La mano de Zidane

Escrito por: José María Faerna10 noviembre, 2016

Cuando yo veía baloncesto, el Maccabi de Tel Aviv jugaba en un pabellón que se llamaba La Mano de Elías. No sé si a estas alturas se han mudado, pero a mí me impresionaba el nombre. Recuerdo que a Pedro Barthe también a juzgar por la precaución con que lo decía, aunque puede que solo calibrara la posibilidad de que los colegas de la televisión israelí se estuvieran quedando con él. Siempre he pensado que si alguna vez pongo un restaurante lo llamaré La Mano de Elías, un nombre que solo puede competir con Se Vende Perro, donde el detective sin nombre de Eduardo Mendoza quedaba a cenar con su cuadrilla en El enredo de la bolsa y la vida. Sin duda era la mano del profeta la que estiraba einsteinianamente el minuto final en el reloj de la mesa cuando el tanteo venía justo (Elías ya lo tenía hablado antes con los árbitros). Eso sí que eran achiques espaciotemporales y no los que descubre a cada minuto Marcos López en Antena 3.

Yo me he acordado estos días de Elías porque la parroquia periodística anda alborotada sobre si se ve o no la mano de Zidane en el equipo. Di Stefano es Dios y Zizou su profeta, pero ya se sabe que el Madrid no juega a nada y eso no hay Dios que lo mueva. Aquí la única mano que se ve es la de Sánchez Arminio, que no tiene mano, solo cara; y muy grande y merecida, como observa la sabiduría de Manuel Matamoros. Ponen los periodistas a Zidane en fila con el Cholo, con Guardiola, con Sampaoli y dicen que no inventa nada. Si pone contra el Legia a Morata más la BBC es que florentinea. Y habrá que darles la razón porque el experimento no salió bien, pero si hubiera salido bien también habría que habérsela dado, porque, hombre, el Legia ya tal. Y todo en ese plan, que habría dicho Umbral en sus buenos tiempos.

Zinedine Zidane (Foto El Confidencial)

El otro día decía Garitano en la radio después del partido del Leganés con el Madrid que, tras enfrentarse a los tres grandes, al que veía mejor es al Atlético. Bien está, pero yo miro la clasificación y al Atlético lo veo cuarto, no primero. Repaso los marcadores y veo que a ese Atlético tan sólido los de Garitano le rascaron un empate a cero, mientras que un Madrid con legañas les acababa de endilgar tres esa misma mañana, aunque al entrevistador no le pareció oportuno recordárselo. El periodismo español, y no solo el deportivo, tiene una relación abrasiva con los hechos, pero de eso hablaremos otro día. Aquí la cosa es que el Cholo, Guardiola y Sampaoli no tienen una mano, pero al parecer tienen una idea y esa no será una superioridad competitiva, pero es una superioridad moral. A Sampaoli le he oído mucho eso de la idea. A la idea hay que serle fiel por encima de todo, si al final se pierde a mí no me llore oiga, que yo estoy aquí para sacarle brillo a la idea. Guardiola es el que mejor ha visto el lado comercial del negocio y desde que salió del Barça regenta un exitoso carromato de venta de crecepelo. Hasta a los cabeza cuadrada de Baviera les vendió una partida del emplasto cuando lo ganaban todo. Madrid, Barça y Atlético le repasaron la calva en sendas temporadas, pero supo deshacerse de las acciones a tiempo para cobrar el bonus cinco minutos antes de que la afición le hiciera caso al viejo Beckenbauer y decidiera correrlo a gorrazos de sombrero tirolés. Pep sabe lo que tiene entre manos, y en prevención de que los nuevos incautos de Etihad le achicaran el espacio-tiempo de Marcos López decidió mandar la idea a hacer puñetas y ganarle al Barça a la descarajada en una nueva versión vergonzante de aquello de que, a veces, una retirada ideológica a tiempo es una victoria. El Cholo, más básico, como buen colchonero, más que una idea tiene un eslogan. Da lo mismo. Va cuarto, pero con una solidez.

Así que la mano de Zidane no se ve pero se nota, como la de Elías, aunque ahora la magia sea blanca, qué menos. Tengo dicho aquí que una de las misiones del Madrid es rescatar el fútbol para el mundo. Sí, amigos, el Madrid es un paladín del fútbol acosado por estos pasteleos cansinos y segurolescos del estilo, la idea y el rigodón. A Zidane, afortunadamente, le cabe en la cabeza más de una idea a la vez. Y tiene mano. Y abrigo. Definitivamente, el restaurante se llamará La Mano de Zidane.

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

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