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La Galerna de los Faerna
Por qué habremos ganado el Clásico

Por qué habremos ganado el Clásico

Escrito por: José María Faerna10 diciembre, 2015

Felicitaba yo el otro día a Número Dos por su artículo del jueves pasado. “Antológico”, dije en un arrebato de originalidad. “Bueno, yo solo aspiraba a que fuera ontológico” (Número Dos es más bien imperturbable). “Ahora te queda a ti el reto de escribir un Por qué hemos ganado el clásico, tarea solo al alcance de un verdadero Número Uno” (Número Dos es certero, aunque algo tocapelotas). Entre medias se coló el miércoles fatídico de Cádiz y me pareció que más valía dejar correr la baladronada; pero luego pensé que si yo me había echado sobre las espaldas casi una semana con un Por qué vamos a ganar el clásico en lo alto de la home galernaria, él no se ha despeinado con su panglossiano Mejor imposible de la semana siguiente. Como esto no puede quedar así, aquí me tienen doblando la apuesta, con la cara en oferta para que me la vuelvan a partir por bocazas. Somos madridistas, ¿pasa algo?

pique abatido

Empecemos con algunos hechos. Ayer era miércoles europeo y el portanálisis traía los ecos de la mayor goleada de la historia de la Champions –a pachas con el ochote administrado al Besiktas por un Liverpool que dirigía entonces un tipo ultradefensivo llamado Benítez, que cuando entrenaba al Nápoles batió récords de anotación en la liga italiana, donde ya se sabe que los goles los regalan. El partido era intrascendente: el Malmoe, una madre, estaba fuera y el Madrid era primero de grupo incluso perdiendo. Los de los colchones se jugaban el primer puesto con el Benfica en Lisboa, escenario con morbo, y el Sevilla el ser o no ser con la Juve, que todavía son alguien en el fútbol continental; sin embargo, a estos dos había que buscarlos en remotos faldones de las portadas o, como mucho, en la mitad de la portada demediada perpetrada por el Marca el martes. Algunos colchoneros, angelitos míos, se emperraban en twitter con un hashtag burriqueño porque Antena 3 no les daba en directo el partido, pese a lo cual el amistoso del Madrid apabullaba el share con un olímpico 22%, como si aquello fuera Sálvame De Luxe.

¿El mundo al revés? El ecosistema del fútbol es tozudo y sencillo: una pachanga del Madrid en horas bajas despierta mucho más interés que la suerte de dos equipos españoles punteros en Europa. Y, por supuesto, nadie se acordará pasado mañana del empate del Barça en Leverkusen ni declarará La Masía zona catastrófica por el fútbol plano que, a tenor de las crónicas, han dejado ver los culés entre bostezo y bostezo en un partido tan intrascendente como el del Malmoe. El Madrid es el equipo con el club de fans más nutrido del mundo. De hecho, su número prácticamente coincide con el de aficionados al fútbol, con la particularidad de que se divide en dos: el madridismo y ese lado oscuro de la fuerza integrado por los antis que rubrica la singularidad de este club único tanto como la decena de copas de Europa. No hay más. Tan simple como asombroso.

Ya me hago cargo de que no es fácil de asimilar. Ni siquiera para muchos madridistas, que sufren como una injusticia telúrica que la prensa ascienda un aleteo de mariposa en Concha Espina a seísmo de grado siete en la escala de Richter sin entender que esa es la consecuencia natural de que el Madrid sea un fenómeno fuera de escala, incluida la de Richter. De hecho, observo con alguna aprensión la tendencia de cierto madridismo que parece añorar ingenuamente un imposible estatus de normalidad. Ese madridismo al que le molesta que el Bernabéu aplauda a Pirlo o a Iniesta sin darse cuenta de que solo nosotros podemos permitirnos gestos así; que, de algún modo, a los pirlos y a los iniestas y a los ronaldinhos de este mundo se les dice de esa manera gentil que, por grande y admirable que sea su carrera profesional, su umbral de gloria lo marca exactamente un cortés y sentido aplauso del Bernabéu.

No me malentiendan. No justifico con esto el patético desempeño de la prensa deportiva española. La semana pasada José Ramón de la Morena desvelaba en las ondas con aplomo estupefaciente que el responsable del fiasco del Carranza no era ni Florentino ni Benítez ni Chendo, sino el director general del Real Madrid, que debería su nombramiento a la recomendación personalísima del locutor a Florentino a instancias del mismo Jesús de Polanco, pese a lo cual habría tenido el insólito atrevimiento de despedir a no sé qué otro amigo personal del pasmo de Brunete, de lo que al parecer se infiere sin duda ni vacilación por qué nadie sabía en el club que Cheryshev arrastraba tres tarjetas de la temporada pasada. Que la primera cadena radiofónica de España acoja sin pestañear semejantes exhibiciones de indigencia periodística en uno de sus programas estelares dice mucho del estado de los medios en España. Como el que para encontrar un relato documentado, técnicamente solvente y debidamente trabajado de la alta probabilidad de que el TAD acabe por darle la razón al Madrid en este embrollo haya que acudir al artículo de Jorgeneo en una web madridista como La Galerna y no a un periódico de referencia, si es que todavía hay algo que merezca ese nombre en el desolador quiosco español.

Episodios chuscos de alineación indebida por despiste que acaban en descalificaciones los hay con alguna frecuencia. Dolorosas derrotas por goleada las sufre todo el mundo de vez en cuando, hasta el Barça a manos del Madrid. Si el madridismo no las lleva por cuenta ni celebra sus aniversarios como si fueran el dos de mayo no es por pudor ni por señorío ni por no molestar ni por mandangas, sino porque, como explicaba yo el otro día, aquí cotizan los títulos, las finales, las noches de gloria y los goles memorables. Si el Madrid gana esta liga, al Barça el 0-4 le habrá apañado la temporada; a la inversa, nosotros no compraríamos el género ni hartos de vino. Por eso tengo dicho que este invento del clásico es más importante para ellos que para nosotros. Que esta derrota dejara un clima depresivo no fue por el tanteo sino por la mansedumbre con que los jugadores la negociaron. Y por ahí no hay madridismo que pase, ni el underground ni el pipero ni el mediopensionista: aquí o se muere por el escudo o se ficha por el Arsenal o algún  otro club de fútbol sala. Del mismo modo, el amistoso con los suecos no ha levantado expectativas porque tuviera mérito ganarle a un Malmoe en hibernación. Es que yo vi una presión adelantada febril; yo vi a Danilo haciendo un sombrero; yo vi a Cristiano yéndose al suelo en el minuto setenta para rebañar un balón en un tackling; yo vi a once jugadores con la mandíbula apretada que querían meter el quinto después del cuarto, el sexto después del quinto, el séptimo después del sexto; yo vi a James devolviendo el saludo a su entrenador cuando lo cambió después de un partido poco brillante. Yo vi al Madrid, vaya. Y a una plantilla reforzada por Casemiro y Kovacic –que mejoran a Illarra y Khedira– a la que el año pasado por estas fechas yo y todos vimos hacer un fútbol arrollador.

¿A quién carajo le importa entonces el clásico excepto al lado oscuro de la fuerza? Si siguen haciendo presión adelantada; si Danilo, aunque no haga más sombreros, hace lo que tiene que hacer un lateral y no la mangoneta, que diría Luis Aragonés; si Cristiano sigue rebañando balones y le deja tirar las faltas a James y a Kroos de una puñetera vez; si las mandíbulas siguen apretadas; si nadie hace pucheros cuando Benítez le sustituya haciendo su trabajo, habremos ganado el único clásico que cuenta. Pero incluso si las cosas no se dan bien y en una final el contrario marca un gol más que nosotros –o  Número Tres sigue bebiendo irresponsablemente antes de un partido decisivo como si tuviera veinte años–, al año siguiente y al otro y al siguiente, una pachanga del Madrid seguirá agitando más pasiones y vendiendo más periódicos y copando más shares televisivos que un provisional alivio colchonero o el canto del cisne de una pasajera hegemonía culé.

Número Uno

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

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