, un toro mató a Joselito en Talavera, y el cambio de guardia parece, a cien años vista, tan evidente, que le cunde a uno la superstición: la tauromaquia empezaba a declinar con la muerte del gran héroe, el fútbol tomaba el relevo con la coronación del futuro equipo-nación. La comitiva oficial que fue al Palacio de Oriente a recibir el título de Real estaba encabezada por Bernabéu, capitán del equipo, y por Pedro Paragés, presidente. Un año antes, mientras en Alemania se fundaba la Bauhaus para alentar una suerte de humanismo sincrético en las artes, el Madrid había fichado a un portero joven y sobrio que se llamaba Pablo Hernández Coronado: ya tenemos aquí, reunida, a la santísima trinidad del Madrid del Viejo Testamento, que dirían los hermanos Del Riego.

Pedro Paragés, presidente

Pero el Madrid, desde la Copa del 17, no gana más títulos nacionales hasta 1932, el año en que cae la primera Liga con Zamora, Ciriaco, Quincoces y los Regueiro. Entre esos años llega a algunas finales de Copa y gana algunos campeonatos regionales, pero la reestructuración socioeconómica en la que está embarcado el fútbol y las turbulencias morales del mundo parecen afectarle deportivamente. En 1921 Hitler da un golpe fallido en Munich y la juventud española se desangra en Annual, pero Fritz Lang estrena La muerte cansada y al año siguiente crea a la matriz de todos los villanos del cine que vino después, el Doctor Mabuse.

El Madrid campeón en 1917 tenía 500 socios que en 1922 serán mil, aunque se mantiene por debajo todavía de Athletic de Bilbao y Barcelona. Durante el primer lustro de la década de los 20 se produce el inevitable fenómeno del “amateurismo marrón”, por el cual los clubes fichaban futbolistas no profesionales que en la práctica doblaban sus sueldos como profesionales particulares con las dietas que recibían por jugar en su tiempo libre: Zamora llegaba a facturar al mes en 1923 nada menos que mil pesetas, claro que Zamora era el héroe de la plata olímpica en Amberes. El amateurismo marrón era algo semejante a lo que aún ocurre con los árbitros, llamados profesionales cuando se debería decir titulados. En 1922 el presupuesto del Madrid llega hasta las cien mil pesetas, que son cincuenta mil menos de las que pagaría ocho años más tarde al Español de Barcelona por el propio Ricardo Zamora. Los clubes empiezan a fijar las condiciones del inminente salto adelante del fútbol como industria y mercado y el Madrid asume un riesgo tremendo al desligarse del proyecto agregador del Stadium Metropolitano, cuyo objetivo último era subsumir a todos los clubes madrileños existentes en una nueva entidad patrocinada por la Corona que representase a Madrid y compitiese contra los potentes equipos catalanes y vascos. Los promotores de la primera línea de metro de Madrid constituyeron una compañía inmobiliaria con vistas a rentabilizar las nuevas zonas de la periferia urbana de entonces que las conexiones ferroviarias iban a poner en órbita: “el mundo financiero madrileño se aproximaba por primera vez al fútbol como objeto de inversión” dice Bahamonde puesto que tanto el rey como círculos próximos al gran dinero de Madrid invirtieron y patrocinaron el consorcio entre la Compañía del Metropolitano Alfonso XIII, el Banco de Vizcaya y la Compañía Urbanizadora Metropolitana, la sociedad mercantil aludida antes mediante la cual se levantó el primer gran estadio multiusos de España. El Stadium Metropolitano necesitaba un club que lo llenara y ante la negativa del Madrid, el primer equipo ya de la ciudad por socios y prestigio, sus moradores fueron el Atlético (sucursal madrileña del Athletic vizcaíno), el Racing de Madrid, la Gimnástica de Madrid y el Unión Sporting. De todos ellos sólo sobrevivió a la transición hacia el profesionalismo el Atlético, que en 1936 estaba a punto de desaparecer.

Inaguración de Chamartín vs Newcastle

Pero el Madrid se entrampa por valor de medio millón de pesetas con los Bancos Urquijo e Hipotecario gracias a la mediación del marqués de Bolarque, socio y directivo del club, y se compra unos terrenos fuera de Madrid, en el municipio de Chamartín de las Rosas. Confiando en la profesionalización y en el campeonato nacional de liga que ésta conllevaría inevitablemente, se construyó el primer estadio de España exclusivamente destinado a la práctica del fútbol, con un aforo de 16 mil espectadores que en la década de los 30 alcanzó los 22 mil. Lo inauguró el 17 de mayo de 1924, durante las fiestas de San Isidro, en un partido contra el Newcastle, que acababa de ganar la FA Cup. El rey no asistió, molesto con la directiva de Paragés por su contumaz rechazo a implicarse en la iniciativa del Stadium Metropolitano. En su lugar, mandó a su hijo, don Juan, desde entonces gran madridista y con el que Bernabéu, para disgusto recurrente de Franco, mantendría siempre una buena amistad. Fue aquel un buen año para dos de los “emperadores de la nostalgia” de la literatura europea del siglo XX. Si la nostalgia, tal y como la definió Don Draper al final de la primera temporada de Mad Men, es el dolor de una vieja herida, “una punzada en el corazón más poderosa que la misma memoria”, Bulgákov con su La guardia blanca y Jospeh Roth con su Hotel Savoy le erigieron los dos en 1924 sendos monumentos imperecederos.

 

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

 

Tras la Guerra Civil española, dos años en concreto fueron claves para el devenir del Real Madrid, un club francamente en horas bajas desde los éxitos que logró en la década de los años 30, bajo la II República.

1947, por supuesto, cuando Don Santiago Bernabéu materializó su sueño de tener un estadio con enorme capacidad para 75.000 espectadores, en plena época de reconstrucción del país, cuando los españoles se levantaban cada día pensando en las cartillas de racionamiento y el fútbol era, junto con las corridas de toros, una de las escasas vías de escape y de ilusión para un país derruido.

El otro año clave fue 1953. El golpe en la mesa que supuso arrebatar el fichaje de Di Stéfano al FC Barcelona fue como el hallazgo de la piedra filosofal para el madridismo. Desde 1939 hasta 1953 el Madrid apenas había logrado 2 Copas de España (del Generalísimo entonces) en 1946 y en 1947, y su mayor hazaña había tenido lugar en 1943 con el imborrable 11-1 al Barça en la vuelta de semifinales de Copa.

Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas, Gento.

Di Stéfano lo cambió todo. Pero no solo él. Paco Gento también llegó el mismo año al Madrid, procedente del Racing de Santander. También Enrique Mateos, procedente del filial Plus Ultra. Ya por entonces estaban en el club Miguel Muñoz, Juanito Alonso, Lesmes, Zárraga o Luis Molowny, y poco a poco se incorporaron al equipo Héctor Rial, Kopa, Santamaría, Puskas…

La temporada 1953-54 se culminó con la consecución de la Liga, que no disfrutaban los madridistas desde los tiempos de Zamora, Ciriaco, Quincoces y Luis Regueiro, en 1933. 21 años habían transcurrido y una guerra civil entre medias. No por ello habían dado la espalda los aficionados a su equipo favorito, que ya desde la inauguración del nuevo Chamartín llenaban domingo tras domingo las más de 70.000 localidades de su coliseo. Esa temporada se culminó con un trofeo Pichichi para Alfredo, con 27 goles, por delante de Kubala. El argentino Roque Olsen contribuyó con 15 valiosos tantos a la consecución de este ansiado título.

La temporada 1953-54 se culminó con la consecución de la Liga, que no disfrutaban los madridistas desde los tiempos de Zamora, Ciriaco, Quincoces y Luis Regueiro. 21 años habían transcurrido y una guerra civil entre medias.

Estaba empezando la mayor etapa de gloria de un club de fútbol en toda su historia. Entre 1954 y 1955 se fraguó, con el Madrid como protagonista en primera línea, el nacimiento de la Copa de Europa de clubes de fútbol. Imagínense ustedes, queridos lectores, el orgullo y la satisfacción infinitas que pudo vivir una afición fiel y devota a los colores merengues, tras un periodo de sequía dominado por equipos sin duda muy afines al régimen político de la época: el Atlético de Aviación/de Madrid, “el equipo de los coroneles” como bien lo definió Bernabéu, el FC Barcelona plegado como siempre al calor del poder con su proverbial victimismo, y el por entonces Atlético de Bilbao, punta de lanza de la burguesía vizcaína y con los mejores jugadores nacionales.

Todo ello en un marco de una España en reconstrucción, en un Madrid que estaba todavía en el proceso de pasar de ser casi una aldea castellana a una capital de importancia, en una Europa que aún daba la espalda a un país todavía en proceso de desarrollo y lejos de ser una democracia. Santiago Bernabéu lo cambió todo: estructura del club, nuevo estadio, fichajes muy acertados, más la visión inteligente de estar entre los pioneros de una competición continental, que aún hoy en día es, con diferencia, la mejor que se disputa en todo el planeta Tierra.

Tranvía nº 14 con el itinerario Cibeles-Plaza de Castilla (Fuente: Historias matritenses)

Aquella época, conocida como el Madrid de Di Stéfano o el Madrid de las 5 Copas de Europa fue como pasar, en términos cinematográficos, del cine de Luis Berlanga en blanco y negro de “Bienvenido Míster Marshall” (1953), genial documento de una España entrañable e ingenua, acomplejada y pueblerina, a una película luminosa a todo color, optimista y moderna, con una ciudad como Madrid mostrando en todo su esplendor varias de sus bellezas, la Gran Vía, la puerta de Alcalá y el parque del buen Retiro, como “Las chicas de la Cruz Roja”, alegre documento con canciones alegres y pegadizas.

Una época que coincidió – sin duda no fue por casualidad – con el Madrid de Ava Gardner, los estudios Bronston (fundados en 1959 en Las Rozas) y el aperturismo que supuso para España la visita del presidente norteamericano Dwight David Eisenhower, “Ike”, en diciembre de 1959. Con las victorias del Madrid, España como nación se sentía plenamente orgullosa de aparecer en los diarios europeos no como una dictadura rancia en el alba de la creación de la Europa Occidental moderna, sino como un país que podía presumir de albergar el mejor equipo de fútbol jamás visto. Como bien decían por entonces Bernabéu y Saporta, cuando el Real Madrid salía a jugar en cualquier ciudad europea, ya bien fuera Amsterdam, Stuttgart, París o Bruselas, los jugadores tenían que darlo absolutamente todo, no sólo por su escudo, sino sobre todo por los cientos o miles de emigrantes españoles que podían presumir, ante sus vecinos holandeses, alemanes, franceses o belgas, de poder sacar pecho por unos días con la victoria y con los éxitos del Madrid en los talleres o en las factorías donde trabajaban, a miles de kilómetros de sus hogares en España y de sus familias.

Una época que coincidió con el Madrid de Ava Gardner, los estudios Bronston (fundados en 1959 en Las Rozas) y el aperturismo que supuso para España la visita del presidente norteamericano Dwight David Eisenhower, “Ike”, en diciembre de 1959

Madrid crecía como ciudad y como capital, y su estadio, ya repleto en cada jornada y con demandas constantes de localidades, ya poseía desde finales de 1954 un espectacular aforo de 125.000 personas. Numerosas películas de la época aprovechaban el tirón mediático del Real Madrid para filmar algunas de sus escenas dentro o fuera del estadio, ya oficialmente bautizado como Estadio Santiago Barnabéu desde el 4 de enero de 1955: “El Tigre de Chamberí”, “Los tramposos”, “El día de los enamorados”, “Tres de la Cruz Roja”, todas ellas protagonizadas por el gran Tony Leblanc, madridista insigne por más señas. Otra película emblemática de aquella época fue “Saeta Rubia”, con el gran Alfredo al frente del reparto.

Por razones de edad, yo no tuve el gran privilegio de vivir esa gloriosa época, el primer gran Eldorado madridista. Apenas los resúmenes de las finales de Copa de Europa o la final completa de 1960 en Glasgow con el 7-3 final ante el Eintracht. Pero la vida ha sido más que generosa conmigo en este aspecto, y he podido tratar personalmente a tres de los más grandes de aquella época, el gran Alfredo (el fondo de pantalla de mi portátil para quien me conocen lo habita una foto suya conmigo al lado), Pepe Santamaría, excepcional defensor y bellísima persona, y Paco Gento, nuestra joya más preciada y Galerna del Cantábrico para siempre. Los conocí ya mayores, pero todos ellos me permitieron que los llamase Alfredo, Pepe y Paco, con toda naturalidad. Y siempre de tú. Seguían - y Pepe y Paco siguen, por supuesto - siendo futbolistas ya con más de 80 años de edad, unos todavía chavales cuyos ojos se iluminan cuando se les recuerdan sus grandiosas gestas, propias de héroes homéricos dispuestos a conquistar Troya en cualquier momento. Los tres, sabios y ejemplares, siempre me hablaron de la importancia del equipo, de aquella familia que formaban dentro y fuera de la cancha, de solidaridad y de respeto en cualquier circunstancia: Pepe Santamaría mandaba atrás, Alfredo en el medio y delante, y cuando todo parecía perdido y los guerreros agotados, siempre estaba el recurso, como en la final de 1958 en Bruselas ante el Milán, de pasarle el balón al que siempre estaba fresco, el cántabro inagotable que aparecía cuando todas las luces se habían apagado, al gran Paco Gento, que Dios nos guarde muchos años, que resolvía la situación y nos hacía ganar de nuevo.

Fue un periodo aquel, entre 1955 y 1960, del mejor cine jamás creado, con obras maestras de la épica y de la aventura, obras profundamente de espíritu madridista, como “Centauros del desierto” (1956), “Horizontes de grandeza” (1958), “Ben-Hur” (1959), “Con la muerte en los talones” (1959) o “Espartaco” (1960).

Y también de un excepcional film de Sídney Lumet, cuyo título puede definir una época en la que nadie pudo si tan siquiera toser, ni de lejos, a nuestro Real Madrid, una maquinaria perfecta con 11 jugadores y un genio presidiendo el club: “Doce hombres sin piedad” (1957). Sin piedad para los contrincantes y que serán adorados por los siglos de los siglos por haber protagonizado la gesta más importante - e inigualada - del deporte colectivo jamás contada.

 

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Valdano

 

Yo no sé bien qué fue el Madrid de Valdano, porque el Madrid de Valdano no duró lo suficiente como para saber bien qué fue. Lo que sí sé es que fue en el verano del 94 cuando yo me enamoraba por primera vez y el Madrid de Valdano, en un Trofeo Teresa Herrera, comenzaba a mostrar febriles maneras en plena coherencia con mi estado emocional. Porque una fiebre fue aquel verano y aquel Madrid, una fiebre lúcida, vertiginosa y exultante. Una chispa, una pompa de jabón al aire, los fuegos artificiales de los veranos de la adolescencia, cuando el Danny Zuko que nunca fui le pasaba el brazo por encima de los hombros a la Sandy Olsson que casi fuiste.

Los recuerdos, ya se sabe, no son recuerdos si no están mezclados con la ficción. La memoria, también se sabe, no es tal si no fabula, si no genera peculiares vueltas y bucles y asociaciones y relaciones entre hechos, ideas y sentires que siguen teniendo lugar precisamente porque son lugares queridos, porque siempre cabe la posibilidad de volver a casa. Y eso, volver a casa, es lo que hizo Jorge Valdano con la expresada intención de devolverle al Real Madrid lo que le había quitado durante sus fulgurantes días de entrenador del Tenerife. Mientras tanto, a la vez que le quitaba al Real Madrid, le daba al mundo del fútbol mucho de qué hablar en forma de 4-4-2, de defensa en zona, de reivindicación del juego frente al deporte, de liberación del protagonismo del futbolista, de más Platón y menos prozac, de más práctica virtuosa desde la pasión y el deleite que desde la táctica y el mero esfuerzo. Nada nuevo. El eterno (y maniqueo, y falaz) debate entre jugar bien y ganar que tanto gusta a los muchachos de la prensa para condenar a unos y santificar a otros según convenga al show business. Si antes fueron Menotti y Bilardo los enconados rivales, ahora lo eran Valdano y Clemente, y más tarde Guardiola y Mourinho, aunque sólo sea por aquello que decía Marx de que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda (y la tercera y la cuarta y...) como farsa.

Pero antes del eterno retorno de lo mismo en forma de hartazgo, en el punto exacto de inteligencia y fulgor, cuando sabíamos que queríamos no tener que elegir entre ganar y jugar bien, cuando simplemente (nada menos) sabíamos que podíamos aspirar a ganar bien y a jugar ganando, allí cuando éramos tan jóvenes en el mejor verano de nuestras vidas, llegó Valdano al Real Madrid para hablar bien y jugar mejor, para jugar bien y ganar mejor. Permitan que, aunque una golondrina no haga verano, valga un ejemplo para ir directos al estribillo de la mejor canción. Permitan que, contra toda lógica, un 7 de enero de 1995 sonara el Here comes the sun en el Bernabéu, pese a ser de noche y ser enero y ser invierno y lo que ustedes no quieran ver. Porque el día después de Reyes es verano y punto. Porque a veces basta centrar la atención en un solo punto para que todo lo demás se revele por sí solo.

Laudrup para Raúl, que entra en el área por el centro, la pelota sale tocada hacia la izquierda por un defensa azulgrana y allí la recoge Zamorano para lanzarla con violencia a los altos de la portería de Busquets. 1-0 y gol número 15 en Liga de Iván Zamorano, a la postre máximo goleador del campeonato con 28 goles y jugador que, a fuerza de no parar de querer, se ganó un puesto de privilegio en aquel equipo pese a la reticencias iniciales de su nuevo entrenador. Todo es posible en verano. Lo que pasa en verano se queda en verano. Y se queda para siempre. Bam bam.

Minuto 21 de la primera parte. A Amavisca le llega de regalo un mal saque de puerta de Busquets. Sobrepasando a la defensa en pase alto, le deja el balón a Zamorano, que acomoda el cuerpo de cara a la portería mientras se protege del acoso de un defensa y la toca suave y rasa a la izquierda del portero: 2-0. De sociedades hablaba a menudo Valdano durante aquel verano tan largo que aún (me) dura. Y la más férrea y virtuosa -y  también la más inicialmente insospechada- fue la consolidada entre el delantero chileno y el interior cántabro, plena de pundonor y eficacia, en estado de ebullición constante, como si fueran ambos conscientes de que la fiesta podía acabarse en cualquier momento, de que casi ni siquiera habían sido invitados y de que, mientras tanto, era la mejor fiesta de sus vidas y ellos estaban allí para no perdérsela, para propiciarla y brindar, para que los que por allí rondábamos jamás olvidarámos que hubo una fiesta cuando éramos tan jóvenes y el champán era rosado y al día siguiente no había resacas.

Laudrup le pelea el balón a Bakero dentro del área como si le fuera la vida en ello, como si hace apenas unos meses hubiera tenido que salir del Barcelona para fichar por el Real Madrid, como si en esa pelea de balón hubiera mucho más que una pelea de balón, tal vez orgullo, despecho y reivindicación. El "aquí estoy yo" del danés se convierte en pase de la muerte para Zamorano y este, otra vez bam bam, vuelve a matar: hat-trick, 17 goles en Liga y 3-0 en el marcador del Bernabéu. Little darling, the smiles returning to the faces. Laudrup sale corriendo hacia su campo, brazo en alto. Laudrup sabe reconocer lo que es un verano porque es danés. Sabe bien cuándo salir a tomar el sol, cuándo ponerse la Ray-Ban, sonreír y pedir una copa, cuándo mirar a la grada mientras da un pase que sólo él, porque lleva gafas, pudo ver.

Pero la prueba definitiva de que era verano, de que el sol brillaba y éramos jóvenes, de que quedábamos en la playa todos los días después de comer, de que había guitarras y cervezas frías para todos, de que por aquellos años convivía el grunge de Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden con el brit-pop de Oasis, Blur y Pulp, y también Ed Wood y Forrest Gump y Pulp Fiction, es que Luis Enrique estaba invitado a nuestra fiesta. Corría el minuto 23 de la segunda parte y Luis Enrique marcaba a puerta vacía tras recoger el rechace del palo a un tiro de Zamorano. Culminaba en delirio una larga jugada con Martín Vázquez como hacedor decisivo (porque los veteranos ya conocían de sobra lo que era el sol del Bernabéu) y Luis Enrique se estiraba la camiseta blanca en gesto celebratorio como si jamás fuéramos a ser más viejos, como si nunca fuéramos a separarnos, oh, Sandy.

Y llegó el quinto, porque la justicia o es poética o no es justicia. Y quién mejor que Amavisca para lograr que la rima del verso se complete, quién mejor para cuadrar el círculo, para cerrar la herida de la cadera de Alkorta infligida por Romario la temporada anterior, quién mejor para que el incuestionable estilo Cruyff encontrara la horma de su zapato, para que la fiebre fuera borrachera y la fiesta a la que Amavisca fue invitado a desgana y a última hora se convirtiera súbitamente en el verano del amor. If you're going to San Francisco be sure to wear some flowers in your hair.

Raúl estaba allí, en aquel partido, en aquel Madrid, en aquella fiesta. Al principio, agazapado bajo la mesa de las bebidas hasta que Valdano le dijo que ya podía probar un poco, que sus maneras, su templanza y sus virtudes pedían chaqué y copa alta. Con Valdano llegó Raúl, y Raúl nos llegó casi hasta ayer, de tan pronto que empezó a llegarnos y de tan dentro que acabó llegándonos. Ya se sabe que en verano la playa no hace distinciones de edad. Ya se sabe que en Verano azul (la Biblia de los veranos) Piraña convive con Pancho, porque en verano, en este verano que fuimos como promesa de siempre volver a poder serlo, todo es posible, amigos. El verano es el Hollywood de los que nunca hemos estado en Hollywood. El Madrid de Valdano es lo que Hollywood pudo haber filmado de fútbol si a Hollywood le importara un carajo el fútbol...

...Y el verano se acaba, que es la manera que tienen los veranos de durar para siempre. Y aquella Liga 94/95 del Madrid de Jorge Alberto Francisco Valdano Castellano, aquella Liga de Buyo y Cañizares, de Milla y (o) Redondo, de Quique Sánchez Flores y Nando, de Lasa y Sanchís, de Hierro y Míchel, de Alfonso y Dubovsky, de Butragueño y Dani... Aquella Liga gloriosa y espídica en la que fueron tan jóvenes incluso aquellos que, como los miembros de la Quinta, ya no lo eran, quedó atrás. Aquella cresta de la ola fue poco a poco apagándose al llegar a la playa de nuestro verano, progresivamente vacía su arena tras la impresionante y cautivadora y al fin triste puesta de sol. El Ajax en Champions vino en el curso siguiente a cerrar definitivamente el chiringuito por fin de temporada, como si el estilo Cruyff se vengara de la afrenta desde sus orígenes holandeses, ahora revitalizados por la libreta de Van Gaal y una generación plena de un talento y un vigor -los De Boer, Overmars, Van der Sar, Davids, Litmanen, etc.- que recorrería Europa en los años siguientes. Llegó septiembre, Maggie May, y volvimos al colegio.

El final del verano llegó y tú partirás. Yo no sé hasta cuándo este amor recordarás, cantaba el Dúo Dinámico. When the music's over, turn out the lights, decían los Doors. Cada cual ya en su casa, con la puerta cerrada, solo, con el cuerpo ensalitrado y recuerdos del mar. Valdano ya sólo volvió para recordarnos la única forma en la que queríamos que volviera, y al Madrid llegó primero Del Bosque en otra de sus interinidades, luego Arsenio Iglesias en particular sueño fuera de lugar, y finalmente Capello para que el Madrid fuera otro, tal vez no peor, puede que incluso mejor, pero otro. A lo lejos, el rumor para aquel que quiera dejarse mecer, para aquel que, ojalá, haya leído este artículo como quien se acicala para la mejor fiesta de su vida, siempre por-venir. En Madrid no hay playa, ni falta que le hace.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Mourinho

 

“Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla”. Parece apropiado iniciar un ensayo sobre el Real Madrid de José dos Santos Mourinho Felix con una cita que se atribuye a Napoleón Bonaparte. Efectivamente así eran las cosas entonces si tenemos en cuenta dónde íbamos y de dónde veníamos antes de la llegada de The Special One a ese corredor de la muerte que es el túnel de vestuarios del Santiago Bernabéu.

Veníamos de seis años consecutivos palmando en los octavos de final de la Champions, que se dice pronto. Un sexenio bochornoso que provocaría convulsiones y espasmos cerebrales en la generación Z de madridistas hípsters y millenials que creen que las Copas de Europa son tan accesibles como los berberechos en oferta del Mercadona.

Veníamos de seis años consecutivos palmando en los octavos de final de la Champions. Un sexenio bochornoso que provocaría convulsiones y espasmos cerebrales en la generación Z de madridistas hípsters y millenials

Fue una era oscura de Ligas castizas, sí, un par, con un par, pero también fueron eones de baños sin masaje del culerío, de Nanines en asambleas y Calderones enajenados sin corbata dando campeonatos por ganados antes de tiempo en la Romareda. Seis años, seis, en los que se encadenó una eliminación en una desangelada prórroga en Delle Alpi, un meneíto bávaro como los de antaño, el milagro de ver al Arsenal eliminar a un grande de Europa -o a alguien en general- una palmatoria ante la Roma en el Bernabéu, el memorable y boludo chorreo del Liverpool en Anfield y una nueva cantada en casa ante el todopoderoso Olympique como colofón a esta serie de catastróficas desdichas.

El miedo escénico era entonces la verbena de la Paloma.

En los días de Lyon se sentaba El Ingeniero Pellegrini en el banquillo, el hombre que susurraba a los puntajes. A su lado, de segundo técnico, teníamos al señor Rubén con sus Cousillas. Básicamente una especie de rosario tribal que mediante el conjuro Kiricocho, Kiricocho ahuyentaba a todo mal espíritu. ¿Sistema? ¿Estrategia? ¿Proyecto?  La táctica era el Kiricocho.

Era la temporada 2009-10 y había vuelto la ilusión de la mano del segundo advenimiento del Ser Superior al palco del Bernabéu. SuperFloper se había gastado una millonada en CR7, Benzema, Kaká y compañía y resulta que al amiguete de Valdano lo sacan de la Copa de Su Majestad alcorconazo mediante.

Pudo ser aún peor de no mediar la noche de los aspersores en el Camp Nou y la elevación de Mourinho al altar de héroes extemporáneos del madridismo. Aquel Internazionale Calcio de picapedreros del fútbol, liderado por el de Setúbal, nos evitó el trago de padecer a una legión de culés ufanos en Madrid para jugar la final de la Champions en nuestro hogar.

“Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla”, decía Napoleón. “Y el señorío del Madrid es ganar”, diría siglos después don José Mourinho, el Denostado.

Él, entre todas las plañideras que le precedieron y alguna incluso que le ha sucedido, entendió rápido cuál es la esencia del merengue.

Es el verano de 2010. Llega Mourinho a la Casa Blanca y las tropas estadounidenses salen corriendo del país del Tigris y el Éufrates. Es llegar The Special One y a los PIGS de la UE (Portugal, Italy, Greece and Spain) les falta el canto de un ¿euro? para salir tarifando de la Europa de los mercaderes.

El caso es que Mou llegó. Y llegó para sacarnos de las tinieblas, de la oscuridad de la que salieron aquel verano los mineros chilenos de Copiapó después de 70 días atrapados en una mina. Aterrizó en tiempos del Waka-Waka que nos atronaba aquel verano de tiki-taka glorioso, que acabó tornando viscoso, para salvarnos con un poco de Mou&Roll.

Mourinho llegó en mayo para suplir a otra estrella de los banquillos, el juez Garzón, al que le dio por investigar los crímenes franquistas por si Franco levantara la cabeza y, fíjense ustedes amigos galernautas, que al final veinte años después la levantó.

El caso es que Mou llegó.

Y no lo hizo con presentaciones florentinas de pompa y boato y una lluvia de estrellas como con la que se agasajó al Ingeniero y a Kiricocho. No.

Llegó flanqueado de un Valdanágoras peripatético con cara de circunstancias postsocráticas, y se trajo a un veterano de cien batallas como Carvalho, un prometedor Fideo, un Mesut llamado Ozil que nunca jamás volvió a rendir como entonces y un TronKhedira, robusto cual alcornoque, de los que le gustan al luso. Porque de Sergio Canales y Pedro León -que no es Maradona, como subrayó precisamente el portugués- mejor no hablamos.

Mención aparte merece Manolito (Emmanuelle) Adebayor, el largo togolés que se nos coló en Navidad entre gato (Karim) y perro (Pipita) , para seguir la estela de Mortadelo (el serbio Mirosavljević) en el Cádiz o Mari Paqui (el griego Marinakis) en el Sevilla.

Mou mandó a Guti al Gran Bazar, a Raúl y Metzelder a la cuenca del Rürh, a Royston a protagonizar AcciDrenthes a Alicante y a Lass Diarrá al Principado. La reggaetonera Danza Kuduro fue una de las canciones del verano, pero ya decíamos que don José venía a practicar el Mou&Roll.

Así lo afirmaba Xabier Alonso Jauna: “El Bayern de Múnich es jazz, pero el Madrid es Rock&Roll”

Sobre el escenario, Iker Casillas, Marcelo, Ramos, Pepe, Arbeloa, Alonso, Khedira, Ozil, Di Maria e Higuaín; un Highway to hell en toda regla que efectivamente desembocó en el averno cuando el Barcelona de Pep Guardiola nos enchufó una sonora manita y nos hizo recordar de súbito a todos los Luxemburgos, Juandes Ramos y López Caros de nuestras vidas.

Vimos cositas, sí, pero llegamos a una final de Copa en Valencia contra el mismo Barcelona que hace unos meses nos había realizado un tacto rectal con cinco supositorios sin anestesia. Fue la horterada aquella que se llamó “Tormenta de Clásicos”. Liga, Copa, Shempions y Supercopa.

El clásico cagómetro culé se había instalado en la Castellana. Todos pensábamos que nos iba a caer la de Puigdemont.

Así me aspen, jamás lo reconoceré fuera de aquí, pero cagat  me senté a ver la final del Torneo de Su Majestad en un cubil blaugrana tras la consabida comida de las directivas con mis amigos/enemigos culés.

Difícil olvidar aquellos primeros 45 minutos en Mestalla porque precisamente lo único que no Mestalló en aquel primer tiempo fue el corazón. Mou tuvo la genialidad de soltar a Pepe en la medular y el mediocampo de figurines culé sólo rascó tarascadas.

Nos fuimos al vestuario al descanso sin recibir ni un tiro ¡Ni un tiro! Ni a puerta, ni a fuera, ni al Oceanogràfic ¡Ni un puto tiro del Barça! Con perdón, pero ni un tiro. Incluso Pepe remató con violencia -como no podía ser de otra manera- al travesaño de un actor porno que defendía la portería azulgrana. Pinto creo que se llamaba.

El segundo tiempo ya fue otra cosa, pero la primera piedra de la Iglesia Mourinhiana había sido colocada. El Fideo centró en la prórroga y nuestro Adonis de Madeira voló para birlar el primer título que perdió el Barcelona de Pep, El libertador de orín perfumado.

Esa Copa valió la pena porque era necesaria para estar contigo, amor. Y porque fue antesala de la mejor rueda de prensa de todos los tiempos. Porque en esas cuatro paredes forradas de sponsors, también Mourinho creo escuela. Hubo un tiempo en que los partidos del Real Madrid tenían un tercer tiempo sin necesidad de balón ovalado y fornidos jugadores de rugby. Y aquel tercer tiempo lo jugaba Mourinho solo. Desde enero los españoles ya no podían fumar en bares, restaurantes, metros, aviones ni autobuses, pero Mou seguía echando humo. Los pitis ya los pondría Fabio Coentrao como flamante fichaje de la próxima temporada.

Hubo un tiempo en que los partidos del Real Madrid tenían un tercer tiempo sin necesidad de balón ovalado y fornidos jugadores de rugby. Y aquel tercer tiempo lo jugaba Mourinho solo.

Pero antes llegó la Shempions, volvieron los de Pep y una vez más jugamos con 10 por un triple Axel con tirabuzón y doble mortal de Dani Alves ante Pepe. Acabamos palmando, claro, pero Mou dejó una comparecencia épica, una melodía desencadenada de sopapos para la historia. Una soflama que redujo a un picnic de Pocoyó con Pato aquella comparecencia precedente de Pep y el consabido “puto amo”. Es difícil repartir más leña en quince minutos, cuarenta y ocho segundos. Éste es sólo un extracto:

 

Fíjense si la rueda de prensa de Mou a pecho descubierto sigue vigente que aquellos por qué aristotélicos de don José siguen siendo un Santo Grial madridista a descubrir en el VARbaro templo maldito de Tebas, Rubiales e Infantino. Es difícil entender por qué esta gloriosa andanada verbal no se expone en el Museo Bernabéu junto al primer contrato de don Alfredo di Stefano y el mostacho disecado del guatemalteco Federico Revuelto.

La Farsa ganaría esa Shempions, pero la próxima Liga iba a ser la mejor Liga de nuestras vidas. Antes, eso sí, el dedo de Mou nos señalaría el camino en una de las tanganas más memorables de todos los tiempos cuando tras perder la Supercopa en Barcelona con un gol de Messi en el 88, una entrada alevosa de Marcelo desató una trifulca que convirtió a Josep Satorra en un ícono pop contemporáneo. The Observer, entre el dedo de Jose y el ojo de Tito, dio la vuelta al mundo mientras el orbe periodístico – que jamás se planteó qué desató el dedazo- clamaba por unas disculpas que Mourinho solo concedió al madridismo.

Por aquí seguimos esperando, dicho sea de paso, los descargos culés por lanzamiento de cochinillo o balonazo de argentino menudo a la grada del Bernabéu.

Aquel año, Mou consolidó la Primavera Árabe en el Bernabéu contra la megalómana dictadura sátrapa de un pequeño país norteafricano si, como dicen los franceses, tenemos en cuenta aquello de que África comienza en los Pirineos.

Y llegó la Liga de los Récords, la denostada Liga de los Récords, la que nadie valora, quizás porque 2011 fue el Año del Conejo chino y esas cosas influyen.

Aquellos días Portugal pidió el rescate bancario al tiempo que un portugués consumó nuestra operación de extracción de la mediocridad. Los Cantajuegos, como don José, se consolidaron aquel mismo verano. Chuchuwa, chuchuwa, que no es como Kiricocho pero casi.

Lo que en todo caso resultó absolutamente paranormal fue el campeonato de Liga que protagonizó nuestro querido Real Madrid bajo la batuta de Mourinho. Nadie hizo jamás más puntos, 100, nadie marco jamás más goles, 121. Nadie jamás sacó 50 puntos a domicilio. Cristiano enchufó 46 goles, el Pipita 22 y Benzema, 21.

Y así nos las tuvimos que gastar para que el Villarato no se saliera con la suya.

El año que ganamos la Liga de los récords vencimos en estadios como Mestalla (2-3), Sánchez Pizjuán (2-6), Calderón (1-4), San Mamés (0-3) o Camp Nou (1-2).

Quién te ha visto y quién te ve, Real Madrid.

No sólo fue ganar la Liga en Bilbao ante un montón de vascos iracundos ajustándose la txapela, fue sentenciar el campeonato en Barcelona con un gol con el juanete de Khedira y otro fugaz de CR7 a pase milimétrico de Ozil, inmediatamente después de sacar desde el centro del campo tras encajar el empate del Barcelona. Eso sí que fue el #IceBucketChallenge para el culerío. Mientras tanto, nosotros nos reservábamos para las semifinales europeas nuestro castizo jarro de agua fría ante un enemigo íntimo como los bávaros de München.

Astrofísicos de la NASA han reconocido off the record que el robot Curiosity, ese que andaba haciendo turismo por Marte, tuvo que volver a Houston por tener un problema derivado del balonazo de Ramos en aquella malograda tanda de penaltis.

Por tanto, la felicidad no fue completa, pero qué Liga, damas y caballeros, qué Liga. Fue tal exhibición que Pep el libertador se tomó un año sabático antes de fichar por dos clubes del montón como el Bayern y el City para seguir engordando palmarés.

Nos ha jodido, Pep. Ganar Shempions con el Oporto y el Inter da mucha pereza.

pero qué Liga, damas y caballeros, qué Liga. Fue tal exhibición que Pep el libertador se tomó un año sabático

 

En la 2012-2013 eso sí llegó el acabose, el canto del cisne, la tierra quemada, la conjura de los necios, el motín de Esquilache en Valdebebas. Los jugadores decidieron que ganar en espinosos berenjenales como los de la pasada temporada era harto cansado. Para Navidades ya teníamos media Liga perdida y eso que habíamos arrancado la temporada con un gol supercopero del Fideo en el 90 cuando palmábamos 3-1 en el partido de ida en el Camp Nou. Valdés Eurovisión ¿Recuerdan? Qué tiempos aquellos. Ganar Supercopas ante el Barcelona y no perderlas ante el Atlético sabe mejor. Ni qué decir tiene, Julen.

Pero todo se torció y Mourinho enfrentado a su sombra por entonces decidió quemarse a lo bonzo y convertir la Casa Blanca en el Coloso en Llamas. Se atrevió con Pep, con Tito, con el Cholo, con el Barça, con la Federación, con la Liga, con los árbitros, con la UEFA, con la FIFA y, sin lugar a duda lo más peligroso, se enfrentó a los piperos del Bernabéu y a su ídolo pagano, Iker Casillas.

El Santo, no tan santo aquellos días, andaba haciendo genuflexiones con cierto jardinero catarí por el bien de Ejpaña. Mou responsabilizó a Iker del pecado original y apostó por Adán en un partido desastroso en Málaga donde, además de la manzana, se comió tres goles como tres soles con boquerones. Fue la venganza del Pellegrini y el principio del fin de Mou en Concha Espina.

Tocar al Santo levantó a la Inquisición mediática y se ordenó quemar a Mou en la hoguera por hereje. Ya nadie en aquel vestuario formaba parte de su aquelarre. Salvo Don Álvaro Arbeloa de Coca y Xabi Alonso Jauna, el único que bailaba en taparrabos en Zugarramurdi para invocarse a sí mismo era Mourinho.

Y así nos fue, cuesta abajo y sin frenos, con Pepe clavando cuchillos por la espalda y Ramos pensando en la vida padre que se iba a dar con Ancelotti tomando txuletones en el Txistu. Tan descalabrado fue todo que volvimos a perder una final de Copa en el Bernabéu contra el Atleti. Un dislate sí, que sin embargo puede enmarcarse dentro de las acciones de responsabilidad social corporativa que obligan al Real Madrid para con sus desgraciados vecinos. Mou fue expulsado, claro. Genio y figura hasta la sepultura.

Tocar al Santo levantó a la Inquisición mediática y se ordenó quemar a Mou en la hoguera por hereje

Aun así, vivimos buenos momentos. Perdimos esa final de Copa, sí, en un ambiente irrespirable, pero hasta hoy Puyol anda buscando su rotula perdida después del roto del Fideo en las semifinales coperas en Barcelona. Incluso tocamos la final de la Shempions con una cuasi remontada heroica por una mala tarde en el Westfallen Stadion.

Joder, con ese nombre, cualquiera no tiene allí malas tardes.

Se fue Mou, pero aquel año nos dejó a Lukita porque fue Mou quien nos trajo a Modric, “Peluka” Modric para algún sabio del fútbol que pulula por las páginas del diario Sport.

Y es que Mou nos trajo muchas cosas buenas. Otras malas. Pero nos devolvió el orgullo y puso la primera piedra de la Décima y de todo lo que vino después.

El que no lo quiere ver se refugia en zarandajas varias que tienen que ver con el protocolo, la urbanidad y los buenos modales, como si antaño no se recibiera al autobús del Real Madrid a pedradas en los campos del norte.

Mou sacó las garras y el Madrid volvió a lucir colmillo.

Es shimple.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Miljanić

 

En cuanto Pepe Kollins me propuso escribir un artículo sobre el Madrid de Miljanić le contesté inmediatamente que sí. A continuación, me pregunté: ¿quién demonios es Miljanić? Claro que su nombre me sonaba, que hubiera jurado que había sido futbolista y entrenador del Madrid, y que al ver su foto en internet lo reconocí a la primera. Recuerdo que cuando lo veía en la tele, o en los periódicos, siempre me asombraba el parecido que guardaba con el portero de mi casa, José, al que siempre llamé de usted, porque entonces, estamos hablando de los primeros años setenta, los niños todavía llamábamos de usted a los adultos. Lo que yo no entendía es a qué se refería Kollins con “el Madrid de Miljanić”, desconocía por completo que ese señor que se parecía a José hubiera dado nombre a una época. Tras comprobar en qué temporadas entrenó el sosias de mi portero al equipo de mi vida, le dije a Kollins: “entiendo que te refieres al Madrid de los alemanes Netzer y Breitner” (estoy convencido de que en aquellos días nadie se refería al equipo como “el de tal o cual entrenador”; eso son cosas recientes y afeables, como tutear a todo el mundo). Ese Madrid, efectivamente, me contestó nuestro redactor jefe.

No voy a engañar a nadie, a mí me habría gustado mucho más escribir sobre el Madrid de la Quinta, por ejemplo, que es el de mi adolescencia, o sobre el inmediato anterior, el del esplendor de los Juanito, Santillana y Stielike, pero en la lista de colaboradores de La Galerna hay sin duda muchos compañeros que harían mayor justicia a esos equipos y, sin embargo, pocos lo suficientemente veteranos como para recordar el Madrid de la mitad de los setenta. Y los que recuerdan esa época mejor que un servidor tendrán que ocuparse, lógicamente, del glorioso Madrid de las décadas previas.

Así que a mí me toca hablar del Madrid de Miljanić. O sea, del de Paul Breitner, que aterrizó en nuestro país en 1974, cuando yo tenía siete años. A esa edad uno conocía muy bien las caras de los jugadores gracias a los cromos que nos cambiábamos en el recreo, porque en la tele en blanco y negro de menos de veinte pulgadas y 625 líneas de definición, distinguir a los tuyos de los otros ya era un milagro. Salvo con Breitner. Hasta en plano general eran fácilmente reconocibles su melena afro, su mostacho y sus patillas. Menudo impacto supuso su aparición en aquella España en la que aún mandaba Franco. Algunos jugadores de aquí, como Camacho y Santillana, llevaban los pelos largos, a la moda de la época, pero la pelambrera de Breitner era de protagonista de película de blacksploitation o de personaje de la portada del Boot Power de Mungo Jerry, disco que Número Uno compró por aquel entonces. Es cierto que antes que Breitner había llegado Netzer, pero su pelo lacio y rubio, aunque le llegaba a los hombros, no era tan revolucionario como la mata rizada oscura de su compatriota. Breitner tenía pinta de tipo peligroso, es decir, fascinante. Porque para un niño de siete años, al menos para los de los setenta, el peligro era mucho más atractivo que la virtud. A pesar de los esfuerzos de los curas que nos preparaban para la Primera Comunión, nosotros preferíamos ser comanches o piratas antes que santos.

Algunos jugadores de aquí, como Camacho y Santillana, llevaban los pelos largos, a la moda de la época, pero la pelambrera de Breitner era de protagonista de película de blacksploitation o de personaje de la portada del Boot Power de Mungo Jerry

Cuentan que, al llegar a Madrid, Breitner pidió ayuda a un empleado del club para enmarcar un cuadro. Resultó ser un retrato de Mao Tse-Tung. El empleado fue a informar a Saporta, que le dijo que se hiciera el loco, pero Breitner volvió a preguntar y tuvieron que llevar a enmarcar la lámina del líder comunista chino a un lugar de confianza donde nadie hiciera preguntas. El alemán también llevaba el Libro Rojo a los entrenamientos, se fotografiaba posando junto a posters del Che Guevara y donó medio millón de pesetas a la caja de resistencia de los trabajadores en huelga de Standard Eléctrica. Insisto, con Franco aún vivo. La última Bundesliga que ganó con el Bayern antes de fichar por el Madrid la celebró bailando completamente desnudo en una piscina, lo que motivó un gran escándalo en Alemania cuando se divulgaron las fotos. Pero ahí no acaba la cosa; en 1975, todavía bajo la disciplina del Madrid, actuó en un chucrut western rodado en Almería, cuyo título original fue “Potato Fritz”, sobre unos colonos alemanes en Montana. No volvió a actuar, pero no abandonó sus ideas políticas. Cuando regresó a jugar a su país escribió un artículo en la revista Stern criticando a la Junta Militar de Videla en vísperas del Mundial 78. No pedía que la selección dejara de participar en la Copa que se iba a celebrar en Argentina, pero reclamaba a la Federación Alemana que hiciera pública su repulsa a la dictadura de los generales.

La ominosa temporada previa a la de la llegada de Breitner al club fue la de la Liga de Cruyff y el 0-5 en el Bernabéu. El Madrid acabaría octavo en la clasificación. Miljanić sustituyó a Molowny y el fichaje de Breitner parece que contribuyó a dotar al equipo de una solidez de la que carecía. Y funcionó: dos Ligas consecutivas y una Copa del Generalísimo. Sequía, no obstante, en Europa. Hacía una década de la última orejona y habrían de pasar otras dos antes de la siguiente. Breitner estuvo tres años en Madrid y se volvió a Alemania con su Libro Rojo de Mao bajo el brazo, Franco inhumado y el país preparando las primeras elecciones democráticas. Estuvo una temporada en el Eintracht Brunswick y regresó en la siguiente a su Bayern de origen.

Miljanić sustituyó a Molowny y el fichaje de Breitner parece que contribuyó a dotar al equipo de una solidez de la que carecía. Y funcionó: dos Ligas consecutivas y una Copa del Generalísimo.

Se fue Miljanić y vino de nuevo Molowny, con su apellido de personaje de James Joyce. En realidad, el canario nunca se había ido del todo porque había seguido en la secretaría técnica. Para sustituir a Breitner trajeron a un compatriota suyo, Uli Stielike. Nunca tuvo mucho pelo, pero sí un mostacho imponente. Uli no parecía una estrella del rock; en realidad no habría desentonado entre los trabajadores en huelga de la Standard. Tanque, le llamaban, y es verdad que daba la misma tranquilidad en la retaguardia que un Panzer. Me gustaba mucho, Uli. Como yo era muy malo jugando al fútbol, en la plazuela del barrio me ponían siempre en la defensa, y en esa posición imitaba a Stielike creyéndome también infranqueable. Mi único recurso técnico, sin embargo, era reventar la pelota y despejarla lo más lejos posible. Los balonazos amenazaban las ventanas de los bajos de mi bloque y la integridad física de los niños en los carritos que paseaban sus madres. Éstas se quejaban a José, mi portero, y él nos confiscaba el balón. “Perdone, José, le prometo que no volvemos a dar ningún balonazo. ¿Nos devuelve la pelota, por favor?”. Como yo ayudaba a su hija Maricarmen con los deberes, José siempre acababa apiadándose de mí.

Escribano, Sabido, Juanito, Wolff, Stielike e Isidro, 1977.

Es por culpa del parecido entre mi portero y Miljanić que me pica la curiosidad y busco más información en internet sobre el yugoslavo. Descubro que siempre quiso ser entrenador, que incluso en sus años de jugador ya se empezó a preparar para su verdadera vocación. Era un enamorado de la táctica y estudió en profundidad el juego del Brasil de Pelé que ganó el Mundial de Suecia en el 58. Adaptó esas enseñanzas cuando por fin pudo dirigir a su equipo de toda la vida, el Estrella Roja, y después con la selección yugoslava. Tras el Mundial de Alemania, Bernabéu le fichó para el Madrid. Miljanić Introdujo la figura del preparador físico y revolucionó tácticamente el equipo. Ganó la Liga a falta de cinco jornadas y le sacó doce puntos al segundo clasificado, el Zaragoza.

Tras el Mundial de Alemania, Bernabéu le fichó para el Madrid. Miljanić Introdujo la figura del preparador físico y revolucionó tácticamente el equipo. Ganó la Liga a falta de cinco jornadas

Lo que quiere decir que, después de todo, claro que hubo un Madrid “de Miljanić”. Al César lo que es del César. El pelo afro de Breitner y sus extravagantes veleidades maoístas no me permitían ver los méritos de quien recomendó su fichaje y modernizó el funcionamiento del club. De hecho, no parece exagerado afirmar que hubo un antes y un después del paso de Miljanić por el banquillo. Le agradezco a Pepe Kollins que me haya permitido averiguarlo.

 

Número Tres

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid Ye-yé

 

Yo que nací con la década no fui consciente del año en que vivía hasta 1966. Desde luego, tengo muchos recuerdos anteriores, pero esa es la primera fecha que recuerdo haber escrito en el encabezamiento de los dictados escolares, probablemente porque fue entonces cuando comencé a escribir con la soltura suficiente como para someterme a ellos. No es un dato cualquiera, es la primera señal de conciencia de que uno vive en un tiempo determinado, antes del cual todo es pasado y después del que todo es horizonte. Así que puede decirse que mis tiempos empezaron cuando el Madrid ganó la que durante la mayor parte de mi vida hasta hoy fue su última Copa de Europa.

Yo quedaría muy bien ahora desgranando mis recuerdos infantiles de la noche del miércoles 11 de mayo en el estadio Heysel de Bruselas, a la vera de aquel Atomium ultramoderno que hoy nadie recuerda y entonces era un icono del optimismo tecnológico y pop, pero no los tengo. Supongo que aquellos dictados a lápiz que yo empecé a datar -entonces a los niños se nos vedaba el bolígrafo en la escuela, porque todo lo que escribíamos era provisional y estaba sometido a corrección- corresponden al principio del curso 66-67, así que en mayo yo aún no sabía en qué año vivía ni a mi casa había llegado la televisión. En mi conciencia, el Madrid no era el campeón de Europa de 1966, sino el inalcanzable hexacampeón de Europa. Inalcanzable porque nadie parecía capaz de desafiar el récord -el Milan no completó esa cifra hasta 2002, y el Liverpool hasta este mismo año-, pero también porque durante muchos años pareció que nunca llegaría el momento en que el Madrid volviera a ganar otra.

Portada del pase a la final, tras eliminar al vigente campeón, el Inter de Milán

En la temporada 65-66 llegó a la plantilla Manuel Velázquez después de tres años cedido en el Rayo y el Málaga. Con él se cerró el ciclo de renovación del equipo áureo de Di Stéfano y Puskas y compareció al completo la generación del Madrid yeyé. Yeyés eran entonces los chicos modernos dentro de un orden, Los Brincos, Karina y Camilo Sesto -entonces Camilo Blanes- en Los chicos del Preu y así. En realidad, nada que no estuviera dentro de un orden era visible entonces en España. Los yeyés se ponían un poco piripis en los guateques y decían mover el esqueleto por bailar. A los papás maduros de clase media que empezaban a salir de penas por entonces tanta alegría les parecía poco viril, aunque detectaban que era el fruto de una despreocupación que ellos no habían podido permitirse y de algún modo les tranquilizaba. A veces se desmandaban un poco, como cuando tocaron los Beatles en Las Ventas en el 64 o en las matinales del Price, y los grises tiraban de porra, pero más valía el niño en un conjunto -los grupos de los sesenta eran conjuntos, como los de la clase de matemáticas- y la niña con el pelo alborotado y las medias de color que en una célula. En la España de los Planes de Desarrollo se vivía mucho mejor que en la posguerra, pero repartir octavillas te podía llevar a morir defenestrado por la Brigada Político Social desde un sexto piso de la calle General Mola, como le pasó a Enrique Ruano en 1969. La misma temporada de la final de Heysel se estrenó Historias de la televisión, de José Luis Sáenz de Heredia, una película de episodios cuyo primer tramo, con Toni Leblanc y López Vázquez, es una comedia magistral que podrían haber firmado un Germi o un Monicelli. En ella Conchita Velasco cantaba La chica yeyé, de Augusto Algueró, el himno que atornilló el término al léxico cotidiano.

Betancort, Pirri, Zoco, De Felipe y Sanchís con pelucas, rodeando a Gento.

Salvo la edad, ni Pirri ni Zoco ni Amancio ni Grosso tenían mucho de yeyés. Quizá un poco Velázquez, al que los trajes le quedaban como el guante que tenía en la bota y que no se arredraba incluso si se trataba de discutir con Bernabéu. Y eso que Pirri se casó con Sonia Bruno, genuina chica yeyé del cine de la época que no hubiera desmerecido con calzas color parchís en el reparto de Blow-Up de Antonioni (cosecha del 66, asimismo), y Zoco con María Ostiz, que venía a ser como Judy Collins en una javierada. Lo del Madrid yeyé lo acuñó también esa temporada el periodista Ramón Melcón en El Alcázar y, para ilustrarlo, el periódico mandó al reportero Félix Lázaro y al fotógrafo Luis Ollero a la concentración habitual en el Arcipreste de Hita, en Navacerrada, pertrechados de unas pelucas como de cotillón. En aquellos tiempos los periodistas subían a las habitaciones como si tal cosa y a los chicos recién levantados de la siesta lo de las fotos les hizo gracia. Betancort, Pirri, Zoco, De Felipe y Sanchís se pusieron las pelucas y posaron con un Gento sonriente aunque destocado, un respeto oiga. Pero Bernabéu no estaba para bromas, el equipo no iba bien en la Liga por primera vez en la década y, cuando se enteró, los jugadores fueron severamente reprendidos. Como de costumbre, el marrón le cayó a Saporta, nuestro Señor Lobo, que estableció laboriosas negociaciones con José Luis Cebrián, director del periódico, del que obtuvo posponer la publicación a cambio de otros reportajes. Solo el triunfo final de Heysel acabó dando vía libre a la pieza y carta de naturaleza a la denominación.

Miguel Muñoz, Gento y Pirri.

La obtención de la Sexta en 1966 fue el eje de aquella generación paradójica. Amancio y Zoco fueron los primeros en llegar, en 1962, cuando todavía reinaba Di Stéfano. Pirri y Grosso llegaron en el 64, y Velázquez y Sanchís padre al año siguiente. Del equipo mítico de los cincuenta, Puskas y Santamaría aguantaron hasta Heysel, aunque ya de suplentes. Gento completó toda la década sin soltar el once -entonces los once primeros dorsales los lucían siempre los titulares-, aunque muchos creyeron ver su decadencia cuando lo perdió en la selección a manos de Collar y Lapetra durante unos años, pero la llegada de Velázquez volvió a desatar a la Galerna con sus aperturas clarividentes y siguió siendo imprescindible hasta su retirada en 1971, sin dar opción a Manuel Bueno como Anquetil no se la dio a Poulidor. El ocaso del equipo de Di Stéfano cuando perdió la hegemonía europea a manos de italianos y portugueses dio de sí lo suficiente como para establecerla en la competición nacional, donde en la década anterior se había repartido el pastel con culés y colchoneros. Los yeyés no bajaron el pistón y los sesenta del seiscientos, las suecas y las bombas de Palomares son un monólogo liguero blanco que solo cedió al Atleti la Liga del 66 y la del 70. Hoy resulta difícil apreciar lo que pesaba aquella púrpura y la extraordinaria dignidad con que la llevaron.

Betancort, Miera, de Felipe, Sanchis, Pirri y Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento

Los niños imitábamos el regate portentoso de Amancio, que no se arrugaba aunque le cosían a patadas en aquel fútbol mucho más violento que el de hoy y que el de sus mayores, donde no había tarjetas y era casi imposible que expulsaran a un jugador si no había una agresión o un insulto al árbitro. Admirábamos el aticismo y la clase de Velázquez, la electricidad de Pirri, incluso los destellos fantasistas de Sebastián Fleitas, un oriundo paraguayo que llegó en el 69 y que no se asentó como titular, pero que aparecía con frecuencia en la delantera y por el que yo sentía cierta predilección. Pero a cada muestra de devoción infantil correspondía la media sonrisa condescendiente de un adulto que te explicaba cómo Di Stéfano reunía todas esas virtudes en un solo cuerpo, qué sabrás tú lo que es fútbol de verdad, pobre mocoso. Yo creo que a los jugadores les pasaba algo parecido. “Yo heredé el diez de Puskas. ¿Iba yo a hacer olvidar a Puskas? No nos quedaba otra que correr como posesos”, replicaba un Velázquez ya retirado a un periodista que le hacía notar cuánto hablaba de entrega y sacrificio evocando aquellos años un jugón como él.

Miguel Pérez, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento

Los mayores, como siempre, tenían razón. El fútbol en España se había empequeñecido. El mal papel de la selección en el Mundial de Chile en el 62 provocó una reacción nacionalista en las autoridades, que cerraron el mercado a los jugadores extranjeros. Ese Régimen que según la leyenda mimaba al Madrid sacrificó en el altar de la patria los vuelos cosmopolitas de un Bernabéu que se trajo a lo mejor de dos mundos y estuvo en la primera línea de la creación de la Copa de Europa. El país, a pesar de los pesares, se abría trabajosamente al mundo mientras su fútbol se calaba la boina y se volvía autárquico y cermeño. Nos hicieron la pascua, pero aquel grupo ganaba esforzadamente la Liga año tras año para volver a citarse obstinadamente con su destino continental como un duelista de Conrad. Hasta 1970, el Real Madrid y don Paco Gento no faltaron a una sola edición de la Copa de Europa desde su fundación cuando para estar allí solo valía ser campeón de Liga o del continente. Y a base de intentarlo como quien pica piedra, la orejona cayó aquel año en que yo empecé a ponerle fecha a los dictados. En su evocación para La Galerna de la final de Heysel, Pirri decía que en realidad no se acordaba tanto de ese partido como de la semifinal que le ganaron al Inter de Sandro Mazzola, Facchetti y Luis Suárez. Se ve que ganarle al Partizan le sabía a poco. Eso es madridismo, maldita sea. Luego he visto y he disfrutado otras siete y seguro que todavía me esperan otras tantas, pero por muchas que ganemos para mí Modric siempre será un Velázquez croata, en el fuelle de Valverde atisbaré siempre vislumbres de Grosso y todavía estoy por ver un centrocampista con la polivalencia, la energía y la capacidad de cauterizar cualquier reproche vinagre de José Martínez Pirri. Ellos fueron los que dejaron en mi retina infantil la impronta de ese Madrid que no sabe rendirse.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de los García

 

El Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García sino el de mi infancia, el del tiempo en que siendo un niño me hice madridista porque qué otra cosa puede hacer quien aspire a alimentar un cierto sentido del honor. El Madrid de los García fue la teta de la que se nutrió mi afición al fútbol, la ubre bigotuda (el Madrid de los García era un Madrid de bigotes) de la que mamé las primeras alegrías y las primeras decepciones, como aquella final en París, dónde si no que en aquel París que aún representaba la promesa lejana de felicidad en un tiempo en que España salía del blanco y negro pero todavía miraba allende los Pirineos como si fuera Sabrina contemplando bajo un árbol la fiesta de los señores, a una distancia tan corta como aparentemente insalvable.

El Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García sino el Madrid de los guerreros de entreguerras, el de los hombres en los tiempos sórdidos y bravos del Damned United, el de la época en que las tibias rotas se trataban con un trago de whisky, y al final de la batalla no esperaba otra gloria que un cierto alborozo de tacos largos y vuelo corto, y acaso un par de cervezas. El Madrid de los García tuvo que buscarse la vida en aquella época en que los españoles no sabíamos idiomas y el fútbol hablaba un inglés más cerrado que nunca, declinando ad nauseam et ad maiorem Dei gloriam la palabra patada, ya fuera al balón o a la pierna del adversario; un fútbol esencial, directo e inmisericorde, de un romanticismo canalla que no se manifestaba a través de efusiones líricas sino mediante una épica de barro, sudor y pitillo. El Madrid de los García se empeñó en meter la cabeza en un fútbol que metía la pierna, y a ese paisaje inhóspito y a ese terreno hostil se aferró con esa determinación que tan bien conocemos los madridistas, y que constituye el verdadero tejido de que está hecha nuestra camiseta.

el Madrid de los guerreros de entreguerras, el de los hombres en los tiempos sórdidos y bravos del Damned United, el de la época en que las tibias rotas se trataban con un trago de whisky, y al final de la batalla no esperaba otra gloria que un cierto alborozo de tacos largos y vuelo corto

El Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García sino el Madrid del orgullo incólume del perdedor, un Madrid que no emocionaba con su fútbol sino con la intrepidez de aspirar a lo que le resultaba inalcanzable, con la ambición que le proporcionaba el saberse portador de la exigente tradición que el escudo representa, con la determinación callada y viril con la que acudía al combate, un combate cuyo resultado podía ser incierto pero en el que el arrojo se daba por descontado. El Madrid de los García jamás aspiró a la gloria, porque bastante tenía con mantener la cabeza erguida contra el viento duro que entonces era el fútbol, con sostener la mirada a melenudos de semblante hosco y escupitajo fácil, a leñadores que aún no habían cedido su lugar en el césped a bailarinas de malla y tutú, y sin embargo siempre ambicionó la victoria y la grandeza. El Madrid de los García podía perder, incluso a manos de alguien de tan escaso pedigree como Alan Kennedy, y podía hacernos llorar ante la ilusión desvanecida, pero nunca osó hurtarnos la posibilidad de sentirnos orgullosos de su lucha y de su coraje, de su plantarle cara al destino, de su negativa a aceptar lo inevitable; qué mayor muestra de madridismo -o sea, de amor- podríamos pedirle.

El Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García, aunque también fuera el de los García Remón, García Navajas, García Cortés, García Hernández o Pérez García, sino el Madrid de los superhombres, el de los seres tocados por el dedo de Dios, los ungidos que convirtieron el fútbol en el verdadero teatro de los sueños, en un territorio donde se daban cita la grandeza, el orgullo, el esfuerzo y la superación. El Madrid de los García fundó, a mis impresionables ojos de niño, un olimpo luminoso e inocente, un rincón donde la belleza y la emoción respiraban puras, limpias del polvo de los caprichos de diva y de la paja de tatuajes, peinados y atuendos extravagantes; un refugio al que mi mirada desengañada de adulto vuelve una y otra vez en busca de esa emoción primera y sin mácula, de esa ingenuidad sin la cual el fútbol pierde no ya su nobleza sino acaso su razón de ser, y que se torna tanto más necesaria cuanto más avanza uno por la vida, esa ladrona que siempre acaba robándonos la inocencia. El Madrid de los García representa para mí, de esta manera y a pesar de que los madridistas hayamos disfrutado de equipos que han engrandecido en mucha mayor medida el palmarés del club, lo mejor del madridismo, que es casi tanto como decir lo mejor de la vida.

Stielike, Agustín, Sabido, G Cortes, G. Navajas y Camacho; Pérez García, Del Bosque, Santillana, García Hernández, Isidro

Porque el Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García sino, digámoslo de una vez, el Madrid de Miguel Ángel, portero bajito cuyas acrobáticas pajaritas intentaba imitar yo en los campos de tierra del colegio, como atestiguaban los rasguños en mis rodillas y los rapapolvos de mi madre al llegar a casa con la ropa perdida de barro. El Madrid de los García fue el Madrid de Camacho, ese huracán que vino de Murcia para enseñar al mundo lo que es la lucha, la pelea, la dedicación, la superación de las mayores dificultades -incluida aquella gravísima lesión en sus primeros años- y, sobre todo, la voluntad indomable de triunfo; en definitiva, para encarnar lo más noble y más emocionante de que está hecho el madridismo. El Madrid de los García fue el Madrid de Stielike, aquel alemán que fichó Bernabéu porque, como habría dicho su sucesor cuarenta años después, había nacido para vestir nuestra camiseta, y que era el ejemplo de lo que cualquier profesional debería ser y el faro en el que cualquier jugador de nuestro equipo debería mirarse: entrega, compromiso, calidad, despliegue físico y, por encima de todo, una incapacidad innata para darse por vencido, para aceptar la posibilidad de la derrota. El Madrid de los García fue el Madrid de Juanito, que representaba la alegría, el optimismo, el carisma, el fútbol espiritoso, ágil, fogoso e incluso impetuoso, el orgullo de vestir la camiseta, la capacidad para aglutinar en torno a su persona la fuerza irresistible del madridismo, un madridismo que desbordaba su pequeña figura y rebosaba, efervescente e incontenible, por cada poro de su piel. El Madrid de los García fue incluso el Madrid de Laurie Cunningham, aquel inglés que vino de las islas por un precio astronómico y que no sólo encaraba las defensas con audacia y electricidad, sino que además tenía el atrevimiento de ser negro en una época en que el fútbol era cosa de blancos.

Pero si el Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García sino el de los dioses citados, no hubo otro dios que alcanzase la altura celestial de Santillana, aquel chaval que llegó de tierras montañesas para convertirse en el delantero centro más legendario de la historia del Real Madrid, sin más herramientas que un prodigioso remate de cabeza y, sobre todo, una voluntad de hierro, discreta y callada pero insobornable, una inteligencia extraordinaria y una nobleza natural perfectamente compatible con la competitividad y el afán de superación. Para quienes no padecemos de miopía, Santillana es el mejor jugador de fútbol de la historia, y nadie logrará jamás convencerme de lo contrario, porque fue él y no otro quien ahormó mi madridismo, quien me enseñó los valores del club, quien encendió mi amor inextinguible por el Real Madrid hasta el punto de identificar -todavía hoy- al Real Madrid con su figura. Fue Santillana quien llegó al club sin hacer ruido y sin pedir perdón, fue Santillana quien a fuerza de tesón, serena confianza en sus posibilidades, trabajo y más trabajo, escribió su nombre de manera indeleble en la historia del club, y fue Santillana quien, llegado el momento, se hizo a un lado para dejar paso a un tal Butragueño con la misma elegancia con la que la Mariscala, sabedora de la inutilidad de luchar contra el paso del tiempo, renuncia a su joven amante en el final de El caballero de la rosa. Habrá habido madridistas de más calidad y con mejor palmarés que Santillana, e incluso los habrá más determinantes que él; pero ningún futbolista de nuestro equipo ha conseguido ni conseguirá jamás que mi alma vibre de la forma en que aún lo hace cuando oye mencionar su nombre.

Santillana es el mejor jugador de fútbol de la historia, y nadie logrará jamás convencerme de lo contrario, porque fue él y no otro quien ahormó mi madridismo, quien me enseñó los valores del club, quien encendió mi amor inextinguible por el Real Madrid

En fin, el Madrid de los García nunca fue el Madrid de los García, y puede que tampoco fuera el Madrid que dejó tan honda impresión en mis ojos de niño: es posible que la realidad fuera más prosaica y que para conocerla con precisión haya que despojarla del velo dorado con que a menudo la recubrimos al evocar el pasado. Pero así está aquel Madrid grabado a fuego en mi memoria y así debe seguir estando. Al fin y al cabo, qué importancia tiene la realidad cuando los recuerdos son tan hermosos.

 

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de La Quinta del Buitre

 

No sé si se acuerdan de los jerseys Privata. Eran unos jerseys lanudos y pesados que se llevaban grandes y de todos los colores. Yo siempre asocié los Privata con la Quinta del Buitre y con las películas de Hombres G, que fueron los Buitres del pop. Por entonces, la Quinta ya eran los jugadores más famosos de España, Pardeza se había marchado a Zaragoza para siempre, y yo sólo tenía ojos para Butragueño.

Cinco o seis años antes yo me sentaba en el Bernabéu al lado de mi padre, con el objetivo principal de ver a Juanito. Recuerdo el tejado y la lluvia fina. El frío, el cielo gris y el olor a puro. De pronto en los marcadores apareció el nombre de Butragueño. El Buitre había marcado con el Castilla en algún lugar ignoto y lo anunciaban en el Bernabéu como un acontecimiento maravilloso, tal era el estado semi depresivo del Madrid.

El Buitre había marcado con el Castilla en algún lugar ignoto y lo anunciaban en el Bernabéu como un acontecimiento maravilloso

Me acuerdo de que apareció escrito en letra roja ochentera y punteada de marcador: B U T R A G U E Ñ O; y recuerdo sentir un escalofrío de emoción. Y recuerdo comprobar con estupor que no era el único, pues un murmullo como de agua hirviendo recorrió de forma sorpresiva las gradas de Chamartín.

Butragueño estaba dentro de nosotros sin que lo supiéramos, aunque lo sabíamos. Aquella reacción popular fue un hito para mí. Oí por primera vez latir mi corazón madridista y butragueñista como si me lo hubiera sacado y lo mostrara orgulloso y sanguinolento como trofeo. Butragueño era la gran esperanza blanca. Y yo era blanco y bullía y apretaba los dientes enfervorecido por dentro.

El Madrid venía como de años de posguerra y aquel niño (uno como yo, pero mayor) estaba llamado a cambiarlo todo desde ahí mismo, precisamente desde ese corazón mío y desde el de todos los demás. Y además no estaba solo. Resultó que eran una suerte de pandilla de todos los colores, como los jerseys Privata.

Butragueño era un niño como nosotros del colegio Calasancio. Un chico de Madrid que iba a ser la estrella del Real Madrid. Yo creo que todos los chicos de Madrid y del Madrid lo llevamos en fervorosas y metafóricas volandas hasta esas alturas. Butragueño nos representaba. Butragueño éramos nosotros y Butragueño era el hijo de nuestros padres orgullosos y el nieto de nuestros abuelos orgullosos que habían visto seis Copas de Europa y reconocían a una generación con hechuras para una séptima. Butragueño era un consenso madridista, la transición gloriosa y única y brillante. Y lo empujamos con ese corazón para que nos salvara y nos salvó.

Vaya si nos salvó. Cuántos domingos melancólicos por la noche pasé yo antes de irme a la cama viendo el verdadero Estudio Estadio para escrutar con deleite lo que había hecho Butragueño, mi ídolo. Y cuántas veces pasé por la perfumería Butragueño de la calle Narváez, al lado de mi colegio, con la infantil esperanza de verlo. Yo miraba los ojos azules de su padre tras el mostrador, que estaban siempre húmedos, y pensaba que era por la emoción que no podía dejar de sentir. Una emoción incluso más grande que la mía.

A mí antes de él me gustaban, y entonces me seguían gustando, Juanito y Santillana. Yo recuerdo jugar a ser Juanito y Santillana hasta que apareció el Buitre. Yo me puse a jugar a fútbol (entonces jugaba a fútbol todos los días con una fantasía inolvidable: jugaba con la mente, pero mucho más arriba que mis pies) como él. Todos jugábamos como él: haciendo la paradita con las piernas abiertas y dejando los brazos muertos de orangután, antes de arrancar de pronto y sentirnos por instantes Butragueños y felices para siempre.

Todos jugábamos como él: haciendo la paradita con las piernas abiertas y dejando los brazos muertos de orangután, antes de arrancar de pronto y sentirnos por instantes Butragueños y felices para siempre.

No parecía que Butragueño pudiera acabarse nunca y así pasaron los años triunfales, ¡qué época!, preciosos, y yo aprendí a mirar a los lados de Butragueño y descubrí a los otros. Sobre todo, a Míchel, pero sin apartarme nunca de Butragueño. Butragueño fue el futbolista español más famoso de Europa después de mucho tiempo. Butragueño fue un renacer, una apertura, como una entrada en la OTAN futbolística.

Emilio Butragueño se hizo universal tras su exhibición con España en Méjico ante Bélgica. Parecía asombrosamente posible que aquel chico llevara por fin al Madrid a levantar otra Copa de Europa. Esos trofeos de la UEFA... el Anderlecht... En fin. Pudo ser y al final no fue, pero para mí no significó una decepción porque Butragueño era un triunfo íntimo y total e inacabable. Butragueño no venía de una favela, venía de dónde yo.

Gracias a él todos habíamos sido jugadores del Madrid. Habíamos sido las estrellas del Madrid. Millonarios con el Madrid, internacionales. Butragueño éramos nosotros escuchando a los Simple Minds o una casete que me grabó mi prima mayor. Mi prima que llevaba el pelo de punta y se vestía con monos y llevaba hombreras. En esa casete me grabó el Joshua Tree y, como sobraba cinta, también grabó Take On Me, de A-ha, Voyage, Voyage, y Why Can’t I Be You? y Just Like Heaven, de The Cure.

Gracias a él todos habíamos sido jugadores del Madrid. Habíamos sido las estrellas del Madrid. Millonarios con el Madrid, internacionales. Butragueño éramos nosotros escuchando a los Simple Minds

Es así como recuerdo yo aquella época de la Quinta: Just like Heaven. No recuerdo, y no me importan, los resultados. Recuerdo las sensaciones. Cómo era yo entonces, un Butragueño moreno lleno de ilusión y de miedo, cómo abría los ojos y me corría la sangre al verlo a él al final, siempre culminando la travesura colectiva de la pandilla mítica.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Ricardo Zamora

 

A principios de la década de los 30 en España se acababa de proclamar la II República. Niceto Alcalá Zamora juró el cargo como Presidente en diciembre de 1931, puesto que ostentaría hasta 1936. En ese tiempo desfilaron como Presidentes del Gobierno, entre otros, Azaña, Lerroux o Samper Ibáñez. Además, Federico García Lorca publicó ‘Bodas de Sangre’ (1933) y Azorín estrenó la obra teatral ‘La Guerrilla’ (1936). En Europa, Adolf Hitler alcanzó la cancillería alemana en 1933 y Agatha Christie sacó a la luz uno de sus mayores best seller: ‘Asesinato en el Orient Express’ (1934). Al otro lado del Atlántico, John Ford ganaba el Oscar como mejor director por ‘El delator’ y Katharine Hepburn la estatuilla como mejor actriz por el film ‘Gloria de un día’ (1933). Además, en 1934, los archiconocidos atracadores Bonnie & Clyde fueron abatidos a tiros por la policía en una muerte trágica que les convirtió en leyenda.

En el plano deportivo destacó la celebración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1932 con Babe Didrikson y Eddie Tolan como grandes figuras o los Juegos de invierno del mismo año en Lake Placid. En boxeo Max Schmeling, Primo Carnera o Max Baer se proclamaron campeones de los pesados, el Tour de Francia tenía como patrones a los locales André Leducq y Antonin Magne y en el tenis el británico Fred Perry comenzó a aglutinar torneos de Grand Slam.

Mientras, en el fútbol se consolidaba el profesionalismo dejando atrás el amateurismo y el Mundial llegaba a suelo europeo con la disputa del torneo en 1934 en Italia. La ‘azzurra’ con un gran plantel y técnico se llevó el título siempre con la sospecha de las presiones de Benito Mussolini en todos los ámbitos de la competición. También por entonces se jugaba la Copa Mitropa un antecedente de la Copa de Europa en la que concurrían equipos austriacos, húngaros, checoslovacos, italianos o yugoslavos.

Y en España surgió el primer gran Madrid de la historia dos décadas antes del aterrizaje de don Alfredo Di Stéfano en la capital de España. El cuadro blanco a principios de los 30 formó un equipo glorioso, extraordinario y mítico. El origen de todo fue el fichaje por los merengues de Ricardo Zamora, el primer gran emblema del fútbol español que además fue una estrella mediática.

El cuadro blanco a principios de los 30 formó un equipo glorioso, extraordinario y mítico.

La Liga española llevaba dos años en marcha y el F.C. Barcelona y el Athletic Club de Mister Pentland eran los rivales a batir. El club merengue vivía una época complicada en lo deportivo puesto que su último título de importancia había sido la Copa allá por 1917. Luis Usera accedió a la presidencia en 1930 e inició un proyecto muy ambicioso en el que figuraba Santiago Bernabéu como delegado de fútbol. Un plan en el que el Madrid debía dominar el fútbol español, en el que se harían grandes fichajes y enormes desembolsos por jugadores de talla nacional y mundial. Para ello le confió la labor a Pablo Hernández Coronado, uno de los primeros secretarios técnicos del fútbol español, un sabio innovador en términos futbolísticos y una persona muy importante e influyente en el balompié nacional.

Hernández Coronado

El primer boom llegó con la contratación de ‘El Divino’ Ricardo Zamora en agosto de 1930 tras un pago astronómico de alrededor de 150.000 pesetas. A partir del año siguiente Hernández Coronado se fijó en el mercado vasco para traer la prestigiosa zaga del Alavés formada por Ciriaco y Quincoces (en un pack por 65.000 pesetas que también incluyó al delantero Olivares) y al extraordinario interior Luis Regueiro del Real Unión. Los cuatro formarían la principal columna vertebral del equipo en aquel lustro tan exitoso de 1931 a 1936.

Otros futbolistas importantes que se incorporaron con el paso de las temporadas fueron el guipuzcoano Pedro Regueiro, hermano de Luis, los vizcaínos Emilín y Lecue o el catalán y exblaugrana Samitier. Todos ellos junto a algunos ya presentes en el plantel caso de Hilario, Leoncito, Lazcano o Eugenio completaron un equipo completísimo que acumuló en poco tiempo dos títulos de Liga y dos de Copa.

El primer boom llegó con la contratación de ‘El Divino’ Ricardo Zamora en agosto de 1930 tras un pago astronómico de alrededor de 150.000 pesetas.

En cuanto a la figura del técnico hay que destacar que los triunfos llegaron con diferentes inquilinos en el banquillo madrileño. El primero fue el húngaro Lippo Hertzka que llegó a principios de 1930 sustituyendo a José Quirante. Fue en su segunda temporada completa cuando sacó lo mejor del equipo para llevar al Madrid al primer título de Liga de su historia. Sin embargo la directiva le achacaba falta de trabajo y no continuó en el cargo. En el verano de 1932 para sustituirle se contrató al inglés Mr. Firth que logró el objetivo de revalidar el entorchado liguero. Un irregular inicio de curso 1933-1934 provocó su cese en la séptima jornada y en su lugar aterrizó Paco Bru, un antiguo jugador del Barcelona y exseleccionador español y de ‘La Blanquirroja’ peruana. Con el madrileño se levantarían las Copas de 1934 y 1936.

La etapa dominante del aquel Madrid en el balompié patrio se inició con la Liga del curso 1931-1932, momento que coincidió con la llegada de la II República en la que el club perdió la denominación de Real y la corona del escudo. El equipo se dibujaba con un sistema de 1-2-3-5 clásico en la época en el que Hertzka primó la solidez defensiva gracias al eje Zamora-Quincoces-Ciriaco. Sin embargo la media y el ataque no se consiguieron conjuntar con el éxito esperado pese a contar con Luis Regueiro, Hilario o Lazcano.

El equipo se dibujaba con un sistema de 1-2-3-5 clásico en la época en el que Hertzka primó la solidez defensiva gracias al eje Zamora-Quincoces-Ciriaco

El contrincante más fuerte fue el bicampeón liguero, el Athletic de Mister Pentland y de los Gorostiza, Iraragorri, Bata, Blasco o Muguerza. El debut liguero fue ante ellos y aunque se empató a uno se vio a los dos equipos más fuertes de la competición. En toda la primera vuelta se mantuvo la igualdad y en la jornada 10 los blancos visitaron San Mamés obteniendo un resultado de 3-3 pese a jugar buena parte del choque con nueve hombres. La pugna continuó hasta la jornada 15 en la que se escapó el equipo merengue que acabó cantando el alirón en Les Corts. Un 2-2 frente al Barça confirmó el título madridista y una gesta ya que se logró el Campeonato sin perder un encuentro.

En el proyecto de Mr. Firth de la campaña 1932-1933 si se vislumbró un cambio de estilo ya que se practicó un juego más vistoso sin perder la robustez defensiva. El centro del campo tenía más calidad y se asoció a la perfección con Samitier y sobre todo con Luis Regueiro, el verdadero motor ofensivo del equipo. De nuevo el Athletic se mostró como el adversario a batir pero en la novena jornada los blancos dieron un puñetazo encima de la mesa con una formidable victoria en San Mamés por 0-2. El Español y el Barcelona también sucumbieron en Chamartín que cada día de partido era una fiesta y el segundo entorchado liguero llegó tras la goleada al Arenas por 8-2 en una clase maestra de Regueiro.

El fichaje como técnico de Bru en diciembre de 1933 se debió sobre todo para conseguir más regularidad y dar un nuevo aire ya que según la directiva el equipo estaba en parte oxidado y mal preparado físicamente. Las lesiones en momentos clave fueron una losa demasiado grande y el nuevo entrenador no pudo encauzar la situación en la Liga. Sin embargo si dio una alegría a los aficionados en forma de Copa. Una Copa que no se ganaba desde hacía 17 años y que se celebró con enorme júbilo. La eliminatoria estrella fue en cuartos al quedar emparejados Madrid y Athletic Club. Un duelo épico que necesitó de dos desempates en Sarriá al no existir tanda de penaltis. En el primero, los blancos contra las cuerdas igualaron un 2-0 y en el segundo días después si dominaron con claridad para imponerse por 3-0 con Hilario y Samitier de figuras. En semis se eliminó al Betis y en la final se tuvo que remontar ante el Valencia en Montjuic. El recibimiento a los campeones en Atocha fue apoteósico.

La temporada 1934-1935 fue la única de aquel periodo que concluyó sin títulos de importancia tras verse sorprendido los blancos por el Betis en la Liga y por el Sevilla en la Copa, en un curso donde en la competición del KO cayeron todos los ilustres.

Bru encaró el curso 1935-1936 con el deseo de pelear la Liga con el gran rival de aquellos años: el Athletic Club. El duelo volvió a ser apasionante pero se lo llevó el equipo bilbaíno por dos puntos. Aún restaba la Copa para salvar la campaña y el equipo pese a que acusaba el paso de los años demostró su enorme categoría en los meses de mayo y junio. El torneo copero sería el último antes del estallido de una cruel Guerra Civil y el Madrid y concretamente Zamora dejaron momentos para la historia del fútbol español. En octavos se eliminó no sin dificultades al Arenas y en cuartos llegó el bombazo con el duelo ante el Athletic. Una victoria sufrida en Chamartín auguraba una vuelta tremenda en San Mamés pero contra pronóstico una diana de Sañudo dio el pase a las semifinales en las que se apeó al Hércules. En la final esperaba el Barça en Mestalla. El partido parecía controlado con 2-0 pero marcó Escolá y el propio ariete casi hace la igualada en el descuento. En ese instante apareció Zamora para realizar una de sus paradas más antológicas y recordadas (foto de portada). ‘El Divino’ alzó la Copa y de este modo cerró el ciclo glorioso del Madrid que se inició con su fichaje años antes.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Galácticos. Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid de Los Galácticos

 

Domingo. 16 de julio 2000. 8:35 de la mañana. Casa de Florentino Pérez

Florentino saboreaba el café mientras leía con media sonrisa el titular que avanzaba El Mundo: “Pérez afronta las elecciones al Real Madrid de hoy con más votos por correo que Sanz”.

Venía de perder las anteriores elecciones contra Mendoza por 600 votos y estaba dolido. Para un ingeniero de caminos como él, no haber tenido controlado todo fue un varapalo importante. Así que se presentó a estos nuevos comicios con los 2 cabos que 5 años atrás había dejado sueltos, bien atados: el voto por correo y el populismo: “O viene Figo o me haré cargo personalmente de todas las cuotas de socio del año que viene.”

Sabía que aquello sería demasiado argumento para una afición acostumbrada a tenerlo todo menos una cosa: el capitán del Barça.

Domingo. 16 de julio 2000. 9:55 de la mañana. Casa de Lorenzo Sanz

-Lorenzo, son casi las 10 de la mañana y aún sin duchar. ¿Es que no piensas ir a votarte hoy? - Le espetaba a Sanz su mujer mientras subía las persianas del dormitorio.

-Mari Luz, somos los actuales campeones de Europa. Con todo lo que les he dado, no hay nada que temer. Tómate el café tranquila, que ahora voy yo.

“Me he quedado dormido”, dijo a los periodistas cuando pasadas las 12:30 llegaba al estadio a votar. Muchos le esperaban allí desde las 10:00. Sanz, para esas horas, ya conocía que el día se le haría muy largo. Y se le notaba en la cara.

Mientras todo el planeta pensaba que la entrada 2000 supondría un cambio en el funcionamiento de la mayoría de aparatos electrónicos, lo que de verdad cambió fue algo que llevaba siglos sin tocarse: la forma de gestionar un club de fútbol.

La llegada de Florentino al Real Madrid derivó en una de las etapas más disruptivas que se conocen en cualquier deporte. Solo la penetración de internet en prácticamente todos los hogares y el auge, por tanto, de las rrss y las plataformas digitales provocaron el siguiente movimiento relevante dentro del mundo del fútbol.

“Soy un pecho frío, no me dejo llevar por las emociones.” contestaba Florentino cada vez que le tachaban de soso en alguna entrevista. Esa fue su carta de presentación en un entorno acostumbrado a ver cómo dos presidentes de clubes rivales se jugaban la recaudación del día de partido al tute y celebrarlo cuando ganaba el tuyo.

Creo que algún artículo anterior ya lo he contado: la primera vez que cambié mi forma de ver el fútbol fue tras aquel 0-2 que nos metió el Ajax de Van Gaal en el 95. Hasta ese día yo entendía la figura del entrenador como mero alineador que trataba de preparar bien físicamente a los jugadores y poco más. Entendía que los resultados dependían en gran parte de la calidad de los jugadores y que solo la suerte (o el árbitro) podría equilibrar un partido entre dos equipos de diferente nivel.

Veía los partidos como el que se sienta a ver la fórmula 1: al terminar la primera vuelta ya sabes quién va a ganar la carrera.

La segunda vez que cambió fue durante la era galáctica.

De un plumazo, toda esa racionalidad que me había envuelto tras ver jugar al equipo de Van Gaal, me la quitó un ingeniero de caminos, qué paradoja, para hacerme sentir como un niño otra vez.

Canal + ya acaparaba casi todos los programas de deporte y habían convencido a casi todos los aficionados de que sin un modelo de juego como el del Barça no eras nada.

De hecho, ya nos pasó antes. En 1991 comienza en Canal+ El día después” de la mano de Nacho Lewin y Michael Robinson y, con ellos, los resúmenes de fútbol internacional y el concepto de “fútbol caviar” se empezaron a colar en los salones de nuestras casas. Fue entrar Michael Robinson en pantalla y salir Radomir Antic del banquillo madridista siendo campeón de invierno y acumulando récords que tardarían 20 años en superarse. ¡Solo porque no daba espectáculo! Habían fabricado en el ambiente un problema que no existía.

Tras dos Copas de Europa casi seguidas, el nuevo mantra del momento era que el Madrid no tenía modelo de juego.

“El Modelo será traer los mejores jugadores del planeta al Real Madrid” ¡Pam!

“Joder con el Ingeniero” se oiría decir por los pasillos de La Ser. Allí estaba por aquel entonces Paco González, que días antes había pronosticado que Florentino había lanzado lo de Figo porque sabía que no iba a ganar.

Porque eso fue aquella maravillosa etapa: una serie de noticias encadenadas que sonaban tan increíbles que solo los que volvíamos a mirar el fútbol con ojos de niño podríamos creer.

eso fue aquella maravillosa etapa: una serie de noticias encadenadas que sonaban tan increíbles que solo los que volvíamos a mirar el fútbol con ojos de niño podríamos creer.

Luego aquello se estudiaría en Harvard, claro, pero antes aquí, por seguir de cerca la actualidad del Real Madrid te convalidaban un año de Económicas. Los periodistas, principalmente, empezaron a entender las diferencia entre lo que es inversión y lo que es gasto. Aprendieron que aquello de “lo importante es vender camisetas” era un eufemismo ¿cómo iba a pagar el Madrid el fichaje de Zidane vendiendo solo sus camisetas, almas de cántaro?

Florentino cogió un club que cobraba 500.000 euros por un amistoso y tres años después su caché no bajaba de los 3 millones.

Se multiplicaron por seis los ingresos por publicidad y patrocinios y se duplicaron los obtenidos por taquilla. En poco tiempo el Madrid pasó de ser un club cuyo candidato a la presidencia aspiraba a traer a Diego Tristán, a ser el club más rico del mundo con Figo, Zidane, Ronaldo, Beckham y Raúl como imagen de marca. ESO, y no hacer cola en la tienda de Adidas, era vender camisetas.

Y no solo aprendieron de economía, también empezaron a conocer mundo. Porque otra de las incorporaciones que trajo aquel ingeniero al fútbol fueron las giras por los continentes asiático y americano. “Queremos evangelizar el mundo con la marca Real Madrid”

“Queremos evangelizar el mundo con la marca Real Madrid”

Un movimiento que también puso a prueba la fe de los propios aficionados españoles, a los que nos hizo madrugar por primera vez en pleno agosto para ver jugar a nuestro equipo. Cambiamos las tristes imágenes con neblinas de los entrenamientos en Lausanne por campos gigantescos llenos de aficionados de todos los colores (valga la literalidad) y baños de masas al bajar del avión.

Parecíamos Los Beatles. Y aunque ganar dejó incluso de ser lo importante, aquella etapa nos dejó siete grandes títulos: dos Ligas, una Copa de Europa, una Copa Intercontinental, dos Supercopas de España y una Supercopa de Europa. El Barça, que ya solo dominaba las noches de Canal + y era ejemplo de historiadores y analistas de lo que era hacer bien las cosas, entró en un periodo de penumbra entre 2000 y 2005 que casi se lleva a Xavi Hernández por delante.

Economía, viajes por el mundo y fiscalidad. Porque ¿quién sabía hasta entonces lo que eran los derechos de imagen? Si hasta el gobierno sacó una ley que acabó también asociándose a la marca Real Madrid: Ley Beckham.

El Madrid,y su mensaje, inundaba ya a toda las áreas de la sociedad. Los hombres ya no solo querían aparentar ser tipos duros. “Mamá, yo quiero ser metrosexual”. No tengo el dato, pero no tengo duda que el paso de Beckham por el Real Madrid supuso, en paralelo, un aumento de ventas de las cremas faciales para hombres, de los tintes de pelo, de los tatuajes… Depilarse el pecho empezó a ser tendencia.

Todo esto solo lo consiguió parar, años después, Leonardo Di Caprio saliendo en bañador y con una tripa del tamaño del gemelo de Roberto Carlos. El Fofisano se acabaría imponiendo dando fin a una etapa inolvidable.

La ciudad de Madrid también cambió su fisonomía. En aquella parcela del Paseo de la Castellana a la que hasta entonces solo podían acceder los socios del Madrid y en la que apenas trabajaban 200 personas, se construyeron 4 torres. Unos rascacielos que pronto albergaron más de 2000 trabajadores y provocaron una proliferación de nuevos negocios de hostelería y servicios en la zona. Se revalorizó exponencialmente todo su entorno. Y aunque, como todo, fue criticado por los de siempre, la realidad es que aquel movimiento la convirtió en una zona mejor, más próspera y con la que todos los madrileños, fueran del equipo que fueran, salieron ganando.

Se cometieron errores, claro. Aquella salida de Redondo o el no apostar por Eto’o fueron dos decisiones muy duras para el madridismo. Pero visto en perspectiva, a mí sólo me quedan buenos recuerdos de aquello. Durante 5 años fuimos los reyes del planeta. Tanto deportiva, como económica y socialmente. Se crearon multitud de escuelas y se impulsaron obras sociales por todo el planeta, haciendo del Real Madrid una marca global cuyo objetivo principal trascendía ya lo meramente deportivo.

“El propósito de esta organización es ganar y hacer el bien en el mundo. Hay algunas organizaciones deportivas cuyo propósito es hacer que un hombre rico sea aún más rico” contaba recientemente un fascinado David Hopkinson, el hombre que gestiona el área de patrocinios y que venía con un amplio bagaje de éxitos en clubes de la NBA, NFL o NHL “Esto no es lo que hacemos aquí” sentenciaba al terminar lo que él consideraba una etapa de aprendizaje y asimilación de la cultura del club. Todas estas bases se pusieron en aquella etapa impulsando las tareas de la Fundación Real Madrid.

El propósito de esta organización es ganar y hacer el bien en el mundo

La volea (eterna) de Zidane, la exhibición de Ronaldo en Old Trafford, las faltas de Beckham o la chamartinización de Figo, cochinillo mediante, son imágenes al alcance de todos en internet, pero yo hoy quería dejar constancia de estos detalles que hicieron que para mí la era galáctica no fuera solo una etapa dentro de la historia del Real Madrid, sino una de las etapas más brillantes e inspiradoras que ha protagonizado un club en la historia de cualquier deporte.

 

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

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