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Cuestiones de estilo

Cuestiones de estilo

Escrito por: José María Faerna31 marzo, 2016

Ya he escrito más de una vez por aquí que el Madrid es un estilo, lo que no significa necesariamente que tenga un estilo. De hecho, esta cuestión del estilo a menudo lo emborrona todo. En las biografías apresuradas de artistas, escritores y oficios afines se acaba uno encontrando en algún momento una frase como esta: "Fue en la década de tal cuando finalmente encontró su estilo", como quien llega de una vez a la meta. Esa literatura ha hecho mucho daño y el mundo acumula ya demasiadas generaciones de ánimas tiernas que garabatean papeles y pantallas a la caza desesperada del estilo como capitán Ahab que lleva el diablo.

Por si no teníamos bastante con tanto artista atribulado, ahora los futbolistas también aspiran a su estilo como si fueran poetas barbilampiños. Peor todavía, ¡son los clubs, y aun los países futbolísticos, quienes lo anhelan así en colectivo! Y digo ahora porque la cosa es reciente. Hasta los años noventa yo no había sospechado que el fútbol fuera clasificable en términos de estilo. Fue entonces cuando algunos escribidores campanudos y de Bilbao empezaron a teorizar mientras levantaban la barbilla por encima de la papada sobre "el estilo de España". Que no lo tenía, y preferible fuera no tener padre ni madre. La cosa no tardó en complicarse, porque enseguida la demanda acuciante se extendió a los clubes. ¿Habría repertorio de estilos futbolísticos para todos? ¿Cada selección y cada club podrían aspirar a uno para ellos solos o habrían de compartirlos como un piso de erasmus alborotados?

Todo esto deriva de un grave equívoco. Si los poetas mocosos y los escribidores campanudos supieran qué es el estilo nuestra vida y la suya sería más fácil. Así se llamaba el punzón (stilus) con que los escribas grababan las tablillas en la Antigüedad. Según fuera este y según lo manejara el escriba, un ojo avezado podía identificar la caligrafía del escribano correspondiente a cada documento. O sea, que el estilo es un residuo, apenas un rastro que dice nuestro nombre por debajo de nuestras acciones. Cosa muy conveniente cuando hacemos cosas memorables, pero solo si hacemos cosas memorables. A algunos, les identifica; a otros simplemente les delata. El estilo es como la edad: inevitable. Hay que ser membrillo para ir por ahí buscando un estilo si quieres ser artista; pero si quieres ganar la Liga y la Copa de Europa y lo que buscas es un estilo es que eres directamente gilipollas.

Stilus

Nuestra querida prensa, siempre tan atenta, suele decir que no se sabe a qué juega el Madrid, que no tiene un estilo reconocible. Desde que los escribidores campanudos introdujeron este asunto tan refinado viene diciendo eso con más o menos insistencia, da igual si al final ganas la Liga o la Copa de Europa. Para estilo el Barça, claro; esos sí se sabe a qué juegan o, al menos, cómo juegan, porque esto del estilo va del cómo, no del qué. El campeón del estilo fue Guardiola, lo sabe todo el mundo, el tiquitaca y tal. Resulta, sin embargo, que Pep está hasta las narices de la paternidad putativa del dichoso tiquitaca. Yo recomendaría aunque fuera una lectura somera de Herr Pep, el estupendo libro que escribió Martí Perarnau convertido en sombra del entrenador en su primera temporada en Múnich. Allí Guardiola deja claro por activa y por pasiva que la posesión es un instrumento, nunca un fin.  También queda de manifiesto el obsesivo control de la pizarra practicado por ese soñador adolescente que pinta la caricatura de la prensa al uso; a su lado, Benítez o Mourinho parecen ácratas dinamiteros. Una cosa es que Guardiola sea un tipo algo relamido y repelente y otra que se chupe el dedo.

Antes de que la literatura futbolística pereciera anegada en estos manierismos, los grandes equipos, es decir, los que tienen la aspiración permanente de ganar todo lo que juegan, no buscaban la camisa de fuerza del estilo sino la flexibilidad operativa de las opciones múltiples: contratacar si el rival juega con líneas adelantadas y deja espacios; marear la pelota, ensanchar el campo y filtrar pases si se cuelga del larguero como los murciélagos colchoneros de la troupe del Cholo. Si el Barça, ese campeón del estilo, está sobreviviendo con éxito al relevo o la decadencia de muchos de los jugadores que construyeron el equipo de Guardiola es porque Luis Enrique, con una nada despreciable habilidad para nadar contracorriente sin tragar agua, se ha pasado el estilo por el arco del triunfo y hoy anda sobrado en el campeonato aunque tenga peor plantilla que el Madrid (sí, han leído bien: con tridente y sin tridente, la plantilla del Madrid 2015-2016 es mejor que la culé; por eso el madridismo anda revuelto, dolorido y frustrado). Ahí está en cambio España, vigente campeón de Europa y penúltimo campeón mundial, chapoteando en la banalidad pero fiel como un eunuco gordinflón a ese estilo perdido y hallado en el templo con el beneplácito de los escribidores campanudos, que ahí siguen predicando.

¿Pero no era entonces el Madrid un estilo? ¿En qué quedamos?

“Y sobre todo, compórtate –le dice el Lord Byron cinematográfico de Gonzalo Suárez a su hija Allegra cuando la deja al cuidado de las monjas de Bagnacavallo–. Bien o mal, pero compórtate”. Byron y el madridismo saben que el estilo es un patrón de conducta, no un beocio patrón de juego. El estilo del Madrid consiste en que si ganamos el sábado la prensa nunca dirá que Zidane ha dado con la tecla para activar el potencial extraordinario de su plantilla, sino que el Barça es en realidad mucho más vulnerable de lo que parece bajo las apariencias de su tridente dicharachero, ¿o es que la Roma y el Sevilla no eran equipos de aficionados? El estilo del Madrid consiste en que si ganamos el sábado el culerío empezará a sudar frío, aunque hace cuatro días siete puntos fueran un abismo liguero. El estilo del Madrid consiste en oler la sangre hasta el minuto noventa y cuatro sin bajar los brazos, porque todo rival sabe que si al Madrid le queda una opción en el minuto noventa y tres tiene mucho de qué preocuparse. El estilo del Madrid consiste en que, en medio de una temporada llena de negros presagios La Galerna dedique el más hermoso de sus portanálisis a homenajear al héroe caído del rival, mientras el rival acusa recibo en periscopios saltimbanquis, manitas al viento y delirios argentinos de franquitos y mafaldas. El estilo del Madrid consiste en saber que el estilo no se busca. Si haces cosas memorables, ya te encuentra él solo.

Número Uno

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

7 comentarios en: Cuestiones de estilo

  1. "ensanchar el campo y filtrar pases si se cuelga del larguero como los murciélagos colchoneros de la troupe del Cholo"

    innecesario

    lleváis todo el año mirando a esos murciélagos desde atrás , y un montón de derbis
    sin ganarles.

    por lo demás , un artículo magnífico.

    pese a no compartir algunas cosas.

  2. Siempre he creído que el mejor profesor es aquel que, en el primer día de clases, pone las expectativas de todos patas arriba, da un golpe sobre la mesa en un "aquí no vamos a perder el tiempo ni a estar con tonterías (por no decir gilipolleces); venimos a aprender". Un profesor que revuelva las conciencias de estudiantes adormilados, acostumbrados a leer y repetir cual lorito en el examen (por no decir vomitar), sin haber digerido nada de los contenidos. ¿A dónde voy con esto?
    Usted, señor José María Faerna, ha escrito hoy lo que un buen profesor entregaría el primer día de cualquier clase de Periodismo Deportivo, y les diría a los estudiantes: "apréndanse esto bien y el que no, puede darse por suspenso".
    Usted, señor José María Faerna, ha escrito hoy lo que un aficionado madridista debería conocer para no seguir las consignas y dislates de periodistas conocidos como 'Much Ado About Nothing'.
    Usted, señor José María Faerna, ha hecho que yo deje mis obligaciones habituales para releer tres veces su artículo, admirar el contenido, reírme con algunos pasajes, y querer imprimir el último párrafo con el fin de ser repartido junto al DNI de cualquier madridista.
    Usted, señor José María Faerna, se merece una gran ovación de pie. Y eso hago para cerrar ya este comentario. ¡Gracias, Número 1!
    ¡Hala Madrid y nada más!

  3. El periodista hoy conocido como Hughes, que entonces también era conocido como Hughes, escribió hace años una memorable entrada en Fans del Madrid sobre el estilo en el fútbol. Recuerdo que mencionaba también la etimología de la palabra.

    Yo diría que en el fútbol, tradicionalmente, se habló de "método"; de hecho, a cierta disposición de los jugadores, no recuerdo si en 2-3-5 o en "WM", se la llamó "el método". Hoy, algunos hablan de "modelo de juego". "Método" tiene que ver, etimológicamente, con "camino", con "modo". Y "modelo", con "medida", "referencia". Ambas palabras apuntan a la racionalidad, a la lógica, casi a la ciencia. En cambio, "estilo" remite al arte. Me parece significativo: del fútbol como deporte, como actividad profesional con un importante elemento técnico (y tecnológico), al fútbol como sello personal, como imagen (de marca). ¡Signo de los tiempos!

    Y, sin embargo, yo sí defiendo que el Madrid debería dotarse de algo que prefiero llamar "método" o "modelo". Ello ayudaría a que sus decisiones, a la hora de decidir contrataciones y despidos (de jugadores y de entrenador), tuvieran más coherencia. Porque la coherencia tal vez no garantice títulos, pero permite construir sobre el pasado, sobre lo ya aprendido, y tener una referencia en la que creer y a la que acudir en los momentos difíciles. Una referencia útil, quiero decir; no invocaciones retóricas a la lucha y al espiritismo. A no ser, claro, que pensemos que pasar, a velocidad acelerada, de Pellegrini a Mourinho, y de Mourinho a Ancelotti, y de Ancelotti a Benítez, y de Benítez a Zidane, puede tener alguna clase de efecto positivo (de "ducha escocesa") sobre la plantilla.

    1. Suscribo totalmente tu comentario, DeSqueran, especialmente el último párrafo.
      El artículo de Hughes al que te refieres es uno de mayo 2011, titulado "El estilo de Pep". Como va fatal el enlace http://www.fansdelmadrid.com/el-estilo-de-pep/, me permito la licencia de copiarlo aquí, a pesar de lo extenso, pero vale la pena:

      "En el día de la Última Carga, maese Hughes nos traza la cosmovisión del General enemigo.

      I) La palabra “estilo” proviene, si no recuerdo mal, de “stilus”, término latino que hacía referencia al utensilio con el que se escribía sobre las duras superficies que se usaban entonces. Vamos, como el boli bic de los romanos. El estilo, pues, era instrumento, y es después, con el advenimiento del artista romántico y flatulento, cuando el estilo se convierte en fin en sí mismo y se identifica con la propia subjetividad del autor.

      II) Semejante proceso se ha producido en la cosa del fúrbol (mientras el fútbol sea gobernado por Villar, deberíamos denominarlo así, simplemente fúrbol, pues no es fútbol lo que vivimos, sino su villaresca adulteración, ¡estamos gobernados por un tirano invisible, un tirano sin butanito que le cante como se le cantaba a Porta!). El entrenador lleva consigo un “estilo” porque el entrenador ya es artista. El entrenador moderno tiene pujos de artista y va por la vida vestido de oscuro, con barba de unos días, cuello alto y mirada húmeda.

      III) De hecho, en el vocabulario futbolístico, se ha producido un cambio de lo militar, de las metáforas militares a las artísticas. De la “táctica” -esos Trapattonis belicosos, como generales que mandaban a sus muchachos a batallas en el césped- se ha pasado al estilo, y el estilo ya no es sólo pizarra, pizarrismo, flechitas, eso está al alcance de cualquier Ortego. El estilo es tacticismo y una manera de hacer que depende directamente del futbolista. Es una especie de son, de ritmo, de pauta en la que están imbuidos los miembros del equipo. El entrenador es un artista similar al director de orquesta o al cineasta. Necesita de la implicación del futbolista. Se ha superado el mero tacticismo, con su terminología estratégica.

      IV) Se ha impuesto una normativa del estilo. Hay estilos, pero sólo uno es el preceptivo. Lo que no cabe en la horma se repudia como repulsivo, degenerado. Hay estilos, pero sólo uno es el “bueno”. Hay un tufillo manipulador aquí, una cosa moral, como si los otros, las otras formas de hacer no fueran éticas. ¿Por qué? Parece ser que el “estilo” que todos tenemos en mente, bautizado como tiquitaca, presenta algunos rasgos que lo diferencian.

      V) El estilo que abandera Pep, el filósofo de Sant Pedor, se caracteriza por pretender acabar con el rival y con el fútbol como diálogo, como combate, acabar con el encanto dialéctico del juego. El ideal (ah, el ideal) de esta secta estética es la plena posesión de la pelota. De hecho, el aberrante planteamiento de la ida en el Bernabéu estuvo cerca, de no mediar el error arbitral, de ser eso: una eterna posesión del esférico sin otra intención que tenerlo.

      VI) Un rasgo que caracteriza al estilo es la cuestión de los espacios. Se trataría de jugar en campo ajeno. Que la mitad del campo no se pise, y en esa reducción, conseguir el gol ampliando el campo. Hay aquí un elogio de la capacidad de crear espacios, ciertamente meritoria, tras haberlos reducido. El contragolpe, esa cosa tan divertida, es considerado un arte menor. ¿Qué dificultad tiene aprovecharse del espacio si ya está ahí, si no se crea? Este estilo, pues, es una sofisticación futbolística. Los ingleses, por ejemplo, les parecen unos primarios.

      VII) Otro rasgo es el recelo hacia la victoria. Obviamente, a Pep le gusta ganar (que si le gusta…), pero se trata de que no se note. No se debe notar que uno busca vencer. La victoria llega por inercia, por la inevitable justicia del dios del fútbol (el dios del fútbol debe ser holandés, el ídolo infantil de Rinus Michels o alguien así). La pérdida de prestigio de la victoria parece quitarle competitividad al deporte. Competir abiertamente, querer ganar, es considerado de mal gusto: “venimos aquí, en franca inferioridad, contra un equipo con siete delanteros, a proponer nuestro fútbol, con ilusión, pero ya nos va bien haber llegado”, etcétera. Estas cosas se dicen. La victoria, parece, se asocia -de alguna manera profundamente católica por estos curillas del balón- con el beneficio.

      VIII) Es un fútbol sin vibrato, suave. El “estilo”, este estilo, se caracteriza además por no aprovechar el error ajeno. El cinismo italiano, vivir del error ajeno, eso no se tolera en la estética del filósofo de Santpedor. Aquí todo se “propone”.

      IX) Nótese la ligereza, la blandura postmoderna del lenguaje: este fútbol se “propone”, no se impone, aunque luego, en verdad, no jugar así supone asumir el riesgo de que le “pongan a uno en la frontera”, como le ocurrió a Capello, en lo que es, a mi entender, la primera condena artística en el deporte, como si se tratara de un “artista degenerado”.

      X) Hemos pasado pues del ridículo tacticismo, de las abstrusas geometrías, al esteticismo, a un esteticismo además canónico. Solo cabe una idea de hermosura. Pero el valor dominante de hace unos años, la victoria, lo que condenaba o no al entrenador, esa dama caprichosa de la que dependía que los niños de David Vidal cambiasen de colegio, ahora deja el paso a la “belleza”. Lo hermoso. El paso intermedio quizás fuese la intransigencia de esos entrenadores que “morían con su sistema”. El sistema se solidificó, se cosificó, como diría nuestro contertulio DeSqueran, y devino estilo. La tozudez del míster se convirtió en su impronta. Esto soy yo, esta es mi manera. Ah, amigos, ¡la maniera! Ahí apareció el estilo: la personificación romántica del instrumento, del stilus.

      XI) El tacticismo tozudo devino en manera, maniera , y así surgió el estilo. Esto, claro está, tenía que pasar porque el entrenador había adquirido un protagonismo inmenso. De hecho, es conmovedor recordar que el primer Florentino consideraba al entrenador un mal necesario, un alineador, poco más. El fútbol estaba determinado por lo individual. La realidad es que la importancia creciente del entrenador, fuera manager o no, le acabó dando una impronta romántica. El entrenador como sujeto romántico, como héroe sentimental, idealista, esteta, contra las veleidades caprichosas de sus pupilos, contra el vulgar criterio de la grada, contra la fría realidad del marcador, presionado por unos directivos que fuman puros, con enormes barrigas, capitalistas ineducados, bárbaros. El entrenador es el artista romántico.

      XII) Estamos a un paso, no obstante, del entrenador-moralista. Los rasgos antes mencionados (discurso personal, recelo de la victoria, búsqueda esforzada del espacio, etc.) han acabado por hacer surgir lo “bueno” de lo “bello”. No es que lo bueno sea bello, no, es que este esteticismo ha hecho que al fútbol le salgan ribetes morales. “Este planteamiento es indigno”, se ha llegado a decir. Haber hecho nacer de la belleza del estilo su condición de bueno, de “bueno” per se, hace que de ahí nazca una antipática ética, una moralina futbolera: ético es perseguir lo bueno, desviarse de ello sería un comportamiento indigno. Más preocupante aún es cuando estos términos no los acuña el transcurrir del tiempo, sino unos señores que a) son antimadridistas, b) están interesados en tener el poder, en mantener el club en una situación de cómoda inestabilidad (pero pudiera tratarse de otro equipo). Capello es el primer expulsado por este mecanismo. No es casualidad que fuera el barcelonismo el inventor de la consoladora categoría del “campeón moral”. Ahora, ese adjetivo, moral, adquiere un sentido duro y excluyente. El campeón y el campeón moral son ahora el mismo.

      XIII) El estilo del filósofo de Santpedor es un estilo solipsista. No hay que olvidarlo.

      XIV) Todo surge por una complejidad retórica de este deporte. La rueda de prensa es el nuevo terreno de juego.

      XV) Este estilo acabará generando un cambio antropológico (no puedo analizar al filósofo de Santpedor y su obra si no es recurriendo a estas palabras) en el gusto del aficionado. Los ingleses, por ejemplo, gritan con el gol y con el córner. Nosotros gritamos el gol y a veces decimos olé con una sucesión de pases (sí, también en el nou camp se dice olé; de hecho, de la tauromaquia en Cataluña sólo han dejado los olés con los que torturan al rival en los rondos). Con el transcurrir del tiempo y con esta hegemonía, dejaremos de sentir esa interna oleada de placer con el gol, de gritarlo, y empezaremos a gritar frenéticamente el encadenamiento de pases. El estilo del que hablamos, el estilo, pues no cabe otro, tiene algo de subversión del gusto tradicional del aficionado. El gol, si no llega de determinada manera, no es hermoso, ni bueno, ni digno. Los aficionados acabarán como esos futbolistas que se entristecen, compungidos, cuando le marcan gol al equipo del pueblo de su mujer. Acabaremos por avergonzarnos de celebrar ciertos goles, y con el paso del tiempo el gol ya no nos generará placer.

      XVI) El estilo es muy colectivista. Deja el romanticismo para el entrenador. Ya no se lleva el jugador estrella, sino subsumido en el engranaje, en el conjunto. Las cosas llegan merced a una manera general de hacer, no por el estallido del genio. Sobre el genio no cabe la retórica. No habría estilo, ni filosofía, ni gaitas sobre la individualidad desbordante de Messi. Antes se decía: “es un equipo con grandes individualidades”. El estilo recela un poco de las individualidades. Es mejor si es conjunto, si es global. En el caso del Barcelona y su asimilación del fútbol holandés, ya se observan apelaciones al volksgeist. Pep es un Lord Byron en chándal inflamado de ardores por las letras de Lluís Llach.

      XVII) El estilo tiene un origen: la importación (en varias fases) del fútbol holandés que hizo el Barcelona en épocas de desorientación (Miichels, Cruyff, luego Van Gaal, Rikjaard, etc.). De hecho, en tiempos de Van Gaal, no sólo se importó la idea, sino un conjunto entero de holandeses. Después, el estilo tiene otro hito: las batallas mediáticas de principios de los noventa. García y Clemente eran uña y carne. La Ser, el As, el Plus, Prisa y su sección de deportes de los Relaño, Segurola y compañía, plantearon una alternativa ideológica con Valdano y su importación del menottismo. Así, nos trajimos la querella argentina entre los partidarios del flaco y los bilardistas, y de ahí, de ese momento, parte lo actual. Relaño y sus amigos ganaron la batalla, y ya sólo hubo una manera de jugar. Los entrenadores del futuro iban a ser ya esos individuos teorizantes. El otro día alguien -creo que era Paco Glez.- recordaba a Maguregui para hablar de Mou. Un entrenador anterior a la fase romántica, un señor normal, sin jerigonzas.

      XVIII) Un ejemplo de lo abusivo de la cuestión. Imaginemos un torero artista, un torero pendiente de la musa, colgado de ella. Sale a la plaza patilludo y serio, distraído, y toreará como los ángeles o pegará un petardazo. Es lo que tiene el artista. Sería difícil y hasta cansino imaginar un Morante con las cifras orejiles de un Jesulín en sus buenos tiempos: doscientas corridas, cuatrocientas orejas. Levantando a las plazas de turistas. Sembrando España de olés. No, el artista es inconstante, tiene un algo caprichoso, voluble. Lo estomagante, lo agotador, lo que cansa más que leerse un BOE, es este filósofo de Santpedor y su troupe, que han ganado para sí la condición de artistas y llevan tres años cortando orejas hasta en Benidorm. Esto es un abuso, oigan.

      XIX) Todo el asunto este del estilo, toda esta absurda sofisticación, es la postmodernidad española. Los cocineros hablan como Dalí y los entrenadores de fútbol merecen artículos de opinión en las primeras páginas de los diarios. Nos hemos vuelto locos. La estupefaciente sucesión de pases en el mediocampo es nuestro Maradona, nuestra idolatría y hasta diría que nuestra perversión.

      XX) Finalmente: Mou participa del rasgo romántico del entrenador. Tiene los atributos del artista, es conflictivo, inconformista, rebelde, su ego es una planta tropical exuberante y tiene un punto torturado. La mirada febril, el gesto severo a veces. Se le agradece a Mou, sin embargo, que no tenga sistema. El sistema, ya digo, es el inicio del asunto. Es un entrenador flexible, del tipo carismático, motivacional. Motiva al delantero golfo y adolescente y motiva a la afición entera (sin necesidad de invocaciones al petit país). Es un entrenador clásico, para mí, enriquecido por lo mediático. Creo que sí, que está más cerca de Maguregui que de los técnicos modernos. Y en su relación con la prensa hay algo de la desconfianza inicial de los antiguos entrenadores que no comprendían a los señores con gafitas y grabadora que les preguntaban cosas absurdas. A la vez, Mourinho es lo que es por la prensa. Tienen una relación conflictiva, dependiente, divertidísima.

      Una de las razones que convierten a Mou en subversivo (quién lo diría) es que con su planteamiento en semifinales, también con el que “propuso” siendo entrenador del Inter, originó una situación reveladora: reducir al absurdo el estilo culé. El tiquitaca se colapsó y si el árbitro no hubiese acabado con eso, y como bien dijo en rueda de prensa, el partido sería un eterno 0-0. En eso yo no vi un mal partido, sino una genialidad. Llevar el juego a unos límites en respuesta al manierismo culé. Uno buscaba la posesión, otro la posición. El espacio era un lujo que no podían permitirse. El partido comenzaría (la ronda, el verdadero choque) cuando la debilidad física hiciese que los dos equipos dejasen de ser lo que eran. En ese momento, cuando dejasen de ser lo que sus entrenadores planificaron, aparecería el fútbol como esa cosa desordenada, trivial, infantil, azarosa y totalmente dependiente del futbolista y su acierto. El cerocerismo de Mou fue una genialidad, una apoteosis del tacticismo hasta el arrebato final en que se decidiera la eliminatoria. La expulsión destruyó un choque histórico".

  4. " ... A algunos, les identifica; a otros simplemente les delata" ... "Si haces cosas memorables, ya te encuentra él solo" ... El artículo es absolutamente memorable.

    Permítame que le diga D. José María Faerna que si el "estilo" de juego de nuestro Real Madrid llegara el próximo sábado al nivel del que Vd. demuestra escribiendo este artículo, ganaríamos por goleada sin duda alguna.

    También he releído el artículo y admirado su contenido. Disculpe que no acompañe a @DiosaMaracana en la ovación en pie pero es que estoy en el trabajo y mi Jefe es un fanático de "los murciélagos colchoneros de la troupe del Cholo" (ja, ja, ja ...) y no está el mercado laboral como para que lo despidan a uno.

    Pero muchísimas, muchísimas gracias de corazón por este artículo y por el rato de su lectura ....

  5. A diferencia del Madrid, el estilo del barça desde la primera liga de Tenerife hasta hoy, ha estado meridianamente claro: los linieres muy abiertos a las bandas y, el árbitro, dominando el centro del campo y las áreas.

    Y les ha dado un resultado bárbaro.

  6. Recuerdo que hace ya bastantes años, cuando a "la Roja" -por aquel entonces conocida como Selección Española de Fútbol- aún no le había sido adjudicado estilo alguno; el periodismo deportivo patrio, tan chovinista él, colgaba sambenitos negativos a otras Selecciones Nacionales que, curiosamente, solían dar a la nuestra sopas con onda en el terreno de juego y la superaban ampliamente en títulos. Así por ejemplo, Italia era identificada con el infumable "catenaccio", Alemania practicaba un fútbol mecanizado e Inglaterra se limitaba a poner balones en órbita en busca de un cabeceador.
    Años más tarde, cuando la Selección Española -ya "la Roja" a todos los efectos- contrajo indisolubles nupcias con el estilo de toque y posesión, al que la prensa había certificado con el marchamo de excelencia guardiolesca; ya tuvimos un metro patrón con el cual comparar -y despreciar- cualquier otra forma de entender el juego del fútbol. La consigna estaba clara: o el tiquitaca, o la barbarie.
    Pero hete aquí que, justo cuando el fervor por el credo tiquitaquero se encontraba en su punto álgido, aterrizó en la ribera del Manzanares el Cholo Simeone, que logró enderezar el errático rumbo de la nave colchonera a base de aplicar unos conceptos futbolísticos situados en las antípodas de la Fe Única y Verdadera.
    Entonces, como sucede a veces en la Historia, llegaron unos tiempos de confusión para el periodismo deportivo; tiempos de cuyo transcurso ni siquiera son conscientes muchos de sus integrantes -colchoneros y culés en gran medida- pues son capaces de defender al mismo tiempo la posesión y el pelotazo largo, el toque sutil y "la intensidad", la creatividad y el rigor táctico, dependiendo de quiénes lo practiquen.

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