Las mejores firmas madridistas del planeta

El Madrid da el golpe en Bérgamo que nadie (y todo el mundo) esperaba

En el fondo lo sabíamos todos. Bueno, todos, todos, no. Los que siempre sospechan no lo sabían. O puede que sí. Puede que sí lo supieran como lo han sabido siempre. Quizá lo sabían también ¡claro que lo sabían! todos los que sufren (mal) al Madrid cuando empieza a oler a primavera. Un Madrid diezmado. Sin delanteros. Sin nueves, ni sietes, ni cuatros, ni nada de nada. Eso es casi todo para el Madrid. Y lo sabíamos. Porque ese gol de Mendy es el Madrid que siempre llega cuando todos empezamos a dudarlo. Es el alivio por la permanencia de las cosas.

Mendy dispara frente al Atalanta

Es aquel gol de Geremi. O los de Anelka. O aquel otro de Karembeu que enfilaba una Copa de Europa. En la sonrisa de Zidane estaba todo comprendido. Era la alegría del gol en campo contrario en una eliminatoria de Champions, pero era también (mucho más, incluso) la alegría por la aparición del dadaísmo madridista, aquel que se rebela contra las convenciones y contra la lógica. No hay razón que valga. Tan sólo la historia de la poesía incomprensible que es Ferland apareciendo en la frontal para marcar un hermoso gol al filo con la pierna derecha. Así gana el Madrid. Rompiendo el canon. La sonrisa de Zidane era el suspiro por el escándalo que perdura.

No se sabe ni se sabrá nunca de dónde venía Mendy por el centro del campo. Apareció allí, de repente, y todos le vimos preparar el disparo envuelto en un aura de película de Semana Santa

El bello escándalo que es como el bello verano de Pavese que se acerca. Es la ironía que celebra lo irracional, ese campeonismo madridista sin esquemas (ojo, ayer hubo un gran esquema) que se sobrepone al destino. Es el Madrid que se manifiesta de las formas más insospechadas. Como Dios. Porque Dios tocó esa pierna de Ferland y Zidane sonrió. Eso es el Madrid. La iluminación que siempre se espera. No se sabe ni se sabrá nunca de dónde venía Mendy por el centro del campo. Pero venía. Apareció allí, de repente, y todos le vimos preparar el disparo envuelto en un aura de película de Semana Santa. Quo vadis?

Y echó el cuerpo hacia atrás y el tronco casi se quedó en paralelo al suelo. Y esa pierna derecha peinó la pelota y se quedó estirada en el aire, de tal modo que Ferland Mendy (¡qué nombre!) pareció una “t” qué decía: “¡Toma!”. Fue una aparición madridivina que incluso decía: “Tomad y comed”. Es el fútbol sin límites. Mientras otros tratan de crear e imponer valores estéticos el Madrid los echa abajo. Se opone a ellos con toda la fuerza de su naturaleza. No hay dogmas que valgan para el Madrid. Cuyo golpe ni siquiera es capaz de prever él mismo.

Zinedine Zidane.

El Madrid fue ayer en Bérgamo (bonito nombre para firmar obras de arte absurdas y definitivas) como La fuente de Marcel Duchamp. Iconoclastia y destino. La cara de Gollini lo expresaba bien. Ese gesto de deslumbramiento y de nocaut. De comprensión súbita de qué es el Madrid. Gollini trataba de incorporarse tras el escorzo inútil y entonces lo vio con claridad. Todos lo vieron. Lo vimos. Era el Madrid apareciendo de la nada para mostrarse entero, eterno y completo entre las bajas, mientras Zidane sonreía.

 

Fotografías Getty Images.

 

El delirio de las comparaciones culés alcanza un nuevo hito

Ha habido en los últimos días una polémica curiosa a propósito del sextete del Bayern. Los culés se han sentido llamados, quizá movidos por la nostalgia, y han sacado a volar una fantasía sin asomo de discreción, como suele ser habitual. Han recordado su sextete y han empezado a soplar para hacerlo más y más grande. Es como el cuento de los tres cerditos y el lobo. “¡Y soplaré y soplaré y con el sextete las tres Champions seguidas del Real Madrid derribaré!”.

Este cuento y otros del mismo tipo son los que circulan entre los aficionados azulgranas. Cuentos y cómics donde campean héroes como el poderoso Aytekin (recientemente elegido por ellos mismos cómo el héroe de la década) o el fenomenal Ovrebo.

Deniz Aytekin

Decía yo, más allá de los personajes de los cuentos y de los cómics, que ahora dicen (han venido diciendo en estos días), que el sextete es un logro mayor que las tres Copas de Europa seguidas del Real Madrid. Sí, sí, el sextete, con todas esas copillas (con su importancia, pero más bien de atrezo) que van sonando como las latas de un coche de bodas. Es decir, que dicen, valgan (discúlpenme) todas las redundancias, que ganar tres años consecutivos la competición más importante del fútbol es un éxito menor que ganar seis títulos (dos de ellos a un solo partido y uno a dos) en una misma temporada.

Dejando a un lado que esto es así porque el Barcelona no ha ganado ni siquiera dos Copas de Europa seguidas, (de hecho “sólo” ha ganado cinco en ciento veintidós años de historia mientras el Madrid ha ganado cinco, las mismas, en cinco años en un primer período, y luego otras cuatro en un período de cinco años, para un total de trece) y no parece que lo pueda conseguir próximamente, resulta que se han agarrado al sextete como se podían haber agarrado a Rita si hubiera pasado por allí.

Siempre pasa lo mismo. Los culés se frotan las manos, imprudentes, y acaban flotando agarrados a los pedazos del Sextete arrasado por las Copas de Europa

Esto del periodismo deportivo (y más el culé) funciona por ventoleras. A un periodista deportivo culé le da una ventolera y pasan cosas como esta. Cosas fantásticas como oír que el sextete es mejor que tres Copas de Europa consecutivas. Después de oír esto y de asistir brevemente a la generación de este debate ridículo me he imaginado a sus defensores amarrados al sextete como si fuera el mástil de Ulises, gritando a los cielos bajo la tormenta que el sextete es mejor que las tres Copas seguidas del Madrid, mientras entre las nubes es Zidane quien les arroja el agua y les azota con una sonrisa y el viento de sus tres trofeos continentales, uno detrás de otro.

Los veo como a los piratas de Astérix, cuando al inicio de cada aventura estrenan barco nuevo, llamado Sextete, y rezan para no cruzarse con Astérix y Obélix con sus Copas de Europa. Y siempre pasa lo mismo. Los culés se frotan las manos, imprudentes, y acaban flotando en el mar agarrados a los pedazos del Sextete arrasado por las Copas de Europa hasta el próximo título, o titular, que se les ocurra. Porque ya empezaba mal el asunto con ese nombre: el sextete.

Viñeta Astérix

Nada glorioso puede haber en una palabra que termine en "ete". Más bien todo lo contrario. “Ete” es un sufijo gracioso, en todo caso, cariñoso, familiar. Al sextete dan ganas de pellizcarle los mofl-etes, por ejemplo. Como al triplete, que también les gusta. Si un sextete es mayor que tres Copas de Europa seguidas, ¿un triplete vale como (o más que) una Copa de Europa y media? A ver. Y si suman el Gamper y un par de torneos de verano, ¿qué tendrán, el novenete?

Cabe decir que mejor que sextete sería sextuplete, por lo que con el Gamper y los otros llegaríamos al nonaplete. ¿Qué sería el nonaplete, como cuatro Copas de Europa y media? La contabilidad culé es maravillosa. Inexactísima y caprichosa y colorida. No hay ninguna gloria en el "ete". Sextete suena, además, casi a destete. Pobres.

Y si no hay gloria en el "ete",  menos la hay en el "tete", por favor. Yo me imagino el sextete (o sex-tete, que es peor) y veo a seis cachas de gimnasio depilados. Hombre, que hay que ver. Seis cachas de gimnasio depilados, rojos como tomates por el exceso de sol mediterráneo, frente a tres curvilíneas, elegantes y brillantes orejonas. Una detrás de otra.

 

Fotografías Getty Images.

 

El Real Madrid primero en la fase de grupos tras un epílogo inolvidable

Me encanta cuando hablan Zidane y Benzema a solas cuando el partido está a punto de empezar. Es como si hablaran de chicas. No los oigo, pero en mi cabeza suenan sus voces como la del doblaje con acento francés de Valeria Bruni-Tedeschi (la hermana de Carla) en Un buen año, esa peliculita de Ridley Scott para quedarse a vivir en ella. Los veo hablar y me vienen aires provenzales, que son como aires de infancia. Dos chavales que van a jugar un partido en verano en el campo, entre viñedos. Y los dos son del Real Madrid.

Mientras el Madrid jugaba ayer sonaba Charles Trenet. “Boum! (y marcaba Benzema) quand notre coeur fait, boum! (y volvía a marcar Benzema) Tout avec lui dit Boum! (y un palo, y un contraataque…) Et c’est l’amour qui s’eveille…”. Y cuando corría Lucas Vázquez por la banda derecha se escuchaba esa parte tan divertida, iniciática y trotona: “La pendule fait tic tac tic tic, les oiseaux du lac font pic pic pic, glou glou glou font tout les dindons, et la jolie cloche ding ding ding…”.

Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa

“Boum!” nos hizo ayer el Madrid por dentro y por fuera. Inundados de Madrid, de zidanismo y de belleza, que era la de Luka Modric surcando como el guerrero de Apocalypto los verdes campos. El mariscal balcánico jugando en todas partes al mismo tiempo. En el área rival, en la propia, en el medio campo, en las bandas, rematando, defendiendo. Gloria bendita. Distefanismo Modriciano, que parece un nombre de El Gatopardo, la novela, un primo de Giuseppe Tommaso di Lampedusa, porque el gatopardo real es Benzema.

A Kroos the universe

A Kroos the Universe, decía maravillosamente La Galerna en Twitter a propósito del prusiano que nos dirigía contra los prusianos, algo, además de exacto, matemático y perfecto, romántico, como el hijo de Taras Bulba dirigiendo a los polacos por su amada frente a los suyos, los cosacos. Ayer mismo pedía yo (y soñaba con él) un Madrid épico y austero. Ordenado y eficiente. Ahorrador y directo. Pandépico. No podía imaginarme, ni siquiera podía soñar con un Madrid despampanante, refulgente, brillante, sorprendente como una iluminación de Rimbaud tras una temporada en el infierno.

Benzema le dijo al final todo el mundo quién es el Madrid. Era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros.

Es el Madrid que no juega a nada y juega a todo lo que ninguno, nadie absolutamente, sabe. Es el misterio, el duende, el talento oculto, dormido bajo una maraña de letargo y de farfolla. El Madrid que vuelve. El Madrid que golpea. Que nos golpea y nos aplaca. Por supuesto también a las fieras que callan, que se callan obligadas y acariciadas por la suave brisa del Madrid, esa ventolera imparable de los terrenos de juego que aparece de repente como si se abriera el telón y abajo, en la orquesta, sombreado de espaldas, moviera su batuta Zidane.

Decía Karim al final del partido, con una sonrisa infantil y poderosa, sudorosa como la de Walt Whitman, que cuando jugaban así nadie podía pararles. Y quiso ser prudente porque paró un segundo antes de continuar la frase, pero no pudo ni quiso al final contenerse porque era el verano en diciembre y acababan de deslumbrar como bailarines y toreros. Le dijo a todo el mundo quién es el Madrid. Qué él y los demás, esa demostración fulgurante que habíamos visto, eran el Madrid y que allí estaban para jugar como nadie y para ser y hacernos felices con el acento, esta vez sí lo oí, de Valeria Bruni-Tedeschi.

 

Fotografías Getty Images.

 

El Real Madrid se juega su permanencia en la Champions

Siempre que oigo hablar de Borussia me acuerdo de aquella semifinal de 2013 en el Bernabéu. Yo estaba en Cádiz y tenía un compromiso. Me las arreglé para cenar en un sitio con televisión y recuerdo estar ausente, de la cena, por supuesto. El televisor estaba a mi derecha, de modo que tan sólo tenía que mover unos centímetros la cabeza hacia ese lado para ver el partido. Recuerdo la angustia del paso de los minutos, las ocasiones falladas. Higuaín, Özil

Al final, cuando ya había perdido toda la esperanza y trataba de ahogar mi pena en cañas y tortillitas de camarones marcó de pronto Benzema. Y luego marcó Ramos. Faltaba un gol. Sólo un gol. Me levanté de la mesa varias veces, incapaz de contenerme ni de guardar las formas. Pero fue demasiado tarde. Borussia, la forma latinizada de Prusia, me trae a la memoria aquel momento, aunque sea otro Borussia, el Mönchengladbach, el que esta vez viene a Madrid en la Copa de Europa.

Es el fuego de la épica, quizá la única baza competitiva de este Madrid junto al orden táctico, mayormente defensivo

El caso es que vuelven los prusianos en circunstancias muy diferentes, aunque tanto o más urgentes. Lo del Bernabéu fue una comunión madridista sin precedentes, multitudinaria y tremenda. Y a lo de hoy, aparte del Bernabéu y del público, le falta el fuego. Aquel fuego que se veía en la noche de Chamartín. A mí me gustaría recuperarlo. No podemos verlo, pero sí tratar de sentirlo. Es el fuego de la épica, quizá la única baza competitiva de este Madrid junto al orden táctico, mayormente defensivo.

Este Madrid debe encender el fuego y conservarlo. Y soñar con el gol, que nunca antes fue tanto sueño, como la vida de Calderón. Este Madrid necesita ser libre, sentirse libre. Guardar el fuego, cuidarlo y sacarlo a pasear íntimamente por esos campos vacíos. Este Madrid no cuenta con sus elementos, pero al mismo tiempo sí, es extraño. Como si le faltara la argamasa para juntarlos y que funcionen juntos. Es un Madrid pobre. Como sopa, como gachas. Pillado en mitad de un viaje, alejado de su casa y de su destino.

Es un Madrid de Odisea y Zidane es su Ulises, como para privarle a la epopeya de su nombre. Un Madrid mochilero. Uno mete la cuchara y luego deja caer el contenido de nuevo en el plato y ve derramarse el líquido y entre medias va cayendo un Benzema y un Ramos y un Vinícius como trozos, como fideos insuficientes. Pero es comida y está caliente y de las sopas y del hambre y de la necesidad han surgido siempre grandes hombres y grandes triunfos.

Vuelven los prusianos y es el único momento para comenzar a ejecutar la austeridad eficiente que les permita seguir viviendo

Es esta una épica de bote, nunca mejor dicho, pero épica, a fin de cuentas. ¿No es de bote todo desde que se juega y se vive en pandemia? ¿No parece todo enlatado, nada fresco? Pues la épica también. Es la pandépica. Hoy hasta el fuego y el eco tienen que ser precocinados. Y este Madrid debe llevarlos consigo. No olvidarse de ellos nunca antes de salir al campo. Tocarse los bolsillos: llaves, cartera, tabaco, fuego y eco. Y a luchar. Y a hacer cuentas.

A aprender a contar porque le falta el dinero. A aprender a no malgastarlo. A no malgastar las fuerzas. A ahorrar. A sacar de aquí y de allá para sobrevivir, para ganar. Sin adornos. Con el destello contenido y la eficiencia del funcionario que solo tiene un traje para ir a trabajar. Hoy vuelven los prusianos y es buen momento, es el único momento, para comenzar a ejecutar la austeridad eficiente que les permita seguir viviendo. No hay otra. Hoy es un día como aquel de 2013 aunque no lo parezca de ningún modo.

 

Fotografías Getty Images.

 

El presidente de la UEFA piensa en repetir formato más allá de la pandemia

Ceferin, el presidente de la UEFA, que tiene nombre de malo soviético de película de la Guerra Fría, dijo el domingo, antes de la final de la Copa de Europa, que este formato de final a 8 improvisado, aunque “forzado” por la pandemia, les ha descubierto algo “nuevo” en lo que “pensarán en el futuro”. Esto lo ha dicho Ceferin, cuya barbita rala, como de tres días, es una de esas barbas que están en el límite entre lo desaseado y lo cool, barba como digo de malo de película, de mafioso de Guy Ritchie; lo ha dicho, digo, ni un mes después de afirmar lo contrario. ¡Ni un mes, ni diez días! Leo en palco23.com que el 14 de agosto Ceferin dejaba claro que una final de tipo rey de la pista en una sede única era algo “imposible”, que no veía “dónde podríamos colocar un torneo en una o dos semanas en mayo, creo que es imposible” y que “el calendario es demasiado denso”.

Aleksander Ceferin.

¿Qué habrá pasado en diez días para que se produzca este cambio? A lo mejor que uno de los finalistas ha sido el PSG, el “equipo global” por excelencia de este nuevo paradigma que ya gobierna el fútbol mundial. Lo mismo podría tratarse del City, del Leipzig o de prácticamente cualquier otro equipo inglés, pero me fijo en el PSG porque además de llegar por fin a una final de la Copa de Europa, cuenta con dos de los futbolistas “estratégicos” (de los, como mucho, cinco que hay ahora mismo) y representa no ya a una capital europea, sino a la ciudad más publicitaria del mundo. París, la Ciudad de la Luz, la ciudad del cine, de la cultura, caput mundi de lo lujoso, lo caro, del glamour, proa de la civilización occidental y todo eso. París, la ciudad que en los albores del juego tuvo al Racing de París, equipo disuelto en las tenebrosidades de la postguerra mundial, y que luego se convirtió en la capital mundial del tenis y hasta del rugby, pero no del fútbol.

Ahora hay gente en todos los rincones del mundo con camisetas del PSG y ahora París es algo más que una pasarela para el fútbol de Serie B

Ahora por fin París, gracias al maná incesante del petróleo arábigo, tiene un club de fútbol capaz de competir con los de capitales históricas de este juego, como Madrid, Barcelona, Lisboa, Roma o Londres. Ahora, por fin, hay gente en todos los rincones del mundo con camisetas del PSG y ahora, por fin, París es, o puede ser, algo más que una pasarela para el fútbol de la Serie B europea. Y que el PSG de los jeques de Qatar haya alcanzado por fin el umbral de la eternidad, seguramente, ha trastornado a la corte de sátrapas persas que dirigen siempre la UEFA y la FIFA: si cada terremoto es también una oportunidad, la catástrofe coronavírica ha podido servir, sin que nos demos cuenta (estas cosas siempre pasan sin que nos demos cuenta) para que nos acostumbremos al hecho consumado del advenimiento del fútbol sin raíces.

Neymar y Mbappé.

Es muy interesante acudir a las palabras de Ceferin porque se apuntan en ellas algunas de las claves de todo este cambio. Ceferin habla de que en estas eliminatorias a partido único, tipo Eurocopa o Mundial, hay más “excitación” porque “no hay mucha táctica: a un partido, si un equipo marca obliga al otro a marcar lo más pronto posible”. El sistema tradicional, vigente, en principio, hasta 2025, será sometido a revisión y en esa revisión, cuando llegue, se discutirá si un hipotético nuevo formato tendrá lugar como este año, en una sola ciudad, “porque así tendríamos una semana de fútbol” al estilo de la Copa de la ACB, por ejemplo, o de la Final-Four de la Euroliga.

Bernabéu y unos cuantos periodistas de L´Equipe tuvieron una idea genial: consagrar la evolución imparable del fútbol como industria de masas

Pero lo más interesante de todo es que el principal obstáculo, en este estado embrionario de la idea, no serían ni los aficionados de los clubes, que se quedarían sin los mejores partidos de las mejores rondas de la mejor competición, ni la propia idiosincrasia de los clubes y del fútbol europeo mismo, quebrada sin remedio por un desarraigo tan abrupto, sino el perjuicio económico a las televisiones, “que tendrían muchos menos partidos que antes”. Y si alguna certeza hay en este mundo es que tratándose de dinero (y la Copa de Europa es un potosí) siempre hay un arreglo posible.

Santiago Bernabéu y el origen de la Copa de Europa.

Resulta curioso pensar en el origen de la Copa de Europa. Bernabéu y unos cuantos periodistas de L´Equipe tuvieron una idea genial: consagrar la evolución imparable del fútbol como industria de masas con la organización de un torneo internacional que superara todo lo que había antes, la Copa de Ferias, la Copa Latina, todos esos nombres del paleolítico del fútbol. Un torneo capaz de “vertebrar” Europa, la Europa del Tratado de Roma, del mercado común, la Europa que vislumbraba la prosperidad de la paz del 45 mecida por el dinero y la democracia americana. Uno se da cuenta de la talla intelectual de un tipo como Bernabéu, capaz de imaginar, en pleno país cerrado con el candado de una dictadura, un país pobre y triste, replegado sobre sí mismo, como el mejor de los prohombres de las mejores sociedades libres de Europa.

No sólo el Madrid: la esencia del Milan, del Bayern, del Liverpool, e incluso del Manchester United y también del Barcelona habita en esta competición maravillosa

Aquellos tipos se imaginaron una copa que uniera las ciudades y los países y, por encima de todo, que pudiera ser vista por mucha gente. Por cada vez más gente. A un precio, naturalmente, acorde a las posibilidades de la naciente (también en España) clase media. El fútbol como vector de igualdad, o igualación, social; el fútbol como elemento democratizador, de apertura, de intercambio, de cosmopolitismo: el fútbol como ventana al mundo de afuera, ventana por la que se coló el Madrid, que europeizó España y españolizó (exportando lo mejor de una sociedad herida, postrada y humilde) Europa con los goles de un argentino nacionalizado español, de un polaco nacionalizado francés, de un húngaro huido del comunismo y de un tío de Cantabria.

Di Stéfano, Gento y Puskás.

De esa Copa de Europa de masas, primero en los estadios, mucho después, naturalmente, globalizada por el fenómeno televisivo, nace la mirada del madridista sobre sí mismo: lo que el Madrid se cuenta que es, a pesar de que ya estaba, en estado embrionario, dentro de él, se proyecta salvajemente con esas noches europeas que constituyen la tela de la capa con la que el emperador se sienta en su trono. De esas noches europeas, antes y ahora, el pueblo madridista participó en la misma medida que los equipos que las vivieron: resulta imposible separar el rugido del Bernabéu, el bramido de los bares, el júbilo de Twitter y el recuerdo de todo ello que acompaña la vida de los aficionados, de los propios acontecimientos, que conforme pasan los días se trasladan a ese paraíso en expansión que es la imaginación de toda la opinión pública.

El Madrid “es” por la Copa de Europa, por la Copa de Europa tal y como fue concebida (en ese sentido, la reforma que le cambió el nombre a Champions League no es más que una puesta a punto, chapa, pintura y contemporaneidad). Pero no sólo el Madrid: la esencia del Milan, del Bayern, del Liverpool, e incluso del Manchester United, por supuesto también del Barcelona, de toda la vieja aristocracia, habita en esta competición maravillosa que ha logrado mantenerse intacta, mejorando a través de los años, incorporando lo mejor del tiempo presente sin perder esa virginidad de la emoción que la hace tan grande y tan universal, enganchando a espectadores de otros continentes con la misma pasión que a los propios europeos, sin deslocalizarse, sin que la UEFA haya necesitado para ello “externalizar” una final llevándosela a Nueva York.

El modelo Ceferin, lo que Ceferin dice que se van a pensar para 2025, no es más que una involución; negar el espíritu de los padres fundadores

El modelo Ceferin, lo que Ceferin dice que se van a pensar para 2025, no es más que la negación de todo esto, la involución; robarle el fútbol a esa “masa”, negar el espíritu de los padres fundadores, que está en la esencia del crecimiento de la economía capitalista del siglo XX, que es el de hacer llegar más cosas a más gente, a un precio más razonable, de un modo más eficaz. El cine y el fútbol son los ejemplos mejores, los más ilustrativos, las dos señas de identidad de un mundo que, con una Copa de Europa, por ejemplo, formalizada para siempre a 8 como la de este año 2020, moriría otro poco, quién sabe si definitivamente.

El fútbol completaría el proceso de museificazión de Europa: un fútbol transformado en producto no para esa clase media ávida de nuevas formas de ocio sino como accesorio de superlujo para una élite transnacional, una élite sin ningún vínculo afectivo real con unos clubes que lentamente derivarán en franquicias tipo NBA, franquicias móviles, franquicias abiertas al patrocinio (“esponsorización”) de multinacionales (Red Bull ya está ahí, por ejemplo, al nivel de los jeques). Los clubes, sacados del centro de las ciudades ya, serían de facto evacuados de la conciencia, del imaginario y de la identidad de sus ciudades, países y hasta masas sociales universales, pues sólo una pequeña minoría de esas “hinchadas” (¡qué palabra más vieja, de otro tiempo!) podría pagarse una entrada para irse a Londres, Berlín o Estambul (y ya nada aseguraría, por supuesto, que una final a 8 no fuera a jugarse en Abu Dhabi, junto al Louvre que han abierto allí).

Estadio en Catar.

Un fútbol por completo ideado no para turistas (el turismo, al cabo, no es más que otra idea obsoleta, pues como la clase media está desapareciendo súbitamente, cada vez viajará menos, gastará menos e irá menos al fútbol) sino para figurantes: divos del cine, influencers, instagramers y gente así que va a una semifinal de la Champions porque es the-place-to-be. Entristece pensar que algo de todo esto, o en realidad, todo, empezó ya con la internacionalización de la marca que arrancó en Inglaterra, con el Manchester, y que copió Florentino, expandiendo el fenómeno con la potencia ilimitada del nombre Real Madrid. Parece el sino de los tiempos. Recuerdo que cuando era niño una camiseta oficial costaba 60 euros. Ahora hay que soltar 150 pero la gente sigue ganando lo mismo.

Una fase final Copa de Europa a 8, como la Superliga europea, destruiría para siempre el significado del fútbol tal y como hombres audaces y apegados a la realidad de los “directos consumidores” lo construyeron desde los años 20. La propia historia del Madrid está llena de hombres así, que jamás imaginaron acabar formando parte de una élite sin identidad que saqueara a capricho y en exclusividad el palacio que con vocación de universalidad y de eternidad, edificaron para que en ellos entrara a vivir cada vez más gente.

 

Fotografías Getty Images.

 

El PSG no consigue el capricho de la Copa de Europa

Sólo le faltaba un partido al fútbol para acabar cediendo al capricho de sus asaltantes. Ay, la vieja Europa. La de Di Stéfano y Gento, Beckenbauer, Charlton o Gullit al borde de la invasión oriental. Una gran mancha negra y viscosa que se extiende oculta bajo el celeste del antaño Manchester pobre o del rojiazul del pujante París de los noventa. Año tras año, ajenos a los usos y costumbres del lugar, ellos aparecen con sus tesoros de Las Mil y una Noches para hacer realidad su sueño de ganar la Copa de Europa. No será este año, cuando más cerca han estado, porque el Bayern de Múnich, señor de abolengo alemán, el bávaro guardián de las esencias copaeuroperas que nos quedaba, lo impidió con la nostalgia de El Mundo de Ayer.

Stefan Zweig.

Había dicho el joven Mbappé horas antes de la final que él estaba allí, en París, para ganar la Copa de Europa con el club de su ciudad. Mbappé cree que el PSG sigue siendo el club de los parisinos, de los pesegistas, y no el juguete de un príncipe lejano. Yo veía ayer el partido y contemplaba, como si fuera un asustado Stefan Zweig, ese París de los veinte y de los sesenta y de los ochenta movido como un juego de mesa por un sultán desde su palacio de oro. Allí había unos alemanes con pantalón corto y medias, armados de alegría y orgullo de ser lo que son para impedir mi visión apocalíptica.

El bien ha vencido al mal en esta cruzada futbolera

Ayer jugó el Bayern de Múnich la final de la Copa de Europa, pero es como si la jugara también el Real Madrid y todos los viejos clubes (cada vez menos) que siguen siendo viejos clubes. Equipos que gestionan su patrimonio y sus recursos dentro de las reglas y los códigos que se dieron hace un siglo. Este PSG no sabe nada de códigos. Tampoco de méritos. No puede haberlos por el simple hecho de abrir el grifo y salir de él dinero sin límite para comprar Neymares, Mbappés y Di Marías que se dejen comprar. Pero no lo han conseguido. El bien ha vencido al mal, incluso permitiendo todos los organismos de competiciones los escandalosos incumplimientos del juego limpio financiero.

Neymar, Mbappé y Di María.

Yo esta mañana estoy un poco por salir a tomarme una cerveza tocado con un sombrero con pluma para brindar por mis aliados, por mis hermanos europeos muniquistas en esta cruzada futbolera. Que los mejores viejos equipos europeos de la historia sigan siendo los mejores equipos europeos del presente es una maravillosa sensación de pertenencia al pasado que no podemos olvidar. Desde lugares remotos, desde culturas distintas, intentan comprar, y compran sin freno, nuestro pasado futbolero como si no hubiera existido. Media Europa futbolística está en manos de advenedizos extranjeros, subrrogados a golpe de fajo en generaciones de aficionados, de padres e hijos vendidos al antojo irrespetuoso de recién llegados.

Bayern de Múnich campeón Champions 2020.

Por eso hoy es un buen día. Hoy hay nuevo viejo campeón de Europa y tenemos que felicitarnos. El Bayern de Múnich es, por detrás del Real Madrid, la joya que ansían imitar (porque no la pueden comprar) todos esos petroleros que en realidad no compran clubes sino recuerdos. Todos nuestros recuerdos.

 

Fotografías Getty Images.

 

La grada vacía en la Champions provocó en los blancos el efecto contrario al de la Liga

Dejé de ver el partido del viernes tras el segundo error de Varane. Me sentí como un ínclito abonado del Bernabéu saliendo cinco minutos antes para no pillar cola en el Metro. Supongo que en este ramalazo hay algo de escepticismo de señor mayor, que es lo que voy siendo inexorablemente. Había algo en ese extraño ambiente vacío de colores pastel que invitaba muy tenuemente a quedarse después del gol de Benzema, pero era como la llama de una velita azotada por el viento. Bastaba un soplido para apagarla y esa ventolera, quién lo iba a decir, le dio a Varane, que se quedó tieso en medio de la noche gris a pesar de los atuendos de princesas.

Por momentos el partido parecía la casa del bosque donde las tres hadas escondían y cuidaban de la Bella Durmiente (antes de que durmiera), la tarde fatal en que decidieron desempolvar sus varitas para hacerle el vestido, y una de ellas lo quería azul y la otra rosa, mientras el color iba cambiando de uno a otro a varitazos. Yo vi, como el cuervo de la bruja, aquel humo extraño que salía de la chimenea de la casa del bosque, del Etihad. Como si allí no estuvieran ni el Madrid ni el City. Ni nadie. Allí no había nadie y lo que en la Liga pareció ser un secreto de la victoria, en Europa parecía ser un secreto de la derrota. Como si ese público copaeuropero produjera en el Madrid el efecto contrario al público liguero.

Al Madrid le faltó el Rattle & Hum

Fue como si Varane se hubiera encontrado solo de repente. Como si le atacase una soledad championera inédita en esa doble (o múltiple) obnubilación. Una pérdida de poderes como la de Sansón sin pelo o como la de Supermán y la kryptonita. El Madrid necesitaba al público de la Copa de Europa y no lo supimos ver. No supieron hasta bien avanzado el partido que les faltaba el Rattle & Hum.  El Madrid sin público en Europa (al contrario que sin público en España) es como The Sundance Kid apuntando: que falla. Butch Cassidy lo miraba asombrado al verle errar el tiro, hasta que Kid se recompuso, enfundó el revólver y acertó al desenfundar, sin apuntar.

El Madrid se sentía tan extraño en ese sitio sin el traqueteo y el zumbido familiar que no pudo recomponerse. Por momentos parecía el Clark Kent sin poderes al que daba una paliza un camionero de Manchester en un bar de carretera. Y yo no lo quise ver, claro. Yo soy ya casi un señor mayor que se debate entre una suerte de escepticismo inevitable y la inevitable (y espantosa) influencia del ilustre abonado del Bernabéu que se marcha antes para no pillar atasco en las escaleras; aunque tampoco estoy preocupado porque siempre espero, y siempre voy a esperar, volver a ver a Sundance desenfundar como él sabe, o volver a ver a Supermán vestido de Clark, dispuesto a devolver, el Madrid siempre vuelve y devuelve, los golpes.

 

Fotografías Getty Images.

 

Parece obligado decir que la tensión está en el Real Madrid, pero esta eliminatoria presenta notables particularidades

El Manchester City llega con una ventaja de 1-2 sobre el Real Madrid y además juega en su estadio. En principio, puede parecer que la presión la sufre el Madrid y que el City afronta el partido con más tranquilidad, pero no es así. Si bien es cierto que el equipo blanco está obligado a ganar todo y la Copa de Europa es al Real Madrid lo que la corriente alterna a Nikola Tesla, la coyuntura de este partido presenta ciertas peculiaridades.

La temporada 18/19, año 1 después de Cristiano y año 8 tras la marcha de Guti, el equipo tuvo que ser ingresado en la UVI, un par de doctores fueron despedidos y volvió el doctor Zidane, pero muchos no veían futuro a la plantilla y pedían la extremaunción. A pesar de ello, la siguiente temporada el paciente mejoró, aun sin recibir muchas medicinas en forma de fichajes, la plantilla desahuciada ganó la Supercopa y llegó al parón COVID-19 un poco por debajo del Barcelona en Liga.

Presentación de Zidane.

El terremoto vital que sufrió el mundo con la pandemia sacó lo mejor del Real Madrid, su comportamiento institucional durante la misma fue ejemplar y el rendimiento del equipo tras la reanudación de la Liga —sí, esa plantilla que no servía para nada meses atrás— fue arrollador; en juego, compromiso, lucha y resultados. De modo que remontó en la tabla y consiguió su trigésimo cuarto campeonato de Liga.

El City, por su parte, no ha ganado nada este año, ha terminado la Premier a más puntos del Liverpool que los que tiene un cuadro de Damien Hirst. Pese a la avalancha de dinero y su escaso respeto al fair play financiero de los últimos lustros, nunca ha ganado una Champions. Su único trofeo europeo es una Recopa obtenida el año que los Beatles publicaron Let it be y decidieron separarse.

Damien Hirst.

Estos hechos hacen que el estado anímico de ambos equipos sea muy diferente. El Madrid llega con la tranquilidad de haber ganado dos títulos, haber estado a la altura como club en uno de los momentos más duros que ha sufrido la humanidad en su historia reciente y de haber recuperado la confianza en su juego, con casi los mismos mimbres que se ganó todo años atrás trabajados con sabiduría por el artesano Zidane para que la cesta del equipo siga aguantando todavía el peso de más trofeos sin necesidad de adquirir una maleta de Louis Vuitton porque las circunstancias no lo permiten.

El Real Madrid con la sensación de no tener nada que perder

El Madrid se enfrenta al partido con la sensación de que no tiene nada que perder y eso en fútbol y sobre todo en Copa de Europa, es muy importante, porque desagarrota a los jugadores y les permite jugar como saben. Y aquí tenemos jugadores que saben jugar muy bien al fútbol.
Sin embargo, los de Pep llegar con el peso de innumerables yacimientos de combustibles fósiles sobre la cabeza y la presión de un gasoducto a punto de reventar. Según explicó Uli Hoeness: «Mi amigo Pep me contó qué sucede cuando quiere fichar a un jugador que cuesta 100 millones. Reúne varios vídeos del futbolista y vuela para ver al jeque. Una vez allí, tienen una comida abundante durante la que Pep le enseña los vídeos. El jeque transfiere entonces el dinero y al día siguiente él mismo sube un poco el precio gas... y ya ha recuperado el dinero». No sabemos si es cierto lo que cuenta el alemán, pero es indudable que el City —y demás equipos construidos con ladrillos monetarios— juega con la indudable ventaja que supone poder fichar cualquier jugador que se le antoje, con el único límite de la voluntad del futbolista.

Guardiola en Abu Dhabi.

Esta ventaja tiene un reverso tenebroso; cuando no se cumplen las expectativas y los títulos no llegan, la decepción y las consecuencias son mayores que para quien no goza de esos privilegios y se tiene que conformar con exprimir el potencial de la plantilla que puede permitirse con honestidad y trabajo. Es este aspecto, Guardiola estará más intranquilo que Zidane, sin duda. Además, la historia ha demostrado que solo con dinero a espuertas no se cimenta un equipo campeón.

Salvo hecatombe hoy, el Madrid ya nos ha dejado un buen sabor de boca y sobre todo una confianza en el futuro, con una colección de jóvenes talentos, en el equipo o cedidos, que hacen mirar al horizonte con optimismo, pese a que sigamos consumiendo gas.

 

Fotografías Getty Images.

 

Superar la eliminatoria puede poner el colofón de un período inolvidable en el Real Madrid

El Madrid sólo agita la bandera blanca para celebrar triunfos, nunca para ofrecer rendición. Resalto esto porque parece que sus enemigos tienen prácticamente sellado su certificado de defunción europeo esta temporada. Y siendo cierto que superar la eliminatoria de octavos de final contra la plantilla que más dinero ha costado de la historia del fútbol y tras la derrota 1-2 del partido del Bernabéu no será una tarea sencilla, también lo es que enterrar a este equipo cuando aún está respirando es una osadía casi temeraria. Si algo ha demostrado la historia del fútbol es que donde otros hallan imposibles, el 13 veces campeón de Europa sólo encuentra nuevos desafíos a encarar.

El Madrid ya se ha ‘pasado el juego’ de la Champions. Ha ganado más veces que nadie la máxima competición europea tanto en su formato original, el de la Copa de Europa, como en el de Liga de Campeones. Además, le pese a quien le pese, también es la principal dinastía continental del presente siglo. Nadie había encadenado dos triunfos con la competición tal y como está planteada desde la temporada 1992/93. Como todos sabemos (aunque reconforte rememorarlo) aquí no han sido sólo dos, fueron tres entorchados consecutivos y cuatro en un lustro. Además, en este periplo se ha plantado la pica blanca en los mejores escenarios de Europa, como París, Turín, Múnich o Manchester. Pantalla por pantalla, el rey de Europa ha ido rebasando todos los retos, aunque parece que falta uno, el gran jefe final. Este equipo de leyenda que ya atesora envidiables cantidades de gloria puede poner el colofón de un periodo inolvidable con una gran remontada, volteando una situación en la que todo parece perdido, y que cualquier otro afrontaría con la moral de las tropas por los suelos. En una edición de la Copa de Europa completamente excepcional, hace falta una proeza mayúscula para dar el primero de los cuatro pasos que conducirían a otro histórico éxito.

El Real Madrid entrena en el Etihad Stadium.

El hecho de acudir a esta cita más saciado que cualquiera de sus contrincantes europeos es uno de los argumentos a los que apelo para creer en la remontada contra el City. Jugar sin la presión de tener que justificar una temporada en la que ya se ha ganado la Liga y la Supercopa y saborear aún un buen número de recientes triunfos europeos libera notablemente a futbolistas y técnicos. De todos los supervivientes en esta fase de la Champions post pandemia, sólo Juve, Bayern y PSG se han llevado también sus ligas. En todo caso, es descomunal la presión que recae sobre estos proyectos carísimos y creados exclusivamente para imponerse en Europa, ya que dominan a placer sus campeonatos domésticos. Algo similar ocurre con el rival de esta noche. Desde la llegada de Guardiola, ningún club del mundo ha gastado tanto en reforzarse. Y si los jeques que poseen el Manchester City han invertido más de 750 millones de euros en los últimos cuatro años no ha sido para imponerse en la Premier. El objetivo final, como el de todos los grandes clubes, es el gran entorchado continental y cada temporada sin conseguirlo es otra losa para este ostentoso proyecto.

Guardiola dirige un entrenamiento.

Aunque no hayan cambiado nombres, ninguno de los dos contendientes son exactamente los mismos que se vieron las caras en el ya lejanísimo (al menos en nuestro imaginario) mes de febrero. Mientras el Madrid se ha cargado de confianza y dispone de un plan de juego muy claro, basado en reforzar su armazón táctico y en la solidaridad colectiva, el City ha firmado una campaña decepcionante, estrellándose competición tras competición y mostrando una gran irregularidad en la faceta defensiva. Aunque con él nunca se sabe, dudo mucho de que Zidane cambie demasiado de libreto con respecto al que le dio la Liga hace unas semanas. La idea debería ser estar ordenados, tener calma y usar la velocidad y el desequilibrio que puedan aportar Vinícius, Rodrygo, Benzema o Hazard, al que se fichó para partidos como el de hoy, pero al que su físico sigue lastrando.

En la ida el Real Madrid controló a uno de los mejores ataques del mundo

Quizás muchos hayan olvidado ya el choque de ida. En él, el Madrid hizo un esfuerzo colectivo memorable durante ochenta minutos, en los que controló a uno de los mejores ataques del mundo, y luego sufrió una fatídica desconexión, culminada por un penalti absurdo de Carvajal que certificó la derrota. El 1-2 es un pésimo resultado para afrontar la vuelta. Pésimo, pero no irremontable. Marcar el 0-1 en cualquier momento, incluso en el minuto 85, inocularía la duda en un conjunto que en los últimos años colecciona grandes decepciones europeas. Hay que marcar al menos dos tantos en todo caso, y el riesgo de encajar uno es casi irrelevante. Obviamente no es la situación ideal, pero tampoco un escenario de una dificultad tan elevada que deba atenazar al emperador europeo.

Otro punto a favor del Madrid es que se ha adaptado a la perfección a jugar con las gradas en sepulcral silencio del fútbol DC (después del Covid). En el silencio de este ambiente casi bibliotecario, sin la presión que los gritos de miles de personas, los jugadores blancos se han liberado para mostrar todo su potencial. Deberíamos apelar también al buen tono físico mostrado por los pupilos de ZZ, decisivo en el brillante sprint final de la Liga. E incluso valorar el hecho de que la plantilla haya podido disfrutar de unos días de descanso, muy valiosos para desconectar y conjurarse de nuevo. Todos estos son síntomas que interpreto como razones para afianzar mi fe en la remontada.

El Real Madrid celebra un gol en Liga.

En la parcela táctica se enfrentan el técnico más reputado del mundo y el que más ha ganado en los últimos años, a pesar de carecer de esa reputación. Recordemos que este Madrid ya sabe lo que es golear 0-4 a un equipo dirigido por Guardiola en su propio terreno de juego. Cierto es que aquella eliminatoria en la que los atletas madridistas se impusieron a jugadores con físicos supuestamente débiles se desarrolló en circunstancias muy distintas. En 2014 se llegó a Múnich tras una victoria por 1-0 en el Bernabéu que obligaba al Bayern a no especular, mientras en este caso se podría plantear un escenario en el que el City abogara por retener el balón para consumir tiempo. Zidane contribuyó a aquella exhibición desde el banquillo madridista como asistente de Carlo Ancelotti. Con él como jefe en la parcela técnica, su equipo también ha protagonizado muchas de las mejores noches europeas que recuerdo. Así que no sería extraño que un entrenador que cuenta por victorias sus participaciones en la Champions volviera a encontrar la senda hacia el triunfo final.

El Madrid siempre se ha caracterizado por agarrarse a la fe cuando no hay razones lógicas para creer. Yo, una persona carente de creencias religiosas o de firmes convicciones en casi ningún otro aspecto de la vida, tengo muy claro que sí puedo confiar decididamente en un club que, cuando le plantean batalla, sube la guardia, aprieta los dientes y pelea hasta el final. Soy un optimista irredento y sigo pensando que dentro de unos días veremos a Sergio Ramos, la baja más sensible de cara a este decisivo partido, descendiendo por las escaleras del avión tras unas gafas de sol en Lisboa, una imagen que desataría el pánico en nuestros rivales. Mientras quede una posibilidad, por diminuta que ésta sea, de superar al City, a Guardiola y al resultado adverso de la ida, debemos creer en este equipo. Se lo ha ganado por su pasado lejano, por el cercano y por su presente.

 

Fotografías Getty Images.

 

Veinte años de la gesta en Old Trafford

Sobre las 21:50 del martes 18 abril del año 2000, en Manchester, en el Teatro de los Sueños, un futbolista de porte elegante, de media melena, argentino y de nombre Fernando Carlos, dejaba para la historia un taconazo por la banda izquierda de aquel estadio, que contribuiría a forjar la leyenda de un Real Madrid temible en Europa.

Ese gol, que suponía el 0-2, sería relevante para la victoria y la clasificación a semifinales, y para fortalecer a un grupo que ganaría aquel partido por 2-3 y a la postre conquistaría su segunda Copa de Europa, la octava en la historia del Real Madrid.

Aquella victoria, que ahora parece lejana, pero que entronca con otras muchas logradas recientemente en campos ajenos, como los del Bayern de Munich, el PSG o la Juventus, fue una de las más recordadas por el madridismo y por nuestros rivales, que empezarían a temer la capacidad del Real Madrid para sacar su mejor versión en Europa justo en los momentos más necesarios.

Pero no siempre fue así, y de hecho ese mismo año, a pesar de haber logrado dos años antes la ansiada Séptima, pocos pensaban que el Real Madrid fuese capaz de ganar la eliminatoria ante todo un Manchester United.

Una semana antes, ese mismo Real Madrid había empatado a cero en el Bernabéu contra el equipo de Ferguson. Los Red Devils, campeones de Europa, eran uno de los grandes favoritos, siendo además el club más rico del mundo y teniendo un estadio otrora infranqueable. Mientras que el Real Madrid penaba en la liga y afrontaba la Champions sin ser favorito -curiosamente como casi siempre, a pesar de ser el equipo más laureado-. Y por eso, pocos pensaban que podría ocurrir lo que ocurrió, levantando ese discreto 0-0.

Recuerdo el después de aquel partido de ida, sentado en las afueras del Bernabéu, mientras degustaba una grasienta hamburguesa, barruntando las posibilidades del Madrid de pasar la eliminatoria. El Real Madrid había hecho un buen partido, pero no suficiente para marcar un gol. Un 1-1 bastaría pensé. O cualquier otro empate a goles.

Por algún motivo me sentía optimista. Pero en ese momento un inglés ufano, equipado de rojo como todo buen aficionado del United, me hablaba y me decía que nos iban a aplastar. No recuerdo las palabras exactas, pero sí sus ínfulas y sus aires de superioridad británica (me acordé especialmente de ello cuando Raúl horadó las redes de la portería de Old Trafford).

Pero antes de saber todo aquello y de poder vivir uno de los momentos más emocionantes como madridista, había contestado a aquel inglés arrogante que me hablada del The Theatre of Dreams, de su Manchester y de que no teníamos posibilidades. No me achanté. Era joven y atrevido y además creía en ese Madrid con tipos ganadores como Roberto Carlos, Redondo y Raúl, por señalar la columna vertebral. Y le dije que ganaríamos, que habíamos sido mejores en ese partido de ida y que el resultado no era tan malo.

Su respuesta fue una previsible carcajada. Lejos de la actual falsa humildad guardiolesca, aquel tipo (hooligan se les llamaba entonces), realmente se sentía superior, o mejor dicho, sentía que su club era muy superior al Real Madrid.

Y probablemente lo fuese. De hecho, lo era en términos económicos y de imagen y de marketing, y de muchos más parámetros. Pero el fútbol no entiende de esos temas, ni de estadísticas como se suele decir. Y por eso lo que pasó varias noches después fue inesperado.

Aquella victoria modeló la mentalidad ganadora del Real Madrid

Cuando Redondo ejecutó su impredecible regate, y braceó para evitar que el balón se fuese por la línea de fondo, mientras penetraba en el área y levantaba la cabeza para buscar un receptor, supe inmediatamente que el inglés se tragaría sus palabras. Todavía no sabia ni yo, la cámara que buscaba el pase, ni millones de aficionados, que Raúl llegaba desde el medio del campo para rematar aquel balón. La sociedad entre ambos -que diría Valdano- un potente y elegante mediocampista argentino y un pícaro e inteligente delantero madrileño, era bien conocida y aquella noche creó una de las más bellas jugadas de la historia de la Champions League.

De alguna manera, aquel gol y aquella victoria modelaron la mentalidad ganadora de un Real Madrid que se vería capaz de ganar en cualquier estadio. Hoy nos cuesta imaginar una victoria blanca mañana en Manchester. Todo ha cambiado, y veinte años después no será en Old Trafford sino el Etihad Stadium, y los red son ahora blues y en vez de Ferguson el técnico es Guardiola. Y esta plantilla tampoco es aquella y aparentemente tampoco la que hace dos años se paseaba por Europa.

Pero el Real Madrid sigue siendo el mismo indiscutible rey de la Copa de Europa, el club diseñado con un gen especial para competir y ganar esa competición desde que la creara Bernabéu junto con un medio de prensa francés. Y por eso, hoy, mi sensación es la misma que a finales del siglo pasado, cuando sentado en las afueras del Santiago Bernabéu pensaba que mi Real Madrid podía hacer el más difícil todavía. Solo que esta vez en vez de levantar un 0-0 es un 1-2, y en vez de un inglés bocazas hay detrás una prensa henchida de odio contra el Real Madrid, esperando la caída de Zidane y Florentino.

A pocas horas del partido de mañana no sabemos quién será el Fernando Carlos Redondo de mañana ni el Raúl que buscará el desmarque, pero cualquiera de los once o trece que jueguen me sirven. Tengo la esperanza de que alguno de nuestros jugadores tenga en mente, no aquella jugada, probablemente irrepetible, sino el espíritu de aquel equipo. La convicción de aquel equipo que ganó por primera vez en Old Trafford y marcó el camino para levantar una Copa de Europa que parecía imposible.

Al fin y al cabo, si algo caracteriza al Real Madrid es esa capacidad de lograr lo casi imposible: las 5 Copas de Europa seguidas, las remontadas de la clásica Copa de la UEFA, las 5 ligas consecutivas, el triunfo inesperado sobre la todopoderosa Juventus en la Séptima, la victoria en la Octava contra todos los pronósticos, la volea de Zidane de la Novena, las tres consecutivas (de la Décima a la Duodécima), y como paradigma de todo ello, el gol en el minuto 92:48 y esa capacidad innata de creer en la victoria hasta el final. Ese espíritu es lo que espero del Real Madrid mañana. Porque como dice uno de nuestros himnos actuales: ¡Hasta el final, vamos Real!

 

Fotografías Getty Images.

 

spotify linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram