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Todo es posible en la fábrica de chocolate

Todo es posible en la fábrica de chocolate

Escrito por: Mario De Las Heras13 enero, 2017
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El Adagio en sol menor nos lo han puesto en Sevilla para enamorarnos (los que no lo estén aún) como si fuera el elixir aquel de Willow, el polvo de los corazones rotos, quizá también como anillo al dedo para contrarrestar ese himno tan sevillano que nunca sonó tan fuerte en palabras de la locución cuando Krannewitter empujó a las vías del Metro a Casemiro.

Claro que con rebujito (Nacho Faerna copyright) los empujones son empujonsitos. Pues venga, vale. Si vamos a suponer que ese derribo tan transparente como el río Irati de la Fiesta de Hemingway, donde los lomos de las truchas brillaban al sol del mediodía igual que las botas en carrera de Marcelo, es un empujonsito, el Sevilla y el sevillismo no tiene por qué sufrir ¡esa cabeza alta! por el susodicho, ¡el empujonsito! que le ha eliminado de la Copa del Rey.

La sonrisa de Zidane declarando que el partido merecían haberlo ganado los locales fue el mismo Zidane acariciando con ternura la cabeza despejada de Sampaoli. Un calvo guiando a otro calvo. Porque el argentino estaba triste. Más bien enfadado. Qué arrebato tras un partido que el Madrid tuvo siempre controlado más allá de los anhelos de un equipo tan grande como el Barcelona a juzgar por la puesta en escena: nada de esquemas, ruido y prisa y marcaje al árbitro, que no tocó bola.

Lucas Quinto tiene siempre la mirada del percusionista atento al director de orquesta para entrar. Es como el más pequeño de la pandilla de Érase una vez en América, que le compraba a Peggy, la hermana del amigo caliente y oronda, un pastelito de crema a cambio de un poco de cariño y acababa comiéndoselo en la espera, sentado en las escaleras, primero acariciándolo inocente y deleitándose con fruición y después a manos llenas.

Lucas sale al campo cada día con un dulce para Peggy y además termina triunfando. Lucas Quinto está ungido de madridismo como si le hubieran bañado al nacer en una laguna igual que a Aquiles. Pero es que los han bañado a todos y ha tenido que ser Zizú. Zizú, el dios mitológico, remojando a jugadores como a galletas en el Cola Cao cogiéndolos del talón. Porque cada uno tiene el suyo pero no se nota. Yo me imagino a Casemiro en el centro del campo mirando a sus rivales como el Popeye de Faulkner miraba a Horace Benbow de camino a Jefferson. Horace está asustado igual que Danilo, que después de su golazo parece un pobre antílope espantado tratando de cruzar el río Mara atestado de cocodrilos piperos.

El Sevilla se lanza reanimado por el olor de la sangre, y eso que apenas proviene de una rozadura. La locución, sin embargo, está ensoberbecida. El Madrid no lo parece pero está concentrado en su destensión. Lo dice Asensio haciendo de Roberto Carlos. Hay un momento de mujeres al borde de un ataque de nervios cuando aparecen Carmen Maura y Chus Lampreave de portera. Iborra es Rossy de Palma y luego veo a Kroos con el tatuaje que sólo ha podido hacerle Almodóvar mientras dormía. A mí ese tatuaje me  deslumbra y aparto la mirada completamente cegado. Veo a Toni en chanclas por Magalluf y me niego a mí mismo, casi me golpeo. Es como ver a Marcelo peinado a raya y con un suéter anudado sobre los hombros.

Marcelo ha construido cientos de carriles por esos campos del mundo en estos diez años suyos de futbolista. Por ellos hace circular el balón mientras puede bailar detrás de él en todas direcciones. Marcelo es un tranvía al que si quieren pueden llamar Deseo. Y se están cruzando las vías. Está Lucas que cambia de dirección como el comecocos, y por allí pasa también Asensio cuya pausa es de señor con experiencia. Puede marcar el Madrid pero no lo hace. Miro a Toni con los ojos entrecerrados y le veo hacer diabluras ¿diabluras a un alemán oriental? Todo es posible en la fábrica de chocolate, hasta ver a Coentrão comiéndose en el túnel las castañas de su propio puesto.

Kiko Casilla tiene unos puños temibles y tranquilizadores y con visión nocturna. Gracias a ella dirige un despeje a los pies hipopotámicos de Asensio que empiezan a moverse, a avanzar. Y siguen, y siguen, y no paran y advierten que Vietto va a meter el suyo entre ellos por detrás, ya casi en Dos Hermanas, y lo salvan, y se detienen un instante y meten un gol que es la eliminatoria y en la banda los madridistas se abrazan al ritmo de la noche que parece marcar el Sevilla como un globo, pero que es el Madrid el que lo conduce con una cuerda desde el suelo.

Gana el Sevilla y Kiko nos libra. El Mar Muerto parece haber surgido entre Nacho y Ramos, pero lo que hace Marcelo nos santifica. No tanto cuando a Kiko se le escapa un rechace y marca Rossy con la nariz. Aún así la alineación de Zidane es absolutamente inteligente e inspiradora. Los filisteos se excitan y entonces se produce el suceso del Metro y marca Ramos, el capitán, en su Sevilla y a lo Panenka.

Otro empujonsito con una dedicatoria especial para el birismo y con todo el respeto para el sevillismo que a tantos se les atragantaría hasta la naúsea, no tanto en el momento sino poco después al alcanzar el nirvana contemplando la presentación de Marcelo (siempre Marcelo) y Benzema en el tablao de La Carbonería, aunque aquello era más bien un bar de la calle Betis con el personal extasiado entre palmas y vinito, como el que yo me tomé ayer a la salud del Madrid, y por supuesto a la de los biris (aunque éstos no brinden sino que abreven), de Palop, de De la Red y del comentarista que afirmó al comienzo del partido que no era ni sevillista ni antimadridista. Va también por ustedes y por Ernest Folch.

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Ha trabajado en Marca y colaborado en revistas como Jot Down o Leer, entre otras. Escribe columnas de actualidad en Frontera D. Sobre el Real Madrid ha publicado sus artículos en El Minuto 7, Madrid Sports, Meritocracia Blanca y ahora en La Galerna.

2 comentarios en: Todo es posible en la fábrica de chocolate

  1. Al fin pude sacar un hueco para leer tu crónica y disfrutar de nuevo el partido, porque siempre se reviven los lances, las jugadas, los goles y hasta los gestos con tus metáforas.
    Usted nunca defrauda, Don Mario. Por eso soy y seré siempre fiel a sus líneas pospartido. Es como ganar dos veces el mismo partido, pero en estas ocasiones en diferido y sin los nervios del tiempo real.

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