Las mejores firmas madridistas del planeta

Con motivo de la retirada de Pau Gasol el 5 de octubre de 2021, reflotamos el presente artículo.

 

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

 

Cuando Jesús Bengoechea me propuso este artículo, tuve claro desde el inicio quién era ese futbolista que me habría gustado ver de blanco: Marco Van Basten, el holandés más talentoso y elegante que jamás vieron mis ojos. Pero eso habría sido sencillo y como amante de los retos me propuse encontrar mi deseo frustrado en el gran rival: un culé que me gustara como jugador y como persona, un buen tipo al que habría deseado ver vestido de blanco.

Créanme que me costó pensar en jugadores que cumplieran ambas facetas. Carles Puyol, un auténtico capitán de la seriedad ante las mamarrachadas de algunos de sus compañeros, fue un tipo que siempre me gustó y convenció. Un tío legal. Descarté a Andrés Iniesta, que cumplía la faceta de gran jugador, pero lo hice por su silencio cómplice como capitán del Barça ante la deriva indepe de su club, o con los silbidos al himno, sobre los que jamás se pronunció.

Pau Gasol es de largo el mejor jugador español de baloncesto de todos los tiempos

Así que tuve que alejarme del mundo del fútbol y acercarme al de los canastos para encontrar a ese tipo único, especial, grandísimo jugador, cuya presencia en el Madrid, aunque hubiera sido una sola temporada, habría agradecido como en su día la llegada de Zidane o Cristiano. Me refiero, cómo no, a Pau Gasol, de largo el mejor jugador español de baloncesto de todos los tiempos. Parafraseando a Groucho Marx, que decía que “no suelo olvidar una cara, pero en su caso haré una excepción”, yo no suelo regalar estos títulos, pero en el caso de Pau haré una excepción.

Número 3 del draft, Rookie del año en la NBA, dos veces campeón de la mejor liga del mundo con los Lakers, 6 veces All-Star, una de ellas como titular, dos veces en el segundo quinteto ideal de la NBA, otras dos en el tercero… Hablo de uno de los cuatro jugadores de toda la historia de la NBA con más de 20.000 puntos, 11.000 rebotes, 3.500 asistencias y 1.900 rebotes. Las otras tres leyendas que lo lograron son Kareem Abdul-Jabbar, Kevin Garnett y Tim Duncan. Casi nada.

Pau Gasol y Kobe Bryant

Pau lo ha logrado todo en el mundo del baloncesto, excepto la Euroliga y el título olímpico, donde competimos dignamente con los Kobe, LeBron, Durant y compañía hasta los últimos minutos de dos maravillosas finales (Pekín 2008 y Londres 2012). Siempre quise a Gasol en mi equipo, sobre todo viendo esos partidos de la selección. Un gran jugador que progresa año a año, que sigue puliendo sus casi inexistentes defectos, que se reinventa sobre la cancha para ser más efectivo en cada campeonato… talento y trabajo. Y por encima de su calidad baloncestística, un líder sobre la cancha al que resultaba sencillo aunar el resto de talentos del equipo. Generoso en el esfuerzo y con los compañeros, solidario en defensa, y cien por cien solvente, confiable. Todos los compañeros de una selección rebosante de calidad eran mejores jugadores con Pau, quizás por el gen competitivo que este logró insuflarlos. Así cayeron tres oros europeos, un Mundial (Japón 2006) y varias platas y bronces más. Hay suertes en el deporte que definen la solvencia de los mejores jugadores de siempre, su capacidad de ser competitivos aunando la cabeza fría y el corazón caliente. Los penaltis en el fútbol o los tiros libres en el baloncesto, por ejemplo.

En la famosa semifinal de Saitama en 2006 frente a Argentina, en la que estuvimos a un tiro de Nocioni de quedarnos fuera, los tiros libres de los últimos minutos nos estaban crujiendo. José Manuel Calderón, un tipo tan fiable en esta suerte que llegó a tener el récord histórico de aciertos consecutivos de la NBA, falló dos de cuatro en esos últimos minutos. Pues bien, Pau se rompió el tobillo en ese último minuto (estaría tres meses de baja), pero aun así quiso tirar los dos tiros libres en esos momentos en los que al equipo le temblaba el pulso. Acertó los dos y se retiró cojeando al banquillo. No jugaría más, ni tampoco la final, pero ese liderazgo invisible hizo que sus compañeros se dejaran la vida para brindarle el triunfo, como así ocurrió.

Gasol España

Con Pau también recuerdo el único momento de mi vida en el que le he gritado a un tío que salía por la tele que quería un hijo suyo. Ocurrió durante la semifinal del Europeo de 2015 en Lille frente a los locales, y fue tras aquel mate salvaje irrumpiendo en la defensa de los franceses. Aquel día Pau anotó 40 puntos de los 80 que logró nuestra selección. 14 tiros libres consecutivos sin fallo en los momentos clave, prórroga incluida, y una actitud muy madridista en todo momento con la que le estaba diciendo a los franceses que iban a derramar algo más que sangre, sudor y lágrimas porque no se iba a dar por vencido en ningún momento.

Pero Gasol no es solo un jugador de baloncesto excepcional, sino que además me parece un gran tipo. Embajador de UNICEF, colaborador habitual en campañas contra la desnutrición en África, creador junto a su hermano de una Fundación para el fomento de hábitos saludables, Premio Princesa de Asturias de los Deportes… fue elegido en 2015 como NBPA Global Impact Player por sus contribuciones deportivas, pero también benéficas y sociales. Recuerdo un reportaje hace tiempo sobre su estancia en Memphis y la costumbre que adoptó de visitar a niños hospitalizados. Se le ve un tío puro, sano, alejado del divismo de otras estrellas de la NBA. Para mí, Gasol es una de esas pocas figuras universales a las que no se puede criticar en este país, como Rafa Nadal, como Antonio Banderas o Carlos Sáinz, pese a lo cual, habrá quienes lo hagan. Gasol es tan buen tipo que dejó el Barça con solo veinte años, tras arrasarnos en Liga y Copa. Sinceramente no sé si algún equipo europeo habría podido frenarlo en esos años.

Embajador de UNICEF, colaborador habitual en campañas contra la desnutrición en África, creador junto a su hermano de una Fundación para el fomento de hábitos saludables, Premio Princesa de Asturias de los Deportes… fue elegido en 2015 como NBPA Global Impact Player por sus contribuciones deportivas, pero también benéficas y sociales

Sé que el salario de Gasol en sus mejores años de la NBA lo convertían en un jugador imposible para cualquier equipo de Europa, incluso para los turcos, el CSKA de Moscú o el actual Barça del talonario infinito, y también sé que nunca sonó para el Real Madrid, entre otras cosas por sus orígenes, familia y escuela, pero yo creo que hubo un momento, no muy lejano en el tiempo, en el que esa posible llegada habría sido maravillosa. Durante el lockout de 2011, el Madrid contó durante unos meses con Serge Ibaka y con Rudy Fernández, que se quedaría años después para protagonizar una gran historia de éxito con Pablo Laso. Pero no es ese el momento en el que Pau podría haber llegado, porque además, de haberlo hecho, en plenitud de forma, habría jugado con el F.C. Barcelona. A Laso le costó encontrar el modo de sacar partido a sus pívots altos, a los centers que tenía en plantilla. Othello Hunter, Borousis, Salah Mejri, jugadores con cartel que no terminaban de encajar en los sistemas de Laso, al contrario que pívots más bajos y versátiles como Randolph, Ayón, Reyes o Thompkins.

Pau Gasol y Llull

Entre esos años y la incorporación de Edy Tavares, coincidiendo además con la salida de Pau de Chicago Bulls y su peregrinación por Milwaukee, San Antonio y Portland, el barcelonés podría haber recaído en el club si las condiciones económicas lo hubieran permitido (que ya digo yo que no lo eran). Imaginaos haber juntado en el mismo equipo a Luka Doncic, Sergio Llull, Rudy, Carroll, Thompkins, Nocioni, Sergio Rodríguez, Felipe… Se ganaron dos Euroligas en cuatro temporadas (2015 y 2018), pero es que me cuesta imaginar que no se hubieran ganado todas ellas con Pau en la plantilla.

Se ganaron dos Euroligas en cuatro temporadas (2015 y 2018), pero es que me cuesta imaginar que no se hubieran ganado todas ellas con Pau en la plantilla

De verdad que le deseo lo mejor en su nueva etapa en Barcelona a título individual, que recupere sensaciones y se ponga a punto para despedirse por todo lo alto en los Juegos de Tokio, si finalmente se celebran. Mi deseo lógico es que el todopoderoso Barça de los millones no se lleve la Liga ni la Euroliga, pero si lo hace, ojalá la estrella sea ese gran tipo que es Pau Gasol. “De Sant Boi, de Barcelona, de Cataluña, de España”.

 

Fotografías: Imago.

 

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Capítulo 9: Clemente, el que nunca llegó

Es complicado hablar con admiración, o al menos a mí me lo resulta, de alguien que ha conseguido amargar, con la dificultad que eso entraña, más de uno de mis inexcusables aperitivos. Messi ha sido —y sigue siendo, a pesar de las risas con las que muchos, después de su famoso burofax, celebraron que no abandonase el Barcelona— el jugador más formidable, el mayor rival, al que se ha enfrentado el Real Madrid a lo largo de su historia.

Para darnos cuenta de su magnitud, si es que el sufrimiento y, paradójicamente, el “Cuatro de Cinco” que hemos vivido a lo largo de estos años no es suficiente recordatorio, baste decir que gracias a sus goles e influencia, el Barcelona pasó de ser un primo, más o menos aventajado, del Arsenal o el Atlético —eternos aspirantes a la gloria y perpetuos campeones de la nada— a ser, probablemente, el segundo equipo en las preferencias de todos los aficionados del mundo. Desde el despistado pasajero de un trasatlántico atracado en el puerto de Cádiz, hasta el niño de un pequeño poblado en Namibia, pasando por el tendero de una de las urbes más populosas de Asia, no hay continente, país o ciudad en el que no veas una camiseta del Barcelona con el nombre de Messi a la espalda. Su dimensión global, su decisiva contribución a los 36 títulos que ha ganado, han situado a su equipo en un lugar de privilegio, tanto por palmarés como por repercusión mundial, que antes de su llegada le estaba completamente vetado.

Cristiano y Messi

Buscar datos en su Wikipedia, que más que una página parece un museo, está siendo tan doloroso como derramar mi copa de vino sobre el pincho de tortilla que lo acompaña: Messi, en 17 años, ha estado presente, siendo decisivo en todos ellos, en más del 40% de los títulos ganados por su equipo a lo largo de TODA su historia. Sus datos, incluidos sus increíbles registros de goles y asistencias, muestran claramente, si uno es capaz de quitarse durante cinco minutos la venda blanca de los ojos, a lo que nos hemos y nos seguimos enfrentando.

La leyenda del Madrid, en contraposición a las modas que vienen y van en otros equipos, ha aumentado en la época de Messi. No creo que haya una muestra mayor de grandeza que esta

Sí, sí, ya os oigo, Messi no ha aparecido en muchos de los enormes ridículos en Europa de los últimos años, no ha ganado nada con su selección y el famoso #tinglao ha contribuido a aumentar su leyenda. De acuerdo, tenéis razón, Messi no ha conseguido ser un jugador tan fiable como Cristiano, pero a pesar de ello, y aquí llegamos a “El que nunca llegó”, lo hubiese fichado en todos y cada uno de los años en los que tuvimos la suerte de tenerlo como rival. Y sí, digo suerte, porque el Real Madrid, con Florentino Pérez a la cabeza, ha sido capaz, espoleado por esa rivalidad histórica y porque el argentino nos llevó al límite, de dar lo mejor de sí mismo y de eclipsar a Messi con ese “Cuatro de Cinco” que es, sin ninguna duda, la segunda mejor era, después de la del Madrid de Di Stéfano, que haya dado nunca un equipo de fútbol. La leyenda del Madrid, en contraposición a las modas que vienen y van en otros equipos, ha aumentado en la época de Messi. No creo que haya una muestra mayor de grandeza que esta.

Florentino y Messi

En la Galerna sabemos, gracias a fuentes muy fiables del Real Madrid, que Florentino ha intentado fichar a Messi en dos ocasiones, y que en las dos, con todo preparado para la firma, al argentino le entró vértigo en el último momento y se echó para atrás. Apuesto que, con el burofax en la mano, y después de cada fracaso europeo, se ha arrepentido de no haber estampado aquella firma. Él sabe, porque todos los jugadores del mundo lo saben, que ganar una Champions en el Madrid es mucho más que ganar una Champions.

Sé que hoy, en este complicado 2021 que espero que acabe con varios títulos más para el Real Madrid, el club está con la cabeza puesta en el futuro, pero recuerdo muchos días, sobre todo aquellos en los que mi aperitivo cogió un regusto amargo por sus goles, en los que lo hubiese fichado sin dudar.

Estamos a tiempo, queda libre este mismo verano: “El que nunca llegó” todavía puede llegar.

Haaland, Mbappé, Messi…

Floren, llámame.

 

Fotografías: Imago.

 

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Capítulo 9: Clemente, el que nunca llegó

Capítulo 10: Maradona, el que nunca llegó

Capítulo 11: Pau Gasol, el que nunca llegó

Capítulo 12: Julen Guerrero, el que nunca llegó

Capítulo 13: Steven Gerrard, el que nunca llegó

Capítulo 14: Diego Tristán, el que nunca llegó

 

Hubo una época en la que el Deportivo de la Coruña miraba cara a cara a los grandes. Fueron los tiempos del Superdepor y del Eurodepor. Y fueron los tiempos primero de Fran, Bebeto y Mauro Silva, y luego de Valerón, Makaay o Diego Tristán, entre otros. Muchos de aquellos pudieron haber jugado en el Real Madrid por talento y capacidad, pero a mí se me quedó la espina clavada con este último.

De Diego Tristán puedo decir que marcó algunos de los mejores goles que le he visto a un delantero español, una demarcación en la que nuestro fútbol no ha sido especialmente prolífico en talento puro. Hemos tenido futbolistas con olfato de gol, rápidos o habilidosos. Pero ese perfil de talento puro no se ha dado en demasía.

Diego Tristán

Diego Tristán lo tenía. Talento y elegancia. Algunos aficionados lo sabíamos y también Lorenzo Sanz, un presidente con alma de director deportivo, con buen ojo para el talento. Tanto es así, que el andaluz estuvo fichado para el Real Madrid, y solamente la victoria de Florentino Pérez y el proyecto de los galácticos, impidió que recalase en el Real Madrid.

No sabemos lo que habría pasado, pero si lo que pasó. Tristán cuajó un par de muy buenas temporadas en el Deportivo de la Coruña con más de 20 goles en una y casi 30 en otra. Dejó algunos golazos tanto en clubes como en la Selección Española, pero siempre quedó la sensación de que era un talento desaprovechado.

Diego Tristán 2

Por entonces en el Real Madrid jugaban delanteros como Raúl, Ronaldo, Morientes u Owen. Una nómina de futbolistas talentosos que, a pesar de todo, no lograron todos los títulos que deberían. Tampoco Tristán, que apenas levantó un par de Supercopas de España y una Copa del Rey, ganada esta última precisamente al Real Madrid, en el famoso y triste partido del centenariazo.

Ahí se cruzaron de nuevo los caminos de Tristán y del Real Madrid. Pero luego los caminos se separaron definitivamente. Al mismo tiempo la carrera de Diego comenzaba una temprana cuesta abajo, de manera inversamente proporcional a su talento. Se fue apagando poco a poco por esos caprichos del fútbol, que en realidad tienen más que ver con la actitud del futbolista que con la fortuna.

Hoy sabemos que aquel fichaje no habría funcionado

El fútbol y el deporte de élite es talento, pero mucho más trabajo y perseverancia. Bien lo pueden atestiguar deportistas de élite como Nadal o Cristiano Ronaldo. El talento puro te abre puertas y te permite llegar, pero es el trabajo lo que hace que te mantengas. Como otros futbolistas de inmenso talento, con la edad se debieron dar cuenta de la oportunidad perdida de hacer historia.

Hoy sabemos que aquel fichaje no habría funcionado. El Real Madrid habría sido la tumba de un talentoso jugador, como muchos otros que se han estrellado contra ese muro futbolístico que es el mejor club del mundo. El talento te abre puertas, pero el trabajo y la fuerte mentalidad las mantiene abiertas. Nunca más evidente que en el club de Chamartín.

 

Fotografías: Imago

Evidentemente, le habrían atizado de lo lindo a Steven Gerrard por no decir ni papa de español. A los ingleses les cuesta lo suyo aprender el idioma de Cervantes y los españoles, no particularmente diestros con la lengua de Shakespeare, no les perdonaremos nada hasta que devuelvan el peñón. Y si juega en el Real Madrid, ni con esas. Estaba condenado desde ese punto de vista. Lo que pasa es que Gerrard hablaba fútbol como nadie. Todavía hoy me resulta frustrante no haberle visto con la camiseta blanca más que unos efímeros e insatisfactorios segundos. Ocurrió en el partido de Leyendas disputado hace cuatro años en Anfield, cuando se la enfundó al término del encuentro tras cambiársela con Seedorf. Qué bien le quedaba.

Gerrar Real Madrid

Qué combinación tan poderosa y ganadora pudimos atisbar durante unos instantes, la de Gerrard y el Real Madrid. Steven Gerrard es el paradigma del centrocampista ‘box to box’. Una figura que, aunque no ha sido habitual en el Madrid, siempre funcionará en el club de Chamartín. Hablamos de un equipo que, de forma natural, se va al ataque con todo lo que tiene, buscando el gol de forma impetuosa, para bajar desesperadamente a defender, casi con urgencia y mientras suenan todas las alarmas, cuando debe impedir que se lo metan a él. Y en ese contexto, jugadores con mucho recorrido, fuerza e inteligencia para atacar y defender, siempre serán valiosos activos. Ningún otro futbolista encarna el concepto ‘box to box’ como Gerrard. Un ‘6’ cuando el Liverpool no tenía el balón y un ‘10’ cuando lo tenía. Organizaba, molestaba, defendía el área y robaba en fase defensiva, pero se proyectaba hacia adelante con energía, coraje, talento y un disparo terrorífico que le han hecho ser, todavía hoy, el quinto máximo goleador de la historia del Liverpool. Salvando las distancias, porque aún está escribiendo el prólogo de su historia en el fútbol, Fede Valverde es un futbolista muy similar. Por zancada, llegada, recorrido, personalidad, empuje y disparo. Se parecen incluso anatómicamente. Quizá sea el Gerrard que el destino ha terminado deparándole al Madrid. Ya veremos. Hacía mucha falta Gerrard en 2005, que es la primera vez en la que el Madrid le tentó. Llegó a tener el sí del jugador, que luego se arrepintió y terminó frenando la operación. Con un Zidane encarando su última temporada, físicamente lejos de sus mejores días, el centro del campo del Madrid lo completaban habitualmente Gravesen y Pablo García. Resulta evidente que el equipo habría dado un salto enorme con la presencia de Gerrard, que venía de ganar la final de la Champions más increíble de la historia, esa en la que el Milan se fue al descanso con 3-0 de ventaja sobre el Liverpool. Steven hizo el primero en la segunda parte y ya sabemos todos cómo terminó la historia. Eso terminó de convencer a Florentino de que era el jugador que el proyecto necesitaba. Y no estaba equivocado.

Gerrard Liverpool

No sólo ya por lo meramente futbolístico. En el Madrid se ponderan cualidades de los jugadores más allá de lo que hagan en el terreno de juego, pues están íntimamente relacionadas con el rendimiento en el club deportivo que genera una mayor presión de todos los que hay en el mundo. Gerrard representó durante toda su carrera todo lo que engloba la filosofía Real Madrid: profesional, humilde, trabajador, positivo, tenaz, competitivo, leal y con una vida ordenada. En Liverpool, logró a los 23 años convertirse en el capitán más joven de la historia del club, un gran aval de su personalidad.

Salvando las distancias, porque aún está escribiendo el prólogo de su historia en el fútbol, Fede Valverde es un futbolista muy similar.

Lo volvió a intentar Florentino ya en su segunda etapa. Fue en el año 2010. En La 2008/09, el Liverpool había barrido en la Champions por 4-0 al Madrid, la famosa noche del “chorreo” en Anfield. Mientras los jugadores se iban a vestuarios, Raúl le preguntó: “¿Te vienes?”. La maquinaria estaba en marcha. Y la primera pieza del engranaje la había movido un entrenador portugués: “José Mourinho vino por mí en el año 2010. Cuando miro para atrás, pienso: ‘Imagina jugar para el Real Madrid durante un año o dos, imagina jugar para Mourinho en la Champions League con el Real Madrid’, una experiencia increíble”, le dijo Steve a Jamie Carragher en el podcast de su ex compañero del Liverpool. Pero la entidad red nunca quiso escuchar ofertas por él y Gerrard no quiso pedir el transfer request, como le animaron a hacer desde el club blanco para acometer su fichaje.

Gerrard y Benzema

“Es muy halagador que me hayan relacionado con el Real Madrid. Tuve un par de opciones en mi carrera de ir allí, pero resistí la tentación por la relación que tengo con el club de mi ciudad natal. No sé si algún día me arrepentiré”, manifestó Gerrard en la rueda de prensa previa a su último enfrentamiento con el Madrid, en octubre de 2014. Aunque sus últimos pasos futbolísticos los dio en Los Angeles Galaxy (tener al Liverpool como rival nunca fue una posibilidad para él), se trata del arquetipo de “One Club Man”, por mucho que a los madridistas nos habría encantado cambiar esa etiqueta.

Su exitosa carrera será recordada. Le faltó una Premier, un Mundial, alguna Copa de Europa más y jugar en el Real Madrid. Las dos últimas iban ligadas. Habría estado en la final de Lisboa, un año antes de su retirada. Y quizá habrían conquistado él y el Madrid alguna más de haber recalado en aquel equipo de Mou, que tan cerca se quedó. Pero no se dio. Dice un proverbio eslavo que cada piedra pesa en su sitio. De haber fichado por el Madrid, de haber exigido ese transfer request al Liverpool, poniendo a su club entre la espada y la pared, no habría sido Steven Gerrard. Habría sido otra persona menos admirable, y por tanto menos digna de jugar en el Madrid. Y esa es la paradoja.

 

Fotografías: Imago

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Capítulo 9: Clemente, el que nunca llegó

Capítulo 10: Maradona, el que nunca llegó

Capítulo 11: Pau Gasol, el que nunca llegó

Capítulo 12: Julen Guerrero, el que nunca llegó

Capítulo 14: Diego Tristán, el que nunca llegó

Capítulo 15: Messi, el que nunca llegó

 

Julen Guerrero fue jugador de zancada potente, disparo preciso y melena perfecta. Era capaz de decidir los partidos con una carrera sobria o con una falta en la escuadra. Sus cualidades abarcaban la sabiduría para conducir el contragolpe, la habilidad para combinar y asociarse entre líneas, la astucia para ganar la espalda de la defensa, y el oportunismo para rematar de cabeza. Su golpeo de media distancia era seco; su efectividad desde la frontal, alta. Tenía la lucidez y la sangre fría de los grandes en el área, y encaraba la portería como una flecha. La semblanza, no obstante, no estaría completa sin decir que las adolescentes sentían verdadera adoración por él. Forró las carpetas de la muchachada femenina antes de que los Beckham y Ljungberg se convirtieran en guapos mundiales, y que nadie supiera lo que era la metrosexualidad.

Sonó varias veces para el Real Madrid. Mendoza dijo que si el Madrid lo fichaba no podría volver nunca a Bilbao; Valdano puso su empeño y su verbo florido para traerlo. Pudo tener el mundo a sus pies, pero el compromiso con el club de su vida le privó de empresas mayores, y le acabó estancando la trayectoria. Eligió ser el león de una sabana pequeña en vez de uno de los dragones de un reino enorme. El universo se abría ante él y decidió serle fiel al club de su infancia. El Athletic le extendió un contrato cuasi vitalicio. Le firmó un plan de pensiones en vez de favorecer su pasión y su hambre, en vez de azuzar y recompensar su rendimiento. A la larga fue causa de envidias e incomprensión, de rencillas y celos en el seno del vestuario y en la propia entidad vizcaína. Los años que se prometían luminosos se oscurecieron. Un futbolista mayor quedó relegado a un jugador menor. Quién sabe si hubo algo de complacencia y resignación por su parte; quién sabe si a Julen le faltó de nuevo osadía, esta vez para dejar atrás todo aquel aire enrarecido. Llegó a Lezama con ocho años y se retiró con treinta y dos. Fue estrella precoz, veterano prematuro, y jubilado antes de tiempo. Permanece la sensación de que su carrera fue muy inferior a sus condiciones.

Es difícil saber lo que habría sido en el Real Madrid ni adónde habría llegado en compañía de los mejores, obligado a superarse día tras día. No podemos decir si en la capital habría sido presa de la melancolía. Quizá habría extrañado saberse diferente, concentrar todas las miradas y compendiar todas las ilusiones y esperanzas, pero jamás habría conocido la complacencia. Su mayor éxito con el Bilbao fue un subcampeonato de Liga, lo que en el Real Madrid no deja de ser un año malo. Fue en la temporada 97/98, la de la ansiada Séptima Copa de Europa. Ese habría sido su reto y su salto. Incluso aunque no hubiera triunfado en el Madrid, habría estado mucho más próximo a su techo, habría conseguido el reconocimiento internacional, y habría podido regresar a San Mamés siendo un jugador mejorado.

Sus últimos años tuvieron algo de Bartleby del fútbol: estaba allí sin que nadie supiera muy bien por qué ni para qué, como un tesoro familiar que nadie quería lucir e iba perdiendo día tras día su valor en una caja fuerte polvorienta, mientras unos y otros se peleaban por la herencia. Acabó tan harto de todo aquello que cambió el cielo plomizo de Bilbao por los cielos luminosos de Málaga, y la ría por el mar infinito.

El transcurso del tiempo y la paternidad muchas veces tienen la virtud de ampliar las miras. La experiencia se sedimenta; la reflexión sobre el pasado y el porvenir se abre paso. Quizá rumiara la incógnita de saber qué alturas habría alcanzado mirando la majestuosidad del mar en el horizonte. Puede que sintiera algún vacío o percibiera algún capítulo inconcluso mirando la lontananza; puede que le asaltara alguno de esos pensamientos que no se confiesan más que a los íntimos. La cuestión es que su hijo hoy forma parte de la cantera madridista; como si le quisiera regalar la bicicleta de cross que nunca tuvo, le quisiera enseñar a tocar el piano como siempre soñó, o quisiera cumplir la vida imaginaria que nunca vivió.

Por suerte para el madridismo, Julen Jon es prácticamente un calco de Julen. El hijo ha heredado las condiciones del padre o el padre ha fomentado o imbuido en el hijo las mismas cualidades que la familia atesora como un secreto: manejo de ambas piernas –aunque Julen Jon es zurdo-, elegancia en la carrera, llegada desde segunda línea, olfato de gol, buen golpeo, capacidad de asociación, y esa lectura del juego que permite rebañar muchos goles. Esperemos que el hijo nos dé las alegrías que no nos dio el padre. Es muy difícil triunfar en el Real Madrid, pero Julen ya está en casa.

 

Fotografías: Imago

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Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Capítulo 9: Clemente, el que nunca llegó

Capítulo 10: Maradona, el que nunca llegó

Capítulo 11: Pau Gasol, el que nunca llegó

Capítulo 13: Steven Gerrard, el que nunca llegó

Capítulo 14: Diego Tristán, el que nunca llegó

Capítulo 15: Messi, el que nunca llegó

 

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

Maradona milita en una estirpe de salvajes donde están poetas y músicos, y otras criaturas no adictas al Solán de Cabras, precisamente. Son gentes que arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras.

Diego Armando Maradona fue un guitarrista del balón, un Rolling de la cancha, un yonki del albedrío que llegó a dar positivo en el control antidoping que mejor no le hacían. Tuvo, como futbolista, el don de la ebriedad, que es como decir la alegría del genio. Ahí está el inolvidable “gol del siglo”, acaso nunca superado, que le preparó a la selección de Inglaterra, en el 86, tras volver locos de remate de regate a cinco rivales sucesivos, Glenn Hoddle, Peter Reid, Kenny Sansom, Terry Butcher y Terry Fenwick, más el portero, Shilton. Hubo más goles insólitos, y más jugadas apabullantes, en ese Mundial, y en otros momentos. Hay muchos en la hemeroteca de gloria de Maradona. Aquel gol del 86, que es un gol insuperable, arranca en una ruleta súbita del propio Maradona, en campo propio, pero jugando siempre a impulsos vertiginosos de la zurda. He vuelto a verlo, y tiene una arborescencia que es nitidez que es talento purísimo. Es un birlibirloque del peligro. Hubiera driblado Maradona al equipo entero. La jugada es un mapa de show. Cada regate es un monumento. El gol es una orgía. Maradona es el diablo al que no puede atrapar la mitad del equipo rival. A mí aquella jugada me pilla con poco más de veinte años, y ya venía reverenciando yo a Maradona, a pesar de que me dio mucho disgusto en las tertulias improvisadas de los lunes, a propósito de las jornadas de Liga, porque Maradona era mucho Maradona, y era del Barca. Naturalmente, uno quería a Maradona en el Madrid, y ya veía yo a aquel loco de las maravillas vistiendo de blanco, con la melena desmelenada de los rebeldes, y la jugada de relámpago que resuelve un partido, en un repente insomne. Tenía hechizada a la pelota. Maradona jugaba como si estuviera inventando el fútbol, y eso lo habíamos visto pocas veces. Lo hemos visto después muy pocas veces.

Ramón Mendoza Maradona

Me avala Jesús Bengoechea que Ramón Mendoza movió hilos para traerse a Maradona al Bernabéu, pero aquello no salió, y ya lo siento. Era el futbolista, ha sido el futbolista. Ahora pienso en Maradona, vestido de blanco, y se me avivan los recuerdos fastuosos de un futuro que nunca tuvimos. Maradona es un tipo que siempre la liaba, ahí donde iba, tirando de un regate de zurda imaginación, que es siempre una imaginación mayor, o bien usando un gansterismo sonámbulo que no necesariamente fue pose. Yo hablo del Maradona mejor, el del Mundial del 86, y el de algunos años posteriores, incluso, en el Nápoles, hasta que empezó a decaer, entre la peripecia de famoso y la noche buscada a cualquier hora. En un restaurante de Madrid, hace no tantos años, yo le oí decir que no le gustaban los futbolistas que se quieren modelos, pero admiraba a Cristiano Ronaldo. En el fútbol fue un genio único, y luego abrazó la ebriedad diversa para soportar el paso del tiempo. Marguerite Yourcenar confesó que debía insólitos riesgos a la ebriedad, que es como decir insólitos gozos. Pero al final, ella se curó de la ebriedad. Maradona no, en rigor. Lo malo del alcohol, o de la droga, es que toca dejarlo. Maradona milita en una estirpe de salvajes donde están poetas y músicos, y otras criaturas no adictas al Solán de Cabras, precisamente. Son gentes que arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras. Fue Maradona un pirado de temperamento, un faraón del exceso, un tipo bajito que se movió como un gigante, entre la diablura y el talento, entre el devoto de sí mismo y un dios de recreo. Qué gol aquel que metió a Inglaterra, coño, si además lo hubiera metido con el 10 del Madrid de mi vida.

 

Fotografías: Imago.

 

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Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Capítulo 9: Clemente, el que nunca llegó

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

 

A mí el que me gustaba era Javier Clemente, qué le vamos a hacer. Alguna vez lo he dicho aquí y me han llovido abrazos, pero yo sigo pensando que en Javier Clemente hubo una suerte de José Mourinho de menor cuantía cuando José Mourinho aún no se había inventado. Clemente era el entrenador que habría necesitado ese Madrid de entreguerras que se hizo agnóstico de sí mismo en una triste noche de París en la que un tal Kennedy nos robó la historia, el orgullo y la fe.  Fue en el Parque de los Príncipes, sí, pero —ay— de los príncipes destronados. Aquel Real Madrid quedó en estado de shock postraumático, y lo que precisaba era una sacudida, un tratamiento de choque que lo sacara de esa flacidez mental que tuvo al equipo enervado hasta lo de Mijatovic, porque ni siquiera la Quinta del Buitre pudo sobreponerse a la falta de confianza que aquejaba fatalmente al Real Madrid en la hora suprema. Hubo muchas Ligas y hubo remontadas épicas en la Copa de la UEFA, pero faltaba la gloria europea. Así, esos títulos eran como gestas del destierro que no alcanzaban a ocultar la amarga sensación de haber perdido la condición de pueblo elegido. Aquel Real Madrid quería creer, pero no creía. O al menos no creía lo suficiente: tenía agarrada en lo más profundo del subconsciente la carcoma silente pero implacable de la duda.

En Javier Clemente hubo una suerte de Mourinho de menor cuantía cuando Mourinho aún no se había inventado. Clemente era el entrenador que habría necesitado ese Madrid de entreguerras que se hizo agnóstico de sí mismo en una triste noche de París en la que un tal Kennedy nos robó la historia, el orgullo y la fe

Sí, me habría gustado ver a Clemente en el banquillo del Real Madrid. A Clemente le adornaban  muchas virtudes, y no era la menor de ellas tener el pelo pajizo y peinarse a raya. Un pelirrojo peinado a raya es toda una declaración de intenciones, un aquí estoy yo prorrumpido a pleno pulmón. Desde que el mundo es mundo, los pelirrojos han tenido el pelo ensortijado y, si no, ahí tienen a Butragueño, con su aire de sonrosado querubín recién salido de un cuadro de Murillo y con las hebras de azafrán caracoleándole el entechado, como Dios y las buenas costumbres mandan. Esa línea recta de Clemente separaba las aguas del encrespado mar rojo de su azotea con improbable perfección, y por ello traía consigo el anuncio del moisés zanahorio que habría de llevarnos de vuelta a la Tierra Prometida. Por desgracia, nadie en el Real Madrid supo verlo.

Clemente Mourinho

Pero no era sólo esa raya en el agua. Javier Clemente siempre tuvo la mala leche de los bajitos, esa malicia reconcentrada que inspira el respeto de los enemigos y permite la supervivencia en los juegos del hambre de la alta competición. El problema de los altos en el fútbol es que a menudo son lo que el propio Clemente denominaría como mingafrías, no sé si porque la ventaja de su físico les atrofia el nervio por falta de uso, o porque el riego sanguíneo pierde temperatura al subir a las alturas. Los bajitos, sin embargo, han de luchar en un mundo hostil desde sus primeros días, han de suplir con listeza, habilidad e inteligencia lo que la naturaleza les ha negado en estatura, y sobre todo han de tener la sangre arrimada constantemente al fuego vivo de la tensión competitiva. Clemente podía dar puntadas sin hilo, que es el pecado de los deslenguados, pero lo que jamás hizo fue dar puntada sin punta. Tenía un colmillo retorcido y afilado que jamás rehuía una polémica si creía que con ello ayudaba a su equipo. De nuevo, un José Mourinho avant la lettre. Habría sido digno de ver aquel Real Madrid melancólico convulsionado por el efecto simpático del entrenador de Baracaldo, por la descarga eléctrica que su sola presencia habría administrado al equipo. Yo soñaba con ver a Clemente liándose un cigarrillo con las murrias europeas a que entonces se abandonaba el equipo, con oírle soltar un par de frescas con acento vasco que produjeran el efecto mirífico de esas planchas sin vapor que resucitan muertos de un respingo en las series de médicos.

Yo soñaba con ver a Clemente liándose un cigarrillo con las murrias europeas a que entonces se abandonaba el equipo, con oírle soltar un par de frescas con acento vasco que produjeran el efecto mirífico de esas planchas sin vapor que resucitan muertos de un respingo en las series de médicos

Llegamos así al madridismo más esencial de Clemente: siempre fue fiel a sus ideas y a sí mismo. Siempre buscó el triunfo y el éxito pero jamás se permitió la menor traición a sus convicciones con tal de hacerse perdonar su existencia, de recibir unas palmaditas condescendientes en la espalda por parte de sus enemigos, los cuales nunca le faltaron como nunca le faltan a quien se sale del guión establecido de la corrección política. A mí aún me emociona su clarividencia a la hora de entender el fútbol, de vertebrar un ideario futbolístico tan sencillo como efectivo que él mismo resumió brillantemente en el glorioso concepto del patapún p'arriba. El patapún p'arriba, y abandono las cursivas en señal de respeto, provocó la mayor sobreabundancia de performances en la prensa patria que jamás se había visto hasta la primera rueda de prensa de Mourinho. Quien no se rasgaba las vestiduras con histrionismo irrumpía en los platós de televisión, empuñando un crucifijo en una mano, una antorcha en la otra y exigiendo con rostro desencajado la muerte del hereje.

Clemente y Hierro

El patapún p'arriba fue la provocadora e insuperable manera que encontró Clemente para despreciar a tanto soplagaitas como ya entonces abundaba en los medios de comunicación y hoy son plaga en las redes sociales. Fue su forma de reírse en las barbas de tanto analista internacional calvo, de tanto erudito a la violeta que pretende convertir el fútbol en una ciencia y diseccionarlo con el torpe bisturí de sus escasas entendederas, sin darse cuenta de que sólo se puede diseccionar lo que previamente ha muerto. Al sepultar el fútbol bajo una montaña infinita de sesudos estudios tan huecos como rimbombantes, que ofenden simultáneamente al lenguaje y a la inteligencia, estos cantamañanas asfixian el fútbol, lo despojan de su magia, ignoran su esencia inaprehensible, olvidan ese elemento indefinible que nos devuelve las emociones puras e intensas de la infancia. Nos aburren con sus análisis tácticos, y al hacerlo reducen el fútbol a números, que son los escombros de la poesía.

El patapún p'arriba nos devuelve desde su propia enunciación al fútbol de la infancia, a los chavales correteando en torno a un balón en un patio de colegio, al mero placer del fútbol por el fútbol

Frente a ello, tengo para mí, levantó Clemente el patapún p'arriba. El patapún p'arriba nos devuelve desde su propia enunciación al fútbol de la infancia, a los chavales correteando en torno a un balón en un patio de colegio, al mero placer del fútbol por el fútbol. El patapún p'arriba es el desprecio jocundo e insolente de la absurda dicotomía entre buen y mal fútbol, entre el fútbol bonito y el fútbol defensivo. El patapún p'arriba es una genialidad que enseña a quien quiera escuchar que en el fútbol, como en la guerra —¿y qué es el fútbol sino la sublimación de la guerra? —, la única belleza está en la victoria porque lo único importante es la victoria. Nada importa, al recordar las trece Copas de Europa del Real Madrid, si el Real Madrid las consiguió desplegando un juego u otro, como nada importa, al recordar la figura de Alejandro Magno, la mayor o menor belleza con la que desplegaba sus tropas en el campo de batalla. Lo que importa, en ambos casos, es que nadie ha ganado ni gana tanto como el Real Madrid, como nadie ganó tanto como Alejandro Magno.

El patapún p'arriba es una genialidad que enseña a quien quiera escuchar que en el fútbol, como en la guerra —¿y qué es el fútbol sino la sublimación de la guerra? —, la única belleza está en la victoria porque lo único importante es la victoria

Todo eso lo vio como nadie Clemente, un hombre de excesos en este mundo de miramelindos y cagapoquitos en el que cada vez menos individuos se atreven a desmarcarse de los dictados de la corrección política. Clemente no sólo fue un gran entrenador: fue también ese personaje randiano que nunca reconoció más dios ni más dictado que el de su propia conciencia, y que decidió seguir su propio camino. Por eso yo lo quise como entrenador del Real Madrid, y por eso hoy saludo su memoria. Sí, había mucha belleza y mucho madridismo en el patapún p'arriba.

 

Fotografías: Imago.

 

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Capítulo 8: Pelé, el que nunca llegó

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

 

Edson Arantes do Nascimento, Pelé, nunca jugó en el Real Madrid pero pudo hacerlo si los diferentes intentos de Bernabéu hubieran fructificado como él deseó fervientemente. Por edad, no hubiera visto a Pelé vestir la camiseta blanca, pero me hubiera encantado leer, investigar y descubrir todo sobre su pasado madridista décadas después. Y también ver imágenes y vídeos suyos. Porque si hubiera militado en el club blanco tendríamos a nuestro alcance mucho más material de partidos completos, sobre todo en los 60 de lo que existe hoy en día.

¿Se imaginan a Pelé jugando cada semana con Di Stéfano, Gento y Puskas? Pues no estuvo tan lejos de realizarse como parece. Recapitulemos.

Puskas Pelé

Pelé es un joven nacido en el estado de Minas Gerais que con 15 años debutó en el Santos y con 17 ya estaba en la selección brasileña para disputar el Mundial de Suecia 1958. Allí a los escandinavos ya les sorprendió su insultante juventud en un equipo donde formaban estrellas como Garrincha, Didí, Nilton Santos o Vavá. Y gracias también a Pelé los brasileños consiguieron su primer Mundial y el joven delantero cumplió la promesa que un día le hizo a su padre cuando derramaba lágrimas y más lágrimas tras escuchar por la radio el ‘Maracanazo’ de 1950.

¿Se imaginan a Pelé jugando cada semana con Di Stéfano, Gento y Puskas? Pues no estuvo tan lejos de realizarse como parece

Santiago Bernabéu era el presidente más conocido el fútbol mundial y en el verano de 1958 acudió a Suecia para presenciar el Campeonato del Mundo. De primera mano vio al imberbe Pelé y lo apuntó de inmediato en su lista de futuros fichajes. En total fueron tres años tras él, con innumerables noticias y rumores sobre el interés o posibles ofertas por la perla sudamericana. En los periódicos brasileños corrió mucha tinta sobre Pelé y el Real Madrid y en la prensa española también se hicieron eco de todo lo que llegaba de la otra parte del Atlántico.

Las primeras noticias surgen en la primavera de 1959. Pelé iba a venir con su Santos a disputar el homenaje a Miguel Muñoz a mediados de junio y la expectación creció como la espuma. En la prensa de Brasil se pudo leer el “Real aprieta el cerco de Pelé” en el ‘Diario Carioca’ o “Pelé en la mira del Real Madrid” en ‘Revista do Esporte’, indicando además que el astro vestiría de blanco en 1960. La cantidad que pedía el Santos por su fichaje era escandalosa: 640.000 dólares (unos 40 millones de pesetas). También ‘Jornal do Dia’ habló del tema y tituló “Pelé, el sustituto de Di Stéfano”. Aunque en el artículo salían unas declaraciones de Bernabéu donde explicaba que “Di Stéfano es un jugador de clase excepcional que aún tiene mucha cuerda”. E insistía con ‘O Rei’ declarando que “cuando Pelé abandone Brasil será para jugar en el club blanco”.

Pelé sustituto Di Stéfano

Un año después, en 1960, ‘Revista do Esporte’ seguía con el tema y en un largo reportaje firmado por el periodista español Ramón Melcón se podía leer que “El mayor sueño de Santiago Bernabéu es Pelé”. En el interior de la noticia se afirma que el presidente blanco “trabaja en la incorporación y regalar así a Pelé a la afición del Real. Una promesa que se haría. Y don Santiago suele cumplir lo que promete”. Por su parte, el ‘Diario da Noite’ hablaba de que oferta merengue a Santos que llegaría a los 100.000 dólares (algo más de 6 millones de pesetas), lo que convertiría a Pelé en el traspaso más caro de la historia de la entidad madridista. Sin embargo, desde el periódico ‘Imperio’, en España se comentaba que en Brasil se daba por seguro una respuesta negativa.

Pelé revistas 1959-1960

El último ataque para culminar el fichaje de ‘O Rei’ fue en 1961. Otros equipos europeos como el Inter también andaban a la caza del astro y la prensa contaba de una pelea entre madrileños y milaneses para llevarse al brasileño. En la revista deportiva ‘Lean’ entrevistaron a Pelé en una escala de un vuelo en Río de Janeiro. Le preguntaron por una supuesta oferta de los italianos por 880.000 dólares que dijo desconocer y a la cuestión de si le ofrecieran la misma cantidad el Inter y el Madrid por cuál se decidiría contestó que “de llegar el momento lo pensaría”.

En 1962, las opciones de ver a Pelé por Chamartín se acabaron por dos motivos: uno, el grave problema económico que tenía el Real Madrid en ese momento y dos, por el cierre de fronteras para jugadores extranjeros en la Liga española que se extendería hasta 1973

En 1962, las opciones de ver a Pelé por Chamartín se acabaron por dos motivos: uno, el grave problema económico que tenía el Real Madrid en ese momento y dos, por el cierre de fronteras para jugadores extranjeros en la Liga española que se extendería hasta 1973. Así lo recogió ‘Revista do Esporte’ que en una de sus ediciones del mes de enero tituló el “Real desiste de Pelé” y se extendía sobre una más que probable renovación de Pelé por el Santos donde cobraría un millón de cruzeiros al mes. El mandatario blanco lo explicó en la prensa española: “No tiene sentido soñar con Pelé, porque el Santos no lo venderá a ninguna parte del mundo. Eso solo sucedería si el club brasileño tuviera otro jugador igual que Pelé, lo cual es casi imposible, un jugador como Pelé costará mucho que vuelva a aparecer”.

Real Madrid desiste de pelé

En década posteriores en distintas entrevistas Pelé siempre ha confirmado las opciones que tuvo de jugar en el fútbol europeo y de hacerlo concretamente en la entidad merengue. En 2016, durante la presentación en el festival de cine de Tribeca de una película de su vida aseveró que estuvo “casi a punto de firmar por el Real Madrid”, aunque nunca se “arrepintió” de haberse quedado en el Santos.

En 2016, durante la presentación en el festival de cine de Tribeca de una película de su vida, Pelé aseveró que estuvo “casi a punto de firmar por el Real Madrid”

En el terreno de la ciencia ficción qué hubiera ocurrido si Pelé firma por el Real Madrid. Lo primero que hay que pensar es que su fichaje se habría producido tras la marcha de Kopa que se fue en el verano de 1959. En ese caso, las cantidades millonarias del traspaso y el contrato del brasileño descartarían los fichajes que se llevaron a cabo de dos compatriotas como Canario o Didí o también probablemente el posterior en 1960 de Luis del Sol. En la prensa carioca no se excluía la opción de que Didí llegara primero y Pelé más tarde, pero el ecosistema del equipo y del vestuario seguramente se habría visto afectado. Lo que sí es seguro es que la delantera formada por Gento, Puskas, Pelé y Di Stéfano habría sido la más formidable y fascinante que uno pueda concebir. Faltaría un jugador para la banda derecha que podría haber ocupado en la época Chus Herrera y luego Tejada o Amancio para dar todavía más gol o desborde al ataque. El aporte de Pelé en ese conjunto blanco roza lo inimaginable. Y es que ‘O Rei’ era un futbolista que a finales de los 50 y principios de los 60 hacía todo a una velocidad superior. Talento, fantasía, velocidad, dribbling, asociación y gol, mucho gol. Rodeado de otras estrellas como Di Stéfano o Puskas se hubiese mostrado imparable. Y eso nos lleva a pensar que ni Mr. Ellis o Mr. Leafe les habrían detenido en 1961, ni el Benfica de Eusebio en 1962 o ni el AC Milan de Nereo Rocco en 1963. El Inter de Helenio Herrera tanto en 1964 como en 1965 hubiera sido un durísimo escollo en un enfrentamiento repleto de futbolistas extraordinarios pero con Di Stéfano y Puskas ya con 37 y 36 años respectivamente en las filas blancas. De este modo no resulta una utopía creer que el Real Madrid pudo conseguir ocho Copas de Europa consecutivas o diez de once dado que en 1966 Pelé se hubiera juntado con los campeones ye-yé en otro plantel magnífico.

Pelé Di Stéfano

Fotografías: Imago.

 

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

Capítulo 7: Patrick Vieira, el que nunca llegó

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

Patrick Vieira, salmón curado

Hubo un tiempo en el que el Madrid no suspiraba por nibelungo nórdico ni por tortuga ninja alguna. El de 2004 fue un verano convulso que comenzó con un efímero reinado en los banquillos, el de José Antonio Camacho El Breve —al que no le dio tiempo ni de exudar el sobaco— y finalizó entre extravagantes y amazónicos cuadrados mágicos.

En aquellos días de chiringuitos, toallas y sombrillas sin mascarilla, el veraneante cañí medio desayunaba en la arena con un titán de ébano presidiendo todas las portadas de la prensa deportiva de la meseta. Florentino, que entonces firmaba contratos millonarios en servilletas, ya había completado su póker: Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham; pero el equipo, sin el mostacho de Vicente del Bosque ni la melena de Iván Campo ondeando al viento, no carburaba.

La obsesión por encontrar al nuevo Makelele nos condujo a Highbury, el viejo estadio de un Arsenal que infundía entonces el mayor de los respetos, en busca de las botas de Patrick Vieira

El Madrid no se había repuesto aún de la extraña guillotina a Vicente Del Bosque ni de la valdanagórica apuesta por Carlos Queiroz El Ilustrado; pero sobre todo no se había sobrepuesto a la marcha del Claude Makelele El Destructor del mediocampo, ni tampoco de la de su fiel pero cochambroso escudero, Conceiçao, Conciençao para el pipero medio del Bernabéu.

Lo cierto es que el bueno de Flavio —que costó 27 kilos arrebatárselo al SuperDepor— no mereció apelativo más cariñoso.

La obsesión por encontrar al nuevo Makelele nos condujo a Highbury, el viejo estadio de un Arsenal que infundía entonces el mayor de los respetos, en busca de las botas de Patrick Vieira, el stopper box-box cuya fuerza, músculo y potencia permitía el mayor fulgor del mago Zidane en la Francia Campeona del Mundo.

Se dio por hecho. Periódicos, radios y televisiones cacarearon su fichaje por tierra mar y aire.

A falta de la casaca blanca, incluso le vimos en tetas.

Marca Vieira Real Madrid

Todo estaba dispuesto para una nueva presentación estelar de quien usted y yo sabemos, amigo galernauta, como no, había nacido para jugar en el Real Madrid. Tan meloso se puso el asunto con Vieira, que nos llegó a recordar a otro amor loco de verano, el de Karembeu, el nuevo caledonio. Con Christian nos casamos, pero Patrick nos plantó en el altar como Houdini. Según Marca incluso después de darnos el Sí quiero.

Marca Vieira Real Madrid sí quiero

Tan resuelto estaba todo que el fornido centrocampista francés jamás jugo en Madrid, y el Real, en unos de esos giros dignos de un PC Fútbol con anisete a las tantas de la madrugada, pasó de apostar por Patrick a obsesionarse por Michael Owen. ¿A dónde vas? Manzanas traigo. ¿A qué precio? Coloraditas.

A partir de ahí, una aciaga temporada de sudokus de Vanderlei y un catastrófico efecto dominó que culminó en uno de los más descacharrantes fichajes de invierno del primer Florentinato: Gravesen.

Se fue Makelele, quisimos a Vieira y acabamos rodilla al suelo y Gravesinha mediante.

Se fue Makelele, quisimos a Vieira y acabamos rodilla al suelo y Gravesinha mediante

En el ocaso de la galaxia, en aquel vestuario disoluto de entonces, hubiéramos necesitado un hombre como Patrick del que otro insigne y pintoresco fichaje blanco, Nicolas Anelka, relató una memorable historia. Su carrera en el Arsenal iba viento en popa hasta el día que se cruzó con Vieira en el vestuario después de malograr una gran ocasión cegado por el sol.

“En las duchas se volvió contra mí y yo le respondí, sabiendo que no debería haberlo hecho, pero le llamé ‘jodido larguirucho patoso’. Al principio solo me miró con sus ojos huecos. Entonces… ¡ZAS! Cuando estaba sentado me dio una bofetada en la cara con su pene. Era como ser golpeado por un salmón curado húmedo. ¡Nadie podía creer lo que estaba viendo!”, rememoró el bueno de Nicolás en su autobiografía publicada en 2009.

Una vez retirado, Vieira afirmó que lo único de lo que se arrepentía en su carrera era de no haber fichado por el Real Madrid. "La falta de reconocimiento hacia Makelele me asustaba”, explicó. Sin embargo, considerando la revelación de Anelka sobre los efectos del salmón curado como crema facial, y teniendo en cuenta que cada vez que Claude se marchaba a vestuarios sus compañeros afirmaban que “se iba a duchar con su hermano pequeño”, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Patrick Vieira hubiera triunfado en el Madrid.

Cuestión de talla. Que se lo digan a Anelka.

 

Fotografías: Imago.

 

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Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó

 

Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.

 

Francesco Totti, el octavo rey de Roma

Según la leyenda Roma tuvo siete reyes: Rómulo, el fundador, asesino de su propio hermano, como Caín; Numa Pompilio, que ahora ha abierto un restaurante de moda en Madrid, a donde va a comer Monedero después de las manifas; Tulio Hostilio, Anco Marcio, Lucio Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio, a quien llamaron el Soberbio. Luego, varios milenios después, vino Totti, que fue rey de Roma por aclamación popular. A Totti lo intentó fichar Florentino sin éxito, pues si existe algo en esta vida con lo que el Madrid todavía no puede competir, es Roma, la caput mundi. Totti es el jugador que más me hubiera gustado ver de blanco, porque Totti es Roma, la encarnación de una ciudad-mundo sobre la que gobierna Dios a través de la luz y de la belleza. Totti en el Madrid habría sido un segundo Cisma de Occidente, robarle como hizo Aviñón, los papas a la capital de Cristo. Sin embargo Dios, que es del Madrid pero también a veces un juez implacable, castigó la desmesura florentinista y en su lugar le impuso la penitencia del año de Queiroz: un Madrid con Figo, Raúl, Roberto Carlos, Zidane, Ronaldo, Beckham y Totti, qué duda cabe, habría relegado la salvaje maravilla del Cinquecento a una anécdota en los libros de Historia del Arte.

Totti rey de Roma

Seguramente Totti no llegó tampoco al Madrid porque la Roma se salvó de la quema del Moggigate. En el naufragio del calcio y a pique del colapso financiero, pudo retener a gran parte de aquel equipazo que ganó un Scudetto y encadenó seis subcampeonatos en la primera década del nuevo siglo. Florentino, al fin, con su primer imperio derrumbándose, se trajo, quizá como epítome de toda la cadena de acontecimientos que desembocaron en su dimisión, a Caravaggio en vez de a Rafael: Antonio Cassano, a quien Totti convirtió en su hermano menor cuando aterrizó desde Bari en la Roma de Capello, vino a Madrid con toda su pillería y la poca vergüenza del Mezzogiorno. Se pasó un año y medio comiendo Nutella y probando a todas las camareras del hotel de concentración. Si la serie Gomorra llega a rodarse diez años antes, Cassano habría sido, sin lugar a dudas, uno de los mejores secundarios del clan de los Savastano, con su talento endemoniado, su cara picada de acné juvenil y su encantadora sonrisa de brigante. Madrid, por desgracia, se quedó sin ver a Totti, aquel príncipe romano que con una imaginación del Renacimiento y un talento sudamericano, discutió él sólo, vestido de rojo garibaldino, la hegemonía de los gigantes del norte. Y el mundo asistió al cataclismo de Los Galácticos preguntándose, como cuando se recuerda la película de Napoleón que quiso rodar Kubrick, qué superproducción fastuosa se perdió para siempre.

Totti Cassano

Totti nunca fichó por el Madrid, ni por ningún otro equipo. Su vida está marcada por la negativa a los dos clubes más grandes de Europa. Como buen romano, salir del nido es una odisea terrible para la que hay que tener mucho valor, pues cuando se tiene de madre a una loba y de padre a Dios, la fábula del hijo pródigo puede terminar siendo un cuento de terror. Totti prefirió no separarse de las mujeres de su vida antes que probar fortuna con las camisetas más gloriosas del fútbol mundial. Una, su madre, rehusó en su nombre los trescientos millones de liras que Berlusconi ponía sobre la mesa para llevárselo al Milan cuando tenía doce años. La otra, claro, su mujer, la madre de sus tres hijos. «Lo pensé, lo pensé mucho, pero la conversación que tuve con mi familia me recordó de qué va la vida: el hogar lo es todo», escribió en 2016 en The Players Tribune. El último fantasista italiano se acabó convirtiendo en una estatua de mármol, «en otro monumento más de Roma», como dice ahora, que está jubilado e intriga, como un tirano griego desterrado de su ciudad en la corte del rey persa, para volver a la Roma «hasta de utillero», que decía Di Stéfano. De casa de sus padres los vecinos robaban asiduamente la alfombrilla de la entrada, por guardar un recuerdo de Il Capitano, un objeto en donde el dios de los ricos y de los pobres, de los patricios y de los plebeyos, hubiera puesto el pie: lo más parecido a la vida de Totti en Roma debió ser la de Maradona en Nápoles.

Totti Maradona

Sabiendo que no pudo visitar el Coliseo hasta después de retirarse, es normal entender por qué un tipo así no abandonaría jamás su lugar de nacimiento. Sobre todo si es Roma, un sitio donde la adoración por la divinidad se ejerce por costumbre desde hace tres mil años y donde la raya entre lo humano y lo sobrenatural siempre es difusa. Totti, que no habla italiano, sino romanesco, el dialecto que forjaron los habitantes de Roma cogiendo algo de todos los que pasaron por allí a lo largo de los siglos, nació hace 45 años junto a San Juan de Letrán. Letrán fue la primera residencia de los papas por más de mil años, es decir, el ombligo del mundo, se entiende. Con seis años su madre lo llevó a una audiencia de Juan Pablo II y sin que nadie supiera muy bien por qué, Karol Woyjtila se paró delante de él, un chiquillo regordete y rubísimo, tudesco, y lo bendijo. Luego su padre lo llevó un día al Olímpico a ver a la Roma y desde entonces su corazón de romano puro le perteneció a un club nacido de una escisión de la Lazio en los arrabales populares de la ciudad. Club que tiene, además, por lema, «che Dio ve furmini». Y Dios fulminó el primer proyecto de Florentino, cual Moisés bajando con las tablas del Sinaí, cuando el presidente quiso traérselo en el mejor momento de su carrera. Totti tenía 28 años y estaba pleno de talento, carisma y fantasía. El Madrid, que es imperio, lo habría incorporado a su panteón como una de esas exóticas deidades orientales que los romanos importaban de los países lejanos que conquistaban con sus legiones, habría sido por tanto un diosecillo menor, y no Júpiter. Lo rechazó porque ya estaba inmerso en su propio choque de gigantes: quería ganar más títulos con la Roma, quería arrebatarle la gloria al Inter de Ronaldo y Cúper, al Milan de Ancelotti y Shevchenko, a la Juve de Nedved, Buffon y Del Piero. Dos años después, llegó al Mundial de Alemania peleado con su entrenador, con la Roma a punto de quebrar y con el peroné lleno de clavos y arandelas, como escribió Enric González. Había pasado su momento.

Totti Campeón del Mundo

En sus Historias del Calcio, González recoge una definición maravillosa de la romanidad, atribuida a Stendhal, famoso por su amor, literario y del otro, por Italia. «Los romanos son católicos descreídos con un sentido innato de la propia impunidad, mentirosos y fascinantes, tenaces en la pereza, orgullosos y carentes de dignidad, amantes de la elegancia, las cuchilladas, el oro y la sangre». Totti fue tan famoso a lo largo de su carrera por sus arranques viscerales como por los regates inverosímiles dentro del área; tanto por sus goles impregnados de una esencia antigua, del misterio genial de lo que no se puede describir, como por tarjetas rojas motivadas por sus súbitos gestos atrabiliarios. Como escupirle a un danés en la Eurocopa de Portugal de 2004, verano en el que Florentino, tras el descalabro, le ofreció «de todo, menos el brazalete de capitán, ni cobrar más que Raúl». Rechazó al Madrid por su mujer pero lo primero que hizo antes de comenzar la nueva temporada fue ir con la camiseta azurra del partido del escupitajo a ofrendársela a la Virgen del Divino Amor de Roma porque la vida de un romano comme il faut es un parpadeo entre tres mujeres: la madre, la esposa y la Virgen. Totti, hombre muy devoto, tanto como puede serlo un hijo de la ciudad que así como invoca al papa-rey, lo desentierra, ultraja y lanza su cadáver al Tíber, quería ser diferente, y en el mundo de lo líquido, la diferencia era quedarse toda la vida en un mismo club. Y se quedó, sacrificando dinero y títulos, aunque convirtiéndolo inevitablemente en su propia satrapía, pues después del papa, en Roma no mandaba nadie más que Totti, y eso lo sabía cualquier entrenador, futbolista o dirigente que se acercase a las instalaciones de Trigoria, donde entrena la Roma.

Totti con su mujer

Totti era un trescuartista puro, un mediapunta, para entendernos, aunque a la Roma la movía como si fuera él mismo un regista, el director, al menos en su primera juventud. No era un genio lánguido, su arrancada era prodigiosa, muscularmente estaba más cerca del Púgil de las Termas que del clásico artista macilento que se agota a los sesenta minutos de partido. La última parte de su carrera, lastrado por las lesiones y por la pérdida de potencia física, se la pasó casi de segunda punta, de falso 9. ¿De qué habría jugado en el Madrid galáctico? Es difícil imaginarlo pues estamos hablando de un equipo que tenía a Guti de pivote y a Beckham de mediocentro organizador. Es decir, de una fantasía tropical que en sí misma era una imposibilidad metafísica, un disparate maravilloso que no podía sostenerse de forma continuada en el tiempo. Seguramente habría jugado más cerca del área, porque su facilidad para marcar goles era prodigiosa: con las dos piernas, con la cabeza, desde dentro del área, desde fuera, regateando, al primer toque, de cualquier manera.

Totti Guti

En el Madrid, seguro, habría explotado el duende, eso tan absolutamente taurino que, junto a un carácter tan pasional, puramente latino, lo habría convertido en un niño bonito del Bernabéu. Totti tuvo siempre salidas y desplantes de torero gitano. Como cuando, siendo todavía un desconocido para el mundo, con el 20 a la espalda, en una Italia capitaneada por Maldini y en la que estaban Toldo, Cannavaro, Nesta, Del Piero, Albertini, entrenada nada menos que por el mito viviente, Dino Zoff, no se le ocurre otra cosa que meter a su equipo en la final de la Eurocopa a lo Panenka. Nun te preoccupá, mo je faccio er cucchiaio, le dijo en romanesco cerrado a Maldini. Er cucchiaio. En el Amsterdam Arena. Lleno de holandeses. A Van der Sar. Totti le hizo er cucchiaio a aquel gigante naranja y aunque luego Italia perdió la Eurocopa contra la Francia de Zidane, en la prórroga, gol de oro, también volvió a meter otro penalti capital, seis años después. En Alemania, contra Australia, en el minuto 95 de unos octavos de final más italianos que los spaguetti a la carbonara, metió el penalti perfecto con el mismo pulso con el que había engañado a Van der Sar. Ese Mundial, sin embargo, sí que acabó ganándolo. Y entonces, como tras ganar el Scudetto de 2001, Totti volvió a meter a un millón de personas en el Circo Máximo. Se entiende que, ante la tentación de sacar a bailar siquiera un día a la ciudad más hermosa del mundo, incluso ganar una Copa de Europa con el Madrid sea una idea que palidece.

Fotografías: Imago.

 

Índice de El que nunca llegó:

Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó

Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó

Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó

Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó

Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó

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