Cuando ya no quedaba nada, allí seguía Toni Kroos haciendo cambios de orientación de 40 metros y pases que rompían líneas. La derrota era un hecho pero, quizá inspirado por la exhibición heroica y tremenda de su compañero Gareth Bale, él seguía con su plan. Un plan que no es otro que jugar al fútbol de forma celestial, confiar en sí mismo hasta el último segundo, sabiendo que no hay más camino que el que se hace al andar.
Quedaban apenas 10 minutos y el partido ya había dado todo lo que tenía que dar de sí, demostrando que si bien Alemania es el mejor equipo del torneo, sólo tenía un plan A. Cuando éste se torció no hubo alternativa. A Kroos le dio igual porque es consciente de que él propone un fútbol-río que no se acaba con el partido perdido. Fue un ejercicio admirable que elevó su categoría sobre la de los demás. No existe el desánimo cuando entregas todo lo que tienes una y otra vez.
El partido empezó con una Francia picajosa, llegando con rapidez y presionando la primera línea alemana. Éstos no se inmutaron y se hicieron con el control en cuanto Toni concatenó dos o tres pases. Boateng, Kroos y Özil gobernaban el partido a tres alturas diferentes, obligando a los galos a hacer un ejercicio defensivo en el que colaboraban todos. Incluso un Griezmann que guardaba la banda izquierda al estilo del cholismo. Fue inútil: los alemanes movían la pelota con precisión y velocidad, y encontraban huecos para llegar a portería; pocos, pero suficientes. Falló Müller, que no ha llegado a comparecer en todo el torneo, y su selección se quedó coja sin Thomas y sin el ausente Mario Gómez. Aun así, debió llegar el gol. Un sublime Lloris lo impidió.
Ocurre que Alemania se ensimisma y tiende al suicidio. Cuando no había otra opción que llegar al descanso, al señor Bastian Schweinsteiger se le ocurrió cometer penalti. Es verdad que a veces estas manos no se pitan, pero fue un acto bizarro y absurdo que condenó a Alemania a perder el partido. Antoine lo metió y en realidad ahí se terminó todo.
La segunda parte calcó el guión de la primera: Francia salió con energías renovadas, pero Alemania volvió a coger el timón. Todo costaba un poco más: los huecos eran más pequeños y los ataques, más embarullados. Costaba pensar que llegaría un gol teutón. A cambio, en una salida horripilante de balón con fallos encadenados -incluido Neuer-, Francia robó una bola en el área. Pogba se marcó un pase de ballet con su cuerpo de Ibrahimovic y un balón llegó botando a los pies de Griezmann. El francés introdujo el balón en la portería e hizo una especie de baile surfero que no estuvo a la altura de su partido. Está ya al nivel de los mejores, y los goles fueron la rúbrica de un partido inconmensurable: todo lo que hizo fue con sentido y veneno. Se le vio un palmo por encima de sus compañeros, especialmente sobre un Giroud que por momentos pareció una performance de arte absurdo. Recordó a Los idiotas, la película de Lars von Trier.
El final fue el principio. Entró Götze en el campo gritando que es un jugador a mitad de camino a ninguna parte. Más fresco resultó Sané, pero no hubo tiempo para casi nada. Kimmich se sacó un tiro a la escuadra -literal- y, al rebotar en el palo, los germanos se convencieron de que no les iba a quedar ni la épica. No le importó demasiado a Kroos, el único creyente en el fútbol. Empezó a coger balones en su área y a subirlos hasta la contraria. Özil ya se había convertido en esa doncella decimonónica tísica y Draxler se quedó en un bienintencionado muchacho.
En el bando contrario entró Kanté, forjando un centro del campo versión telón de acero con Matuidi, Sissoko (gran partido) y Pogba. Lo de Paul es curioso, porque todavía nadie sabe si es buenísimo o no. Dudo que él mismo lo sepa. Alto, potente (se marcó una carrera con balón en la primera parte en la que batió el récord europeo de los 400 metros lisos) y dotado de una técnica espectacular, como de delantero fino, pesa poco en los partidos. Es todo potencia que se sospecha que podría convertirse en acto, pero no queda claro si es la caverna de Platón o el sueño de una noche de verano. Costará lo que se quiera pagar con él, puesto que es un acto de fe, un salto al vacío como el de Indiana Jones en La Última Cruzada.
Hubo ganas de ver la celebración francesa, pero Telecinco consideró más oportuno ponernos una película de inmediato para que nadie tuviera la tentación de ir al servicio.
