Las mejores firmas madridistas del planeta

El Real Madrid primero en la fase de grupos tras un epílogo inolvidable

Me encanta cuando hablan Zidane y Benzema a solas cuando el partido está a punto de empezar. Es como si hablaran de chicas. No los oigo, pero en mi cabeza suenan sus voces como la del doblaje con acento francés de Valeria Bruni-Tedeschi (la hermana de Carla) en Un buen año, esa peliculita de Ridley Scott para quedarse a vivir en ella. Los veo hablar y me vienen aires provenzales, que son como aires de infancia. Dos chavales que van a jugar un partido en verano en el campo, entre viñedos. Y los dos son del Real Madrid.

Mientras el Madrid jugaba ayer sonaba Charles Trenet. “Boum! (y marcaba Benzema) quand notre coeur fait, boum! (y volvía a marcar Benzema) Tout avec lui dit Boum! (y un palo, y un contraataque…) Et c’est l’amour qui s’eveille…”. Y cuando corría Lucas Vázquez por la banda derecha se escuchaba esa parte tan divertida, iniciática y trotona: “La pendule fait tic tac tic tic, les oiseaux du lac font pic pic pic, glou glou glou font tout les dindons, et la jolie cloche ding ding ding…”.

Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa

“Boum!” nos hizo ayer el Madrid por dentro y por fuera. Inundados de Madrid, de zidanismo y de belleza, que era la de Luka Modric surcando como el guerrero de Apocalypto los verdes campos. El mariscal balcánico jugando en todas partes al mismo tiempo. En el área rival, en la propia, en el medio campo, en las bandas, rematando, defendiendo. Gloria bendita. Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa, porque el gatopardo real es Benzema.

A Kroos the universe

A Kroos the Universe, decía maravillosamente La Galerna en Twitter a propósito del prusiano que nos dirigía contra los prusianos, algo, además de exacto, matemático y perfecto, romántico, como el hijo de Taras Bulba dirigiendo a los polacos por su amada frente a los suyos, los cosacos. Ayer mismo pedía yo (y soñaba con él) un Madrid épico y austero. Ordenado y eficiente. Ahorrador y directo. Pandépico. No podía imaginarme, ni siquiera podía soñar con un Madrid despampanante, refulgente, brillante, sorprendente como una iluminación de Rimbaud tras una temporada en el infierno.

Benzema le dijo al final todo el mundo quién es el Madrid. Era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros.

Es el Madrid que no juega a nada y juega a todo lo que ninguno, nadie absolutamente, sabe. Es el misterio, el duende, el talento oculto, dormido bajo una maraña de letargo y de farfolla. El Madrid que vuelve. El Madrid que golpea. Que nos golpea y nos aplaca. Por supuesto también a las fieras que callan, que se callan obligadas y acariciadas por la suave brisa del Madrid, esa ventolera imparable de los terrenos de juego que aparece de repente como si se abriera el telón y abajo, en la orquesta, sombreado de espaldas, moviera su batuta Zidane.

Decía Karim al final del partido, con una sonrisa infantil y poderosa, sudorosa como la de Walt Whitman, que cuando jugaban así nadie podía pararles. Y quiso ser prudente porque paró un segundo antes de continuar la frase, pero no pudo ni quiso al final contenerse porque era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros. Le dijo a todo el mundo quién es el Madrid. Qué él y los demás, esa demostración fulgurante que habíamos visto, eran el Madrid y que allí estaban para jugar como nadie y para ser y hacernos felices con el acento, esta vez sí lo oí, de Valeria Bruni-Tedeschi.

 

Fotografías Getty Images.

 

El gallego florece en el imprevisible jardín de Zidane

Si ves salir a Lucas por la banda conduciendo el balón, verás a un alegre caballo trotón de calesa salir brioso de su caballeriza hasta que el cochero se hace con él y el señor y la señora se recolocan sus sombreros en medio del brusco bamboleo para continuar el viaje. Esa es la primera impresión. Nadie sabe mejor con qué tiro se cuenta que Zidane con su levita, un experto en caballos. Por ahí se dice mucho que Lucas es de calesa y nada más, o percherón. Nada de raza, ni purasangre, ni mucho menos. De Lucas se ríen los compradores apoyados en las vallas mientras le ven correr. Pero Zidane no se ríe.

Había señales previas de que estaba volviendo el Lucas aquel que giraba el balón sobre el dedo segundos antes de tirar un penalti en una final de la Copa de la Europa. Y ayer le vimos al fin, otra vez. Es como si Zidane cultivara a sus jugadores. El aficionado impaciente, y el paciente también, piensa: “Pero por qué pone a Lucas si no existe”. Y es razonable pensar que no existe porque no se le ve, no (en este caso) al Lucas aquel Glober Trotter al borde del precipicio. Lucas había sido replantado y regado y estaba germinando. Ya habíamos visto algunos esquejes y hoy hemos visto incluso la flor. Como la de Nacho.

Lucas hace dos días era una lechuga pocha y miren, miren qué turgencia, que hojas amarillas, qué raíz pivotante, qué inflorescencias. Zidane es un campesino que ha convertido a Lucas (y a tantos otros) en un corimbo

Yo veo a Zidane con un sombrero de paja paseando despacio por los verdes campos de entrenamiento de Valdebebas con una regadera en la mano, cuidando a sus jugadores despacio, deteniéndose a hablar con ellos mientras, de vez en cuando, se quita el sombrero, mira el sol en lo alto, se seca el sudor de la frente con el antebrazo, se vuelve a poner el sombrero y continúa. Y luego le llaman alineador. Lo indescifrable de Zidane es su agricultura. El aficionado no ve las semillas que ha plantado con dedicación y cuida con fe y esmero. La prensa no le ha visto levantarse al alba para plantarlas.

Muestras sobradas de virtuosismo en huertos y jardines nos ha dado ya. ¿Y si Isco y Marcelo, por ejemplo, estuvieran en proceso de re-crecimiento? ¿Se imaginan el milagro? ¿Y si aún pudieran volver a brotar? ¿Y si sus tiempos fueran más largos? Lucas hace dos días era una lechuga pocha y miren, miren qué turgencia, que hojas amarillas, qué raíz pivotante, qué inflorescencias. Zidane es un campesino que ha convertido a Lucas (y a tantos otros) en un corimbo para nuestro deleite y esperanza, como si volvieran a asomar los frutos selectos de la huerta zidanesca.

Lucas Vázquez.

La siembra de Zidane es el misterio del campo. Quién sabe qué secretos guarda esa tierra única en el mundo. Que el mejor Lucas era un buen y valeroso soldado ideal para esta época de guerra y carestía ya lo sabíamos, pero no que pudiera (volver a) brillar de ese modo echándose el equipo a la calesa para terminar de llevarlo a la clasificación. El señor y la señora del tílburi eran algunos haciendo aspavientos por el ímpetu y el protagonismo recobrado del gallego que nos lleva en volandas casi hasta la juventud, como si estuviéramos viendo volver, poco a poco, el tiempo perdido de Proust.

 

Fotografías Getty Images.

 

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