Las mejores firmas madridistas del planeta

En ese vuelo viajábamos nosotros mismos junto a Kroos

Siempre hemos hablado de la precisión de Toni Kroos. Recuerdo cuando llegó y nos enamoró al instante con sus clases de geometría. Para enamorar con geometría uno tiene que ser especial. Tiene que hacer sugerencia de la geometría y eso no lo puede hacer cualquiera. Toni Kroos no falla los pases. Y eso que no da pases sencillos, aunque lo parezcan. En la sencillez está tantas veces la belleza que no nos damos cuenta. Lo que ocurre es que algunas veces esa belleza despunta como un amanecer y entonces observas esa belleza en plenitud como si no la hubieras visto nunca. Pero la recuerdas. Es la precisión. En el vuelo del pase de gol de Toni a Vinícius frente al Liverpool iban todos los pases perfectos de Toni que no hemos visto en diapositivas. Y al mismo tiempo íbamos nosotros transportados en él. Los más jóvenes ya no sabrán lo que son las diapositivas. Son otra cosa bella, como un proyector de Súper 8; imágenes silentes que hacen ruido y tiemblan, de una nitidez penosa, pero hermosa. Y de color sepia, como Toni.

Vinícius Kroos

Toni Kroos es de hoy, pero es de color sepia. Yo lo veo en color sepia y en diapositivas o en Súper 8, mientras suena el viejo crujido del carrusel al cambiar de imagen o el ruido de pequeño tractor que hace pasar la película de celuloide. Eso es lo que pasó el martes en el Di Stéfano. La película pasaba, el carrusel seguía su curso, y entonces vimos, con esas puntos y manchas negras como de tinta que saltan de pronto sobre la imagen, incluso a esa velocidad irreal de cine mudo, cómo esa pelota volaba sin remisión, provocando suspiros de geometría, directamente al corazón de Vinícius. Aquel pase fue como una flecha de amor, y con el pecho herido Vini se llevó lejos esa pelota preciosa para que no se la quitara nadie, y cuando ya fue suya marcó gol. Eso fue cuando esa película se acabó y el celuloide suelto empezó a dar vueltas sobre la rueda y allí estábamos petrificados sin darnos cuenta, delante de la pared en blanco, temblorosa, antes de que alguien encendiese la luz, como si nos acabáramos de ver a nosotros mismos hace mucho tiempo.

 

Fotografías: Imago.

 

El Real Madrid primero en la fase de grupos tras un epílogo inolvidable

Me encanta cuando hablan Zidane y Benzema a solas cuando el partido está a punto de empezar. Es como si hablaran de chicas. No los oigo, pero en mi cabeza suenan sus voces como la del doblaje con acento francés de Valeria Bruni-Tedeschi (la hermana de Carla) en Un buen año, esa peliculita de Ridley Scott para quedarse a vivir en ella. Los veo hablar y me vienen aires provenzales, que son como aires de infancia. Dos chavales que van a jugar un partido en verano en el campo, entre viñedos. Y los dos son del Real Madrid.

Mientras el Madrid jugaba ayer sonaba Charles Trenet. “Boum! (y marcaba Benzema) quand notre coeur fait, boum! (y volvía a marcar Benzema) Tout avec lui dit Boum! (y un palo, y un contraataque…) Et c’est l’amour qui s’eveille…”. Y cuando corría Lucas Vázquez por la banda derecha se escuchaba esa parte tan divertida, iniciática y trotona: “La pendule fait tic tac tic tic, les oiseaux du lac font pic pic pic, glou glou glou font tout les dindons, et la jolie cloche ding ding ding…”.

Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa

“Boum!” nos hizo ayer el Madrid por dentro y por fuera. Inundados de Madrid, de zidanismo y de belleza, que era la de Luka Modric surcando como el guerrero de Apocalypto los verdes campos. El mariscal balcánico jugando en todas partes al mismo tiempo. En el área rival, en la propia, en el medio campo, en las bandas, rematando, defendiendo. Gloria bendita. Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa, porque el gatopardo real es Benzema.

A Kroos the universe

A Kroos the Universe, decía maravillosamente La Galerna en Twitter a propósito del prusiano que nos dirigía contra los prusianos, algo, además de exacto, matemático y perfecto, romántico, como el hijo de Taras Bulba dirigiendo a los polacos por su amada frente a los suyos, los cosacos. Ayer mismo pedía yo (y soñaba con él) un Madrid épico y austero. Ordenado y eficiente. Ahorrador y directo. Pandépico. No podía imaginarme, ni siquiera podía soñar con un Madrid despampanante, refulgente, brillante, sorprendente como una iluminación de Rimbaud tras una temporada en el infierno.

Benzema le dijo al final todo el mundo quién es el Madrid. Era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros.

Es el Madrid que no juega a nada y juega a todo lo que ninguno, nadie absolutamente, sabe. Es el misterio, el duende, el talento oculto, dormido bajo una maraña de letargo y de farfolla. El Madrid que vuelve. El Madrid que golpea. Que nos golpea y nos aplaca. Por supuesto también a las fieras que callan, que se callan obligadas y acariciadas por la suave brisa del Madrid, esa ventolera imparable de los terrenos de juego que aparece de repente como si se abriera el telón y abajo, en la orquesta, sombreado de espaldas, moviera su batuta Zidane.

Decía Karim al final del partido, con una sonrisa infantil y poderosa, sudorosa como la de Walt Whitman, que cuando jugaban así nadie podía pararles. Y quiso ser prudente porque paró un segundo antes de continuar la frase, pero no pudo ni quiso al final contenerse porque era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros. Le dijo a todo el mundo quién es el Madrid. Qué él y los demás, esa demostración fulgurante que habíamos visto, eran el Madrid y que allí estaban para jugar como nadie y para ser y hacernos felices con el acento, esta vez sí lo oí, de Valeria Bruni-Tedeschi.

 

Fotografías Getty Images.

 

Toni Kroos habló de las bromas madridistas tras la histórica derrota culé

Yo creo que en el Bayern de Múnich el buen estado de forma produce naturalmente la arrogancia. Un muniquista fuerte es un muniquista chulo. No puede haber un muniquista entrenado y humilde, o entrenado y discreto. No. El muniquista necesita decirlo. No le vale con estar pletórico, tiene que contarlo, provocar, reírse del adversario. Quizá haya un poco de bárbaro ahí levantándose las faldas. Es toda una entidad brindando con cerveza y levantándose las faldas.

Tweet del Bayern de Múnich.

Veo a Matthäus y Rummenigge riendo y trasegándose jarra tras jarra en una sala iluminada con antorchas y con las paredes llenas de pieles la noche del 14 de agosto. Toni Kroos tiene alma de muniquista y corazón madridista, por eso ha disfrutado tanto, (y lo ha tenido que decir, claro), viendo como Lewandowski y compañía les gritaban desde la loma a Messi y compañía y estos salían corriendo. Probablemente Kroos sea un ejemplar único de madridista y muniquista, por ese orden, como para no contar, como para no disfrutar con la sacudida de los bávaros a los culés, que volvieron a casa morados (el azul mezclado con el grana es morado).

Toni Kroos.

Ir de fanfarrón tiene algunos riesgos. Unas veces sale mal (que le pregunten a Herr Pep) y otras requetebién como en Lisboa. El Bayern va lanzado en juego y en chulería, a pesar (o a propósito) de que los culés no tenían ni media, ejem…, jugada. Yo no creo que haya un equipo ahora mismo que pueda pararles y ellos lo saben, por eso se les dispara el orgullo que les hace distintos. La altanería atávica e irresistible a la que sólo ha dado respuesta inolvidable el Real Madrid, que esta vez no está para templarles el desdén. Aún veo a Ramos con las manos en las orejas recorriendo esos prados verdes del Allianz Arena que iban a arder.

Sergio Ramos celebra un gol.

Esa cabeza de Camas les cogió el engreimiento y se lo metió en la red. Pero eso no va a acabar con ellos. La buena forma siempre les devuelve la soberbia. Un muniquista en forma es un muniquista chulo. Y no hay otras posibles combinaciones. El muniquista en cuanto se ve fuerte se vuelve gallito. Esto hace más apetecible la victoria para el rival, aunque una cosa es que te apetezca (al Barsa de tocador esas cosas vulgares no le gustan) y otra poder disfrutarla. No parece que el PSG vaya a poder con esta máquina petulante, pero a lo mejor el exmadridista Di María, el soldado de fortuna Neymar y Mbappé, el madridista del futuro, le dan una lección de vida para que más adelante, por supuesto, se les olvide por completo.

 

Fotografías Getty Images.

 

Me había sorprendido la imagen de Ramos tras la pandemia. La barba, el pelo largo, la coleta. Es como si fuera pariente de McGregor. El pariente futbolista de McGregor. Luego vi fotografías en las que aparecía mostrando musculitos. Y menudos musculitos. Musculitos, exactamente, de finos, de apropiados. No como los del ex del Atleti y del Milan, José Mari. ¿Han visto ustedes últimamente a José Mari? Ya no es ese jovencito de pelo negro y largo, muy sureño, como napolitano. Ahora es culturista, o lo parece. De los que se les notan las venas en las sienes.

A Sergio Ramos también se le notan las venas en las sienes, pero son venitas de superfutbolista. ¿Le vieron ayer arramblar con todos los balones en el área? ¿Le vieron ayer marcando un gol de pronto en la playa después de haber cruzado un bosque? Esto es un poco como cuando al joven Clark Kent no le llevaban con ellos los del equipo de fútbol y las animadoras, y él se ponía a correr a la misma velocidad que el tren para llegar antes que todos.

Ayer Sergio llegó antes que todos a todo, hasta al gol, porque se ha convertido en un Supermán con pinta de McGregor. Si usted a un superdotado físico y futbolístico como Ramos le suma una preparación pandémica como la que debe de haber hecho, lo que le queda es Supermán. O poco menos. Y se agradece. Sergio Ramos no quiere retirarse nunca y está haciendo todo lo posible para que eso suceda dentro de mucho tiempo. Recuerdo cuando yo mismo, puede que haga unos tres o cuatro años ya, abogaba indisimuladamente por su venta (claro, que ahí hubo sus cosillas extradeportivas, renovaciones y otros cuentos fantásticos) con una clarividencia muy pipera que ha sido muy oportunamente respondida con, posiblemente, el mejor Ramos de siempre.

Una superación de Ramos muy Cristiana, aunque no es el único. Toni Kroos parecía ayer el duende de ese mismo bosque que Sergio atravesó para marcar. Uno que aparece de repente por detrás de los árboles y no lo puedes ver. Se oculta tras ellos y mira de reojo y es rápido, saltarín. Sabe todo lo que pasa en el bosque. Es como el duende Puck de las noches de verano. Es el mismo Kroos, pero acelerado. Y no sólo no ha perdido precisión ni serenidad, sino que parece haberlas mejorado. Ayer no parecía haber centro del campo, pero no importó porque Toni acudía al rescate a cada momento de dificultad desde detrás de los árboles. Y luego se volvía a marchar con una rapidez y agilidad inusitadas. Era un Kroos fibroso, que aparecía de puntillas con sus botas y sus manos puntiagudas.

Esta fibrosidad superpoderosa, como el despliegue de Ramos, paliaban el extraño efecto de este fútbol trastocado. Yo voy a estar de acuerdo con Gaspart en que esto no es la Liga. Esto es sólo una forma de acabarla, y algunos parecen haberse dado cuenta de que la forma física podía marcar la diferencia. Ayer, desde luego, la marcó en un partido irregular, raro, nuevo. Yo vi a Rodrygo en dos lances que hace dos meses hubieran acabado con él por los aires, casi ni levantársele los dos pies del suelo. Tuve que fijarme bien para descubrir que ese fortachón pesado que avanzaba por la banda era el ligero Rodrygo de la prepandemia.

Rodrygo se ha hecho mayor, ha dado el estirón a lo ancho, el expandión, del mismo modo que Benzema se ha equilibrado casi hasta el delirio. Benzema tiene el físico que le permite seguir escondiendo y aguantando el balón, al mismo tiempo que le permite elevarse como las hadas, moviendo a una velocidad mareante unas alas invisibles que le sostienen, casi ingrávido, el tiempo suficiente para esperar siempre a Hazard, otro que ha vuelto entrenado, afilado (como si llevaran todos puesto el traje de superhéroe, el de Los Increíbles), igual que si fuera el hermano mayor que espera siempre al pequeño para ir y volver juntos del colegio.

 

Fotografías Getty Images.

Estaba imaginando al futbolista que vuelve ya pronto a los campos y pienso en la figura del toreo que tuviese que volver a colarse en las fincas para torear desnudo a la luz de la luna. Pienso en el silencio al saltar al césped casi como un maletilla, como en busca de una oportunidad a estas alturas.

Está la infancia en este “volver, con la frente marchita... sentir que es un soplo la vida...” para volver y volver a escuchar el fútbol. El chut. El sonido seco del chut como un pistoletazo de salida tras el que encontrarse en el patio de un colegio sin nadie que te mire. Cómo si sólo te mirases, se mirasen, ellos.

Escuché el otro día a Toni Kroos y sentí como si quisiera expresarse en este sentido al hablar del regreso al tajo que nunca fue más tajo con tantos partidos seguidos, con tanta exigencia física, en loor de estrecheces. Esta competición a once partidos va a ser un fútbol de currantes, un fútbol de posguerra sin el brillo de las multitudes.

Nunca pensamos que el gentío y el bullicio pudieran lustrar tanto, pero su ausencia nos ha devuelto (y nos devolverá) sentidos olvidados, recuerdos escondidos e incluso penurias ocultas. El eco esencial del fútbol en el que están el chut y los gritos, los quejidos, las instrucciones.

Sonidos callejeros de patio de colegio, que es donde nace el fútbol y luego va creciendo y haciéndose mayor y enseñoreándose y finalmente profesionalizándose para los elegidos. El fútbol va a empezar de nuevo casi desprofesionalizándose, desenseñoreándose, haciéndose más pequeño hasta parecer un niño.

Imagínese usted de vuelta al colegio en medio de la distopía romántica que se afrontaría con una mezcla de estupor, de emoción y de reto. Así vi yo a Toni. Lo nunca visto. Es la superación del fútbol como remedo de la guerra. Futbolistas en guerra durmiendo en las trincheras. Cantando canciones de amor en las concentraciones a la espera de la próxima e inminente batalla.

“¿Cuántos caerán esta vez?”, será un pensamiento recurrente, quizá en la encomienda a la amada. “¿Quiénes vencerán?” Y el estado de guerra será un aliciente para espectadores (televisivos) y para los soldados, que quizá lleguen a salir vendados, rotos, imbuidos de un espíritu primigenio, nada moderno. Atávico y germinal.

Va a ser otro fútbol donde quizá nadie finja, donde quizá se olviden toda clase de tácticas espurias para luchar en el campo sin más armas que la cabeza y las piernas, y en eso habremos ganado, aunque ahora nos hagamos preguntas como, por ejemplo: ¿Qué será del Barcelona en ese escenario cuerpo a cuerpo?

¿Será como un actor de cine mudo incapaz de incorporarse al cine sonoro con el éxito pretérito? Va a ser una prueba para todos los equipos. Quizá la prueba más dura de las carreras de estos futbolistas, pero quizá podamos ver así de qué madera están hechos, si de la de los Milli Vanilli o de la de los toreros en ciernes, esos chicos que daban más importancia a su única camisa que a su única vida.

 

Fotografías Getty Images.

Cuando Toni Kroos llegó al Real Madrid, el club merengue fichó a un futbolista del que se sabía, desde que era un adolescente, que iba a ser uno de los mejores mediocampistas de su generación. Por talento y por carácter. No obstante, aquel joven rubio de hace cinco temporadas no era la estrella indiscutible que es hoy. Para empezar, todavía no había encontrado su lugar en el campo. Eso ocurriría en el seno blanco.

Kroos había aterrizado en la élite como un mediocampista ofensivo de los que Alemania forjó durante décadas, un potro de hierro y no mucha cintura que jugaba al fútbol a partir de su prodigioso golpeo. El fútbol de Toni emanaba de su pie derecho en chorros de calidad suprema. Su problema es que la posición en la que se había formado y que anteriormente era reservada para los de su estirpe había sido usurpada por otra clase de futbolistas. Ante eso, Kroos tenía tres opciones: a) encontrar un equipo de élite que lo aceptara como era; b) cambiar su posición; c) conformarse con un equipo con menos aspiraciones. Toni escogió la segunda.

La transformación empezó un año antes con Guardiola y sus peculiaridades, pero terminó de gestarse en Madrid bajo el mimo de Ancelotti. La salida de Xabi precipitó a Kroos al mediocentro y ahí aterrizó con tino. La historia del entrenador italiano con Andrea Pirlo regalaba tranquilidad respecto a la adaptación del teutón a la posición más retrasada del mediocampo dentro de los estándares de un equipo normal. Sin embargo, no se trataba de una copia: Pirlo era un fantasista que convertía el vértice inferior del mediocampo en un lugar donde crear y atacar como si jugase veinte metros más arriba. Kroos no era ese tipo de futbolista: antes que dar la asistencia o, en definitiva, todo aquello que uno relaciona con el verbo crear, el alemán prefería ordenar.

Jugando allí, aprendió nuevos trucos como un control orientado que le ayudó a sobrevivir su falta de agilidad y demostró que más allá de no tener cultura de mediocentro, y por tanto defender solo a partir de la fuerza de la voluntad, su influencia defensiva en el colectivo bien valía las carencias individuales. Al menos para quienes quisieran aspirar a eso. No fue el caso de Benítez. Cuando Zidane recibió a Kroos, se encontró un velo de duda sobre si lo de la temporada anterior había sido cierto. Casemiro había comenzado a ganar minutos que por calidad entonces no le correspondían y había desplazado a Kroos al interior y de repente Isco, James y Bale competían por un mismo puesto en el once. Era un problema.

Desde el primer partido, Zidane cambió cosas respecto a la interrumpida etapa Benítez. Una de las primeras decisiones fue la de regresar a Kroos a la posición de mediocentro solitario. El propio Zidane sabía lo que significaba: cuando llegó a la Juventus, Lippi lo puso en ese mismo rol: cerebro por delante de la defensa. Visto lo visto, cuesta pensar que Zidane no se fiase de Kroos ahí. La importancia que ha dado Zidane a la supremacía técnica hace pensar que la posterior entrada de Casemiro al once titular fue una reacción competitiva a los problemas del juego del equipo y no una predisposición en contra del alemán como mediocampista más retrasado.

Zidane le presentó a Kroos el reto de cambiarle la cara al Real Madrid: convertirlo en un equipo de balón y control. El alemán cumplió, pero el equipo, inmerso en la competición, no había encontrado la estabilidad. Y ahí llegó, dos meses después del debut de Zidane, la solución Casemiro. Kroos comenzó a jugar de interior izquierdo en un 4–3–3. Hasta entonces, en esa zona había estado Isco, con quien Toni compartía una virtud: el volumen de participaciones. En lo demás, no se parecían mucho. Isco era el movimiento sempiterno, un péndulo que buscaba el balón por todo el mediocampo y una vez lo tomaba sacaba a relucir fuegos artificiales.

En ese primer Madrid de Zidane, Isco bajaba a buscar el balón casi a la altura del lateral izquierdo. Resulta difícil saber si aquello era una orden del entrenador o una respuesta del futbolista al contexto. Quizás ambas. Kroos, siendo distinto, desde la posición de interior izquierdo comenzó a realizar movimientos similares, con un impacto distinto.

En el Real Madrid galáctico, Zidane tuvo que recostarse a la banda izquierda. No tenía ataduras: partía de allí, pero luego podía irse a otras zonas. En la práctica, Zidane siguió ejerciendo el rol de enganche, solo que recostado a la izquierda. Desde allí, con ayuda de Roberto y Raúl, Zidane dirigía el juego del equipo: elegía la velocidad y la dirección, además de ir desgranando el sistema defensivo del rival y dándole equilibrio a la posterior transición defensiva blanca. Cuando Kroos subió un escalón en su equipo, aquel Zidane volvió, al menos en parte, al césped del Bernabéu.

En salida de balón, Kroos no era que se escorase para crear una línea de pase hacia él, sino que se abría por completo, poniéndose en lo que en teoría debería ser la posición del lateral izquierdo o un mediocampista exterior. Recibiendo allí, Toni rompía el juego. El fútbol de nuestros tiempos hace énfasis en los primeros pases y como respuesta los equipos rivales presionan con agresividad los pases sobre el carril interior incluso hasta los que salen desde el portero. En consecuencia, el espacio se mudó allí donde Kroos ahora recibía el balón. Cuando tomaba el balón allí, Kroos giraba el tablero. La presión del rival ya no miraba a la portería de Navas sino a la grada, y el punto ciego de la misma se trasladaba al carril central. Además, el pie del alemán alcanzaba a prácticamente todos sus compañeros. Para él, era como ser Dios: movía montañas y lanzaba rayos. Juntaba a los suyos sobre la izquierda y liberaba espacios y recepciones en el centro. Si batía línea, dejaba a uno del Madrid en ventaja en el carril del medio, con el equipo contrario tirado sobre su banda y teniendo que correr a portería. Era una de las ventajas tácticas de mayor impacto del fútbol europeo y él controlaba cuando hacerlo.

Y así fue cómo vimos al Kroos más brillante de su carrera. Zidane confiaba en él para que fuese el orden del equipo, el control asegurado. No tenía que crear. Solo hacer lo que más disfrutaba, para lo que nació su pie derecho, en un lienzo táctico que potenciaba el impacto dañino de sus pases y sus decisiones. Kroos no necesitaba de una estructura marcadísima de jugadores por delante de la línea del balón porque era él quien creaba esas líneas de pase moviendo el balón y al rival. Y para Zidane, eso era la tranquilidad. No necesitaba acumular futbolistas en posiciones de riesgo para poder progresar. Kroos sabía el momento perfecto en el que ir poniendo todo en orden para dar ese paso sin resentir la transición defensiva. Para Zidane, el cielo. Para Kroos, el marco para exponerse como el gran director del fútbol mundial. Para lo que estaba destinado.

Los cerebros de Zidane:

    I. Origen.

  II. El gran director.

III. Modric, el Blanco.

III. Sucedió una noche en Cardiff

 

 

 

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