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El Madrid también es baloncesto (IV)

El Madrid también es baloncesto (IV)

Escrito por: José Luis Llorente Gento9 febrero, 2018
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Muchos años antes, frente al general Franco, el perspicaz Pedro Ferrándiz había de disfrazar su opinión sobre el equipo del ejército ruso. Aunque el Madrid acaba de cumplir su regular visita a Moscú, hubo un tiempo que sobre este tipo de encuentros pendía la prohibición de una dictadura. Lo cuento más abajo, liquidando así una parte de mis deudas con los lectores de La Galerna, pues una promesa siempre lo es, aunque las vicisitudes de la vida perturben el momento de saldarla. De forma arbitraria, por supuesto, han retrasado mi propósito inicial, pero este humilde cronista retoma con brío la historia de Ferrándiz, al que habíamos dejado en los albores de su prolífica carrera cerrando un rocambolesco fichaje con Wayne Hightower, el primer estadounidense que asombró Europa jugando con el Real Madrid.

El éxito de la contratación del ex Trotamundos de Harlem cumplió con creces el objetivo que se habían propuesto Saporta y Ferrándiz. Amén de situar al club entre los mejores del continente, mostró a la Europa capitalista el modelo para abatir la hegemonía de los países del Este, en especial, la Unión Soviética, que manejaba el inagotable potencial humano de un país infinito.

Pero antes de doblegar al ejército rojo tenían otro trabajo aún más hercúleo por delante: eliminar las restricciones diplomáticas que el régimen franquista imponía a cualquier tipo de relación con la URSS. Por insólito que pueda parecer con las gafas de hoy en día, el Madrid tuvo que renunciar a jugar la semifinal de la Copa de Europa de 1958 contra el ASK de Riga-el dominador de la época-. En 1962, ya clasificado para la final-que entonces se jugaba a doble partido-, Saporta, el sutil, persuadió a los ministros Castiella y Solís para que, al menos, les permitieran jugar en terreno neutral. Y así fue. El Madrid perdió contra el Dinamo de Tbilisi en la ecuánime Ginebra, pero el mandatario y el técnico terminaron por convencerse de que tenían que normalizar la competición. Uno de los puntos fuertes del equipo blanco eran sus partidos como locales en la cancha del Frontón Fiesta Alegre, una verbena para los madridistas, una encerrona para los contrarios.

Al año siguiente, el adversario en la final era el TSK de Moscú, el equipo de las fuerzas armadas. Siempre anticipándose a lo que podría llegar, Saporta había mantenido durante la temporada numerosas conversaciones con el citado Castiella, Ministro de Asuntos Exteriores que no se atrevía a dar el paso definitivo por reticencias a la reacción de Franco ante una posible derrota. Ya que la visita excedía de la competencia del ministro, se convocó una reunión con el entonces Jefe del Estado.

Sentados en el coche, de camino a la cita definitiva, Bernabéu se dirigió a Ferrándiz y le sugirió: “si te pregunta si vamos a ganar, di que ganamos seguro”. “Pero Don Santiago, si a los rusos no hay quien les tosa”, replicó Ferrándiz, en el, quizá, único ataque de humildad de su vida. “Ganamos y por paliza”, zanjó el presidente. La táctica fue un éxito, aunque no así los partidos. El Madrid venció por 17 puntos en su feudo inexpugnable y perdió por la misma diferencia en la capital moscovita. El tercer partido se celebró a renglón seguido en la cancha del último disputado-según determinaba el reglamento de la época- y terminó con derrota madridista. A pesar de ello, los réditos diplomáticos debieron de convencer al régimen, porque en adelante las trabas terminaron para los enfrentamientos entre conjuntos de ambos países. Tanto fue así, que la final de la Eurocopa tuvo lugar al año siguiente entre la URSS y España… en Madrid.

Desde aquel primer viaje a la ciudad del Kremlin y hasta la retirada de Ferrándiz en 1975, el Madrid se instalaría entre los grandes de Europa con cinco títulos y dos finales más. Una ubérrima cosecha en la que el ínclito Pedro tuvo mucho que ver. Inquieto e innovador, una de las claves del éxito de nuestro personaje fue su gran ojo para los fichajes de norteamericanos.

Entre los que vinieron, dos tuvieron una trascendencia enorme en el desarrollo de nuestro baloncesto, no solo en el club de nuestros desvelos sino también en la selección nacional. Como era habitual en aquellos tiempos, Clifford Luyk y Wayne Brabender llegaron con una remota idea del lugar al que se dirigían y sin planes en la maleta. Estaban muy lejos de sospechar que el destino les reservaba una vida en España, con la continuación de su estirpe en nuestro país, amén de un sinnúmero de días de gloria.

Sus comienzos fueron muy diferentes, ya que Luyk llegó, sin duda vio, porque era muy largo, no solo de talle, y triunfó. Por su parte, Wayne, originario de un pequeño pueblo con nombre español del estado de Minnesota (Montevideo, en la actualidad unos 6.000 habitantes), necesitó de un duro proceso de adaptación, quizá todavía impactado porque meses atrás, al abrir la puerta de su casa, se encontró a un hombrecillo gesticulante que hablaba un inglés estrafalario y al que apenas pudo entender que le preguntaba por su hermano mayor.

A Ferrándiz, siempre en busca de diamantes baratos, le habían hablado de un fornido tirador bajo la lupa de los ojeadores de los Warriors de Philadelfia, que veían en Brabender un opción de futuro elegida en la lotería del draft. Atraído por los informes favorables, Ferrándiz tocó la puerta de la dirección que obraba en sus manos y al ser recibido por un joven lampiño y aniñado intentó explicarle que quería hablar con su hermano mayor, el jugador de baloncesto. Tímidamente, Wayne le contestó que el jugador de la familia era él, para decepción del entrenador, que esperaba un jugador mucho más grande y fiero. Por fortuna, y pesa al chasco del primer encuentro, el instinto no le falló al preparador alicantino, pues a Brabender nunca le hicieron falta más centímetros para convertirse en el mejor jugador de Europa ni más redaños para ser uno de los más aguerridos portadores de la camiseta blanca.

 

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Escritor. Conferenciante. Columnista. Exjugador del Real Madrid y la Selección Española de Baloncesto. Se pasa la vida remontando.

5 comentarios en: El Madrid también es baloncesto (IV)

  1. Muy buena esta serie sobre el baloncesto del Real Madrid. ¿Sería posible comentar algo sobre dos de los jugadores extranjeros que, aparte de los mencionados, de los Sabonis, Arlauckas, Biriukov, Petrovic, Dalipagic y Delibasic, más me impresionaron al principio? Me refiero a Miles Aiken y a Walter Szczerbiak. El primero, un pivot diferente y, el segundo, una ametralladora encestando.
    Gracias.

  2. Don José Luis Llorente Gento, ¿ para cuándo un artículo sobre los arbitrajes sufridos por el " Milcopas " tanto en España y Europa desde la constitución de la ACB ?
    Tengo muchos años y he visto demasiado.
    Saludos desde una localidad de Qatarluña.

    1. Buenas noches, tengo la ligera impresión de que es mejor que usted coja su silla favorita, se siente y se ponga a esperar, le va a hacer falta.
      Saludos blancos, castellanos y comuneros

  3. Buenas noches, tirando de estadísticas hay una muy curiosa, la de que los 3 últimos partidos que hemos perdido han tenido una característica en común, y es que en los 3, la valoración del equipo es superior a la del contrario, Hoy 90 Madrid, 79 Olimpiakos, contra Andorra, Madrid 96, Andorranos 88 y en Moscu 97- 95 a favor nuestro también, la conclusión es clara, que no falte el señorío,
    Saludos blancos, castellanos y comuneros

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