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Desciende, Bale

Desciende, Bale

Escrito por: Mario De Las Heras19 febrero, 2017
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Cuando se aproximó a la banda, Zizú le dijo algo al oído. Fue como si le hubiera contado un chiste verde, porque Bale ensanchó la mandíbula y la coleta se le revolvió, vivaracha. Era el minuto setenta y era hora de volver a jugar al fútbol. La gente, como un bosque, se agitaba bajo la cálida tarde invernal. Era bonito asistir a ese cambio de guardia.

Bale al trote de nuevo en Chamartín era un momento tan esperado como los primeros signos de la primavera. Pronto le vieron agacharse y erguirse y volver a agacharse. En Bale había un jugador de rugby que en algún punto de su evolución mutó en futbolista. Se podía comprobar en sus movimientos defensivos característicos, como si fuera a formar parte de una melé; en su manera de patear más que de disparar; o en su manera de correr hacia la línea de fondo con una calabaza bajo el brazo.

La alegría del bosque por su regreso fue como la alegría del valle de Huw Morgan tras recuperarse de su enfermedad. Así, agachándose como para placar al rival, y luego irguiéndose fue como le quitó el balón de los pies limpiamente a Hernán Pérez sólo un minuto después de su entrada en el campo.

Tan sólo tras un par de lances se adelantó a David López igual que un ave más lista y más fuerte que otra. Un choque de plumas en el aire. Bale hacía esas cosas y después descendía y trotaba mientras observaba el panorama sin perder detalle. En su propio córner todos pudieron ver cómo le volvió a robar la pelota a David López poniéndole el cuerpo por delante y la pierna por detrás para lanzar la salida del Madrid.

Nadie hubiera destacado nada hasta esa hora en la actuación de Bale, pero lo cierto es que estaba resultando impresionante. Gareth observaba tocándola con serenidad. Se alejaba, se adelantaba y terminaba retrasándola. Se movía hacia el centro y esperaba, y luego volvía a la banda izquierda. Una de esas veces hizo en un metro cuadrado un sombrero en la esquina rival al defensor para lanzar el balón a una olla puesta a fuego lento donde se cocinaba el bueno de Diego López.

Gareth quería entrar en su casa y por eso le rondaba el porche como un amante joven y desesperado. Tuvo la mejor oportunidad con un balón colgado por Carvajal desde el lado derecho que le quitó un Pepe peor colocado para el remate de cabeza, hasta que Cristiano lanzó un contraataque al borde de su área enviándosela a Isco que ya estaba adelantado por la izquierda.

Bale allí abajo, junto a Ronaldo, escuchó a Vangelis y vio delante de él la playa de St. Andrews, justo en medio de la defensa de el Español, y corrió hacia ella como para no perderse el comienzo de Carros de fuego.

Isco lo vio marcharse y esperó hasta que estuviera a punto, y entonces Bale, al recibir el balón, se metió un poco en el agua como aquella vez que le hizo mojarse a Bartra, y luego enfiló la arena para marcar un gol zurdo de disparo cruzado sólo trece minutos después de su vuelta bajo una cálida tarde de invierno en Madrid que por un instante, como un destello, pareció una cálida tarde de primavera en Cardiff.

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Ha trabajado en Marca y colaborado en revistas como Jot Down o Leer, entre otras. Escribe columnas de actualidad en Frontera D. Sobre el Real Madrid ha publicado sus artículos en El Minuto 7, Madrid Sports, Meritocracia Blanca y ahora en La Galerna.

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