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El cuento de Navidad de Paco Buyo

El cuento de Navidad de Paco Buyo

Escrito por: Óscar Socas21 diciembre, 2020
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro I Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

¡Que arrancada desde la banda izquierda! El “lobito Carrasco” había cogido la pelota en campo propio y se lanzó como un poseso y a toda velocidad por su banda. Debo precisar que su nombre real era Carlitos Fuertes, no levantaba más de metro y medio del suelo y supongo que le apodábamos “lobito” por ser moreno, zurdo y del Barça... Ahora que lo pienso, creo que primero vino el mote y luego su filiación blaugrana. Atravesó la línea de medios, o lo que es lo mismo, sorteó la pequeña fuente que presidía la plaza, y siguió con la cabeza baja hacia la portería. Allí lo esperaba yo, con unos guantes de lana oscuros que me servían tanto para evitar la congelación de mis falanges como para imbuirme del espíritu del mejor portero del momento, Paco Buyo.

El “lobito” por fin levantó la cabeza y miró en mi dirección. El estruendo provocando por la estampida de tan nutrido grupo de niños retumbaba en la plaza. ¡Pásala!, ¡Aquí!, ¡Sólo!... Pero Carlitos sólo tenía una cosa en mente y no era otra que estampar aquel balón “Mikasa”, duro y frío como una piedra, contra la puerta metálica con la que echaba el cierre la “Cafetería Girasol”. Lo que no sabía aquel niño moreno era que entre aquel balón y su gloria me tenía a mí, al mismísimo Paco Buyo y, lo que era aún más de temer, debería sortear nada más y nada menos que a Rubén “Augenthaler” (creo que ni entonces ni ahora lo hemos sabido pronunciar).

Permítame un pequeño paréntesis para hablarles de Rubén Ledesma, como se hacía llamar cuando iba al colegio de incógnito. Su verdadera personalidad se revelaba cuando íbamos a formar los equipos en la plaza o en el colegio. Rubén era repetidor de séptimo de EGB, y ese año de diferencia que nos llevaba le convertía en un superdotado físico a ojos del resto. Él y “lobito Carrasco” eran los encargados de hacer siempre los equipos, ventajas de ser los mejores del grupo. El resto nos colocábamos contra la pared y esperábamos a que nos fuesen eligiendo. Yo, de naturaleza torpe pero voluntarioso, siempre era el último o el penúltimo en ser elegido. Lo de penúltimo se podía dar si nos obligaban a jugar con el hijo de la boticaria. El pobre debía llevar un corsé por no sé qué problema en la espalda así que sólo podía moverse en línea recta. Aún así, en más de una ocasión lo eligieron por delante de mí. En fin, el hecho es que consciente de mis limitaciones y con el ánimo de no dañar más mi autoestima, en las últimas semanas me ofrecía voluntario para jugar permanentemente de portero. Esto me hizo escalar posiciones en la elección del muro ya que mi presencia en el equipo liberaba a todos los demás del aburrimiento de la portería, los morados de las caídas y el calor que dejaba en el cuerpo un buen punterazo de aquel balón Mikasa. Mi sacrificio me hizo merecedor de la amistad de Rubén, cuyo aspecto agrandado e imponente para la edad le colocaban como líder natural de nuestra defensa. En aquel año 1986, había llegado a sus manos un número de la revista “Don Balón”, y en él aparecía una foto de un fornido central alemán llamado Klaus Augenthaler. Tanto presumió Rubén de aquella publicación que fue inevitable que se quedara con el apodo.

Pero volvamos a aquella mañana de diciembre en la plaza, en el momento en el que la zurda de oro de Carlitos Fuertes se iba tensando para rematar. Yo ya había flexionado las piernas y el viento a través de la puerta metálica de la cafetería me recordaba que mi sagrada misión era mantener aquel balón lejos de ella. Fue entonces cuando sucedió. Debemos entender que se había declarado estado de guerra total, es decir, se había proclamado a los cuatro vientos que ¡el que meta gana!. En esa tesitura, ante mí emergió repentinamente Rafael Augenthaler, se lanzó con los zapatos por delante a por el “lobito” y juro que, por un segundo, pensé que la tragedia era inevitable. Se deslizó por las grandes baldosas de piedra de la plaza con saña pero, justo antes de que se produjera un atropello de época, nuestro oponente realizó un regate extraordinario presionando la pelota entre sus tobillos y saltando como un poseso, llevándose así el esférico y dejando atrás a nuestro gran líder. A partir de aquí sólo adrenalina, me fui decididamente hacia delante para cerrarle huecos pero aquel moreno endiablado giró su tobilo y se adelantó la pelota dejándome atrás. Todo parecía perdido pero entonces, y sin saber de dónde saqué las fuerzas, me lancé en plancha colocándome entre el disparo y la portería. Me estiré sin pensar en que la gravedad es una fuerza implacable.

Primero el balón me golpeó de lleno en la cara y poco después el resto del cuerpo se estrelló contra el suelo frío, casi helado, de aquella plaza de nuestra infancia. Aturdido por el dolor, con el cuerpo helado y la cara ardiendo por el impacto, tardé en entender que había evitado el gol. Lo había conseguido. “Lobito Carrasco” me miraba con resquemor mientras Rubén y otros compañeros me levantaban del suelo y me abrazaban... A mí, al que siempre elegían último, me abrazaban a mí...

De camino a casa paramos en el portal del edificio en el que vivía Rubén. Seguíamos extasiados hablando del partido. Yo apenas podía disimular que me encantaba que hablásemos de mi parada, de mi momento heroico. Tanto nos demoramos que los padres de Rubén, los señores Ledesma, mandaron a su hermana menor a advertirle de que debía subir inmediatamente para prepararse para la nochebuena. Aquel robusto central alemán subió con miedo a un severo castigo paterno y yo me quedé, aún con sonrisa de felicidad, frente a Aurora. Aquella niña con un parche en el ojo derecho bajo unas gafas de pasta era un año menor que yo. Me miró, me sonrió y quedó unos segundos contemplándome sin yo saber muy bien por qué.

—¿Por qué mi hermano te llama Buyo?- me preguntó.

—Bueno, es un portero que ha fichado el Madrid este año y es muy bueno.

—¿Eres del Madrid?- volvió a preguntar.

—Sí, ¿y tú?

—Ahora sí.- Sonrió y se marchó.

Al llegar pregunté si mi carta a los Reyes Magos ya estaba en el buzón o si podía modificarla. Cogí la carta y añadí rápidamente “equipaje de portero del Real Madrid”.

Llegó la mañana de Reyes, y no podía esperar para ver los paquetes. La magia hacía que aparecieran al pie de la cama. Los abrí con decisión uno tras otro sin detenerme, desbordado por la emoción. Entonces palpé un paquete blando. Estaba seguro de que era ropa. ¿Sería mi equipaje de portero? Los Reyes se habían mostrado proclives los años anteriores a equiparme con un elevado número de camisetas térmicas y mi corazón se encogía sabiendo que era el último paquete, la última oportunidad. Tomé aire y rasgué el papel... ¡Sí! ¡Ahí estaba mi equipaje de portero del Real Madrid! Ahora sí sería por fin Paco Buyo.

Curiosamente, el equipaje era igual que un pijama que había visto en esas semanas en el escaparate de la tienda de Doña Clara, sólo que contaba con unas almohadillas en los codos y un escudo del Real cosido en el pecho. Me lo puse y me lancé calle arriba hasta el hogar de los Ledesma. Augenthaler debía saber que jugaría con el auténtico “Gato de Betanzos” a su lado. Toqué el timbre una vez. Nadie contestó. Repetí varias veces sin éxito. Me retiré hasta el otro lado de la calle para poder mirar hacia arriba buscando alguna luz en su casa pero nada. Una ventana se abrió y una anciana sacó la cabeza para preguntarme quién era. Le expliqué que buscaba a Rubén pero que ya pasaría en otro momento. La señora negó con la cabeza. “Se han ido”, dijo. Al parecer la familia de Rubén se había trasladado a otro pueblo. Nuevo destino para su padre que quería acercarse a su Valladolid natal.

La pasada navidad nos hemos vuelto a encontrar. Nuestro Carlos Fuertes, el “lobito Carrasco”, organizó una reunión de antiguos alumnos a la que acudimos todos. Allí nos vimos, reímos y recordamos aquel partido de navidad en el que Buyo, Augenthaler y Carrasco jugaron en el mismo estadio. Nos pusimos al día. Yo les dije que era comercial farmacéutico y que actualmente vendo un nuevo fármaco, el “Timufil” con excelentes propiedades frente al estreñimiento crónico. Sí, seis años de licenciatura en Farmacia dieron sus frutos... Lo que no les dije es que aún conservo aquel equipaje que mi madre bordó en 1986, y que nunca me sentí tan vivo como el día que paré aquel balón con mi cara. Definitivamente aquella navidad me acompañará siempre, como siempre me acompañará aquel escudo que mi madre bordó en un pijama, el escudo del Real Madrid.

5 comentarios en: El cuento de Navidad de Paco Buyo

  1. Así era yo con el béisbol. Un día quería ser Orestes Kindelán, otro Antonio Pacheco y al otro Alex Rodríguez, el mostro de los Yankees NY. Hasta que descubrí, gracias a las narraciones para ESPN de Don Luis Omar Tapia, a unos locos que, vestidos de blanco impoluto, corrían detrás de una pelota y se abrazaban y se reían cuando la metían en una red. Y así me encontré, con la boca abierta y sin poder hablar de lo maravillado que estaba, viendo a los Raúl, Guti, Iker, R. Carlos, Morientes... Poco a poco fui aprendiendo cosas, historias, la Wiki, los resúmenes de los domingos. Ya por esa fecha me había enamorado del Brazil de las R mágicas del 2002, del Gordo más fabuloso de siempre. Y entonces apareció un rubio melenudo que, vestido de rojo, se atrevió a cruzar el Canal para hacernos disfrutar, más todavía, al lado de nuestro Divino Calvo...
    Pd: Cuando tenga la dicha de ser padre, mi primer varón llevará su nombre junto al mío. Norge David, para una pista... No digo más!!!
    Un abrazo del tamaño del mar, desde Cubita la bella.
    Hala Madrid.

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