Don Alfredo asiente

Escrito por: José María Faerna4 junio, 2015

Los musulmanes lo llaman Alá, los judíos Yahvé –y encima prescindiendo de las vocales, que ya es misterio–, y los madridistas, derrochadores como somos de euros, vocales, consonantes y excelencia, lo llamamos Don Alfredo Di Stéfano. Dice Número 3 que un servidor, Número 1, “que es historiador, dice recordar haber visto jugar a Di Stéfano”. Soy historiador, sí, y por ello la mentira me está tan vedada como a Chus Lampreave. La razón cronológica podría oponer algunas reservas bien fundamentadas a esa afirmación temeraria, pero afortunadamente Número 2 ha dejado bien acotada la precaria soberanía de la razón cuando se trata de fútbol y madridismo. Estos, queridos galernarios, son territorios de la fe, como predica el Padre Suances un poco más arriba de la home. Poco importa que yo haya visto o no volar a la Saeta. A diferencia del dios de los cristianos, de los judíos y de los musulmanes, a Don Alfredo muchos lo vieron antes por mí –mi padre, por ejemplo–, y eso vale tanto como si la epifanía se hubiera producido en mis narices.

Pero dejemos la teología a sus doctores y vayamos con la ética y la épica, que son las materias que se ventilan en el multiverso de los patios escolares y en los estadios. En alguna ocasión ha deslizado Florentino Pérez la especie de que el Madrid de hoy pueda construir un Olimpo comparable al de los Di Stéfano, Puskas, Gento y compañía bajo la égida jupiterina de Cristiano. Podría ser. No son tiempos estos en los que juntar cinco Champions de una tacada parezca tarea verosímil, pero tampoco lo parecía que la bendita cabeza de Sergio Ramos pusiera en su sitio al populismo atlético y amarrete en el minuto 93. Es propio de madridistas pensar a lo grande. Con circunspección, pero a lo grande. ¿Nos veríamos abocados entonces a un cambio de paradigma, por decirlo con pedantería?

Dice el sabio Ferlosio que mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado, y en Chamartín el trono no está vacante ni va a estarlo por muchos récords que pulverice el portugués. No es que no se reconozcan en él algunas de las virtudes de Don Alfredo. A diferencia de Messi, una ardilla superdotada que se asombra tanto como su público de las cosas que le salen nadie sabe de dónde, Cristiano es un coloso construido por el esfuerzo y la voluntad. Como Don Alfredo, jugador tan sublime como industrioso, Ronaldo es un héroe decididamente terrenal que para el gourmet siempre ostentará la superioridad de un áspero y delicioso tomate de secano sobre el milagro, tan predecible como insulso, de la multicosecha de los plásticos de El Ejido: la técnica, la tecnología; el culo, las témporas.

di stefano y cristiano

Además, Cristiano es tan orgulloso y malencarado como lo era Don Alfredo, un tipo canchero y con malas pulgas que ponía en su sitio a los marcadores matraca que querían cortarle las alas: en el potrero porteño y en los descampados de Funchal, pocas bromas. Sin embargo, hay algo que Cristiano no sabe ni va a aprender y que para el argentino fue siempre una convicción: Di Stéfano no era solo Di Stéfano. Di Stéfano era Puskas y Gento y Del Sol y el utillero. Era él y era otros. Él mismo no era un jugador; como el dios de los cristianos, era tres, tal como explicó Alfredo Relaño: un medio de contención tipo Makelele, un medio de creación tipo Redondo y un delantero fulminante tipo Ronaldo el brasileño. Pero siendo tantos él solo, siempre supo que no habría sido nada sin todo el talento que lo acompañó en aquel Madrid de los 50.

Paradójicamente, esa identificación con el grupo lo hacía ubicuo y fatal, como es propio de los dioses. Iñaki Gabilondo, pagano txuri-urdin que lo vio de niño con la boca abierta en el viejo Atocha, lo describe con precisión: “No habíamos visto nada parecido. No salía del juego: era siempre Di Stéfano y otro, Di Stéfano y otro…”. Ya anciano, cuando le preguntaban por el mejor jugador de la historia no se andaba con mandangas autorreivindicativas, como Pelé o Maradona, y respondía invariablemente y de corrido: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, la mítica delantera de la Máquina de River donde lo aprendió todo de pibe, a finales de los cuarenta. Me temo que ya es demasiado tarde para que Cristiano somatice esto y deje de hacer sus propias cuentas antes que las del equipo. Di Stéfano nunca necesitó que nadie jugara para él porque él jugaba para todos. Desgraciadamente, en esto el portugués se parece más a la ardilla egoísta que ha elegido como némesis y, como él, anda enfurruñado para que le hagan dibujos a la medida y lo rebajen de generosidad. Cristiano es muy grande, pero en alguna recóndita circunvolución de su cerebro Messi y él coinciden en lamentar no haber nacido tenistas.

En la mejor película de fútbol que conozco, Looking for Eric, dirigida por Ken Loach y escrita por Paul Laverty, supporters irredentos del United, a Eric Bishop, un cartero de Manchester en apuros, se le aparece regularmente Eric Cantona como si fuese la Virgen de Fátima para aliviarlo con su oráculo. En la escena cumbre, Bishop le pregunta al gran Eric –qué gran fichaje habría sido para el Madrid– por su gol favorito. Por la pantalla van desfilando obras maestras: una bolea inverosímil contra el Sunderland, una jugada de orfebrería ante el Liverpool que les dio una FA Cup… Pero Cantona niega una y otra vez. “Fue un pase”, dice al fin, una maravillosa vaselina ciega con el exterior del pie que Irwin remata con precisión agradecida. “Sabía que podía hacerlo, que él jugaba con los dos pies. Debes confiar en tus compañeros. Siempre. Si no, estás perdido”. Bishop por fin entiende: “¡Fue un regalo!”. “Como una ofrenda al gran dios del fútbol”, remacha solemne Cantona. Juraría que en la copia que yo vi había un fotograma en que Don Alfredo asentía. No sé por qué lo han eliminado ahora del montaje.

Número 1

 

 

 

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

Un comentario en: Don Alfredo asiente

  1. Querido Faerna, cuánto me alegra que me cites en el artículo. Algunos más ortodoxos te dirían que es blasfemo el primer párrafo, yo, que te entiendo, te diré que pocas personas pueden encarnar la belleza, el trueno y la ternura (todos atributos divinos) como don Alfredo.
    Un abrazo.

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