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Hasta siempre, Yuyu

Hasta siempre, Yuyu

Escrito por: Salvador Betancort García29 septiembre, 2015
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Ignacio Zoco es otro de los mejores amigos de mi padre de su etapa en el Real Madrid. Con él (al igual que con Txema Zárraga y Vicente Miera) se cumple una vieja máxima futbolística: “los mejores amigos de un portero son sus defensas.” El nombre de Ignacio Zoco siempre ha estado unido a mis recuerdos más primigenios. Es (de los compañeros de mi padre en el Madrid) del que conservo un primer recuerdo más nítido.
zoco y betancort
Debió de ser a mitad de los setenta, mi madre y yo acompañamos a mi abuela a Madrid para que se operara de un cáncer de mama. En ese viaje, quedó grabado para siempre en mi inexperta memoria el primer recuerdo de uno de los amigos futbolistas de mi padre. No recuerdo dónde tuvo lugar el encuentro, lo único que puedo asegurar con absoluta certeza es que me encontré delante de un enorme y afable hombre de pelo rubio que me decía con su inconfundible voz áspera: “¡Borito, cómo has crecido!”.
Recuerdo también que me pareció extraña aquella desaforada demostración de cariño. Parecía como si me conociese de toda la vida; en realidad, era cierto. No sé por qué, pero recuerdo que me dio por contarle un chiste sobre Kung-Fu (la serie que estaba de moda en aquellos años) del que apenas ya hoy recuerdo su comienzo. Ignacio se partía de risa con él y me pedía una y otra vez que se lo volviese a contar. Yo, como cualquier niño que busca ser el centro de atención, se lo contaba sin descanso. Tantas veces lo hice que creo que es una de las razones (además de su dudosa calidad) por las que lo he olvidado casi por completo.

En los muchos años que pasaron sin que volviese a ver a Ignacio, su figura permaneció intacta en mi memoria como la huella indeleble que dejan los buenos recuerdos de la infancia. Sin embargo, debo admitir que esto también se debió, sin ningún género de dudas, a mi empecinado afán por conocer quién había sido mi padre antes de que yo hubiese alcanzado el uso de la razón. Me sumergía en los innumerables recortes de periódicos y fotos (es curioso, en muchas en las que mi padre aparece haciendo una parada o algún despeje, allí está, cual fiel escudero, Ignacio) y descubría siempre un nuevo amigo o compañero de mi padre que nunca he llegado a conocer. Era tal mi curiosidad que ahora identifico con facilidad muchas de las alineaciones del Real Madrid de los años sesenta; incluso aquellas en las que no aparece mi padre.
Pero también con Ignacio nos unía el hilo telefónico. No es que mi padre y él se llamaran con regularidad, pero lo hacían con la suficiente asiduidad (ambos seguían ligados al fútbol) como para mantener el contacto. Era curioso también lo de las llamadas telefónicas: bastaba que alguien dijese al otro lado de la línea “Yuyu” para que mis padres supiesen automáticamente que era Ignacio el que llamaba. Luego se saludaban en euskera y comenzaban la conversación.
A mí siempre me intrigó por qué mi padre le llamaba “Yuyu”. Así que, un buen día, incapaz ya de aguantar aquella insoportable ignorancia, le pregunté a mi madre la razón. Ella, siempre dispuesta a relatarme cualquier cosa sobre la vida futbolística de mi padre, me contó que lo hacía porque en las concentraciones eran compañeros de habitación, y cuando alguna noche se querían escapar del hotel, Ignacio (sin duda más osado que mi padre) salía al pasillo y, desde el otro extremo, mi padre le gritaba "Yuyu" para saber si estaba el camino despejado.

En 1994, con motivo de la visita del Madrid a Tenerife (Ignacio ejercía de delegado del equipo blanco), mis padres se unieron a mi otra hermana mayor, Yani, y a mí, que estaba aún estudiando en La Laguna, para rendirle visita a él y a su mujer María (Ostiz) en el hotel Mencey, lugar de concentración de la expedición blanca. Es evidente qué fue lo que dijo Ignacio nada más adivinar la figura de mi padre.

El hotel era un hervidero de niños que corrían desesperados, carpeta o álbum en mano, tras la caza y captura del autógrafo de alguno de sus ídolos, mientras el cuerpo de seguridad de tan insigne establecimiento corría con más desesperación, si cabe, tras los escurridizos muchachos.
Una vez que nos hubimos saludado todos, después del habitual despliegue de exclamaciones del tipo: “¡Estás igual que siempre!” o bien “¡Y estos niños, cómo han crecido!”, nos dirigimos, obligados por la vorágine fanática, hacia una de las terrazas del hotel. Recuerdo que a Ignacio y María les acompañaba una pareja amiga suya que tenían una casa de veraneo en Tabaiba. Sentados todos alrededor de una mesa de mimbre veraniego, se fueron mezclando las conversaciones de manera previsible: mi madre, mis hermanas, María y su amiga por un lado; mi padre, Ignacio y el amigo de éste por el otro. Yo, sin embargo, y muy en contra de mi costumbre, permanecí callado, dividiendo mis cinco sentidos en ambas direcciones, e incluso a veces observando, no sin asombro, que lo que sucedía en aquel hotel era digno de una de las disparatadas películas de los hermanos Marx.

Cuando volví a retomar el hilo de la conversación, ya sólo pude prestar atención a la de los hombres. Por alguna razón que yo me había perdido, mi padre e Ignacio hablaban de los goles en propia puerta que este le había metido. Yo, que conocía aquella peculiar tendencia de mi padre a ser batido por sus defensas, sabía que Ignacio era el más “constante” en aquella faceta; de verdad, no creo que se pueda encontrar en los anales de la historia del fútbol español ningún portero al que sus propios compañeros le hayan marcado tantos goles en propia meta. La afable discusión continuaba, mi padre decía que eran ocho los que le había marcado, Ignacio afirmaba con rotundidad que siete; mi padre transijo. Entonces, recordé unas viejas declaraciones de Ignacio que me parecieron una curiosa paradoja. A la pregunta del periodista : "De todos los porteros que has tenido a la espalda, ¿con cuál te has entendido mejor?" Ignacio había respondido: “Todos han sido y son grandes porteros, pero por el tiempo que jugamos juntos y que nos entendíamos con sólo mirarnos a la cara era con Betancort. Para mí, Antonio ha sido un portero formidable, extraordinario y de no haber sido por aquella lesión tan grave que tuvo, aún estaría en el Real Madrid.”
Inmediatamente comprendí por qué mi padre le llamaba “Yuyu”.

 

3 comentarios en: Hasta siempre, Yuyu

  1. De todos los artículos que he leido en La Galerna (supongo que el nombre será por Paco Gento), y ha habido muchos artículos muy buenos, este es el que más me ha llegado. Para mi Betancourt fue un ídolo, fue el primer futbolista del Real Madrid que me salió en los sobres del album que pretendía completar (nunca pude completarlo).
    ¡¡¡ Que dos pedazos de futbolistas!!!, Zoco y Betancourt........ casi nada.
    Pero sobre todo, debieron ser dos personas con un corazón enorme. Que pena no haberles conocido personalmente.
    Grandres, grandes los dos.
    Y un muy buen artículo de su hijo. Me ha llenado de emoción.

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