Coach

Escrito por: Nacho Faerna14 enero, 2016

Jack Ford entró en su oficina con un puro mordisqueado en una mano y un pañuelo en la otra. Llevaba una sahariana, lo que los anglosajones llaman chaqueta safari, y unos pantalones caqui demasiado cortos que dejaban al aire unos llamativos calcetines rojos. En cuanto asomó por la puerta, su secretaria se fijó en que tenía la cara llena de marcas de carmín. No sólo las mejillas, también la frente. El señor Ford gruñó algo ininteligible mientras cruzaba la pequeña estancia camino de su despacho. Cualquier admirador de Duke Wayne habría reconocido inmediatamente sus inconfundibles andares, pues el actor se los había copiado a quien él llamaba siempre Pappy. No prestó atención al chaval que estaba sentado enfrente de la secretaria, y que lo miró aguantando la respiración. Quizá ni siquiera lo vio, porque el muchacho estaba a su izquierda, donde el campo de visión del viejo Jack quedaba muy reducido debido al parche que le tapaba ese ojo. Desapareció dentro del despacho, e inmediatamente detrás de él, la secretaria con una caja de kleenex en la mano.

El chaval, que tenía quince años, se quedó solo un rato durante el que pensó que tal vez no había sido una buena idea haberse atrevido a llamar a la puerta para preguntar si podía conocer al gran director de cine. Sus primos, en cuya casa estaba de visita, le habían animado a hacerlo. Él no vivía en Los Ángeles sino al norte del estado, en Saratoga. Desde niño, si es que ya había dejado de serlo, soñaba con hacer películas. Eso es lo que le había confesado a la secretaria del señor Ford, que no le garantizó nada pero le prometió que intentaría que su jefe lo recibiera cuando volviera de almorzar. Estaba a punto de levantarse para marcharse de allí cuando la mujer salió del despacho con un montón de kleenex manchados de carmín arrugados en la mano. Entornando la puerta le dijo que el señor Ford le concedería unos minutos.

Lo encontró sentado con los pies encima de la mesa. Los calcetines rojos reclamaron su atención y condujeron su mirada hacia el guión que estaba justo al lado de las botas. El título era muy largo y sólo le dio tiempo a leer "El hombre que mató..." Quizá se tratara de su próxima película, pero antes de que pudiera preguntárselo fue el señor Ford el que se dirigió a él. "Me han dicho que quieres ser un picture maker". Era la primera vez que oía esa expresión. No dijo movie maker, ni director. El chaval asintió. Contestó que se pasaba todo el tiempo que podía rodando con su cámara de 8 milímetros. "¿Qué sabes de arte?", le preguntó el viejo sin dejarle terminar la respuesta. El chaval no supo qué contestar. "¿Ves esos cuadros ahí colgados?". El señor Ford se refería a unas pinturas con personajes y paisajes del Lejano Oeste que decoraban el despacho. "Acércate a ese primero y dime qué es lo que ves". El chaval obedeció y empezó a describir a los dos indios que aparecían en el cuadro. De nuevo el señor Ford le interrumpió antes de que terminara de hablar. "¡No, no, no! ¿Dónde está el horizonte?". Tuvo que volver a mirar el cuadro para comprobar que el horizonte estaba por encima de las cabezas de la pareja de indios. En cuanto hubo respondido, el señor Ford le dijo que ahora mirara el segundo cuadro y le dijera lo que veía. "Un regimiento de la Caballería atravesando una pradera..." En esta ocasión, el tono de voz del señor Ford le hizo temer que le fuera a tirar el guión, o algo más contundente, a la cabeza: "¡¡No, no, no!! ¡¿Dónde está el horizonte?!" El chaval se apresuró a corregir su error: "El horizonte está abajo, casi en el borde del cuadro..." Entonces, el viejo cascarrabias le pidió que se sentara de nuevo frente a él.

Lo que aquel anciano de casi setenta años le dijo a continuación a ese quinceañero en 1961, hace más de medio siglo, sigue siendo una verdad como un templo, la lección que ningún director de cine debería olvidar nunca. Simple e irrefutable como sólo puede serlo una revelación.

"Cuando seas capaz de distinguir el arte de colocar el horizonte en la parte inferior del encuadre o en la mitad superior del encuadre --pero nunca en el centro del encuadre--, cuando seas capaz de apreciar por qué está bien arriba y por qué está bien abajo, entonces puede que te conviertas en un buen picture maker."

ford filming

De hecho, aquel adolescente no lo olvidó jamás; ni cuando diez años después hizo su primer trabajo profesional como director, el episodio piloto de la serie "Colombo", tampoco ese mismo año en su debut en el largometraje con "El Diablo Sobre Ruedas", ni cuando treinta y dos años más tarde recogió su primer Oscar con "La Lista de Schindler".

El martes pasado leí el siguiente titular en un lateral de la portada de un periódico deportivo: "En el despacho de Zizou". Ilustraba la noticia una foto de Zidane tomando notas aplicadamente en su escritorio. No llevaba una sahariana, sino un chándal del Madrid. Ni rastro del parche ni del puro mordisqueado. En la foto no se le ven los calcetines, pero seguro que no eran rojos. Por supuesto, el francés tampoco tiene sesenta y muchos años. Sin embargo, su sabiduría futbolística es comparable a la que Pappy atesoraba en materia cinematográfica. Las semejanzas entre ambos no son de forma, sino de fondo. A Ford nadie le llamaba John, que es como aparece en los créditos de sus películas. A él le gustaba contar que lo habían bautizado como Sean Aloysius O'Fearna, respondía por Jack, los íntimos le llamaban Pappy, la mayoría Mr. Ford y muchos colaboradores, ¿no lo adivinan...?, simplemente Coach.

Como su colega mitad americano mitad irlandés, Zizou, mitad argelino mitad francés, es parco en palabras pero extraordinariamente elocuente. Él también dice verdades como templos, simples e irrefutables como revelaciones. "El fútbol no es tan complicado", afirmaba por ejemplo el marsellés en esa misma portada. También entrecomillaban esto otro: "Cuanto más adelante juegas, más peligroso eres". Es decir, el equivalente balompédico de la altura del horizonte, el quid de la cuestión, la madre del cordero. Sólo le faltó añadir: "me llamo Zinédine Zidane y juego al fútbol".

En esta tribuna no nos cansamos de repetir eso, que el fútbol no es tan complicado, pero aquí el único que sabe de lo que habla es Número Uno y es normal que no nos concedan demasiado crédito. Ahora no lo decimos nosotros, lo dice un individuo que lo ha ganado todo y que es el nuevo coach de nuestro equipo del alma. El sábado pasado, Número Dos me invitó al Bernabéu para verlo debutar contra el Deportivo al frente del banquillo. Vimos, entre otras maravillas, a un galés metiendo goles (Bale es un galés que mete goles, ole, ole) con la facilidad con la que Victor McLaglen trasegaba pintas en el pub de Innisfree. Otro medio gabacho medio argelino con planta de joven Duke se sumó a la juerga, con todo el resto de jugadores merengues coreando Oh Danny Boy, the pipes, the pipes are calling... Fue una noche perfecta, preludio de otras muchas.

En la última película de ese quinceañero, que ahora tiene la edad que tenía Jack Ford aquella tarde en su despacho, el protagonista pregunta repetidas veces a otro personaje: "¿Usted nunca se preocupa?". Recibe invariablemente la misma respuesta: "¿Serviría de algo?"

Yo tampoco puedo estar más tranquilo. No podemos estar en mejores manos.

Número Tres

(Dedicado a @Mrsambo92, fordiano de pro)

Nacho Faerna, el tercero de los Faerna, es guionista y novelista. O sea, que le pagan por mentir, pero tuitea gratis en @nachofaerna y @galernafaerna. Se toma muy en serio sus placeres. El Madrid es uno de ellos.

5 comentarios en: Coach

  1. Postdata:
    Me entero de que tal día como hoy, justo el mismo año en que Ford recibió al joven Spielberg, murió Barry Fitzgerald. Seguro que con el Madrid de Zidane encontraremos muchas oportunidades de gritar su inolvidable "¡Impetuoso! ¡Homérico!"

  2. Emocionado y orgulloso con la dedicatoria, Nacho!

    Conocía la anécdota y la has contado espléndidamente.

    He dicho en reiteradas ocasiones que Spielberg es el heredero directo de Ford, precisamente, y contenedor de las esencias del cine clásico... Que nuestro Zizou nos devuelva lo que siempre fuimos sería impagable. Desde luego en buenas manos estamos.

    Un abrazo!

  3. Sólo un comentario que espero no se convierta en realidad: el destino del "hombre despreocupado" en la película que mencionas no es de Happy End.

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